viernes, 12 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Lutos



Crematorio del Cementerio Sur de Madrid. Europa Press


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 

Los que no pudieron acompañar a sus muertos habrán experimentado el mismo dolor que el mito de Antígona refleja, comenta en el A vuelapluma de hoy [El síndrome de Antígona. El País, 28/5/2020] el escritor Jesús Ferrero.

"Antígona es un mito que oculta en su textura una mordiente ironía -comienza diciendo Montero-. Morir por salvar una vida tiene su lógica, pero no parece tenerla morir por enterrar a alguien, y sin embargo la tiene, pues el entierro y el duelo son, además de ceremonias, procedimientos psicológicos necesarios. Entre los antiguos griegos el duelo solía durar tres días regidos por el silencio, que ayudaba a internalizar la figura del muerto. Tras el duelo se celebraba un banquete, que tendía a ser muy alegre.

El proceso por el que pasa Antígona ilustra perfectamente tanto las vicisitudes de un duelo como las perturbaciones por no llevarlo a cabo. A Antígona le obsesiona el hecho de que su hermano Polinices permanezca insepulto en el lugar donde fue abatido, a merced de las aves carroñeras. Lo imagina suplicando un poco de piedad desde las dimensiones de la muerte. Los griegos participaban de la creencia, muy común en la antigüedad, de que los muertos que no habían sido enterrados se convertían en almas errantes. Ha pasado el tiempo, pero en muchos aspectos seguimos fieles a esa creencia, y por eso es fácil entender el sufrimiento de los que no encuentran los cadáveres de sus muertos: la tragedia de la familia de Marta del Castillo. ¿Dónde está Marta? Hasta que no encuentren su cadáver será un alma errante y sin cobijo. Los responsables de provocar y mantener ese sufrimiento desmedido merecen lo peor y tienen el alma mucho más negra que la desesperación de los que anhelan su descanso en una tumba con nombre y con fechas.

En la Antología Palatina, que además de ser un poemario es una colección de epitafios, encontramos poemas muy significativos. Siempre me acuerdo de los versos que nombran a un joven marino llamado Tarsis, que se sumergió para soltar un ancla que se había quedado enganchada en una roca, y que tuvo un destino muy singular, pues fue enterrado tanto en la tierra como en el mar, al ser en su mitad devorado por un cetáceo, de forma que una parte de su cuerpo se quedó bajo el agua y otra parte descansó bajo la tierra. Los caminantes que leían el epitafio de Tarsis se veían enfrentados a una paradoja trágica. ¿El cuerpo entero de Tarsis había conquistado el descanso eterno o solo su mitad? Las creencias religiosas pueden ser muy irracionales, pero las suele guiar una lógica de la contradicción que hiela el corazón.

Volvamos a Antígona. En parte porque se trata de una obra en la que Sófocles desplegó toda su sensibilidad lírica y trágica, creando un tejido dramático muy consistente, con personajes bien trazados y líneas de fuerza llenas de electricidad y de sentimiento, ha llegado hasta nosotros intacta y resplandeciente, y suele estar muy en boga en épocas bélicas y en períodos castigados por alguna epidemia. No es de extrañar que en plena Guerra Civil, Salvador Espriu concibiese una sublime versión de Antígona. Cuando se aborda la problemática de Antígona es fácil recurrir a los lugares comunes sobre la ley humana y la ley natural, dos entelequias que pueden propiciar mucha retórica vana. Resulta más esclarecedor atender a la urdimbre psicológica de la obra y sumergirse en las pesadillas que devastan la conciencia de Antígona. No es que la princesa tebana decida seguir la ley del corazón incumpliendo las órdenes del tirano Creonte, que es además su tío. Lo que le ocurre a Antígona es inseparable de nuestras relaciones con la muerte. Todo difunto tiene un doble entierro: el que se lleva a cabo cuando lo colocamos bajo tierra, y el que se va desarrollando en nuestra cabeza, y es bueno que ambos entierros coincidan en el tiempo. Cuando el primero no se da, el segundo tampoco, y el muerto se convierte en un fantasma peligroso, que vendrá a visitarnos en la duermevela.

