sábado, 8 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 8 de julio de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[A vuelapluma] A vueltas con el orden global





Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar reformas que doten a las instituciones multilaterales de más vigor y sensibilidad social, escribe en El País el profesor Javier Solana (Madrid, 1942), distinguished fellow en la Brookings Institution, presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, exministro de Cultura, de Educación y Ciencia, de Asuntos Exteriores, Secretario General de la OTAN, Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea y Comandante en Jefe de la EUFOR. 

En los últimos tiempos, comienza diciendo, son muchos los analistas que argumentan que la Pax Americana tiene los días contados. A un ritmo cada vez mayor, se está erosionando la preeminencia de Estados Unidos en el panorama internacional, que ha estado vinculada a la ausencia de conflictos “calientes” entre grandes potencias durante las últimas décadas. Tanto otros estados como diversos actores no estatales están ganando protagonismo, mientras los Estados Unidos se alejan de su imagen de “nación indispensable”. Durante los primeros 150 días de la presidencia de Donald Trump, su lema de America First se ha manifestado más bien como America Alone, lo cual siembra todavía más dudas acerca del futuro de lo que suele llamarse “orden liberal internacional”.

El internacionalismo liberal se caracteriza por promover un ideal de apertura, tratando asimismo de dotar a las relaciones internacionales de un marco normativo e institucional de tipo multilateral. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, estos principios proveyeron el sustrato ideológico de tratados como el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), que más tarde conduciría al establecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La Guerra Fría puso grandes trabas a las pretensiones globalizadoras del internacionalismo liberal, una ideología estrechamente asociada al bloque occidental y, más concretamente, a los países anglosajones. La caída del muro de Berlín dio paso al período de hegemonía incontestable de Estados Unidos y facilitó que se extendieran las estructuras de gobernanza que este país promulgaba, pero esto no se produjo ni con la velocidad ni en la proporción que se esperaba.

Aunque se iba hablando sin demasiados miramientos no solo de orden liberal internacional, sino incluso de orden liberal global o mundial, a principios del siglo XXI el mundo todavía exhibía un grado importante de fragmentación. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que provocaron que gran parte de los países cerrasen filas en torno a Estados Unidos, evidenciaron en el fondo la existencia de una segmentación política a dos niveles—internacional e intranacional—que fue in crescendo en los años posteriores. En el terreno económico, las divergencias tampoco desaparecieron por completo: de hecho, ni siquiera la Gran Recesión fue tan global como se suele sugerir en los países más desarrollados. Cabe recordar que en el año 2009, cuando se contrajo el PIB mundial, los dos estados más poblados del planeta—China e India—crecieron a un ritmo superior al 8%.

Del mismo modo que la crisis que condujo a la Gran Recesión se propagó desde el centro mismo del sistema financiero internacional, los países que están deshilachando el orden liberal son precisamente los que más capital político invirtieron en tejerlo. Las sacudidas que han supuesto el Brexit y la elección de Trump responden a una concatenación de fenómenos —como la frustración de las clases medias occidentales con la deslocalización y el dumping social, ligada a la revitalización de los nacionalismos excluyentes—que también ha hecho estragos en otros países. Un renovado énfasis en la soberanía westfaliana parece estar difundiéndose a lo largo y ancho del planeta, lo cual podría indicar que la descarnada rivalidad entre grandes potencias volverá a estar a la orden del día.

No obstante, este es un relato excesivamente alarmista. La China de Xi Jinping, cuyo vertiginoso ascenso genera grandes recelos, tal vez no sea una potencia tan revisionista como algunos piensan. Recientemente, el gobierno chino se desmarcó de Donald Trump e insistió en su apoyo al Acuerdo de París, del que la Administración estadounidense tiene intención de retirarse. Y en su simbólico discurso de principios de este año en el Foro Económico Mundial, el Presidente Xi se erigió en un firme defensor de la globalización, afirmando incluso que “los países deben abstenerse de perseguir sus propios intereses a expensas de los demás.”

Las autoridades chinas son conscientes de hasta qué punto su país se ha beneficiado de una mayor participación en los flujos económicos globales, y no están dispuestas a poner en riesgo el principal activo que las legitima a nivel interno: el crecimiento. El Belt and Road —que Xi Jinping ha bautizado como “el proyecto del siglo”— es un fiel reflejo de la apuesta estratégica de Pekín por reforzar sus vínculos comerciales con el resto de Eurasia y con África, aprovechando para dar un impulso a su “poder blando”. En lo que concierne a este último objetivo, China no está abogando de puertas afuera por socavar los cimientos del orden liberal. Sirva de muestra el llamativo comunicado de los líderes mundiales participantes en el Belt and Road Forum del mes de mayo pasado, en el que se comprometen a “promover la paz, la justicia, la cohesión social, la inclusión, la democracia, la buena gobernanza, el imperio de la ley, los derechos humanos, la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer.”

No sería acertado interpretar este comunicado al pie de la letra, ni pasar por alto las tendencias neo-mercantilistas de China, cuyas regulaciones iliberales domésticas representan una contradicción ostensible. Pero tampoco resulta adecuado ver a China como un país homogéneo, con valores totalmente incompatibles con los que se atribuyen a Occidente. Los propios Estados Unidos distan mucho de ser homogéneos, con lo que también en este caso debemos resistirnos a caer en una contraproducente estigmatización, sobre todo teniendo en cuenta que Hillary Clinton superó a Donald Trump en el voto popular. Lo mismo puede decirse del Reino Unido, en el que los partidarios del Brexit se impusieron en el referéndum por la mínima.

En este momento de incertidumbre y desconcierto, concluye su artículo Javier Solana, la Unión Europea está en disposición de asumir un papel de liderazgo. La victoria del Emmanuel Macron en las presidenciales francesas debe servir de acicate para los defensores de un orden liberal que, a pesar de sus déficits y de sus múltiples adversarios, sigue representando el paradigma más atractivo y moldeable. Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar una serie de reformas que doten a las instituciones multilaterales de un mayor vigor y de una sensibilidad social más marcada. Tendiendo la mano a los países emergentes, sin por ello perder nuestra esencia, todavía estamos a tiempo de construir —esta vez sí— un orden verdaderamente global. 



Mural. Pekín, Mayo de 2017


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[Píldoras literarias] Hoy, con "Veritas odium parit", de Marco Denevi





Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Veritas odium parit, de Marco Denevi (1922-1998), escritor y dramaturgo argentino que irrumpió en el mundo literario con más de treinta años con su novela Rosaura a las diez, convertida de inmediato en un gran éxito y más tarde sería llevada al cine. También incursiona en el mundo del teatro, pero es como cuentista, cuando en 1960 obtiene el premio de la revista "Life en español" por su relato Ceremonia secreta, cuando alcanza mayor fama. Sus personajes bordean lo estrafalario, y en sus relatos predominan la ambigüedad, la intriga y el humor negro. Practicó el periodismo político y fue presidente honorario del Consejo de Ciudadanos y miembro de la Academia Argentina de Letras.

La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Les dejo con el relato Veritas odium parit. Fue publicado en la obra Falsificaciones, de 1969. Tiene dieciséis palabras, y dice así:


VERITAS ODIUM PARIT
por 
Marco Denevi


—Traedme el caballo más veloz 
—pidió el hombre honrado—. 
Acabo de decirle la verdad al rey.





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viernes, 7 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 7 de julio de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[A vuelapluma] Suspiros de España





Fue un primer ministro inglés, lord Salisbury, quien en la crisis del 98 proclamó que este era “un país moribundo” condenado a desaparecer, escribía el profesor Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid hace unos días en El País.

Hacia 1780, comenzaba su artículo, y desde las páginas de la Encyclopédie méthodique, el geógrafo Masson de Morvilliers formuló una pregunta destinada a provocar efectos poco saludables: “¿Qué se debe a España?” Nada, era la respuesta. El desafío ocasionó un considerable revuelo y pronto llovieron las réplicas de publicistas dispuestos a ensalzar las aportaciones patrias, mediante Apologías de España, una de ellas, la de Juan Pablo Forner, de notable calidad, pero ya orientada como las demás a confundir la exaltación de las glorias propias con la condena de quienes en España compartían el racionalismo ilustrado. La polémica entre Forner y Luis Cañuelo, brillante e irónico debelador de aquel, mostró que la entrada en escena de los apologistas conllevaba un apagón para las Luces. El periódico de Cañuelo, El Censor, fue prohibido y él condenado por la Inquisición a abjurar de leviy por Floridablanca a no escribir nunca más.

