miércoles, 9 de noviembre de 2022

De la función de la Universidad

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la función de la Universidad en la sociedad de hoy, porque como dice en ella el filósofo y profesor universitario, Nuccio Ordine, convertir las universidades —obsesionadas con los ‘rankings’— en empresas y a los estudiantes en clientes ha sido una pésima idea, y Europa debería proponer sistemas más cercanos a nuestra tradición cultural. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








El caballo de Troya, en la Universidad
NUCCIO ORDINE
03 NOV 2022 - El País


Todos los años, con gran repercusión en los medios de comunicación y en internet, leemos los resultados de los rankings internacionales de universidades. Al igual que sucede con las mercancías y las empresas que cotizan en Bolsa, los centros universitarios suben y bajan posiciones. Entre las distintas clasificaciones, tres son las más famosas: ARWU-Shanghai (Academic Ranking of World Universities), THE-WUR (Times Higher Education) y QS-WUR (Quacquarelli Symonds). Sus criterios se basan principalmente en la producción científica, en el prestigio y (de alguna manera) también en la docencia. Algunas de las limitaciones de estos modelos son bien conocidas: la desatención a las ciencias humanas y sociales, o los cortes temporales demasiado breves para los sectores de producción más lenta, que no forman parte de las ciencias duras.
El “índice h” en sí mismo, por ejemplo, es poco digno de confianza: no distingue entre citas y autocitas, entre esayos de un único autor o en coautoría, entre citas positivas y negativas; y no mide la autoridad misma de la referencia. Todo esto produce cómicas paradojas: las críticas demoledoras contribuyen, insospechadamente, a aumentar el impacto de una publicación, mientras que la comparación entre los “índices h” de diferentes áreas de investigación ofrece resultados aberrantes. Son clasificaciones que, cada vez más, se consideran carentes de toda base científica. El caso de la Universidad de Alejandría en Egipto, contado en el New York Times del 14 de noviembre de 2010, ofrece un ejemplo clamoroso: esta institución obtuvo el puesto 147 en el ranking THE del 2010 (fue incluso cuarta en número de citas, apenas por detrás de Princeton y por delante de Stanford y Harvard) gracias a la labor de un solo autor, Mohamed el Naschie, que había publicado 400 artículos, de contenido cuando menos dudoso, en una revista editada por él mismo.
Dos noticias recientes confirman el efecto devastador del business sobre la educación. La Universidad de Columbia ha caído del segundo puesto al decimoctavo en el ranking de U.S. News por haber proporcionado datos estadísticos “inexactos, discutibles y engañosos” (NYT, 13 de septiembre). Hace pocos días, la New York University ha despedido a Maitland Jones (un importante profesor de Química Orgánica) a petición de 82 estudiantes, que se quejaban de que los exámenes eran demasiado selectivos. Estos dos episodios, que no parecen guardar relación entre sí, responden, sin embargo, a la misma lógica: el ascenso “fraudulento” de Columbia responde al caudal de ingresos que el ranking le garantiza (pues atrae a más alumnos y una financiación más sustanciosa), mientras que el despido del profesor de la NYU responde (como ha confesado Marc Walters, responsable de las matriculaciones) a la necesidad de tender “una mano amable a los estudiantes y a quienes pagan las tasas universitarias”. El cliente siempre tiene razón, dicta una de las reglas más importantes del comercio.
Así pues, para ascender en las clasificaciones, muchos investigadores deciden abordar temas de moda, sobre los que trabajan muchos estudiosos, con el fin de obtener un mayor número de citas. Concentrarse, en cambio, en proyectos de investigación originales, y, por tanto, desconocidos, entraña el riesgo de ser ignorado por la comunidad científica y de producir resultados que serán apreciados, en el mejor de los casos, cuando sus autores hayan concluido su carrera científica.
Tampoco la evaluación de la enseñanza escapa, por desgracia, a los parámetros cuantitativos: lo que se calcula es la relación entre el número de estudiantes y el personal, en beneficio de las ricas universidades privadas, sin tener en cuenta la calidad de los profesores.
Los rankings no se limitan a evaluar, sino que orientan científicamente a las universidades. Y lamentablemente, en sintonía con las leyes del mercado, alimentan también un lucrativo comercio al servicio de la competencia: pensemos en los clubes de “intercambio”, que promueven el tráfico de citas, o en el conflicto de intereses de las agencias privadas que procuran los datos para la clasificación a la vez que gestionan las revistas. No es casualidad que el 19 de julio de 2018 Le Monde lanzara, en portada, un potente grito de alarma (”Alarma sobre la falsa ciencia, un negocio floreciente”) para denunciar la difusión de revistas sin valor científico, creadas para inflar los CV y para satisfacer los criterios de evaluación: si en 2004, según el diario francés, los artículos “dudosos” eran solo 1.894, en 2015 se registraron nada menos que 59.433.