En los últimos tiempos, regidos por leyes despiadadamente económicas, se ha tendido a descuidar el duelo y a no darle importancia. Tal proceder se debe, entre otras cosas, al rechazo cada vez más patológico que nos provoca la muerte, normalmente ausente de todos los discursos de ahora, y uno se pregunta si negar la muerte no implica también negar la vida. Pasar por alto el duelo solo provoca trastornos psicológicos, de muy hondo calado, pues no acabamos de enterrar al muerto nunca, y caemos de verdad en el síndrome de Antígona, como han debido de caer los familiares de las víctimas de la epidemia.

Los que no pudieron acompañar a sus muertos en su última hora habrán experimentado el mismo dolor que Antígona, cuando desde el corazón del sueño el fantasma de su hermano acudía a ella y le decía que no quería convertirse en un alma errante y que solo ella podía propiciarle el descanso eterno con sus manos, sus lágrimas y su afecto. Es una forma de verlo, la otra, más definitiva, sería pensar que es ella la que no puede descansar, y ella la que ni está viva ni está muerta hasta que no entierre de verdad a su hermano. En tiempos como los que corren, entendemos su situación y su postura mejor que nunca".







La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[NUESTRA EUROPA] Compromiso de todos







Europa tiene que decidir qué papel quiere jugar en la nueva realidad mundial. Antes ser Europa era suficiente, hoy no, afirmaba [La UE, compromiso de todos. ABC, 11/5/2020] la eurodiputada y portavoz del PP en el Parlamento europeo, Dolors Montserrat. 

"Los europeos nos enfrentamos a una situación inédita en nuestras vidas -comienza diciendo Montserrat-. Es la peor crisis en nuestro continente desde la Segunda Guerra Mundial: miles de vidas perdidas y millones de puestos de trabajo esfumados en apenas unas semanas. Perdemos la generación de nuestros padres y se trunca el futuro de nuestros hijos.

De las cenizas de 1945 Europa renació y lo hizo con una prodigiosa visión de futuro y con los firmes valores que representaban los Padres Fundadores de la Unión Europea, los Monnet, Adenauer, De Gasperi o Schuman. La conmoción de la guerra condujo al rechazo de los viejos nacionalismos y a la unión de los intereses económicos como paso previo a un encuentro entre comunidades. En las palabras que pronunció el entonces ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, un 9 de mayo de hace 70 años, hallamos el inicio del proyecto más ambicioso y exitoso de la Historia: la Unión Europea. En aquella Declaración había un llamamiento a aprender de las lecciones del pasado y a construir un futuro de libertad y solidaridad.

Aquella unión se fue perfeccionando, fue encontrando nuevos peligros y los superó prácticamente todos. No obstante, los últimos años han puesto realmente a prueba las instituciones comunitarias. La crisis financiera de 2008 puso en riesgo la moneda común, el euro. Generó una espiral de desconfianza entre el Norte y el Sur. Alimentó los populismos de todos los signos y uno de ellos golpeó a la Unión Europea donde más duele, haciendo reversible el proceso de integración con la salida del Reino Unido.

Pero nos sobrepusimos. El caso español fue paradigmático. Al borde de un rescate a la griega o a la portuguesa, el Gobierno de Mariano Rajoy y la sociedad sacaron adelante la economía española, con reformas y esfuerzo y pusimos a nuestro país en marcha de nuevo, sin victimismo, ni tentaciones euroescépticas -más allá de algún nacionalismo secesionista-.

Ahora esta pandemia es la primera crisis de la globalización y ha dado la vuelta al mundo en tan solos 115 días, poniéndonos a todos a prueba, no solo a la Unión Europea. Esta crisis imprevista produce una gran incertidumbre pero es una oportunidad obligatoria. Se lo debemos a la memoria de los miles de ciudadanos europeos que han fallecido. La solución no está en el enfrentamiento entre unos países y otros, sino en la unión. Este virus nos ha afectado a todos por igual sin distinciones y solo actuando como un «todo» podremos revisar nuestro proyecto y fortalecer la Unión Europea.

