lunes, 24 de julio de 2023

Del olvido del latín

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Ignacio Peyró, va del olvido del latín. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Lo mejor del mundo era el latín
IGNACIO PEYRÓ
15 JUL 2023 - El Paísharendt.blogspot.com

Estamos más cerca de alcanzar la inmortalidad humana o de poder vivir en Júpiter que del retorno del latín al currículo escolar, pero pedirlo pertenece a una categoría superior a la de las causas perdidas: la de las causas hermosas. No propongo llegar a los extremos de la escuela de Shelley, en la que, a fin de “domar el ardor adolescente”, todo alumno “había leído dos veces a Homero, había expurgado a Horacio y podía componer unos pasables epigramas latinos sobre Wellington”. Sí, nos queda lejos la época en que -leemos en Maurois- las ciencias eran facultativas, la danza obligatoria y la religión se estudiaba con el firme compromiso de no hacerle mucho caso. Pero si era criticable la “sensata frivolidad” de aquellos estudios, ahora lo preocupante es que los profesores de latín pasen a ser más infrecuentes que los linces ibéricos.
A estos profesores los retrató como nadie Evelyn Waugh en el personaje de Scott King, con sus chaquetas color caca y su ligero aire anacrónico: seres más bien ornamentales, que tal vez se sonríen al leer unos versos licenciosos de Catulo para aliviar las horas dedicadas a la sequedad de la sintaxis, y que han venido al mundo a recordar al ignaro que las comas no están para salpimentar el texto o que Venus no sólo es un nombre de club de carretera. A mí me resulta imposible no tenerles afecto: con Hazlitt, venían a mostrar que hay una dimensión distinta a la sumisión fatal a los poderes del día. “Algo calvo y algo corpulento”, como el propio Scott King, yo mismo estuve a un tris (del griego tris, trijós: cabello, pelo) de dedicarme al latín: para mi sorpresa, las Catilinarias me dieron un diez en Selectividad, y entendí aquello como una señal del cielo para dejarlo todo y estudiar Clásicas. Ante una manifestación tan nítida del destino, yo no pude menos que -por supuesto- desobedecer y matricularme en Románicas: en mi descargo puedo decir que no lo hice por afán de lucro. Hoy me arrepiento, pero es difícil no mirar a la propia juventud sin pensar que uno era un poco idiota.
Iba a estudiar la lengua muchos años, en todo caso, y aún recuerdo que, al comprar la Introducción al latín vulgar de Veikko Vaananen en la librería, una profesora me dijo que ella misma se recordaba comprándolo tres décadas antes. Al cabo, si un estudiante de primero de medicina sabe más que Hipócrates, el latín nos ponía en pie de igualdad –de humildad- con los mejores de todo tiempo, de los monjes culones a los grandes ilustrados, y con los años sorprende ver cuánto latín pervive en un párrafo de Jovellanos, un discurso de Lincoln o una tirada de Burke y, por el contrario, cuánto de su fuste echamos de menos en las prosas. Como la lectura o la poesía, la familiaridad con el latín es una gracia diferencial que -al mismo tiempo- no cabe en los CV y distingue a las personas.
Es posible que el latín se les amargara a muchos, pero de alguna manera dejaba el convencimiento de participar de una importancia superior. Al sublime entrecejo de Alain Delon no le suele acompañar el carácter de un Gandhi y, como todo lo hermoso, el latín tampoco lo pone fácil: tras siete años de fatigas, uno solo logró sacar en claro que Ovidio va a ser siempre más listo -y más retorcido- que tú. El primer acercamiento al latín, de hecho, solía ser un flechazo de repulsión: el aprendizaje de las declinaciones es un arte combinatoria que solo puede gustar a quien esté destinado, más adelante, a fetichismos tan alambicados como el derecho procesal. Pero créanme que el del latín es un amor que compensa, capaz -en mi caso- de sobreponerse a un profesor que me profesaba una antipatía ardiente o a un catedrático de gramática latina con más lamparones que camisa.
En El rector de Justin, la gran novela de Louis Auchincloss, el carácter opcional del latín marca el momento en que la modernidad entra en su mundo como una bomba fétida arrojada por la ventana. La vieja escuela deja de ser la vieja escuela y -cabe suponer- al poco llegarían el “conocimiento del medio” y la pretecnología. Bromas aparte, el hurto de las lenguas clásicas a las generaciones jóvenes ha sido una estafa para crear gentes sin raíces y sin una conciencia de lo pasado. De igual modo que una batería en el presbiterio terminaba con siglos de liturgia, al quitar el latín creían limar tiempo para una lengua y cortaban con -literalmente- milenios de transmisión cultural.
De cuando en cuando el latín vuelve a la moda: unos finlandeses –Vaananen lo era- emiten un noticiero en latín o el Vaticano incluye ‘bikini’ en su glosario como vesticula balnearis Bikiniana. Son espejismos. Por supuesto, siempre hay quien defiende el latín como gimnasia mental, o para mejor conocer la propia lengua, o por el gusto por la etimología. Pero la etimología está llena de trampas, para el cerebro lo bueno es leer, y el propio tránsito del latín al español nos hace conscientes de emplear un idioma adecuado a nuestro estado postadánico. A muchos les quedará, de su bachillerato, el recuerdo de que los romanos no hablaban más que de flechas y campamentos, pero alguna suavidad había en una lengua que abordábamos por su flanco más dulce: la conjugación de amar. ¿Por qué el latín? Ni siquiera por la utilidad de lo inútil, por un tributo a la Historia, por afirmar una superioridad cultural. Al final lo amamos porque es de las pocas cosas que -como la rosa, rosae- no necesitan un porqué.






























domingo, 23 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Desvergüenza. [Publicada el 10/08/2015]










