sábado, 2 de noviembre de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Entre monjes. Publicado el 07/11/2017












En medio de un silencio donde lo que sucede en el siglo, como la crisis de Cataluña, llega en modo de eco, los benedictinos viven un tiempo que gira sobre si mismo, comenta el escritor Mario Vargas Llosa en El País. El monasterio está rodeado de montañas y de bosques que, comienza diciendo, en este pleno otoño, exhiben sus colores cobrizos y dorados con orgullo. La parte más antigua del local, la del altar, es románica, del siglo XI, y el resto de la iglesia un gótico del XVI. El enorme edificio ha sido deshecho y rehecho varias veces, pero las viejísimas piedras siguen siempre allí, enormes, inmortales, preservando el silencio. Es lo que me impresiona más, fuera de la regla de San Benito, escrita en el siglo sexto, que sigue regulando el funcionamiento de éste y todos los monasterios benedictinos en el mundo; con algunas adaptaciones a la época, claro está, como la supresión de los castigos corporales y la exclusión de los niños abandonados que, por lo visto, recogían las comunidades medievales. Hay veintiún monjes, tres de ellos novicios, en éste en el que paso cuatro días, una experiencia que deseaba tener desde que leí La montaña de los siete círculos, de Thomas Merton, hace muchos años. El abad está contento porque hay otros tres posibles novicios en perspectiva. La continuidad del monasterio parece, pues, asegurada.
El silencio es tan intenso que se lo escucha y, cuando uno habla dentro del recinto, sólo susurra y sintetiza, con la mala conciencia de estar cometiendo una falta. Que los monjes casi no hablen entre ellos no significa que estén callados. Todo lo contrario. Desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche cantan sin cesar, en latín, vigilias, laudes, tercia, sexta y nona, vísperas y completas, además de las misas diarias, que son todas cantadas, y los rosarios vespertinos. Pero los jueves en la tarde tienen un recreo; pueden salir a pasear por el campo, siempre en grupo, y conversar entre ellos. El silencio es estricto en el refectorio a la hora de las comidas, durante las cuales un monje lee siempre en voz alta textos piadosos, vidas de santos o informaciones religiosas.
La televisión y la radio están prohibidas, pero el monasterio recibe dos periódicos —no pude averiguar cuáles—, de modo que los monjes no están totalmente desinformados de lo que ocurre al otro lado de esas altas murallas entre las cuales han elegido pasar el resto de sus vidas. Sin embargo, tuve la impresión de que lo que ocurre allá, en el siglo, no les importa demasiado. Si les importara, tal vez les sería más difícil aceptar esa existencia hecha de silencio, pobreza y soledad, de rituales y oraciones sin término, de tiempo que no fluye sino gira sobre sí mismo. Son unos días muy graves para España, tal vez los peores de su historia, cuando una conjura separatista parece a punto de provocar una catástrofe sin precedentes en el reino más antiguo de Europa; y, sin embargo, aquí, a mi alrededor, nadie parece alterarse con semejante perspectiva. Sólo en la misa del domingo el abad, con austeras palabras, pide unas oraciones para España y Cataluña.
Nadie parece aquí triste y mucho menos desesperado; son contagiosos el entusiasmo y la alegría con que los monjes entonan los salmos en la iglesia, las bellas voces que se distinguen durante la rica liturgia. Hay algunos viejecitos entre ellos —y uno que “ha perdido ya la cabeza”— pero la mayoría están en la flor de la edad, como el bibliotecario que en la biblioteca del claustro me muestra, feliz, dos incunables y una primera edición de San Juan de la Cruz. Y como el abad, hombre sabio, muy culto, con el único que llego a tener un amago de conversación. En la orden, según él, funciona una genuina democracia; los monjes eligen a su abad y pueden también deponerlo cuando piensan que no está a la altura de sus funciones. Dentro de la regla de San Benito, cada comunidad se organiza como mejor le convenga, tomándose las mayores libertades, sin sujetarse a un único modelo. En ésta, por ejemplo, tanto para aceptar a un novicio como para admitirlo en el monasterio luego de los dos años de noviciado, es preciso que al menos tres cuartas partes de los monjes lo aprueben. No todos los monjes son sacerdotes; los que lo son han debido seguir, luego del noviciado, un mínimo de seis años de estudio de teología, siempre lejos del lugar en el que luego vendrán a enclaustrarse.
¿Muchos abandonan? Poquísimos. La razón, según mi interlocutor, es que no es nada fácil ser admitido en la comunidad; ésta debe estar convencida de que hay una verdadera vocación en el aspirante, una conciencia clara de lo que va a perder y de lo que va a ganar. Cuando resulta más o menos evidente que no está en condiciones de continuar, la comunidad se adelanta a persuadirlo de que abandone, pues hay otros modos de buscar a Dios y de servirlo.
¿Puede apreciar cabalmente un agnóstico como yo lo que significa la entrega de estos hombres (y mujeres, pues la regla de San Benito regula también muchos monasterios de monjas de clausura) a su fe? Seguramente, no. Es probable que sólo se pueda entender que haya quienes eligen un destino de aislamiento, frugalidad, rutina y espiritualidad tan extremados, si se cree que hay otra vida después de ésta, en la que un ser supremo sanciona el mal y recompensa el bien, y que este es el mejor camino del perfeccionamiento y la salud.
Lo que un agnóstico puede entender y admirar en este lugar y en estas personas es lo que T. S. Eliot llamó la continuidad de la cultura y la importancia que para la civilización tienen las formas. San Benito no fue sólo exponente mayor de una creencia religiosa, sino el adelantado de una manera de ser, de creer y de actuar que cambiaría la historia del mundo, echando los fundamentos de una sociedad más libre y más justa de las que había conocido la humanidad hasta entonces, de una cultura que dejaría una huella trascendente en la historia. Ella estuvo cargada de violencia, por supuesto, y, también, de injusticias, como todas las historias. Pero evolucionó, fue dejando atrás lo peor que había en ella, el fanatismo, la intolerancia, los prejuicios, fue aprendiendo a coexistir con quienes la criticaban y negaban, y, al mismo tiempo, dejando testimonios en las artes, en la literatura, en la filosofía, en las costumbres, de unas formas que distinguían lo bello de lo feo y de lo horrible, lo malo de lo bueno, lo aceptable de lo inaceptable. Esa cultura ha hecho el mundo más vivible para millones de millones de personas. Por eso la supervivencia de semejante pasado en un presente tan confuso como el nuestro es necesaria, una manera de evitar retroceder de nuevo a la barbarie. Esto no es imposible. España ha estado a punto de vivir en estos días esa regresión a la pura barbarie que es el nacionalismo, un retroceso a épocas que parecían superadas y que sin embargo seguían siempre ahí, amenazando desde las sombras con resucitar odios y enemistades, el viejo fanatismo que está detrás de todas las matanzas.
Estos monjes acaso no lo saben, pero, haciendo lo que hacen, mantienen vivas las raíces de nuestra civilización, nos defienden de la desintegración política y moral, del retorno al salvajismo primitivo, ese mundo de instintos en libertad en el que, según la metáfora de Georges Bataille, en la jaula en que vivimos todos los ángeles podrían ser devorados por los demonios.
Ha sonado el silbato. Dentro de cinco minutos, exactamente, empezará a sonar el órgano y estallarán los cantos gregorianos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, La puerta, de Simone Weil (1909-1943)