Si todo está cambiando, todo tiene que cambiar. Europa tiene que decidir qué papel quiere jugar en la nueva realidad mundial. Antes ser Europa era suficiente, hoy no. Los enfrentamientos entre EE.UU. y China después del Covid serán más duros, lo que genera una oportunidad protagonista para la UE. Europa posee algo que ninguno de estos dos países tiene: nuestros valores fundacionales. La libertad, la igualdad, la solidaridad y el progreso económico nos pueden dotar de mayor auctoritas y potestas para ser útiles y eficaces a nivel mundial.

Debemos revisar el espacio de las soberanías nacionales para ganar en una soberanía conjunta mayor. Por ello debemos hacer la transición de la era analógica a la digital, y Europa debe transformarse antes de que sea demasiado tarde y la brecha resulte insalvable. El Covid supone un acelerador de la nueva realidad.

Debemos reindustrializar Europa. Debemos apoyar a todos los sectores económicos. Hace años deslocalizamos nuestra producción industrial por sus costes pasando a depender de terceros países y, en momentos de crisis, lo hemos pagado muy caro. Debemos aprovechar el liderazgo de la UE en el mundo para luchar contra el cambio climático apostando por una economía circular y sostenible. Y si queremos una Europa unida necesitamos una educación común: es imprescindible recuperar la educación en el saber, que ha sido sustituida por la educación del acceder. El individuo, lejos de poseer el conocimiento, lo obtiene de unas plataformas que provocan un pensamiento acrítico, elevando a categoría de cierto aquello que en ellas se dice. Sea o no sea cierto.

Devolvamos a los ciudadanos el orgullo de pertenencia a la UE. Konrad Adenauer concluyó que «en aras de la paz y el progreso, tenemos que crear una Unión Europea, y así lo haremos». Y así fue. Hoy, nosotros los europeos, tenemos la obligación moral de cuidar ese legado y mejorarlo para las próximas generaciones. Firmemos un pacto de solidaridad entre generaciones para construir una Europa más moderna, más resiliente, más segura y más solidaria".






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[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 12 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




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jueves, 11 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Besos



Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 

"Jean-Baptiste Bouvier fue un obispo francés y calvo, nacido en 1783, que escribió un libro interesantísimo titulado Disertación sobre el sexto mandamiento, escribe en el A vuelapluma de hoy [Los besos de las palomas. La Vanguardia, 14/5/2020] el escritor Quim Monzó. Para los jóvenes iletrados que no hayan estudiado religión en las aulas, diremos que el sexto de los diez mandamientos de Dios especifica –resumiéndolo para no alargarnos mucho– que no debemos cometer acciones impuras. Lógicamente, el concepto de acción impura cambia a lo largo de los tiempos, porque lo que en el siglo XIX del señor Bouvier era considerado una acción impura en el siglo XX dejó de serlo, al menos mayoritariamente, y ahora, en el XXI, ya ni te lo explico.

Pues bien, Bouvier –de gran prestigio en su época– dejó escrito en el libro antes mencionado las palabras que acto seguido paso a reproducir: “Los besos, incluso los honestos, motivados por la pasión, dados o recibidos, entre personas del mismo sexo o de sexos diferentes, son pecados mortales. Pero los besos sobre partes inusitadas del cuerpo –por ejemplo el pecho, los senos o, al estilo de las palomas, introduciendo la lengua en la boca de otra persona– también tienen la pasión como móvil, y como mínimo presentan un gran peligro de sucumbir, y por este motivo no pueden de ninguna forma no ser considerados pecado mortal”.

Ahora, en este actual mundo descreído, ya poca gente considera que los besos sean pecado. Sin embargo, desde que estamos bajo la espada del coronavirus, sí que los prohíbe la nueva normalidad audiovisual. Ahora que muchos productores cinematográficos y televisivos se plantean volver más tarde o más temprano a los rodajes –sin dinerines no hay quien coma–, hace días que explican las medidas que deberán tomar de ahora en adelante. Desinfectar diariamente el plató, el vestuario y el equipo técnico. Doblar el número de camerinos, eliminar las filmaciones en exteriores, no rodar con niños ni con figurantes. Y, sobre todo, mantener la distancia de seguridad, lo cual implica eliminar abrazos y besos. Nos caerá encima una avalancha de películas sin besos.

A propósito de los patógenos que pueda haber en dos bocas que se morrean, S.L. Katzoff, que fue director médico del Instituto de Relaciones Humanas de San Francisco, dictaminó: “Un beso de verdad genera tanto calor que destruye los gérmenes”. Me ha venido inmediatamente a la cabeza la película De aquí a la eternidad , con aquel beso tórrido que se dan Deborah Kerr y Burt Lancaster en una playa, mientras las olas primero les lamen los pies y luego los cubren con ímpetu, como en un jacuzzi fenomenal".







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[ARCHIVO DEL BLOG] El Prado, la Monarquía y la República. Publicada el 23 de enero de 2010



Las pinturas del Prado, a salvo de la guerra. 1939


Fue el propio Manuel Azaña, presidente de la República española quien convenció al del Gobierno, Juan Negrín. Él, personalmente, le dijo: "El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas". Y en febrero de 1939, primero en camiones hasta Perpiñán, vía Valencia y Barcelona, y luego en tren hasta Ginebra, las obras más importantes del madrileño Museo del Prado, entre ellas Las Meninas, viajan hasta la ciudad suiza para quedar bajo protección de la Sociedad de Naciones hasta el término de la guerra. No fue una estancia larga, apenas dos meses después, fueron devueltas a España.

El Consejo de Ministros de ayer viernes acordó conceder a los nueve museos de todo el mundo que conformaron el Comité encargado de la organización y traslado de los cuadros (el Louvre de París, la National Gallery, el Tate, y la Wallace Collection de Londres, el Museo de Arte e Historia de Ginebra, el Rijkmuseum de Ámsterdam, el Metropolitan de Nueva York, los Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas y los Museos Nacionales Franceses), la Orden de las Artes y las Letras en agradecimiento a esa gestión, que permitió salvar para la Humanidad un patrimonio cultural y artístico de incalculable valor..

Es una hermosa noticia que me confirma en mi sentimiento de que es el Arte y la Cultura lo que nos hace más genuinamente humanos, sin acepciones de raza, nacionalidad, ideología o creencias,

Les recomiendo la lectura del reportaje que en El País publica al respecto Jesús Ruiz Mantilla [Tributo a los rescatadores del Prado. El País, 23/1/2010] que pueden leer en el enlace anterior. HArendt



Fachada este del Museo del Prado



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 11 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





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miércoles, 10 de junio de 2020

[HISTORIA] La represión durante la guerra civil y la postguerra española



Presos republicanos en una cárcel franquista


Reproduzco en esta ocasión, en la sección del blog dedicada a la Historia, una interesante aportación del profesor Eduardo González Calleja, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid, dedicado a las diferentes formas de abordar la represión durante la guerra civil y la postguerra española, que a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación no ha perdido actualidad. Lo hacía en un artículo [De campos, cárceles y checas. Maneras de ver la represión durante la Guerra Civil y la posguerra. Revista de Libros, marzo 2004], en el que reseñaba dos publicaciones de aquellos momentos que abordaban el tema desde ópticas diferentes. La primera: "Una inmensa prisión. Los campos de concentración y las prisiones durante la Guerra Civil y el franquismo", de Carme Molinero, Margarida Sala y Jaume Sobrequés (Barcelona, Crítica, 2004); la segunda: "Checas de Madrid. Las cárceles republicanas al descubierto", de César Vidal (Barcelona, Belacqua/Carrogio, 2004).

