martes, 7 de febrero de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Retorno a Wittenberg. [Publicada el 05/01/2018]










Dotado de una fuerza visionaria, Lutero captó hace cinco siglos los apasionados anhelos religiosos de su tiempo. El Reformador era un hombre de pensamiento y oración, preocupado por el futuro de Alemania y de Europa, escribía hace unos días en El País el profesor y catedrático emérito de la UNED Manuel Fraijó, teólogo y filósofo español, discípulo y amigo de grandes pensadores en el ámbito de la teología y la filosofía, como Karl Rahner, Wolfhart Pannenberg, Hans Küng, Jürgen Moltmann y Johann Baptist Metz.
Con cierta impaciencia, comenzaba diciendo, debe estar contando Lutero las horas que faltan para que termine el año de su V centenario. Hay que imaginárselo contento, pero también algo exhausto a causa de tanta conmemoración. Con no poco asombro habrá tomado nota de la visita de los papas Benedicto XVI y Francisco a lugares emblemáticos del protestantismo; especial satisfacción le habrá producido escuchar sus himnos, una de sus mejores herencias, cantados en tantas iglesias católicas; y, como su corazón nunca dejó de ser del todo agustino, le habrá encantado la carta, tan serena y justa, que el prior general de los agustinos ha dirigido a la orden; y él, que tan agrios debates mantuvo con el cardenal Cayetano, habrá leído con asombro y honda satisfacción la excelente monografía que otro cardenal, Walter Kasper, le ha dedicado: Martín Lutero. Una perspectiva ecuménica; especial alegría debe haber sentido al leer el Acuerdo sobre la justificación, un documento ratificado oficialmente por ambas iglesias en el año 1999 que pone de manifiesto que el polémico concepto de justificación no es ya motivo de división; y, cómo no, se habrá interesado por otro documento, este del año 2017, titulado Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta luterano-católico-romana de la Reforma en 2017. Es la primera vez que luteranos y católicos conmemoran juntos lo que ocurrió hace 500 años.
Con no poco agrado habrá tomado nota de la paulatina desaparición de la leyenda de las 95 tesis clavadas por él en la puerta de la iglesia de Wittenberg. En realidad, las envió el 31 de octubre de 1517 a Alberto de Brandemburgo y a algunos obispos. Al no recibir respuesta, las envió a “hombres eruditos”. Fueron ellos quienes las difundieron. Lutero lo lamentó, ya que “no van destinadas al gran público”. Pidió disculpas al Papa, asegurándole que no las retiraba porque ya no estaba en su mano.
Pero tal vez la mayor sorpresa se la habrá dado quien le haya informado de que hace ya más de 60 años los católicos celebramos un concilio, el Vaticano II, en el que se aprobaron algunos temas por los que él tan denodadamente luchó: el sacerdocio general de todos los fieles; el uso de la lengua vernácula en la liturgia; la comunión bajo las dos especies; el protagonismo de los laicos en la Iglesia; la importancia de las comunidades locales; la Biblia como alma del cristianismo y de la teología. No sin cierta melancolía, Lutero habrá recordado su insistencia en la celebración de un concilio que Roma solo convocó en 1545, cuando ya no era posible la concordia. El concilio de Trento llegó demasiado tarde.
Y algo atónito se habrá quedado al leer los elogios que un dominico, Y. Congar, le ha dedicado: “Lutero es uno de los mayores genios religiosos de la historia”. Y sabiamente añade: “Lutero no es el Evangelio. Lo importante es ir hacia el Evangelio juntamente con él”. Por suerte, los insultos de ayer han hecho sitio a los elogios de hoy. Y bien que lo necesita el Reformador. En sus últimos años sufrió notables desengaños y decepciones. Tuvo que ver, por ejemplo, cómo algunos protestantes abusaban de la justificación por la fe para entregarse a la pereza.
Con todo, su principal fuente de preocupación fue la Reforma misma. En sus horas de reflexión y soledad debió recordar cómo en 1483, año de su nacimiento, toda Europa era católica; en 1546, fecha de su muerte, casi la mitad del continente se había separado de Roma. Algo que, como sabemos, no ocurrió sin feroces enfrentamientos y abundante derramamiento de sangre. A Lutero le preocupaba el futuro de Alemania y Europa. Él sabía que no era el único responsable de lo ocurrido: fue decisivo el apoyo de los príncipes alemanes, cansados de las injerencias de Roma y de sus exigencias financieras. Pero sin la fuerza religiosa y visionaria del Reformador nada de lo que ocurrió hace 500 años habría sido posible. Captó como nadie los apasionados anhelos religiosos de su tiempo. Lo que no supo fue encontrar un sucesor apropiado. Lutero, que se definía a sí mismo como “un sajón, un rústico y duro sajón”, terminó enfrentándose con muchos de los que habrían podido sucederle. Th. Mann dirá que el Reformador fue “un bárbaro de Dios con bovina cerviz”. De acuerdo, pero aquel bárbaro de Dios, hombre de pensamiento y oración, contemplaba con honda preocupación el resultado de su propia obra.
Y, probablemente, nada le atormentó tanto como su actuación en la rebelión de los campesinos. K. Marx la califica como “el hecho más radical de la historia alemana”. Los campesinos se sublevaron contra la opresión a la que les sometían la Iglesia y los nobles. En un primer momento contaron con el decisivo apoyo de Lutero, pero cuando este constató que también los campesinos se lanzaban al pillaje, al asesinato y a la destrucción de conventos e iglesias, cambió de bando y animó a los señores a sofocar la rebelión a sangre y fuego; sus arengas son de tenor irreproducible. Al frente de los campesinos iba Thomas Müntzer, llamado “místico con martillo” y “reformador sin iglesia”. A Müntzer no le bastaba la libertad interior que predicaba Lutero, quería libertades concretas, políticas y sociales. Fue ejecutado al fracasar la revuelta en la que perecieron unos 70.000 campesinos. Algunos historiadores afirman que el fracaso de esta revolución adormeció por un par de siglos la actitud del pueblo alemán ante los desmanes del poder. Y analistas políticos bienintencionados sostienen que, si Lutero se hubiese aliado con los campesinos, habría corrido su misma suerte y nos habríamos quedado sin Lutero, sin Müntzer, y sin la Reforma. Parece una hipótesis plausible.
A partir de 1525, fecha de la derrota de los campesinos, Lutero entró en una crisis de la que ya nunca se repuso. Su prestigio declinó rápidamente. También su boda, celebrada en el mismo año 1525, sirvió de mofa para sus enemigos y de disgusto para sus amigos. Se había iniciado el declive del Reformador. El hombre que entre 1500 y 1530 publicó el 20% de los textos editados en Alemania se fue quedando sin inspiración. “Culpable” fue también el cuidado de sus seis hijos.
El final le llegó en la noche del 17 de febrero de 1546. Ocurrió en su pueblo, en Eisleben. Fue la muerte serena de un gran creyente cristiano. En realidad, Lutero deseaba ya el final: “He vivido mi vida, ya es hora de que me reencuentre con mis mayores”. Durante sus últimos años no podía andar, lo trasladaban en un pequeño carro. Su cadáver fue trasladado de Eisleben a Wittenberg donde se le tributaron impresionantes honras fúnebres. Melanchthon, su discípulo más fiel e inteligente, pronunció una emocionada oración fúnebre. La concluyó con estas palabras: “Se ha ido el carro y el auriga de Israel”. Después de este agitado 2017, el “auriga” retornará a su silencio de Wittenberg en espera del próximo centenario.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt










lunes, 6 de febrero de 2023

De la cultura de la cancelación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filósofa Rosa María Rodríguez Magda, va de la cultura de la cancelación. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Sobrevivir a la cultura de la cancelación
ROSA MARÍA RODRÍGUEZ MAGDA
04 FEB 2023 - El País

Hay una parte del mundo, la nuestra, donde no tanto el poder sino la propia sensibilidad del individuo genera un orden despótico y una reescritura de la realidad. Lo novedoso, en las sociedades democráticas estables, es que ya no se lucha de manera violenta e incluso sangrienta para cambiar una realidad impuesta a los sujetos —como en otros tantos puntos del planeta—, sino que se borra esa realidad y se la resetea y reformula para adecuarla a una blanda sensibilidad indignada. Todo lo que no encaja con esa hipersensibilidad de la ofensa vestida de exigencia moral es denunciado, perseguido, hecho desaparecer, cancelado.
Aunque abundan en el mundo gobiernos tiránicos, sin embargo, en las democracias occidentales el poder busca adoptar una faz suave, no desea mostrarse como Leviatán dominador. Y mientras los gobiernos intentan sibilinamente disfrazar su autoritarismo, lo vemos crecer donde residía la esperanza de la rebelión: en los individuos.
Durante mucho tiempo se consideraron dos polos opuestos: por un lado, los individuos; por otro, el poder que los anulaba. Con posterioridad se ha profundizado en la manera inconsciente en que los humanos introyectan ese poder y obedecen a las normas sin percatarse de ello, con la vana ilusión de ser libres.
Han sido las dictaduras las que, habitualmente, han impuesto la represión, aun cuando, en buena medida, las reglas pudieran ser asumidas por los sujetos, en una “servidumbre voluntaria”. La represión (no solo sexual) se ha sublimado con justificaciones morales, religiosas o sociales: pareciera, pues, que una desublimación debería llevarnos a una verdadera libertad. Pero ya Herbert Marcuse acuñó el término “desublimación represiva” para mostrar cómo bajo el rostro de la supuesta libertad anidaba la coerción asumida. La hipersexualización festiva no nos libera de la normatividad —hoy diversa, deseante e inclusiva— con la que se dibuja el mapa de su verdad.
El famoso panfleto ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, el 15-M, incluso el gesto huraño de Greta Thunberg proponían un levantamiento frente a un mundo adverso, injusto, depredador…, todo ello parece diluirse en un narcisismo ofendido plagado de censura, persecución y ferocidad, en el que la emoción sustituye a la razón.
Tomar la Bastilla o conquistar el Palacio de Invierno se han convertido en viejos símbolos de ese derrocamiento del absolutismo, fueron objeto de revoluciones, alimentadas por teorías (la Ilustración, el marxismo). Actualmente, la sentimentalidad sustituye al andamiaje teórico, no se busca un cambio social sino un resarcimiento de la identidad herida. No se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla también retrospectivamente, y forzar el asentimiento público y legal de esa depuración: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la corrección política.
La cultura woke realiza la siguiente traslación: me siento ofendido, luego hay una verdadera ofensa (salto del sentimiento a la objetividad), toda disensión es una muestra de odio (se rechaza la argumentación), luego quienes así me ofenden merecen ser cancelados (yo no odio, reparo la injusticia, se dice el cancelador).
Asistimos a una omnipotencia del deseo que borra a quien no demuestra la corrección requerida, y, por otro lado, a una manipulación de la culpa. Nunca podremos estar a la altura de quien pertenece a un colectivo oprimido —o intenta mostrarse como tal—, su herencia de humillación hace que cualquier palabra pueda reabrir la herida, no cabe hablar, razonar, sino solidarizarse con su opresión, hacernos perdonar el pertenecer al grupo de los opresores.
Además de los dramas personales que pueden sufrir los “cancelados”, me parece importante señalar una consecuencia sustancial: la cultura cancelada, y, más allá de ello, la cultura falseada. Todos aquellos libros y películas que dejan de recomendarse porque contienen elementos ahora prohibidos. Y aún más: por ejemplo, no solo HBO quita de su catálogo Lo que el viento se llevó, sino que, traicionando la historia, elige una actriz negra como Ana Bolena en su miniserie del mismo título, similar afán el de Garth Davis en su filme María Magdalena al convertir a San Pedro en un hombre de color. ¿Es ese el camino efectivo para superar el racismo? Y ante cualquier otra incorrección, ¿ocultaremos obras artísticas?, ¿resucitaremos el índice de libros prohibidos o solo reescribiremos algunos párrafos? ¿Por qué no la contextualización crítica en vez de la censura?
Lo real no importa, es imperfecto, mi deseo debe imponerse —piensa el nuevo narciso censor—. Cambiamos el pasado, los cuerpos, la naturaleza. El sentimiento genera derechos, leyes, realidad. Ese es el trasfondo de lo woke, inscrito en lo que Michel Foucault denominó el “régimen de verdad” —o de ficción— de nuestra época.
Estamos perdiendo la realidad, la historia, y convirtiendo la cultura en un cuento para niños temerosos y malcriados que no soportan el menor rasguño, pero pueden empujar a la nada a quienes no comparten su visión. Debemos prepararnos para sobrevivir a los puñales envueltos entre algodones.





















[ARCHIVO DEL BLOG] Sortu y el Digesto de Justiniano. [Publicada el 10/04/2011]










Después de mi entrada del pasado 7 de febrero, "Servidumbre y grandeza de la democracia", que concluía con una apelación a esperar la resolución final de los jueces, no tenía la menor intención de volver a escribir sobre el asunto de Sortu, el grupo político de la izquierda radical vasca al que la ha sido denegada por el Tribunal Supremo su inscripción como partido y con ello la posibilidad de presentarse a las elecciones locales del próximo mes de mayo. Un hecho reciente, la manifestación de ayer sábado en Madrid de diversas asociaciones de víctimas del terrorismo contra toda posible legalización de Sortu, me anima a plantear de nuevo algunas consideraciones al respecto. 
Sobre la manifestación de ayer quisiera dejar constancia de mi respeto por las asociaciones convocantes de la misma pero también de mi desasosiego por los insultos al gobierno, que no por esperados y reiterativos, dejan de ser preocupantes por lo que tienen de demagógicos y sobre todo de falsedad al acusarle de complicidad con los terroristas. Que lo digan los manifestantes, puede admitirse porque forma parte del guión; que lo piense y lo diga el partido que aspira a sustituir al gobierno de la nación en 2012 resulta desvorgonzado pero sobre todo clarificador sobre el concepto de democracia que manejan algunos dirigentes del PP. 
Desde mis profundas convicciones federalistas siento una animadversión rayana en el desprecio por el nacionalismo radical e independentista, pero ese juicio moral (o prejucio, si lo prefieren así) por mi parte, no puede ser óbice para reafirmarme en los criterios que exponía en la entrada citada del blog. Me gustaría reproducir una frase del político frances Georges Clemencau, pronunciada a finales del siglo XIX en relación con el afer Dreyfus: "Cuando se infringen los derechos de uno se infringen los derechos de todos". ¿Esa afirmación presupone por mi parte reconocer a Sortu su derecho a participar en política siempre que respete  la legalidad vigente? Por supuesto que sí. Me remonto al Derecho Romano, y en concreto al Digesto (Aranzadi, Pamplona, 1968) de Justiniano, publicado el año 533 d.C., base y fundamento del derecho civil occidental, en el que se recoge el famoso aforismo "In dubio pro reo" (Digesto: L, 17, 155), obviado por el Tribunal Supremo en su sentencia a juicio de siete de los dieciséis magistrados de la Sala 61 que ha dictado la resolución denegando la inscripción de Sortu en el registro de partidos políticos. 
No voy a entrar en el análisis material del contenido de la sentencia mayoritaria ni del voto particular de los magistrados discrepantes de la misma. De cualquier modo se trata de una resolución de indudable importancia jurídica porque es la primera vez que una minoría de nada menos que un 44% de los magistrados de una Sala del Tribunal Supremo anteponen la primacía de los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución a los ciudadanos, entre ellos el de participar en política mediante la formación de partidos, a cualquier otra consideración legal o de oportunismo político.
Les confieso con cierto pudor que el desencadenante, trivial y anecdótico, que me ha empujado definitivamente a publicar este entrada tan políticamente incorrecta ha sido una película vista esta misma tarde por televisión: "Cinco minutos de gloria", un film del año 2009 del cineasta alemán Oliver Hirschbiegel, interpretado por Liam Neeson y James Nebit, sobre la violencia  política y terrorista que asolaba Irlanda del Norte hace una treintena de años, pero también, conseguida la paz, sobre la necesidad del perdón y del olvido. Sino somos capaces de entender algo tan sencillo como esto es que no hemos entendido nada... 
Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











