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domingo, 2 de febrero de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] La imaginación reformista de Piketty



Dibujo de Enrique Flores para El País


El profesor y ensayista Jordi Gracia analiza en el Especial dominical de hoy las propuestas que formula el autor de ‘Capitalismo e ideología’, Thomas Piketty, para mitigar el galope de la desigualdad y devolver a la socialdemocracia la ambición perdida a manos del neoliberalismo. 

"Para explicar la eclosión del independentismo -comienza diciendo Jordi Gracia- no basta con Rajoy, que pudo ser solo su adversario de conveniencia. El estímulo central anduvo cerca del miedo: el miedo del poder convergente a perder el poder y el miedo de una porción importante de la sociedad catalana a perder su estatus económico privilegiado. Aquel lema que hizo furor (“España nos roba”: hoy lo repudia por fortuna hasta Gabriel Rufián) cifraba el instinto defensivo y egoísta de esa parte de Cataluña: había llegado la hora de abandonar España y gestionar en exclusiva los propios ingresos. Las élites conservadoras y nacionalistas descubrieron en esa doctrina la gasolina para una adhesión emocional y popular. Desde ahí ya cualquier agravio del Gobierno español (o del Estado) podía magnificarse hasta incurrir en prácticas tóxicas de nacionalpopulismo: deformación informativa, fabricación deliberada de conflictos, maniqueísmo social naturalizado, concepción unanimista de la comunidad.

Pero la crisis de 2008 trajo también consecuencias menos funestas y, entre ellas, la ansiedad por entender algo de economía. Desde entonces, ciudadanos sin formación económica empezamos a hablar con palabras prestadas y hasta creímos entender algo de economía. Eso explica quizá que muchos nos hayamos animado a descargar en la tableta (o trasegar en la mochila) el mamotreto de Thomas Piketty, Capitalismo e ideología. Lo más alarmante del ensayo es que se entiende todo lo que dice; lo segundo es que cuenta con una sencillez abrumadora la complejidad de sus propuestas para mitigar el galope de la desigualdad y devolver a la socialdemocracia la ambición perdida a manos del neoliberalismo de los años ochenta (y hasta hoy). Incluso más: en la historia euroamericana del siglo pasado puede estar el espejo reformista de hoy para mejorar la vida de la mayoría.

De hecho, Piketty es un peligro público: revolucionario en el fondo con formas de académico exquisito. Su propia evolución del liberalismo al socialismo aspira a contagiar razonadamente en la opinión pública una concepción menos estática y sacralizada de la propiedad privada por cuanto las frenéticas desigualdades sociales siguen siendo inaceptables en democracias avanzadas. Ellas son también el sustrato que nutre las opciones xenófobas y nacionalpopulistas del neofascismo (porque todos los fascismos se nutren de la debilidad de las democracias). Así, su propuesta de un socialismo participativo no va tanto dirigida a expertos como contra ellos, a fin de deslocalizar el saber económico y desplazarlo al debate público, político, de principios, medios y fines. Contra la propensión a abandonar el corazón económico de la política a expertos “con competencias dudosas” (o “pequeña casta de expertos”, como la llama después), aspira a recuperar con nuevas ideas el impulso contra la desigualdad que animó a las sociedades occidentales desde finales del siglo XIX.

Si la cogestión en la empresa funciona en los países escandinavos, o figura en la Constitución alemana desde 1949, y si desde 1913 el impuesto federal sobre la renta garantiza la progresividad fiscal en Estados Unidos, alguien está hoy dejando de hacer su trabajo. Nada parece inviable cuando Piketty ensarta una detrás de otra propuestas destinadas a reducir la privacidad de la propiedad privada, no a eliminarla; a promover “el uso de un impuesto anual sobre el patrimonio” del 1% o el 2% (en lugar de gravar con el 20% o el 30% el impuesto de sucesión), a cuestionar el IVA como impuesto flagrantemente injusto, a adoptar para las declaraciones patrimoniales los mismos borradores precumplimentados que tenemos para la renta o, incluso, la invención de un bono anual por ciudadano para financiar a los partidos y rebajar las inquietantes donaciones de empresas y particulares (de acuerdo con una idea de Julia Cagé, que es su pareja, “lo cual no le impide escribir excelentes libros, ni me impide leer su obra con un espíritu crítico”).

Su desarmante confianza en la superación realista del capitalismo lo opone tanto al “conservadurismo elitista” como al “mesianismo revolucionario” y su propensión a echarnos en “manos de un poder estatal hipertrofiado e indefinido”. En otras palabras, la desigualdad es ideológica y es política y, por tanto, y necesariamente, puede mitigarse sin soñar ilusamente con extinguirla (mientras todo sigue igual). Un avanzado empresario español, Nicolás María de Urgoiti, adoptó para sus empresas una cogestión semejante a la alemana, antes de la guerra, aunque no salga en el libro de Piketty, ni tiene por qué salir.

Lo que sí sale es su análisis de la “trampa separatista” como caso particular y síntoma de una hipótesis según la cual los partidos de izquierda habrían dejado de dirigirse a las clases trabajadoras sin formación académica en favor de clases con titulación superior y beneficiarias objetivas del crecimiento desde los años sesenta. Es una izquierda brahmánica que ha perdido de vista a la clase trabajadora sin formación universitaria. Eso explicaría en parte movimientos de repliegue nacional-populista como el Brexit, sin omitir la aspiración a reconvertir al “Reino Unido en paraíso fiscal y en plaza financiera poco regulada y poco vigilante”. El único blindaje que adivina contra esa ofensiva insolidaria es lo que llama un “federalismo social y la construcción de un poder público transnacional” capaz de sofocar el espejismo de la “trampa social-localista”.

Es ahí donde previene a la CUP, sin citarla, contra sus demandas de desarrollo local porque se verán “desbordadas y dominadas por parte del movimiento liberal-conservador [independentista] orientado a promover” para Cataluña un modelo de tipo “paraíso fiscal al estilo de Luxemburgo”. El tufo insultante que hay en esta conjetura no llega tanto de las palabras como del propósito agazapado que ve detrás de un sector del independentismo. Desde la izquierda, al menos, la conjetura debería ser desechada o desmentida sin reservas, y eso es lo que reclama Piketty no tanto a la CUP como a la “izquierda republicana catalana (independentista)”, es decir, a ERC, para que logre marcar así “la diferencia con los que simplemente pretenden quedarse los ingresos fiscales para sí mismos y para sus hijos”.

De esa izquierda comprometida con la investidura de Pedro Sánchez espera Piketty la defensa, inequívocamente de izquierdas, de un “impuesto progresivo común a las rentas altas y a los grandes patrimonios, recaudado a nivel europeo”. La crisis hizo aumentar sustancialmente el apoyo a la autodeterminación pero lo hizo, sobre todo, entre “las categorías sociales más favorecidas”, esas mismas a las que la izquierda se dirigía en los nuevos tiempos y que han acabado sucumbiendo a una improbable cuadratura del círculo: “Continuar sacando partido de la integración comercial y financiera con Europa, pero conservando sus propios ingresos fiscales”. Quienes siguieron desconfiando de esa “trampa secesionista” en versión “social-localista” y no apostaron por la independencia fueron “las categorías modestas y medias”, según Piketty, “un poco más sensibles a las virtudes de la solidaridad fiscal y social”.

El federalismo social que promueve habría de desactivar la “competitividad generalizada entre territorios” y la “ausencia total de solidaridad fiscal” en Europa para reducir el peso de “la lógica del ‘cada uno por su cuenta”. Por eso le sirve Cataluña como síntoma de las flaquezas solidarias de la Europa actual, y por eso parece cuando menos difusa la vocación de izquierdas del actual proyecto independentista. Su adhesión a un federalismo social europeo disolvería esa contradicción ideológica tanto en su ideario como en electorado, y no sería este el peor de los momentos para ensayarlo".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El economista Thomas Piketty



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 4 de diciembre de 2019

[PENSAMIENTO] Capital e ideología: aciertos y errores de Piketty



El profesor Thomas Piketty


"El nuevo libro del economista francés es una investigación meticulosa y admirable. Las soluciones que propone son menos convincentes", señala el economista Jean Pisani-Ferry, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. 

"Hay mucho que elogiar en Capital e ideología, de Thomas Piketty -comienza diciendo Pisani-Ferry-: desde su extraordinaria riqueza de material empírico hasta la amplitud de su alcance cultural, y desde la extraña alianza entre la precisión estadística y las referencias literarias hasta el nivel de su ambición intelectual y política.

Pero desde el punto de vista de las políticas públicas, la última parte, donde el autor propone una agenda de justicia social, es profundamente cuestionable. Es un capítulo mucho más corto, pero igual de ambicioso que los más analíticos.

El objetivo de Piketty es ofrecer un nuevo paradigma que sustituya el proyecto socialdemócrata, en buena medida obsoleto. Parece una ambición excesiva. Es fundamentalmente acertada. En el contexto actual de indignación social, los catálogos de políticas “sensatas” no convencen a los votantes ni proporcionan a los legisladores una guía para tomar decisiones en tiempo real en un entorno impredecible. Las democracias hoy necesitan direcciones tan ambiciosas como el keynesianismo bienestarista de los años sesenta o el proyecto de gobierno pequeño y mercados libres de los ochenta.

Las agendas supuestamente realistas, además, a menudo fracasan a la hora de enfrentarse a retos urgentes. La desigualdad de riqueza, la desigualdad de renta, la desigualdad en el acceso a bienes esenciales como la educación y la sanidad han alcanzado niveles tan altos que no pueden solucionarse mediante pequeños ajustes en el margen, como se suele defender en los debates políticos.

La audaz agenda de Piketty se basa en tres pilares principales. El primero es el empoderamiento de los empleados a través de una reforma radical de la gobernanza corporativa; el segundo es una masiva redistribución de la riqueza y la renta a través de una reparación del sistema fiscal; el tercero, que solo se aplica a Europa, es moverse hacia un federalismo transnacional. Hay buenas razones para tenerlos en cuenta, pero también son muy problemáticos.

En primer lugar, la gobernanza corporativa. Un tema recurrente en el libro es la crítica al absolutismo de los derechos de propiedad (lo que denomina proprietarisme). Piketty desprecia el comunismo, pero cree que una extensión gradual de la esfera de la propiedad privada (desde la tierra a la manufactura, el capital intangible y los datos) y el aumento paralelo del poder de los accionistas son los principales problemas del capitalismo actual y una causa fundamental que explica el aumento de la desigualdad. Basándose en las experiencias alemana y sueca, aspira a recuperar el equilibrio entre los propietarios de capital y los empleados.

Sus propuestas, sin embargo, van más allá del modelo alemán de codeterminación, en el cual los representantes de los empleados obtienen la mitad de los puestos en el consejo de administración mientras que los accionistas generalmente eligen al comité ejecutivo, lo que en la práctica garantiza a estos últimos controlar las decisiones, pero permite también a los representantes de los trabajadores un buen acceso a la información y tener voz en las decisiones estratégicas generales.

Piketty va más allá en dos frentes: reivindica dar a los empleados la mitad de los puestos en los consejos de grandes empresas y limitar los derechos de voto de los accionistas reteniendo más del 10% del capital de la empresa.

No hay razones para no contemplar reformas de gobernanza corporativa que favorezcan a los trabajadores, especialmente en una economía en la que el capital humano importa cada vez más. Lo que resulta sorprendente de las propuestas de Piketty, sin embargo, es que ve el problema exclusivamente desde un punto de vista distributivo. Si sus reformas pueden conducir a una mayor eficiencia social, fomentar la innovación o reducir la obsesión con el corto plazo de las empresas es algo que está fuera de su enfoque. Piketty ve el capitalismo principalmente como una maquinaria de acumulación de riqueza, no como un impulsor de transformaciones económicas.

El segundo instrumento con el que Piketty pretende contener la concentración de riqueza y propiedad es los impuestos. Sus propuestas al respecto son precisas y radicales. Propone indicadores numéricos, pero su objetivo es inequívoco: transformar la naturaleza de la propiedad para hacerla temporal en vez de permanente. La utopía social de Piketty se parece mucho a un régimen de titularidad de la tierra en el que la propiedad se redistribuye regularmente de los propietarios a los campesinos.

Para ello hace falta movilizar tres tipos de impuestos progresivos: un impuesto al patrimonio, un impuesto de sucesiones y un impuesto sobre la renta. Los dos primeros, que representan más o menos un 5% del pib, financiarían una asignación universal de capital por la cual al cumplir veinticinco años cada ciudadano tendría derecho a un 60% de la riqueza media (o alrededor de 130.000 dólares [117.000 euros] en los países avanzados). El tercero podría suponer alrededor de un 40% del PIB y financiar bienes públicos, seguridad social y una renta básica para los pobres.

Estas cifras quizá no parezcan tan radicales. El gasto público medio en la Unión Europea es de un 45% del PIB, así que en general la carga fiscal podría permanecer casi constante. Sin embargo, los parámetros que sugiere Piketty apuntan a una transformación fundamental del régimen de propiedad. Según la tabla 17.1 del libro, el tipo impositivo anual sobre el patrimonio podría alcanzar un 5% para los individuos con activos netos que tengan un valor diez veces superior al patrimonio medio. Teniendo en cuenta que Piketty impondría impuestos (con razón) a todas las formas de riqueza por igual y que la riqueza media de los hogares en Francia es de 250.000 dólares, el impuesto a un patrimonio de 2,5 millones sería de 125.000 anualmente. En comparación, en Estados Unidos la senadora Elizabeth Warren propone solo un impuesto del 2% para los patrimonios superiores a los 50 millones (en lugar del tipo efectivo del 10% en el caso de Piketty), que aumentaría a un 3% por encima de los 1.000 millones (en vez de más del 60%).

Además, a los mismos activos se les podría aplicar un impuesto de sucesiones de un 60%, y el tipo efectivo sobre la renta podría alcanzar un 60% para las personas que ganen diez veces más que el salario medio. Estos niveles erradicarían la propiedad por encima de un umbral relativamente bajo, excepto en el caso de los emprendedores capaces de obtener unos beneficios estelares de su capital. Las simulaciones de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman (2019) sobre los cuatrocientos individuos estadounidenses más ricos indican que un impuesto al patrimonio del 10% marginal en activos por encima de 1.000 millones de dólares podría haber evitado la deformación en la distribución de la riqueza que hemos observado desde los años ochenta.

La combinación que propone Piketty de un impuesto al patrimonio confiscatorio, un impuesto de sucesiones muy progresivo y un impuesto sobre la renta también muy progresivo va mucho más allá. Lo que implica es el fin de la propiedad del capital tal y como la conocemos.

De nuevo, no hay nada malo en romper tabúes y en proponer reformas fundamentales de la propiedad de capital. Pero con la condición de que se tengan en cuenta las repercusiones. El desdén aparente de Piketty por las repercusiones de sus propuestas es asombroso. No tiene en cuenta las consecuencias en las tasas de ahorro, el comportamiento de los inversores o la innovación. En la cuestión de la gobernanza corporativa, solo le interesa la distribución. Mientras que el uso repetido del concepto “capital” en el título de sus libros es una referencia innegable a Karl Marx, a Piketty no le interesa casi nada el lado de la producción. El capital, para él, no significa más que la riqueza.

El tercer pilar, el federalismo europeo, lo plantea para superar las limitaciones políticas que aparecen como consecuencia de las distorsiones creadas por la competición fiscal en la Unión Europea y la regla de unanimidad en impuestos (y, de manera oblicua, por la estricta infraestructura fiscal de la eurozona). Para resolver la parálisis que hay en el Consejo Europeo (donde cada país está representado por su ministro) por culpa de los poderes de veto, Piketty propone democratizar la Unión Europea y transferir los poderes tributarios a una nueva cámara que combine parlamentarios nacionales y europeos.

El diagnóstico es correcto, pero es poco probable que la solución vea la luz. El problema en Europa no es, como Piketty cree, la composición del parlamento. Surge del hecho mucho más básico de que los países que han coincidido en compartir soberanía económica en muchos aspectos no están dispuestos a otorgarle competencias a la Unión Europea en cuestiones tributarias o de redistribución de la riqueza. Esta ha sido su postura desde el principio y el actual clima político les hace ser aún menos favorables a un cambio.

Aparte del hecho de que una cámara que combine a parlamentarios nacionales y europeos no se comportaría como Piketty desea, ¿por qué tendrían que estar de acuerdo de pronto los Estados en cambiar la distribución de competencias? En Alemania, esto se ha convertido en una cuestión constitucional. En una serie de sentencias, el Tribunal Constitucional Federal ha levantado barreras a la transferencia de nuevos poderes a la Unión Europea. Irónicamente, su argumento es de la misma naturaleza que el de Piketty, pero sus consecuencias son las opuestas: para el tribunal de Karlsruhe, la Unión Europea no es suficientemente democrática como para otorgarle nuevas competencias, porque los ciudadanos del país cuyo peso demográfico es mayor –Alemania– están infrarrepresentados en su sistema institucional.

En las tres cuestiones –gobernanza corporativa, impuestos y gobernanza europea–, las propuestas de Piketty, por lo tanto, plantean muchas preguntas que no es capaz de responder. De hecho, ni siquiera lo intenta.

En ausencia de una discusión sistemática de las implicaciones y posibles objeciones a sus ideas, no pueden considerarse propuestas de políticas públicas serias. Al final, lo que resulta profundamente inquietante en este libro no es el radicalismo de sus planes. Es el contraste entre la meticulosidad de su análisis empírico y su descuido a la hora de plantear políticas públicas".



La Escuela de Atenas (Rafael, 1512), Museos Vaticanos



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domingo, 29 de septiembre de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] Thomas Piketty, contra la propiedad privada



El economista francés Thomas Piketty (Joel Saget, APF)


El periodista Marc Bassets, corresponsal del diario El País en París, escribe sobre el último libro publicado por el economista francés, Thomas Pikettu, gran teórico de la desigualdad, titulado "Capital e ideología", un monumental ensayo que propone la circulación de bienes para superar el capitalismo. 

No es la lucha de clases, comienza diciendo Bassets, ni la mano invisible del mercado, ni menos aún la historia de los grandes líderes y batallas lo que mueve el mundo, sino las ideas, según el economista francés Thomas Piketty. Y el aleph que a casi todo da sentido, la llave de la evolución de las sociedades es la propiedad privada. Quién posee qué y en nombre de qué.

Las desigualdades crecientes de ingresos y patrimonio, que Piketty diseccionó en una obra anterior, el superventas El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014), son producto de una ideología. Cada momento tiene su justificación, un argumento que lo sostiene, y transformar el mundo obliga a cambiar de ideas. “Dar un sentido a las desigualdades, y justificar la posición de los ganadores, es una cuestión de importancia vital. La desigualdad es ante todo ideológica”, escribe en Capital e ideología, recién publicado en Francia y que lanzará Deusto en castellano.

El nuevo libro es ambicioso. Empezando por las dimensiones: 1.200 páginas. Abarca siglos, desde la Edad Media hasta hoy. Se extiende por cuatro continentes. Desborda las disciplinas académicas: de la economía a la historia, de la ciencia política a la teoría de la justicia y a la literatura. Las novelas de Jane Austen, Balzac o Carlos Fuentes ofrecen tanta o más información que una batería de gráficos y tablas, unas 170, sobre la historia de la propiedad privada y su efecto en las desigualdades.

“Hoy afrontamos una lógica de acumulación sin límite y de sacralización del derecho del propietario”, dijo esta semana Piketty en un encuentro con corresponsales en la Paris School of Economics, donde codirige el Laboratorio Mundial de la Desigualdad. “Y olvidamos que los grandes éxitos del siglo XX en la reducción de las desigualdades, pero también en el crecimiento económico, se obtuvieron reequilibrando los derechos del propietario con los del asalariado, el consumidor. Se hizo circular la propiedad”.

Capital e ideología contiene tres libros en uno. El primero y más extenso —las 800 primeras páginas— es una historia detallada de lo que el autor llama los “regímenes desigualitarios” o “de desigualdad”. Comienza por el Antiguo Régimen y la desigualdad “trifuncional” de las sociedades divididas en el clero, la nobleza y el tercer estado. Si aquel sistema perduró durante siglos, fue porque una ideología lo sostenía, disfrutaba de una legitimidad: se justificaba por la necesidad de seguridad, que debía garantizar la casta guerrera, y de sentido, del que se encargaba la casta sacerdotal.

De la ideología “trifuncional”, Piketty pasa a la “sociedad de propietarios”. La Revolución Francesa de 1789 abolió los privilegios, pero no la propiedad privada, que podía incluir a los esclavos. Entre 1800 y 1914 las desigualdades se disparan y superan los niveles del Antiguo Régimen. “El argumento de la época era que, si se cuestiona el derecho de propiedad, adquirido en un marco legal, nunca sabremos dónde parar, y el caos se impondrá”, explica Piketty.

El periodo de entreguerras en el siglo XX es una transición entre el “propietarismo” desigualitario y no regulado del siglo XIX y la era socialdemócrata de la posguerra mundial. Estados Unidos y Europa adoptan entonces la fiscalidad progresiva con tipos impositivos que superaron el 80%, sistemas de protección social avanzados y el acceso a la educación. Deja paso a partir de los ochenta, con la revolución reaganiana y la caída del bloque soviético, a lo que Piketty denomina el “hipercapitalismo”. La ideología desigualitaria, lo que en este periodo, que es el nuestro, legitima el statu quo, sería la meritocracia, “la necesidad de justificar las diferencias sociales apelando a capacidades individuales”.

Aquí termina el primero de los tres libros. El segundo, que ocupa las 300 páginas siguientes, es un estudio sobre la evolución del sistema de partidos en Europa y Estados Unidos. En unos años los socialdemócratas han pasado de ser el partido de la clase trabajadora al de la élite con diplomas universitarios y han abrazado las ideologías de la desigualdad. Son los cómplices necesarios del “hipercapitalismo”, según Piketty, que acuña el término de “izquierda brahmán” (por el nombre de la casta sacerdotal hindú). Esta domina la élite política junto a la “derecha mercader” (las élites económicas y empresariales). Es un eco de la sociedad “trifuncional” del Antiguo Régimen que deja a las clases populares en la intemperie política y a la merced de los mensajes nacionalistas y racistas.

El tercer y último libro dentro de Capital e ideología es el más breve, menos de cien páginas, pero el más debatido en Francia. En este capítulo, Piketty lanza su programa de “socialismo participativo” para “superar el capitalismo y la propiedad privada”. El objetivo es convertir la propiedad en “temporal” y “organizar una circulación permanente de los bienes y la fortuna”. Defiende una integración federal de la Unión Europea. Y aboga por un impuesto sobre el patrimonio con un tipo máximo del 90% para los supermillonarios, por una cogestión de las empresas, en las que los trabajadores compartan el poder, y por una especie de herencia para toda persona de 25 años de 120.000 euros.

“El hipercapitalismo del siglo XIX, previo a 1914, se estrelló contra la competencia muy fuerte entre países, que eran potencias coloniales. De tanto acumular activos en otras partes del mundo acabaron destruyéndose mutuamente”, concluyó Piketty en la citada conversación. “Hoy no ocurrirá lo mismo. Pero lo que puede ocurrir es que este divorcio con las clases populares conduzca a una explosión de la Unión Europea y a un repliegue en las identidades nacionales”.

El capital en el siglo XXI, publicado en 2013 en francés, vendió más de dos millones de ejemplares y marcó en Europa y Estados Unidos el debate sobre las desigualdades. Thomas Piketty, de 48 años, es el último ejemplar del intelectual totalizador. La novedad es que ahora el intelectual ya no es un filósofo, ni un sociólogo ni un novelista, sino un economista. Y no construye sus propuestas en el aire sino que se apoya en un andamiaje sólido en el que el big data tiene un papel central. El economista Branko Milanovic llama a este método, en un artículo en Le Monde, “turbo-Annales”, en alusión a la llamada escuela de la revista Annales, corriente histórica multidisciplinar y empírica de historiadores fundada a finales de los años veinte.

Piketty no es, como tantos en el paisaje intelectual francés, un declinólogo abonado a la retórica apocalíptica. “Soy fundamentalmente optimista”, declara. Y se refiere a su nuevo libro: “Capital e ideología parte de una constatación: ha habido una mejora prodigiosa de los niveles de educación y de salud. Y termina con otra constatación optimista: hay un aprendizaje de la justicia en la historia. Hay fases de regresión terrible, pero creo en una historia de progreso: no solo técnico, sino humano, por medio de la educación y la sanidad, y con una organización social que sea más igualitaria en el sentido de que permita acceder a la educación, a la cultura, a la riqueza”. Si un rasgo de la izquierda fue la fe en el progreso humano, Piketty la conserva.



Bosque de laurisilva en La Gomera (Islas Canarias)



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