"El estudio de la represión política durante la Guerra Civil y el franquismo es una línea historiográfica que ha ido adquiriendo una creciente solidez en los últimos veinticinco años -comenzaba diciendo el profesor González Calleja-. La atención creciente que se otorga en la actualidad a la organización penitenciaria no debe explicarse sólo como una manifestación sectorial de la fascinación por los temas vinculados al control social y la represión, sino que obedece también a causas externas (el renovado interés que suscitan en Europa las grandes experiencias coactivas y genocidas de signo totalitario) y domésticas (la apertura de nuevas fuentes documentales, pero también el nuevo valor otorgado a los relatos autobiográficos). Todo ello ha permitido que los estudios sobre el mundo carcelario hayan transitado rápidamente desde las aproximaciones pioneras a los primeros grandes estados de la cuestión. Este último es el caso de Una inmensa prisión, que recoge las actas parciales del congreso «Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra y el franquismo » que en octubre de 2002 reunió en Barcelona a más de doscientos investigadores nacionales y extranjeros.

La obra comienza por negar el paralelismo entre el sistema represivo nazi (que, como señala Michel Leiberich, creó los campos de concentración no como instituciones correctoras de delitos individuales, sino como «fábricas de la muerte» sobre colectividades) y el del franquismo, que no pretendió el exterminio físico deliberado, ya que el espíritu vindicativo de clase antepuso la explotación de los trabajadores, sobre cuyas espaldas recayó la tarea de reconstrucción nacional. El libro puede leerse a diversos niveles. Es, en primer lugar, un recorrido bastante omnicomprensivo por las sucesivas etapas del «universo carcelario»: desde los campos de prisioneros y los batallones disciplinarios de trabajadores de la guerra a las colonias penitenciarias y las cárceles de posguerra, con su diversidad de sistemas de explotación: talleres, destacamentos o colonias militarizadas, que proporcionaron el mayor contingente de trabajadores al Servicio Nacional de Regiones Devastadas, pero también a la Iglesia, la Falange o las empresas privadas. Javier Rodrigo, autor de una muy reciente obra sobre los campos de concentración de la guerra y la inmediata posguerra, nos muestra su evolución desde su puesta en marcha como solución provisional en la depuración ejercida sobre el Ejército Popular hasta sus sucesivas reestructuraciones con el fin de perfeccionar las tareas básicas de clasificación, exclusión, explotación y reeducación con tendencia totalitaria. Desde el otro lado de la frontera, Francesc Vilanova nos ofrece un diagnóstico de la errática política de los gobiernos franceses ante «la retirada» de 440.000 refugiados republicanos en marzo de 1939. Mientras que los últimos gobiernos galos de la preguerra aplicaron una política de extranjería supeditada a la preocupación por la seguridad nacional y el mantenimiento del orden público, la drôle-de-guerre obligó a que los campos fueran difuminando su perfil concentracionario y se adaptaran al esfuerzo de guerra con la incorporación de contingentes republicanos a las compañías de trabajadores extranjeros, a la Legión Extranjera y a los batallones de marcha. El régimen de Vichy mantuvo a su vez una actitud contradictoria, descartando repatriaciones masivas a España y favoreciendo la huida hacia América o la incorporación al mercado laboral a través del Service du Travail Obligatoire, pero también toleró la intromisión de la Gestapo, que condujo a la deportación de muchos republicanos hacia el mucho más nivelador y destructivo «universo concentracionario» nazi.