domingo, 5 de febrero de 2023

De las voces de las mujeres afganas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Asne Seiesrstad , va de las voces de las mujeres afganas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Una tenaza mortal en Afganistán
ÅSNE SEIERSTAD
03 FEB 2023 - El País

El día de Nochebuena, a las seis en punto de la mañana, me despertó el sonido de mi teléfono móvil. “¿Has oído los rumores de que no van a permitir trabajar a las mujeres?”. El mensaje de texto venía de Kabul. Era de una joven a la que conocí en Afganistán cuando estuve allí para documentar el primer año del regreso de los talibanes al poder. Me había hablado de su infancia feliz, su ambiciosa época universitaria, su cruel caída y, ahora, un futuro anulado. Soñaba con ser jueza y era una de las mejores de su promoción de Derecho. Ariana era una de las afganas que amaban Estados Unidos; tenía Netflix en el móvil y a Beyoncé en los oídos y aguardaba con ilusión las oportunidades que podía darle una buena educación. Una de las chicas a las que Occidente celebraba como parte de su idea de la evolución de Afganistán hacia la democracia —con ayuda occidental—, hasta que los talibanes destrozaron sus sueños y Occidente la abandonó.
“Esto va a acabar con nuestra vida. Mi corazón no puede más”, dijo.
Hacía cuatro días que los talibanes habían anunciado que se impediría el acceso de las mujeres a las universidades del país, con efecto inmediato. Otro mazazo más. Como de costumbre, los talibanes les echaron la culpa a ellas. “Hemos ordenado a las jóvenes que lleven hiyab, pero no han obedecido. Iban vestidas como si fueran a una boda”, declaró el ministro de Educación Superior, Neda Mohammad Nadeem, a la televisión estatal, dirigida por los talibanes. Los gobiernos occidentales, los dirigentes musulmanes y la ONU protestaron. Los talibanes se encogieron de hombros.
El rumor que había oído Ariana resultó cierto. Ese mismo día de Nochebuena, me envió el decreto que prohibía a las mujeres trabajar en organizaciones nacionales e internacionales. Luego envió un mensaje de voz. Tuve que reproducirlo varias veces para entender lo que decía entre sollozos. “No valemos nada en este mundo. No tenemos derechos. Ni siquiera puedo llamarme ser humano”, dijo llorando. “Tenemos que casarnos con un hombre que nos elige alguien y vivir bajo las reglas que fijan otros. Poder trabajar era la única razón que tenía para vivir”.
Unos talibanes divididos
Durante las Navidades, los ministros de Asuntos Exteriores de todo el mundo enviaron nuevas protestas a los talibanes, apenas unos días después de las anteriores. Su jefe designado, el emir Haibatullah Ajundzada, guardó silencio, mientras su portavoz señalaba la ley islámica.
El líder supremo tiene un lema que puede resumirse así: “Hacemos exactamente lo que queremos”. O, para ser más precisos, “hacemos lo que yo quiero”. Conocer la estructura de poder de los talibanes es importante para comprender el trasfondo de todo lo que ha sucedido desde que se adueñaron del país en agosto de 2021. En Kandahar, al sur del país, Haibatullah se rodea de un estrecho círculo de consejeros teológicos. Cuando toma una decisión, se envían los decretos. Y los decretos se parecen cada vez más a la forma que tenían los talibanes de gobernar en los años noventa, hasta que quedaron diezmados por los ataques aéreos estadounidenses después del 11 de septiembre.
Más al Norte, en Kabul, está la sede del Gobierno. Ahora, por primera vez, varios ministros se han atrevido a expresar su descontento con las nuevas políticas, es decir, con su líder. Uno de los que se han encarado con el emir es el ministro de Asuntos Exteriores, Amir Jan Muttaqi, que prometió educación para las niñas después de volar a Oslo en un jet privado para una serie de reuniones en enero del año pasado. Otro es el hombre responsable de los ataques más letales contra las tropas occidentales durante el régimen anterior, el poderoso ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani, que figura en la lista de los más buscados del FBI. El ministro de Defensa, Mohammad Yaqood, hijo del antiguo emir, el mulá Omar, también ha criticado las restricciones.
No es que estos hombres sean moderados precisamente, pero sí son más pragmáticos y mejores estrategas que los clérigos de Kandahar. Quieren que Afganistán tenga reconocimiento internacional e influencia en la región y se dan cuenta de que las nuevas restricciones deterioran la reputación del país y agravan su aislamiento. En la actualidad hay tal tensión entre estos ministros de Kabul y lo que llaman “la milicia de Kandahar” que los dos bandos han empezado a movilizarse. Tanto el ministro del Interior como el de Defensa disponen, cada uno, de varios miles de combatientes leales y acceso a grandes cantidades de material militar que las Fuerzas Armadas estadounidenses dejaron atrás.
