miércoles, 29 de enero de 2020

[SONRIA, POR FAVOR] Es miércoles, 29 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...



















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 28 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Conexiones y azar





"Es estremecedor pensar en la cantidad de cambios que se pro­ducen en nuestras vidas de­pendiendo de la calidad o existencia de la conexión a internet, -afirma en el A vuelapluma de hoy la escritora Flavia Company-. Mensajes que pueden mandarse a tiempo, mensajes que se pueden recibir a tiempo. De amor, de salud, de trabajo. Da vértigo, ¿no les parece?

De pronto todo lo que va a ocurrir, el resto de nuestra vida, va a estar marcado por un e-mail que llega, una foto de Instagram que descubrimos, un messenger que nos sor­prende, un watsap que nos detiene o acelera, un tuit que nos revela a tiempo una información que nos reafirma o una entrada de Facebook que nos desconcierta. De repente lo que iba a ocurrir, lo que podría haber pasado, no ocurre porque no funciona la conexión de quien iba a mandarnos un e-mail o watsap o messenger o lo que fuere. O porque escribimos algo que de veras nos importa pero nos resulta imposible enviar o publicar y lo borramos para siempre.

Y todo a una velocidad incalculable. Hay que decidir en instantes lo que podría ser para toda la vida, ese breve siempre que se nos ha concedido a los mortales. Dar a enviar. ¿Envío? Dar a recibir. ¿Recibo? Dar a publicar. ¿Publico? Dar a abrir. ¿Abro? A escuchar. ¿Escucho?

Todos los actos tienen consecuencias, ­incluso los menores. Por eso estamos tan ­pendientes de las respuestas, que por otra parte deben ser inmediatas para resultar del todo satisfactorias. En caso contrario, la ­duda, ¿lo habrá recibido?, si se trata de un e-mail; ¿por qué me clava el visto y no ­contesta?, si es un watsap o un messenger; ¿habrá abierto el ­ Insta ?, ¿por qué no me da un like ?; ¿no ha visto lo que he publicado en ­Facebook?, ¿por qué no reacciona? A veces el indicio es no recibir respuesta, no provocar el inicio de una cadena de acciones que resitúen las cosas en el mapa.

Y justo pensaba en todo esto hace algunos días, mientras permanecía caminando por lo más intrincado de una cordillera, a más de cuatro mil metros de altitud, lejos de cualquier tipo de conexión, decidiendo cada paso de un destino sin interrupciones tecnológicas. Un periodo al cabo del cual, tras tanto silencio y tanta energía verdadera, tanto diálogo con la naturaleza y tanta consciencia, regresé a la vida urbana y envié un mensaje que, sin duda, ha empezado a cambiarme la vida: porque en una estación de autobuses había conexión. Puro azar".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt










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[ARCHIVO DE BLOG] Descrédito de la democracia. (Publicada el 11 de julio de 2009)




José Vidal-Beneyto


No tengo muy claro si la democracia está en crisis. Quiero pensar que no; lo que indudablemente está en crisis es la participación ciudadana en la democracia. ¿Dónde está el falló? ¿De quién es la culpa, si es que hay algún culpable?

Dos artículos en la prensa de hoy tratan el asunto desde puntos de vista distintintos. El primero, "Democracias perplejas", del profesor José Vidal-Beneyto, director del Colegio de Altos Estudios Europeos, en París, lo hace desde la crítica al sistema de partidos imperante en Europa, con una cada día más acusada indiferenciación entre izquierda y derecha, quiebra de los valores públicos, imperio de la corrupción, nepotismo desbordado y descrédito de la instituciones. No es a quien votar, sino para qué votar, lo que exige enraizarse en la ciudadanía. Frente al descrédito de la política y al encogimiento de los políticos, dice, son los movimientos sociales y los actores sociales y societarios de base quienes deben cobrar un protagonismo principal. Y concluye pidiendo a la izquierda que más allá de la conquista y gestión del poder político, reivindique esa acción directamente popular como la vía más segura para sacar a las democracias de su atonía y perplejidad, logrando promover el progreso de los pueblos.

El segundo artículo que comento, "¿Una revolución en Westminster?" , está escrito por el profesor Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford (Inglaterra), muy crítico también con el sistema partidista y parlamentario británico, del que dice. por voz de un parlamentario laborista, que el principal objetivo de sus miembros no es representar al pueblo británico sino obtener un cargo en el Gobierno. O en otra opinión, esta vez de un diputado conservador, que se están poniendo en tela de juicio las bases mismas de la legitimidad del Estado. Circunstancias excepcionales todas ellas que, a juicio del profesor Garton, deberían propiciar un cambio en modelo constitucional de elección y funcionamiento del parlamento británico.

La cuestión es que la democracia, tal y como la conocemos en Occidente, no es posible que funcione sin partidos, y si éstos fallan, ¿a quién recurrimos?... HArendt




Timothy Garton Ash



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 28 de enero






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...



















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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lunes, 27 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Los hijos que Pablo y Santi no tuvieron



Niños sevillanos. Fotografía de Paco Fuentes


Pienso en quién defenderá los derechos de la niña de 9 años que quiere casarse con su mejor amiga. O los del niño homosexual que se cría en una aldea de 150 habitantes heterosexuales, comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Nuria Labari a cuenta de la polémica levantada por el tema del Pin parental.

"Tengo la sensación de que últimamente no hablamos de otra cosa que de los hijos de Pablo Casado y Santiago Abascal, -comienza diciendo Labari- dos políticos que han confundido el grupo de WhatsApp de padres del cole con la agenda política de sus respectivos partidos. “Mis hijos son míos y no va a venir un socialista o un comunista a decirme cómo educarlos”, sentencia Pablo Casado. Y la expresión se le derrite en la boca, como si se le fuera a caer la baba. “A mis hijos no los va a educar tu secta comunista”, escupe Santi Abascal vía Twitter a Pablo Iglesias. Como si el pin parental fuera el resultado de un ego paterno mal digerido.

Lo que yo me pregunto es cuándo llegará el momento de hablar de todos los niños que no son hijos de Santi Abascal ni de Pablo Casado. Quién defenderá los derechos de todos esos menores en medio de un debate colapsado por el linaje de estos dos sementales. Pienso, por ejemplo, en quién defenderá los derechos de la niña de 9 años que quiere casarse con su mejor amiga. O los del niño homosexual de 12 que se cría en una aldea de 150 habitantes heterosexuales y necesita conocer su cuerpo y entender su subjetividad. Pienso en el derecho de sus compañeros a respetar la igualdad y celebrar la diferencia.

Me pregunto también quién hablará del niño transgénero que intenta sentirse a gusto en su cuerpo si es que ese niño trans no tiene la suerte de ser hijo de Pablo Casado. Que entonces sí, entonces seguro que Pablo se sacaba de la manga algún programa diseñado para los intereses de “su hijo trans”. Y pienso en todas las niñas, claro está. Porque hasta ahora Pablo y Santi solo han nombrado a sus hijos, a pesar de que también tienen hijas. Pero ellos son los padres y nombran a su prole como quieren y en sus términos, que para eso son suyas. De todas formas, los discursos de Pablo y Santi me recuerdan el derecho de todas las niñas a ser nombradas en femenino. También pienso en el derecho de todas a crecer en un mundo sin violencia ni agresión sexual. En que todas tengan herramientas para identificar la agresión siempre que les roce. Porque en este país, eso ya lo sabemos, les rozará a casi todas y les tocará a muchas. A algunas hasta las matará.

Como madre puedo decir que, cuando te pones a pensar en todos los hijos que no son tuyos la realidad se hace cada vez más grande, el horizonte cada vez más amplio y complejo. A lo mejor por eso he pensado estos días en todos los niños y niñas que fueron violados en escuelas franquistas por curas pederastas. Me he acordado de cuando la ignorancia y el oscurantismo sexual favorecía los abusos sexuales en este país. Y he sentido el peso del silencio de años sobre los hombros de todos esos niños, hoy ya viejos. Son ellos quienes me han llevado a pensar en todos los niños que han sido víctimas de abusos sexuales en España en lo poco que llevamos de 2020. En todos esos niños invisibles que están siendo violados aquí y ahora. Los pienso haciendo su mochila para ir al colegio, poniéndose la bufanda, saltando los charcos. Me pregunto si entienden lo que les ha pasado, si saben ya que ninguna caricia puede ser secreta por mucho que un adulto les haya pedido que no digan nada. Pienso si alguien les ha explicado ya en casa o en el colegio cómo defenderse de algo así. Pienso si saben que pueden (y deben) hablar para salvarse.

Y estoy segura de que Santi y Pablo cambiarían su discurso si estuvieran hablando para todos estos niños, para todos los niños. Pero ellos solo cuidan de su prole. Ellos son machos muy machos y han tenido los mejores hijos. Ellos sienten que con una herencia genética (y fiscal) como la suya, sus hijos lo tienen ya todo hecho. Y solo les queda trabajar para que el sistema los respete y no los estropee.

Los pobres Santi y Pablo no han entendido nada. Porque el hecho cierto es que sus hijos, también los suyos, tienen el derecho a ser educados en igualdad de oportunidades solo por el hecho de haber nacido en España. La educación va justo de eso en nuestro país. Es lo que está por encima de la herencia y del linaje. Es lo que garantiza la igualdad de oportunidades y por tanto lo que sostiene la esencia misma de la democracia. Sin igualdad de oportunidades no hay democracia posible. Por eso la ultraderecha quiere colocar ahí su dichoso pin, justo en la línea de flotación del sistema. Ellos saben que no podemos vivir en democracia si las oportunidades se conceden en el nombre del padre. Y eso es justo lo que a ellos les gustaría. De nosotros dependerá que lo hagan posible".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









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[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Ángel González Muñiz



El académico Ángel González en su toma de posesión


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Ángel González Muñiz Ángel González Muñiz (1925-2008). Ángel González tomó posesión de la silla "P" de la Academia el 23 de marzo de 1997 con el discurso titulado Las otras soledades de Antonio Machado, que fue respondido por Emilio Alarcos en nombre de la corporación.

En 1954, González ingresó por oposición en el cuerpo de la Administración central. Dos años más tarde publicó su primer libro de poesía, Áspero mundo, «en el que está muy presente la experiencia infantil de la guerra», según Zamora Vicente, y con el que obtuvo un accésit del Premio Adonais.

Tras breves estancias en Sevilla y Barcelona —donde entró en contacto con poetas como Carlos Barral, Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo—, regresó a Madrid. Allí conoció al grupo madrileño de escritores al que pertenecían García Hortelano, Gabriel Celaya y Caballero Bonald, entre otros.

Su siguiente libro fue Sin esperanza, con convencimiento, de 1961, «en el que —como explica Zamora Vicente— el paso del tiempo empieza a aflorar ya como una temática que se mantendrá en el resto de sus obras, así como la ironía, uno de sus recursos más característicos».

José Luis García Martín destaca en el DBE que durante esos años, principios de la década de los setenta, «se publicó la primera etapa de su obra poética, que le otorgó un puesto fundamental dentro de su generación, la segunda de posguerra, caracterizada por el realismo y el compromiso crítico frente a la dictadura. Eran los años de la poesía social».

En 1972 —continúa explicando García Martín—, Ángel González se trasladó a Estados Unidos para trabajar como profesor en la Universidad de Nuevo México. Desde esa fecha residió en Estados Unidos, aunque con largas estancias en España. Hasta su jubilación, en 1990, ejerció la docencia, además de en Nuevo México, en las universidades de Utah, Maryland y California (Irvine).

La producción literaria de Ángel González continuará durante todos estos años hasta su fallecimiento, en 2008: Grado elemental (1962), Palabra sobre palabra (1962), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para una biografía (1971), entre otros títulos, hasta llegar a Otoños y otras luces (2001) y el póstumo Nada grave (2008). Todos estos poemarios, tal y como cuenta Alonso Zamora Vicente, «fueron agrupados por el propio poeta en diferentes ediciones bajo el título de Palabra sobre palabra (2005)».

Ángel González también escribió ensayos sobre aquellos poetas que más le influyeron: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, el grupo del 27 y Gabriel Celaya. Toda esta obra le sirvió para ser reconocido, entre otros, con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1985), «porque la poesía, a través de su obra, sobrevive con paradójica ternura al escepticismo de una época», o el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1996).



Real Academia Española, Madrid



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 27 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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domingo, 26 de enero de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Rescatar la palabra




Dibujo de Eulogia Merle para El País


La posverdad ya no es una lacra a extirpar sino un instrumento para alcanzar objetivos individuales y grupales. Concebir la política como la guerra entre enemigos es lo más contrario a la busca del bien común. Hay que rescatar la palabra porque la posverdad ya no es una lacra a extirpar sino un instrumento para alcanzar objetivos individuales y grupales, afirma en el Especial dominical de hoy la filósofa Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. 

"Recurrir -comienza diciendo Cortina- al verso de Blas de Otero “me queda la palabra” en situaciones de desconcierto es un lugar común. “Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra”, decía el bien conocido texto. Para disentir o para acordar, seguimos creyendo que siempre nos queda la palabra. El medio más propiamente humano para construir la vida compartida.

En efecto, ya en el Libro I de la Política recordaba Aristóteles que el ser humano es un animal social, y no simplemente gregario, porque cuenta con el logos, un término que significa a la vez “palabra” y “razón”. A diferencia de los animales que están dotados sólo de voz para expresar el placer y el dolor, las personas cuentan con la palabra, que les hace sociales, porque les permite deliberar conjuntamente sobre lo justo y lo injusto, sobre lo conveniente y lo dañino. Y ésta —la palabra— es la base de la familia y la amistad, es la base de la comunidad política, que congrega distintas familias y diversas etnias y se distingue de ellas porque tiende al bien común y debería esforzarse por alcanzarlo.

La palabra, por tanto, acontece en el diálogo, exige interlocutores; incluso nuestros monólogos son diálogos internalizados. Como bien decía Hölderlin, “somos un diálogo”. Y es esa palabra puesta en diálogo la que debería sustituir a la violencia a la hora de resolver los problemas que surgen de la vida común.

Pero la palabra puesta en diálogo tiene por meta la comunicación entre las personas y para alcanzarla ha de tender un puente entre el hablante y el oyente, o los oyentes. Un puente que, según acreditadas teorías, exige aceptar cuatro pretensiones de validez que el hablante eleva en la dimensión pragmática del lenguaje, lo quiera o no. Son la inteligibilidad de lo que se dice, la veracidad del hablante, la verdad de lo afirmado y la justicia de las normas. Si esas pretensiones se adulteran, no hay palabra comunicativa ni auténtico diálogo, sino violencia por otros medios, violencia por medios verbales: discurso manipulador, discursos del odio, que dinamitan los puentes de la comunicación y hacen imposible la vida democrática.

Poner el termómetro de estas cuatro pretensiones a los discursos que dominan nuestra vida compartida, a través de las redes sociales o de los medios de comunicación tradicionales, es necesario para descubrir la densidad de nuestra calidad democrática, para saber si, a pesar de los pesares, nos queda la palabra.

En lo que hace a la inteligibilidad, desde los años setenta del siglo XX se ha ido extendiendo —por fortuna— un movimiento en favor del Lenguaje Claro, convencido de que en sociedades democráticas la claridad no es sólo la cortesía del filósofo, sino sobre todo un derecho de la ciudadanía y un deber de los poderes públicos. La claridad en los documentos es un camino en el que queda mucho por andar, aunque se haya empezado a recorrer.

Pero siendo la inteligibilidad de lo dicho una pretensión difícil de satisfacer en la vida pública, más lo son las otras tres —veracidad, verdad y justicia— en tiempos en que se asume la posverdad, no como una lacra a extirpar, sino como un instrumento para alcanzar objetivos individuales y grupales. La “normalización” de la posverdad y de los bulos, el hecho de aceptarlos como un rasgo más de nuestra vida política, tendrá, entre otras, una nefasta consecuencia: que ni siquiera nos quede la palabra.

Como sabemos, los bulos son noticias falsas, propaladas con algún fin, cuyo emisor podría identificarse, aunque se necesitara para lograrlo mucho esfuerzo. Las noticias sobre la implicación de potencias extranjeras en elecciones y en acciones violentas en una inusitada cantidad de países, entre ellos España, son una prueba palmaria de ello. La posverdad, por su parte, es una “distorsión deliberada que manipula emociones y creencias con el fin de influir en la opinión pública”, una práctica usual de los demagogos. En realidad son mentiras, consisten en decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar, buscando provecho propio, y están distorsionando la vida política y social.

El mecanismo es sencillo. Se trata de diseñar un marco de valores, simple, esquemático, desde el que los oyentes puedan interpretar los acontecimientos y en el que sólo juegan dos equipos, nosotros y ellos. No importa si hay dos partidos políticos o 20.000 fragmentados, la ancestral contraposición amigo-enemigo sigue siendo rentable para dotar a la ciudadanía de una identidad, sea desde la presunta izquierda o desde la presunta derecha. La creciente polarización de la escena política y social hace que la competencia se exprese en emociones binarias de simpatía/antipatía ante discursos, conductas y símbolos, cuando el pluralismo político reclama, en palabras de Ignatieff, “respetar la diferencia entre un enemigo y un adversario. Un adversario es alguien al que quieres derrotar. Un enemigo es alguien al que tienes que destruir”. Concebir la política como el juego de la guerra entre enemigos irreconciliables, y con ello, a la polarización de la sociedad, es lo más contrario a la busca del bien común, que es la meta por la que la política cobra legitimidad.

A todo ello se añade desde hace algún tiempo la profusión de prácticas que defienden la legitimidad de utilizar en el debate público términos con significantes ambiguos o vacíos, pero con una connotación positiva para la ciudadanía; significantes que permiten construir identidades con narrativas emocionalmente atractivas, aunque nada tengan que ver con los hechos. Se apela entonces a palabras biensonantes como “democracia”, “progreso”, “patria” o “soberanía”, que despiertan sentimientos positivos, pero a las que se ha vaciado de contenido, por eso se pueden utilizar en un sentido u otro según convenga. ¿Qué relación guarda todo esto con la veracidad y la verdad, propias del buen diálogo?

Recuperar en el mundo político el valor de la palabra, que es el medio más propiamente humano, como siguen recordando instituciones como la Fundación César Egido Serrano o la FAPE, exigiría precisar con claridad el significado de los términos que se utilizan: en qué consisten el progreso y ser progresista, de qué tipo de democracia hablamos, quiénes forman parte del pueblo, cómo se van a resolver problemas como el del desempleo, cómo articularemos las demandas legítimas de inmigrantes y refugiados, qué ideología está realmente detrás de cada propuesta y en qué instituciones cristalizaría. Pero también recordar que hablar es comprometerse, lo que obliga a cumplir las promesas generando confianza en una ciudadanía que, en caso contrario, queda estafada.

Y, por supuesto, atendiendo a la aspiración a la justicia, no confundir el auténtico diálogo, que es el que intenta llegar a decisiones que satisfagan los intereses legítimos de todos los afectados por ellas, con las negociaciones bilaterales con aquellos que tienen capacidad de negociar en su propio provecho. Tener presentes a los afectados por las decisiones es lo justo y lo conveniente, es el camino propio de la socialdemocracia, capaz de crear cohesión social. La agregación de intereses de quienes demandan privilegios es la vetusta práctica del clientelismo, un camino seguido bien a menudo por el individualismo neoliberal".



El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



La filósofa Adela Cortina



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