El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
miércoles, 8 de enero de 2025
martes, 7 de enero de 2025
De las entradas del blog de hoy martes, 7 de enero de 2025
De la realidad tal y como es
El año ha empezado con un atentado en Nueva Orleans que ha dejado al menos 15 muertos y con la explosión de un coche en Las Vegas delante de un hotel de Donald Trump en la que falleció el conductor. No son buenas señales ante lo que se nos viene encima, el panorama es bastante desalentador, comenta el El País [Prescripción médica, 03/01/2025] el escritor José Andrés Rojo. En Estados Unidos, las maneras arbitrarias y caprichosas de Trump se instalarán de nuevo en la Casa Blanca después de dejar turulatos a los demócratas tras su aplastante victoria en las elecciones de noviembre. Y Maduro conservará el poder en Venezuela, a pesar de lo que quiera hacer la oposición, y lo hará sin haber mostrado el resultado que dieron las urnas en su país y riéndose abiertamente de las reglas de la democracia y de los países que las defienden.
Europa da señales de una alarmante fragilidad. No hay en Bruselas nada que se le parezca a una firme voluntad común de enfrentarse a asuntos tan importantes como la guerra en Ucrania o la llegada de millares de inmigrantes que buscan en el viejo continente un futuro mejor. Francia y Alemania pasan, además, por momentos difíciles. No es fácil imaginar el tipo de papel que le tocará representar a la Unión en el nuevo mundo que parece estar configurándose, y en el que, con tantas turbulencias internas, es posible que tenga poco que decir. Luego está el polvorín de Oriente Próximo: los desmanes brutales de Israel, el horror que viven los palestinos, la radicalidad arcaica del régimen de los ayatolás, la incierta situación de Siria. Etcétera. Ruido por todas partes, inestabilidad, conflictos que se quedan enquistados y que no parecen tener solución.
Y todo ocurre en un marco en que la llamada comunicación se rige por las emociones y los estados de opinión que imponen las redes sociales donde la realidad desaparece y se instalan los relatos que la interpretan. No hay ya manera de enfrentarse a lo que ocurre sin las historietas que ocultan los hechos y los maquillan y deforman. “El propósito del arte es revelar las preguntas que han sido ocultadas por las respuestas”, decía el escritor James Baldwin.
Ahora hay solo respuestas, podría decirse, y en vez de pedirle al arte que revele las preguntas, quizá habría que insistir en que esa es también tarea propia de la información. Dar cuenta de lo que hay más allá de los envoltorios. La cita de Baldwin la recoge Mariano Peyrou en Free jazz (Anagrama), un breve libro que publicó hace unos meses. Hubo un momento, a finales de los cincuenta, en que los músicos afroamericanos dieron un golpe en la mesa para romper la dinámica de las cosas y reclamar un poco de anarquía frente a la melodía que gobernaba los sonidos hasta hacerlos irrelevantes. Los relatos que ahora se imponen tienen la consistencia de esa melodía que se elabora para ocultar las aristas y la complejidad y ambigüedad de cuanto sucede. El free jazz, explica Peyrou, “señala el conflicto”. Es una manera de decir que no hay por qué tragar con una versión empaquetada de las cosas, tampoco con las que proponen los políticos. Y no importa tanto, en este contexto, la manera en que el free jazz procedió para trastocar las reglas de juego. Lo que tiene que tomarse casi como prescripción médica, y no tanto como parte de una lista de buenos propósitos para este 2025, es la necesidad de volver a los hechos. Escuchar las disonancias, mirar de frente el desorden y el caos, aceptar el ruido, y no contentarse con un amable cuento que certifica nuestros prejuicios.
[ARCHIVO DEL BLOG] Marco Aurelio y los fanáticos. Publicado el 19/05/2018
Mi relación con las redes sociales es controvertida. No participo mucho en ellas y no les tengo una ojeriza especial, aunque a veces me pongan de los nervios. Pero me ayudan a estar en contacto con amigos lejanos en el tiempo y en el espacio a los que quiero, y también a conocer a otras personas con las que la relación es menos estrecha, más superficial, pero no por ello menos amigable. Y para difundir las entradas de mi blog... Pero de vez en cuando caigo en la tentación, y la lío...
