lunes, 4 de noviembre de 2024

El poema de cada día. Hoy, El Golem, de Jorge Luis Borges (1899-1986)

 






EL GOLEM



Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de ‘rosa’ está la rosa

y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.


Y, hecho de consonantes y vocales,

habrá un terrible Nombre, que la esencia

cifre de Dios y que la Omnipotencia

guarde en letras y sílabas cabales.


Adán y las estrellas lo supieron

en el Jardín. La herrumbre del pecado

(dicen los cabalistas) lo ha borrado

y las generaciones lo perdieron.


Los artificios y el candor del hombre

no tienen fin. Sabemos que hubo un día

en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre

en las vigilias de la judería.


No a la manera de otras que una vaga

sombra insinúan en la vaga historia,

aún está verde y viva la memoria

de Judá León, que era rabino en Praga.


Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,


la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio.


El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos.


Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.


(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)


El rabí le explicaba el universo

«esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.»

y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga.


Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre;

a pesar de tan alta hechicería,

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.


Sus ojos, menos de hombre que de perro

y harto menos de perro que de cosa,

seguían al rabí por la dudosa

penumbra de las piezas del encierro.


Algo anormal y tosco hubo en el Golem,

ya que a su paso el gato del rabino

se escondía. (Ese gato no está en Scholem

pero, a través del tiempo, lo adivino.)


Elevando a su Dios manos filiales,

las devociones de su Dios copiaba

o, estúpido y sonriente, se ahuecaba

en cóncavas zalemas orientales.


El rabí lo miraba con ternura

y con algún horror. ‘¿Cómo’ (se dijo)

‘pude engendrar este penoso hijo

y la inacción dejé, que es la cordura?’


‘¿Por qué di en agregar a la infinita

serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana

madeja que en lo eterno se devana,

di otra causa, otro efecto y otra cuita?’


En la hora de angustia y de luz vaga,

en su Golem los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?



Jorge Luis Borges (1899-1986)

Escritor argentino














De las viñetas de hoy lunes, 4 de noviembre de 2024

 























domingo, 3 de noviembre de 2024

Del Trump desbaratado. Especial 2 de hoy domingo, 3 de noviembre de 2024

 






Hay realidades que están más allá de cualquier descripción. No todo puede ser transmitido por escrito, comenta en El País [Exageración del aquelarre, 02/11/2024] el escritor y académico de la RAE Antonio Muñoz Molina. He dedicado unas seis horas de mi vida a ver uno de los últimos actos públicos protagonizados por Donald Trump, en el Madison Square Garden de Nueva York, el domingo pasado, y he de aceptar de antemano que las cosas que vi y escuché no soy capaz de contárselas con alguna esperanza de fidelidad a nadie que no las haya visto y escuchado igual que yo. No siempre se ha de descartar el adjetivo “indescriptible”. Hay realidades que están más allá de cualquier descripción. Podemos conformarnos con la síntesis de un titular, o de una frase literal entrecomillada, pero hay algo, mucho, que permanecerá inaccesible para nuestras facultades verbales.

Suele ocurrir eso con algunos aspectos de la vida americana, con la escala de sus amplitudes naturales, para la que no tenemos comparación en Europa, y con la dimensión también exagerada y hasta desorbitada de muchos de sus lugares, actitudes y objetos cotidianos: los todoterrenos colosales, los centros comerciales como construcciones babilónicas rodeadas de aparcamientos como desmedidos latifundios de asfalto, los cuerpos de muchas personas, los trozos de carne roja a la parrilla, los sándwiches de medio metro, los torsos hercúleos de militares y policías, los casinos en los que jubilados y jubiladas con sobrepeso y en bermudas se juegan el cheque mensual de la Seguridad Social, las megaiglesias tan grandes como casinos o como centro comerciales; y también lo que no se ve ni puede ser cuantificado con precisión: la retórica mesiánica de los discursos políticos, la piadosa teatralidad de cerrar los ojos, alzar la barbilla y llevarse la mano al corazón cuando suena el himno nacional, la simultaneidad de la extrema riqueza y de una pobreza cuya sordidez tampoco imagina un europeo, el contraste entre la variedad continental del país y la repetición infinita de una serie de patrones invariables, que tiene un hipnotismo entumecedor cuando se viaja por las autopistas: urbanizaciones de casas familiares con jardines y banderas en los porches, extensiones asfaltadas de ventas de coches de segunda mano, hoteles idénticos que siempre parecen estar en la periferia de algún aeropuerto, restaurantes de cadenas de comida rápida, almacenes como hangares de jardinería o de ferretería, todo lo mismo siempre, en autopistas que atraviesan en línea recta bosques o desiertos, y al fondo de las cuales empiezan a distinguirse en el horizonte los rascacielos de un downtown que se volverá fantasmal a las cinco de la tarde.