La reunión que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y el exvicepresidente Rodrigo Rato mantuvieron el pasado 29 de julio respondía a una petición de este último para tratar de una cuestión de carácter “exclusivamente personal” y “completamente al margen de la situación procesal” en la que se encuentra, según un comunicado emitido este lunes por el ministerio. 
El ministro accedió a reunirse con Rato el pasado miércoles a las doce de la mañana y la entrevista concluyó antes de la una, según la nota. Fernández Díaz "consideró que lo correcto era recibirle en la sede del Ministerio del Interior porque garantizaba absoluta transparencia y no había nada que ocultar. Sin duda era más adecuado hacerlo en la sede del ministerio que en el reservado de un restaurante o en un lugar similar", prosigue Interior.
El ministro "no ha realizado ningún tipo de gestión ni ninguna iniciativa que tenga que ver absolutamente nada ni directa ni indirectamente con la situación procesal del señor Rato", según la explicación remitida por el ministerio. 
Interior asegura que las investigaciones sobre el expresidente de Bankia "las están dirigiendo la autoridad judicial, la Fiscalía Anticorrupción y la Unidad de Inteligencia Financiera (UNIF) de la Agencia Tributaria".
"Cualquier otra actuación que sea requerida de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado lo será en su condición de policía judicial y, por tanto, actuarán en todo momento bajo la dirección de las autoridades judiciales y en ningún momento bajo la autoridad del Ministerio del Interior".
No obstante, la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil está realizando investigaciones sobre el caso después de ser requerida por el juez de instrucción de Madrid que llevaba hasta hace unos días el asunto de blanqueo que se imputa al expresidente de Bankia. El juez aceptó utilizar a la UCO para las gestiones pertinentes a petición de la Fiscalía Anticorrupción, la cual señaló que los nuevos datos que aparecieran en las pesquisas debían ser aportados a "una pieza separada secreta con objeto de salvaguardar el buen fin de la investigación".
Los principales grupos de la oposición han pedido este lunes la comparecencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para dar explicaciones sobre la reunión que tuvieron el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y Rodrigo Rato, exvicepresidente del Gobierno, el pasado 29 de julio en la sede de Interior. Algunos de los grupos políticos incluso han solicitado la dimisión de Fernández Díaz y del propio Rajoy.
El PSOE, a través de su portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, considera "inconcebible" que Rajoy no estuviera al tanto de la reunión mantenida entre Rato y Fernández Díaz. "Esto implica también al presidente del Gobierno y tendrá que terminar dando explicaciones en sede parlamentaria", ha dicho Hernando.
"El Gobierno ha perdido la decencia y la vergüenza y tiene que dar explicaciones", insistía Hernando en declaraciones a la Cadena Ser. "Fernández Díaz tiene que comparecer ante los medios de comunicación; en el Congreso con pelos y señales; sobre quién llamó a quien; por qué se decidió hacerlo en el Ministerio; de qué hablaron. Tenemos derecho a saber de qué hablaron", ha exigido el portavoz socialista.
Hernando ha apuntado que esto es "lo nunca visto" y que desde el Gobierno se desprende una "sensación de impunidad terrible". "Creíamos que el Gobierno no nos iba a sorprender nunca más en materia de corrupción y de delincuencia, pues Jorge Fernández se ha superado", ha señalado. En el PSOE consideran una "interferencia del poder Ejecutivo en una investigación del poder judicial" la reunión.
Ciudadanos también ha apostado porque Fernández Díaz dé explicaciones y, una vez lo haga, valorarán qué reacción le pedirán. "Nos parece absolutamente falto de todo rigor institucional que un ministro se reúna con una persona imputada en dependencias públicas y del Ministerio del Interior, que es el que tiene encomendado por parte del Estado la persecución de los delitos, y entre otros los que está imputado Rato", ha señalado José María Espejo-Saavedra, subsecretario de Organización y Relaciones con partidos políticos de la formación.
Espejo-Saavedra ha considerado que es comprensible que Fernández Díaz "pueda tener una relación de amistad o privada con Rato, que está imputado por delitos graves, pero eso no le da legitimidad para utilizar su cargo para reunirse en dependencias del ministerio". Espejo-Saavedra ha apuntado que "cuando uno es presidente, es responsable de lo que hagan sus ministros, conozca o no" lo que hagan.
Por su parte, la secretaria general de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, ha advertido este lunes de que es "la espina dorsal" del PP y "no solo manzanas" las que están "podridas". Rodríguez ha señalado que el PP se "empeñará en decir que Rodrigo Rato era también una manzana podrida", pero, en su opinión, esta reunión demuestra que "el alma máter de la política económica del PP sigue siendo reconocida por su cúpula".
UPyD ha pedido la dimisión del ministro de Interior y del presidente del Gobierno. Andrés Herzog, portavoz de la formación, ha asegurado que "es intolerable un Gobierno que ampara y protege a los corruptos, y además utiliza para ello los recursos y medios públicos". "Es un nuevo caso de indecencia política del Gobierno del PP, que en vez de perseguir la corrupción, la ampara y la protege", ha añadido Herzog. 
Para el Portavoz de UPyD, "nos encontramos ante una nueva reedición del ya conocido 'Luis, sé fuerte', referido a Bárcenas, pero esta vez con Rato de protagonista". Rosa Díez, portavoz en el Congreso del partido, ha registrado una petición de comparecencia de la vicepresidenta del Gobierno en la Comisión Constitucional y del propio Fernández Díaz en la Comisión de Interior.
IULV-CA también ha pedido este lunes la dimisión del ministerio de Interior, ya que "evidencia que la justicia no es para todos igual". Así lo ha señalado uno de los miembros de la dirección de Izquierda Unida Antonio Ortiz, quien ha apuntado que su partido se une a esta petición de dimisión.
"El encuentro es una evidencia de que la justicia no es para todos igual, hay puertas delanteras y traseras por las que algunos pretenden escaparse", ha subrayado Ortiz. El portavoz de la formación en la Comisión de Interior, Ricardo Sixto, considera "inasumible" que un miembro del Gobierno "reciba en su propio despacho" a una persona con "varias causas penales abiertas" todavía por dirimir, y, menos aún, que el encuentro se produjera "con cordialidad", como explicaron fuentes del ministerio.
Por ello, ha asegurado que su grupo "seguirá de cerca" las consecuencias que puedan derivarse de esta reunión y no descarta exigir en el futuro "un mayor grado de responsabilidad política" a Fernández Díaz por unos hechos que sí están siendo investigados por unidades pertenecientes a su departamento, concretamente por la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, tras la decisión del juez de Madrid de incorporarla al caso por petición expresa de la Fiscalía Anticorrupción". (El País, 10/8/2015).
La reunión en sede ministerial entre Rodrigo Rato y Jorge Fernández Díaz, poco antes de que el juez del caso Rato remitiese la instrucción a la Audiencia Nacional, es un flagrante ejemplo de irresponsabilidad política que exige una aclaración inmediata. Según ha informado este periódico, el pasado 29 de julio el titular de Interior recibió, en un ambiente de "cordialidad" y durante dos horas, al ex vicepresidente del Gobierno, imputado en varias causas y sobre el que pesan gravísimos delitos fiscales y de blanqueo de capitales. Fuentes del Ministerio enmarcaron la reunión en la relación de amistad que les une desde hace años y aclararon que los cuerpos de seguridad adscritos a su departamento son ajenos a las investigaciones que la Agencia Tributaria lleva a cabo sobre las actividades del que fuera todopoderoso ministro de Economía. Sin embargo, ambos argumentos son insuficientes.
El primero de ellos, porque un ministro lo es a tiempo completo y no puede desdoblar su personalidad mientras está en el cargo. Además, la reunión se produjo en el despacho de Fernández Díaz, lo que la convierte automáticamente en oficial. Por eso tienen razón tanto PSOE como UPyD al exigir que el ministro acuda al Parlamento a informar sobre el porqué de ese inoportuno encuentro y sobre el contenido del mismo. 
Pero, sin duda, lo más grave es que el Ministerio no ha dicho la verdad en la segunda de sus alegaciones. A petición de la Fiscalía Anticorrupción, desde hace meses la Guardia Civil colabora con los técnicos de Hacienda a través de la Unidad Central Operativa (UCO). El juez encargó expresamente a esta unidad especializada la investigación referida al posible delito de blanqueo, cuyos indicios han motivado el traslado de la causa a la Audiencia Nacional. De esta forma, la reunión en el Ministerio del Interior adquiere unos razonables tintes de sospecha que ni el Gobierno ni el PP pueden pasar por alto.
Dados los cargos de máxima responsabilidad política nacionales e internacionales desempeñados por Rato, su caso se ha convertido con razón en uno de los asuntos que el PP debe gestionar de la manera más transparente posible. No hay que olvidar que quien estuvo a punto de ser nombrado sucesor de Aznar y cuya gestión económica se ha presentado como modélica posee una fortuna de orígenes no justificados y tiene abiertas varias causas sobre su nefasto papel en Bankia, coronado con el deshonroso episodio de las tarjetas 'black'. A todo eso se añaden los cinco delitos fiscales que pesan sobre él y la nueva acusación de blanqueo de capitales. Tal y como informamos hoy, existe la sospecha de que el ex ministro ha invertido en el hotel que posee junto a su mujer en Berlín, 420.000 euros provenientes posiblemente de comisiones ilegales, obtenidas dureante su etapa al frente de Bankia. Las acusaciones revisten una enorme gravedad si se tiene en cuenta que la investigación sospecha que la cuantía total defraudada ronda los dos millones de euros. Por todo ello, es normal la intranquilidad de Rato, ya que la las penas de los delitos fiscales sumadas a las de blanqueo llevan aparejadas importantes penas de prisión.
Para evitar que las razonables sospechas que la reunión ha despertado entre la oposición y en la Asociación Unificada de la Guardia Civil, que ha pedido la dimisión del ministro, Fernández Díaz debe explicar personalmente cuanto antes los detalles de lo ocurrido". (El Mundo, 10/8/2015).
Sobra todo comentario. En cualquier Estado democrático del mundo mundial el Ministro del Interior estaría ya en su casa, dimitido, porque no habría sido necesario cesarle. En política los errores, que no los delitos, y este evidentemente no lo es, se pagan con la dimisión, pero aquí no. El presidente del gobierno de España, su componentes y el partido que los sustenta están vacunados contra toda tentación de asumir responsabilidades. Ellos, a lo suyo, que desgraciadamente no es lo nuestro. Pero las especulaciones sobre el contenido de esa conversación quedan en el aire mientras el señor ministro del Interior no de las explicaciones pertinentes en sede parlamentaria. El problema es que, a estas alturas, diga lo que diga, no le van a creer ni los suyos, y los ciudadanos corrientes y molientes tenemos todo el derecho del mundo a pensar mal mientras no se nos demuestre lo contrario, aunque lo jure el Ministro del Interior sobre los Evangelios. O quizá precisamente por eso... Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt













De la vileza en política

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor y académico Antonio Muñoz Molina, de la vileza en política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.











La era de la vileza
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
15 JUL 2023 - El País
harendt.blogspot.com

En los sedimentos acumulados en el fondo de un lago de Canadá un equipo de geólogos asegura haber encontrado la prueba de que en Tierra, hacia 1950, empezó la era del Antropoceno, marcada por las perturbaciones de la acción humana sobre el planeta. No es improbable que en un futuro próximo los historiadores sitúen en estas décadas recientes el comienzo definitivo y radical de una nueva época no geológica sino política y moral, y hasta psicológica, que me apresuro a bautizar por mi cuenta como la era de la vileza: aquella en la que habrán desaparecido todos los límites a la manipulación y a la mentira, y en los que la calumnia se difundirá con la desenvoltura de una sonrisa publicitaria y con la eficiencia multiplicadora del estercolero inmundo de la prensa sin escrúpulos y de las redes sociales.
En una fascinante indagación que retrocede milenios, los científicos han encontrado a profundidades distintas, bajo las aguas inmóviles del lago Crawford rastros de polen de maíz que atestiguan los primeros pasos de la agricultura en el continente americano, huellas de las emisiones de carbón en los comienzos de la Revolución Industrial, incluso partículas radiactivas de las primeras explosiones atómicas. Sería urgente alcanzar un grado parecido de precisión al documentar los orígenes, los primeros pasos inadvertidos, las rachas de avance devorador de esta nueva era de la vileza. Lo nuevo tarda en advertirse, incluso cuando se tiene ya delante de los ojos. Sin darnos cuenta llevamos mucho tiempo respirando la vileza sin darnos plena cuenta de su toxicidad, igual que todo el mundo recibía dosis dañinas de radiación ultravioleta antes de que unos científicos dieran la alarma sobre la destrucción acelerada de la capa de ozono.
Que los gases de la vileza ya han invadido sin remedio el aire de la vida pública española lo hemos sentido de golpe al escuchar por todas partes ese eslogan siniestro, “que te vote Txapote”, que provoca una reacción no ya moral sino física, como esa arcada que desata un olor a podrido. Es el tipo de gracia que se hace en un grupo de amigotes unidos por una recia carcajada española, cuando alguien advierte de que no va a ser “políticamente correcto” y cuenta a continuación un chiste de violaciones o de negros. La diferencia es que en la nueva era el chiste y la risotada desbordan el grupito confidencial y se hacen públicos sin pudor ni vergüenza, con chulería desafiante, con un clamor de chusma beoda en el calor tórrido de una plaza de toros. Las redes sociales han universalizado la antigua grosería de la barra de bar y el muro del retrete. La rima cruel, la gracia, la consigna, ahora la repiten en público personas que ocupan cargos públicos y que están seguras de poseer una educación exquisita, y se ve estampada en los laterales de un autobús electoral de un partido político ya agitado de antemano por una inminencia de victoria.
La gracia consiste en asociar al presidente del Gobierno y candidato socialista a un asesino etarra. Y para acompañarla, aunque sin decirla, con cazurrería y descaro, Alberto Núñez Feijóo invocó el aniversario de alguien que merecería al menos el respeto sagrado que se debe a los inocentes y a las víctimas. Un rasgo de la edad de la vileza es la repetición metódica del abuso, la injuria y la mentira. Al volverse habituales no pierden su veneno, pero cada vez provocan menos escándalo. Es posible que los primeros sedimentos de esta nueva época fueran sembrados por este personaje público, siempre más o menos en la sombra, Miguel Ángel Rodríguez, que según dicen asesoró a Feijóo antes del debate, y que hace 15 años usó por primera vez en público, en programas de televisión, a sabiendas de que lo hacía, la calumnia contra una persona del todo honorable. Los residuos de vilezas pasadas los olvida todo el mundo, salvo los que las sufrieron. En 2008, en plena campaña derechista para desacreditar la sanidad pública en Madrid, Miguel Ángel Rodríguez llamó reiteradamente nazi en varias tertulias de la televisión al doctor Luis Montes, antiguo coordinador de Urgencias del hospital de Leganés, acusándolo de haber abusado de las sedaciones de enfermos graves para acelerarles la muerte. El embustero sabe que a partir de un cierto grado la mentira tiene un efecto paralizador, como lo tiene siempre un acto de violencia súbita, un grito, una bofetada. Las mentiras de Miguel Ángel Rodríguez trastornaron la vida y la carrera de un hombre íntegro, que ya había sido objeto de una sostenida persecución política. Los tribunales confirmaron la inocencia del doctor Montes, y condenaron por un delito de injurias a Rodríguez. Ya no importaba nada. El daño estaba hecho. Había enfermos que se negaban a ser atendidos por el médico injuriado. Y el mentiroso y condenado por la justicia convirtió su indecencia en un mérito para su currículum, que ha vuelto a situarlo en lo más alto de la influencia política en España.
En el registro sedimentario de la era de la vileza resaltarán dos fechas aún más fundacionales, dos mentiras tan desvergonzadas como las de Miguel Ángel Rodríguez, pero de mucha mayor resonancia: en 2003, la mentira sobre las supuestas armas de destrucción masiva almacenadas en Irak por Sadam Husein; en 2004, la mentira del Gobierno de José María Aznar sobre los atentados del 11 de marzo en la estación de Atocha. Colin Powell, que tuvo que defender ante las Naciones Unidas una invasión basada en argumentos que él sabía embusteros, se arrepintió siempre de haber sido cómplice de una guerra que destruyó un país entero y provocó más de un millón de muertos. No sin hipocresía, Tony Blair expresó en 2016 “más dolor, remordimiento y disculpa de lo que puede creerse”, aunque siguiera defendiendo la guerra. Incluso George W. Bush habló del “mayor remordimiento de toda” su presidencia, justificándolo, no sin cinismo, en los errores de las agencias de espionaje. De aquel grupo de embusteros, el único que no ha dado muestra alguna de remordimiento ni pedido disculpas ha sido José María Aznar. Sin duda, el aprendizaje de la mentira durante la guerra de Irak le fue muy útil cuando él, su Gobierno y sus afines atribuyeron a ETA los muertos del 11 de marzo, y siguieron alimentando los bulos y sembrando dudas conspirativas sobre esa autoría durante mucho tiempo.
La vileza nos intoxica a todos con solo respirarla. Pero a quien más ofende es a quienes más sufrieron, a las víctimas de un terrorismo y del otro, a los inocentes que perdieron sus vidas y a los que quedaron dañados para siempre, los heridos, los supervivientes, las personas cercanas para las que el paso del tiempo no trae consuelo ni olvido. Para quienes recordamos los días trágicos de julio de hace veintiséis años en los que tuvo lugar el secuestro, la condena, la ejecución de Miguel Ángel Blanco, lo que ha quedado en la memoria es la pena y la ira ante el crimen y la emoción civil de aquellas multitudes que inundaron las plazas de toda España, mostrando con serena contundencia el asco hacia los asesinos y la solidaridad hacia los que sufrían. Hace falta mucha vileza para convertir la memoria de aquel hombre tan joven en un sórdido navajazo político, como hizo la otra noche Núñez Feijóo. Este verano de la nueva era son sus fieles enfervorecidos los que repiten festivamente a coro, esa rima infame que ensucia los oídos de cualquiera, pero sobre todo la boca que la dice. Estoy seguro de que sus residuos van a seguir durando mucho tiempo, infectándolo todo.




























