lunes, 23 de enero de 2023

De los narcisistas

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Juan Gabriel Vásquez, va sobre los narcisistas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








El tiempo de los narcisistas
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
19 ENE 2023 - El País

De un tiempo para acá, una palabra que antes era especializada, o que formaba parte solamente del léxico de ciertas profesiones, ha estado apareciendo en la prensa y en discursos diversos, como si hubiera descubierto de repente los placeres de vivir al aire libre. La palabra es narcisista; la hemos visto aplicada a Donald Trump, por ejemplo, y, como narcissist es un sustantivo, ha venido acompañado de adjetivos para describir mejor al expresidente: maligno es uno de los más usados. No sé cuándo haya empezado esta palabra a hacerse presente en nuestra conversación de todos los días, pero hace poco me encontré —es la maldición de los que acumulamos revistas— un artículo de Vanity Fair publicado allá por los meses remotos de 2015, cuando el mundo era otro en parte porque Donald Trump no había sido elegido todavía. En él, un grupo de psicólogos y psiquiatras se atrevía a lanzar por primera vez su veredicto: estábamos ante un narcisista de libro de texto, un caso extremo en un oficio —el de los políticos― de casos extremos, y la idea de que un hombre semejante llegara a la presidencia tenía que ser motivo de preocupación.
Todo en el artículo era alarmante. Para George Simon, profesor de seminarios sobre comportamientos manipuladores, Trump era un narcisista tan perfecto que sus apariciones públicas eran inmejorables como ilustración de las características de este desorden; si no tuviera a Trump, decía Simon, se vería obligado a contratar actores y dibujar viñetas. Hablando del bullying, los constantes comportamientos de matón y la tendencia a la humillación del otro que Trump había convertido en estrategia cotidiana, el psicólogo clínico Ben Michaelis hacía un diagnóstico preciso. “El narcisismo es una defensa extrema contra los propios sentimientos de inutilidad”, decía. “Degradar a la gente es en realidad parte de un trastorno de personalidad”. Wendy Behary, que aparecía en el artículo como autora de un estudio titulado Desarmar al narcisista, hablaba de la relación que tienen los narcisistas con la verdad: “Los narcisistas no son necesariamente mentirosos, pero se sienten notoriamente incómodos con la verdad. La verdad significa la posibilidad de sentirse avergonzados”. La vergüenza que les causan sus carencias o sus fracasos es lo que los especialistas llaman la herida narcisista; en el caso de Trump, la herida es del tamaño de su ego.
El artículo de Vanity Fair, recuerdo bien, causó un revuelo predecible. Dar semejantes diagnósticos rompía con un precedente de la vida política estadounidense: la llamada “regla Goldwater”. En 1964, la revista Fact publicó una suerte de encuesta en la que los psiquiatras opinaban sobre la idoneidad psicológica del senador Barry Goldwater, candidato a la presidencia. El senador demandó a la revista y ganó, y desde entonces se instaló un tabú entre los profesionales de la salud mental, que dejaron de emitir diagnósticos sobre los políticos… hasta que apareció Trump, y la inquietud fue demasiada como para quedarse callados. Siete años después del artículo, todo el que haya estado medianamente despierto ha podido ver las consecuencias de poner a un narcisista en posiciones de poder, pues los hay varios y en varios países: donde hay un Trump hay un Putin. No hay nada nuevo en el hecho mismo, por supuesto: desde que Havelock Ellis lo identificó a finales de siglo XIX, el narcisismo como desorden mental nos ha permitido entender mejor a Hitler y a Stalin, y fantasear con la idea de todo lo que no habría ocurrido si alguien le hubiera dicho al uno que pintaba bien y al otro que no era mal escritor.
Pero el diagnóstico de narcisismo es algo serio, y el narcisista es una persona tóxica que hace daño a quienes lo rodean. Pues bien, en los últimos tiempos hemos recurrido al mismo término para describir un fenómeno muy distinto: la emergencia en las redes sociales de un nuevo egocentrismo que hoy nos parece síntoma de algo más. Hay un ensayo de Falso espejo, el libro de Jia Tolentino, que lo explica con elocuencia. Tratando allí de analizar el fenómeno por el cual nuestra actividad en internet suele limitarse a lo que está de acuerdo con nuestras opiniones y prejuicios, Tolentino llega a esta conclusión que me parece inapelable: el problema con las redes sociales tal como están concebidas es que sitúan la identidad personal en el centro del universo. “Es como si nos hubieran puesto en un mirador desde el cual se ve el mundo entero”, dice, “y nos hubieran dado unos prismáticos que hacen que todo se parezca a nuestro propio reflejo. A través de las redes sociales, muchas personas han llegado rápidamente a ver toda nueva información como una especie de comentario directo sobre quiénes son”.
Me gusta ese ensayo porque Tolentino, aparte de ser buena ensayista, es una milenial muy activa en redes, con lo cual habla o parece que hablara desde una autoridad que otros escépticos no tenemos. Pero cualquiera que tenga la mirada lúcida, o que pueda salir a mirar el mundo sin esos prismáticos que todo lo distorsionan, se ha dado cuenta recientemente de que detrás de muchos de nuestros enredos contemporáneos está la misma causa: la hipertrofia de las identidades, que responde también a su fragilidad o a su incertidumbre. En Corre a esconderte, una de las novelas más inteligentes que he leído en los últimos meses, Pankaj Mishra pone a un personaje (no muy simpático, dicho sea de paso) a hablar de estos tiempos en los que todo el mundo se ha convertido en una marca, y, por lo tanto, en promotor de sí mismo. “Nadie”, dice, “ni siquiera los más ricos y bellos y famosos, está seguro de quién es, y todos luchan por ser reconocidos en la economía de la atención de las redes sociales”.
Y esto es un problema. Son esas identidades demasiado frágiles e inciertas las que han desterrado de tantos lugares el debate serio, aunque a veces sea airado y aun hiriente, y han anulado la diversidad de puntos de vista cuando alguno parece escandaloso o simplemente heterodoxo, y han reemplazado el enfrentamiento y el conflicto, tan necesarios y saludables en una sociedad abierta, por la cancelación (otra de las palabras clave de nuestro tiempo) y el silenciamiento del contradictor: que deja de ser contradictor, por supuesto, para convertirse en amenaza y enemigo. Estos individuos exigen al mundo entero que los vea como quieren ser vistos, aunque para ello sea necesario que el mundo cambie su comportamiento, sus opiniones y su lenguaje; tienen una sensibilidad hipertrofiada, y se han convencido de que el mundo entero debe tener como máxima prioridad cuidar sus emociones y protegerlos de las ofensas. Las ofensas pueden ser imaginarias, es decir, sólo existir en la mente del ofendido; pero el ofendido seguirá exigiendo que se le respeten a toda costa, porque son suyas y para él son reales, y eso es lo único que importa.
Un día sabremos medir hasta qué punto estas distorsiones han afectado nuestra forma de dialogar, de negociar y, sobre todo, nuestra forma de votar. Pero si es necesario nombrar el mundo con precisión, habremos de convenir que una cosa son los narcisistas malignos tipo Donald Trump, cuyas patologías y carencias (como lo sabe todo el que haya leído a Shakespeare) tienen un efecto muy real en nuestras vidas políticas, y otra muy distinta el “narcisismo”, entre comillas muy grandes, como rasgo de carácter del mundo virtual. Sin duda los dos están comunicados por pasajes subterráneos. También esto habría que explorarlo alguna vez.

















[ARCHIVO DEL BLOG] La democracia en Europa. [Publicada el 20/07/2017]











Como saben bien los lectores de Desde el trópico de Cáncer soy un ferviente partidario del proceso de unificación europea. Proceso que evidentemente no viene de ahora mismo sino que tiene antecedentes más lejanos. Si me permiten la fabulación: el del Imperio romano, el de Carlomagno, y por qué no, también, el del emperador Carlos V, que tan bien precisara en su día su canciller, el cardenal italiano Mercurino Arborio di Gattinara.
Estoy leyendo ahora mismo un formidable libro en defensa de la Unión Europea, o si lo prefieren, de su proyecto de unificación y de lo que ella representa. Se trata de La democracia en Europa. Una filosofía política de la Unión Europea (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017), del profesor Daniel Innerarity, tantas veces citado por mí en este blog. 
Hay dos cosas que matan a la política, dice al comienzo del mismo, la excesiva distancia y la excesiva cercanía. La democracia no está reñida con la complejidad, sigue diciendo, es, por el contrario, el sistema de gobierno que mejor la gestiona debido a su dinamismo interno y a su capacidad de autotransformación. Como advirtió Hans Kelsen, dice más adelante, la idea de un interés general y una solidaridad orgánica que trascienda los intereses de grupo, clase o nacionalidad es, en última instancia, una ilusión antipolítica. La construcción de la voluntad general no puede ser hoy sino un compromiso entre diferentes actores, niveles institucionales, pluralidad de valores y culturas políticas. Todo un programa que comparto sin duda alguna.
Buscando documentación para esta entrada me encuentro con un artículo de Raimundo Ortega, leído en un ya lejano octubre de 2003 en Revista de Libros [https://www.revistadelibros.com/una-constitucion-europea/] en el que reseñaba dos publicaciones de aquel entonces, La democracia en Europa (Siglo XXI, Madrid), de Larry Siedentop, y Une Constitution européenne (Fayard, París), de Robert Badinter, dedicadas al proceso de unificación europea, y más concretamente, al de creación de una Constitución europea, que como todos ustedes saben, fracasó tristemente por obra y gracia, entre otros factores, de franceses y holandeses. El citado artículo, de acceso libre en Revista de Libros, se iniciaba con una cita del que fuera presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, John Marshall, pronunciada en 1821: «El pueblo hizo la Constitución y el pueblo puede deshacerla. Es hechura de su voluntad y por su voluntad únicamente vive.»
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











domingo, 22 de enero de 2023

De monopolios y democracias

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de los economistas J. Antonio. y M. Ángel Herce, va de monopolios y democracias. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









¿Monopolio o democracia? Una buena sociedad
JOSÉ ANTONIO y MIGUEL ÁNGEL HERCE
18 ENE 2023 - Revista de Libros

La pregunta que titula la entrada de esta semana no es nueva. Tampoco es complicada en la disyuntiva que plantea o en la generalidad con que está enunciada. Cuando un agente social, ya sea con armas o con maquinaria, se alza con demasiado poder y consigue mantenerlo por algún tiempo sin que sea neutralizado, el resultado suele ser la subyugación y explotación de muchos otros seres humanos. Si un poder tan desmesurado surge en el seno de una sociedad abierta y democrática, la democracia se degrada y la lucha contra el monopolio se convierte en una lucha política.
A pesar de lo que parece meridanamente claro, las sociedades ricas, especialmente cuando avanzan por sendas de prosperidad suficientemente compartida, tienden a perder la perspectiva que proporcionan los marcos en blanco y negro, sin matices, como el que da comienzo a nuestra reflexión de hoy.
Y, sin embargo, la realidad del poder, es decir la contradicción que le impide mantenerse intacto indefinidamente, sacude de vez en cuando los cimientos del orden establecido creando procesos que es difícil entender y, aún más, controlar y conducir. Y aunque no nos referimos a procesos políticos en exclusiva, la irrupción y desarrollo de nuevas –o renovadas– fuerzas y tensiones acaban por convertirlos en fenómenos políticos, querámoslo o no.
Etimológicamente, la palabra monopolio significa un único vendedor de un producto o servicio, de forma que controla el precio de mercado junto con la tecnología la innovación que el monopolista está dispuesto a utilizar para mantener su dominio y beneficios. Un pariente cercano del monopolio es el oligopolio, en que el único vendedor se convierte en un grupo reducido de vendedores que consiguen mantener un cierto grado de control sobre precios, tecnología e innovación.
La lucha contra los monopolios viene de antiguo en la mayoría de los países. Curiosamente es el monopolio del Estado el encargado de desarrollar políticas de regulación de monopolios y reforzamiento de la competencia en los mercados, por medio de agencias gubernamentales, leyes y recursos pare que dichas agencias sean efectivas y para que las leyes se cumplan. Si no hay recursos –presupuestos y personal competente– las agencias antimonopolio y las correspondientes leyes serán tigres pe papel y papel mojado.
Pero, con ser importante, leyes, recursos y talento con que dotar a las agencias antimonopolio gubernamentales, hay algo más que es necesario, si no vital en la creación y funcionamiento de esta parte tan importante del buen gobierno.
A ese algo más podríamos llamarle una filosofía del antimonopolio o una teoría de la defensa de la competencia. Y, en cualquier caso, parte de una filosofía o una teoría de la defensa práctica de la democracia.
Durante los últimos quince años, el 75% de las industrias en Estados Unidos aumentaron la concentración de mayores cuotas de mercado unas pocas empresas1. Con casi inverosímil regularidad, los números 4 y 90% se repiten al recitar las cifras relevantes hoy. Proporcionaremos unos brevísimos ejemplos, seguidos de uno más detallado por su interés.
En el sector de la fabricación de bombillas, cuatro empresas controlan el 90% del mercado.
En la industria de fabricación de neumáticos, cuatro empresas controlan el 90% del mercado.
Cuatro grandes empresas de electrodomésticos controlan el 90% del mercado.
La manufactura de papel para uso sanitario y domestico (toallas, servilletas, etc.) está dominada por cuatro empresas que controlan el 90% del mercado.
La industria del ganado vacuno en Estados Unidos abarca a cientos de miles de ranchos familiares de varios tamaños, los fabricantes de piensos, las grandes plantas de procesamiento y empacamiento, las cadenas de distribución y los supermercados que venden el producto a los consumidores. Es una industria que factura unos 67 mil millones de dólares al año. Los cambios que se han producido en esta industria en los últimos cuarenta años proporcionan un ejemplo canónico del impacto de los monopolios.
Hay ranchos de ganado vacuno en Estados Unidos que han estado en manos de la misma familia por más de 100 años. En ese tiempo, muchas de estas familias han visto desaparecer negocios en las calles principales de multitud de pueblos y pequeñas ciudades en el centro de los extensos ranchos. Hoy quedan apenas unos pocos negocios en estos pueblos y pequeñas ciudades, en muchos casos la oficina de correos local tan solo, siempre amenazada por los déficits estructurales de la agencia federal de correos estadounidense.
En el oeste americano, existen hoy medio millón menos de ranchos familiares, un 40%, de los que existían en los años 80 del pasado siglo. Esta es la consecuencia, en parte, de los cambios que han tenido lugar en casi cuarenta años en la industria de la carne bovina en Estados Unidos.
Para los consumidores, la impresión es que esta industria es bastante competitiva en el sentido de que hay muchos rancheros, mucha carne de vaca, y muchas tiendas en que venderla y comprarla.
Pero en realidad, esta imagen no tiene en cuenta las características del segmento de la industria que conecta rancheros con distribuidores y consumidores. Este segmento, constituido por las plantas encargadas de matar, procesar y empaquetar las reses que acaban en los supermercados, es una industria en sí misma que, como un puño que se cierra en el punto de contacto entre rancheros y consumidores, exprime a aquellos y controla a estos funcionando como un monopolio de hecho que está llevando a muchos rancheros, y a las pequeñas comunidades en que viven, a la ruina.
Hoy son grandes cuatro empresas (otra vez cuatro, Tyson Foods, Cargill, National Beef Packing Company y JBS, estas dos últimas de propiedad brasileña) las que controlan un 85% del procesamiento y empaquetado de la carne de vacuno. Los productores (ranchos familiares) reciben 37 centavos por dólar pagado por el consumidor por su producto, poco más de la mitad de los 62 centavos por dólar que recibían en 1977, cuando las cuatro mayores empresas controlaban tan solo un 25% del mercado.
Frente a este empobrecimiento de los ranchos familiares, los consumidores pagan precios cada vez más elevados que han permitido a las cuatro grandes empacadoras triplicar sus beneficios en los últimos dos años. A todo esto se une la presión de las grandes empacadoras para importar vacuno de otros países sin declarar el origen, en un intento claro de confundir al consumidor.