Oportunidades desaprovechadas
Cuando los talibanes recuperaron el poder en 2021, dieron la impresión de haber cambiado desde su periodo anterior en el Gobierno. Occidente se mostró dispuesto a ser paciente, aunque nos irritó que no hubiera mujeres en el Ejecutivo y que apenas hubiera representación de minorías étnicas o de grupos políticos distintos de los talibanes. Una parte importante de los activos del Tesoro afgano, que el entonces presidente, apoyado por Occidente, Ashraf Ghani, había depositado en bancos estadounidenses, quedaron congelados. Ese iba a ser nuestro instrumento de presión.
Pero, en realidad, se lo pusimos casi demasiado fácil a los talibanes. Con que hubieran incluido a unos cuantos opositores políticos, hubieran cumplido las promesas hechas en las negociaciones de Doha del año anterior de no llevar a cabo atentados ni proteger a grupos terroristas y hubieran abierto escuelas secundarias para niñas, podrían haberse encaminado hacia el reconocimiento político.
Pero lo que sucedió fue que el Ministerio de la Mujer se convirtió en el Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. La educación se segregó, las clases infantiles se dividieron por sexos y en las universidades se pusieron entradas y aulas separadas para hombres y mujeres. Los alumnos, tanto niños como jóvenes, solo podían tener como enseñante a alguien de su propio sexo o a un mulá de más edad. Y el primer gran mazazo llegó en marzo del año pasado, cuando no se abrieron los centros de enseñanza secundaria para niñas como se había anunciado.
La realidad acabó siendo peor que los decretos. Los guardias de a pie campaban a sus anchas. Si las estudiantes se sentaban en un banco, las azotaban. Al mínimo mechón de pelo que mostraran, las golpeaban. Amenazaban a las chicas que rebasaban las pocas horas que les permitían estar en el campus universitario antes de que llegaran los chicos, que disponían del resto del día. De quienes terminaron la carrera en el primer semestre del año pasado, solo obtuvieron el título los chicos. A las chicas les dejaron claro que lo recibirían cuando Occidente levante las sanciones.
Ariana era una de esas jóvenes.
El verano pasado se impusieron nuevas restricciones sobre la vestimenta y la forma de cubrir el rostro. Hubo nuevas restricciones en el transporte y, desde entonces, las mujeres tienen que viajar acompañadas de un familiar varón en los recorridos largos. En otoño se prohibió a las mujeres entrar en parques, recintos feriales, gimnasios y baños públicos. En Adviento, los talibanes llevaron a cabo su primera ejecución pública y en diciembre, en varias provincias, mandaron azotar a cientos de afganos por comportamiento inmoral.
En el momento de escribir este artículo, varias organizaciones internacionales, incluidas algunas pertenecientes a la ONU, han detenido temporalmente sus actividades en protesta por la prohibición a las mujeres de trabajar. Las organizaciones humanitarias han declarado que nunca sustituirán a las mujeres que trabajan en ellas por hombres y que las necesitan para llevar a cabo su misión. Por el contrario, la ONU presiona a algunas organizaciones para que sigan adelante con sus proyectos exclusivamente con hombres. Ya se han plantado las semillas; ¿hay que dejar que se echen a perder si no se permite que las mujeres vuelvan a trabajar?
¿Unas medidas más enérgicas?
El mundo lleva año y medio siendo paciente. La pregunta es: ¿qué fuerza tenemos frente a nuestro viejo enemigo, un antiguo grupo terrorista con todo el tiempo del mundo?
Durante 20 años se inyectaron enormes sumas de dinero en Afganistán, destinadas al desarrollo y la educación, a la construcción del Estado y a que las fuerzas militares de la OTAN entrenaran y equiparan al Ejército Nacional Afgano. Casi tres cuartas partes del presupuesto del Gobierno anterior procedían de Occidente. Gran parte de ese dinero desapareció. Los criados infieles perfeccionaron el arte del robo. Los generales afganos inflaron las cifras del ejército y se embolsaron los sueldos de soldados imaginarios. Solo en el último año antes de que los talibanes recuperaran el poder, salieron de un país cada vez más pobre casi mil millones de dólares en efectivo.
Los talibanes tienen menos dinero que el régimen anterior, pero reciben una cuantiosa ayuda de Occidente. El sector de la sanidad está financiado en su mayor parte por el Banco Mundial. Esa ayuda sí llega a la gente, pero ¿qué tipo de vida y qué sociedad estamos ayudando a sostener?
También puede resultar peligroso aislar a los talibanes. La última vez que se hizo, el resultado fue una guerra civil, campos de entrenamiento de Al Qaeda y la aparición de Bin Laden. Occidente cree en el diálogo; lo malo es que los líderes talibanes, cuando asisten a reuniones diplomáticas, asienten y hablan, acaban haciendo lo que les da la gana. ¿Podemos aumentar la presión? ¿Podemos tomar medidas más enérgicas? ¿Podemos retener fondos, incluso la ayuda de emergencia, si no respetan los derechos humanos básicos?