sábado, 22 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Wikileaks o el escándalo de las filtraciones. [Publicada el 01/08/2010]








 




Presuponiendo que lo se cuenta es verdadero y cierto, ¿entre el derecho a la información y la libertad de expresión, pilares fundamentales del sistema democrático, y la seguridad nacional y la defensa del Estado, qué debe prevalecer en caso de conflicto? Dilema casi insoluble, que corresponde resolver en cada caso a los tribunales de justicia en función de cada circunstancia concreta, y siempre a toro pasado. Personalmente, pienso que la libertad de expresión y el derecho a la información deben ceder paso únicamente ante el hecho de que lo divulgado acarré la segura pérdida de vidas humanas inocentes o un incuestionable peligro de muerte para determinadas personas. Pero a priori, y puestos ante el hecho concreto, ¿quién le pone el cascabel al gato?...
"A nadie le es dado anular lo que ha acontecido, pero a todos nos es lícito analizarlo y valorarlo". La frase es del catedrático de Filosofía de la Universidad de Pisa, Nicola Badaloni, y está en el Prólogo que escribió para "La esencia del cristianismo", del filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872), editada por el Círculo de Lectores (Barcelona, 1996) para su Biblioteca Universal de Filosofía. La leía hace unos días por las misma fechas en que saltaba a los medios de comunicación el escándalo de "Wikileaks", y pienso que viene como anillo al dedo para plantearse una toma de posición sobre el alcance y los límites de los conceptos citados al comienzo de este comentario: libertad de expresión, libertad de información, seguridad nacional y seguridad del Estado.  Por cierto, hay una estupenda frase al respecto atribuida al que fuera tercer presidente de los Estados Unidos de América, Thomas Jefferson (1743-1826): "Prefiero vivir bajo un gobierno tiránico, con libertad de prensa, que bajo uno democrático, sin periodicos".
La web especializada en filtraciones "Wikileaks", (en español "Wikifiltraciones") saltó a la fama hace unos meses con la filtración de un video clasificado en el que soldados estadounidenses, en julio de 2007, disparaban de forma indiscriminada en un barrio de Bagdad contra un grupo de civiles y mataban a un cámara de la agencia Reuters. El escándalo sobre los papeles desclasificados de la guerra de Afganistán que "Wikileaks" acaba de publicar en Internet es aún mayor. ¿Cómo consiguió desclasificar documentos ultrasecretos y comprometedores en tan poco tiempo? Según han revelado algunos medios de comunicación y agencias de prensa el mecanismo no es muy complicado: consiste en crear una web donde se invita a los usuarios a “donar” documentos —texto, audio o video— a cambio de no identificar jamás la fuente. Desde que se creó en 2006 la organización ha acumulado más de un millón de documentos.
El fundador de "Wikileaks", el periodista australiano Julian Assange, aseguraba hace unos días que nunca había publicado información que no estuviera contrastada o revisada, y denunciaba que lo relevante de lo filtrado es que la guerra es una cosa maldita detrás de otra, como la continua muerte de niños.
El pasado día 26 el periodista Fernando Navarro firmaba en El País un artículo en el que se preguntaba como una simple página de Internet sin publicidad ni ayudas públicas podía destapar y publicar documentos comprometidos, de alcance internacional, como la ideología xenófoba de un partido político en Reino Unido, el ataque indiscriminado del Ejército de EE UU contra un cámara de la agencia Reuters o, ahora, los papeles que revelan muertes de civiles y el doble juego de Pakistán en la lucha contra los talibanes. Y la respuesta, dice,  solo es una: "sí", desde que existe "Wikileaks".
Un día después, el 27 de julio, el subdirector de El País, y responsable de su sección de Internacional, el periodista Lluís Bassets, en su blog "Del alfiler al elefante", publicaba otro artículo titulado "El poder de la información", en el que analizaba las enormes implicaciones acarreadas por la revelación de "Wikileaks". No sólo por cuestionar la actuación y los métodos empleados por el ejército norteamericano en Iraq y Afganistán, o la lealtad de países presuntamente aliados como Pakistán, sino también, y muy especialmente, porque lo relatado por "Wikileaks" permite a dicha agencia codease ahora de tú a tú con los grandes medios de información y dictarles la agenda ante el hecho, divulgado por su fundador, de que tiene documentos secretos de todos los países del mundo con más de un millón de habitantes, documentos que a estas horas, dice, están afluyendo a decenas con informaciones reservadas, reportajes censurados e historias bloqueadas de muchos países donde el periodismo se halla en dificultades.        
El único problema, concluye Bassets, es que "Wikileaks", a pesar del enorme poderío demostrado no ha tenido todavía un correlato de transparencia interna sobre el funcionamiento, financiación y organización de esta entidad, algo señalado también, añade, por el influyente "Financial Times", que se extraña por la escasa transparencia sobre sus actividades de alguien que se dedica precisamente a exigir transparencia a los otros, y que debería llevarla a desvelar lo antes posible todos los datos sobre su propia actividad, antes de volver a efectuar un nuevo golpe informativo de dimensión mundial. Y este blog, "Desde el Trópico de Cáncer", cumple hoy su cuarto año de vida. Espero que disfruten con su lectura. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt













De las bibliotecas personales

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Rafael Narbona, va de las bibliotecas personales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La biblioteca del fin del mundo
RAFAEL NARBONA 
13 JUL 2021 - Revista de Libros
harendt.blogspot.com

No lo advertí hasta que pasaron unos días. Mi biblioteca crecía con nuevos ejemplares, pero no se trataba de obras que yo hubiera adquirido, sino de volúmenes que irrumpían en los anaqueles de forma misteriosa. No sabía de dónde procedían. Mi mujer me aclaró que ella tampoco los había comprado. Vivimos en las afueras de Algar de las Peñas, casi en el fin del pequeño mundo compuesto por los trescientos habitantes de este pueblo de la sierra norte de Guadalajara. Los dos hemos superado los ochenta años. Intentamos no pensar en la muerte, pero sabemos que nuestro tiempo se acaba. Me llamo Rafael Narbona y fantaseo que mi nombre tal vez dejará un leve rastro en la memoria de los hombres. He publicado más de dos mil artículos y unos quince libros. Se trata de una miscelánea de escaso valor. Espero que la indulgencia de unos pocos lectores permita que mi escritura no se hunda en un olvido total. Me conformaría con ser una nota a pie de página en la historia de la literatura. Me avergüenzo de mi vanidad, pero ¿existe algún hombre que no haya incurrido en esa mancha?
La primera vez en que reparé en la existencia de nuevos ejemplares reaccioné con perplejidad. Media docena de volúmenes en rústica y sin título ni autor en la portada ocupaba el espacio que separaba Mientras agonizo, de Faulkner, de los cuentos de Flannery O’Connor. Parecían haber escogido un territorio fronterizo entre la desolación y la esperanza, el nihilismo y la cada vez más minoritaria fe en el viejo Dios de la tradición cristiana. Alarmado, los hojeé para averiguar de su contenido. Cuando descubrí que hablaban de los habitantes del pueblo, mi perplejidad mudó en espanto. Carecían de mérito literario. Escritos en un estilo impersonal, narraban la vida de mis vecinos y, lo que era más turbador, el momento de su muerte.
Unos días después, aparecieron nuevos ejemplares, esta vez entre la Comedia de Dante y el Ulises de Joyce, dos universos que se repelen, pues uno representa el orden como designio metafísico, y el otro, el desorden como fatalidad ontológica. Examiné uno de los libros y descubrí horrorizado que hablaba de mí. No quise leer la última página. Lo coloqué en el lugar donde se encontraba, pensando que lo más sensato sería destruirlo, pero mi veneración supersticiosa del libro me impidió hacerlo. Además, pensé que si lo quemaba, sería como arrojarme yo mismo a las llamas.
Mi mujer y yo eludimos hablar de lo que estaba sucediendo, quizás pensando que de ese modo convertiríamos el hallazgo de los libros en una borrosa pesadilla, pero una tarde acudió a visitarnos el padre Juan y el azar quiso que sus ojos advirtieran que algo había cambiado en mi biblioteca. Siempre he sido meticuloso con el orden y la limpieza, cultivando en no pocas ocasiones las absurdas simetrías. No agrupo los libros por el tema o el autor, sino por tamaño o colecciones. Esta costumbre pueril tal vez expresa mi miedo al caos. El padre Juan notó de inmediato que un puñado de libros rompía la simetría en un anaquel.
-¿Nuevas adquisiciones?
Se levantó y cogió uno de los ejemplares, un pequeño volumen con las pastas rojizas, las esquinas desgastadas y la cubierta lisa, sin nada que indicara su contenido ni su autoría. Lo abrió y, después de unos minutos leyendo, su mirada se turbó con una niebla de color ceniza.
-Es la historia de mi vida y habla de mi muerte. Menciona la fecha exacta y afirma que seré un muerto entre los muertos, que se borrará de mi mente el pasado y apenas comprenderé el presente. Solo distinguiré el futuro y mi conciencia se extinguirá por completo después del juicio final.
Comprendí que el libro le situaba en el sexto círculo del Infierno de Dante, en la ciudad de Dite, con los epicúreos, que no creían en la vida eterna y que ni siquiera subsistirían como almas arrojadas al abismo. Había oído que el padre Juan carecía de fe, pero que lo ocultaba porque consideraba que ya era demasiado tarde para retroceder. Su vida era una impostura, pero jamás lo reconocería. Además, le afligía pensar en el desaliento que cundiría entre sus escasos fieles, y el regocijo de los que no creían en Dios.
El cura se marchó de casa, balbuciendo frases incoherentes, incapaz de soportar su destino. Una semana después nos visitó Julián. También reparó en el desorden creciente de mi biblioteca. Cada mañana aparecían libros nuevos. Surgían –o nacían- de noche, como intrusos que aprovechan las sombras para asaltar una casa ajena. Cada vez se parecían más a una madreselva salvaje que invade un jardín, aferrándose a cualquier saliente o valla para consolidar su conquista. La simetría se había diluido hasta convertirse en un simple vestigio. Cuando observaba las pocas hileras que aún conservaban su disposición original, tenía la impresión de contemplar los frescos de Pompeya o el Mosaico de la Batalla de Issos, cuyos colores habían sobrevivido milagrosamente a los estragos del tiempo. Mi pequeño paraíso se desmoronaba, pero aún sobrevivían algunos rincones caracterizados por el orden, ofreciendo una resistencia tan hermosa como inútil.