Por ejemplo con lo de Marco Aurelio. Entre los no siempre amables comentarios que se hacen en las redes, me topo con un descerebrado que calificaba de asesino sin escrúpulos al emperador Marco Aurelio por haber perseguido y martirizado a los cristianos... No me pude resistir y contesté al susodicho defendiendo a Marco Aurelio y calificando de frikis a los cristianos de aquella difícil época... Y para que fue aquello... Reconozco que llamar frikis (hermosa palabra que el Diccionario de la Real Academia aplica en su primera y segunda acepciones a las personas extravagantes, raras, excéntricas o pintorescas) fue, quizá, excesivo por mi parte, pero que le vamos a hacer. A mí, que presumo de ecuánime, también de vez en cuando se me va la olla, sobre todo cuando me encuentro de frente con una panda de fanáticos con dos dedos de frente incapaces de ver más allá de sus narices. Bueno, aunque ya no tenga remedio, mis disculpas, sinceras y afectuosas, a quienes se hayan podido sentir ofendidos por el calificativo. Pero la verdad es que los cristianos de la época de Marco Aurelio les tenían que parecer a los civilizados romanos que eran gente como para echarles de comer aparte... Un siglo más tarde, los perseguidos y martirizados se lo cobraron con creces cuando consiguieron darle la vuelta a la tortilla con la conversión de Constantino. Y de ahí, hasta hace prácticamente nada, lo han pasado bomba persiguiendo, martirizando, torturando, quemando, y jodiendo la vida a los que no pensaban como ellos. Pero vamos a lo que vamos: el artículo de Arnau, que es lo verdaderamente interesante.
Vanidad sin control, obsesión por la seguridad, aceleración tecnológica... ¿Qué tiene que decir el renovado interés editorial por el estoicismo sobre el mundo en el que vivimos?, se preguntaba en su artículo Juan María Arnau. Cultiva el espíritu porque obstáculos no faltarán. El consejo de Confucio podría haberlo firmado cualquiera de los filósofos estoicos, comienza diciendo. Una versión moderna de esta máxima se la debemos a Woody Allen: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Un poeta barcelonés la remató con un verso lapidario sobre el inexorable juicio del tiempo: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”. Esos son, a grandes rasgos, los tres vértices del estoicismo antiguo, que parece resurgir en nuestros días. ¿Se trata de un espejismo? Las sociedades modernas se encuentran dominadas por la rentabilidad tecnocrática del selfie, la autoindulgencia (todo nos lo merecemos, sobre todo si hay desembolso) y el capricho. Se trata de fabricar un ego frágil e injustificadamente vanidoso. Una situación que supuestamente podría remediar una buena dosis de estoicismo. Dado que no podemos controlar lo que nos pasa y vivimos totalmente hacia afuera, atemorizados y estresados, dado que somos más circunstancia que nunca, quizá pueda ayudarnos esta antigua filosofía que inspiró a Marco Aurelio, un hombre que, dada su posición, conoció el estrés mejor que nadie.
El poema de cada día. Hoy, Sentados frente al fuego, de Jorge Teiller
SENTADOS FRENTE AL FUEGO
JORGE TEILLIER (1935-1996)
poeta chileno
lunes, 6 de enero de 2025
Día de Reyes. El más mágico del año para niños y adultos no enmohecidos. Hoy, cerrado por descanso del personal
Hoy, 6 de enero, Día de los Reyes Magos, este blog permanece cerrado por descanso de su personal. Pueden visitarlo libremente si lo desean. Mañana estaremos de nuevo con todos ustedes. Rogamos disculpen las molestias que hayamos podido ocasionarles. Solo es un día. Bueno, otro, pero no habrá muchos más... Sean felices por favor. A fin de cuentas eso es lo único importante. HArendt
domingo, 5 de enero de 2025
De las entradas del blog de hoy domingo, 5 de enero de 2025
De la filosofía del amor
El amor, esa gran cuestión, capaz de hacer cabriolas con el ánimo, elevarlo hasta los rutilantes astros, abrumarlo en una honda desesperación. Aquello que promete nuestra felicidad, responsable último del sentido del vivir. «No hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso […] esto es amor, quien lo probó lo sabe». Estos versos de Lope de Vega resumen ese crisol aglutinante de emociones llamado amor. Lo dice en la revista Ethic [La filosofía del amor, 02/01/2025] la escritora Esther Peñas.
Desde sus inagotables ángulos, el amor ha sido objeto de análisis del pensamiento del hombre. Elemento libertador, afección impertinente, estado psicológico, noble virtud, bujía del deseo, vaso comunicante con lo sagrado, grandeza de lo común… El amor ha cortejado a los filósofos de todos los tiempos y latitudes, en especial por su capacidad de traspasar la esfera individual, ser algo intrínseco a la naturaleza humana e inspirar a quien lo goza a ser mejor persona.
