miércoles, 4 de diciembre de 2019

[PENSAMIENTO] Capital e ideología: aciertos y errores de Piketty



El profesor Thomas Piketty


"El nuevo libro del economista francés es una investigación meticulosa y admirable. Las soluciones que propone son menos convincentes", señala el economista Jean Pisani-Ferry, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. 

"Hay mucho que elogiar en Capital e ideología, de Thomas Piketty -comienza diciendo Pisani-Ferry-: desde su extraordinaria riqueza de material empírico hasta la amplitud de su alcance cultural, y desde la extraña alianza entre la precisión estadística y las referencias literarias hasta el nivel de su ambición intelectual y política.

Pero desde el punto de vista de las políticas públicas, la última parte, donde el autor propone una agenda de justicia social, es profundamente cuestionable. Es un capítulo mucho más corto, pero igual de ambicioso que los más analíticos.

El objetivo de Piketty es ofrecer un nuevo paradigma que sustituya el proyecto socialdemócrata, en buena medida obsoleto. Parece una ambición excesiva. Es fundamentalmente acertada. En el contexto actual de indignación social, los catálogos de políticas “sensatas” no convencen a los votantes ni proporcionan a los legisladores una guía para tomar decisiones en tiempo real en un entorno impredecible. Las democracias hoy necesitan direcciones tan ambiciosas como el keynesianismo bienestarista de los años sesenta o el proyecto de gobierno pequeño y mercados libres de los ochenta.

Las agendas supuestamente realistas, además, a menudo fracasan a la hora de enfrentarse a retos urgentes. La desigualdad de riqueza, la desigualdad de renta, la desigualdad en el acceso a bienes esenciales como la educación y la sanidad han alcanzado niveles tan altos que no pueden solucionarse mediante pequeños ajustes en el margen, como se suele defender en los debates políticos.

La audaz agenda de Piketty se basa en tres pilares principales. El primero es el empoderamiento de los empleados a través de una reforma radical de la gobernanza corporativa; el segundo es una masiva redistribución de la riqueza y la renta a través de una reparación del sistema fiscal; el tercero, que solo se aplica a Europa, es moverse hacia un federalismo transnacional. Hay buenas razones para tenerlos en cuenta, pero también son muy problemáticos.

En primer lugar, la gobernanza corporativa. Un tema recurrente en el libro es la crítica al absolutismo de los derechos de propiedad (lo que denomina proprietarisme). Piketty desprecia el comunismo, pero cree que una extensión gradual de la esfera de la propiedad privada (desde la tierra a la manufactura, el capital intangible y los datos) y el aumento paralelo del poder de los accionistas son los principales problemas del capitalismo actual y una causa fundamental que explica el aumento de la desigualdad. Basándose en las experiencias alemana y sueca, aspira a recuperar el equilibrio entre los propietarios de capital y los empleados.

Sus propuestas, sin embargo, van más allá del modelo alemán de codeterminación, en el cual los representantes de los empleados obtienen la mitad de los puestos en el consejo de administración mientras que los accionistas generalmente eligen al comité ejecutivo, lo que en la práctica garantiza a estos últimos controlar las decisiones, pero permite también a los representantes de los trabajadores un buen acceso a la información y tener voz en las decisiones estratégicas generales.

Piketty va más allá en dos frentes: reivindica dar a los empleados la mitad de los puestos en los consejos de grandes empresas y limitar los derechos de voto de los accionistas reteniendo más del 10% del capital de la empresa.

No hay razones para no contemplar reformas de gobernanza corporativa que favorezcan a los trabajadores, especialmente en una economía en la que el capital humano importa cada vez más. Lo que resulta sorprendente de las propuestas de Piketty, sin embargo, es que ve el problema exclusivamente desde un punto de vista distributivo. Si sus reformas pueden conducir a una mayor eficiencia social, fomentar la innovación o reducir la obsesión con el corto plazo de las empresas es algo que está fuera de su enfoque. Piketty ve el capitalismo principalmente como una maquinaria de acumulación de riqueza, no como un impulsor de transformaciones económicas.