Sin tan graves consecuencias, añadía, cuando España vuelve a estar puesta en cuestión, tampoco tiene sentido responder imitando a los apologistas a quienes se entregan al ennegrecimiento de la imagen histórica de España. Las respuestas puntuales tienen siempre el riesgo de la simplificación, y de ahí al falseamiento, en la búsqueda de probar que todo fue positivo, solo hay un paso. El tradicional argumento atenuante de la Inquisición proporciona el mejor ejemplo. No importa que hubiese en Europa otras Inquisiciones más sanguinarias, del mismo modo que Hitler y Stalin no se absuelven mutuamente con las estadísticas respectivas de crímenes. Contó en cambio la configuración de una sociedad basada en la intolerancia religiosa y cultural, cerrada por obra y gracia del Santo Oficio a las corrientes científicas europeas —la tibetanización de España, Ortega dixit—, y que con ayuda de la limpieza de sangre instauró una forma de racismo y exclusión del otro, sobre la cual se asentaron fenómenos contemporáneos tales como el integrismo católico y el nacionalismo sabiniano.

Hasta cierto punto, comentaba más adelante, la defensa de la conquista de América viene siempre a pecar del mismo defecto: obsesionarse en negar la evidencia. Es innegable que no se trató de un genocidio, puesto que la propia monarquía se orientó a todo lo contrario que a un aniquilamiento de la población indígena, y ahí están las Leyes de Indias para probarlo, interviniendo paradójicamente en el mismo sentido la obra crítica (y efectiva) de Las Casas. Pero prácticas genocidas, en los distintos escenarios, sí las hubo, con exterminios totales de los taínos en Cuba o de los lacandones en tierras mayas. Los genocidios salpican la historia del colonialismo, culminando hacia 1900, con el de Leopoldo II sobre el Congo, seguido por el alemán sobre los hereros en África del Sudeste, y en ese marco el imperio español conjuga la ausencia de voluntad genocida con la presencia de crímenes contra la humanidad, desde sus orígenes hasta el practicado por Weyler, con su política de reconcentración de poblaciones durante la guerra de Cuba.

El juego simple de buenos y malos, o de malos que no lo fueron, no lleva a lugar alguno, añadía. Resultaba lógico que desde mediados del siglo XVIII, la doble imagen del desplome de la monarquía española como gran potencia y de su innegable atraso cultural llevase a una reflexión peyorativa de los filósofos políticos, cuestionable pero nada simplista, que arranca de Montesquieu y alcanza a un hispanófilo como Mérimée, ya en el Romanticismo, cuando a la condena de Alejandro Dumas se opone la vibrante simpatía del demócrata Victor Hugo. La estimación diferencial se mantendrá no obstante, y los republicanos españoles pudieron apreciarlo en sus carnes en 1939. Hoy las cosas han cambiado, gracias a las nuevas relaciones en turismo y cultura.

La referencia a Francia es pertinente, porque al ser más profunda, la infravaloración de España por Inglaterra ha sido también más duradera, comentaba después. La despreciable “Turquía de Occidente”, de los informes diplomáticos de 1900, sobrevive larvada en los recientes juicios expresados sobre el tema de Gibraltar tras el Brexit.

Fue un primer ministro inglés, lord Salisbury, quien en la crisis del 98 proclamó que España era “un país moribundo” condenado a desaparecer, decía a continuación. Es también entonces cuando desde los nacionalismos emergentes la propia existencia de España resulta negada. Para Sabino Arana, es el país de los degenerados maketos; para los catalanistas, hay un Estado español, no España. Es una satanización del nombre de España que sigue hoy vigente en los medios de comunicación oficiales, tanto vascos como catalanes, e incluso se infiltra en el lenguaje especializado. Así Henry Kamen, al escribir sobre Fernando el Católico, advierte que sería mejor hablar de “monarquía hispánica”, cuando sus estudiados Guicciardini y Maquiavelo escriben sin rodeos España. Fue la objeción que recibí hace tiempo de un excelente historiador catalán. De acuerdo, repliqué, pero entonces habría que comunicarse por el túnel del tiempo con Maquiavelo, Bodino o Montesquieu para hacerles ver su error.