La concepción de Occidente del amor se despliega en El banquete, uno de los diálogos de Platón (que, junto con Fedro, compone la idea del amor platónico y data del siglo IV a. C). Tras una disertación en la que cinco de los comensales aseguran que el amor es un daemon (entidad divina que actuaba como mediadora entre dioses y humanos), desgranan el mito del andrógeno o hermafrodita, ese ser legendario que aunaba ambos sexos y que, al ser partido en dos por Zeus, busca incansable su otra mitad.
Cuando le toca el turno de palabra a Sócrates, este cita la autoridad y sabiduría de la sacerdotisa de Eros Diotima. Según esta figura mítica (objeto de innumerables poemas, ensayos, análisis, recreaciones), el amor es como una escalera que conduce al alma hacia lo divino, a la plenitud de la realidad última: la belleza eterna. Solo el amante está colmado de lo celestial y puro. «El amor es el deseo de lo bueno y lo bello para siempre». Palabra de Diotima. Si el amor del cuerpo procura la inmortalidad de la especie, también propicia la inmortalidad del alma. El amor, según Platón, nos saca del terreno individual y particular para aspirar al universal y absoluto.
Para Aristóteles (siglo IV a. C.), su discípulo, «amar es alegrarse» y «querer para alguien lo que se piensa que es bueno». La columna dorsal del pensamiento aristotélico es la voluntad y el amor en tanto que amistad. Dos de los siete libros que le dedicó a la felicidad se centran en ella, que pareciera ser el modo más puro de amor (algo que retomará, siglos después, Montaigne en sus Ensayos).
El amor como burla o raíz. Mucho más pícaro y cuco es Ovidio (siglo I a. C.), quien en su Arte de amar nos presenta una metodología del cortejo. Para el poeta romano, el amor es un juego peligrosísimo con sus propias reglas, tretas y trampas. Dividido en tres libros, el primero presenta dónde encontrar a la mujer perfecta y cómo propiciar los encuentros para el requiebro. Se recomiendan ardides, engaños, embustes. En el segundo, se explica cómo mantener el interés de la amada, ejercitando patrañas, argucias y lisonjas. Todo vale, juramentos que se rompen, promesas inconsistentes, súplicas falsas. La figura de «donjuán» es quizá el más notable de sus discípulos. La leyenda asegura que Ovidio sufrió el exilio por esta obra, ya que el adulterio estaba penado por la ley romana, pero parece que ese destierro tuvo más que ver con intrigas políticas que de alcoba.
«El amor es un indicio de nuestra miseria. No podemos sino amar algo distinto a nosotros», escribió Simone Weil (1909-1943). Pero es una miseria luminosa, que nos obliga a salir de nosotros mismos y unirnos al otro, despertándonos de una vida indiferente, liberándonos de una soledad estéril y destructiva. En La gravedad y la gracia, Weil asegura que el amor requiere «echar raíces» en el otro, y para ello es básica la atención, la escucha, la ternura. El amor, asegura, nos transforma a través de la belleza, y nos muestra el camino para abandonar la violencia y el dominio y entregarnos a la justicia, la bondad y la verdad. «El amor es la única facultad del alma de la que es imposible que salga brutalidad alguna. Es el único principio de justicia del alma humana. La analogía nos lleva a pensar que se trata también del principio de la justicia divina».
El amor, principio activo. Entre los filósofos españoles, acaso el que de manera más profusa y atinada vareó los asuntos del amor fue Ortega y Gasset (1883-1955) en el ensayo Estudios sobre el amor, publicado en 1940. Este hombre ilustrado habla de pecado cordis para referirse a la mácula de quien no ama, y explica que «más que un querer entregarse», el amor «se entrega sin querer». Ortega contempla con recelo el enamoramiento, que se «apodera brutalmente de la persona sin la intervención de las porciones más delicadas de su alma». El enamoramiento tiene que ver, a su juicio, con el deseo, y el deseo nos hace pasivos («lo que deseo al desear es que el objeto venga a mí») y apuesta por la voluntad que unge el amor: «En el amor todo es actividad […] soy yo quien va hacia lo amado y estoy en él». Estar en él, «un estar vitalmente con el otro», fiel a su destino, sea el que sea. «Amar es estar empeñado en que exista el objeto/sujeto amado; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde esté ausente». Bellísimo este derecho metafísico que Ortega concede al amor.
Aunque, un último matiz de Ortega, el relativo al fracaso amoroso: «La equivocación, en la mayor parte de los casos, no existe: la persona es lo que pareció ser, desde luego, solo que después se sufren las consecuencias de ese modo de ser, y a esto es a lo que llamamos ‘nuestra equivocación’. Es decir, no nos equivocamos de persona. Es lo que ya parecía ser. Lo que nos faltó fue prudencia, saber prever lo que pasaría con ese modo de ser en el futuro».