Los ejecutivos de estas poderosas empresas han declarado recientemente en el Congreso de Estados Unidos, insistiendo que los rancheros tienen la elección de no vender sus reses si el precio no es suficiente para cubrir costes. Pero esto no es cierto. Un ranchero no puede dejar de vender una res lista para el matadero por más de dos o tres semanas. Esto no es una elección.
El presidente Biden recientemente hizo declaraciones a favor de una reforma del sistema de oligopolio en esta industria, en un contexto más general, que es el de dotar a la agencia federal de lucha contra el monopolio –la Federal Trade Commission– de más recursos y personal. Además de estos planes, la presidenta de la comisión, Lina Khan, ha venido haciendo importantes declaraciones sobre algo a que el título de esta entrada, y nuestra inicial reflexión, alude directamente: Una nueva, o renovada, idea de la lucha contra los monopolios. Esta idea es que el poder absoluto corporativo se traduce en poder político. En especial, impide la aprobación de leyes o su cumplimiento cuando se aprueban, lo cual es una amenaza a la elaboración de políticas democráticas.
De la manufactura de bombillas, ruedas de coche y cabezas de res, pasaremos al sector de la tecnología estadounidense, donde otras cuatro empresas, Microsoft, Google, Facebook y Amazon, están eternamente en la mente de admiradores y detractores.
Hace exactamente un año, el 18 de enero de 2022, Microsoft anunció su intención de adquirir Activision Blizzard, creador de videojuegos tan populares como Candy Crush o Call of Duty por 69 mil millones de dólares, tres veces más de lo que Microsoft ha pagado por su adquisición más grande hasta la fecha2. Si la compra se aprueba, algo que podría decidirse a en la segunda mitad de este año, Microsoft se convertiría en la tercera empresa de videojuegos más grande del mundo.
A las pocas horas del anuncio de Microsoft, Lina Khan, la presidenta de la Federal Trade Commission, anunció en un rueda de prensa un programa de modernización de la agencia que preside, centrado en la creación de un nuevo marco legal para hacer frente a la reciente ola de adquisiciones en el sector de tecnología, y en otros sectores, en Estados Unidos. En palabras concisas de Lina Khan, «los monopolios no son solamente malos para los consumidores sino también para la democracia».
Para dar una idea del contexto en que surge el nuevo, o renovado, activismo regulador de la Federal Trade Commission, el sector de la tecnología es un buen ejemplo.
Las agencias reguladoras de la competencia, en Estados Unidos y en muchos otros países, carecen de recursos y personal especializado suficiente para realizar su importante misión. En parte debido a estas carencias, se concentran en casos de considerable tamaño e impacto potencial. Su teoría del daño causado por los monopolios se limita al perjuicio al consumidor, medido por mayores precios, y a la potencial reducción en la investigación e innovación.
Sin embargo, las adquisiciones que se vienen produciendo en el sector tecnológico plantean retos que van más allá de la teoría convencional de las agencias reguladoras de la competencia. Por ejemplo, Microsoft ha adquirido en el pasado pequeñas empresas sin atraer el interés o escrutinio del regulador. Ni siquiera el precio de la transacción era publicado. En el muy dinámico segmento de la Inteligencia Artificial, más de sesenta pequeñas startups, han sido adquiridas por las grandes empresas de tecnología en los últimos diez años. Las plantas, equipos y talento en estas pequeñas empresas son, a diferencia de los conglomerados de antaño, altamente fungibles, es decir, pueden pasar de una tarea a otra, de un producto a otro, con suma facilidad.
Este entorno crea un reto sin precedentes a las agencias reguladoras de la competencia en los países avanzados y punteros en la investigación. Si antes de la disrupción tecnológica de los últimos treinta años, dichas agencias reguladoras cumplían su misión a trancas y barrancas, las carencias hoy se hacen mucho más evidentes y la necesidad de puesta al día, tanto en recursos como en ideas, se hace hoy perentoria.
Facebook adquirió Instagram en 2012 por mil millones de dólares y WhatsApp por 16 mil millones en 2014. En ambos casos, el precio de compra fue un récord en su momento. Y como en muchas otras de tales adquisiciones, la explicación del comprador fue que la experiencia del consumidor mejoraría. En el caso de la adquisición de Activision Blizzard, Microsoft también ha manifestado su convicción de que el consumidor será capaz de acceder a videojuegos desde cualquier plataforma, ya sea una consola, un smartphone, un laptop o una tableta. En todos los casos, los compradores declaran que los respectivos mercados todavía exhiben «fricciones» considerables y que con sus recursos y tecnología, las grandes empresas serán capaces de reducirlas y eliminarlas en beneficio de los consumidores.
Pero ¿y si no es así? ¿Y si el resultado es que las fricciones siguen y el control de la experiencia del consumidor pasa a las grandes empresas? Realmente, no sabemos cual será el resultado de la concentración de cada vez mayor poder de mercado en unas pocas empresas, especialmente en el sector tecnológico. Y las agencias reguladoras de la competencia tampoco lo saben. Pero las nuevas ideas que se vienen desarrollando en la Federal Trade Commission estadounidense se basan en la posibilidad de que, contrariamente a la «visión» de los monopolios tecnológicos convencionales (también llamados «monopolios naturales»), que pone la escala como algo deseable en sí mismo, muchas de estas startups engullidas por sus mayores podrían haber seguido una senda independiente, exitosa e innovadora al mismo tiempo.
Este es un dilema para las agencias reguladoras. Por una parte, van a necesitar más recursos y más talento para entender qué está pasando en el sector tecnológico, por dónde va la actividad comercial, en dónde se está produciendo innovación, de qué forma bloquear o no una adquisición genera más competencia e imaginación. Por la otra, si las agencias reguladoras ignoran las aparentemente inocentes adquisiciones de las grandes empresas tecnológicas, ¿de dónde surgirá el próximo Microsoft, Apple o Google? ¿Y cómo se manifestarán la autonomía y «experiencia» de los consumidores en el terreno social y político?

NOTAS
1. En esta entrada seguimos una excelente serie de podcasts, emitidos entre el 26 y el 30 de diciembre del pasado año, dentro del programa «On Point» de la emisora estadounidense NPR (National Public Radio). Cada emisión diaria está dedicada a un tema específico analizando las consecuencias no solo económicas y legales de la monopolización que ha tenido lugar en la economía americana durante las últimas décadas, sino también las consecuencias para la equidad económica y, más allá todavía, para la calidad de la democracia en Estados Unidos. Los cinco podcasts que mencionamos se pueden acceder en el enlace On Point : NPR, pulsando en el audio para cada uno de los días 26 a 30 de diciembre. Sus respectivos títulos son, en orden de emisión y además del genérico «More than money», «The monopoly of meat», «Microsoft and the big tech question», «Antitrust lessons of the Gilded Age», «Defining American antitrust law, from Bork to Khan», y «Solutions for reining in monopoly power».
2. https://en.wikipedia.org/wiki/Proposed_acquisition_of_Activision_Blizzard_by_Microsoft. 


















[ARCHIVO DEL BLOG] Una asamblea constituyente para Europa. [Publicada el 16/08/2012]











El 21 de febrero de 1787, once años después de la Declaración de Independencia, el Congreso de los Estados Unidos de América adoptaba una resolución de una trascendencia inimaginable en aquel momento: proceder a la convocatoria de una Convención Constituyente Federal que "considerando que la práctica ha evidenciado que la Confederación adolece de defectos para remediar los cuales varios Estados [...] han sugerido que se reúna una convención a los efectos que sean necesarios para adecuar la Constitución federal a las exigencias del gobierno y el mantenimiento de la Unión."
Reunida en Filadelfia la Convención constituyente el segundo lunes de mayo de ese año, cuatro meses después, el 17 de septiembre, también lunes, el presidente George Washington, en nombre de la Convención, remitía al Congreso el proyecto de Constitución de los Estados Unidos de América, que una vez ratificada por todos los Estados de la Unión entraría en vigor el 21 de junio del siguiente año.
Entre octubre de 1787 y mayo de 1788, un abogado de Nueva York, Alexander Hamilton; representante en la Convención por el Estado de Nueva York, que desde 1780 venía pidiendo una reforma de la Confederación; James Madison, representante también en la Convención por el Estado de Virginia; y el secretario de Relaciones Exteriores de la Confederación, John Hay, escribieron en tres periódicos de Nueva York, escudados bajo el seudónimo único de "Publio", una serie de ochenta y cinco artículos (cincuenta y uno de ellos por Hamilton, catorce por Madison, cinco por Jay, y el resto en colaboración entre Hamilton y Madison) en defensa del proyecto de la nueva Constitución Federal. Esos artículos de prensa han pasado a la historia de la ciencia política con el nombre de "The Federalist Papers", y aparecieron publicados en forma de libro en ese mismo mes de mayo de 1788 con el título de "The Federalist; a Commentary on the Constitution of the United States" ("El Federalista": Fondo de Cultura Económica, México, 1994). Ocho de esos "Papers", del XV al XXII, están dedicados a examinar los defectos de los Artículos de la Confederación vigente en aquel momento, defectos que para los firmantes la hacían inviable para el mantenimiento de la Unión.  
No me resisto, a pesar de su extensión, a reproducir el último apartado del "Papers XV", el primero de los dedicados a poner en entredicho las normas que regulaban la Confederación, escrito por Hamilton, aunque firmado como "Publio". Se publicó en los primeros días de diciembre de 1787 en El Diario Independiente de Nueva York, y como todos los demás de la serie llevaba el encabezamiento de "Al pueblo de Nueva York". Les ruego reflexionen sobre la actualidad del comentario poniéndolo en relación con la situación que vive en estos momentos la Unión Europea doscientos veinticinco años después.
Dice así: "En nuestro caso, es indispensable el acuerdo de las trece voluntades soberanas que componen la Confederación para obtener el cumplimiento completo de toda medida importante emanada de la Unión. Y ha ocurrido lo que podía preveerse. Las medidas de la Unión no se han llevado a efecto; las omisiones de los Estados han llegado poco a poco a tal extremo que han paralizado finalmente todos los engranajes del gobierno nacional, hasta llevarlo a un estancamiento que infunde terror. Actualmente el Congreso apenas posee los medios indispensables para mantener las fornas de la administración, hasta que los Estados encuentran tiempo para ponerse de acuerdo sobre un sustituto más efectivo a la sombra del actual gobierno federal. Las cosas no llegaron desde el primer momento a esta desesperada extremidad. Los motivos especificados solo produjeron en un principio una sumisión desigual y desproporcionada a las requisiciones de la Unión. Las deficiencias más graves de ciertos Estados facilitaron el pretexto del ejemplo y la tentación del interés a los más sumisos o menos rebeldes. ¿Por qué hacer más que los que tripulan con nosotros la misma nave política? ¿Por qué consentir en soportar más que nuestra parte en la carga común? El egoísmo humano no supo resistir a estas sugestiones, e incluso los hombres que piensan y que preveían las consecuencias lejanas de todo ello vacilaron en combatirlas. Cada Estado, cediendo a la voz persuasiva del interés inmediato o de la conveniencia,.ha retirado gradualmente su apoyo, hasta hoy en que el frágil y tambaleante edificio parece a punto de caer sobre nuestras cabezas, aplastándonos bajo sus ruinas."
No he querido subrayar ni entrecomillar palabra alguna del texto que comento, pero espero reconozcan conmigo la similitud de la situación que denuncian sus palabras con las que vive en estos momentos la Unión Europea.
De "El Federalista" se ha dicho que es el mejor tratado de Ciencia Política que se ha escrito nunca y que su lectura y comprensión equivale a todo un máster de dicha especialidad. Es una opinión que comparto. Y aunque no lo mencionan para nada en su artículo, quiero suponer que a los autores del aparecido el pasado día 4 de agosto en el prestigioso diario alemán "Frankfurter Allgemeine Zeitung", y reproducido por el diario "El País" unos días más tarde bajo el título de "Un cambio de rumbo en la política europea", les mueve la misma pasión por Europa que a los ilustrados Hamilton, Jay y Madison por su patria cuando redactaron sus "The Federalist Papers" hace 225 años.
No creo que nadie pueda poner en duda la autoridad moral del filósofo alemán Jürgen Habermas, uno de los firmantes del citado artículo, junto al también filósofo Peter Bolfinger y el economista Julian Nida-Rüimelin. "Todas las proyecciones auguran a Europa, dicen en el mismo, un peso decreciente. Solo de forma conjunta se puede afirmar su modelo". "El agravamiento de la crisis, afirman más adelante, demuestra que la estrategia impuesta por el gobierno alemán es equivocada. [...] Solo una profundización clara en la integración puede mantener una moneda común sin medidas de auxilio." Y el corolario final no podía ser otro que el de instar al gobierno de la República Federal Alemana "a tomar la iniciativa de decidir la convocatoria de una Asamblea Constituyente" para Europa.
Como es lógico, mis palabras, apasionadas pero de deficiente estilo, no pueden sustituir ni lo pretenden, la lectura atenta del repetido artículo ni del impresionante tratado de ciencia política que supone "El Federalista". Se lo recomiendo encarecidamente. De forma personal he iniciado una campaña de recogida de firmas, a través de "Change.org" y "Avaaz.org", dirigidas al Presidente del Parlamento Europeo, demandando que sea el propio Parlamento Europeo, como el más genuino representante de los ciudadanos de la Unión Europea, el que asuma la iniciativa de promover y convocar una Asamblea Constituyente para Europa. Les invito a sumarse a ella. 
Y sean felices, por favor, a pesar de los gobiernos. Tamaragua, amigos. HArendt














sábado, 21 de enero de 2023

De lo obvio

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del periodista José Luis Sastre, va de lo obvio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






En defensa de la obviedad
JOSÉ LUIS SASTRE
18 ENE 2023 - El País

Matteo Messina Denaro, al que la policía buscó por más de 30 de años, vivía una vida normal en un apartamento normal, a poca distancia de su familia en Sicilia. Bajaba al bar y a la pizzería igual que los demás sin que nadie reparase en que él era el capo de la Cosa Nostra, el hombre más buscado de Italia. Su decisión fue esconderse a la vista de todo el mundo, y funcionó. Porque a veces lo más difícil es caer en lo más evidente: pasa con los hijos y con las infidelidades y pasa en la vida en general siguiendo la premisa de George Orwell: “Ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante”.
Quizá sea eso lo que necesitemos, en medio de tantas complicaciones: defender lo obvio, y reivindicarlo. Más cuando abundan los estrategas que a todo le quieren dar un relato. Basta con ver los análisis que han empezado a preguntarse a qué responderá este movimiento de Vox en Castilla y León de anunciar un protocolo para presionar a las mujeres que quieran abortar y decidir sobre sí mismas. Se podrá especular sobre las razones y los momentos y hasta a qué partido le conviene, pero no parece que haya mayores vueltas: la ultraderecha hace cosas de ultraderecha. Protocolos como ese ya los patrocina Viktor Orbán en Hungría, y nadie diría de Orbán que tenga interés en beneficiar al PSOE.
Lo obvio hay que mentarlo más, porque se cita poco. Se cita poco que la política es a menudo improvisación, y no estrategia. Que no se discute con quien discute el cambio climático, porque no se puede y no tiene sentido. Que las enfermedades no son luchas, sino procesos cuya cura precisa de sanitarios e investigadores y dinero con el que pagarles. Que el estado de ánimo de una persona no tiene que ver con que esté triste o alegre, sino con las condiciones en las que viva y trabaje. Que los indicadores económicos no miden a una sociedad.
Se cita poco lo obvio y se explica menos aún, en cualquier campo: noté el chasco entre un grupo de estudiantes la tarde en que, en una charla sobre el periodismo, les hablé de la importancia de lo evidente, que todos sabían por supuesto: que no escribieran nunca una frase que ellos mismos no entendieran, que no dieran nada por supuesto, que escribieran sin alargar con artificios las palabras, que pensaran siempre en el oyente o el lector. Percibí la decepción y, sin embargo, me quedé corto. Hoy alargaría la lista y pediría ayuda. Porque eso nos falta: atender a lo evidente. Clamarlo a los gritos, ahora que nos resulta más difícil oír la voz de un sabio que la de un charlatán.




















[ARCHIVO DEL BLOG] Groucho Marx y la política. [Publicada el 25/01/2019]










Cambiar de opinión no es ninguna aberración política cuando se argumenta y se está dispuesto a afrontar las consecuencias de un rechazo, pero eso solo sirve para un tipo de político que hoy escasea o ha desaparecido, comenta José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid.
Es bien conocida la frase que se atribuye a Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”, comienza diciendo el profesor Sánchez Ron. La he recordado últimamente al ver los cambios que se han producido en el discurso político del líder del Partido Popular, Pablo Casado. Es palmario cómo ha cambiado ese discurso después de los resultados que su partido ha obtenido en las pasadas elecciones generales. El viraje en sus manifestaciones se ha envuelto en el argumento: “Hemos entendido el mensaje de los electores”. Si tomamos al pie de la letra semejante declaración, habría que concluir que el político, este político al menos, no pasaría de ser algo así como un camaleón sin demasiadas ideas propias que se adapta a lo que “el mercado” demanda. En uno de sus luminosos escritos, La política como vocación (1919), Max Weber incluía entre los casos que estudiaba el del boss (literalmente, “jefe”), que definía como “un empresario político capitalista que reúne votos por su cuenta y riesgo”. No pretendo incluir en semejante categoría al actual presidente del Partido Popular, pero sí que su comportamiento tras las elecciones puede hacer pensar que se le pueden aplicar algunas de las características que Weber le adjudicaba: “El boss no tiene principios políticos firmes, carece totalmente de convicciones y solo pregunta cómo pueden conseguirse los votos”. No dudo que el señor Casado tenga principios políticos firmes, pero no parece tener reparos en acomodarlos a las “circunstancias”.
Un ejemplo particularmente claro es lo que sucedió cuando se trató la cuestión de la adhesión de España a la OTAN. El PSOE se oponía en principio a tal adhesión, pero el 31 de enero de 1986 Felipe González, presidente del Gobierno con mayoría absoluta desde las elecciones generales celebradas en octubre de 1982, cambió de opinión. El 31 de enero de 1986 convocó un referéndum para que la ciudadanía decidiese si España se incorporaba o no a la Alianza Atlántica, recomendando el voto afirmativo. Todavía se discuten las razones de fondo que justificaron semejante cambio de política, aunque sin duda una de ellas, muy fuerte, fue la entrada de España en junio de 1985 en la, como se denominaba entonces, Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea). Fuesen las razones las que fuesen, el presidente González tuvo que convencer a su partido en el XXX Congreso (diciembre de 1985) y no todos estuvieron de acuerdo. Si su recomendación no hubiera triunfado, tendría que haber asumido las consecuencias. Ciertamente no se acomodó al sentir general, tanto en su partido como en una gran parte de la sociedad española. Convenció con argumentos. Unos argumentos que no tenían en cuenta las posibles ventajas que el cambio podría acarrear al PSOE; se trataba más bien acaso de desventajas. Contrasta aquel proceder con los cambios que se aprecian, además de las ya citadas en el señor Casado, en no pocas de las manifestaciones del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que parecen responder al deseo de rivalizar con el PP en la captación de electores.
El tipo de político que, al menos en aquella trascendental ocasión, representó Felipe González escasea o ha desaparecido ya. La pasada campaña electoral ha mostrado con nitidez las carencias de muchos de los actuales políticos españoles. Lo habitual han sido las descalificaciones, como si los programas no tuvieran importancia. No es acorde con la dignidad que debería acompañar al ejercicio de la política, situaciones a las que hemos asistido, antes y después de las elecciones. Que el ministro de Fomento y portavoz del grupo socialista en el Congreso, José Luis Ábalos, declarase que en las elecciones se jugaba el destino de la democracia revela un pobre entendimiento de lo que es la democracia: en las elecciones se vota para ejercer un derecho democrático; sin democracia no hay votaciones, y esta se defiende en otros lugares y ocasiones. Recuerdo también, con sonrojo, a algún dirigente del PP que se defendió del resultado de las elecciones achacándolo a la “existencia de otros partidos que competían por su electorado tradicional”, una verdad de Perogrullo.
Si siempre es de lamentar que la imagen pública de la política esté acaparada por las descalificaciones entre políticos que se han producido, más lo es en el momento actual, cuando nos encontramos en el umbral —si es que no lo hemos traspasado ya— de una nueva era científico-tecnológica, en la que la alianza entre nanotecnociencia, robótica e inteligencia artificial condicionará nuestras vidas, con especial incidencia en el mercado laboral. Estudios realizados en Estados Unidos pronostican que en las próximas dos décadas el 47% de los empleos los desempeñarán procesos automatizados. El empleo crecerá en puestos de trabajo cognitivos y creativos de altos ingresos, y en ocupaciones manuales de bajos ingresos —servicios—, pero disminuirá para los empleos rutinarios y repetitivos de ingresos medios. No faltan quienes sostienen que al igual que en épocas anteriores de cambio tecnológico el balance laboral terminó siendo positivo —el caso de la Revolución Industrial—, lo mismo sucederá con la revolución en curso. Sin embargo, la historia no ofrece lecciones inmutables, solo formas racionales de comprender el pasado, de relacionar causas y efectos.
Enfrentados a semejante panorama —y estoy dejando fuera a otra revolución, la biotecnológica, porque sus implicaciones no afectarán tanto, creo, al empleo—, es imprescindible ocuparse de cómo encarar el futuro próximo, un problema que afecta profundamente a qué enseñanzas y programas de Investigación y Desarrollo se deben favorecer, así como a la estructura de instituciones y centros de trabajo. Debería ser obvio, asimismo, darse cuenta de que el gravísimo problema del mantenimiento de las pensiones tiene mucho que ver con lo que suceda en estos dominios. Pero si se consultan los programas electorales en Ciencia que presentaron —pero no discutieron— los diferentes partidos en las pasadas elecciones, lo que se encuentra es sobre todo grandiosos llamamientos a prácticamente todo, un maravilloso cajón de sastre con el que en principio se podría estar de acuerdo, pero difícil de cumplir y, más aún, de creer. Lo que este nuevo mundo necesita son programas específicos, no manoseadas declaraciones generalistas. Claro que para eso se necesitan también otros tipos de políticos, unos con conocimientos que no se obtienen en las “escuelas del partido”, el hogar en el que tantos de nuestros flamantes diputados, senadores y demás han obtenido su formación.
Terminaré recordando otro de los pasajes del ensayo de Max Weber que cité al principio: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura.[…] Solo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; solo quien frente a todo esto es capaz de responder con un sin embargo; solo un hombre de esta forma construido tiene vocación para la política”.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 












viernes, 20 de enero de 2023

Del humor como estrategia

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Jabois, va del humor como estategia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









No distinguir a Ingrid Bergman de Harpo Marx
MANUEL JABOIS
18 ENE 2023 - El País

Me llama una amiga que, hace muchos años, abortó por circunstancias tan penosas que dan ganas de tirar el teclado contra la pared y salir a la ventana a dictar el artículo para decirme que, si tuviese que hacerlo ahora (detrás del verbo abortar suele ir “tuvo que” o “se vio obligada a”, nunca “le apetecía” o “tuvo el capricho de”) le daría pánico ponerse el estetoscopio y escuchar, desde lo más profundo, pero muy nítidamente: “Una loba como yo no está pa tipas como túuuuuuu”.
La llamada es para que me anime a escribir del asunto. Pero ya han escrito en este diario mejor y con más autoridad (Latido, Lara Moreno, entre otras): nada que añadir. Aunque la llamada, que me hizo soltar una carcajada, me lleva a una cuestión más liviana. El humor –el absurdo, el negro, el blanco, el irreproducible– como vía de escape de las muchas tonterías, injusticias y sandeces que hay que aguantar ya no en la política, que también, sino en la vida diaria. La capacidad, muy presente en redes sociales y muy poco en medios y tribunas, para reciclar las gilipolleces en chistes. Que se necesita desarmar con argumentos, en el caso que nos ocupa, la mamarrachada de Vox es obvio; que se necesita al lado a gente que se limite a reírse y señalar, un poco al modo Nelson, también. Hay que tomarse en serio estas cosas, pero sin olvidar que su lugar natural debería de ser la comedia. Que es otra tragedia española, no menor: la de haber tomado en serio a este partido cuando tenía un escaño y ahora, con el PP abriéndole las puertas de los gobiernos, no poder tomárnoslo de otra manera.
En su correspondencia, publicada por Anagrama (Las cartas de Groucho Marx), el humorista recibe una carta destemplada de Warner Bros para disuadirlo de que ruede Una noche en Casablanca, pues los estudios habían rodado cinco años antes Casablanca (“estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprenderá oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo”, responde, en una larga respuesta, Groucho). El texto es una pequeña obra maestra de cómo desarmar a un adversario con ideas y, mejor, tomándoselo a chufla. “Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y mantenerla bajo el dominio propio”, dice. “¿Y qué me dicen de Warner Brothers? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, ¿pero el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos brothers mucho antes que ustedes”. Termina Groucho excusando a la compañía: ha sido engañada por “un picapleitos con hocico de hurón”. Pues bien, “ningún aventurero legal con la cara tiznada va a causar animosidad entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos debajo de nuestro pellejo y seguiremos siendo amigos hasta que el último rollo de Una noche en Casablanca esté metido en su bobina”. Ni que decir tiene que los abogados de Warner no entendieron nada de la carta de Groucho, y respondieron pidiendo, por favor, un adelanto del argumento. El delirio de película que les plantea Groucho los tumba por KO.
No hablamos de lo mismo, pero en cierta forma sí. En todas esas tertulias donde gente muy enfadada, políticos y periodistas, saltan al anzuelo grotesco de propuestas dirigidas exclusivamente a cabrearlos y marcar agenda, se echa de menos a alguien que recuerde, al espectador menos avisado, que hay muchos asuntos que terminan en el Congreso y nunca debieron salir de un gag de Noche de fiesta. Con sus responsables haciendo la misma escaleta que el director del programa.