Este es el tema actual a debate ante una extraña ofensiva, de raíces ideológicas nacionalistas, que rehúye el diálogo ilustrado y procede por descalificación personal contra toda objeción, incluso borrando para ello las afirmaciones propias, concluía su artículo el profesor Elorza. Es el caso de Josep Fontana, cuyo texto abre el volumen Espanya contra Catalunya, avalado por la Generalitat. Juzga “inquisidor” a quien le recuerde el veredicto de Cambó (el proteccionisme que imposà un dia Catalunya) y le atribuya supuestamente en falso la asociación de nazismo y PP, habiendo escrito un artículo titulado La deriva nazi del PP. Lo mismo sucede con la negación de la guerra de Independencia, base del juicio de que España no es una nación, leitmotiv catalanista y ocurrencia celebrada con entusiasmo y agresividad por el coro de abertzales. O con la escuela positivista de historia vasca, que pasa por alto para satisfacción del PNV que su fundador fue un racista antiespañol, con un discurso de odio y de violencia sin el cual no cabe entender ni ETA ni el extendido rechazo visceral a lo español. La prohibición de que la Roja juegue en San Mamés o las tormentas de silbidos contra la simbología hispana, no surgen por generación espontánea. Ni otras cosas más graves.




Dibujo de Eulogia Merle para El País



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[Galdós en su salsa] Hoy, con "España sin rey"



Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

España sin Rey es la primera novela de la quinta serie (la última, con seis entregas solamente), de los Episodios Nacionales de Galdós. Publicada en 1908, Galdós retrata la España que sucede al destronamiento de Isabel II, en la que se debaten diversos intereses políticos y dinásticos a través de una trama novelesca que se entrevera con los sucesos políticos y el debate parlamentario de 1869, en los que se barrunta ya una nueva guerra carlista. Disfruten de la novela.



Constitución de 1869



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jueves, 6 de julio de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 6 de julio de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[A vuelapluma] Referéndum y cultura de la izquierda





Desautorizar la vía que sigue la actual presidencia de la Generalitat, afirma Josep Maria Fradera, catedrático de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona en El País, no significa que no tengamos nada que decir. Hay cinco puntos que plasman el pensar de un gran sector político en España.

Cataluña vive hoy en un mar de confusiones, añade. La primera y más patética es haber situado un problema insoluble en el centro del debate público y de la vida oficial catalana y española. Ni Cataluña puede presentarse al mundo como una nación oprimida, ni el sistema político español puede ser definido con la palabra vacía de autoritario o despótico. Lo demuestra de manera suficiente que las fuerzas que utilizan estas expresiones simplificadoras participan de la vida parlamentaria, exponen sus posiciones en el debate público y presentan, si es necesario, una moción de censura al partido que gobierna.

España es, no hace falta decirlo, una democracia perfectible y necesitada de reformas que van más allá de la cosmética, si escribiendo. Precisa, ciertamente, de reformas políticas y del régimen autonómico del mismo modo que las necesita en otros muchos terrenos. No es difícil enumerarlas: reformas en el sistema educativo; reformas para asegurar mejores condiciones de vida y un trabajo menos precario a franjas muy amplias de la población; reformas para facilitar el acceso a una vivienda digna; reformas para incrementar recursos y mejorar la gestión del sistema de bienestar y salud pública. En definitiva, España necesita reformas radicales en todo lo que tiende a incrementar la igualdad social, la transparencia y la pulcritud en el uso de los recursos públicos. Si la actual mayoría parlamentaria del Partido Popular y Ciudadanos no es capaz de canalizar las aspiraciones que mencionábamos, el deber de la izquierda es movilizar y hacer política para desplazarlos, promover el debate público, convencer a la ciudadanía, ganar las elecciones y formar Gobierno. Esta y no otra es la vía de la democracia y la vía europea en lo que tiene de mejor y más fecundo. La secesión que se nos propone es la vía de un Brexit casero y de una forma de conflicto que, gane quien gane, no fortalecerá la democracia ni la libertad. Ya tenemos suficientes indicios de esto último en el secreto y la alevosía con los que el Gobierno de la Generalitat actúa en sede parlamentaria y en los medios subvencionados.