Julián repitió la operación del padre Juan. Extrajo un volumen y lo exploró con sus gafas de vista cansada. Se olvidó de nosotros y leyó casi durante media hora sin levantar la mirada, ni disculparse por ignorarnos.
-Es mi biografía –dijo, guardando las gafas en un estuche-. Habla de mi estancia en la cárcel y del fallecimiento de mi mujer. De mis años como albañil y tipógrafo. De mi soledad y mi tristeza. Y revela la fecha de mi muerte. Incluso dice qué me espera en ese más allá en el que no creo: una quietud inmutable en Malebolge, con la cabeza hacia atrás. Es el castigo que Dante reserva a los falsos profetas.
-¿Por qué? ¿Cuáles son sus profecías?
-Soy anarquista y creí que algún día todos los hombres vivirán en paz, sin propiedad privada ni rencillas. En el fondo, siempre supe que era una creencia ingenua, pero esa idea me ayudó a vivir. Esa idea era una falsa profecía y Dios me condena a mirar eternamente hacia atrás, privándome del futuro. No entiendo muy bien ese castigo, pues en la eternidad ya no habrá tiempo y, por tanto, hablar de pasado, presente o futuro será absurdo.
Julián se marchó más tranquilo que el sacerdote, pero noté en su semblante la sombra que arroja la muerte sobre el que se atreve a mirarla cara a cara. Valeria, la famosa actriz, no reaccionó con la misma calma. Cenó con nosotros un sábado por la noche. Mi mujer preparó una ensalada y tofu, pues Valeria es vegetariana y no consume ni carne ni pescado. Tampoco se viste con prendas de origen animal. Nala, su perrita, y Mindy, mi vieja amiga de cuatro patas, corrieron por la casa, y cuando se cansaron, se tumbaron en el sofá, con los cuerpos muy pegados y los ojos sumidos en un tranquilo sueño que delataba su bienestar. Con un vestido veraniego y la melena roja flotando sobre los hombros desnudos, Valeria habló de sus pasiones: el teatro, el cine, la poesía. Su mirada chispeaba alegremente, pero el azul de sus ojos no podía ocultar el hondo pesar que lastraba su alma. El suicidio de Héctor, su pareja, siempre estaba ahí, introduciendo unas briznas de infelicidad incluso en los momentos más luminosos. Habían pasado muchos años, pero el recuerdo de aquel drama no se había desvanecido.
Cuando Valeria advirtió la confusión que se había apoderado de la biblioteca, no pudo reprimir su estupor:
-¿Qué ha sucedido? Los libros siempre estaban muy ordenados, casi como si respondieran a un propósito estético.
No fui capaz de relatar que cada noche aparecían nuevas obras, amontonándose sin ningún orden ni criterio en las estanterías.
Valeria alargó la mano y cogió un libro con las pastas azules, las esquinas dobladas y el lomo agrietado. Como los anteriores, carecía de título, pero hablaba de algo casi más preciado que su propia vida. Después de leer unas páginas, lanzó un grito y dejó caer el ejemplar.
-¿Qué esto? Menciona el suicido de Héctor, afirmando que ahora es un viejo árbol picoteado por unas horribles criaturas.
Valeria lloró, tapándose el rostro enterrado con las manos. Mi mujer y yo necesitamos mucho tiempo para calmarla y decidimos acompañarla a su casa. Nala y Mindy caminaban detrás de nosotros, cabizbajas y silenciosas, como si comprendieran que había sucedido algo terrible. De nuevo, uno de los libros que se habían colado en mi biblioteca asignaba un destino terrible a una persona cercana. Héctor no había vivido en el pueblo, pero todos conocíamos su historia. ¿Qué clase de horrible demiurgo había creado los libros que habían asaltado mi biblioteca? Me recordaban a los pueblos bárbaros del norte, que incendiaban los pueblos de la costa, quemando y degollando sin piedad. No cometería el error de leer el libro que adelantaba mi destino. Había hecho todo lo posible por olvidar el lugar donde lo había colocado. Vivir en la ignorancia del futuro es un don. Casandra anticipa la caída de Troya, pero su profecía no evita la tragedia. La clarividencia es una maldición.
Los vecinos comenzaron a hablar de la biblioteca. Algunos afirmaban que era una abominación, algo monstruoso que era necesario destruir. En el bar de Martín, los más viejos hablaban de maleficios y demonios, asegurando que un mal espíritu se había apoderado del pueblo. Martín ya no se atrevía a visitarnos y, poco a poco, los vecinos dejaron de saludarnos. Mi mujer tuvo que soportar comentarios despectivos mientras compraba el pan, y yo casi recibo una pedrada mientras paseaba por la orilla del río. Oculto detrás de los arbustos, alguien intentó descalabrarme. ¿Pensaban que de ese modo acabarían con los libros sin título, cuyo crecimiento no cesaba? Ya había segundas y terceras filas, y volúmenes dispersos por pasillos y habitaciones, ocupando toda clase de superficies. Cuando íbamos a sentarnos, teníamos que apartarlos. Mi mujer y yo comenzamos a odiar un formato que nos había proporcionado incontables horas de dicha. Ya no mostrábamos ningún respeto por ellos. Los arrojábamos al suelo con desdén, sin preocuparnos de que las hojas se desencuadernaran. Nos sentíamos como apóstatas que reniegan de sus viejas creencias. Una tarde hicimos una pequeña hoguera, quemando la mayoría de los libros que habían infectado la biblioteca. Fue inútil. Al día siguiente, se habían multiplicado, diseminándose como un virus. Casi parecían burlarse de nosotros, abarrotando las estanterías y apilándose en el suelo como torres. Tuvimos la impresión de contemplar un cuadro de Francis Bacon, con su carne descuartizada, transitando de la palidez al brillo obsceno de la sangre.
