martes, 25 de noviembre de 2025

DE LA APOLOGÍA DE LA PACIENCIA

 







En una época dominada por la inmediatez, la paciencia se presenta como una virtud indispensable. La filosofía, la literatura y la ciencia la reivindican como clave para una vida más plena y equilibrada, comenta en la revista Ethic (21/11/2025), el escritor Juan Ángel Asensio. No es sorpresa para nadie si decimos que vivimos en la era de la urgencia, comienza diciendo. Los mensajes nos llegan en milésimas de segundo, los pedidos se entregan en horas y los resultados, en todos los ámbitos, se exigen de inmediato. En este contexto, la paciencia parece haber quedado relegada a ser una cualidad anticuada, casi incómoda. Sin embargo, la historia del pensamiento y nuestras propias experiencias cotidianas demuestran que pocas virtudes resultan tan decisivas como la capacidad de esperar sin desesperar.

La paciencia, entonces, no debe de ser entendida como resignación pasiva, sino como una forma de resistencia activa frente a la prisa. Es la habilidad de sostenerse en el tiempo, de aceptar que algunos procesos —personales, sociales o naturales— requieren maduración.

Desde la Antigüedad, la paciencia ha ocupado un lugar central en la reflexión filosófica. Los estoicos ya la consideraban un elemento fundamental de la vida buena, y el cristianismo la incorporó como virtud cardinal, vinculada a la esperanza y la fe. Para Tomás de Aquino, por ejemplo, la paciencia era la capacidad de soportar los males sin caer en la tristeza, una disposición que fortalecía el alma.

Las tradiciones orientales también la elevaron a principio moral. En el budismo, la kṣānti —una de las seis perfecciones— implica tolerancia y perseverancia: el arte de no reaccionar impulsivamente ante el sufrimiento. En el taoísmo, un proverbio advierte: «La paciencia es poder; con el tiempo y la paciencia, la hoja de morera se convierte en seda». En todas estas enseñanzas la paciencia se asocia al dominio de uno mismo, al equilibrio interior que permite convivir con la incertidumbre.

En la literatura occidental también abundan los ejemplos. Quizás el ejemplo más claro esté en la Odisea, donde la paciencia, además del ingenio, se presenta como el atributo que permite la victoria del débil frente al poderoso, frente a los dioses mismos. Ahí tenemos a Ulises esperando veinte años para regresar a su hogar, ahí tenemos a Penélope tejiendo y destejiendo, tejiendo y destejiendo, y esperando.

Más allá de la tradición, la paciencia tiene efectos concretos en la vida cotidiana. La psicología la define como la capacidad de tolerar la frustración y de posponer la gratificación. El célebre experimento del malvavisco de Walter Mischel en los años 60 mostró cómo los niños capaces de esperar para obtener una recompensa mayor tendían a desarrollar mejores competencias en su vida adulta. Aunque el estudio ha sido matizado con el tiempo, su mensaje –que la paciencia abre camino de autocontrol– sigue vigente.

En el plano social, la paciencia funciona como un cemento invisible. Las relaciones humanas —amistades, vínculos de pareja, la crianza— requieren un tiempo de espera, de escucha, de acompañamiento. Una sociedad sin paciencia se convierte en una suma de choques constantes, incapaz de construir confianza. La política misma necesita paciencia: los procesos de cambio colectivo no se resuelven en días ni en semanas, sino en décadas.

La falta de paciencia, en cambio, genera ansiedad, irritabilidad y una permanente insatisfacción. El filósofo Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, describe cómo la presión por la inmediatez produce individuos agotados, incapaces de sostener el tiempo de las cosas. La paciencia, en este contexto, se convierte en un antídoto contra el desgaste.

Si hay un terreno donde la paciencia parece más amenazada, es en internet. Las redes sociales, las aplicaciones de mensajería y los servicios de streaming han configurado un ecosistema donde todo ocurre en segundos. Los algoritmos premian lo instantáneo: un vídeo de 15 segundos, una respuesta inmediata, un me gusta al instante. La espera se vive, en cierta forma, como fracaso.

Paradójicamente, esta aceleración reduce la calidad de nuestras experiencias. Las investigaciones en neurociencia muestran que el cerebro necesita tiempo para procesar, para consolidar memorias, para crear asociaciones. La impaciencia digital produce un consumo constante de estímulos que rara vez se asientan en aprendizajes o recuerdos duraderos.