Por todo ello, concentrar todas las energías en una propuesta contraria a la Constitución que asegura en última instancia el ejercicio de las libertades es un error lamentable que pagaremos caro, añade más adelante. Se puede decir de otro modo: es hacer el juego a los nacionalistas catalanes y, de paso, a los nacionalistas españoles, a los que piensan que la nación —tal como ellos la ven— tiene unos derechos que deben prevalecer por encima del debate público y de la propia democracia. Europa aprendió con un coste enorme el precio del nacionalismo. Los fantasmas del pasado tendrían que advertirnos del peligro de absurdas repeticiones del drama hispánico, que ahora será de manera inevitable una farsa.

Ahora bien, comenta, desautorizar la vía que sigue la actual presidencia de la Generalitat, en un abuso clarísimo del propio mandato parlamentario y de la precaria mayoría y ley electoral que lo sostiene, no significa que no tengamos nada que decir sobre el actual momento político que vive el país. Lo sintetizo en los siguientes puntos:

Primero. La izquierda no tiene por enemigos ni a la democracia española ni a la democracia europea, afirma. Aspira y aspirará a entenderse con todas las fuerzas que pueden contribuir a mejorar, reformar lo que sea necesario y fomentar el entendimiento colectivo sobre los valores de libertad, igualdad y solidaridad que le son propios. El lenguaje y la construcción de la idea de un enemigo eterno o de la nación —sea la que sea— por encima de todo le son completamente ajenos.

Segundo. La izquierda catalana está comprometida desde siempre con la defensa de la identidad nacional, la lengua y el respeto a la diferencia de los catalanes y otras sociedades próximas y lejanas, sigue diciendo. La izquierda socialista tiene que aprender, además, la lección de qué significaron el nacionalismo y las políticas de hechos consumados para la Europa de los años treinta. Sin falsos espejismos políticos, la izquierda catalana se siente sólidamente solidaria y unida, además, a todos los que defienden la lengua y cultura catalanas en Baleares y el País Valenciano, de los que no queremos separarnos con decisiones que les son del todo ajenas.

Tercero. El actual debate sobre la independencia y la tapadera que lo disfraza de un referéndum no garantizan la identificación de los problemas materiales (flujos fiscales, infraestructuras y equipamientos), el desarrollo federal de la autonomía o los problemas simbólicos de una sociedad que sufrió una opresión particular e intensa durante las dos dictaduras españolas del siglo XX, comenta. Estos problemas no se resolverán con una votación. Es la labor de un debate público que nos ha sido secuestrado, que necesita de políticas inteligentes y de alianzas y complicidades constantes, lo más amplias posibles. El cambio de los últimos 40 años demuestra que esto es posible. Prometer paraísos para el día siguiente no compromete a nada en particular, más allá de manipular sobradamente las emociones de muchos ciudadanos y ciudadanas que quieren una solución.

Cuarto. Por todo ello, hay que negarse a aceptar que los valores de la izquierda impliquen rendirse a un debate con las cartas marcadas y empapado de nacionalismo, claudicar de un debate público imposible, enfrentarnos con el resto de los españoles e imponer la salida inevitable de la Unión Europea, sigue diciendo. En ninguna de estas soluciones la izquierda tiene nada que ganar, pone en peligro conquistas consolidadas en el orden político y social y constituye una grave amenaza de futuro.

Quinto. Finalmente, queremos advertir de la grave división de los catalanes y catalanas que supone la actual deriva independentista y nacionalista en Cataluña, declara. El paliativo no puede ser un referéndum que, gane quien gane, habrá tenido la responsabilidad de dividir a los catalanes y españoles, de hacernos más tribales y menos civilizadamente deliberativos. Un referéndum que dificultará todavía más aquellas reformas que pueden hacer más libres y solidarios los futuros de los pueblos de España y de Europa, de una comunidad que con las lenguas y hablas de cada cual seguirá inevitablemente unida el día siguiente de una fractura estéril y prescindible.

Cuando los catalanes recordamos el exilio del presidente Lluís Companys, Pompeu Fabra o Pere Bosch Gimpera, concluye diciendo, no podemos evitar como demócratas recordar a su vez el de Juan Negrín, Manuel Azaña y Antonio Machado.



Dibujo de Eduardo Estrada para El País



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