La paradoja de Estados Unidos es que no hay otro país que nos parezca más familiar, porque desde que nacemos nos alimentamos con sus imágenes y sus historias, y que sin embargo sea, en el fondo, tan ajeno a nosotros, tan íntimamente extraño. Bill Bryson, cuando volvió a su Iowa natal después de muchos años en Inglaterra, escribió un libro sobre su regreso y lo tituló El continente perdido. El país tiene mucho de eso, una inmensidad impenetrable no ya para los extranjeros, sino para los mismos nativos que viven en las grandes ciudades, y que llaman desdeñosamente al territorio entre las dos costas, Fly over country, el país remoto por encima del cual se pasa en avión, un vago Tíbet hermético en el que prevalece una teocracia de la Biblia, las armas de fuego, la raza blanca, la carne roja y el voto al Partido Republicano, que ya no es el de los patricios de los trajes oscuros, los acentos respetables y los clubes de campo, sino el del aquelarre populista y apocalíptico que desató hace ya casi diez años Donald Trump.

Me acuerdo muy bien del estupor por su victoria en noviembre de 2016. Aquel individuo de peinado inverosímil al que veíamos en las portadas chismosas de The New York Post y en un reality show más inverosímil todavía que se llamaba The Apprentice, de un día para otro era el sucesor de Barack Obama, y dejaba abolido con su vulgaridad de ricachón vocinglero el espejismo de elegancia y progreso postracial simbolizado por aquella pareja tan distinguida de piel oscura en la Casa Blanca, un edificio construido por esclavos. Ocho años más tarde, somos menos capaces todavía de comprender la atracción que un personaje así sigue ejerciendo sobre tantos millones de personas: un oligarca que viaja en un avión privado con grifos y retretes chapados en oro es visto como un héroe de la clase trabajadora por hombres y mujeres sometidos a la pobreza y despojados de cualquier forma de protección social; un depredador sexual que compra el silencio de actrices pornográficas y exesposas sucesivas inspira un fervor religioso cercano a la idolatría en cristianos evangélicos obsesionados por el pecado y el infierno; un machista grosero que celebra en público el tamaño de los genitales de un as del deporte y ha sido condenado por un delito de abusos sexuales provoca gritos entusiastas de mujeres cuando aparece como una estrella del rock en una tribuna; un racista confeso que califica de asesinos y violadores a los ilegales atrae a un porcentaje sustantivo de esos votantes de origen asiático o latinoamericano que llevan menos de una generación en el país pero ya recelan de los recién llegados, por esa inclinación que tienen a veces los explotados a rendir pleitesía a sus explotadores con la esperanza de dejar atrás a quienes están peor que ellos.

El espectáculo del domingo pasado en el Madison Square Garden fue un desbordamiento de esa realidad americana que para nosotros es imposible comprender, como un absceso de dimensiones monstruosas que revienta y que lo infecta todo: un caldo de cultivo aislacionista, integrista y xenófobo que ha existido siempre, pero que la hipocresía o la fortaleza institucional o el pudor reprimían. Uno tras otro, jaleados por una multitud que no rebajó su entusiasmo demente durante más de seis horas, los teloneros de Trump, con voces roncas de masculinidad amenazante, repitieron mentiras, insultos, exageraciones, calumnias, groserías tabernarias, bulos que parecería imposible que alguien en su juicio pudiera creer: las ciudades americanas han caído en poder de bandas de asesinos liberados de las peores cárceles del mundo; las víctimas de los huracanes en Carolina del Norte no reciben ayuda del gobierno federal porque el dinero que debería gastarse en las emergencias se regala a los inmigrantes ilegales, alojados en hoteles de lujo; Kamala Harris, además de incompetente y retrasada mental, es un títere manejado por sus proxenetas con la finalidad de destruir el país; también es el demonio, y el Anticristo; los demócratas son degenerados y gente de baja estofa que odia a los judíos. Un orador esgrimió un crucifijo con ademanes de exorcista y declaró que Kamala Harris no ama a Jesucristo y no admite en sus actos públicos a aquellos que sí lo aman. El exalcalde Rudy Giuliani aseguró que los niños palestinos, a los dos años, ya están adiestrados para matar. Solo Donald Trump podrá salvar a las niñas y mujeres americanas de los violadores, los asesinos, los secuestradores extranjeros; a los trabajadores de la penuria; a los pequeños empresarios de la rapacidad de los impuestos. Dios en persona votó por adelantado aquel día de julio en que lo salvó de la bala que providencialmente tan solo le rozó una oreja.

Casi cinco horas después, uno de esos himnos de rock religioso y patriótico que actúan como taladros sobre el cerebro anunció el advenimiento definitivo, la presencia terrenal del “mejor presidente en la historia del mundo”, “el más grande de los luchadores”, quien volvió a anunciar, levantando nuevos berridos de entusiasmo, “la mayor deportación en masa de toda la historia”. De tanto oír aumentativos, siempres y jamases, a mí también se me ocurrió uno: nunca en mi vida he tenido tanto miedo de unas elecciones.









De los reyes y las víctimas. Especial 1 de hoy domingo, 3 de noviembre de 2024

 







Los ciudadanos enarbolamos la indignación cuando encontramos finalmente a una autoridad que nos pregunta, escribe en El País [El Estado es su jefe abrazando a las víctimas, 03/11/2024] el periodista Xavier Vidal-Folch.

El jefe del Estado llama a los que le abuchean; y vienen. Escucha a los chavales indignados, que protestan porque “se sabía” lo que venía “y no ha hecho nadie nada por evitarlo”, los avisos no les llegaron; y les llama y debate con ellos. Con alerta serena, como dispensado todo el tiempo, sin límite. Ahora les da la paz en gesto insólito, apretándoles los hombros, un abrazo distinto, sobrio, pero intenso. No escapa de ellos, les busca, aplana a los escoltas, aunque la situación sea de riesgo, no solo para la imagen de las instituciones: especialmente de la que él encarna.

¿Riesgo? Incluso para su integridad física, porque entre los que claman justicia y afecto —incluso por medio de gritos terribles, como el de “asesinos”— algunos pasan a mayores, lanzando palos a la comitiva.

¿Peligro? Como al cabo indica el resultado de ese largo contacto, de ese agitado convoy por las calles enlodadas, no era un riesgo imposible, que fuese causado por una mayoría peligrosa; sino el clamor de gentes devastadas y abandonadas, pues se avienen a escuchar a quién sí ejerce responsabilidad, aunque no sea el responsable. Felipe se gana en minutos no solo el sueldo, sino el reinado: ha sabido distinguir espontáneamente el riesgo encauzable de un peligro irreversible, y al afrontarlo de cara, sin escudos, ha ofrecido equilibrio. Ha ganado quizá más, el derecho a ser nombrado simple, amicalmente, por su nombre de pila y sin número de orden, como un predecesor al que, en sus momentos álgidos todos llamaban Juan Carlos. O simplemente, el Rey. Y otro tanto Letizia, minutos más tarde.

El tenso episodio de esta mañana valenciana triste, cuando empezaba a apuntar una mejora en las calles, los suministros básicos, casi la luz al final de un túnel de desgracias, tiene que haber sido útil. Para dar voz e imagen a una desesperación colectiva que se cuenta por centenares de pérdidas en vidas humanas. Expresarse libera, reconforta, desahoga. Para demostrar otra vez lo que tantas veces ocurre: los ciudadanos enarbolamos la indignación justo cuando empezamos a atisbar que las razonadas causas de la misma empiezan a enderezarse, y precisamente cuando se nos tercia encontrar finalmente a una autoridad que con su presencia nos pregunta. Como recuerdo a todos los gobernantes de que en situaciones de emergencia tan o más importante que el qué es el cómo, por ejemplo, la velocidad en afrontar los reveses.

Muchos nos comprometimos con nosotros mismos a no elevar críticas prematuras —salvo la insistencia en reclamar urgencia en las respuestas— hasta que todos los que perdieron sus vidas encontraran descanso digno. Por respeto al sufrimiento. Pero esta protesta habla por todos, y para todos. Para quienes no avisaron a tiempo del desastre cuando ya estaban advertidos del mismo. Para quienes no imprimieron suficiente velocidad a los remedios. Para quienes organizaron con tanta imprevisión esta visita, confundiendo la excelente calidad humana del pueblo valenciano, en la resistencia, en el esfuerzo y en la solidaridad, con una suerte de resignación sumisa y apática. La rebelión es signo de vida. Y encauzarla con entereza, la tarea primordial de la democracia.