Por eso, cultivar la paciencia hoy es también un acto de higiene mental. Apagar el teléfono durante unas horas, esperar sin consultar el reloj, dedicar tiempo a una lectura lenta o a una conversación prolongada, son gestos mínimos que contrarrestan la tiranía de la inmediatez.

Así pues, reivindicar la paciencia es recuperar el tiempo humano, su pulso verdadero y natural, frente a la prisa tecnológica. La paciencia nos enseña que no todo puede lograrse en el acto, que el crecimiento personal y social requiere demora, ensayo y error. Tal vez la verdadera modernidad no consista en ir siempre más rápido, sino en aprender a esperar. Juan Ángel Asensio













DEL PENSAMIENTO DOMINICAL

 








Amigos, la podredumbre en la cima; diez meses de esta mierda; suficiente para hacer gritar, correr desnudo por las calles y organizar una revolución, escribe en Substack (23/11/2025) el economista y profesor de la Universidad de California en Berkeley, Robert Reich. Pero tenemos que pensar a largo plazo. En ese largo plazo, Estados Unidos aprende de esta catástrofe y convierte esas lecciones en leyes, reglas y normas que eviten que esto vuelva a suceder.

Mucho se ha revelado últimamente, tanto sobre Trump como sobre la corrupción en la cima de nuestro sistema. El intento de Trump de encubrir su relación con Jeffrey Epstein ha llamado la atención del país sobre la depravación moral de muchos hombres ricos y poderosos que violaron niños con impunidad.

La celebración de Trump del príncipe heredero saudí que ordenó el brutal asesinato de un periodista del Washington Post ha demostrado la vacuidad moral de los directores ejecutivos que acudieron a la cena de la Casa Blanca para honrar al príncipe porque quieren sus inversiones.

Las flagrantes amenazas de Trump contra los medios corporativos cuyos periodistas le hacen preguntas difíciles y cuyos comediantes lo ridiculizan —y las respuestas cobardes y obsequiosas de los ejecutivos de los medios a esas amenazas— están exponiendo los peligros de que las corporaciones mediáticas gigantes controlen nuestro acceso a la verdad.

Los tratos de Trump con los oligarcas de las empresas tecnológicas están revelando las formas acogedoras e incestuosas en que la riqueza y el poder se concentran en cada vez menos manos.

La aceptación por parte de Trump de regalos, sobornos, pagos, comisiones ilegales y ventajas de aquellos que buscan dádivas muestra cómo un demagogo saca provecho de su poder.

Sus concesiones de indultos, contratos gubernamentales, exenciones regulatorias, subsidios fiscales y tarifas más bajas a quienes lo sobornan revelan cómo un autoritario construye poder a través de favores.

Su uso de investigaciones criminales, auditorías fiscales, aplicación de regulaciones, retención de fondos gubernamentales y brutales difamaciones públicas demuestra cómo un neofascista castiga a sus oponentes.

Nada de esto es enteramente nuevo en la política estadounidense, pero nunca ha sucedido en esta escala ni con tanto descaro. La mayoría de los estadounidenses trabajadores promedio respetan las leyes y normas. La mayoría son amables y decentes. Pero hay una creciente podredumbre en la cima de nuestro sistema. Y su hedor ya no puede ignorarse. Es la esencia de Trump y su régimen. También es, lamentablemente, la miseria moral de demasiados estadounidenses ricos y poderosos.

Para pensar a largo plazo es necesario que el resto de nosotros aprendamos de esta época repugnante: aprendamos por qué hay que limitar a los ricos y poderosos y aprendamos a limitarlos.

Aprenda lo que requiere la integridad en los niveles más altos de nuestro gobierno, en los puestos directivos de nuestras corporaciones, en nuestras universidades, bufetes de abogados, organizaciones sin fines de lucro y medios de comunicación.