Ángela Cenarro hace un recorrido institucional desde la derogación de las reformas penitenciarias republicanas en los inicios de la guerra a la concesión del «derecho al trabajo» a los prisioneros con la creación en 1938 del sistema de Redención de Penas por el Trabajo. En la paulatina definición del «universo penitenciario » franquista, señala la incongruencia entre el paternalismo caritativo desplegado por curas y funcionarios, y la utilidad económica y propagandística derivada del sistema carcelario, que generó un fuerte desfase entre un proyecto regenerador y reeducativo de marcado corte autoritario y la realidad cotidiana de la arbitrariedad y la corrupción. Abundando en la caracterización de ese «universo carcelario», Ricard Vinyes propone su extensión al entorno familiar exterior, a las redes de intereses económicos, a las sociedades de beneficencia de la Iglesia y el Estado, y a las organizaciones políticas clandestinas. La función de este sistema no fue vigilar y castigar, sino doblegar y transformar, ejecutando un conjunto de operaciones sociales, políticas, culturales y económicas destinadas a obtener la transformación existencial completa de los reclusos y de sus familias, desposeyendo moral y materialmente a los mismos para destruir de ese modo su identidad colectiva.

Ejemplos ilustrativos de la heterogeneidad, provisionalidad y arbitrariedad del microcosmo penitenciario franquista son los que aportan cuatro estudios concretos. El testimonio de Nicolás Sánchez Albornoz sobre su experiencia como contable en el destacamento penal de Cuelgamuros pone de relieve que la redención de penas fue una importante fuente atípica de ingresos netos para el Estado, donde «la represión cedió su furor vengativo para crecer como negocio y abrir los brazos a la corrupción». Se trataba de liberar al Estado de la carga del mantenimiento de los presos y de generar ingresos en su calidad de mano de obra barata o gratuita sometida a innumerables motivos de exclusión. Esta singular función del Estado como proveedor de trabajadores para la empresa privada también queda de manifiesto en el trabajo de José Luis Gutiérrez Molina sobre la servidumbre casi medieval desplegada en las colonias penitenciarias militarizadas que participaron en las obras públicas y las subcontratas privadas para la construcción del Canal del Bajo Guadalquivir. En ocasiones, este tipo de prestaciones no reportaron sólo beneficios económicos, sino de otro tipo más sutil, como muestra el análisis de Francisco García Alonso sobre el batallón disciplinario puesto bajo la autoridad del arqueólogo falangista Martín Almagro Basch para realizar las campañas de excavaciones en Ampurias en 1940-1943. Por último, el estudio de Santiago Vega sobre la vida cotidiana (en sus diversas facetas de alimentación, horario, comunicaciones, cultura y propaganda, convivencia, disciplina, salud e higiene, trabajo o vida religiosa) en la Prisión Provincial de Segovia des- cribe con detalle los métodos empleados para lograr la paulatina disolución del concepto y de la identidad de prisionero político, «patologizando» la delincuencia política (objetivo de los estudios del psiquiatra Antonio Vallejo-Nágera) hasta asimilarla a una inadaptación que requería reeducación.

Un último nivel de lectura lo brindan los estudios sobre fuentes: Carles Feixa y Carme Agustí analizan los discursos autobiográficos y memorialistas (con una caracterización especial de los elaborados por mujeres) que se han ido multiplicando desde el final de la transición; María Campillo describe los testimonios literarios de narradores-supervivientes (Primo Lévi, Joaquim Amat-Piniella o Jorge Semprún) como el único arma de que disponen las víctimas en su búsqueda de justicia. Por último, Manel Risques hace un recorrido por los fondos documentales depositados en los archivos militares generales (Madrid, Segovia, Ávila o Guadalajara) y regionales, así como en los archivos judiciales ahora disponibles para la investigación, que están renovando completamente el estudio de la represión y de la violencia en las dos zonas combatientes durante la Guerra Civil y en el franquismo.

