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lunes, 20 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Concesiones



Control policial en Madrid. Europa Press


Un simulacro de sentido común naturaliza lo que parecía intolerable: no nos hemos inmunizado contra ese otro virus, sino que lo hemos convertido en parte de nosotros, y al final, el poder que cedes es poder que concedes, comenta en el A vuelapluma de este lunes [El poder que cedes es poder que concedes. El País, 18/4/2020] el escritor Daniel Gascón. 

"La pandemia permite que aceptemos una intervención del Estado en nuestras vidas que no habríamos tolerado en condiciones normales. Cumplimos las restricciones y hablamos de pasaportes biológicos, de geolocalización, de cooperación entre empresas y Gobiernos para seguir nuestros movimientos. A fin de cuentas, es por nuestro bien. Es comprensible, pero no está de más cierta cautela. El poder es invasivo y siempre asegura tener buenas intenciones: a veces hasta se lo cree. La autoridad en problemas busca cortinas de humo y chivos expiatorios. Se extiende: eso no aumenta su eficacia, pero le da cierta ilusión de control (y, con una alarma, también los ciudadanos suelen pedir más control).

En una emergencia, la autoridad puede proseguir su lucha sectaria con argumentos más persuasivos e instrumentos más contundentes. La excepcionalidad facilita suspender mecanismos de fiscalización y profundizar en la degradación institucional: se paraliza la ley de transparencia, hay opacidad en las contrataciones. Discutimos sobre los bulos: un debate importante sobre información, libertad de expresión y transformación comunicativa se utiliza como maniobra de distracción con tintes iliberales. Un ministro firma una denuncia contra un partido por calumnias, injurias e incitación al odio hacia otro partido. El CIS, que ha dilapidado su prestigio, plantea posibilidades anticonstitucionales e introduce escenarios que impulsan la agenda del Gobierno. Se ha sancionado a gente por hacer cosas que no están prohibidas por la ley. El ministro del Interior ha anunciado la monitorización de las redes sociales para buscar discursos peligrosos y la investigación de un expresidente por saltarse el confinamiento. Según una directriz ministerial, los ciudadanos deben aceptar las denuncias por infringir las reglas del encierro con actitud resignada: “La mera inobservancia de las disposiciones del Gobierno” sería desobediencia. Entretanto, Pablo Iglesias propaga bulos en Twitter el martes, y el jueves pide medidas contra las fake news (de los otros) en televisión.

El poder que cedes es poder que concedes, dice el politólogo John Keane, y el poder al que renuncias no se recupera con facilidad. Lo que se admite en una situación excepcional se convierte en una nueva normalidad. Al final, un simulacro de sentido común naturaliza lo que parecía intolerable: no nos hemos inmunizado contra ese otro virus, sino que lo hemos convertido en parte de nosotros". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 18 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] El peligro de prohibir



La diputada socialista Adriana Lastra


"El programa electoral del PSOE incluía la prohibición de la apología y exaltación del franquismo -comenta el escritor Daniel Gascón en el A vuelapluma de hoy martes-. Su vicesecretaria general, Adriana Lastra, ha anunciado que la reforma del Código Penal llevará la modificación. Ha dicho que en democracia no se puede homenajear a dictadores ni a tiranos, aunque hay dirigentes de Podemos e IU que lo hacen con cierta frecuencia.

No se sabe bien en qué consistiría la regulación, ni queda claro qué es la exaltación del franquismo. Es posible que nadie lo sepa. Quizá sea un globo sonda: el Gobierno anuncia una medida, hay un revuelo, se señalan las consecuencias negativas, y cuando no sucede lo peor, porque la medida no llega tan lejos, parece que ha acertado. Entretanto, polarizas y colocas al PP en una posición incómoda.

También puede ser una chapuza. Muchos expertos han manifestado dudas. Según el Tribunal Constitucional, la libertad de expresión “no puede verse restringida por el hecho de que se utilice para la difusión de ideas u opiniones contrarias a la Constitución”, que ampara la “mera adhesión ideológica a posiciones políticas de cualquier tipo”. El límite es la incitación a la violencia. Si queremos proteger la expresión de ideas y opiniones, hablamos también —o básicamente— de la expresión de ideas odiosas. De que puedan circular ideas que nos gustan estamos todos a favor. César Rendueles ha escrito que perseguir ese delito de opinión constituye un homenaje al franquismo. En los últimos años, sin ETA en activo, se han utilizado leyes destinadas a combatir el terrorismo —pensadas para un delito y no una posición— para perseguir a cantantes o tuiteros. Eso ha conducido a situaciones tan injustas como ridículas. Podemos intentar prohibir los discursos que nos resultan antipáticos y complicarle la vida a la gente que nos cae mal. Pero prohibir un discurso puede servir para que luego veten también el tuyo.

Corres el riesgo de regalarle la defensa de la libertad de expresión a la ultraderecha. Y, sobre todo, cuando prohíbes una opinión porque te parece peligrosa para la democracia ya has empezado tú mismo a degradar la democracia. No hace falta que vengan los enemigos reales o imaginarios: has adelantado su trabajo. El franquismo no es ya una amenaza para nuestra democracia. Pero sí puede serlo la pulsión antipluralista, que está bien repartida por el espectro político". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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martes, 4 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Señales y símbolos





Sin rigor y respeto a sus protocolos, el periodismo se convierte en una forma institucionalizada de cotilleo, comenta el escritor, guionista y traductor español Daniel Gascón sobre el fenómeno que ha significado la irrupción en la escena pública Greta Thunberg, o el caso Juana Rivas, en el ámbito español.

El periodismo necesita historias y personas que ayuden a entender los problemas: los conflictos abstractos se vuelven concretos, la injusticia resulta más evidente, el sufrimiento, más imaginable, comienza diciendo Gascón. La solidaridad, decía Richard Rorty, no aumenta gracias a la eliminación del prejuicio. Para que ocurra debemos hablar de “la capacidad de distinguir entre la pregunta de si tú y yo compartimos el mismo léxico último y la pregunta de si experimentas dolor”.

La estrategia ha tenido resultados, del mismo modo que, como explicaba Lynn Hunt, la ficción realista permitió ampliar la preocupación por los derechos: ha logrado extender la noción de humanidad. Pero este procedimiento también tiene sus peligros. Uno es la representatividad: sin una contextualización solo tenemos un relato, y su potencia narrativa puede deslumbrarnos en una u otra dirección. También, a veces una persona se convierte en un símbolo para defender una causa: en ese caso se produce una instrumentalización; la persona es solo un vehículo para la defensa de una posición ideológica. Uno de los ejemplos más claros de los últimos tiempos es el caso de Juana Rivas, donde una conducta delictiva fue alentada por activistas más preocupados por su causa que por el destino final de la mujer o el sufrimiento que pudieran producirle a ella y a los implicados en el caso.

Nuestra cultura de la celebridad contribuye a intensificar estos peligros. La combinación de buena voluntad, ansiedad por lo nuevo, cursilería y pereza intelectual encumbra a personas que defienden causas nobles. Pero no está claro que esa fama vaya a ayudar al objetivo final o a la persona que lo promueve. Un ejemplo es el de la activista adolescente Greta Thunberg. Probablemente, el problema del que alerta es el más decisivo de los que afectan a la humanidad. Pero hay algo perturbador en la relevancia lacrimógena (con intervenciones en Parlamentos, candidatura al Nobel de la Paz, publicaciones) de una menor convertida en estrella de un mundo del espectáculo que necesita constantemente renovar a sus protagonistas. Una persona es siempre algo mucho más complejo y delicado que un símbolo.

Sin rigor y respeto a sus protocolos, el periodismo se convierte en una forma institucionalizada de cotilleo; en vez de filtrar la demagogia, contribuye a extenderla. En busca de la humanización, se arriesga a colaborar con irresponsables que hacen lo contrario: convertir a los demás en medio para un fin.



Greta Thunberg



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sábado, 13 de abril de 2019

[A VUELAPLUMA] Son los medios lo que justifican los fines





Si dejamos que silencien a gente que no nos gusta, pueden acabar callando a gente que sí nos gusta, comenta el escritor, guionista y traductor Daniel Gascón, que comienza un reciente artículo citando a Rafael Sanchez Ferlosio: "Nadie tan ferozmente peligroso como el justo cargado de razón”.

Ian Buruma, dice Gascón, ha publicado en el Financial Times una reflexión sobre “editar en tiempos de indignación”. Buruma perdió su empleo como director de la New York Review of Books por publicar un artículo de un hombre que había sido acusado de abusar de varias mujeres (fue absuelto de unas acusaciones; en otro caso llegó a un acuerdo). Fue uno de los afectados más extraños del MeToo: su castigo no se debió a una acusación de acoso o conducta impropia, sino al hecho de haber publicado a la persona equivocada. Hay voces que no se deben oír.

El MeToo se vivió con especial intensidad en los medios y el sector editorial estadounidenses. Ahora, junto a sus méritos —reparación de injusticias, un cambio cultural y generacional—, es más fácil detectar paradojas y errores. Se publicaron reportajes valiosos, pero también piezas que violaban los estándares del oficio. La cobertura fue sesgada: como ha escrito Amber A’Lee Frost, a menudo se centraba en estrellas de cine y periodistas conocidas: parecería que “esas mujeres ricas y famosas son las más vulnerables del mundo”. Masha Gessen señaló que se eliminaron las gradaciones. Se alentaron las acusaciones sin pruebas, a menudo desde el anonimato, y se fomentó la idea peligrosa de creer siempre a la víctima. En palabras de Emily Yoffe, ver cómo se destruía a alguien en directo se convertía en una especie de deporte: podías leer cotilleos y sentirte comprometido con una causa noble. Según Sigrid Rausen, aunque el objetivo era la igualdad, presentaba una idea de la mujer frágil. A veces los afectados eran hombres de centroizquierda, o mujeres que no eran feministas de la manera correcta. Periodistas o actores debían cumplir elevados y cambiantes estándares morales, y quienes tenían otro público podían presumir de ser unos cafres: como decía el New Yorker, no vamos a pedir a nuestros políticos que estén a la altura de nuestros cómicos. Algunos de estos errores se han repetido en el MeToo en México, un país con un problema muy severo de violencia y machismo. Para que las buenas causas progresen deben recordar los principios liberales: la libertad de expresión, la presunción de inocencia. A veces, cuando protegen a nuestros adversarios, son un engorro. Pero es parte de su valor. Como escribe Buruma, si dejamos que silencien a gente que no nos gusta, pueden acabar callando a gente que sí nos gusta.



Asia Argento, durante la clausura del festival de Cannes



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