Aprenda que la división más importante en Estados Unidos no es entre la izquierda y la derecha, sino entre los de abajo y los de arriba: entre la gran mayoría de estadounidenses sin riqueza ni poder y una pequeña minoría que posee casi todo. Y resolveremos evitar que semejante podredumbre moral vuelva a apoderarse de nuestra nación. Robert Reich
















DEL ARCHIVO DEL BLOG. DEL SUPREMO, LA AMNISTÍA Y LA POLÍTICA. PUBLICADO EL 17/08/2024

 







Todas las leyes de amnistía son selectivas y discriminatorias, escribe el exmagistrado del Tribunal Supremo José Antonio Martín Pallín en El País (15/08/2024).  La ley de amnistía, que entró en vigor el pasado 10 de junio, comienza diciendo, establece un plazo máximo de dos meses para que los órganos judiciales se pronuncien sobre su aplicación (sin perjuicio de los ulteriores recursos, que no tendrán efectos suspensivos) o planteen cuestiones de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, e incluso sopesen la posibilidad de acudir al Tribunal de Justicia de la Unión Europea suscitando la llamada cuestión prejudicial, es decir si la amnistía es compatible con los Tratados fundacionales de la UE. El plazo se cumplió el pasado sábado.

La amnistía ha sido cuestionada política y jurídicamente desde todos los ámbitos posibles. Se ha dicho que está prohibida por la Constitución, lo que es rotundamente falso. También se alega que ataca el principio de división de poderes porque interfiere en la función de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, que corresponde a los jueces y tribunales. El indulto y una ley de amnistía desmontan esta objeción. Inasequibles al desaliento, algunos esgrimen que ataca el principio de igualdad y no discriminación del artículo 14 de la Constitución. En este último punto centra su argumentación el auto dictado por el Tribunal Supremo el pasado 24 de julio para denegar la aplicación de la amnistía a un recurrente en casación que había sido condenado por desórdenes públicos.

En mi opinión, nos encontramos ante una resolución judicial original, contradictoria, incongruente y salpicada de expresiones que atentan contra el principio de la división de poderes y que no pueden ser vertidas en un texto judicial. Su incongruencia es notoria cuando en sus primeros párrafos admite que “se ha dicho, con razón, que toda ley de amnistía, en la medida en que se trata de una norma excepcional y singular, comporta un tratamiento diferenciado entre ciudadanos”. Sorprendentemente en otra parte de la resolución dice de forma textual: “Consideramos, en fin, que la norma cuestionada repugna al derecho constitucional a la igualdad ante la ley, resultando por entero arbitrarias las razones que se aducen para justificar el tratamiento claramente discriminatorio que la norma impone”. Es difícil encontrar dos párrafos tan radicalmente contradictorios.

El auto admite que no es usual hacer citas doctrinales en las resoluciones judiciales; no obstante, invoca la autoridad académica de 26 catedráticos que cuestionan la constitucionalidad de la amnistía sin analizar críticamente las opiniones favorables. Como era de esperar, tanta cita nos proporciona alguna perla, como la del catedrático Pablo de Lora Deltoro: “En la ley se despliega una exposición de motivos que asume prácticamente por entero el fabuloso —de fábula—, recuento histórico del llamado ‘conflicto catalán’ que propala el nacionalismo y el independentismo en Cataluña”. Lógicamente, el Supremo asume esta tesis.

Nada más lejos de la realidad. Insignes escritores y políticos coinciden en que la cuestión catalana nace de unos conflictos históricos que nunca han sido abordados. Consciente de su existencia, Azaña propugnó la buena vecindad entre Cataluña y España y la posibilidad de una futura independencia. Ortega y Gasset sostenía que el problema catalán era un conflicto que no podía resolverse y que la única solución era que catalanes y el resto de los españoles aprendieran a conllevarse. Antonio Maura reconoce la existencia del conflicto catalán. Manuel Chaves Nogales escribió que el separatismo era la gran sustancia que se utilizaba en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo y en Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras. José María Gil Robles, Salvador de Madariaga, Joaquín Satrústegui o Iñigo Cavero firmaron en 1962 (Congreso de Múnich) que, cuando en España se instaurase la democracia, se tuviese en cuenta la específica singularidad de Cataluña.

El auto podía habernos ilustrado sobre la existencia, en algún lugar del mundo, de una amnistía que no haya sido discriminatoria y selectiva. Pero no es necesario ir muy lejos. Nuestra ley de amnistía de 1977 es un verdadero monumento a la desigualdad. Como regla general, amnistía solamente los actos de intencionalidad política, cualquiera que hubiese sido su resultado. Amnistía los delitos cometidos por los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de los derechos de las personas. En otras palabras, amnistía solo las torturas de los policías de la Brigada Político-Social y no las cometidas por policías y guardias civiles para arrancar confesiones a delincuentes comunes. ¿Cabe mayor desigualdad?