De las entradas del blog de hoy domingo, 3 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 3 de noviembre de 2024. Las democracias tienen algunos puntos débiles: en cualquier momento puede salir un líder más o menos carismático con un discurso más o menos apocalíptico que consiga ganar las elecciones con un programa que proponga, más o menos, la eliminación de la democracia, se dice en la primera de las entradas de hoy. En la segunda de ellas, un archivo del blog de diciembre de 2013, decía el autor del blog: A cubierto de todo temor, asistí emocionado a las revueltas estudiantiles en Berkely (California) y en otras universidades europeas que culminarían con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París, en mayo del 68, que a punto estuvieron de acabar con la V República; no estuve allí, pero casi... Al menos en espíritu sí que estuve... La tercera es un poema que comienza con estos versos: Si el hombre pudiera decir lo que ama / si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz... Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










Las paradojas de la democracia

 







Las democracias tienen algunos puntos débiles: en cualquier momento puede salir un líder más o menos carismático con un discurso más o menos apocalíptico que consiga ganar las elecciones con un programa que proponga, más o menos, la eliminación de la democracia, escribe en El País [Las paradojas de la democracia, 23/10/2024] su comentarista de Política Internacional Jaime Rubio Hancock, y podríamos votar el fin del voto...

El sábado publiqué en Ideas un repaso (breve) del pensamiento político de Karl Popper, hoy más recordado por sus contribuciones a la filosofía de la ciencia. El texto se centra, sobre todo, en La sociedad abierta y sus enemigos, el libro en el que critica las grandes utopías y defiende un gradualismo democrático y abierto al debate.

Algo en lo que no pude extenderme, pero que me parece muy interesante, son las tres paradojas de la democracia en las que se detiene Popper. Estas paradojas nacen de debilidades aparentes de las sociedades abiertas y están presentes en el ejemplo (más o menos) ficticio del arranque de esta carta.

1. La paradoja de la democracia. Una mayoría de los ciudadanos podría votar a favor de que nos gobierne un tirano. Popper saca esta paradoja de La República de Platón, donde el griego advierte de que la tiranía podría llegar al poder “por medio de la democracia”, al “convertir a un hombre en su campeón o conductor partidario” y “exaltar su posición, atribuyéndole una supuesta grandeza”.

2. La paradoja de la libertad. Popper también avisa de que “la libertad, en el sentido de ausencia de todo control restrictivo, debe conducir a una severísima coerción, ya que deja a los poderosos en libertad para esclavizar a los débiles”. Por citar un ejemplo de su libro, sin regulación laboral, los empresarios podrían aprovecharse de los trabajadores en situaciones desesperadas, que se verían en situación de “aceptar cualquier cosa para no morirse de hambre”. Sobre el papel, lo harían en libertad.

3. La paradoja de la tolerancia. Esta es la más conocida, sobre todo desde hace unos años, cuando viralizaron vídeos de ciudadanos dando tortas a nazis e incluso se publicó algún libro (buenísimo) sobre dilemas éticos en cuyo título se hacía referencia a puñetazos y fascistas. Según la paradoja, los intolerantes pueden aprovechar la libertad y la democracia para difundir sus mensajes antidemocráticos, lo que podría llevar a “la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.

A pesar de lo que se dice a menudo, Popper no cree que debamos impedir la expresión de ideas intolerantes (o pegar a nazis por la calle, salvo en defensa propia): “Mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, sin duda, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a encontrarnos en el escenario de los argumentos racionales”. Mientras los antidemócratas no rehúyan el debate y recurran “al uso de sus puños y pistolas”, nosotros no debemos reclamar “en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”. No hay que pegar a los nazis: basta con no votarles.

En esta idea han incidido pensadores posteriores como Martha C. Nussbaum y John Rawls. Rawls añadía algo muy interesante en Una teoría de la justicia: la actitud abierta por nuestra parte no es por hacerles un favor a los intolerantes. Los intolerantes no tienen derecho a quejarse si se vulneran sus libertades. Lo hacemos por nosotros, no por ellos, ya que  tenemos el deber de preservar las condiciones que aseguran que la sociedad siga siendo libre y justa.

Para Popper, estas paradojas no son curiosidades intelectuales, sino problemas que pueden poner en peligro la democracia. El ejemplo más claro (y típico) es el de Adolf Hitler: el partido nazi fue el más votado en 1932 y 1933, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta, y Hitler fue nombrado canciller. Y hay casos muy recientes: Vladímir Putin, Nicolás Maduro y Recep Tayyip Erdogan ganaron elecciones y luego procedieron a limar (o a seguir limando) las garantías democráticas, con el objetivo de perpetuarse en el poder. Como dijo el propio Erdogan, “la democracia es un tranvía: cuando llegas a tu parada, te bajas”.