A los afganos que están plantando cara a los talibanes les aguarda una tarea abrumadora. Jamila Afgani, exministra del Gobierno de Ashraf Gani y activista en favor de las mujeres, cuya vida describo en mi libro The Afghans, de próxima publicación, pide que haya una estrategia común y un mayor compromiso de la comunidad internacional. Quiere una postura más firme y tajante sobre la participación de las mujeres en Afganistán y nos pide que exijamos la anulación inmediata de los últimos decretos.
Un problema es la falta de unidad internacional. China acaba de firmar un importantísimo acuerdo petrolero con los talibanes. Se cree que Afganistán tiene unos recursos minerales y energéticos sin explotar por valor de más de un billón de dólares. Otros países como Turquía también están pensando en invertir en el sector energético afgano.
Las sanciones de Occidente no han conseguido que cambie nada. Ahora el dilema es si servirá de algo aumentar la presión económica y si podemos aceptar las penalidades que eso provocará. Tenemos que reconocer que, después de 20 años de guerra, Occidente tiene poca capacidad de influir en los talibanes. Una posibilidad sería presionar a los países musulmanes para que ellos presionen a los talibanes. Necesitamos tener una postura más unida.
Radicalización
La guerra lleva inevitablemente a la radicalización. Mientras Ariana aprendía por su cuenta las letras de Naughty Girl y Single Ladies, de Beyoncé, en los pueblos, los chicos de su generación, nacidos alrededor del cambio de siglo, aprendían de memoria otros textos en las madrasas —escuelas islámicas— de los talibanes o de la red Haqqani. Muchos de los jóvenes soldados talibanes son analfabetos, pero dominan dos cosas: su Kaláshnikov y su Corán. Entre los combatientes que he conocido en este último año, los más jóvenes eran los más extremistas. Su visión del mundo me recordaba más al ISIS, con su objetivo de la yihad global, que a las tradiciones pastunes, más patriarcales y provincianas, de los talibanes.
En los últimos tiempos han empezado a afilar los cuchillos varios grupos yihadistas. La sección afgana del Estado Islámico, el ISIS-K, ha sido la mayor amenaza para la seguridad de los talibanes en 2022, con ataques o atentados suicidas cada semana. El grupo considera que los talibanes son apóstatas y marionetas de Occidente.
Los jóvenes soldados talibanes con los que estuve cuando recogía material para mi libro pensaban que el ISIS-K es su enemigo más temible, pese a que no están muy alejados desde el punto de vista ideológico. Les gustaba ver vídeos de sus misiones suicidas y estaban deseando enseñarme en el móvil sus cuerpos reventados. Yo sentía escalofríos. No por la sangre ni por los cuerpos deformados, sino cuando veía sus rostros. Eran todos lamentablemente jóvenes. Parecían nacidos durante la presencia de la OTAN en su país. Y ese no es un buen presagio.
Hay que levantarse
Con el extremismo de las nuevas medidas, el silencio está a punto de romperse. Ha sido como si se hubiera instalado un trauma y hubiera callado a los políticos que antes decían algo. ¿Quizá porque fracasaron estrepitosamente? Pensaron que podían librar una guerra con una mano y construir el país con la otra, mientras hacían la vista gorda ante la corrupción que despojó al régimen de su legitimidad. Es como si se hubieran olvidado estos 20 años.
Occidente dejó de animar a chicas como Ariana. Al fin y al cabo, lo único que hacen es estar sentadas ahí, en silencio.
Me llama con frecuencia. Me contó que una mañana su padre había ido a la mezquita del barrio. Un hombre se levantó después del rezo y gritó: “¿Quién dice que las niñas no deben aprender? ¿Quién se atreve a impedir que nuestras hijas y hermanas vayan a la escuela? ¿Por qué estamos todos callados?”
“¡Dios es grande!”, replicó un hombre en solidaridad. “¡Allahu Akbar!”, resonó.
“Estoy dispuesto a morir por el derecho de mis hijas a la educación”, continuó el hombre, de pie en medio de la congregación. “Negársela es el mayor pecado. Quienes estéis de acuerdo conmigo, ¡levantaos!”.
En ese momento, me dijo Ariana, llegaron unos soldados talibanes para apresarlo. Pero entonces los asistentes se levantaron, uno tras otro. Hasta que todos en pie, incluido el padre de Ariana, gritaron a los soldados: “¡Arrestadnos a todos! ¡Si os lleváis a uno tendréis que llevarnos a todos!”.
No es posible crear un Afganistán más justo sin que las mujeres luchen por sus derechos. Y tampoco se logrará la justicia sin que los hombres las apoyen. Pero necesitan que el resto del mundo acompañe sus exigencias con todo el peso de su poder. Debemos debatir sobre la forma de encontrar el equilibrio entre la presión y la ayuda ininterrumpida. ¿Quién será el primero en levantarse?



