Si se entra en el terreno estrictamente político, el auto recuerda que la soberanía nacional no reside en las Cortes Generales, sino en el pueblo español. Se le olvida decir que, según la Constitución, las Cortes Generales representan al pueblo español y ejercen la potestad legislativa. En una demostración de beligerancia política, olvida el contenido de la sentencia condenatoria de los líderes independentistas y califica lo acontecido como un intento de golpe de Estado felizmente fallido. Sostiene, como el PP y Vox, la existencia de un vínculo inseparable entre la aprobación de la ley de amnistía y la investidura del presidente del Gobierno. Para hacer esta afirmación hay que despojarse de las togas y ocupar los escaños de la bancada de la oposición.

Finalmente, se manejan numerosas sentencias del Tribunal Constitucional que nada tienen que ver con la amnistía y se olvida de la que verdaderamente ha abordado la cuestión de la constitucionalidad de la amnistía. El 12 de enero de 1984, se publicó la Ley 1/1984, de 9 de enero, que añadía un nuevo artículo a la Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía. Su constitucionalidad fue cuestionada por algunas magistraturas de Trabajo y fue resuelta por la sentencia 147/1986 de 25 de noviembre, en los siguientes términos: ”La naturaleza del proceso por el que este Tribunal conoce de las cuestiones de inconstitucionalidad obliga a comenzar nuestro análisis por los problemas estrictamente vinculados a la Ley 1/1984″, es decir, su constitucionalidad.

Recuerda que, como ya ha tenido ocasión de afirmar este tribunal, la amnistía que se pone en práctica y se regula en ambas leyes es una operación jurídica que, fundamentándose en un ideal de justicia (STC 63/1983), pretende eliminar las consecuencias de la aplicación de una determinada normativa —en sentido amplio— que se rechaza hoy por contraria a los principios inspiradores de un nuevo orden político. Esta tesis es aplicable enteramente al caso presente. Pero lo más importante, en mi opinión, es el párrafo en el que descarta la inconstitucionalidad de la amnistía de una manera rotunda argumentando que ”es erróneo razonar sobre el indulto y la amnistía como figuras cuya diferencia es meramente cuantitativa, pues se hallan entre sí en una relación de diferenciación cualitativa”. Como es sabido, el indulto se concede por un real decreto ley firmado por el rey como jefe del Estado, y la amnistía solo puede promulgarse por una ley orgánica aprobada por el Parlamento. La sentencia del Constitucional es terminante: ”La amnistía es siempre una institución excepcional, que en parte desconoce las reglas usuales de evolución del ordenamiento jurídico”. No entiendo las razones por las que el tan mencionado auto elude la cita de esta sentencia.

Por último, yo aconsejaría a mis colegas que no intentasen en vano plantear la cuestión prejudicial al Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre la compatibilidad de la amnistía con los Tratados Fundacionales de la UE. Ya han respondido tácitamente el tribunal y las instituciones europeas. Si no fuera compatible, habría que expulsar a Francia, Portugal e Italia del grupo de países que configuran la Unión. José Antonio Martín Pallin ha sido fiscal y magistrado del Tribunal Supremo.



















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, LA MALA REPUTACIÓN, DE GEORGES BRASSENS

 







LA MALA REPUTACIÓN




En mi pueblo sin pretensión


Tengo mala reputación,


Haga lo que haga es igual


Todo lo consideran mal,


Yo no pienso pues hacer ningún daño


Queriendo vivir fuera del rebaño;


No, a la gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


No, a la gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Todos todos me miran mal


Salvo los ciegos es natural.


Cuando la fiesta nacional


Yo me quedo en la cama igual,


Que la música militar


Nunca me pudo levantar.


En el mundo pues no hay mayor pecado


Que el de no seguir al abanderado


Y a la gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Y a la gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Todos me muestran con el dedo


Salvo los mancos, quiero y no puedo.


Si en la calle corre un ladrón


Y a la zaga va un ricachón


Zancadilla doy al señor


Y he aplastado el perseguidor


Eso sí que sí que será una lata


Siempre tengo yo que meter la pata


Y a la gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Y a la gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Tras de mí todos a correr


Salvo los cojos, es de creer.


Ya sé con mucha precisión


Como acabará la función


No les falta más que el garrote


Pa’ matarme como un coyote


A pesar de que no arme ningún lío


Con que no va a Roma el camino mío


Que a le gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Que a le gente no gusta que


Uno tenga su propia fe


Tras de mí todos a ladrar


Salvo los mudos es de pensar.




GEORGES BRASSENS (1921-1981)

canta-autor francés

























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DEL BLOG DE HOY MARTES, 25 DE NOVIEMBRE DE 2025

 





























lunes, 24 de noviembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY LUNES, 24 DE NOVIEMBRE DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 24 de noviembre de 2025. Determinados poderes se dedican sin pudor a suplantar verdades visibles con groseras falsedades y así alimentar los discursos populistas, se lee en la primera de las entradas del blog de hoy. La segunda del día comienza como una novela de misterio, pero no lo es: La policía saltó, silbó y nos dijo que paráramos. Era la tarde de Halloween en Washington D. C., y caminaba con un amigo hacia el Mall. Los jóvenes que hoy manifiestan una inclinación autoritaria no añoran un dictador real, sino un ideal estético: alguien que «ponga orden» y remedie las frustraciones, se lee en la tercera entrada del día; personalmente, creo que es cierto. El archivo del blog de hoy, escrito tal día como hoy de 2011, es bastante íntimo, por eso he suprimido los nombres reales de sus protagonistas por iniciales, pero todo lo que se cuenta en él es verdad. El poema del día va hoy de perros, está escrito por una joven poetisa española, nacida en 1991, y comienza así: De niña yo soñaba/con caminar acompañada/por un pequeño animal/que fuera mi amigo. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt













¿TODOS MIENTEN?

 











Determinados poderes se dedican sin pudor a suplantar verdades visibles con groseras falsedades y así alimentar los discursos populistas, comenta en El País (23/11/2025) el escritor cubano Leonardo Padura.

Fue en mis años de estudiante universitario, comienza diciendo, allá por la década de 1970, cuando no sé bien por qué impulso tuve un primer interés por la figura de León Trotski y me propuse saber algo sobre el personaje. Sin embargo, aquel intento de pesquisa muy pronto chocaría contra el muro de lo que he podido catalogar como una ignorancia programada: recuerdo que en las bibliotecas cubanas a mi alcance solo encontré dos libros sobre Trotski. Elaborados por colectivos de autores de la Academia de Ciencias o de Historia de la URSS, ambos volúmenes ofrecían la misma y establecida consideración sobre el excomisario de la Guerra y lo hacían con una vehemencia que se disparaba desde títulos como Trotski, el falso profeta y, si no recuerdo mal, Trotski, el traidor.

Aquella única versión referida al personaje en cuestión entrañaba la imposibilidad de conocer, contrastar e intentar establecer una verdad. No obstante, lo trascendente es que mi conflicto no suponía una cuestión puntual. Por el contrario, constituyó toda una política informativa, un manejo sesgado de la verdad sobre el cual, en su libro El Imperio (Anagrama, 1994) el polaco Ryszard Kapuscinski comentaría: “A medida en que se aleja la época staliniano-brezhneviana nuestros conocimientos sobre aquel sistema y aquel país aumentan en progresión geométrica. Ahora no solo cada año y cada mes aportan nuevos materiales e informaciones, sino ¡cada semana y cada día!”. Y más adelante concluía: “El noventa por ciento, si no más, de los materiales de que ahora [se] dispone hace sólo unos pocos años no conocían la luz del día”.

¿Cuál era, entonces, la verdadera historia de la sociedad soviética? ¿La que ya se había publicado o la que con nueva información se podría escribir? Toda una literatura postsoviética, como la escrita por la georgiana Nino Haratischwili o el croata Robert Perišić, ha cambiado muchas de las percepciones antes establecidas. Sin embargo, una de las más demoledoras demostraciones de que la verdad había sido arteramente pervertida, de que la ignorancia había sido programada, me la aportó la lectura de la compilación de documentos extraídos de los archivos de Moscú a inicios de la década de 1990, publicada bajo el título España traicionada. Stalin y la guerra civil (versión española de Planeta, 2002) un libro que, gracias a la información rescatada, ofrecía una versión diferente y más creíble (documentos mediante) de las actividades de los asesores soviéticos dentro del bando republicano y de la perversa política de Stalin respecto a la guerra y la República.

En su más reciente y, como siempre, provocador ensayo, Nexus (2024), el sociólogo israelí Yuval Noah Harari afirma que si la información que recibimos es un intento de representar la realidad, se supone que a medida que aumente la cantidad de información disponible, tal como ha ocurrido en los últimos años gracias a la digitalización de las sociedades, esa condición debería proporcionarnos un conocimiento más veraz del mundo. No obstante, el gran problema es, asegura Harari, que “errores, mentiras, fantasías y ficciones también son información”, o sea, que “la información no es siempre la verdad”. Y concluye que “a lo largo de la historia ha sido habitual que las redes de información privilegiaran el orden sobre la verdad”. En dos palabras: los poderes fácticos han manipulado y manipulan la información.

Todos sabemos que el manejo de la información ha sido históricamente un terreno muy visitado por los intereses propagandísticos de los políticos. No es fortuito que la filósofa Hannah Arendt, obsesionada con ese asunto, comience su ensayo de 1974 Verdad y mentira en la política advirtiendo: “Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no solo de los políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado”.

Lo que hoy ocurre en el mundo con la manipulación de la realidad no solo implica la cada vez más recurrida programación de la ignorancia y la perversión de la verdad: es la manifestación del auge de los totalitarismos que crean la percepción de las realidades según sus necesidades, intereses o antojos. Poderes que ante nuestros ojos y sin pudor se dedican a suplantar verdades visibles con mentiras groseras (como en sus tiempos lo hicieron Stalin y Hitler) y que, con esas estrategias, alimentan unos discursos populistas que prometen, como es clásico en este asunto, la recuperación de grandezas pasadas y el establecimiento del orden. El tratamiento que hacen los políticos de la derecha mundial de un asunto tan álgido y real como las migraciones es un doloroso ejemplo de este tipo de manipulaciones de la verdad, en esta ocasión empeñándose en alterar la esencia de las motivaciones del fenómeno migratorio.

Otros casos en marcha de bulos repetidos hasta la saciedad sería el de la desnazificación de Ucrania que arguyó Putin para su invasión o el de la lucha contra el narcotráfico que sostiene Trump mientras bombardea lanchas por un mar Caribe donde ha colocado una flota que incluye submarinos nucleares. Y es que Putin y Trump, como otros poderosos de antaño, juegan con las cartas de saber que muchas veces, entre más rimbombante sea la mentira, si se la repite y sostiene, puede llegar a ser admitida como la verdad.

Sería útil recordar que en la antigüedad clásica la verdad era entendida como el descubrimiento de las cosas. Siglos más tarde, la Ilustración la valoraba como necesidad para alcanzar la libertad. Quizás también podamos asegurar que la verdad es algo que debería representar de manera precisa determinados aspectos de la realidad y esta sería la razón por la cual su búsqueda es un proyecto universal. Pero, en nuestro tiempo convulso, ¿adónde han ido a parar esa necesidad del conocimiento revelador y la virtud de la verdad como puerta hacia la libertad?

No he logrado confirmar la fuente, pero en mi máquina encontré esta cita, tan reveladora que me atrevo a replicarla, pues, sea de quien sea, lo que asegura es verdad: “Antes se mentía allí donde los ciudadanos no sabían, porque no podían saber; hoy se miente a los ciudadanos allí donde, en principio, pueden saberlo todo”. En mi “antes” universitario, en mi contexto histórico, era imposible saber. Pero en nuestro ahora, ¿nos permiten saber?

Tal es el estado de manipulación actual de la información, la dificultad para encontrar alguna certeza en medio de la más desvergonzada utilización de la mentira tanto por parte de las élites políticas como en manos de gestores de plataformas digitales que emplean alegremente los espacios de las redes sociales para soltar bulos, que se ha llegado a establecer la existencia de algo llamado posverdad que florece en el espacio que debía ocupar la verdad. Esa posverdad que, como sabemos, reorganiza, manipula y distorsiona los hechos con la voluntad de imponer en la opinión pública su particular verdad.

En este marasmo de estados de la verdad, al menos una cosa parece ser cierta: la ignorancia programada es hoy una realidad política suprasistémica y universal, y cada vez nos resulta más difícil saber dónde encontrar la verdad. Y decidir si alguien nos miente. ¿O es que todos mienten? Leonardo Padura