A todo esto hay que añadir otra consecuencia nefasta: la enorme pérdida de tiempo de los estudiosos, que han de hacer frente a ingentes trámites administrativos y a la elaboración de informes totalmente desligados de las necesidades reales de la vida científica. Con la mejor intención de evaluar la investigación para potenciarla, la tecnocracia está logrando comprometer su existencia misma. Científicos y humanistas —como demuestra el llamamiento lanzado en Le Monde el 10 de enero de este año— insisten en el despilfarro de energía e inteligencia: en lugar de consagrar sus esfuerzos a la actividad científica, se ven obligados a dedicarse a procesos de gestión tan inútiles como fatigosos. Estudiar y ocuparse de los alumnos (que son los dos pilares sobre los que se ha sustentado, durante siglos, la tarea del docente) se consideran ahora lujos que la empresa universitaria no puede mantener en el centro de su misión.
De hecho, hace ya años que las universidades trabajan principalmente para los rankings. Los recursos económicos e intelectuales están únicamente al servicio de esas clasificaciones. En Europa, muchas universidades han traicionado su identidad con el objetivo ilusorio de figurar entre las cien mejores universidades del mundo. Se han llegado incluso a consorciar centros de investigación muy diferentes entre sí, sacrificando la gloriosa singularidad de cada institución en el altar de los parámetros anglosajones, con el fin de alcanzar una “masa crítica” más competitiva.
Pero si Harvard siempre está en cabeza, hay una buena razón para ello: con menos de 20.000 estudiantes, dispone, de forma virtuosa, de un presupuesto que es casi el 50% del de todas las universidades italianas, que tienen un millón de matriculados (y, con ligeras variaciones, el razonamiento no cambia en otros países europeos). Ahí está la raíz de la brecha. La competición está decidida antes de empezar, sobre la base de la inversión económica. Y esto penaliza a los centros que obtienen grandes resultados con pocos recursos, como las universidades del Mediterráneo. ¿Tendremos mejores universidades en Europa dedicándonos al marketing? Estamos más bien destruyendo lo mejor que la cultura europea había creado a lo largo de un milenio, las universidades públicas, que tienen la doble tarea de formar ciudadanos-profesionales cultivados y científicos excelentes, que han contribuido —y contribuyen aún— al éxito de las universidades americanas.
Ahora bien, más allá de la falacia de los rankings, entran aquí en conflicto dos visiones totalmente diferentes de la educación y la investigación: la anglosajona (basada en las carísimas universidades privadas y de élite al servicio de los más ricos y de una pequeña minoría de jóvenes con talento que provienen de clases desfavorecidas) y el europeo (basado en universidades públicas que permiten a millones de ciudadanos, independientemente de sus ingresos, dar el salto social y cultural que hace que una sociedad sea más justa e igualitaria).
En Calabria, muchos jóvenes de mi generación no habrían podido ir a la universidad si no se hubiera fundado en los años setenta la Universidad de Calabria. Lo mismo ocurre con muchos estudiantes europeos o latinoamericanos. ¿Merece la pena destruir este importante patrimonio para dedicarse a operaciones de marketing? ¿Podemos aceptar pasivamente las tonterías del Gobierno británico cuando cierra las puertas a los graduados europeos, independientemente de su preparación personal, solo porque provienen de universidades no bendecidas por los rankings?
Convertir las universidades en empresas y a los estudiantes en clientes ha sido una pésima idea: un caballo de Troya que ha propiciado que el lucro y el negocio contaminen las aulas y laboratorios, que deberían ser baluartes de reflexión crítica contra el pensamiento único y contra los falsos valores que el llamado mercado pretende que abracemos. Hoy se nos pide que convirtamos nuestras universidades en fábricas de emprendedores y de soldaditos al servicio del egoísmo y del éxito. Nos piden que eliminemos las disciplinas humanísticas no competitivas, destrozando la necesaria unidad de todos los saberes. Y a quienes protestan se les acalla con la consigna lanzada por Margaret Thatcher en los años ochenta, que ha condicionado todos los aspectos de la vida económica y social: “There is no alternative” (No hay alternativa).
Por el contrario, las alternativas nunca faltan: se hallan si se buscan. Eso sí, un cambio de rumbo no puede provenir de una sola universidad o de un solo ministro. Pero si varios países —pienso en España, Francia, Alemania, Italia— tuvieran el coraje de decir «no» a esta locura y proponen a Europa sistemas de evaluación más cercanos y acordes con nuestra tradición cultural y social, entonces sí cabría albergar la esperanza de un futuro mejor. Estamos cometiendo una grave equivocación, que ya Juvenal expresó en un paradigmático hexámetro: con la intención de salvar la vida de la universidad estamos, de hecho, corrompiendo su esencia: “et propter vitam vivendi perdere causas”, (“y para salvar la vida perder la razón de vivir”).




