El segundo instrumento con el que Piketty pretende contener la concentración de riqueza y propiedad es los impuestos. Sus propuestas al respecto son precisas y radicales. Propone indicadores numéricos, pero su objetivo es inequívoco: transformar la naturaleza de la propiedad para hacerla temporal en vez de permanente. La utopía social de Piketty se parece mucho a un régimen de titularidad de la tierra en el que la propiedad se redistribuye regularmente de los propietarios a los campesinos.

Para ello hace falta movilizar tres tipos de impuestos progresivos: un impuesto al patrimonio, un impuesto de sucesiones y un impuesto sobre la renta. Los dos primeros, que representan más o menos un 5% del pib, financiarían una asignación universal de capital por la cual al cumplir veinticinco años cada ciudadano tendría derecho a un 60% de la riqueza media (o alrededor de 130.000 dólares [117.000 euros] en los países avanzados). El tercero podría suponer alrededor de un 40% del PIB y financiar bienes públicos, seguridad social y una renta básica para los pobres.

Estas cifras quizá no parezcan tan radicales. El gasto público medio en la Unión Europea es de un 45% del PIB, así que en general la carga fiscal podría permanecer casi constante. Sin embargo, los parámetros que sugiere Piketty apuntan a una transformación fundamental del régimen de propiedad. Según la tabla 17.1 del libro, el tipo impositivo anual sobre el patrimonio podría alcanzar un 5% para los individuos con activos netos que tengan un valor diez veces superior al patrimonio medio. Teniendo en cuenta que Piketty impondría impuestos (con razón) a todas las formas de riqueza por igual y que la riqueza media de los hogares en Francia es de 250.000 dólares, el impuesto a un patrimonio de 2,5 millones sería de 125.000 anualmente. En comparación, en Estados Unidos la senadora Elizabeth Warren propone solo un impuesto del 2% para los patrimonios superiores a los 50 millones (en lugar del tipo efectivo del 10% en el caso de Piketty), que aumentaría a un 3% por encima de los 1.000 millones (en vez de más del 60%).

Además, a los mismos activos se les podría aplicar un impuesto de sucesiones de un 60%, y el tipo efectivo sobre la renta podría alcanzar un 60% para las personas que ganen diez veces más que el salario medio. Estos niveles erradicarían la propiedad por encima de un umbral relativamente bajo, excepto en el caso de los emprendedores capaces de obtener unos beneficios estelares de su capital. Las simulaciones de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman (2019) sobre los cuatrocientos individuos estadounidenses más ricos indican que un impuesto al patrimonio del 10% marginal en activos por encima de 1.000 millones de dólares podría haber evitado la deformación en la distribución de la riqueza que hemos observado desde los años ochenta.

La combinación que propone Piketty de un impuesto al patrimonio confiscatorio, un impuesto de sucesiones muy progresivo y un impuesto sobre la renta también muy progresivo va mucho más allá. Lo que implica es el fin de la propiedad del capital tal y como la conocemos.

De nuevo, no hay nada malo en romper tabúes y en proponer reformas fundamentales de la propiedad de capital. Pero con la condición de que se tengan en cuenta las repercusiones. El desdén aparente de Piketty por las repercusiones de sus propuestas es asombroso. No tiene en cuenta las consecuencias en las tasas de ahorro, el comportamiento de los inversores o la innovación. En la cuestión de la gobernanza corporativa, solo le interesa la distribución. Mientras que el uso repetido del concepto “capital” en el título de sus libros es una referencia innegable a Karl Marx, a Piketty no le interesa casi nada el lado de la producción. El capital, para él, no significa más que la riqueza.

El tercer pilar, el federalismo europeo, lo plantea para superar las limitaciones políticas que aparecen como consecuencia de las distorsiones creadas por la competición fiscal en la Unión Europea y la regla de unanimidad en impuestos (y, de manera oblicua, por la estricta infraestructura fiscal de la eurozona). Para resolver la parálisis que hay en el Consejo Europeo (donde cada país está representado por su ministro) por culpa de los poderes de veto, Piketty propone democratizar la Unión Europea y transferir los poderes tributarios a una nueva cámara que combine parlamentarios nacionales y europeos.

El diagnóstico es correcto, pero es poco probable que la solución vea la luz. El problema en Europa no es, como Piketty cree, la composición del parlamento. Surge del hecho mucho más básico de que los países que han coincidido en compartir soberanía económica en muchos aspectos no están dispuestos a otorgarle competencias a la Unión Europea en cuestiones tributarias o de redistribución de la riqueza. Esta ha sido su postura desde el principio y el actual clima político les hace ser aún menos favorables a un cambio.

Aparte del hecho de que una cámara que combine a parlamentarios nacionales y europeos no se comportaría como Piketty desea, ¿por qué tendrían que estar de acuerdo de pronto los Estados en cambiar la distribución de competencias? En Alemania, esto se ha convertido en una cuestión constitucional. En una serie de sentencias, el Tribunal Constitucional Federal ha levantado barreras a la transferencia de nuevos poderes a la Unión Europea. Irónicamente, su argumento es de la misma naturaleza que el de Piketty, pero sus consecuencias son las opuestas: para el tribunal de Karlsruhe, la Unión Europea no es suficientemente democrática como para otorgarle nuevas competencias, porque los ciudadanos del país cuyo peso demográfico es mayor –Alemania– están infrarrepresentados en su sistema institucional.

En las tres cuestiones –gobernanza corporativa, impuestos y gobernanza europea–, las propuestas de Piketty, por lo tanto, plantean muchas preguntas que no es capaz de responder. De hecho, ni siquiera lo intenta.

En ausencia de una discusión sistemática de las implicaciones y posibles objeciones a sus ideas, no pueden considerarse propuestas de políticas públicas serias. Al final, lo que resulta profundamente inquietante en este libro no es el radicalismo de sus planes. Es el contraste entre la meticulosidad de su análisis empírico y su descuido a la hora de plantear políticas públicas".



La Escuela de Atenas (Rafael, 1512), Museos Vaticanos



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es miércoles, 4 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...



















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martes, 3 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] El arte de recordar



Mujeres charlando en un restaurante


"Hice un alto para comer en una mesa arrinconada del Primero Primera, ese hotel que destila buen gusto barcelonés y donde, a modo de señora del castillo, sigue viviendo la propietaria del edificio -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy, la escritora Joana Bonet-. Sentadas al lado, cinco mujeres perfumadas y peinadas de peluquería charlaban con brío. De vez en cuando me llegaba la cola de alguna frase soberbia. Aún se afanaban con los postres cuando, al marcharme, no me reprimí de felicitarlas por la escena. Le habían dado al comedor una pátina cosmopolita, e irradiaban el calor que procura la conversación lenta. Una de ellas me preguntó si adivinaría la media de edad de la mesa, a lo que añadió: “Mira, esta es la benjamina”. Tenía 79 años. La mayor superaba los 90. Con una sonrisa franca, me instruyó: “¿Sabes qué estamos haciendo? Recordar. Nos juntamos para recordar. Sólo eso”. Me proyecté en el tiempo. Quedar un día con las amigas para acordarnos de quiénes fuimos y celebrar lo vivido; una remembranza compartida, jugando a las cajas de la memoria con las neuronas bailando entre contenedores de pasado.

Según la ciencia, la buena memoria no es sino una conversación multidimensional abierta entre muchísimas células, en la que se salvaguarda tanto un prefijo telefónico como determinada calle de Viena o el olor del jabón que utilizaba nuestra madre. Porque los recuerdos están diseminados por distintas partes del cerebro: la infancia, con sus descubrimientos, se aloja en ciertas regiones del córtex temporal; el significado de las palabras, en la región central del hemisferio derecho; los automatismos de nuestra cotidianidad, en el cerebelo; las percepciones y los pensamientos derivados, en los lóbulos frontales... Pero ¿qué recordar y qué olvidar? ¿Se trata de una capacidad consciente? ¿Podemos seleccionar lo que salvamos? Nuestro cerebro tiene un billón de neuronas y cada una de ellas establece un millar de interconexiones. Por ejemplo, si suena una vieja canción inesperada es capaz de poner a trabajar a una tropa para transportarnos a una emoción intensa.

Meik Wiking, director del Instituto para la Búsqueda de la Felicidad de Copenhague, acaba de publicar El arte de crear recuerdos (Cúpula), donde reflexiona: “Recuerdo cada primer beso, pero me cuesta recordar cualquier cosa que ocurriera en marzo del 2007. Recuerdo el olor de la hierba del campo en el que jugaba de pequeño con otros niños, pero me cuesta recordar sus nombres”. Recuperar y crear recuerdos, a eso anima Wiking. Sin ellos seríamos forasteros de nosotros mismos. Incapaces de sentirnos la misma persona en nuestro viaje por el tiempo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[ARCHIVO DEL BLOG] Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la ministra de Cultura. (Publicada el 20 de abril de 2009)




Iglesia de San Felipe Neri. Cádiz (Andalucía)


Estimada Ministra:

Felicidades, en primer lugar, por su nombramiento. Los ministros y ministras de Cultura tienen buena prensa en este país. Estoy seguro que, a pesar de los chistes y bromas sobre la "SINDEs-carga" su paso por la Casa de las Siete Chimenas será positivo para el mundo de la cultura española.

Leo esta mañana en El País la crónica de Isabel Gallo: "Otra lección de historia", sobre la próxima emisión por TVE de una serie coproducida por TVE, TV-3, TV Aragón, Canal de Historia, Sagrera Audiovisual y Casa Árabe, y dedicada a conmemorar el 400 aniversario de la expulsión de los moriscos españoles de los territorios de la Corona.

No es que tenga una gran fe en las series históricas con el sello "made in Spain", aunque es cierto que hay notables excepciones. El artículo de Isabel Gallo cita algunas de ellas. La última, "Águila roja", a mi me parece un auténtico bodrio, pero en fin, para gustos se hicieron colores.

Estoy seguro de que usted ha disfrutado la reciente serie de la HBO norteamericana, dirigida por Tom Hooper, y producida por Tom Hanks y Gary Goetzman, dedicada a la vida del que fuera segundo presidente de los Estados Unidos de América, el abogado bostoniano John Adams. Una miniserie, de siete capítulos, basada en el libro del historiador norteamericano David McCullough, realmente notable, que ha alcanzado una merecida fama y reconocimiento.

Yo la disfruté muchísimo. Con especial delectación, los capítulos en que vemos como se va fraguando en el Congreso Continental celebrado en la ciudad de Filadelfia el impulso hacia la Declaración de Independencia, proclamada el 4 de julio de 1776.

¡Qué envidia!, pensé para mis adentros... ¿Seríamos los españoles capaces de hacer una serie de televisión similar, narrando con seriedad y rigor históricos, las peripecias que llevaron a nuestro país a las "Cortes Generales y Extraordinarias de la nación española" que elaboraron entre 1810 y 1812, en plena guerra contra el ejército napoleónico, la primera Constitución de nuestra historia? El año que viene estamos ya inmersos en el Bicentenario, y en 2012, de cumpleaños...

El asunto no ha tenido un excesivo tratamiento literario. El más conocido, el de mi paisano, el grancanario don Benito Pérez Galdós, en uno de sus Episodios Nacionales, el titulado "Cádiz", que no es precisamente uno de los más conseguidos. A comentar dicho "Episodio" dedicaron sendos artículos afamados historiadores como José M. Cuenca Toribio y Soledad Miranda García en "Las Cortes de Galdós", uno de los artículos del número monográfico de "Cuadernos Hispanoamericanos", de octubre de 1988, dedicado a la presencia de "América en las Cortes de Cádiz", o el profesor de la Universidad de Cádiz, Miguel Soler Gallego, en su "Reflexiones acerca del "Cádiz" de Benito Pérez Galdós como novela histórica. Un reflejo de la vida y la época de las Cortes".

Tiempo tenemos, señora ministra, pero ¿tendremos voluntad? Confío en que sí. 
Afectuosamente, su amigo, HArendt







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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 3 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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lunes, 2 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Lesboterrorista



Alicia Rubio, diputada de Vox en la Asamblea de Madrid


"Hay que tomar precauciones. Yo, por lo pronto, aprendo bailes típicos, corte y confección, hago arreglos florales, vainica, rezo y preparo perfectas canastillas", comenta con sorna la escritora Marta Sanz en el A vuelapluma de hoy, en relación con lo dicho por la diputada de Vox en la Asamblea de la Comunidad Autónoma de Madrid, Alicia Rubio.

"Cae la noche y, con los últimos rayos de sol, como las vampiras de Jess Franco, salen de sus guaridas las lesboterroristas -comienza diciendo Marta Sanz-. Ratas negras, cacatúas que infectan nuestros árboles, dedos del diablo… Conocemos los peligros de las especies no autóctonas. Su capacidad de depredación. La lesboterrorista —nunca una verdadera española— está catalogada y puede procederse a su identificación y captura. Insistimos en los beneficios ecológicos de la caza. La lesboterrorista sale del agujero y se disfraza de mujer de bien para captar doncellas que ignoran los riesgos de compartir conversación con esa alimaña que le traspasará la contagiosa ameba-alien del lesboterrorismo a través de su lengua bífida. El lesboterrorismo, a diferencia de la homosexualidad, no se contrae por vía anal ni se cura con supositorios. La lesboterrorista, muy violenta, muerde si no lleva bozal, condena a muerte a millones de fetos, odia al hombre al que siempre recibe con un collar de ajos. Es insaciable y a veces parasita el cuerpo de mujeres de bien. Finge amar a las personas de su entorno, ser trabajadora, y no renuncia a la posibilidad de ser madre. Parpadea seductoramente. Se disfraza de verdadera hembra. Se lava, se pone colonia. En su interior, la lesboterrorista hedionda está esperando su oportunidad para destruir familias cristianas y convertir todas las prácticas sexuales en un maligno sesenta y nueve, salivado y digital, que solo se sustenta en el vicio y en la fornicación por la fornicación.

La lesboterrorista puede ser pornofeminista o no serlo. Las que se incluyen dentro de esa categoría son las más peligrosas porque extreman su lubricidad exhibiendo sus pechos en capillas y obligando a las adolescentes a hacer un uso abusivo de los succionadores de clítoris. Les colocan espejitos en la vagina —a menudo dentadas, siempre mentirosas— para que introduzcan las cabezas por su propia vulva en un ejercicio de masturbación y egoísmo que no tiene nombre. Las pornofeministas abandonan a sus crías para irse con pancartas moradas a manifestaciones sin sentido donde reclaman derechos de los que, por supuesto, ya gozan. Lo hacen por pura maldad. La pornofeminista es promiscua, se caga de risa y blasfema. No cree en la virginidad de María. Se queja cuando la matan —a ella o a cualquiera de su género—. Lesboterroristas y pornofeministas proliferan en un hábitat donde se retiran inversiones internacionales y los grandes capitales se marchan a países vecinos horrorizados ante la amenaza de coaliciones de izquierdas que harán crecer el paro en más de un millón de personas. Lo dicen las televisiones. Lesboterroristas, pornofeministas, criptocomunistas, zurdas y zurdos contrariados, paladines de la memoria democrática, hombres lobo y mujeres pantera obligarán a la gente de bien —banqueros, monopolistas, portadores de banderas de España con pollo e incluso vegetales— a abandonar este país nocturno en el que personas de todos los colores van a nuestros centros de salud para contagiarnos enfermedades extrañas. Hay que tomar precauciones. Yo, por lo pronto, aprendo bailes típicos, corte y confección, hago arreglos florales, vainica, rezo y preparo perfectas canastillas. Identifico al verdadero monstruo. Disimulo. No quiero que me coloquen frente a la mira telescópica de un buen cazador".

"A vuelapluma" es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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