Algo similar propone el psicoanalista y escritor Carl G. Jung: cada cual proyecta sobre la persona amada sus deseos inconscientes, un arquetipo concreto, anima para los hombres y animus para las mujeres. Esto es lo que ofrece la cualidad de perfección del otro a nuestros ojos. Pero cuando ese encantamiento se va resquebrajando, el otro se nos muestra tal y como es. Solo entonces sabremos si el amor sigue fiel a lo real, o se desilusiona. Esta idea ya está en Del amor, un ensayo en el que Stendhal habla de la «cristalización». Uno ama aquello que proyecta sobre el otro, pero que en realidad el otro no tiene, ni es. Aquel a quien amamos carece de las cualidades que perseguimos, y el que ama tiene que imaginarlas. Puro idealismo, diría Ortega.
En El arte de amar, Erich Fromm (1900- 1980) sitúa esta emoción como el territorio en el que nuestra personalidad puede alcanzar la plenitud. Tres son sus cualidades: humildad, disciplina y coraje, y se fundamenta en la libertad para escoger al ser amado, de manera que el sujeto adquiera más relevancia que la facultad. Para Fromm, vivimos en una sociedad en la que la potestad de amar se ha envilecido. El amor corre el riesgo de convertirse en artículo de compraventa, pues el sistema ha tratado de mercantilizar los afectos.
Para que exista el amor, en el pensar de Fromm, han de darse cuatro elementos: el cuidado, que consiste en que el amante se preocupa por la vida, el bienestar y el crecimiento personal del ser amado; la responsabilidad, que reside en atender las necesidades del sujeto amado; el respeto, no como temor ni sumisión sino como manera de evitar la posesión y el control; y, por último, el conocimiento, contemplar al ser amado en sus propios términos, no en los nuestros. El amor, para Fromm, es la respuesta al problema de la existencia humana: «Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida […]. Amo a todos en ti, a través de ti al mundo, en ti me amo a mí mismo».
Una apuesta sin garantías. Incidiendo en las amenazas a las que el amor se ve expuesto en nuestros días aparece Zygmunt Bauman (1925-2017) con la visión de que aquellos aspectos de la vida que no estén comercializados ponen en peligro el sistema. Por ello, el capitalismo ha creado individuos líquidos, sin vínculos, que carecen de tiempo y ganas para construir relaciones a largo plazo (el amor) y prefieren los encuentros rápidos, inocuos, de bajo consumo emocional (el sexo). El amor, explica Bauman en Amor líquido, es lo más parecido a la muerte, solo se puede entrar en él una vez, porque es único e irrepetible, renace en cada aparición y no se puede aprender. Por eso, el capitalismo prima la versión más mundana del deseo, y lo hace huir del amor, presentando a las personas como objetos de catálogo y haciendo del sexo la única respuesta a la soledad, como fin en sí mismo y no como parte de un propósito más grandioso. El sexo es rápido, asequible, exime del dolor y del compromiso. Pero el mero sexo, advierte Bauman, no nos hace felices.
La mirada aristotélica plantea la amistad como el modo más puro del amor. Más luminoso y posibilista se muestra Alain Badiou (1937), aquilatando su teoría del «encuentro» en su Elogio del amor. El amor se inicia siempre con un encuentro, una especie de acontecimiento, un punto de no retorno. Este activa el deseo, no en sentido sexual, sino en tanto que añoranza de algo indefinible. Cuando irrumpe el amor, quiebra o altera radicalmente las circunstancias vitales de quien lo experimenta. Marca un antes y un después. Lo que era, ya no es más. Y exige «una apuesta sin garantías»: «El placer y el sufrimiento no son relevantes, lo definitivo es construir una nueva realidad».
El encuentro (lo que los cursis llamarían «flechazo») requiere la voluntad de dos personas para tejer entre ambas una vida, «no desde el punto de vista del Uno, sino desde el punto de vista del Dos». Según este filósofo, uno de los dones del amor es que es capaz de «inventar una manera diferente de duración para la vida». El amor como una nueva temporalidad, con apariencia de destino, que se traduce en «el nacimiento de un mundo».
[ARCHIVO DEL BLOG] Personalizados. Publicado el 10/01/2020
El poema de cada día. Hoy, Lo inefable, de Carmen Yáñez
LO INEFABLE
Carmen Yáñez (1952)
poetisa chilena