[ARCHIVO DEL BLOG] Ajustando cuentas personales con la Historia. [Publicada el 24/11/2008]



Madrid, 1949.  La familia materna de HArendt al completo


Un poco pretencioso por mi parte eso de escribir "Historia" con mayúsculas, pero es que en estos últimos días he leído algunas contribuciones interesantes al polémico asunto de la Memoria Histórica, y me he decidido a hacer una modestísima contribución a ella: la de mi propia familia. Como homenaje a tantas otras familias divididas por la guerra civil y obligadas a luchar en bandos opuestos. No voy a dar más nombres de los necesarios, pero los hechos y los personajes son reales, y los transmito tal y como a mi me llegaron a través de la memoria y la transmisión oral de mi familia.

13 de septiembre de 1923. El general Primo de Rivera da un golpe de Estado. El rey Alfonso XIII se encuentra de vacaciones en San Sebastián con la Familia Real. Enterado del pronunciamiento militar, abandona el Palacio de Miramar a las doce en punto de la noche y entra en Madrid a las seis de la mañana. El coche de escolta lo conduce un joven guardia civil de 23 años adscrito a la Casa Real. Es mi padre. Y es republicano.

14 de abril de 1931. Proclamación de la República. Mis padres viven en Sevilla, en donde mi padre se encuentra destinado. Mi madre, apolítica total, le comenta estupefacta como es posible que las mismas masas que dos años antes aclamaban emocionadas al Rey en la inauguración de la Exposición Universal de Sevilla, griten ahora, entusiasmadas, vivas a la República.

Octubre de 1934: Trubia (Asturias). Los mineros se han sublevado contra el gobierno de la República y han ocupado, entre otros lugares, la fábrica de armas de la ciudad. Es la denominada "Revolución de Asturias". Intentan asaltar el cuartel de la Guardia Civil de la localidad. Mi padre está destinado allí. Las mujeres de los guardias civiles y sus hijos, que viven en la Casa Cuartel, se refugian en zanjas abiertas en el exterior pues el edificio está siendo bombardeado con los cañones que los mineros han obtenido en el asalto a la fábrica de armas. A mi madre, embarazada de mi segundo hermano, le dan un fusil, no sabe muy bien para qué, y la meten en una zanja con mi hermano mayor. Los mineros no llegan a ocupar el cuartel.

18 de julio de 1936. Mis padres viven en Barcelona. Mi padre ya es sargento, y está destinado en el Parque de Automovilismo. Es el conductor del coronel Antonio Escobar, jefe de la 19ª Comandancia de la Guardia Civil. Está afiliado a Falange Española. Permanece fiel al gobierno de la República ante el alzamiento militar, como toda la Guardia Civil de Barcelona.

1938. Fecha indeterminada. Después de vicisitudes varias por toda la zona republicana, mi padre se encuentra de nuevo en Barcelona. Es detenido, acusado de conspiración contra la República y condenado a muerte. Mi abuelo materno, militante socialista, acude desde Madrid para interceder por él y acompañar a mi madre. Se le indulta de la pena de muerte y es ingresado en un barco-prisión fondeado en el puerto de Barcelona. La aviación "nacional" bombardea Barcelona, mi abuelo es alcanzado por una de las bombas y pierde una pierna.

Mi padre y dos guardias civiles más encarcelados, escapan del barco-prisión y huyen a pie hasta la frontera francesa. Uno de sus compañeros, herido, es devorado por los cerdos una noche en la que se han refugiado en una alquería, camino de la frontera. Logra llegar a Francia y es internado en un campo de concentración cercano a Lyon. El trato a los españoles es inhumano. Mi madre y mis hermanos no volverán a saber nada de él hasta abril de 1939, cuando por un parte radiofónico se enteran de que ha sido repatriado a España.

1940. Mi padre es investigado y juzgado como desafecto al régimen, al no haberse sublevado en julio del 36. No pueden probarle nada en contra y es destinado como Comandante Militar a la isla de El Hierro, en Canarias. Allí permanecerá con mi madre y mis hermanos hasta 1945, en que vuelve destinado a la Península. En 1956 se retira, por edad, con el grado de comandante de la Guardia Civil.

Mi madre no pasó de los estudios primarios, pero fue una mujer muy fuerte, y muy conservadora. Toda su familia militaba en el partido socialista. Un tío suyo, hermano de mi abuelo, era diputado en las Cortes republicanas y alcalde del municipio del Puente de Vallecas, ahora integrado en la ciudad de Madrid. Era un hombre de orden, muy preparado, republicano ferviente y socialista. Protegió los conventos e iglesias de su localidad cuando ocurrieron los sucesos de abril de 1931, defendiendo a los sacerdotes y religiosas de Vallecas. En 1941, fue condenado por un consejo de guerra y ejecutado. De nada valieron las intercesiones de esos mismos religiosos que él protegió.

Por la casa de mis abuelos maternos, en la Rivera de Curtidores de Madrid, pasaron a menudo Indalecio Prieto, Largo Caballero, el doctor Negrín y otros dirigentes socialistas, antes de la guerra civil. Mi madre los conoció de joven allí. Mis abuelos maternos murieron a mediados de los años 50. Llegué a conocerlos y jugué de niño muchas tardes en su casa cuando mis padres iban a visitarlos.

Mi abuelo paterno fue también guardia civil. Murió en 1906. Nunca llegué a ver una foto suya. Tuvo 21 hijos, tres con mi abuela, su segunda esposa. En casa de mis padres vi su nombramiento como guardia civil expedido en nombre de la reina Isabel II. Un tío mío, hermano de mi padre, fue teniente de la Legión durante la guerra civil. Todos los hermanos varones de mi madre, y los maridos de sus hermanas, lucharon del lado republicano.

Otro día, si tengo ánimo, seguiré con la historia. Ahora, les dejo el enlace a un interesante artículo aparecido en la Revista Claves de Razón Práctica de este mes, titulado "Argumentos patéticos. Historia y memoria de la guerra civil". Una persona asesinada es una persona asesinada, ¿o no?, -se pregunta el autor del mismo, el profesor Ángel G. Loureiro, catedrático de Literatura Española Contemporánea y Teoría Literaria en la prestigiosa universidad de Princeton (Estados Unidos)-. Uno puede tener una clara simpatía por la República, dice, pero eso no resuelve las cuestiones éticas planteadas por los asesinados de ambos bandos. Y concluye su artículo: Sería muy tranquilizador tener una respuesta política a los dilemas suscitados por los asesinatos pero las cuestiones planteadas por todas las víctimas de la guerra civil no admiten una respuesta política tan sencilla como muchos asumen o exigen. Por cierto, en la foto de más arriba, soy el niño inmediatamente debajo de mi abuelo. Y, ah..., se me olvidaba, un último hecho muy muy personal: fui concebido el 8 de mayo de 1945. El mismo día que terminaba la Segunda Guerra Mundial en Europa. Cosas del destino, o del amor, al menos en este caso... HArendt



Alegoría de la Historia


La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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Entrada núm. 5208
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 8 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Negro y blanco: Elecciones en USA. [Publicada el 26/06/2008]




Jesse Jackson


Mediado el larguísimo proceso electoral de las primarias norteamericanas para la designación de candidatos a la presidencia de la república, corrió un chiste por los mentideros políticos estadounidenses que decía que el reverendo Jesse Jackson, influyente líder negro del partido demócrata, y pastor protestante, había interpelado a Dios para sondearle sobre las posibilidades de que uno de los dos candidatos demócratas llegara a la presidencia. Al parecer, el reverendo Jackson le preguntó a Dios que si una mujer,  Hillary Clinton, podría llegar a presidenta... La respuesta de Dios, no excesivamente sibilina, fue: "Eso no lo verás tú"... Fue entonces cuando de nuevo Jackson interpeló a Dios, preguntándole que si podría llegar a ser presidente un negro,  Barack Obama. Y la respuesta de Dios fue lapidaria: "Eso no lo veré yo"... Como no creo en Dios, espero que no tenga razón... Aunque por lo que cuenta el profesor y sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo, en El País de hoy, parece que muchos más norteamericanos de lo que sería razonable comparten la opinión de Dios... HArendt




Barack Obama




"El tío Tom ante la Casa Blanca", por Enrique Gil Calvo

Puede un negro estadounidense blanquearse lo suficiente para dar el salto desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca? Esa celebérrima novela (Uncle Tom's Cabin, publicada por Harriet Beecher Stowe en 1852), el libro más vendido del siglo XIX tras la Biblia, representó en su momento el principal manifiesto abolicionista de la esclavitud, a la que contribuyó a erradicar tras la victoria federal en la Guerra Civil. Pero un siglo después, bajo el influjo de la lucha emancipatoria emprendida por el movimiento de los derechos civiles, pasó a simbolizar la domesticación cultural de los afroamericanos, como antiguos esclavos que asumen con docilidad su segregación racial impuesta por la hegemonía de la dominación wasp (blanca, anglosajona y protestante). Una sumisión jerárquica que este mismo año podría pasar a la historia, si Barack Obama es elegido presidente de Estados Unidos.

¿Qué esperanzas cabe albergar acerca de la posible realización de lo que indudablemente sería una conquista histórica, no sólo para los afroamericanos y el conjunto de los estadounidenses sino para toda la humanidad, dada la posición preeminente que ocupan éstos a la cabeza de la sociedad mundial? No demasiadas, aunque haberlas, haylas. La balanza de posibilidades es difícil de calcular, pues los comicios de noviembre cerrarán una campaña que se juega a la vez en varios tableros múltiples, y en la que todo puede pasar. Si estuviéramos tan sólo ante una contienda electoral, a resolver en clave exclusivamente política, la balanza se inclinaría probablemente del lado demócrata por múltiples razones: fracaso absoluto de la Administración Bush en todas sus aventuras imperiales, aguda crisis financiera, hipotecaria y económica, agravamiento de las desigualdades sociales con fuerte empobrecimiento relativo de las clases medias, agotamiento del ciclo político republicano con descrédito de la revolución neoconservadora, mayoría de edad de una nueva generación post-baby-boomer inmersa desde su infancia en la revolución cybercultural...

La comparación entre los candidatos, esencial en un sistema presidencialista muy personalizado, y todavía más en una democracia mediática donde se compite por la imagen y la reputación, ofrece mayor equilibrio, aunque también podría favorecer al demócrata. El senador McCain es demasiado mayor, y su carácter conservador forjado en su historial militar, aunque afín al patriotismo castrense de los estadounidenses, resulta excesivamente continuista respecto al imperialismo de Bush, que ya ha sido aborrecido por la mayoría del electorado. En cambio, el senador Obama ha adquirido el carisma del joven héroe redentor destinado a conducir al pueblo a una futura tierra de promisión, de acuerdo con el espíritu de frontera que anima al progresismo estadounidense con su cultura del cambio innovador. Es verdad que también parece demasiado liviano, vaporoso e inexperto, como un cruce de Fred Astaire y el flautista de Hamelin en versión hip hop: yes, we can. Pero a cambio ha demostrado su predestinación para el éxito, al vencer contra pronóstico en inferioridad de condiciones a la todopoderosa pareja Clinton que partía de favorita en las primarias, reviviendo así la gesta bíblica de David contra Goliat. Y si pudo contra Bill y Hilary, bien podrá quizá contra Bush y McCain.

Pero si bien la balanza política y mediática parece inclinarse a favor de Obama, no sucede lo mismo con la balanza social. Estos comicios presidenciales no van a parecerse a los precedentes, pues no se van a ventilar como una mera competición electoral entre republicanos y demócratas. Por el contrario, todo indica que se van a entablar como una abierta guerra cultural entre los varones blancos dominantes que detentan la hegemonía y una coalición de minorías excluidas (afroamericanos, mujeres, hispanos, etcétera) que reclaman su turno de acceso al poder, bajo el liderazgo del primer candidato negro que aspira a la presidencia de Estados Unidos. Algo excepcional e insólito, pues ocurre por primera vez en la historia, imponiendo al modelo americano una suerte de estado de excepción. Y esto encierra una paradoja, pues es algo que sólo podría suceder en Estados Unidos, de acuerdo con la ideología del American dream, pero a la vez resulta muy difícil que ocurra allí, pues la estructura social estadounidense, caracterizada por la persistente segregación de los afroamericanos, lo hace imposible.

En efecto, el estadounidense es el único sistema político en el que todo ciudadano de cualquier origen social puede llegar a ser presidente, según reza el eslogan del sueño americano. Y esto es así porque desde un comienzo Estados Unidos es el paraíso de la emigración, dada su gran capacidad de acogida y asimilación de sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes de todos los puntos cardinales: primero escoceses e irlandeses, después germanos y escandinavos, luego polacos e italianos, más tarde turcos y árabes, y hoy por fin asiáticos e hispanos. Gentes heterogéneas de cualquier raza y religión que, atraídos por el imán de la Estatua de la Libertad (como el armenio protagonista del filme de Kazan América, América), comienzan trabajando en la base de la pirámide laboral para ir ascendiendo socialmente generación tras generación, hasta integrar-se en las amplias clases medias con lo que dejan libre un hueco vacío al pie de la escala social que pronto es rellenado por nuevas oleadas de inmigrantes foráneos.

Es el conocido melting pot, característico de una sociedad abierta donde todos pueden integrarse a través del mercado de trabajo con amplia igualdad de oportunidades, elevada movilidad social y altos niveles de exogamia (matrimonios mixtos): variable esta última que actúa como el mejor test de integración social en el american way of life. Pero no sin excepciones, pues hay dos grupos étnicos excluidos de este paraíso de la inmigración: son los nativos autóctonos, demográficamente irrelevantes a causa del genocidio que padecieron, y los afroamericanos descendientes de esclavos, que no llegaron como emigrantes libres sino como trabajadores forzosos. Y esa lacra histórica heredada de la esclavitud no ha sido superada todavía, perviviendo intacta en la memoria colectiva. De ahí la persistencia de una latente segregación racial que encierra a los afroamericanos en sus ghettos endogámicos, sin que haya podido ser corregida por unas políticas de integración escolar en gran medida fallidas a causa de la segregación residencial y matrimonial, como prueba la ausencia de exogamia.

¿Podrá Barack Obama romper este muro endogámico cruzando la barrera de la segregación racial? Es posible que lo consiga, pues en su persona coinciden dos características extraordinarias que no se dan en los demás afroamericanos. Ante todo, él sí es fruto de la exogamia, pues procede de un matrimonio mixto entre mujer blanca y varón negro. Y además, no es descendiente de esclavos, pues su padre fue un africano (keniano) que emigró libremente a Estados Unidos. De ahí que esté en las mejores condiciones para cumplir por fin el sueño americano, superando la última frontera racial heredada de la esclavitud para unir a todos los estadounidenses de cualquier color en una sola comunidad cívica, tal como él mismo reclamó en su discurso de ruptura con el racista reverendo Wright. Pero para eso habrá de lograr que la mayoría de sus conciudadanos tanto negros como blancos le conduzcan en volandas desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca. (El País, 26/06/08)



Hillary Clinton





De los recursos de la memoria





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los recursos de la memoria, pues como dice en ella el escritor Manuel Jabois, después de los atentados de Bataclan, en París, se hizo un estudio sobre la memoria de los que lo vivieron, y uno de los casos más llamativos fue la cantidad de policías traumatizados por lo que vieron dentro de la sala pisando cadáveres, siendo agentes que jamás entraron en ella. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








No podréis nunca con nosotros
MANUEL JABOIS
02 NOV 2022 - El País


Después de los atentados del 11 de septiembre se hicieron estudios sobre los recuerdos que guardaban los supervivientes y quienes vivieron en Nueva York ese día; el impacto de una tragedia de esa dimensión en la memoria, la impresionante reacción de gente que juraba haber vivido cosas que no vivió, que tenía recuerdos de cosas que no habían pasado y olvidado escenas que sí vieron. Se replicó un estudio parecido después de los atentados de Bataclan, la discoteca parisina en la que en 2015 varios terroristas islamistas dispararon a una multitud que asistía a un concierto, matando a 80 personas. En una entrevista en la publicación Caimán, el director Isaki Lacuesta enumera casos espectaculares: el de una persona que vio morir a su compañero, estando este vivo; el de los policías traumatizados por lo que vivieron dentro de Bataclan, sin poder salvar a gente y teniendo que correr por encima de los cadáveres, siendo agentes que jamás entraron en la sala, que se quedaron fuera y que acabaron apropiándose de los recuerdos de sus compañeros; el de un superviviente que estaba en la sala y sigue, a día de hoy, diciendo que vio cómo los terroristas lanzaban granadas y repite el gesto de cómo lo hacían, sin que hubiese aparecido nunca una granada.
Lacuesta habla sobre la memoria de todos y sus trampas, y lo rueda primorosamente en una película, Un año, una noche, que empieza con varios planos de una belleza terrible: el de las partículas flotando en el aire de la discoteca y visibles por los focos, una atmósfera casi mágica que no era otra cosa que la pólvora de las armas de los terroristas; el de una pareja paseando por París abrigados por las mantas térmicas doradas que se le dieron a los supervivientes brillando como el oro en la oscuridad de la noche. “El dolor no debería ser bello”, le dijo Lacuesta a la revista Mutaciones. Un año, una noche habla de otros atentados: los que el eco de los disparos hacen en la vida de una pareja que sobrevivió a los tiroteos y asiste, desesperada, al derrumbe de su amor. O quizá no: ¿quién narra y por qué? De esas dos preguntas depende la película y depende también nuestras vidas: quién nos la cuenta y por qué la está contando así.
Paz, amor y death metal (Tusquets, 2018), de Ramón González, es el libro que adaptó Lacuesta para rodar Un año, una noche. González sobrevivió a los atentados. En él relata las obsesiones que le persiguen desde esa noche (el tableteo del kalashnikov, la mirada de un terrorista) y detalla, como un ejercicio quirúrgico, todo lo ocurrido como si estuviese en un diván (y le prendiese llamas). Me gustan especialmente dos detalles de lo que cuenta.
El primero es que el concierto de Eagles of Death Metal, la banda que tocaba esa noche, estaba siendo flojísimo; el cantante tenía el día extremadamente pesado y poco gracioso, hacía chistes absurdos y decía tonterías como “incluso la peor de las mamadas es increíble”, lo cual me llevó a pensar si la crítica de ese concierto habrá salido en alguna parte: si alguien, un alma absolutamente impertérrita, libre y profesional, mandó a su periódico la nota del show.
El segundo es que en una de las salas en las que se amontonaron varios supervivientes mientras los terroristas campaban a sus anchas (todos esos supervivientes en la oscuridad y en silencio, temblando de miedo y sospechando cerca la hora de su final) uno susurró tras escuchar un tiroteo: “Espero que no haya ningún bis”, y otro, más tarde: “A ver si se van ya y podemos terminar el concierto”. Esas dos personas anónimas que representan todo lo que está bien en la vida, aún estremecidos por el puro horror, aún con un hilo de voz, estaban diciéndose a sí mismas y a los demás: ni así nos vais a joder. O lo que es lo mismo: no podréis nunca con nosotros.





















lunes, 7 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] El príncipe Segismundo y el castillo menguante. Una historia para niños [Publicada el 26/04/2014]







Este cuento fue el resultado de un compromiso adquirido con mi nieto mayor, en aquel entonces de 4 años recién cumplidos. Lo escribí para él y sus compañeros de 1º de Educación Infantil con ocasión de la celebración en el colegio en el que estudiaba del Día de los Abuelos. 

Hoy, cinco años después, lo reedito y se lo dedico muy especialmente a mis tres nietos y a todos los niños del mundo. Ellos son, como decía Hannah Arendt, el futuro. En cuanto nacidos, con ellos se abren todas las esperanzas del mundo y nadie puede saber lo que este va depararles ni lo que ellos pueden hacer para transformarlo. Espero y deseo que sea para bien porque el mundo ya les pertenece a ellos. Y a nosotros, los mayores, solo nos queda trasmitírselo en las mejores condiciones posible para que lo cambien, lo gocen solidariamente y lo trapasen a sus hijos y nietos. Va por y para ellos...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








EL PRÍNCIPE SEGISMUNDO Y EL CASTILLO MENGUANTE
Cuento para niños de 3 a 80 años


A mis nietos Gabriel, Guillermo y Saúl


La historia que voy a contaros ocurrió hace ya mucho tiempo en un país muy muy lejano que se llamaba Magicolandia. Allí, en el centro de Magicolandia, en un castillo muy grande, casi tan grande cómo vuestro colegio y con pasadizos tan intrincados como en él, vivía el príncipe Segismundo con sus papás, el rey Baltasar y la reina Rosamunda.

Un día, los papás del príncipe Segismundo, el rey Baltasar y la reina Rosamunda, decidieron que tenían que visitar las ciudades y pueblos del reino de Magicolandia, así que mandaron a buscar al príncipe, que estaba jugando al escondite con otros niños en los patios, vericuetos, pasadizos y rincones secretos del castillo, que solo ellos conocían. 

Cuando el príncipe Segismundo se presentó, sudoroso y sin aliento, sus papás, los reyes, dejaron que descansará un rato, y luego comenzaron a hablar con él.

-Mira, Segismundo, -dijo su papá el rey-, mamá y papá tienen que salir a visitar todas las ciudades y pueblos de Magicolandia, asi que vas a quedarte solo con los abuelitos, con tus amiguitos y con los perritos y los gatitos del castillo. No maltrates a nadie, pórtate bien con todo el mundo, especialmente con los abuelitos y con los otros niños y no hagas daño a los animalitos, porque este castillo, por si no lo sabes, es un castillo mágico, y si te portas mal, aparte de que nosotros nos enteraremos, te pueden pasar cosas muy desagradables…

-No preocuparos, me portaré muy bien, contestó el príncipe Segismundo a sus papás, el rey Baltasar y la reina Rosamunda.

Y así, unos días más tarde, el rey y la reina abandonaron el castillo para ir a visitar todas las ciudades y pueblos de Magicolandia y a todas sus gentes.





El príncipe Segismundo era un niño muy bueno, aunque un poco revoltoso, así que en cuanto se marcharon su papá el rey Baltasar y su mamá la reina Rosamunda, se olvidó de la promesa que les había hecho de no portarse mal y comenzó a hacer pequeñas gamberradas, como no querer comer la comidita que sus abuelitos le preparaban cada día, quedarse jugando hasta la noche, tirar de los pelos a sus amiguitos y quitarles sus juguetes y correr detrás de los perritos y los gatitos del castillo con una escoba para pegarles.

Y así, un día, todos los niños -que hasta entonces habían sido sus amiguitos-, decidieron marcharse, y dejaron solo al príncipe Segismundo, únicamente con sus abuelito y con los perritos y los gatitos del castillo. A pesar de ello, sus abuelitos, que le querían mucho, aunque disgustados con él, seguían preparándole muy ricas comiditas.

¿Y sabéis lo qué pasó?, ¿no lo adivináis?, pues que cuando los amiguitos y amiguitas del príncipe Segismundo se marcharon del castillo esté comenzó a encogerse y hacerse más y más pequeño, y desaparecieron por arte de magia todas las torres, almenas y murallas del mismo. Y el príncipe Segismundo se quedó solito en una habitación muy pequeñita, encerrado con sus abuelitos y con los perritos y los gatitos que había en el antiguo castillo.




El príncipe Segismundo se enfadó mucho muchísimo. Gritaba, llamando a los niños y niñas que habían sido sus amiguitos, y desde la única ventana que había en la habitación les decía:

-¡Pues vale, ya no quiero jugar más con vosotros! No les necesito para nada! ¡Puedo jugar yo solo!…

Los perritos y los gatitos del castillo sí querían jugar con él, pero el príncipe Segismundo estaba tan enfadado y furioso que en lugar de jugar con ellos, los cogió y los echó a la calle por la única ventana que quedaba en la única habitación del castillo…

Pasaron así muchos días y los abuelitos del príncipe Segismundo aburridos de que éste no les obedeciera y no quisiera comerse la comidita que le preparaban cada día, enfadados, se subieron a la única ventana que quedaba en la única habitación del castillo y por ella se bajaron al jardín diciéndole:

-Te has portado muy mal, príncipe Segismundo, así que nos vamos hasta que vuelvas a portarte bien. Y se sentaron en un banco del jardín del antiguo castillo a esperar que su nietecito, el príncipe, volviera a portarse bien y comerse todas las ricas comiditas que le preparaban.

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no lo adivináis?, pues que la única habitación que quedaba en el castillo comenzó a encogerse y hacerse todavía más pequeña. Tan pequeñita, que el príncipe Segismundo se quedó solo en ella, de pie sobre el único ladrillito que quedaba en la habitación, encajonado, y sin poder mover ni los bracitos ni las piernitas… Y claro, estaba tan incómodo y tan estrechito, y tan sin poder moverse para nada, que comenzó a llorar…





Ya no tenía ni a los perritos ni los gatitos del castillo para jugar, ni podía jugar tampoco con sus antiguos amiguitos porque se habían ido del castillo enfadados con él, y tampoco podía comer ninguna de las ricas comiditas que le hacían sus abuelitos… Y además de llorar, ¡comenzó a tener mucha hambre!...


Y entonces, desde lo alto de la ventana de la habitación de un solo ladrillito donde estaba el príncipe Segismundo sin poder mover ni los bracitos ni las piernitas de lo apretado que estaba, comenzó a bajar por la pared una hormiguita muy muy pequeñita. 



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Y cuando la hormiguita llegó hasta donde estaba el príncipe Segismundo, le dijo enfadada:

-¡Oye, príncipe Segismundo! ¿Se puedes saber por qué estás gritando tanto? ¡No ves que no me dejas dormir!…

Y el príncipe Segismundo contestó a la hormiguita:

-¡Es qué tengo mucha hambre! ¡Y mucho miedo!…-, dijo lloriquenado.

-¿Y por qué estás solo y encerrado en esta habitación tan pequeñita que no puedes mover ni los bracitos ni las piernitas?, preguntó la hormiguita al príncipe.

Y el príncipe Segismundo, llorando y medio comiéndose los moquitos que le caían por la nariz, contestó a la hormiguita:

-¡Es qué me he portado muy mal con los perritos y los gatitos del castillo, no he querido jugar con mis amiguitos, los niños y las niñas que vivián conmigo, y no he querido comerme las ricas comiditas que me preparaban mis abuelitos…

-¡Claro, dijo la hormiguita al príncipe Segismundo, -te has portado tan mal, que el castillo mágico se ha ido encogiendo hasta quedarse en un solo ladrillito...

-Pues tú verás, príncipe Segismundo, como lo arreglas-, le dijo la hormiguita. -Yo que tú, continúo la hormiguita, llamaba de nuevo a los perritos y los gatitos del castillo, a los niños y niñas que eran tus amiguitos y a tus abuelitos que te preparaban ricas comiditas y les pedía perdón, le dijo al príncipe.

Y el príncipe Segismundo, arrepentido de lo mal que se había portado con los perritos y los gatitos del castillo, con sus amiguitos y amiguitas con los que siempre había jugado al escondite, y sobre todo con sus abuelitos, se asomó como pudo a la ventanita de la única habitación tan pequeñita que solo tenía un ladrillito y comenzó a gritar:





-¡Oíganme, por favor. Me he portado muy mal con ustedes y quiero pedirles perdón. No volveré a perseguirles con una escoba por los pasillos del castillo, ni tampoco les tiraré de los pelos ni les quitaré sus juguetes, y me comeré todas las ricas comiditas que me preparéis!… Eso es lo que gritaba el príncipe Segismundo desde la única ventanita, de la única habitación que quedaba del castillo…

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no lo adivináis?…, ¡pues que cuando oyeron los gritos del príncipe Segismundo pidiéndoles perdón, los perritos y los gatitos que habían habitado en el castillo volvieron hasta la ventana y dando un salto muy grande entraron en la habitación del príncipe y comenzaron a lamerle las manitas y mover sus rabitos de lo alegres que estaban, y la habitación entonces, como por arte de magia, comenzó a crecer y crecer y a hacerse más y más grande!…

Y el príncipe Segismundo se puso a jugar con ellos. Y entonces, comenzaron a volver los niños y las niñas que habían sido sus amiguitos, y el príncipe les abrazó, les pidió perdón y se pusieron todos juntos a jugar…


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Y según iban volviendo los niños y las niñas el castillo se iba haciendo más y más grande… Y también volvieron sus abuelitos…, y comenzaron a aparecer habitaciones y más habitaciones, y se levantaban las murallas y las torres del castillo, como por arte de magia…

Fue entonces cuando se oyeron muchos tambores y trompetas, y el príncipe Segismundo subió a la torre más alta del castillo y vio, allá a lo lejos, que volvían de su viaje su papá el rey Baltasar y su mamá la reina Rosamunda. Y los abuelitos prepararon una gran comida para él y para sus papás y para todos los niños y niñas del castillo, y para todos los perritos y los gatitos de Magicolandia. ¡Ah, y también para la pequeña hormiguita y toda su familia!… Y todos se pusieron a cantar y a gritar de contento porque el castillo mágico estaba como nuevo…

Y el príncipe Segismundo nunca más persiguió a los gatitos y perritos con una escoba por los pasillos del castillo, ni tiró de los pelos a sus amiguitos y amiguitas, ni les quitó sus juguetes ni dejó de comerse las ricas comiditas que le preparaban sus abuelitos y su mamá la reina Rosamunda…

¿Y sabéis lo que pasó?, ¿no os lo imagináis?…, pues que fueron todos felices, comieron muchas perdices..., ¡y a mí me dieron con un plato en las narices!… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


F I N







Entrada núm. 2059
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri

De la ironía como terapia






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la ironía como terapia vital, porque como dice en ella el periodista José Luis Sastre, si uno se toma en serio lo que escucha de continuo, solo le quedarán la angustia y las trompetas del apocalipsis. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









La ironía nos guardará
JOSÉ LUIS SASTRE
02 NOV 2022 - El País


El otro día se dieron cuenta en un museo de Düsseldorf de que un cuadro de Piet Mondrian lo tenían puesto boca abajo. Es una suerte haberlo descubierto, si hay exposiciones en que los visitantes despistados se paran a admirar la silla del vigilante creyendo que es art decó. El cuadro en cuestión es un mondrian puro: con cintas de colores que forman cuadrículas sobre un lienzo blanco, y se entiende la confusión, porque provoca en quien lo mira del revés una sensación parecida a quien lo mirase del derecho. No hará falta que abramos el debate sobre lo que es el arte —que eso lo zanjó Marcel Duchamp en su tiempo—, aunque de esta historia resultará al menos el mensaje de que la vida, a su pesar, se sigue reservando los mejores sarcasmos.
Es una buena noticia: hace poco surgió un movimiento contra la ironía, lo que tampoco es extraño en una realidad que promueve movimientos contra todo. Contra la risa, de lo que más. El argumento era que conviene ir de frente ante la adversidad y a ver qué iba a ser eso de decir sin decir, con la doblez del ingenio. Desde luego, hay quien quiere la vida seca, igual que la ginebra, como si tuvieran el cerebro hecho de las cuadrículas de Mondrian, pero en blanco y negro. Son los que confunden seriedad con tristeza.
Lo de soportar el tiempo sin ironías no fue una corriente excéntrica ni de unos pocos apenas, porque las cosas a veces hay quien las prefiere agrias y sin humor, que fue siempre señal de inteligencia. De ahí que moleste tanto. Hasta en la broma más burda puede haber rasgos de sutileza. A los periodistas, Albert Camus ya nos pidió lucidez, obstinación, desobediencia e ironía. Sería difícil sin ella sobrellevar el catastrofismo y el miedo con el que cualquiera podría asomarse al mundo: con una sociedad cada vez más aislada y visceral, decidida a dar a las opiniones el valor de los hechos, con burbujas de prejuicios y una disposición creciente a dejar de reconocer al otro. No a dejar de escucharlo, que por supuesto: sino a dejar de reconocerlo, que es el riesgo mayor.
Basta con mirar los países que acaban partidos en dos mitades o el temor a conflictos civiles en democracias desarrolladas o el uso de las palabras gruesas en las declaraciones públicas, que a menudo se lanzan a gritos. Si uno se toma en serio lo que escucha de continuo, solo le quedarán la angustia y las trompetas del apocalipsis; le quedarán los ansiolíticos, de los que España es el primer consumidor en el mundo. Y sedantes. El Roto lanzó una señal de aviso pintada sobre negro: “Dibujo censurado por mí mismo de una idea que no me atreví a pensar”. Nos hacen falta más viñetas y más chistes, que pongan a la trascendencia en su lugar. No nos queda más salida que reivindicar la risa: reparadora y revolucionaria.
El cuadro de Mondrian, por cierto, han decidido dejarlo como estaba, del revés. Hay esperanza entonces: a la ironía hay que defenderla en serio.