En su clásico Surveiller et punir, Michel Foucault advertía que el análisis de la prisión es fundamental para reflexionar sobre las relaciones de poder que se establecen entre el Estado y la sociedad. En ese sentido, el sistema penitenciario fue la plasmación más evidente e inmediata de esa política de exclusión social masiva desplegada por el Nuevo Estado, que ampliaba su radio de acción punitiva a los familiares, limitando sus ingresos, erosionando su patrimonio o arrebatando la tutela de los hijos. Una política de la sumisión que alcanzó un carácter tan indiscriminado que, como dice Sánchez Albornoz, «en materia de libertad, la cárcel y la calle se diferenciaban sólo en grado». Trabajos como el que analizamos tienen la virtud de mostrarnos el camino recorrido en poco tiempo y de plantearnos las eventuales líneas de investigación que deben ser profundizadas como un intento de evaluación global del beneficio económico que reportó al Estado la aplicación de la política de redención de penas por el trabajo en el contexto de la economía autárquica del régimen franquista.

Lamentablemente, no puede decirse lo mismo de la obra de Vidal, cuya falta de originalidad arranca desde su mismo título, tomado de una novela del periodista de ABC Tomás Borrás —el inventor del «complot comunista» de la primavera de 1936— que ni siquiera aparece aludida en la bibliografía final. Estamos ante un ejemplo señero del «método» de confección de libros que ha dado notoriedad a este escritor: una porción de páginas de relleno que envuelve la inanidad total a la hora de tratar el tema que es presunto objeto de análisis (sólo se dedican 26 páginas a la actividad «chequista » en Madrid de un total de 364); un aparato «crítico» repleto de notas improcedentes o de relleno, con siglas que quizá pertenezcan a fuentes ignotas, con una bibliografía contextual que se exhibe pero que no se emplea, trufada de títulos deliberadamente poco accesibles al lector español, que se citan de forma incompleta o que no aparecen en la relación final. El repertorio bibliográfico, con obras repetidas o redundantes, asignaciones falsas, inserciones inexplicables y olvidos clamorosos6, es un caos absoluto que hubiera hecho las delicias de Southworth.

Los apéndices documentales son otro ejemplo contundente de esta falta de seriedad y de criterio: el número I (relación de checas de Madrid) aparece repetido literalmente en el texto y sin alusión alguna a las fuentes empleadas para su confección; el número II es una «antología documental» tan peregrina que repite sistemáticamente párrafos ya introducidos en el cuerpo de texto; el número III es una mera transcripción del martirologio depositado en el santuario de la Gran Promesa de Valladolid; y el número IV (relación de asesinados) es un listado pretendidamente alfabético, que revela su absoluta inutilidad al estar plagado de errores (véase a título ilustrativo las entradas 578, 719, 2186 o 3664), no señalar el lugar y la fecha de las ejecuciones, y no citar las fuentes para su elaboración, como tuvo el decoro de hacer Rafael Casas de la Vega en su catálogo de víctimas, que Vidal vampiriza descaradamente.

Pero la obra no plantea sólo reparos formales que la hubieran hecho inaceptable como simple trabajo de curso, sino problemas de fondo que proceden en primer lugar de una visión profundamente distorsionada de la historia de España. Este autoproclamado «liberal» desarrolla la «tesis» de que las matanzas organizadas en zona republicana fueron el resultado de un proceso revolucionario que se inició «a fines del siglo XIX» y que, tras su derrota provisional en 1917 y 1934, logró el triunfo a partir de 1931; victoria que incluía «por definición» la práctica de exterminio de segmentos enteros de la sociedad. Este proceso revolucionario transecular habría sido protagonizado, en informe cargamontón subversivo, por la consabida amalgama «rojo-separatista » de comunistas (¡ya a comienzos del siglo XX!), republicanos «de clase media» (sic, pág. 46), anarquistas «partidarios de la acción directa » (sic, pág. 48), socialistas cuya actuación habría sido invariablemente ilegal durante décadas, y los «denominados nacionalismos», especialmente el catalán, cuya trayectoria histórica, a decir del autor, «encajaba mal en un proceso modernizador de signo liberal». Según parece, el catalanismo nunca sintió reparos en «acabar con un sistema político que se oponía a la consecución de sus metas» (pág. 45), especialmente el muy radical Cambó, que habría urdido en fecha indeterminada una «alianza vasco-catalana» para que el sistema constitucional saltara por los aires (pág. 50).

