viernes, 12 de septiembre de 2025

ARCHIVO DEL BLOG. CRISIS Y FUTURO DE LA UNIÓN EUROPEA. PUBLICADO EL 19/05/2015

 







La lengua española se permite licencias que el francés, por ejemplo, consideraría un sacrilegio. ¿Significa lo mismo hablar del futuro de Europa que de la Europa del futuro? Evidentemente, no; la posición del adjetivo antes o después del sustantivo implica valoraciones distintas. Decidan ustedes que valoraciones aplican a los dos artículos que reproduzco más adelante... Los dos llevan idéntico titulo: "La Unión Europea: Crisis y futuro", y están escritos por la misma persona. Uno, el 17 de junio de 2008; el otro, el 12 de septiembre de 2010.  El primero de ellos hablaba de competitividad, desarrollo energético, inmigración y seguridad:las cuatro áreas estratégicas en las que, a juicio del expresidente del gobierno español Felipe González, designado por el Consejo Europeo en 2007 presidente del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa, se debería centrar la Unión Europea. Les dejo con él: La Unión Europea: crisis y futuro, Felipe González Márquez, 17/06/2088. Estamos ante un cambio profundo en la economía mundial. Los países tradicionalmente considerados como centrales o desarrollados están perdiendo posiciones, en tanto que un número relativamente importante de los llamados emergentes o en desarrollo las van ganando, junto con países que acumulan un gran excedente de ahorro por su riqueza en materias primas, sobre todo energéticas.

Áreas como China, la India o el sureste asiático avanzan económica y tecnológicamente y acumulan ahorro. Los países petroleros tienen un enorme excedente de ahorro disponible y fondos soberanos de gran magnitud que les dan un poder desconocido hasta ahora.

Estados Unidos o la UE viven hipotecados a futuro tanto en el sector público como en el privado. En la UE, salvo excepciones, se pierde a la vez competitividad y se plantean problemas de sostenibilidad del Estado de bienestar.

La crisis financiera actual está aflorando esta nueva relación de fuerzas en la economía global con implicaciones que aún no podemos calcular. Pero más allá de los efectos de la crisis financiera y de sus repercusiones en la economía real, hay que analizar los problemas de fondo que se le presentan a la UE para definir estrategias de medio y largo plazo. La crisis podemos tomarla como detonante para reaccionar.

La UE está en crisis por inadaptación a los nuevos requerimientos de la economía globalizada y de la revolución tecnológica. El mundo ha cambiado vertiginosamente en las dos últimas décadas. La Unión se ha ampliado, ha introducido el euro, acaba de aprobar una reforma institucional (rechazada en referéndum en Irlanda), pero no ha afrontado con decisión las nuevas realidades.

Algunos países están adaptándose con mayor flexibilidad y agilidad. Aunque son exponentes pequeños en el conjunto, merece la pena analizar sus reformas. El conjunto de la Unión soporta rigideces que vienen de lejos.

He elegido cuatro prioridades para el análisis, con una envolvente que las afecta directamente. Las formularé en forma de preguntas que nos exigen una respuesta de fondo:

1. ¿Por qué la UE no avanza en el camino de la competitividad para llegar a ser una potencia relevante económica y tecnológica, capaz de financiar un modelo de cohesión social como el existente, a pesar del propósito de la Agenda de Lisboa de 2000?

La Agenda de Lisboa, aprobada en el año 2000, se basaba en un diagnóstico sobre la situación competitiva de la Unión en el contexto de la economía global, del que se derivaba una terapia para conseguir el ambicioso objetivo de convertirla en la primera potencia económica y tecnológica del mundo en el año 2010. Al mismo tiempo, se insistía en preservar el modelo de cohesión social europeo como una seña de identidad irrenunciable.

La exitosa experiencia de las décadas posteriores a la devastación de la Segunda Guerra Mundial se basaba en una política pactada entre los interlocutores sociales que permitió reconstruir la Europa Occidental, convertirla en una gran potencia industrial y de servicios, con fuerte creación de empleo y un sistema de redistribución del excedente que mejoró la educación, la cobertura de riesgos de enfermedad o desempleo y las prestaciones de jubilación. El círculo fue, sin duda, virtuoso y la construcción europea entre los años cincuenta y ochenta, un éxito indiscutible a nivel de los ciudadanos y en el escenario internacional.

He unido estos dos aspectos de las prioridades que definen los desafíos futuros de la UE porque con frecuencia se habla de cohesión social como un valor al margen de nuestra posición en la nueva era de la economía global o del conocimiento.

El Estado de bienestar tiene algunos problemas endógenos, cuyas reformas han de emprenderse incluso si no hubiera cambiado la realidad económica y tecnológica mundial. La pirámide poblacional de Europa que cambia la base de los activos que deben soportar al conjunto del sistema. Los llamados riesgos morales y otros han de ser analizados y corregidos.

Pero, además, la adaptación a la economía globalizada exigirá reformas estructurales en nuestros sistemas educativos y de formación profesional, incluida la investigación, el desarrollo y la innovación; mayor movilidad ascendente y descendente en las iniciativas emprendedoras; sistemas de evaluación de la productividad y la competitividad renovados, y, todo ello, si fuera posible, en un nuevo pacto social de gran alcance.

2. ¿Cómo resolverá la UE su desafío energético, con excesiva dependencia de las energías fósiles, poca diversificación de sus fuentes de aprovisionamiento en las no renovables y escaso desarrollo en las renovables, además de obsolescencia en sus estructuras de producción y distribución, al tiempo que cumple sus compromisos respecto del cambio climático con los famosos tres 20% que se ha impuesto como obligación para el 2020?

La UE se ha comprometido normativamente a alcanzar objetivos ambiciosos en materia energética y en la lucha contra el cambio climático. Esto exige un esfuerzo estratégico de diversificación energética y de cambios tecnológicos para alcanzarlos.

En la UE, la energía como variable estratégica para el desarrollo tiene constricciones muy importantes. Dependemos excesivamente de las energías que no producimos; carecemos de suficiente diversificación en las fuentes de aprovisionamiento; no disponemos de energías alternativas, renovables y limpias en cuantía significativa; padecemos obsolescencia en los sistemas de captación y distribución, y no hemos sido capaces de definir una estrategia de conjunto que nos dé sinergias significativas. Además, no hay posiciones comunes respecto a la energía nuclear y ni siquiera se ha abierto un debate para evaluarla en el momento actual de su desarrollo tecnológico y de seguridad.

Por otra parte, el compromiso de la UE en la lucha contra el cambio climático exige un análisis atento de éstos y otros factores para ser eficientes y creíbles. Para conseguir los objetivos de los 20/20/20 propuestos hacen falta esfuerzos coordinados y cambios profundos en el sistema. Sin embargo, si se alcanzan, el modelo europeo sería anticipatorio, se convertiría en una ventaja competitiva y podría servir para otras zonas del mundo.

3. ¿Cómo afronta la UE los flujos migratorios que constituyen al mismo tiempo una necesidad y un problema en un espacio de libre circulación de personas, más allá de las políticas nacionales diversas?

La inmigración, teniendo en cuenta la demografía de la UE, constituye una necesidad ineludible, pero se vive como un problema que se agudiza cada día.

Más allá de la coincidencia en los esfuerzos por regular y por tanto legalizar estos flujos, las políticas europeas aparecen muy dispersas y, con frecuencia, contradictorias. En un espacio de libertad de circulación de personas, es imposible actuar sin políticas comunes y coordinadas para que estos flujos sean controlables y previsibles.

Necesitamos una estrategia migratoria para la UE que vaya desde la cooperación política y económica con los países de origen hasta una política común de fronteras, pasando por el combate coordinado al tráfico de personas. En el interior, aun con diferencias en las políticas de integración, se necesita una coordinación de bases de datos y medidas comunes contra la ilegalidad.

4. ¿Qué estrategia de seguridad requiere la UE ante las amenazas que soporta en forma de criminalidad organizada y terrorismo internacional, teniendo en cuenta que sus sistemas defensivos contemplan escenarios de defensa territorial clásicos para amenazas casi inexistentes?

Desde la desaparición del Pacto de Varsovia y los cambios geopolíticos de los últimos 20 años, las amenazas a la seguridad más relevantes provienen de la criminalidad organizada y del terrorismo internacional.

Se está avanzando en la imprescindible coordinación policial y judicial, aunque quede aún un largo recorrido por las diferencias en los sistemas legales y otras causas.

Por otro lado, nuestros sistemas de defensa siguen estando ligados a la defensa territorial, salvo en los vínculos con la OTAN en su nueva situación, aún no muy clara. Parece necesaria una reflexión actualizada de lo que se puede hacer en el horizonte de medio plazo para mejorar nuestra seguridad y nuestra relevancia en el mundo, incluso con los medios humanos y presupuestarios disponibles.

Parte de las amenazas tienen su origen en conflictos que, sin afectarnos directamente en términos territoriales, crean focos de criminalidad que penetran nuestras fronteras. La acción en origen de la UE exigirá un replanteamiento de la seguridad, que nos permita, autónomamente cuando sea necesario o en coordinación con la OTAN, una actuación eficiente.

¿Qué política exterior y de seguridad necesita para enfrentar estos desafíos y recuperar relevancia para sus ciudadanos y para el mundo?