No existe ningún medio infalible para evitar estas paradojas, escribe Popper, pero sí algunas salvaguardas que nos ayudan a enfrentarnos a ellas. Como, sobre todo, los mecanismos que nos permiten elegir al Gobierno y también desalojarlo cuando lo decidamos, además de preservar instituciones libres e independientes que ayuden a garantizar la libertad y la democracia, como la justicia, el parlamento o la prensa.

Esta es la diferencia (como ya comentamos hace unas semanas) entre la Venezuela de Maduro y los Estados Unidos de Donald Trump. Tras las elecciones de 2020, el estadounidense intentó quedarse en la Casa Blanca a pesar de haber perdido las elecciones, pero se encontró con instituciones independientes que le plantaron cara: el Congreso, el Senado, la prensa y su vicepresidente, además, por supuesto, de una gran parte de la ciudadanía. Maduro lo tiene, de momento, más fácil para quedarse en el poder a pesar de que todo indica que perdió las elecciones. Tras años de autocracia ha arrasado con la oposición interna y con la independencia de esas instituciones que deberían actuar de contrapeso a su poder. El objetivo de Popper en La sociedad abierta y sus enemigos no es averiguar cómo lograr el mejor Gobierno, sino cómo evitar totalitarismos y dictaduras: una mala política en democracia es preferible “al sojuzgamiento por una tiranía, por sabia o benévola que ésta sea”. El motivo está claro: al Gobierno malo siempre lo podemos echar, pero con la tiranía la cosa se complica. Es más, que podamos votar y cambiar un Gobierno es uno de los motivos que explican que las democracias sean más prósperas: podemos probar, corregir y mejorar. En cambio, autocracias como las de Putin o Maduro solo pueden ir a peor porque sus errores no tienen consecuencias.










[ARCHIVO DEL BLOG] Añoranzas del 68: "Sous les pavés, la plage". Publicado el 22/12/2013










¡Cuarenta y cinco años ya! ¡Cómo pasa el tiempo!... 1968 fue un año mítico para mí: por razones personales, y por otras también personales -todas lo son si nos afectan- pero de otra índole. Con mi madurez casi como quien dice recién estrenada, ese año había cumplido mi servicio militar en el regimiento de infantería "Inmemorial del Rey" (la más antigua unidad militar del mundo); había obtenido mi primera titulación universitaria; estrenábamos nuestra casa en Las Palmas, en la que aún vivimos; y nacía mi primera hija... Así que, a cubierto de todo temor, asistía emocionado a las revueltas estudiantiles en Berkely (California) y en otras universidades europeas que culminarían con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París, en mayo, que a punto estuvieron de acabar con la V República. Si no triunfó fue porque los sindicatos obreros se echaron para atrás; quizá -pensaron- "esto no va con nosotros". No estuve allí, pero casi... Al menos en espíritu sí que estuve...
De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre aquel mítico "mayo del 68" del que no quedan ni cenizas, yo recuerdo con especial cariño dos anécdotas. La primera, la película "Soñadores" (2003), del realizador italiano Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green, de la que los franceses, siempre tan suyos -algunas veces, con razón- dicen que tiene los senos más bellos del mundo...  La segunda, la que convirtió en lema oficioso de la revuelta estudiantil una pintada realizada con aerosol en la universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines está la playa). 
La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barrera infranqueable a la policía antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos..., por si acaso. ¿Qué queda del espíritu de "Mayo del 68"?, ¿acaso la "spanish revolution" de 2011? Me temo que nada o más bien poco, pero aun visto desde la distancia y el tiempo fue precioso. 
El novelista Andrés Trapiello escribía hace unos días un artículo en La Vanguardia titulado "Parad el mundo", lleno de nostalgia sobre aquellos momentos que algunos tuvimos la dicha de vivir, por simple fortuna de la edad. No solo queríamos parar el mundo para bajarnos, como decían las pintadas, sino para cambiarlo; también pretendíamos ser realistas pidiendo lo imposible, como decía otra; o encontrar la playa bajo los adoquines de París. No pudo ser, pero se intentó.
En YouTube pueden ver dos cortísimos pero muy bellos avances de la película "Soñadores" en los que la revuelta estudiantil parisina es solo el paisaje de fondo; les animo a verlos porque merecen la pena. Y perdónenme el ejercicio de añoranza de un tiempo pasado que quizá no fue ni mejor ni peor, pero que sí fue nuestro. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












Del poema de cada día. Hoy, Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda (1902-1963)

 






SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR


Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


Luis Cernuda (1902-1963)

Poeta español








Las viñetas de humor de hoy domingo, 3 de noviembre de 2024