Pero la antología del disparate no se detiene ahí: la oposición se convierte en responsable de la proclamación de la Dictadura; Azaña se habría hecho republicano en 1930; los firmantes del «Pacto de San Sebastián» (a los que acusa de intentar derribar el orden constitucional, olvidando el «pequeño » detalle de su suspensión desde septiembre de 1923) se transformaron automáticamente en el primer gobierno de la República; la masacre de Arnedo habría sido un «motín armado socialista»; la huelga general campesina de junio de 1934, una «ofensiva revolucionaria»; y la izquierda en bloque habría provocado el «golpe de Estado nacionalista-socialista» de 1934. Como culminación de todo ello, tras el 18 de julio, el Frente Popular habría confirmado esa «cosmovisión antisistema y antiparlamentaria que incluía entre sus características las del exterminio del adversario considerado como tal a segmentos íntegros de la población » (pág. 78), ya que las matanzas las realizaron «organizaciones que desde hacía décadas consideraban moralmente lícita la eliminación física del adversario político» (pág. 81). En fin, un puro dislate, que no es sino la reiteración de la vieja tesis teleológica catastrofista urdida por la derecha ultrarreaccionaria decimonónica de la democracia como antesala del comunismo. Un argumento que, como es bien sabido, utilizó largamente el franquismo como baza de legitimación del golpe militar de 1936, pero al que Vidal da una vuelta de tuerca más al pretender la homologación de estos asesinatos con el Holocausto judío.

Haría bien este autor en reconsiderar la tipificación del genocidio a la luz de las últimas aportaciones de la historiografía europea sobre el tema. En todo caso, su afirmación resulta difícilmente sostenible cuando se constata que a la represión «incontrolada » causada por la guerra y la revolución en sus primeras semanas le sucedió una justicia popular «institucionalizada» que trató de atajar las manifestaciones más arbitrarias y sangrientas de aquélla, «normalizando» el aparato represivo al hilo de la evolución militar y política de la zona republicana. No se trata de minusvalorar la represión indudable que existió en el bando republicano, sino de contextualizarla y explicarla en sus características, estructura y actuación. Es en ese aspecto donde nos llevamos una última decepción. El autor no explica la evolución de estos centros de detención y tortura en ese necesario contexto histórico, exhibiendo nuevos documentos o proponiendo perspectivas de análisis renovadas (cosa que hace Javier Cervera en su libro sobre la «quinta columna» madrileña.), sino que opta por la consabida descripción de los crímenes, con sesenta años a sus espaldas, empleando como citas de autoridad la Historia de la Cruzada, los testimonios de ex comunistas como Castro Delgado o Hernández (mientras que los de Prieto o Azaña son insidiosa y sistemáticamente rechazados) y el libro La dominación roja en España. Causa general instruida por el Ministerio Fiscal, que es «saqueado» de forma tan inmisericorde que nos podemos lamentar de la perpetración de un último «fusilamiento» en masa. Ni que decir tiene que, en su opción por destacar la truculencia de los asesinatos sobre la explicación de las estructuras del terror, Vidal no se detiene un momento en considerar los dilemas metodológicos que muchos especialistas se han planteado a la hora de explotar el ingente fondo documental de la Causa General, cuyo origen eminentemente punitivo exige una previa labor de depuración y crítica de informaciones y cifras, cruzando datos con la prensa, los testimonios orales, las memorias de personajes, los registros civiles o los archivos políticos.

En definitiva, Vidal no deja «al descubierto» las cárceles republicanas, sino su incompetencia para tratar con solvencia este tema. Es un exponente más de esa producción bibliográfica paralela (difícilmente se puede hablar de historiografía) de la Guerra Civil que tanto fascina al profesor Payne, pero que en su apuesta por la denuncia histérica antes que por el análisis sereno dificulta que el tema de la represión política se encamine hacia su definitiva normalización historiográfica".



El historiador Eduardo González Calleja



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