De todas las prioridades señaladas se infiere la necesidad de una política exterior y de seguridad comunes, para aumentar la relevancia interna de la UE ante los ciudadanos y su relevancia internacional.

Por eso no puede plantear este punto como una prioridad más, sino como una envolvente, una condición necesaria, para conseguir avances significativos en todos los objetivos señalados.

Habida cuenta de la historia de las políticas nacionales de la Unión en este campo, lo razonable es definir áreas preferentes, de acuerdo con los objetivos estratégicos y los intereses de la UE, y actuar en común sobre ellas, con la vieja técnica de la acumulación del acerbo.

Consideración aparte habría de hacerse con la política mediterránea, que tal vez merezca ser contemplada como área de complementariedad, de convergencia, que nos permitiera crear un círculo de intereses integrados, como un paso estratégico más ambicioso que el actual. Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

El segundo, de la crisis griega (sí, ya en 2010), la necesidad de reformar el sistema financiero, el Oriente emergente, la gobernanza económica y la reconstrucción de una economía social de mercado sostenible que era, que fue, el paradigma de Europa. Les dejo de nuevo con  él: La Unión Europea: crisis y futuro. Felipe González Márquez. 12/09/2010. En la cena del Consejo Europeo de primavera, me invitaron a anticipar las conclusiones del Grupo de Reflexión sobre el futuro de la Unión Europea. Naturalmente, se trataba de un breve resumen oral sobre el trabajo a punto de terminar del Grupo.

Para situarnos en el contexto, hay que entender que se trataba de aquella reunión, con tintes dramáticos, en la que se abordó a fondo la crisis griega, aunque la decisión sobre un rescate que no admitía dudas ni espera se tomara dos largos meses después.

Era tarde y el ambiente de tensión y cansancio lógicos no ofrecía el mejor escenario para hacer un debate sobre los temas del informe, a pesar de que el arranque del mismo se conectaba, lógicamente, con la crisis. Por eso decidí hacer un resumen que reflejara esa circunstancia y que da título a este artículo.

La crisis del sistema financiero, desencadenada en los países centrales y que arrastró al resto del mundo a una recesión económica global, representa un parteaguas de la historia que delimita la frontera de ganadores y perdedores en este proceso de globalización que estamos viviendo en los últimos 20 años.

A nivel mundial, parece claro el desplazamiento de poder del Occidente hegemónico durante dos siglos a un Oriente emergente, productivo, competitivo, ahorrador. Desplazamiento del Norte al Sur, de los históricos países centrales a los periféricos. El G-20, sustituyendo al G-8 por insuficiente y no representativo de la nueva realidad, es la imagen más visible de la era actual.

De las áreas económicas desarrolladas de la segunda revolución industrial -Japón, Estados Unidos y la Unión Europea de los Quince- hemos pasado a la emergencia con fuerza de China, la India, Brasil y, antes, los tigres asiáticos. Las relaciones de intercambio tradicionales se han alterado profundamente en materias primas, en manufacturas, pero también en acumulación de ahorro en Oriente y de deuda en Occidente.

El mundo cambió con el impulso galopante de la revolución tecnológica, con la deslocalización de inversiones, con nuevas potencias económicas e industriales; se configuró una realidad distinta en la que tenemos la obligación de situarnos para reaccionar si no queremos sufrir una inexorable decadencia y marginalidad.

Japón lleva más de 15 años en una situación de crisis de la que no alcanza a salir. Estados Unidos, a pesar de su flexibilidad y de su potencia tecnológica, hizo una falsa salida de la crisis de 2000, que, sumada a las aventuras bélicas del unilateralismo, terminó en las hipotecas basura, la quiebra de Lehman Brothers y la implosión del sistema financiero, en medio de desequilibrios históricos de la balanza de pagos y comercial.

La Unión Europea se contagió rápidamente, aunque no se admitiera durante meses, de los mismos males de Estados Unidos y entró en recesión. Naturalmente, se han hecho inmensos esfuerzos de rescate, han aumentado los gastos sociales, y sobre todo el desempleo, han aumentado los desequilibrios de las cuentas públicas, etcétera.

La crisis financiera -sistémica y global- es la causa inmediata del desastre, pero han de tenerse en cuenta dos circunstancias: la burbuja especulativa se viene incubando desde hace una década, y esta burbuja implosiona sobre una realidad económica no adaptada a los cambios mundiales inducidos por la revolución tecnológica y la globalización.

Por eso me atrevo a afirmar que la crisis opera como un rompeaguas de la historia, que marcará un antes y un después. Por eso estoy convencido de que debemos reaccionar con medidas anticrisis y conectarlas con las reformas estructurales pendientes desde hace mucho tiempo, como se veía en el diagnóstico de la Agenda de Lisboa 2000-2010.

En relación con la crisis, dejando para otra ocasión las reformas estructurales que hay que conectar con las medidas inmediatas, recordaba en esa cena del Consejo a la que me he referido que eran imprescindibles tres actuaciones.

La primera relacionada con las políticas anticíclicas necesarias, como está haciendo Estados Unidos, hasta que la inversión privada no garantice un despegue autónomo. Se ha decidido una política de ajuste generalizada, afectando a todos los países de la Unión y el panorama de salida sigue siendo incierto. Naturalmente, ha de entenderse que algunos Estados de la Unión Europea han agotado sus márgenes de maniobra para las medidas anticíclicas y tienen que ajustarse. Pero en el espacio compartido de la Unión existen instrumentos como el Fondo Europeo de Inversiones y el Banco Europeo de Inversiones que pueden alentar la inversión. Además, no todos los Estados están en la misma situación y era de esperar que algunos, como Alemania, con margen de maniobra suficiente, tiraran del carro. La inquietud del otro lado del Atlántico por el severo ajuste europeo es comprensible. Tienen claro que la prioridad es el crecimiento y el empleo.

La segunda se refiere a la gobernanza económica de la Unión Europea. En este terreno, sus líderes, así como sus instituciones, están dando pasos en la dirección adecuada. Los choques asimétricos provocados por la crisis financiera en el espacio de un mercado único, y de una sola moneda, con distintas políticas económicas eran completamente previsibles. Ni el euro ni el Pacto de Estabilidad y Crecimiento están en la base de estos problemas. Pero no son suficientes para garantizar la convergencia. Por eso hay que vigilar las pérdidas de competitividad y los desequilibrios en las balanzas de pago, con estímulos y penalizaciones, para cumplir objetivos. Es imprescindible para mantener las ventajas del mercado interior y de la moneda. Se necesitan mecanismos de alerta para vigilar las divergencias de las economías de los distintos Estados de la Unión. En definitiva, concebimos una Unión Económica y Monetaria y hemos desarrollado solo una Unión Monetaria.

La tercera de las propuestas tiene que ver con la reforma, imprescindible, del sistema financiero si queremos evitar que ya, antes de salir de esta crisis, estemos incubando la siguiente, a cuyo rescate no podremos acudir. Nada sustancial ha cambiado en el comportamiento real de las entidades financieras, salvo para cortar créditos a la economía productiva. Sería deseable que la reforma se operara a nivel mundial a través del G-20, pero entretanto, y en todo caso, es imprescindible que la Unión tenga sus propias normas regulatorias comunes con sus mecanismos de control y vigilancia. Para hacer esto, Estados Unidos y la Unión Europea, a los que se ve como responsables del problema, tienen la obligación de acordar una reforma y proponerla para su consideración al G-20, como el embrión de la gobernanza económica y financiera que el mundo actual necesita.

Conectadas con estas medidas anticrisis, necesitamos reconstruir una economía social de mercado, sostenible y con un alto nivel de competitividad en la nueva realidad global. Hablar de un modelo que parece ser el nuestro como aspiración puede verse como una paradoja, aunque no lo sea, porque en lo que estamos es en una economía financiera de casino, más especulativa que real, y para colmo sin reglas que la hagan previsible.

La UE puede salir de la crisis, pero tiene que actuar ya, sin caer en la tentación de los que proponen volver a la "senda de la prosperidad perdida", porque esa senda ya sabemos a qué conduce. Hay que hacerlo para preservar nuestro modelo de cohesión social y nuestras aspiraciones de sostenibilidad medioambiental, enfrentando con decisión las reformas estructurales pendientes, desde la formación de capital humano hasta la demografía, pasando por la energía y otras. A ellas dedicaré el siguiente análisis.

Por hoy, baste recordar que este rincón de Eurasia, pequeño y superpoblado, que ha tenido mucho éxito en el pasado, no puede ni debe aceptar convertirse en rincón irrelevante o marginal en la nueva realidad global. Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

No eran discursos muy diferentes de los que normalmente oíamos por parte de los dirigentes de los diferentes gobiernos europeos y de la propia Unión, pero viniendo de quién venían, de su indiscutible prestigio en Europa y del cargo que ocupaba, merecieron en su momento una lectura atenta. No eran más que unas breves notas, pero en aquellos días de desconcierto institucional (ahora ya crisis en toda regla) indicaban un camino a seguir. Y eso, para no perderse entre las zarzas de entonces, ya parecía bastante... ¿Qué queda de aquellas ilusiones? Juzguen ustedes, visto lo que hay. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt













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