El padre Juan, Julián y Valeria se arrepentían de haber compartido su experiencia con algún vecino. No esperaban que la noticia corriera como el fuego, incendiando los ánimos. Una noche vinieron a visitarnos. Lo hicieron de forma clandestina, como si fueran conspiradores. Nos sentamos en el patio trasero, bajo un emparrado que permitía observar las estrellas.
-Tiene que existir una solución –dijo Julián-. Nunca he creído en el destino.
-Es cierto –añadió Valeria-. Cada ser humano escribe su futuro. Nada está fijado de antemano.
-Estoy de acuerdo –intervino el padre Juan-. Dios respeta nuestra libertad.
-¿No sería una buena idea destruir los libros? –preguntó Julián.
-Lo hemos intentando –dijo mi mujer- y ha sido inútil.
-¿Pero de dónde salen? –preguntó Valeria.
-No lo sabemos –dije- y creo que nunca lo averiguaremos. Voy a escribir a un viejo amigo. Confío en su lucidez. Quizás se le ocurra algo.
Me levanté de la mesa y encendí el ordenador, buscando la dirección de mi antiguo profesor de lógica, Álvaro Delgado-Gal. Ya había rebasado los noventa años, pero su lucidez permanecía intacta. Le envié un correo, explicando lo sucedido, no sin pensar que tal vez se preguntaría si había perdido la cordura. Tardó cerca de una hora en contestarme, sugiriéndome que habláramos por el chat. Por supuesto, no manifestó ninguna sorpresa. Su cortesía británica le impedía incurrir en esa forma de impertinencia que consiste en pedir explicaciones racionales para cualquier acontecimiento, por extravagante que sea.
-Perdona que haya tardado en responder –se disculpó.
Pensé que le había sorprendido estudiando el teorema de Gödel o releyendo la Teoría de la justicia de John Rawls, pero me equivoqué.
-Me has pillado con un Tintín entre las manos.
Incapaz de reprimir mi curiosidad, le pregunté:
-¿Cuál?
–El cetro de Ottokar. Fue el primero que leí y cuando llegan los veranos, me gusta volver a él. Es como recuperar un fragmento de mi infancia.
-En mi caso, el primer álbum de Hergé fue Tintín en América. Me lo regaló mi hermano Juan Luis. En francés.
-Yo también leí El cetro de Ottokar en francés. En cuanto a lo que me dices, ¿no has pensado que la vida es una cadena de causas y efectos? Un pequeño cambio altera toda la secuencia, conduciendo a un escenario diferente. En una inferencia lógica, es suficiente incluir una negación para cambiar el resultado. Tal vez esa podría ser la solución.
Mis invitados se mostraron un poco escépticos. No porque desconfiaran de Álvaro, sino porque la fatalidad parece irreversible cuando ha empezado su labor destructora. Sin embargo, cada uno decidió cambiar algo de su existencia. El padre Juan dejó de leer a Cioran y Schopenhauer. Lo hacía a escondidas, pensando que su pesimismo era una fiel descripción de la realidad. Después de dos semanas de abstinencia, comenzó a recuperar la fe, pensando que tal vez Dios no era una fantasía inspirada por el miedo a la muerte.
Julián revisó su concepción de la propiedad privada. Todo ser humano aspira a ser propietario de su casa y de algunos bienes, y eso no es malo. Solo había que poner freno a la acumulación abusiva. Esa reflexión le hizo experimentar el alivio del que renuncia a un sueño imposible.
Valeria se distanció del rencor que sentía por Héctor. En el fondo, nunca le había perdonado que se suicidara. Ahora comprendía que el suicidio no era un acto voluntario. Héctor no podía ser juzgado, sino compadecido. Esa idea hizo que el resentimiento cediera rápidamente hasta desaparecer.
Unas semanas después, los libros que habían invadido la biblioteca habían desaparecido y el orden se había restablecido solo, como cuando un árbol recupera su posición vertical tras el paso de un violento huracán. El incidente cayó en el olvido y Algar de las Peñas recuperó su plácida rutina.
Ha pasado casi un año, pero por la noche a veces escucho un rumor y me levanto sobresaltado, pensando que tal vez ha vuelto la extraña marea que inundó mi biblioteca con ejemplares de inexplicable origen. Si regresara, ni mi mujer ni yo buscaríamos los libros que relatan nuestra muerte. La inmortalidad quizás solo consiste en ignorar ese porvenir donde nuestro yo comenzará a disolverse. Atribuimos una importancia excesiva a un momento que no existirá para nuestra conciencia.
Álvaro me escribió hace unos días, comentándome que la muerte en realidad solo era una falacia ideada por un dios perverso para reducirnos a la impotencia.
-Recuerda la frase de Spinoza: «El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es una meditación no sobre la muerte, sino sobre la vida».
Los filósofos dicen muchas tonterías, pero en algunos casos tienen razón. Sin duda, este es uno de ellos.