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martes, 3 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Plácido Domingo. La ovación sospechosa



Plácido Domingo en el Festival de Salzburgo. (Agencia EFE)


Cuando Plácido Domingo declaró que “las normas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”, provocó que sus amigos le reprocharan una defensa tan pobre, casi autoinculpatoria. Sin embargo, dice la escritora Elvira Lindo, yo aprecié ese gesto de honestidad, tal vez no calibrada. Fue una ovación sospechosa la que se le tributó a Plácido Domingo en Salzburgo, pero es esa actitud de cambio de mentalidad que él manifiesta en su comunicado la que deberíamos reivindicar.   

Es sorprendente lo que ha ocurrido con Plácido Domingo, comienza diciendo Lindo. La defensa en torno al tenor ha sido tan abrumadora que las que han visto, en este caso, arrebatada su presunción de inocencia han sido las nueve mujeres que señalaron un mal comportamiento en el artista. A ocho de ellas se les reprochaba no dar la cara; a Patricia Wulf, en cambio, darla. Ocho testimonios eran falsos porque se escondían cobardemente en el anonimato; el noveno era falso porque respondía a un afán de notoriedad. Se celebraba como una victoria contra el #MeToo cuando un teatro manifestaba su apoyo al artista, y también la declaración de esas cantantes que alzaban su voz para decir, “conmigo fue un caballero”. Se glosaba una vez y otra la vieja idea de que las mujeres jóvenes son muy aficionadas a rondar a los maestros y a deslizarse en sus camas para, a cambio de sexo, conseguir un empujoncito profesional. La ovación de Salzburgo vino a confirmar algo que no quiere ser puesto en duda: el sistema funciona, y a nuestros maestros, genios, directores, no se les discute su honorabilidad.

Hay algo incompleto, erróneo, en centrar los abusos de poder en el terreno sexual, porque en un mundo tan opaco como el de la música clásica, sobre el cual el público solo llegar a conocer a las estrellas del star system internacional, la cúspide de todo el entramado, es casi lógico ignorar los episodios de humillación, manipulación y autoritarismo que se dan en un sistema en el que los artistas comienzan casi adolescentes y pasan a depender artística y emocionalmente de sus maestros. Ocurre en otros ámbitos, pero en este se advierte un componente clasista que tiene que ver con la práctica de un arte considerado sublime: los que se encuentran dentro de un grupo tan selecto no están dispuestos a que los aires de otros sectores más populares perturben un concepto caduco y abusivo de autoridad que se ha respetado hasta el presente. Lo sexual es, por así decirlo, el terreno más farragoso porque hay una inercia cultural a seguir entendiéndolo como un intercambio de favores entre un genio y sus pupilas o pupilos, más aún cuando a la posición de poder se une el reconocimiento artístico que puede influir en trayectorias de aspirantes tan esforzados.

No habría estado de más que, desde la perspectiva de quienes frecuentan el mundo de este arte exquisito, hubiera habido algo más que una exculpación incuestionable, y a otra cosa mariposa. En estos tiempos en que los derechos laborales están continuamente vulnerados, y dado que en ese universo tanto capital se mueve, por qué no investigar sobre aquellos abusos que son aceptados y que niegan una práctica musical más coherente con los tiempos y, sí, más democrática. Pero solo se contempla la absolución o la condena. A mi juicio, más que poner el acento en el aspecto punitivo, que condena a los señalados a una desproporcionada muerte social, muerte en vida, habría que considerar que la ventilación de estos interiores alfombrados puede contribuir a cambiar el engranaje. Las ovaciones desproporcionadas en estos casos contienen un profundo mensaje reaccionario, que descorazona a quien sufre cualquier abuso de autoridad. Cuando Plácido Domingo declaró que “las normas y valores por los que hoy nos medidos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”, provocó que sus amigos le reprocharan una defensa tan pobre, casi autoinculpatoria. Sin embargo, yo aprecié ese gesto de honestidad, tal vez no calibrada. Y es esa actitud de cambio de mentalidad la que deberíamos reivindicar.





La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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sábado, 13 de abril de 2019

[A VUELAPLUMA] Son los medios lo que justifican los fines





Si dejamos que silencien a gente que no nos gusta, pueden acabar callando a gente que sí nos gusta, comenta el escritor, guionista y traductor Daniel Gascón, que comienza un reciente artículo citando a Rafael Sanchez Ferlosio: "Nadie tan ferozmente peligroso como el justo cargado de razón”.

Ian Buruma, dice Gascón, ha publicado en el Financial Times una reflexión sobre “editar en tiempos de indignación”. Buruma perdió su empleo como director de la New York Review of Books por publicar un artículo de un hombre que había sido acusado de abusar de varias mujeres (fue absuelto de unas acusaciones; en otro caso llegó a un acuerdo). Fue uno de los afectados más extraños del MeToo: su castigo no se debió a una acusación de acoso o conducta impropia, sino al hecho de haber publicado a la persona equivocada. Hay voces que no se deben oír.

El MeToo se vivió con especial intensidad en los medios y el sector editorial estadounidenses. Ahora, junto a sus méritos —reparación de injusticias, un cambio cultural y generacional—, es más fácil detectar paradojas y errores. Se publicaron reportajes valiosos, pero también piezas que violaban los estándares del oficio. La cobertura fue sesgada: como ha escrito Amber A’Lee Frost, a menudo se centraba en estrellas de cine y periodistas conocidas: parecería que “esas mujeres ricas y famosas son las más vulnerables del mundo”. Masha Gessen señaló que se eliminaron las gradaciones. Se alentaron las acusaciones sin pruebas, a menudo desde el anonimato, y se fomentó la idea peligrosa de creer siempre a la víctima. En palabras de Emily Yoffe, ver cómo se destruía a alguien en directo se convertía en una especie de deporte: podías leer cotilleos y sentirte comprometido con una causa noble. Según Sigrid Rausen, aunque el objetivo era la igualdad, presentaba una idea de la mujer frágil. A veces los afectados eran hombres de centroizquierda, o mujeres que no eran feministas de la manera correcta. Periodistas o actores debían cumplir elevados y cambiantes estándares morales, y quienes tenían otro público podían presumir de ser unos cafres: como decía el New Yorker, no vamos a pedir a nuestros políticos que estén a la altura de nuestros cómicos. Algunos de estos errores se han repetido en el MeToo en México, un país con un problema muy severo de violencia y machismo. Para que las buenas causas progresen deben recordar los principios liberales: la libertad de expresión, la presunción de inocencia. A veces, cuando protegen a nuestros adversarios, son un engorro. Pero es parte de su valor. Como escribe Buruma, si dejamos que silencien a gente que no nos gusta, pueden acabar callando a gente que sí nos gusta.



Asia Argento, durante la clausura del festival de Cannes



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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sábado, 27 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El feminismo de las francesas





A Simone de Beauvoir le sorprendieron, ya en 1947, las profundas diferencias que existen entre Estados Unidos y Francia en las relaciones de hombres y mujeres. La cultura francesa, comenta en El País Agnès Poirier, escritora y comentarista política, y autora del libro Left Bank, Arts, Passion and the Rebirth of Paris 1940-1950, de próxima publicación, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable.

Igual que los estadounidenses sienten desde hace mucho tiempo cierta fascinación por las francesas y sus actitudes respecto al amor y el sexo, comienza diciendo Poirier, los franceses se han sentido siempre intrigados por las opiniones de los estadounidenses sobre el sexo, las normas sexuales y las relaciones entre hombres y mujeres. Un ejemplo fue Simone de Beauvoir.

En América día a día, que escribió cuando vivió en Estados Unidos en 1947, la autora observaba a sus homólogas estadounidenses con una perplejidad que todavía hoy caracteriza las relaciones entre las mujeres de los dos países. “La mujer americana es un mito”, escribió. “Se la suele considerar una mantis religiosa que devora al varón. La comparación es acertada, pero incompleta”.

En Estados Unidos, Beauvoir tuvo la sensación de que existía una especie de muro invisible entre hombres y mujeres que, en su opinión, no existía en Francia. La forma de vestirse de las estadounidenses, escribió, era “violentamente femenina, casi sexual”. Hablaban de los hombres sin ocultar su animosidad: “Una noche me invitaron a una cena solo de chicas: por primera vez en mi vida no sentí que era una cena de mujeres, sino una cena sin hombres”. Las estadounidenses “no sienten sino desprecio por las francesas, siempre demasiado dispuestas a agradar a sus hombres y demasiado complacientes con sus caprichos, y muchas veces tienen razón, pero la ansiedad con la que se aferran a su pedestal moral es una debilidad”.

Simone de Beauvoir escribiría posteriormente la biblia del feminismo del siglo XX, El segundo sexo, y sus textos, junto con su rica vida amorosa (que incluyó relaciones con alumnos suyos, tanto hombres como mujeres), siguen inspirando hoy las opiniones de las feministas francesas.

Se han sentido ecos de Beauvoir estos días, en la carta abierta publicada en Le Monde y firmada por un centenar de mujeres francesas muy conocidas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet, que reclama una actitud más matizada ante el acoso sexual que la que propone la campaña de #MeToo.

“Se quiere acabar con toda la ambigüedad y todo el encanto de las relaciones entre hombres y mujeres”, explicó en la BBC una de las firmantes, la escritora Anne-Elisabeth Moutet. “Nosotras somos francesas y creemos en las zonas grises. Estados Unidos es distinto. Para ellos, todo es blanco y negro, y hacen ordenadores estupendos. Nosotras creemos que las relaciones humanas no se pueden abordar así”. Moutet dice cosas parecidas a las que decía Beauvoir: “En Estados Unidos, el amor se menciona casi exclusivamente en términos higiénicos. La sensualidad solo se acepta de forma racional, que es otra manera de rechazarla”.

En Francia, el escándalo de Harvey Weinstein ha causado tanta impresión como en Estados Unidos, pero de distinta forma. Al principio, muchas actrices francesas —Léa Seydoux, por ejemplo— empezaron a contar públicamente sus historias personales. Poco después de que naciera la campaña de #MeToo surgió un equivalente francés, #BalanceTonPorc (Denuncia a tu cerdo), que se hizo muy popular. Mujeres de todos los orígenes y todos los ámbitos profesionales empezaron a denunciar en Twitter a los depredadores sexuales, a publicar los nombres de antiguos jefes o colegas que presuntamente las habían acosado. El resultado fue una ola de suspensiones y despidos.

Hasta que, unas semanas después, la actitud de Francia empezó a cambiar. Los intelectuales empezaron a expresar su preocupación porque las denuncias estaban yendo demasiado lejos. Catherine Deneuve, en una entrevista televisada, declaró: “No voy a defender a Harvey Weinstein, desde luego. Nunca me gustó. Siempre me pareció que tenía algo inquietante”. Sin embargo, dijo que le parecía estremecedor “lo que está pasando en las redes sociales. Es excesivo”. Y no era la única.

Las recientes exhibiciones de solidaridad entre las mujeres estadounidenses, en la portada de Time y en la ceremonia de los Globos de Oro —donde aparecieron vestidas de negro y con los broches de Time’s Up—, tenían algo que pareció provocar la irritación en Francia. En la carta de hace unos días, las firmantes dicen que les preocupa que se haya puesto en marcha la “policía del pensamiento” y que cualquiera que exprese su desacuerdo sea tachado de cómplice y traidor. Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger. Y añaden algo más: “No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad”.

Aunque sea un cliché, nuestra cultura, para bien o para mal, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del “amor cortés” medieval. Por eso siempre ha habido una especie de armonía entre los sexos que es particularmente francesa. Eso no significa que en Francia no haya sexismo; por supuesto que sí. Tampoco significa que no critiquemos las acciones de hombres como Weinstein. Lo que pasa es que desconfiamos de cualquier cosa que pueda alterar esa armonía.

En los últimos 20 años, aproximadamente, ha surgido un nuevo feminismo francés, importado de Estados Unidos, que ha adoptado esa paranoia antimasculina que describía Beauvoir y que nos es bastante ajena. Se ha apoderado de #MeToo en Francia y se ha manifestado ruidosamente contra la carta encabezada por Deneuve. Hoy, las mujeres francesas también tienen las cenas “de chicas” que le resultaban tan extrañas a Simone de Beauvoir.

Cuando se publicó América día a día, las estadounidenses se indignaron. La novelista Mary McCarthy no soportó el libro. “Mademoiselle Gulliver en América”, escribió, “que baja del avión como si fuera una nave espacial, dotada de unos anteojos metafóricos, deseosa, como una niña, de probar los deliciosos caramelos de esta civilización lunar tan materialista”.

En muchos aspectos, era fácil reírse de Simone de Beauvoir: tenía un estilo directo, autoritario, confiado, que quizá parecía arrogante a los lectores poco acostumbrados. Pero la reacción epidérmica en Estados Unidos, entonces y ahora, pone quizá de relieve lo acertado de la crítica francesa. Para muchas de nosotras, las palabras de Simone de Beauvoir podrían haberse escrito ayer mismo: “En Estados Unidos, las relaciones entre los hombres y las mujeres son de guerra permanente. Es como si, en realidad, no se gustaran. Como si fuera imposible la amistad entre ellos. Se nota la desconfianza mutua, la falta de generosidad. Su relación, muchas veces, consiste en pequeños agravios, pequeñas disputas, breves victorias”.



Dibujo de Enrique Flores para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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