El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura. El de este domingo es un texto de la escritora checo-española Monika Zgustova sobre el escritor ruso Vladimir Nabokov y sobre las atenciones abusivas que sufrió de niño por parte de su tío Ruka. De de ahí, que su novela cumbre deje claro, para quien sepa leer entre líneas, que rechazaba al indigno seductor de menores y que la protagonista es una víctima.
Los padres de Vladimir Nabokov solían veranear en Vyra, -comienza escribiendo Zgustova- en una mansión con un gran jardín en los alrededores de San Petersburgo. Tras uno de esos almuerzos tardíos, largos y abundantes, tan característicos de los gustos de los rusos adinerados antes de la revolución, los anfitriones y los huéspedes salieron a tomar el café en la terraza. A Vladimir, que en aquella primavera de 1907 tenía ocho años, lo retuvo su tío Vasili Rukavíshnikov, diplomático, o Ruka, según le llamaban sus compañeros de trabajo en las embajadas. Ruka, que en ruso significa “mano”, fue el apodo que arraigó también en la familia. Cuando los comensales salieron a la terraza, el tío propuso al muchacho que ellos dos permanecieran solos en el comedor inundado de sol.
Sentó al niño en su regazo y lo acarició suavemente susurrándole al oído palabras juguetonas y traviesas; el pequeño Vladimir sintió bochorno. Quedó aliviado cuando su padre entró en el comedor procedente de la terraza. Vladimir se dio cuenta de que el padre estaba molesto con su cuñado cuando le reclamó con severidad que saliera con los demás a la terraza. Al chico lo mandó a su habitación.
El tío Ruka era aristócrata y homosexual, un diplomático acomodado y refinado al estilo de Charlus, uno de los protagonistas de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Se trataba de un hombre esmeradamente elegante que en la solapa del abrigo gris perla llevaba siempre un clavel violeta y al que le gustaba recitar en voz alta poemas que él mismo había escrito en francés. Aquella misma noche el tío se presentó en la habitación del pequeño Vladimir. Pidió al muchacho que le enseñara su colección de mariposas y mientras la contemplaban juntos, el tío le hacía cosquillas en la cara con su bigote sedoso y prosiguió con sus caricias y un toqueteo cada vez más atrevido. Esos encuentros eran agradables y desagradables, tentadores y repugnantes a la vez. Duraron unos cuatro años.
Desde que se publicó Lolita, los lectores en el mundo entero se preguntaron quién es la misteriosa niña, en quién o qué experiencia se había basado Nabokov para concebir su personaje. Mientras me documentaba para mi novela Un revólver para salir de noche hallé las pruebas, en las que parece que nadie se había percatado antes, acerca del hecho de que Nabokov en su novela describió los abusos cuya víctima había sido él mismo de niño. En el subcapítulo 3 del capítulo tercero de Habla, memoria, Nabokov dice que “cuando yo tenía ocho o nueve años” su tío Ruka “después de comer me sentaba en su regazo” y le susurraba palabras extrañas, mientras que “yo estaba avergonzado por el jugueteo de mi tío”; como hemos dicho, se le quitaba un peso de encima cuando el padre de Nabokov llamaba al tío Ruka a que saliera con los demás: “Basil, on vous attends”. Según Nabokov indica indirectamente pero con suficiente claridad en sus memorias, esos juegos abusivos duraron tres o cuatro años.
Cuando Vladimir tenía 11 o 12 años, según confiesa, un día fue a buscar a su tío a la estación de tren. El tío venía del extranjero para pasar el verano en su finca de Vyra, que lindaba con la residencia de veraneo de los padres de Nabokov. Al verle, Ruka le dijo al muchacho: “¡Qué amarillo y feo te has puesto (vous êtes devenu jaune et laid), pobrecito!”. El día de su 15 cumpleaños, el inmensamente rico tío Ruka le anunció en francés que le había hecho su heredero. Luego le despidió: “Y ahora puedes retirarte, l’audience est finie. Je n’ai plus rien à vous dire”. Algo similar pasa en Lolita: al final de la novela, tras una desesperada búsqueda, el secuestrador Humbert Humbert encuentra a una Lolita crecida, de 17 años, casada y embarazada. Su seductor la encuentra pálida, pecosa y demacrada y le regala una gran suma de dinero para su boda. Sin embargo, Lolita no puede disfrutar de su repentina riqueza porque muere al dar a luz, al igual que Nabokov no pudo gozar de su herencia porque a sus 18 años la revolución rusa provocó la total devaluación del rublo.
Tras sumergirme en la obra nabokoviana, y no solo en sus memorias, vi claro que de niño Vladimir sufrió atenciones abusivas de Vasili Rukavíshnikov, o Ruka, el hermano de su madre, y que el factor que determinó la creación de la novela Lolita fueron las extralimitaciones que había sufrido. A Nabokov le obsesionaba la idea del abuso de los niños. Sobre ello escribió primero El hechicero, novela que más tarde calificó de “la primera palpitación de Lolita”, pero no quedó del todo satisfecho con ella. Después de Lolita volvió al tema de los excesos y abusos en Pálido fuego, entonces hablando claramente de relaciones homosexuales. En los tres casos, Nabokov expresó su contrariedad y rechazo de los excesos cometidos contra los niños.
Es posible que muy pocos, quizá apenas Véra, la esposa del escritor, conocieran ese secreto de él. Véra sabía que a su marido le gustaban tanto las mujeres como las mariposas. Pero, según afirmó Katherine Reese Peebles, con la cual Nabokov mantuvo una relación amorosa cuando era profesor en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, “le gustaban las mujeres y las chicas, pero nunca las niñas”. Además, Véra sabía que para el personaje de Lolita Vladimir recurrió al rapto de la niña Sally Horner, un caso que a finales de los cuarenta sacudía al país. Día tras día Nabokov buscaba en los periódicos americanos nuevas revelaciones sobre las terribles peripecias de Sally en manos de su secuestrador para usarlas en su novela. Sobre el rapto de Sally Horner, la escritora Sarah Weinman ha publicado recientemente su libro La auténtica Lolita.
Las atenciones abusivas del tío Ruka tuvieron como consecuencia también que Nabokov mirara con escepticismo a los homosexuales. Se distanció de su hermano Serguéi a causa de la homosexualidad de éste. Es algo sorprendente porque Nabokov era un hombre muy abierto y en absoluto moralista. Sin embargo, al enterarse de que Serguéi se había portado como un héroe cambió de actitud. Durante la Segunda Guerra Mundial, Serguéi nunca ocultó su desprecio por la Alemania de Hitler y el régimen nazi al que criticaba abiertamente; alguien le delató y Serguéi fue a parar a un campo de concentración nazi donde murió. A posteriori Nabokov se avergonzó de su postura fría hacia su hermano. Y entonces cambió de actitud hacia la homosexualidad en general.
A lo largo de décadas se han escuchado críticas a Lolita desde las sensibilidades feministas. Muchas de ellas no parecen percibir todos los matices de la novela. Como la gran obra de arte que es, Lolita está escrita desde una libertad absoluta y busca reflejar la complejidad de cualquier comportamiento humano. Nabokov nunca pretendió escribir un panfleto, aunque dejó claro entre líneas para quien sepa leer que rechazaba al indigno seductor de menores y que Lolita fue una víctima. Del mismo modo que Nabokov fue una víctima porque Lolita también es él. La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt