martes, 21 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Sobre el arte de no escuchar



El diputado Santiago Abascal, en el Congreso


Tendría que enseñarse en las escuelas el arte de aprender a no escuchar. Y es que frente a la nube de banalidad de muchos discursos políticos, señala el escritor Andrés Barba en el A vuelapluma de hoy, tal vez no prestar atención sea una solución.

"El escritor y editor inglés J. R. Ackerley -comienza diciendo Barba- consignó en una entrada de su diario una de esas pequeñas epifanías domésticas que a veces nos hacen comprender súbitamente el carácter de un familiar. Él, que siempre se había quejado de la incapacidad crónica para escuchar de una hermana con la que convivía, se dio cuenta durante una cena de que el ensimismamiento de su hermana estaba acompañado —como en el caso de esos animales minúsculos que se ven obligados a sobrevivir en un entorno hostil— de un don de proporciones equiparables: el de ser capaz de repetir las últimas palabras que se habían dicho y a las que, por supuesto, no había prestado ninguna atención. De ese modo, cada vez que él la acusaba de no escuchar, ella era capaz de repetir —como si recogiera del aire una especie de reverberación— la información necesaria para hacerle creer que sí lo había hecho, cosa que era evidentemente falsa. Esa pequeña epifanía, curiosamente, le hizo ser indulgente con ese defecto que hasta entonces le había sacado de sus casillas.

Si es cierto que es molesto que no nos escuchen, no lo es menos que la gente lo hace por distintos motivos. Resulta extraño, por ejemplo, que la incapacidad para escuchar sea el defecto compartido de dos perfiles de personas tan distintas como los ensimismados y los egomaniacos. Cada uno por sus motivos, los dos acaban en el mismo lugar. Unamuno, que odiaba particularmente a la segunda categoría, se quejaba en su Diario íntimo de esas personas que conversan sin escuchar a su interlocutor “impacientes por decir siempre lo suyo” y concluía que ese fenómeno es “síntoma de una enfermedad dolorosísima” a la que no pone nombre, pero que no nos cuesta reconocer como propia. Podríamos preguntarnos qué habría pensado Unamuno, por poner un caso, del debate televisivo previo a las últimas elecciones en el que no solo era evidente que los candidatos no se escuchaban entre sí, sino que ni siquiera parecían entender las preguntas que les hacían los moderadores, porque contestaban —bordeando el autismo— lo que ya habían preparado sus asesores de prensa. Tal vez añadiría que se trata de un círculo vicioso: quien habla sin saberse escuchado cada vez se preocupa menos por no decir estupideces ya que, al fin y al cabo, todo da lo mismo. Lo que nos llevaría a sumar una tercera observación: la de que en ese estado de cosas resulta inevitable que cada vez tenga menos consecuencias haber dicho una estupidez. Pero dejémoslo ahí.

Ante el vicio de pedir, la virtud de no dar, solía decir mi abuela con sadismo castizo cada vez que le pedía dinero para un helado. Frente a la nube de banalidad de muchos de los discursos políticos, tal vez el arte de no escuchar sea, al fin y al cabo, una solución posible. Y es que el tan cacareado “arte de escuchar” también puede llegar a rozar lo siniestro. La última publicación que he encontrado al respecto, el libro de la norteamericana Kate Murphy, tiene un título que es, en sí, una reprimenda: You’re not Listening: What You’re Missing and why it Matters (No escuchas: lo que te pierdes y por qué es importante). ¿Cómo confiar en un libro que te echa la bronca antes de abrir la primera página? Murphy comienza su aleccionamiento con un párrafo más que revelador: ¿cuándo fue la última vez que escuchaste a alguien?

Me refiero a escuchar de verdad, sin pensar en lo que quieres añadir a continuación, sin mirar el celular cada tres segundos o saltar para decir lo que opinas. Y todo bien con la atención, pero esa escena que describe como el epítome de la felicidad podría interpretarse también de una forma aterradora: la de imaginarnos, como en una pesadilla afiebrada, que esa persona a la que hay que atender es, imaginemos, Santiago Abascal hablando sobre violencia de género y que, frente a cada una de esas palabras, debemos abrir las compuertas de nuestra mente de manera completamente rendida, sin pensar en lo que queremos añadir a continuación, sin saltar para decir lo que opinamos.

En su pequeña epifanía doméstica, J. R. Ackerley acaba concluyendo que, si bien cometen la impertinencia de no atender, algunas de las personas que no escuchan al menos tienen la dignidad de no exigir una atención tan inmisericorde, lo que no deja de ser signo de grandeza en este mundo de bebés chillones.

No escuchar es, al fin y al cabo, un sistema de defensa tan elemental como cualquier otro. Y no menos eficaz. Si no nos empeñáramos en combatir algunas de las estupideces que nos empeñamos en oír, tal vez dejaríamos de oírlas antes de lo que imaginamos. Hasta del bicho más pequeño del bosque, sigue diciendo Ackerley, puede aprenderse algo. Podemos perdonarle que llame bicho a su hermana. La lección, al menos, está clara: no siempre es razonable indignarse, el invierno es largo; la energía, limitada".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] Morir y vivir con dignidad. (Publicada el 23 de junio de 2009)







No creo que haya muertes dignas o indignas. La vida es la que tiene que vivirse con dignidad. Y cuando esa dignidad desaparece, desaparece todo sentido de vida. Un amigo y compañero de afanes universitarios, filósofo, historiador y abogado, Julio Santamaría, me escribe hace unos días enviándome un texto emocionado y emocionante sobre la experiencia que ha supuesto para él la muerte de un familiar muy cercano. Supongo que muchos de ustedes, todos más o menos tarde, han pasado por ese trance, y la experiencia personal de cada uno es intransferible. Mi amigo ha titulado su texto ¿El suicidio como proyecto vital?, y es una crítica de la legislación española y canaria sobre la muerte digna, llámese ésta testamento vital, tratamientos paliativos o eutanasia. Me ha parecido muy interesante y digno de reprodicirlo en el blog. HArendt 






¿EL SUICIDIO COMO PROYECTO VITAL?", por J.S.

1.- No hay contradicción en el título de estas reflexiones. Está así redactado premeditadamente. Las circunstancias y experiencias sociales y personales delimitan y definen la trayectoria del ser humano. En otros términos: de la misma forma, modo y decisión con que proyectamos nuestra vida de joven hacia el futuro, igual ha de ser la proyección a la muerte. Una y otra elección son los actos más trágicos, de mayor responsabilidad, y de creación del ser personal, o profesional y/o de su despedida de este mundo. No me refiero a la eutanasia en su plenitud de significación, sino al hecho mismo de morir. Hume, filósofo Inglés del Empirismo en su Ensayo, el Suicidio, dejó ya escrito que el ser humano, cuando en su deterioro se convierte y llega a ser carga para sí y para la sociedad, su destino es claro: la muerte voluntaria: “Que el suicidio puede a menudo ser consistente con el interés, y el deber para con nosotros mismos es algo que nadie puede cuestionar, una vez que se admite que la edad, la enfermedad, o la desgracia pueden convertir la vida en carga, y hacer de ella algo peor que la aniquilación”“Ningún un hombre ha renunciado a la vida, si ésta merecía conservarse”.”Tal es nuestro horror a la muerte, que motivos triviales nunca tendrán fuerza suficiente para hacer de ella algo deseable,”-, incluso dejando a parte la religión y el código penal de las sociedades. “Si se admite  que el suicidio es un crimen, sólo la cobardía nos puede empujarnos a cometerlo. Pero si no es un crimen,-y los códigos penales no pueden definirlo,-“sólo la prudencia y el valor podían llevarnos a deshacernos de la existencia, cuando ésta ha llegado a ser una carga.”, “Es este el único modo en que podemos ser útiles a la sociedad y preservaría para cada uno su oportunidad de ser feliz en la vida, y lo libraría eficazmente de todo peligro y sufrimiento.”

Hipócrita, patana y engañosamente a ese camino no van dirigidas la Ley nacional del testamento vital, ni la norma regional. Ni el parlamento español, ni el canario han entrado a legislar vitalmente sobre la eutanasia. Han servido legislación descafeinada del mismo color. Muerte o su aproximación. Pero sucede que, en ese camino del ser humano hacia su destino final, se le puede endulzar y racionalizar el sufrimiento. Y a esa permisión vergonzante se le llama testamento vital. Manifestación documental del que ha de morir, realizada en plena advertencia y conciencia ante presencia notarial, sobre su voluntad de tratamiento al perder la capacidad de obrar. Nada más. Y sin embargo las situaciones vitales que todos los seres humanos hemos de vivir, y de quienes han desaparecido de este  paraíso “infernal” exigen más. Exigen algo más que orientaciones psicológicas a enfermo y familia, y profesionales médicos, que convierten esos días, meses, o años de deterioro general, y situación amenazante, difícil y cambiante: la concienciación de la persona, y de la sociedad, que la muerte debe y puede elegirse como solución, y meta final.Y ello como se elige una profesión en el recorrido de la vida. La equivocación en la elección profesional crea o puede crear, desorientación, angustia e improductividad personal, familiar y social del apocado, permanentemente equivocado y carente de voluntad.

2.- A nuestro criterio sólo con una preparación para la muerte antes de la enfermedad, la inseguridad física y personal del enfermo, y su temor, se transforma o debe transformarse en tranquilo vivir para morir. La capacidad de verbalización del hombre le ha servido para desempeñar muchas facetas en su  camino evolutivo; en su evolución cognitiva, para la resolución de sus problemas, planificación de sus objetivos, y el control de sus eventos fundamentales de su vivir. La misma capacidad con la que ha creado y elaborado el conjunto de sus creencias. En la realidad y en el contexto de la certeza de la muerte próxima, ser verbal significa tener la habilidad de traer al presente cosas totalmente desconocidas, y que aún no han sucedido: el deterioro trágico del su salud, lo que puede ocurrir después de su desaparición; las imágenes de futuros cargados de gran dolor, y las comparaciones seguras de lo que podía, y pudo hacer antes de su situación límite de salud, y sentir lo que no puede hacer en el instante mismo de de su grave enfermedad.

Los pensadores existencialistas fueron los primeros predicadores de la construcción del hombre. El hombre ante la tragedia de la elección de su ser. La posibilidad de error ante la elección de su trayectoria vital provoca y obliga a sentir en el hombre el sentimiento aquel o estado anímico de asco, tragedia, nausea, y temor por las consecuencias de la equivocación. Los existencialistas sembraron gratis la verdad y la necesidad del obrar libre y conscientemente en la construcción del ser del hombre. Toda elección equivocada en su profesión, esclaviza al ser, o ciudadano concreto a un continúo vaivén de acciones y proyecciones cuyo final es el fracaso y la despersonalización. El hombre sin meta electiva y programada orilla la nausea perenne de su existencia. La ineficacia en la acción, y la despersonalización constante traducida en presente y permanente desesperación. Hoy, y ayer es la tragedia de la falta de formación. La equivocación constante y no percibida coloca al hombre en situaciones límites, en las que la cobardía y el miedo a la vida le impiden consumar lo que desea y rechaza culturalmente su sociedad, el suicidio. Se hermanan, pues, el fracaso ante la vida, como es la vida personal desarticulada, con el desastre final de la vida como degeneración de su salud, y la carga innata para si mismo, y la sociedad. Filippo Strozzi, rico comerciante de Florencia, (1488-1538) que fue capturado tras el fracaso de la rebelión que había planeado contra Cósimo de Médicis, fue encontrado muerto en su celda. Junto a él, una nota en la que se decía:”hasta ahora no he sabido cómo vivir; sabré ahora cómo morir”.

Sería fácil probar que el suicidio es tan legítimo dentro de la doctrina cristiana como lo fue para los paganos. Esa grande e infatigable norma de fe y de costumbres que debe dar dirección a toda razonamiento humano, nos ha dejado en completa libertad en lo que se refiere a este punto. La resignación a la Providencia se nos recomienda, ciertamente, en la Escritura, pero eso implica solamente sumisión a males que pueden remediarse con el ejercicio de la prudencia o de la fortaleza, pero no a los males que son inevitables como la muerte por degeneración y destrozo lentamente del cuerpo con inseparabilidad del dolor más atroz. No matarás es, evidente, un mandamiento que prohíbe matar a los demás, sobre cuya vida no tenemos autoridad., Que este precepto, como la mayoría de los preceptos de la Escritura, debe ser modificado mediante la razón y el sentido común, queda de manifiesto en la práctica del derecho penal, en la que los Magistrados, aún hoy, castigan a criminales con la penal capital, a pesar de lo que dice la letra de la Ley, y la norma penal. Pero si ese mandamiento se refiriera también al suicidio, ahora no tendría autoridad, porque toda ley de Moisés ha sido abolida, excepto en aquellos puntos, que se basan en la ley natural. Pero el suicidio no está prohibido por esa ley, la natural. Y el caso es que cristianos, y paganos han participado del mismo fundamento. Catón y Bruto, Arrea y Porcia actuaron heroicamente. Quienes ahora imitan su ejemplo deberían recibir las mismas alabanzas de la posteridad. Algo así como la admiración que despierta Sócrates que consumó el suicidio con la cicuta.

3.- Insinuado ya el pensamiento de Plinio debería terminar traduciendo textualmente sus palabras de su Historia Natural, II ,5: Dios aún cuando quisiera no puede darse muerte, y ejercitar es privilegio que concedió al hombre en medio de tantos sufrimientos. He ahí por qué bautice al testamento vital como falacia ante la necesidad del enfermo terminal. En el caso del individuo enfermo, sin capacidad de aseverar, conocer o casi respirar por los retortijones del dolor,

¿ El profesional de la medicina, y familiares pueden, y se deben acoger, y respetar literalmente al testamento descafeinado vital de nuestras leyes, o aplicar de forma progresiva la sedación, como práctica racional paliativa del bienestar del enfermo y su paz final, tal y como personalmente haya dejado escrito aunque suene a suicidio ?.La razón y el sentido común me obligan, y me obligaron a desear ese tratamiento hace unos días para un familiar. Suicidio testamentario o desgarramiento final. Pero…en esa Comunidad donde se produjo la muerte la terapia paliativa se confunde con el homicidio. Por desgracia, también, se dan homicidios culturales. -¿No lo siente así el lector?"




La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David, 1787





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 21 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















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lunes, 20 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Espantasmas








"Una nieta mía, -comienza diciendo la psicóloga y escritora Remei Margarit en el A vuelapluma de hoy lunes- cuando era pequeña, me preguntó qué eran los fantasmas y yo le contesté que eran alguna cosa que espantaba, y ella, dada a inventar palabras, dijo: “Pues son espantasmas ”. Y así ha quedado en la familia. Y cuando tenemos pesadillas, a menudo decimos que los espantasmas salen a pa­sear, porque ¿qué son las pesadillas? Pensándolo un poco, parece que lo que vamos viviendo cada día despiertos, los temores por cualquier cosa que pueda pasar, esa manía que tenemos de adelantar acontecimientos desagradables o directamente temibles que nunca se producen, y que si se producen no son tan temibles, es un lastre que el inconsciente guarda en la mochila que llevamos incorporada desde que hemos llegado a este mundo. Tal vez sea la conciencia, o tal vez sea tan sólo la sensación de fragilidad con la que vivimos, la conciencia de nuestros límites. Y también la necesidad de dar una respuesta a las exigencias del mundo que hemos creado, exigencias desmesuradas e inhumanas. Todo ello va a parar al cajón de sastre, una mochila vital, y cuando, ya cansados de bregar con el trabajo y con los sentimientos y sensaciones, nos vamos a dormir, la atenuación del control de la conciencia provoca que la mochila vital se abra, y es entonces cuando todo lo que hemos enviado allá, temores, angustias, ansiedades y rabias, sale a pasear por el mundo onírico; son los espantasmas que más de una vez nos despiertan con un espanto.

Aunque por lo que dicen los neurólogos que lo han visto por neuroimagen, cuando dormimos, el cerebro trabaja en un elige y descarta, ordena lo que en estado de vigilia no puede hacer porque tiene otra tarea, es decir, que sin esa tarea de limpieza de los espantasmas , no funcionaríamos bien. Una cosa es el mundo tranquilo y en calma que nos gusta –quizás no a todos, por cierto– y otra bien distinta es que el organismo funcione tal como debe funcionar haciendo este tipo de trabajo de ordenamiento nocturno, aunque de vez en cuando nos dé ­algún susto.

También es posible que en el mundo político circulen algunos espantasmas, que no espantan a nadie aunque se lo crean. Esos no sé cómo deben tener su mochila vital, tal vez esté vacía, porque ya lo muestran todo fuera a plena luz del día".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Hoy, con "Báquides (Las gemelas)", de Plauto



Representación actual de Las gemelas, de Plauto


Continúo con esta entrada la sección dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia titulada Las gemelas (Báquides), de Plauto. La pueden leer en el enlace inmediatamente anterior, y desde este vídeo pueden ver una escena de la representación de la misma en el Teatro Romano de Mérida el año 2007. 

No se conoce la fecha de nacimiento de Plauto, que se ha fijado hacia el  254 a. C. por una noticia de Cicerón, pero sabemos que murió en el 184 y que un lapso vital históricamente muy revuelto. Se trasladó a Roma de joven y allí fue soldado y comerciante. Murió enormemente rico, envuelto en una gran popularidad. Plauto usa un rico y vistoso lenguaje de nivel coloquial que no elude la obscenidad y la grosería entre retruécanos, chistes, anfibologías, parodias idiomáticas y neologismos, usando un vocabulario muy abundante de una gran variedad de registros. Se le atribuyen hasta 130 obras.

Plauto le dio el título de Las dos Bacchis porque en efecto las dos heroínas de la comedia son dos huérfanas samias cuyos padres las llamaron así por estar iniciados en los misterios de Baco.

Estas dos jóvenes gemelas se parecen como dos gotas de agua. Pobres y huérfanas, ponen precio a su hermosura. Una de ellas se establece en Atenas. Mnesíloco, hijo del viejo Nicóbulo, ve a la seductora cortesana y queda presa de sus encantos, pero el enamorado mancebo tiene precisión de hacer un viaje a Éfeso por encargo de su padre. La comisión que lleva lo retiene en esta ciudad durante dos largos años y allí sabe por unos viajeros que su amante se ha fugado. Desolado, escribe a su camarada y gran amigo Pistóclero para que averigüe su paradero. En efecto, la cortesana se había ido a Creta en busca de su hermana, pero hacía poco que habían regresado ambas a Atenas.

Pistóclero cumple el encargo de su amigo mas al cumplirlo cae a su vez en las redes de la otra Bacchis, a pesar de las predicaciones y advertencias de su honrado maestro Lydo. Este pedagogo entera a Mnesíloco cuando regresa de los amores de Pistóclero y Bacchis. De ignorar Mnesiloco que las Bacchides son ya dos y de la semejanza de ambas nace el enredo pues se cree que la Bacchis cortesana de su amigo es la suya y se indigna contra ambos. Se convence después de que su enojo es infundado cuando se entera de que son dos e idénticas las cortesanas. Cada uno de los dos amigos se apodera de la suya y se procuran fondos para entregarse a los placeres.

En esta pieza cómica se ofrece un contrato para nosotros detestable que se daba, sin embargo, en las costumbres de la antigüedad: el de alquilar una mujer sus encantos por tiempo determinado. Una de las cortesanas efectivamente se ajusta por un año con un rico militar por el precio de veinte minas. Con este motivo, intervienen en la acción dos personajes cómicos: un pobre parásito del capitán Cleómaco que por acudir a casa de las cortesanas reclamando que cumplan el pacto convenido con su amo es despachado con una paliza y un siervo enredador que media en las intrigas amorosas de los dos jóvenes, el cual con sus ardides y trapacerías no solo les consigue el dinero que necesitan para librar a la comprometida Bacchis de su empeño y para sus goces y liviandades sino que por último el diablo del esclavo consigue introducir a los ancianos padres en el burdel de las impúdicas bacantes.

En el antiguo teatro romano, sin ofensa del sentido moral reinante y aun en armonía con él, se presentaban estos cuadros demasiado al desnudo proponiéndose sin duda hacer odioso el vicio al mostrarlo en toda su repugnante y ridícula desnudez.




La diosa Clío, musa del Teatro



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 20 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















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domingo, 19 de enero de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Ideas de nación



Dibujo de Sr. García para El País


La premisa de que la nación es “natural” y anterior al Estado, comenta el historiador Enrique Moradiellos en el Especial de este domingo, es falsa; la historia ha demostrado hasta qué grado la mística nacional, como divinidad laica, podía generar guerras viles.

"Nación” es un vocablo político de fines del siglo XVIII derivado del participio latino de nascor (nacer), que tenía en origen el sentido biológico de “lugar o linaje de nacimiento”. En la Edad Media fue usado con sentido antropológico para denotar grupos idiomáticos afines (las nationes de estudiantes en las universidades). Con la Ilustración, cobró sentido político designando poblaciones heterogéneas (ni familias, ni etnias) articuladas por un Estado labrado por un proceso bélico (la identidad propia forjada contra la alteridad ajena: nosotros versus ellos).

Esa “comunidad imaginada” de una población identificada como “nación” devino el sujeto supremo de acción política como garante de la legitimidad del Estado y depositario de la soberanía popular. Así surgió la nación “política” en la Revolución Francesa de 1789 como construcción voluntaria asumida por los ciudadanos. El nacionalismo cívico gestado en torno al Estado francés ahora constitucionalizado dotaba de sentido de pertenencia (el individuo atomizado era parte de un grupo “natural”) y era fuente de legitimidad estatal (la patria: objeto de afecto como el de un hijo a su madre).

Apenas constituida esa idea francesa de “nación”, en las tierras de habla alemana fue forjándose otra idea similar en formato, pero no en contenido. En plenas guerras napoleónicas, allí cristalizó el nacionalismo étnico, a tenor del cual la “nación” era un ser “cultural”, orgánico y ajeno al capricho de la voluntad del individuo, puesto que este era solo un eslabón en la cadena colectiva de las generaciones “nacionales”. Superaba así la dificultad de fundar la nación alemana sobre un precedente estatal o religioso unificado porque no había tal que pudiera servir de catalizador de la conciencia “alemana”. Pero sí cabía recurrir a la identidad idiomática sobre la fusión de dialectos germánicos en un nuevo “alemán” tallado contra el francés.

Desde entonces, ambas ideas de “nación” fueron cruciales para la constitución de movimientos nacionalistas que iban a dominar la escena contemporánea, todos inspirados por la máxima: “A cada nación un Estado; a cada Estado, una nación”. Unos movimientos que apelaban a esa entidad “natural” previa y superior a cualquier Estado vulnerador de sus derechos (ya por absorción de la nación en otro “artificio” estatal —caso de Irlanda—; ya por fragmentación de la nación —caso de Alemania).

El proceso de construcción de naciones recurrió según las circunstancias a varios criterios catalizadores de la dinámica identitaria: 1) el lenguaje que une a hablantes diferentes; 2) el territorio conocido desde siempre; 3) la libre voluntad de individuos o pueblos; 4) La etnia-raza de pertenencia visible; 5) la religión distinta del vecino; 6) La “cultura” en sentido etnográfico. Y pronto se apreció que la aplicación de cada criterio creaba problemas de armonización porque cada uno había sufrido su evolución diferente y no eran esencias intemporales.

Por ejemplo, en 1800, el alemán normalizado era desconocido por la inmensa mayoría de una población analfabeta que seguía hablando variantes dialectales. Y en ese año ya había nacionalismos que eludían la unidad idiomática en favor de la soberanía del territorio o el compromiso con formas políticas liberales: los Estados Unidos de América se habían independizado en una guerra contra Gran Bretaña usando el mismo idioma que sus enemigos y parientes por mera ascendencia migratoria.

La historia posterior muestra procesos de nacionalización que lograron completar su programa. También ofrece ejemplos de procesos iniciados, pero truncados, algunos en crisis permanente y muchos apenas esbozados. Demostración de que la premisa de que la nación es “natural” y anterior al Estado es falsa: no es una familia crecida, ni un clan de familias emparentadas, ni la institucionalización de tribus con ascendencia común.

Las ideas de nación y los nacionalismos fueron consecuencia de la crisis del Antiguo Régimen y del periodo revolucionario abierto con la independencia de los EE UU en 1776 y apenas cerrado con el final de las guerras napoleónicas en 1815. Disuelto en el fragor de la revolución y de la guerra el viejo orden dinástico, fronterizo y estamental, su reemplazo por la igualdad civil y la soberanía popular encontró su epicentro en la “nación”. Los hombres pasaron a ser iguales como hijos de la patria y el Estado se convirtió en la articulación institucional de esa hermandad de ciudadanos. O desearon y lucharon para que pasaran ambas cosas. La nación devino instancia suprema de mediación entre el individuo y la colectividad. Y a ella se accedía por voluntad (nación política: querer ser) o por fuerza (nación cultural: ser).

La construcción de las naciones tuvo lugar en la intersección de esos procesos que abrieron la vía a la contemporaneidad: transformaciones demográficas (crecimiento de población, aumento de longevidad media), cambios sociales (expansión de ciudades, paso de estamentos a clases), alteraciones políticas (Estados representativos, ciudadanía), transformaciones económicas (revolución industrial, expansión comercial) y convulsiones culturales (secularización, alfabetización).

Las ideas de nación respondían a la necesidad de conformar un sentido de comunidad para poblaciones heterogéneas, pero agrupadas por grandes cambios históricos, que demandaban mecanismos de integración simbólicos y operativos para mantener su cohesión como sociedades. La nación subió al altar como divinidad laica y el nacionalismo devino la nueva religión secular que dotaba de legitimidad al Estado y de sujeto activo a la soberanía. Y la patria podría exigir su tributo de muerte sacrificial: el honor de “entregar la sangre que corre por nuestras venas por la patria que sufre”. Con su corolario: el dispuesto a morir por la patria también está dispuesto a matar por ella, preferentemente.

La historia posterior reveló hasta qué grado la mística nacional podía generar guerras viles. Porque la construcción de naciones no sería un proceso pacífico. Superado 1945, Hannah Arendt negaba que la “deificación del Estado” fuera causa de las recientes convulsiones porque había sido la nación la usurpadora “del lugar tradicional de Dios”. Y subrayaba la diferencia entre ambos conceptos eclipsada por el embrujo del nacionalismo hasta la hecatombe de las Guerras Mundiales. Convendría recordar su mensaje: “El Estado, lejos de ser idéntico a la nación, es el protector supremo de una ley que garantiza al hombre sus derechos como hombre, sus derechos como ciudadano y sus derechos como nacional. (…) De estos derechos, solo los derechos del hombre y del ciudadano son derechos primarios, mientras que los derechos de los nacionales se derivan de y están implicados en aquellos. (…) Después de todo, ser francés, español o inglés no es un medio de llegar a ser hombre, es un modo de ser hombre”.

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




El profesor Enrique Moradiellos



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