[ARCHIVO DEL BLOG] Entender la política. [Publicada el 12/03/2016]









El antecedente inmediato de este "A vuelapluma" de hoy está relatado en mi entrada del pasado 6 de febrero titulada ¿Por qué nos frustra la política?, así que a ella remito a los interesados.
Dejaba allí expuesto el comentario, crítica o reseña (no tengo muy clara la diferencia entre una cosa y otra), que el abogado, profesor y ensayista que es José María Ruiz Soroa hacía en Revista de Libros del texto del también como él profesor en la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity, La política en tiempos de indignación (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015). 
Cita Innerarity en la introducción del libro a Hannah Arendt y su ¿Qué es la política?, tan reiteradamente mencionado por mí en el blog, y su afirmación de "que quien quiera hoy hablar acerca de la política ha de comenzar con todos los prejuicios que se tienen contra ella". Y no otra parece ser la intención del profesor Innerarity en La política en tiempos de indignación; un libro interesantísimo que creo va a pasar a ser, junto al de Hannah Arendt, uno de mis textos de cabecera. Absolutamente necesario para entender de qué va eso que llamamos política.
Más adelante, al inicio del capítulo quinto de su libro, titulado "El tiempo político", el profesor Innerarity plantea algunas cuestiones previas que son absolutamente necesarias para intentar entender la forma de hacer política en estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir.
La contingencia es la sombra inevitable de la política, dice, una propiedad en virtud de la cual todo lo presente está atravesado por la duda de lo posible. Pensar y actuar políticamente es adentrarse en un espacio en el que domina la sensación de que las cosas podrían haber sido de otra manera y haberse decidido de otro modo, o demasiado pronto, sin razones suficientes, o con las necesarias, pero cuando ya era demasiado tarde. En el torbellino de la vida política, sigue diciendo, agobiados por lo inmediato y constreñidos por los grandes factores que entran en juego, quienes intervienen en ella como algo más que meros espectadores experimentan una intensa incertidumbre. Al mismo tiempo que los principales protagonistas hacen historia son juzgados por sus contemporáneos, y este doble juicio -el de los historiadores y el de los votantes- raras veces coincide, lo que suele obligarles a tener que optar por la aprobación de unos sabiendo que así se ganan las iras de los otros.
No entender, continúa diciendo, esta peculiaridad del oficio político -la incertidumbre que caracteriza y que rebela también la naturaleza de nuestra condición política, con independencia del grado de compromiso con el que nos dediquemos a ella- nos impide entender de qué va, condición para que podamos juzgarla con la severidad que se merezca. Los ciudadanos deberíamos hacer el esfuerzo de criticar a nuestros representantes con toda la dureza que sea oportuna, pero sin que esa crítica se lleve por delante a la política como tal, algo que pasa siempre que les juzgamos sin haber comprendido para qué sirve la política y cuáles son sus condiciones. Me temo -añade- que el actual linchamiento hacia una dedicación tan necesaria, aunque se justifique por la indignación que provocan los casos de corrupción o de especial incompetencia, pone de manifiesto que no hemos comprendido bien hasta que punto es necesaria la política en una sociedad democrática y cuáles son las limitaciones que proceden no tanto de la clase política como de nuestra condición políticaEspero haber suscitado su interés y que ellos les lleve a la lectura de los enlaces y textos mencionados en la entrada. 
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









sábado, 4 de febrero de 2023

De las trampas de la derecha

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Carmen Domingo, va de las trampas de la derecha. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Hitchcock y las trampas de la derecha
CARMEN DOMINGO
01 FEB 2023 - El País

Fue el director británico Alfred Hitchcock quien, a comienzos del siglo XX, popularizó la palabra McGuffin tratando de explicar algunos de los secretos de los guiones de sus películas. El concepto era simple: crear un elemento de suspense que hace avanzar la trama, aunque en realidad no tenga la mayor relevancia en ella. Por resumir: una excusa, una distracción, que, aunque puede ser vital para los personajes, no la tiene para el desenlace narrativo. Dicho de otro modo, una estratagema de la que se valía como director para desconcertar al espectador y darle un giro inesperado a la trama. Humo.
Pero no solo se utiliza en el cine. Poco tardó el marketing en apropiárselo y, algo más tarde, la política —que quizás también tenga algo de marketing, dicho sea de paso—. Y, la verdad, mentira me parece que, utilizando un recurso que en realidad existe desde que la humanidad empezó a contar historias, todavía logren colárnosla.
Pero vayamos por partes y busquemos McGuffins patrios. ¿A qué obedece que Alberto Núñez Feijóo se despierte un día y proponga que gobiernen las listas más votadas de los ayuntamientos, tan solo cuatro meses antes de los próximos comicios, a sabiendas de que, obvio, no existe viabilidad legislativa alguna para hacerlo posible, y que, incluso, sería una mala política en muchos lugares donde ellos gobiernan gracias al apoyo de otros partidos sin ser los más votados? ¿No será que quieren distraer nuestra atención llevando el debate político a un campo estéril e imposible legislativamente, donde intentan presentarse como los más democráticos y centrados, intentando expulsar del poder cualquier opción diferente del bipartidismo? O sea, humo.
¿Por qué Juan García-Gallardo, de la formación ultraderechista Vox en el Gobierno de la Junta de Castilla y León, ha salido estos días con la idea peregrina de obligar a los médicos a ofrecer a las mujeres embarazadas que estén pensando en interrumpir el embarazo una ecografía en 4D y además oír el latido fetal, sabiendo —quiero pensar que tienen unos conocimientos aunque sean mínimos de la legalidad sanitaria— que no pueden obligar a un facultativo a realizar pruebas diagnósticas que no considere necesarias clínicamente? Por no hablar de que no pueden quitarles a las mujeres el derecho a acogerse a la ley de la interrupción legal del embarazo, y que tampoco puedes obligar a una persona a someterse a una prueba no clínica y menos desde la Administración autonómica. ¿No será que así olvidamos hablar de pacientes de esa comunidad que recorren kilómetros en una ambulancia para poder recibir un tratamiento de quimioterapia para cuya administración, en realidad, se tardan pocos minutos; o que no diga nada del difícil acceso a la sanidad pública en muchos de los pueblos de esa comunidad? ¿O quizá, intentaban marcar distancias con el PP, a sabiendas de que proponían algo inviable? De nuevo, humo.
La lista es tan larga como de recorrido inútil: Isabel Díaz Ayuso proponiendo en 2019 la surrealista idea de que “el concebido no nacido sea considerado como un miembro más de la unidad familiar”, o solicitando el pasado año la retirada de los centros educativos de determinados textos, algo que sabía no es de su competencia.
¿Recuerdan a Santiago Abascal en 2019 con su peregrina propuesta de que los “españoles de bien” pudieran llevar armas para defenderse de los delincuentes? Humo y más humo.
Promesas hechas para despistar y mover el foco de atención de lo importante a lo anecdótico, pero que, siendo absurdas e inviables, parecen calar en la opinión pública sin cuestionamiento. El mundo es un gran escenario y, cómo no, el poder debe buscar un hueco en la escena. Ya lo decía Noam Chomsky: “El sistema sabe más sobre los individuos que los propios individuos sobre sí mismos”. Y ese conocimiento se puede usar para manipularnos. Atentos.
Una diría, sin miedo a equivocarse, que estas actitudes, bufonas y ridículas en no pocas ocasiones, tienen también un poco de demagogia, entendida como una de las formas de estimular ambiciones y sentimientos de la población a través de sus líderes. Porque demagogo es el que presume de lo que no tiene o de lo que puede hacer sin ser cierto, o exagera el valor de lo que tiene, o pide lo que sabe que es imposible conseguir. Ya lo decían los griegos, la demagogia es una estrategia utilizada para alcanzar el poder político que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público —los votantes— para ganar apoyo popular mediante el uso de la retórica y, atentos, la desinformación.
El problema, sin embargo, no es que los políticos intenten distraernos, engañarnos con falsos mensajes. Ni siquiera que los medios les sigan el juego, se agradecería un poco de rigor en muchos de ellos. El problema es que nosotros, ciudadanos, no nos detengamos a reflexionar si todos los mensajes que recibimos merecen nuestra atención por creíbles, porque, de hacerlo, a buen seguro no nos colarían tantos goles. Caso de no hacerlo, de no pararnos a reflexionar, podemos tropezar. No olvidemos a Voltaire: “Aquellos que te hacen creer en absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”.
 


















[ARCHIVO DEL BLOG] El placer de la conversación. [Publicada el 10/08/2014]









"Reivindico la pausa, el silencio y la soledad. Necesitamos más pensamiento, sostiene la profesora Victoria Camps en una entrevista que publica hoy domingo el diario El País. Vamos tan acelerados en todo, dice, que lo difícil es tomarnos un tiempo para reflexionar, discutir, escuchar a los demás y contrastar las opiniones antes de tomar una decisión". Gracias, amiga Ana, por sugerirme su lectura. 
Creo que tiene razón la profesora Camps: hemos olvidado el placer de conversar. Preferimos discutir a hablar; insultamos, en vez de discrepar; le damos más valor a las opiniones que a las personas. Y sobre todo: no es lo mismo conversar mirando a los ojos de nuestro interlocutor, o vernos reflejados en su mirada, que hacerlo frente a un teclado o la pantalla de nuestro ordenador. ¡Hemos llegado al extremo de comunicarnos por "watch chat" con la persona que tenemos justamente al lado! ¡El colmo del ridículo! 
Hace justamente diez años este mes de agosto, en el verano de 2004, a raíz de una reseña aparecida en mi entrañable e imprescindible Revista de Libros, saqué de la Biblioteca Insular de Gran Canaria el libro titulado "La cultura de la conversación" (Siruela, Madrid, 2003), escrito por la profesora italiana Benedetta Craveri. Es uno de los ensayos más hermosos que he leído. De él, dice el autor de la reseña, que es el libro de una vida. La autobiografía encubierta de una civilización -la de las afinidades electivas, la del ingenio y el inconformismo, la del amor a la lectura- acaso irremediablemente perdida.
El libro es un recorrido apasionante sobre el siglo XVII francés, centrado en las actividades de los "salones literarios", salones organizados por algunas damas de la aristocracia parisina, y más en concreto, las de la llamada "Estancia Azul", auspiciado, dirigido y mantenido por Madame de Rambouillet en su casa junto al Louvre, que propiciando el intercambio de ideas y la mezcla de personas de diversos estratos sociales, mediante el filtro del espíritu, el ingenio y el brillo mundano, dieron origen a un amplio movimiento de oposición al absolutismo, como hizo, por otros cauces, el mundo de Port Royal, con el que el salón de Madame de Rambouillet mantuvo siempre estrecho contacto.  Espero que se animen a buscar y leer el libro de la profesora Craveri, y por supuesto, los enlaces que he dejado más arriba. Creo sinceramente que disfrutarán de los mismos.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt