domingo, 1 de enero de 2023

De las democracias

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Enric González, va sobre las democracias . Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






El golpismo de la dictadura terrorista
ENRIC GONZÁLEZ
24 DIC 2022 - El País

Cualquiera que haya salido a la calle habrá notado que la sociedad española no sufre ninguna crisis existencial. La gente va y viene, se aglomera en las aceras céntricas, gasta dinero si puede y goza o sufre, según, de estos días viscosos que se alargan hasta bien entrado enero. Quien no vive de la política es ya inmune a la repetición de palabras huecas, con la misma vacuidad semántica (aunque con mucha menos gracia) que una retahíla de insultos del Capitán Haddock: “¡Anacoluto, mercantilista, ostrogodo, coleóptero, bachibuzuk!”.
El diccionario nos dice que un anacoluto es una incoherencia gramatical en una frase. Y que un bachibuzuk era un mercenario del antiguo Ejército otomano. No hace falta consultarlo para saber que una dictadura es una cosa atroz (hemos pasado por eso), que el terrorismo mata y aterroriza (hemos pasado por eso) y que un golpe de Estado es un acto político de extrema violencia respaldado por las armas (no hace tantísimos años que sufrimos un intento fallido, y aunque sigamos sin saber quién lo patrocinó realmente, no hemos olvidado en qué consiste).
Habrá ciudadanos de a pie, de tal ideología o de tal otra, que usen con soltura palabras como “dictadura” o “golpismo”. De la misma forma que podrían decir “bachibuzuk”. Simples interjecciones.
Lo que ha venido ocurriendo con el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional no es más que un síntoma, el enésimo, de un sistema político de mediocre calidad. Un sistema democrático, sin embargo. Con toda la injusticia económica y social que ustedes quieran, con graves deficiencias, con insólitos alardes de cinismo por parte de quienes lo manejan. Es una democracia imperfecta, como lo son todas, en mayor o menor grado. Pero es una democracia.
Al igual que en otras democracias que solemos considerar más o menos avanzadas (Estados Unidos, Francia o Reino Unido, por ejemplo), el ciudadano no vota a favor, sino en contra. Hace ya tiempo que los partidos juegan a eso que llamamos polarización y que en realidad consiste en la descalificación del adversario. El juego requiere figuras totémicas a las que se pueda odiar y amar de una forma tan profunda como irracional; disponemos de varias de ellas. Dejando de lado a Irene Montero y Pablo Iglesias, por escasez de peso electoral, el juego lo protagonizan Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso.
Permítanme una opinión muy subjetiva: hay un señor gallego que dice mandar en el PP, pero cada vez que le oigo creo escuchar a la presidenta de Madrid. El PP ofrece un discurso ayusista pronunciado por alguien que no tiene ni la desfachatez ni el ánimo asesino (políticamente) que caracteriza a Díaz Ayuso. Quizá algún día se corrija esa anomalía.
Mejor no tomarse las cosas a la tremenda. Seamos conscientes de que dentro de años o décadas Isabel Díaz Ayuso será una mujer muy rica (no lo duden) dedicada a otras cosas, y Pedro Sánchez mandará en algo internacional y será un poco menos rico (no mucho menos) que ella. El juego seguirá, con otros personajes entrañablemente odiosos y, disculpen el pesimismo, con las mismas instituciones mediocres. Y con una democracia imperfecta que, ojalá, seguirá permitiéndonos calificarla de dictadura o de bachibuzuk: para entonces serán sinónimos.




















[ARCHIVO DEL BLOG] Visiones de la política. [Publicada el 02/01/2009]




 


Preguntarle a nuestros líderes políticos locales que si leen a Friedrich HayekMilton FriedmanIsaiah BerlinJohn Rawls o Francis Fukuyama, por mencionar únicamente a algunos de los pensadores políticos contemporáneos que se citan profusamente en el artículo que comento, parece más ingenuidad que otra cosa. A ellos, desde luego, no creo que les parezca necesario, aunque si lo hicieran quizá, sólo quizá, nos evitaríamos espectáculos tan lamentables como los que nos ofrecen a diario. Por citar un último, el del presidente del Parlamento de Canarias, Antonio Castro (CC-ATI) pidiendo la prohibición de la entrada de inmigrantes en Canarias (¿de dónde o de quiénes?, señor presidente) y el control del índice de natalidad de las mujeres canarias (aunque no explica si eso se haría por la fuerza -como en China-, la persuasión, o mediante alicientes económicos, por ejemplo, con ayudas a las que "menos" hijos, o ninguno traigan al mundo y penalizando a las familias numerosas). Toda una lumbrera política el caballero...
Más posible, aunque difícil de evaluar, es que les suenen los nombres de otros pensadores políticos contemporáneos, ya archivados en el baúl de los recuerdos, como Karl Marx (al que todos citan pero ninguno ha leído),o John Maynard Keynes (ahora redescubierto y añorado por los mismos que llevan detestándole desde hace medio siglo). Y por supuesto, seguro que les suenan muy muy lejanos, si es que han oído hablar de ellos y no piensan que eran seres mitológicos, los nombres de Rousseau, Voltaire, Smith, Burke, Condorcet, Godwin, Paine, Robespierre, D'Holbach, Hamilton, Jefferson, Tocqueville o Monstesquieu, todos ellos protagonistas de la Ilustración, que a lo largo del siglo XVIII dieron forma a la idea de lo que hoy son las democracias modernas, siguiendo la estela que veinte siglos antes iniciaron Platón y Aristóteles. Sería mucho pedir, ya lo se... Y ya sabemos todos que los Reyes Magos no existen.
El artículo que comento está escrito por el economista Luis M. Linde, y lo publica Revista de Libros, en su número 144, correspondiente al pasado mes de diciembre. Se titula "Los occidentales y sus visiones políticas". 
Para el profesor Linde, la tesis central del libro "A CONFLICT OF VISIONS. IDEOLOGICAL ORIGINS OF POLITICAL STRUGGLES", de Thomas Sowell, profesor de Economía, asociado a la Hoover Institution de la Universidad de Stanford (California) desde 1980, y reeditado por Basic Books, de Nueva York, en 2007, (hay una edición en español de Gedisa, Buenos Aires, 1990, con el título "Conflicto de Visiones"), es la de que las luchas políticas de los últimos dos siglos -especialmente entre capitalismo y socialismo, o entre democracias liberales y dictaduras autocráticas o de partido- componen un bosque, en el que sus árboles, aparentemente tan variados, pertenecen, en realidad, sólo a dos especies –aunque hay ejemplares híbridos–, y que para entender lo que hay en ese bosque, cómo se desarrollan y crecen los árboles, cómo compiten unos con otros, hay que entender la naturaleza de esas dos únicas especies y de las raíces que sustentan el bosque entero.
Para Sowell, dice Linde, en el origen de las luchas políticas desarrolladas, primero, en Europa y, después, en todo el mundo desde finales del siglo XVIII, están las que el profesor norteamericano denomina visión "constrained" ("restringida", "condicionadas", también con significado de "trágica", "pesimista"), y la visión «unconstrained» ("no restringida", "utópica", "optimista" o "tradicional"). Las visiones son, según Sowell, como «mapas» que nos ayudan a transitar por la realidad, a superar nuestras perplejidades. Las visiones políticas «no son sueños, ni esperanzas, ni profecías, ni imperativos morales, aunque cualquiera de tales cosas pueda surgir de una visión determinada. Una visión es un sentido de causación» y, por ello, las visiones son el fundamento sobre el que se construyen las teorías. Las visiones acerca de la sociedad y su funcionamiento, además de inspirar pensamiento y acción política, son importantes en sentido individual porque nos ayudan a formar opiniones y adoptar posiciones en materias en las que somos ignorantes.
La discusión política en la que, para Sowell, se sustanciaron las dos visiones opuestas que han llegado hasta hoy se desarrolló en las últimas cuatro décadas del siglo XVIII y sus principales protagonistas fueron cinco, ahora diríamos, «intelectuales»: Rousseau, el más viejo de todos ellos (1712-1778), Adam Smith (1723-1790), Edmund Burke (1729-1797), Antoine-Nicolas Condorcet (1743-1794) y William Godwin (1756-1836), el más joven, que publicó su aportación principal, su "Enquiry Concerning Political Justice", en 1793, aunque Thomas Paine había publicado, en lo que ya eran los Estados Unidos de América, en 1791, "The Rights of Man", anticipándose a varias de sus ideas. Sowell considera a Rousseau, Condorcet y Godwin los principales exponentes de la visión utópica, y a Smith y Burke los principales exponentes de la visión tradicional. Otros políticos, escritores y «filósofos» participaron en este gran debate: puede citarse, en el campo de la visión utópica, a Robespierre, el primer ideólogo del terror como método de acción política, y a D'Holbach (1723-1789), por su defensa del ateísmo y del materialismo; en la visión tradicional estaría Alexander Hamilton (1755-1804), por su aportación a la defensa del gobierno limitado y del equilibrio entre poderes. Aunque el enfrentamiento entre ambas visiones ha seguido vivo hasta nuestros días, la única aportación moderna que destaca Sowell es la de Friedrich Hayek.
Lo que resulta decisivo para caracterizar ambas visiones es –afirma Sowell– lo que él llama el locus of discretion, el «lugar» en el que se toman o se producen las decisiones, y el mode of discretion, la forma en que se toman las decisiones. En la visión utópica, las decisiones sociales se adoptan deliberadamente por representantes o encarnaciones [en inglés, surrogates; éste es el locus of discretion] de la sociedad, sobre bases explícitamente racionalistas [éste es el mode of discretion]; en la visión tradicional, las decisiones sociales se desenvuelven y se hacen efectivas a partir de decisiones individuales que persiguen fines privados, sirviendo al bien común sólo como consecuencia de las características de los procesos sistémicos, independientemente de las intenciones de los individuos, tal y como ocurre, por ejemplo, en los mercados competitivos.
Aunque Sowell reconoce que la visión utópica está «en su casa en la izquierda política», afirma, a la vez, que la existencia de visiones inconsistentes o híbridas, como el marxismo, el utilitarismo o la ideología libertaria hacen que no pueda, sin más, equipararse visión tradicional a «derecha» y visión utópica a «izquierda». El marxismo es el epítome de la izquierda política, pero no de la visión utópica que domina la izquierda «no marxista»; para muchos, el fascismo –cuya visión es, en varios sentidos, utópica (Hayek defendió siempre la caracterización del nacionalsocialismo hitleriano como «socialismo»)– es el más claro ejemplo de «extrema derecha»; y la ideología libertaria, que muchos consideran derecha extrema, al menos en sus propuestas económicas, es incompatible, dice Sowell, con la función de los procesos sociales sistémicos en la visión tradicional.
Para mostrarlo, Sowell concluye su libro tratando de las diferencias que ambas visiones mantienen en torno a tres grandes ejes del debate político actual: la igualdad, el poder y la justicia.
Sobre la la igualdad, en palabras de Burke, que cita Sowell, «todos los hombres tienen iguales derechos, pero no a cosas iguales», una idea que parece idéntica a esta otra de Hayek: «Ser tratado igual no tiene nada que ver con la cuestión de si la aplicación de la ley en una situación particular puede llevar a resultados que son más favorables a un grupo que a otros». Para la visión tradicional de Burke y Hayek, la igualdad que debe buscar y lograr la acción política no es la igualdad de resultados, sino la de las oportunidades, entendida como «igualación de las probabilidades de alcanzar ciertos resultados [...] ya sea en educación, en empleo o ante los tribunales». Para la visión utópica, por el contrario, la igualdad que debe perseguir y lograr la acción política es la igualdad de resultados. Además, para algunos partidarios de la visión utópica, la reivindicación de igualdad puede llegar muy lejos, porque puede aspirar a compensar incluso aquellas diferencias que no se deben a las instituciones sociales o al medio familiar, sino al azar genético. Así, Condorcet defendía hace ya dos siglos que «tienen que mitigarse incluso las diferencias naturales entre los hombres», una idea que ha obtenido apoyo en nuestros días y que es uno de los motores de la «corrección política», tanto en Estados Unidos como en Europa.
Las dos visiones entienden de modo diferente el origen y significado del poder económico y político, añade Sowell, pero también el uso de la fuerza, la guerra, la ley y su aplicación, el crimen y su castigo. La visión utópica entiende la guerra y el crimen y, en general, el uso de la fuerza como desviaciones, fallos o perversiones del uso articulado de la razón. Para Godwin, por ejemplo, la guerra era una consecuencia de las instituciones políticas en general y, más específicamente, de las instituciones no democráticas, mientras que el crimen era imposible en ausencia de influencias sociales o razones individuales (problemas psiquiátricos, por ejemplo) impuestas, por así decir, a los individuos, porque «es imposible que un hombre cometa un crimen en el momento en que pueda verlo en toda su enormidad»: basta con localizar las causas de los males para combatirlas y eliminarlas, dando así una «solución» al problema. En el polo opuesto, los partidarios de la visión tradicional no creen que haya que buscar causas para el crimen o para la guerra fuera, simplemente, de la naturaleza humana: «Las personas cometen crímenes porque son personas, porque ponen sus intereses y sus egos por encima de los intereses, sentimientos y vidas de los demás». La guerra y el crimen son consecuencia inevitable de la naturaleza humana; los fallos pueden estar en los incentivos que generan ley y orden, porque el uso de la fuerza –legítima o criminal, individual o a través de la guerra– puede ser racional desde el punto de vista de los que esperan obtener beneficios, individuales o colectivos, con ella.
Finalmente, en cuanto a la «justicia social», la oposición entre ambas visiones es absoluta. Sowell señala que Godwin, en su "Enquiry Concerning Political Justice", de 1793, ya definió lo que la visión utópica entiende, hoy, por «justicia social»: el deber de cada ser humano de atender a las necesidades de los demás y lograr, en lo posible, su bienestar, un deber moral individual que se traduce en la esfera pública y política en el deber de los gobernantes de actuar sobre los derechos de propiedad, que Godwin consideraba fundamentales, pero subordinados al logro de lo que él llamaba «justicia política». Pero, igual que ocurría al comparar la posición de ambas visiones respecto a la igualdad, tampoco se trata aquí de que unos tengan sentimientos morales o humanitarios más desarrollados que otros, que unos sientan más compasión por las desgracias ajenas que otros: «Lo que distingue a la visión utópica no es que prescriba que nos preocupemos humanamente por los pobres, sino que considera que la transferencia de beneficios materiales a los menos afortunados no es simplemente una cuestión de humanidad, sino una cuestión de justicia».
Para Hayek, el concepto de justicia social «no pertenece a la categoría del error, sino que carece de sentido» porque –afirma– los procesos sociales sistémicos no son ni justos ni injustos. Hayek cree que el objetivo de la justicia social –lograr mediante la acción política una distribución del ingreso preconcebida y tendente a la igualdad– exige la puesta en marcha de procesos «que pueden destruir la civilización», porque «[el concepto de justicia social] socava y, en última instancia, destruye el imperio de la ley».
"A Conflict of Visions" de Sowell -concluye Linde- no pretende ser una historia de las ideas políticas aunque, indirectamente y de manera diferente a la tradicional, también lo sea, ni un relato sobre la vida y las ideas de los escritores y filósofos que han ido poniendo los jalones de esa historia desde el siglo XVIII, ni una descripción de los sistemas políticos y sus engranajes parlamentarios, electorales o partidistas. Tampoco es un intento de síntesis, ni trata de conciliar o «superar» ideologías diferentes u opuestas; evita, incluso, criticar o dar argumentos a favor o en contra de ninguna de las dos visiones. Aunque sabemos que sus simpatías están más cerca de la visión tradicional que de la utópica, Sowell hace un esfuerzo bastante deportivo para tratar de explicar cómo puede entenderse y justificarse la adhesión a cada una de ellas y los límites que las dos visiones reconocen a su propia eficacia o validez.
Lo que se discute es, en definitiva, cuáles son los límites y las posibilidades de la acción política en el marco de los límites y posibilidades de la acción humana individual y colectiva, porque, si las visiones diferentes son la raíz de posiciones políticas opuestas, las diferencias sobre cuáles son esas posibilidades son, a su vez, la raíz de las diferentes visiones políticas.
He intentado con la mejor voluntad, y muy probablemente sin acierto, reseñar los fragmentos más interesantes del artículo del profesor Linde, reproduciéndolos casi literalmente, pero nada puede sustituir a la lectura del texto completo del mismo. No tengo una concepción elitista de la política, pero si creo en la democracia representativa. La política la tienen que hacer los políticos, al igual que la medicina la practican los médicos y las carreteras las construyen los ingenieros (y los obreros), sin perjuicio del control de sus actividades (las de los políticos) por el pueblo. Para los que sentimos pasión por la "teoría política", como digo en la presentación de mi blog, -casi en el mismo plano que por el paseo, la familia, la conversación amigable, el café y el güisqui "Jack Daniels"-, la lectura de artículos tan interesantes como el publicado por el profesor Linde en Revista de Libros nos compensa sobradamente de las insustanciales y aberrantes barbaridades que a diario sueltan la mayoría de nuestros políticos por sus bocas, afianzándonos en la esperanza de una sociedad mejor, con una clase política más formada y con una ciudadanía más consciente de su poder. Sean felices a pesar de todo y disfruten de lo que queda de las fiestas. Tamaragua. HArendt












sábado, 31 de diciembre de 2022

De las palabras





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo y primero de año. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Álex Grijelmo, va sobre las palabras. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Cuento de Navidad
ÁLEX GRIJELMO
26 DIC 2022 - El País

La maestra escribía un vocablo en la pizarra cada día lectivo de aquel diciembre de 1991. En total, 14 palabras de la Navidad, 14 ideas alegres. Y empezó por esa misma, Navidad, para contar que en latín —la lengua que daría origen al castellano, al catalán y al gallego— existía el verbo nascor, con su participio natus. Y que de ahí saldrían natio (nación, el lugar donde se nace) o natalicius (lo relativo al día y la hora en que alguien vino al mundo). Y, por supuesto, nativitas: nacimiento. Y que con el pasar de los siglos, a partir de nativitas se formó Navidad: el Nacimiento por antonomasia (o sea, el nacimiento): el del Niño Jesús en Belén. Y que por eso hoy hablamos de poner el nacimiento, con sus figuras y sus peces en el río que beben y beben. Estas ramas de palabras se desarrollaron con extrema lentitud; no de un día para otro. Y eso constituye un ejemplo más, resaltó, de que todo lo sólido se construye despacio: “El idioma es sólido porque tiene paciencia”. De paso, explicó que el apellido de Miguel Ángel Nadal, nuevo jugador del Barça (aún no se conocía a su sobrino), significa en catalán Navidad.
En esa semana, niñas, niños y maestra empezaban a ensayar el villancico que toda la clase cantaría el día 21 en el salón de actos, y ella les hizo fijarse en una rara palabra incluida en la letra, “anafre”: “Lleva su chocolatera, rin rin…, su molinillo y su anafre”. Ninguno de los escolares sabía qué estaban cantando. El anafre, les ayudó la maestra, es un hornillo portátil de carbón. Y el vocablo procede del árabe annáfih (“soplador”), pues hacía falta soplar para mantener el fuego. Ya apenas se usan ni el invento ni la palabra, pero el rastro de su historia —se extendió— nos permite apreciar la convivencia de culturas que se dio en España hace siglos, cuando musulmanes, judíos y cristianos comerciaban, hablaban entre sí por las calles y los mercados y se intercambiaban palabras que enriquecían aquella lengua en formación, aunque los poderosos alentaran los odios entre ellos.
Otro día anotó en la pizarra la voz “muérdago”, que resultó no tener un origen conocido. Las palabras se olvidan a veces ellas mismas de qué ocurrió el día en que nacieron, como nos sucede a las personas. Así que aquella mañana decidió hablar sobre los montes donde brota el adorno navideño, y también de los exóticos árboles que dan la mirra (oro, incienso, mirra), del griego mýrra, una resina balsámica. “Las palabras son como las plantas”, dijo, “tienen ramas y raíces, dan frutos; y también se agarran a la tierra”.
En las últimas fechas antes de las vacaciones, desfilaron por la pizarra el sorteo de Navidad y sus términos. La maestra preguntó a los alumnos qué veían dentro de la palabra “lotería”, y una niña respondió que veía la palabra “lote”. La maestra la felicitó y le explicó que el vocablo se basa en el francés lot, o parte que toca en un reparto, el “lote” que a cada cual le cae en suerte. Gran paradoja esa procedencia francesa, precisó, porque el sorteo se creó en 1811 para allegar fondos destinados a la guerra contra Napoleón.
Pasó el tiempo. Y pasó despacio. Mucho después, en las Navidades de 2024, se festejó un aniversario de exalumnos y exprofesores. A la maestra aún le permitió el oído derecho escuchar el testimonio de aquellos escolares agradecidos por las enseñanzas de diciembre de 1991 que les abrieron caminos a la vida, al respeto, a la cultura, a la historia y a la naturaleza mientras creían que asistían a una clase de lengua. Y conmovida, les perdonó de nuevo que se rieran de ella entonces y la apodaran burlonamente La Nebrija.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Peripecias del cambio de año. [Publicada el 01/01/2018]









Nada más natural que terminar un año el 31 de diciembre y comenzar el siguiente en el 1 de enero, comenta en el diario El Mundo Rafael Bachiller, astrónomo, y director del Observatorio Astronómico Nacional. Sin embargo, comienza diciendo, esta convención occidental, que tiene su origen en la Roma del siglo II a.C., ha sufrido innumerables y apasionantes peripecias a lo largo de la historia, avatares debidos en gran medida a las aproximaciones sucesivas para acompasar la duración del año civil con la del año que los astrónomos llamamos el año trópico que es, en breve, el periodo de 365,2422 días que duran las cuatro estaciones.
Los movimientos de los cuerpos celestes, con sus ciclos matemáticamente precisos, son ideales para medir largos períodos de tiempo y así lo reconocieron las primeras civilizaciones al confeccionar sus calendarios. Por ejemplo, el día y el año, tal y como están definidos hoy, tienen su fundamento en el movimiento de la Tierra sobre sí misma y en torno al Sol. El día y el año son pues los ladrillos fundamentales de un calendario solar. Sin embargo, el mes y la semana son unidades basadas en el movimiento de la Luna y forman la base de los calendarios lunares. El mes representó en origen una revolución de nuestro satélite en torno a la Tierra y la semana corresponde aproximadamente a una fase lunar.Paradójicamente, nuestro calendario actual, que es obviamente solar, tiene sus orígenes en el antiguo calendario romano que tenía fundamento lunar. 
En efecto, en la antigua Roma, varios siglos antes de nuestra era, el año era una sucesión de diez meses: Martius (dedicado a Marte), Aprilis (del latín aperire, abrir, quizás por los brotes vegetales), Maius (por la diosa Maia), Junius (por Juno), Quintilis (el mes quinto), Sextilis (sexto), September (séptimo), October (octavo), November (noveno), y December (décimo). El año comenzaba el primer día de marzo (calendas), bajo los auspicios del dios guerrero, pues esta era la fecha que marcaba el inicio de las campañas militares con la designación de los cónsules. El término calendas procede del verbo calare (llamar). A primero de mes los cobradores reclamaban los tributos llamando a los ciudadanos a gritos y el libro en el que anotaban sus cuentas se denominaba calendarium.Como el año era mucho más corto de 365 días, su inicio iba cambiando de estación, lo que creaba inconvenientes en las campañas militares. Para evitar este problema, se intercalaban meses adicionales cada cierto tiempo, una práctica que se prestaba al desorden. Algunos pontífices, quienes -además de velar por los puentes de Roma- eran los encargados del calendario, alargaban y acortaban los años fraudulentamente, según su conveniencia, para prolongar la magistratura de sus amigos y reducir la de otros. Para evitar estas prácticas, tratando de acompasar el año civil a las estaciones, Numa Pompilius añadió de manera permanente dos meses al final del año: Ianarius (dedicado a Jano, mes 11) y Februarius (de februare, purificación, mes 12). Por otra parte, a mediados del siglo II a.C., las campañas militares lejos de Roma (y concretamente en Hispania) requerían nombrar a los cónsules con suficiente antelación al comienzo de las actividades militares. En el año 153 a.C. se pasó a realizar el nombramiento de los cónsules dos meses antes del comienzo de las campañas y con ello se fijó el principio del año en el día 1 de Ianarius (en lugar del 1 de Martius).
Gracias a los dos meses adicionales introducidos por Numa Pompilius, el año había pasado a tener unos 355 días, así que aún era demasiado corto respecto del año de las estaciones. Para compensar el desfase se introducía ocasionalmente un decimotercer mes, algo también propicio a manipulaciones por intereses políticos o económicos. El caso es que aún en el año 46 a.C. el año del calendario civil se encontraba desfasado por unos tres meses respecto de las estaciones y seguía reinando el desorden.Fue Julio César quien en el 45 a.C. (año 708 de Roma) decidió realizar una reforma drástica del calendario. Para ello le asesoró el prestigioso astrónomo griego Sosígenes, quien propuso despreocuparse de la Luna forzando la duración de los meses de forma que el año ordinario durase 365 días (como el de los egipcios) y, para que no se acumulase un desfase con las estaciones, se decidió intercalar un día extra cada cuatro años. De esta forma, la duración media del año resultaba ser 365,25 días, es decir, unos 11 minutos menos que el año trópico. Así, César transformó el calendario lunar en puramente solar.Posteriormente, el mes Quintilus fue renombrado Julius (en honor de Julio César) y el Sextius pasó a llamarse Augustus (por Augusto) pero, por inercia del lenguaje, September, October, November y December han conservado unos nombres que hoy nos resultan aparentemente absurdos pues, por ejemplo, el mes septiembre es ahora el mes noveno y no el séptimo.
Este calendario, denominado juliano en memoria de Julio César, permaneció válido durante más de dieciséis siglos. Pero durante muchos de estos siglos, los católicos se resistieron a celebrar el principio del año en un mes dedicado a una deidad pagana. En la Edad Media, diferentes pueblos de Europa tenían por costumbre celebrar el principio del año en fechas de significado religioso. Dependiendo del Estado europeo, se utilizaba la modalidad de la Navidad, con el año comenzando el 25 de diciembre, la de la Encarnación, con el comienzo en el 25 de marzo, o la de la Pascua, con el año comenzando ¡en fecha variable! El inicio del año el 1 de enero no se hizo obligatorio en muchos Estados europeos hasta el siglo XVI. Se impuso en Alemania mediante un edicto hacia 1500; en Francia entró en funcionamiento en 1567; en España se generalizó hacia el siglo XVII y en Inglaterra hubo que esperar hasta 1752.
Con el transcurso de los siglos, esos 11 minutos de diferencia en la duración del año juliano y del trópico, generaron una deriva muy significativa. A finales del siglo XVI, a pesar de una corrección introducida en el año 325 d.C. en el concilio de Nicea, el equinoccio de primavera (muy importante para la Iglesia, pues determina la fecha de la Pascua) caía hacia el 11 de marzo, es decir, 10 días antes de la fecha que la Iglesia se había impuesto en Nicea. Esta situación llevó al papa Gregorio XIII a realizar una importante reforma en 1582, año al que recortó 10 días.El calendario resultante, denominado gregoriano y vigente hasta hoy, se critica a veces por diferentes razones. Por ejemplo: no considera un año cero (del año -1 a.C. pasa al 1 d.C.). Sigue conteniendo años bisiestos, pero se suprimieron los años seculares de entre tales bisiestos, salvo aquellos que son divisibles por 400, y todo ello parece ad hoc. Los meses, que como hemos visto tienen a veces nombres absurdos, no tienen un número entero de semanas y tienen un número variable de días (28, 29, 30 ó 31). Además, la duración media del año gregoriano es 365,2425 días, es decir, aún contiene una pequeña diferencia (un exceso de 26 segundos) respecto del año trópico.Pero también es cierto que, gracias a todas sus peculiaridades y anécdotas, en el calendario gregoriano está escrita una buena parte de la historia de la civilización occidental. Y su precisión es más que aceptable: el exceso de 26 segundos representa una parte en un millón, por lo que el desfase al que puede dar lugar es el de un día en 3.300 años. Este efecto no se corrige de momento pues sabemos hoy que la duración del año trópico tampoco es perfectamente constante. Si fuese preciso corregirlo, sería sencillo: dentro de unos 30 siglos se podría decretar que un año bisiesto no lo fuese. En mi opinión, todo sumado, nuestro calendario gregoriano no solo es un destacado patrimonio cultural de la Humanidad, sino que es una excelente herramienta para medir el tiempo. Fácil de aplicar y sumamente práctico, el gregoriano se ha impuesto hoy en gran parte del mundo, pasando a ser un importante elemento de comunicación y de cohesión a escala planetaria.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 30 de diciembre de 2022

Del patriotismo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado y fin de año. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del profesor Fernando Vallespín, va sobre el patriotismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Patriotismo de partido versus patriotismo constitucional
FERNANDO VALLESPÍN
24 DIC 2022 - El País

La democracia es un delicado sistema de relojería cuyas piezas deben mantenerse siempre en perfecto equilibrio, cada una de sus ruedecillas debe satisfacer su función necesaria para el funcionamiento del todo. Su fin último no es solo buscar el ajuste entre gobernantes y gobernados —que las preferencias de estos encuentren su reflejo en las decisiones de aquellos—; también, al menos en la democracia liberal, proceder al control del poder, que este no se exceda de los límites constitucionalmente previstos. Este sutil mecanismo recibe el nombre de pesos y contrapesos, algo que confirma la utilidad de la metáfora mecanicista. Lo malo es que no puede garantizar por sí mismo las condiciones para su supervivencia (el conocido Diktum de Böckenförde), algo que recuerda a esa frase atribuida a Montesquieu de que las instituciones también mueren de éxito; sin implicación cívica, sin la adecuada cultura política, acaban sucumbiendo; o por los manejos de aquellos más directamente responsables de su puesta a punto.
Lo curioso es que las fuerzas políticas que ahora mismo porfían por zarandear dichas piezas deberían ser los primeros interesados en sostenerlas. ¿Seguiría manteniendo Unidas Podemos que no debe haber límite a la voluntad de la mayoría (“popular”) si quien la ostentase fuera la oposición? Ella también es “pueblo”. ¿Le gustaría al PP que, en caso acceder al Gobierno, el PSOE se negara a pactar una renovación del CGPJ y/o de un Constitucional bajo su control, o conminara a este último para que adoptara medidas cautelarísimas para interrumpir el tracto legislativo? Por eso me pareció irónico que Feijóo apremiara a Sánchez en el Senado a “volver a la Constitución”. Oiga, aplíquese el cuento. Que se lo apliquen todos los que nos han introducido en esta perversa dinámica. Porque lo más insultante de lo que está pasando es que encima cada uno de los partidos se considera portavoz de lo que sea o deje de ser la democracia. Dicen defenderla, cuando tantos aspavientos responden a claras racionalizaciones de su interés partidista específico. Para muestra un botón. Que el atropellado procedimiento para aprobar la reforma del Código Penal, más las enmiendas bastardas ahí introducidas, respondía a cálculos políticos —apartar las decisiones impopulares del tempo electoral— lo sabemos incluso por “fuentes de la Moncloa”. Y así todo.
Lo malo es que en el camino vamos socavando las instituciones. Y ahora le ha tocado a una central, el Tribunal Constitucional, al que ya es difícil no verlo bajo el prisma partidista. La descarnada disputa por su configuración encaja en la clásica maniobra de controlar al controlador, acabar de vestir a los árbitros con las camisetas de los equipos a los que tienen que pitar. Sin presunción de imparcialidad, su auctoritas se desvanece. No es que antes estuviera libre de críticas a ese respecto, lo que pasa es que ahora se hace sin disimulo alguno. Y en este y otros comportamientos recientes la pregunta que cabe hacerse siempre es la misma: ¿por qué? Desde luego, por el turbopartidismo que todo lo cubre y se ve tan favorecido por la polarización en la que estamos, que ha acabado de contaminar al otro gran controlador, los medios de comunicación, tan propenso a achicar las responsabilidades de unos y agrandar la de los otros. Fijar los males del otro, el odio al adversario y confiar en el predominio de la exaltación partidaria en el momento electoral se considera ya suficientemente seguro. Nada que temer por atropellar a las instituciones. Es curioso, en este país de tanto patriotismo desatado —nacional o de partido—, el único que está perdiendo pie es el patriotismo constitucional, justo aquel que permite que todos los demás puedan convivir.























[ARCHIVO DE BLOG] Lecturas para políticos en ciernes y en activo. [Publicada el 31/12/2011]

 






De todos es bien sabido que los políticos en activo no leen. No tienen tiempo. Hasta las noticias se las dan sus respectivos gabinetes de prensa seleccionadas y fragmentadas para que puedan digerirlas adecuadamente. Y es una lástima, pero es así. Dedicados en cuerpo y alma a nuestra salvación no tienen tiempo para cultivar su espíritu y su sensibilidad. Lo siento por ellos. Y si no tienen tiempo para leer, no digamos para escribir... Atrás quedaron los tiempos de Pi i Margall, Castelar, Cánovas, Azaña, o más recientemente, Leopoldo Calvo-Sotelo, Joaquín Leguina o Jorge Semprún, por citar algunos.
Sobre el asunto citado trataba un reportaje de antes de ayer en El País titulado "Léase antes de gobernar", En él, renombrados filósofos, politólogos e historiadores escogían obras para el liderazgo ideal y se permitían recomendar su lectura a nuestros políticos en ciernes y en ejercicio.
Menciono, de entre las citadas, tan solo las leídas por mí, si no con provecho al menos con placer: "El político" y "El Oráculo manual", de Baltasar Gracián; "El Príncipe", de Maquiavelo; "Pensar Europa", de Edgard Morin; "La fiesta del chivo", de Vargas Llosa; "A sangre fría", de Truman Capote; "Discurso sobre la servidumbre voluntaria", de De la Boêtie; el "Protágoras", de Platón; o "El traje nuevo del Emperador", de Dich Whittington. Varios de las recomendantes coinciden en señalar como fundamental un libro muy actual, "Algo va mal", del historiador británico Tony Judt, fallecido el pasado año. A mi también me lo parece, y no se porqué, sospecho que ninguno de nuestros flamantes nuevos ministros lo ha leído.
La profesora de la UNED, Amelia Valcarcel, catedrática de Filosofía moral y política, se permite ironizar, sin "animus iniuriandi", al respecto: ."¿Lecturas para un político español? En París más de una vez me he encontrado a Dominique de Villepin comprando libros. En España jamás he visto a un político en una librería. Será que no voy a las buenas. Un gobernante no tiene más obligaciones lectoras que cualquier persona con cierta formación, pero a veces no se llega ni a eso. Parece que la lectura es perjudicial para la salud". Coincido con su apreciación.
El reportaje de El País me ha animado a elaborar, a vuela pluma, una lista de mis lecturas políticas favoritas, no incluidas entre las citadas por tan ilustres profesores e intelectuales. No están todas las que son, evidentemente, pero pienso que son todas las que están. Las cito por orden más o menos cronológico y no por la importancia que me merecen.
El primer lugar es, sin dudarlo, para "La República" de Platón. Pese a lo que su nombre parezca indicar no es un tratado sobre la política, sino sobre la educación,... de los políticos. Es una utopía, pero sigue siendo lectura imprescindible a mi modesto juicio.
El segundo puesto lo reservo para una tragedia clásica, "Los persas" de Esquilo. Una obra en la que el adversario, en este caso el enemigo ancestral de los griegos, los persas, son tratados con un respeto que en la política actual se ha perdido por completo.
El tercer lugar lo ocupa "El Federalista", la gran obra de Hamilton, Jay y Madison en defensa del proyecto de Constitución de los Estados Unidos de América. Su lectura vale con provecho por cualquier curso de Ciencia Política.
La cuarta posición es para las "Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal" de G.W.F. Hegel. Una magistral síntesis sobre el sentido y el progreso de la historia de la humanidad.
El quinto lugar lo reservo para "La democracia en América", de Alexis de Tocqueville. Uno de los más influyentes y acertados análisis que se han hecho sobre la democracia y los peligros que, por su causa, pueden acechar a la libertad.
La sexta posición la guardo para "Rebelión en la granja" de George Orwell, la más crítica fábula que se ha escrito sobre el estalinismo y la falta de libertad de la Rusa soviética de entre-guerras.
La séptima es para "Los orígenes del totalitarismo" de Hannah Arendt. No podía dejar de mencionarla sin desautorizarme a mí mismo, aun cuando he dudado entre ésta o su otro libro, "Sobre la revolución".
El octavo lugar lo guardo para otra obra de ficción: "Memorias de Adriano" de Marguerite Yourcenar. La larga y reflexiva epístola que el emperador Adriano escribe a su sucesor, sobre el arte de gobernar, cuando siente la proximidad de su hora final.
El noveno lugar es para "Historia del siglo XX. El mundo, todos los mundos" del historiador francés Marc Nouschi. Magistral obra de síntesis, sin parangón alguno, sobre el siglo que se fue, y cuyas consecuencias estamos pagando aún.
Y el décimo y último lo guardo para otro libro de otro historiador francés: "El pasado de una ilusión", de François Furet, un interesantísimo análisis de la inmensa tragedia y fracaso que ha supuesto para la historia la experiencia comunista.
En fin, un año más que se va; otro "annus horribilis" (como acertadamente definió la reina Isabel II el de 1997). "Annus horribilis" que para los españoles y los europeos no se termina hoy, 31 de diciembre, sino que tiene todo el aspecto de que va a prolongarse durante bastante tiempo más.
Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. Y Feliz Año Nuevo... HArendt











Léase antes de gobernar. 
TEREIXA CONSTENLA y JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
29 DIC 2011 - El País

Lejanos ya los tiempos en que Baltasar Gracián consagraba El político a mayor gloria de Fernando el Católico y Maquiavelo dedicaba El príncipe al Duque de Urbino, los políticos actuales no parecen tener quien les escriba, más allá, eso sí, de plúmbeos informes, dudosos discursos y puede que hasta autobiografías complacientes. No falta sin embargo quien acceda a recomendarles lecturas para el buen gobierno. Clásicos para comprobar que la política es tan vieja como la misma polis. Economistas laureados para pensar la crisis lejos de las consignas aprendidas. Historiadores con consejos para no repetir los mismos errores del pasado.
- Isabel Burdiel, Premio Nacional de Historia. "Le recomendaría a un hipotético líder, y a la ciudadanía, que leyesen un libro extraordinariamente útil para entender la historia reciente y el presente: Algo va mal, de Tony Judt. Tampoco vendría mal leer las columnas periodísticas de dos Premios Nobel de Economía, que tienen entre otras ventajas su claridad expositiva: Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Se puede estar o no de acuerdo, pero sus argumentos sobre la crisis actual, su génesis y las medidas a tomar merecen ser sopesados".
- Darío Villanueva, secretario de la RAE. "Pienso en dos, aún a riesgo de que ya se hayan leído: Pensar Europa, de Edgar Morin, y Los cimientos de Europa, del que fuera mi maestro en la Universidad, Enrique Moreno Báez. Este es más raro: lo publicó Taurus en 1971 y lo reeditamos póstumamente en 1996, con algunos capítulos inéditos. Los dos libros se complementan. Bien está la Europa del euro y el mercado común, pero también la de la cultura, las ideas, las lenguas, la ciencia, el arte, las literaturas y las Universidades".
- Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea. "No es difícil recomendar libros a los políticos que no leen, que tienen a alguien que lee para ellos. Uno sería en inglés, para que el presidente fuera familiarizándose con un idioma que tendrá que utilizar. Fue compilado en 1997 por un conocido historiador, Mark Mazower, y se titula The policing of politics in the Twentieth Century. Es una buena guía para saber cómo políticos no tan lejanos tuvieron que abordar los conflictos, controlar las resistencias, convivir con dictaduras o democracias. Todo historia, pero muy actual. Quizás el segundo lo haya leído ya: La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. Si no quiere volver a leerlo, uno más clásico, que nunca cansa: A sangre fría, de Truman Capote. Si ha leído los dos, pasaría el examen".
- Francisco Rico, miembro de la RAE. "Obviamente, Maquiavelo, pero Discursos sobre Livio mejor que El príncipe; Gracián, pero Oráculo manual mejor que El político; y Cervantes, pero mejor Pedro de Urdemalas que los consejos de don Quijote al gobernador Sancho Panza. Todos son espejos de conductas políticas".
- Victoria Camps, catedrática de Ética. "Algo va mal, de Tony Judt, un diagnóstico de la errónea forma de vivir de nuestro tiempo; y La société des égaux, de Pierre Rosanvallon, certera explicación de los factores que han engendrado las grandes desigualdades, y propuesta de una nueva filosofía de la igualdad. Si no sirve porque no hay traducción española, puede ser Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, de Martha Nussbaum".
- Reyes Mate, investigador del CSIC. "Discurso de la servidumbre voluntaria, de De la Boëtie, publicado en 1576. El autor medita sobre el enigma de la política: ¿por qué los de abajo se empeñan en someterse a los poderosos como si en ello estuviera su salvación? Pueden incluso rebelarse contra unos y a la vez esclavizarse a otros. La política es noble porque no se aprovecha de esa querencia por el pan y se esfuerza en seguir el camino de la libertad. Y luego el diálogo platónico Protágoras, versión política del mito de Prometeo. Este enseña el arte del fuego a los humanos para defenderse de las fieras. Como estos usan las armas para matarse entre ellos, los dioses mandan a Hermes con los dones del "sentido moral y la justicia" a fin de que el hombre aprenda "el uso político del poder". Y el cuento de Dich Whittington, El traje nuevo del emperador, ya que el poder produce cargos con tendencia a la adulación que se afanan en tapar las miserias del superior con discursos tan impotentes como el traje del emperador. Mucho me temo que para el ciudadano adulto, como para el niño del cuento, el rey va desnudo".
- Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía moral y política de la UNED.
"¿Lecturas para un político español? En París más de una vez me he encontrado a Dominique de Villepin comprando libros. En España jamás he visto a un político en una librería. Será que no voy a las buenas. Un gobernante no tiene más obligaciones lectoras que cualquier persona con cierta formación, pero a veces no se llega ni a eso. Parece que la lectura es perjudicial para la salud, pero a todo político español le vendría bien leer Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, de José Álvarez Junco, para entender las raíces del país. O Isabel II. Una biografía, a cargo de Isabel Burdiel. Por mi oficio, tal vez debería recomendar a algún filósofo, pero no sé si tengo ánimo para pedirle a un gobernante que se atreva con la Fenomenología del espíritu, de Hegel.