 






LA PUERTA



Ábrenos pues la puerta y veremos los vergeles,

Beberemos su agua fría donde la luna dejó su huella.

La larga ruta quema enemiga a los extranjeros.

Erramos sin saber y no encontramos lugar alguno.


Aquí la sed está sobre nosotros. Queremos ver flores.

Esperando y sufriendo, aquí estamos ante la puerta.

Si es necesario romperemos esta puerta a golpes.

Presionamos y empujamos, pero la barrera es demasiado fuerte.


Hay que languidecer, esperar y mirar vanamente.

Miramos la puerta; está cerrada, inquebrantable.

Fijamos en ella los ojos; lloramos bajo el tormento;

La vemos todavía; el peso del tiempo nos abruma.


La puerta está ante nosotros; ¿de qué nos sirve querer?

Vale más irse abandonando la esperanza.

No entraremos jamás. Estamos hartos de verla…

La puerta al abrirse dejó pasar tanto silencio


Que ni los vergeles surgieron ni flor alguna;

Solo el espacio inmenso donde habitan el vacío y la luz

De pronto se presentó de un lado al otro, colmó el corazón,

Y lavó los ojos casi ciegos bajo el polvo.



Simone Weil (1909-1943)

Escritora francesa










De las viñetas de humor de hoy sábado, 2 de noviembre de 2024

 




























viernes, 1 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy viernes, 1 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos hoy viernes, 1 de noviembre de 2024. Mis condolencias más sinceras y todo mi afecto a las víctimas y familiares de las personas fallecidas y desaparecidas a causa de la DANA que ha asolado el levante peninsular estos días. No hay nada que pueda resarcirles de su dolor, pero espero que la ayuda y solidaridad del resto de los españoles les permita recuperarse lo más pronto posible. El tiempo del ayer se empeña en hacerse presente por mucho que pasen los años, se dice en la primera de las entradas de hoy, y recordamos con melancolía que Franz Kafka murió hace 100 años, y el mundo vuelve a despertarse como Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis, en su cama, convertido en escarabajo. La segunda es un archivo del blog de septiembre de 2019, y va de la forma en que los dos grandes poemas épicos de Homero, la Ilíada y la Odisea, llegaron hasta nosotros, rodeada de incógnitas, pero que los expertos coinciden en que su origen se encuentra en la tradición oral, más o menos del siglo VIII antes de nuestra era. La tercera es hoy un poema del Siglo de Oro español que comienza con estos versos: Quien dice que la ausencia causa olvido / merece ser de todos olvidado. / El verdadero y firme enamorado / está, cuando está ausente, más perdido. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt








De la realidad

 






El tiempo del ayer se empeña en hacerse presente por mucho que pasen los años, dice en El País [La metamorfosis de España, 28/10/2024] el poeta Luis García Montero. 20 años, 100 años no son nada. Recordamos con disciplinada melancolía cultural que Franz Kafka murió hace 100 años, y el mundo vuelve a despertarse como Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis, en su cama, pero convertido en un escarabajo después de un sueño intranquilo. Al pensar en sí mismo no encuentra consuelo. El bicho es muy feo por dentro y por fuera. Los atentados, las invasiones, los bombardeos, los genocidios y las complicidades definen bien el argumento de una realidad monstruosa. Las posibilidades de la metáfora kafkiana aluden también a los autoritarismos despóticos, los fanatismos religiosos, los odios militantes y las democracias que traicionan sus valores al servicio de un capitalismo sin escrúpulos, simbolizado hoy por las fábricas de armas y los misiles que cruzan las sociedades en forma de bulo. 

Pero el amor a la literatura sirve para darle la vuelta a la realidad y a sus mejores ficciones. La imaginación supone un diálogo con la esperanza. Pienso en España y le doy la vuelta al despertar de Franz Kafka o de su protagonista en La metamorfosis. El sueño intranquilo de la crispación me había hecho vivir en una realidad mediática llena de insultos, catástrofes, corrupciones, fanatismos, monstruos, bichos, escarabajos y traidores. Me dolía España como a Unamuno. Intentaba sobrevivir en un Estado policial, una dictadura parecida a la de Venezuela, un nido de migrantes malísimos, un infierno en el que ardían los pecadores más infames del mundo según pregonaban los pseudoperiodistas y los depredadores en las redes sociales. Pero de pronto me despierto y España no es un escarabajo, las cifras del empleo y la economía son buenas y su presencia en el mundo es más envidiable que nunca, así que no quiero volver a dormirme. En las viviendas quedan todavía muchas cosas por arreglar.











[ARCHIVO DEL BLOG] El largo viaje de Homero. Publicado el 08/09/2019










La forma en que los dos grandes poemas épicos de Homero, la Iliada y la Odisea, llegaron hasta nosotros sigue rodeada de incógnitas, escribe el periodista y redactor-jefe del semanario Babelia, Guillermo Altares. La inmensa mayoría de los expertos coinciden en que su origen se encuentra en la tradición oral, más o menos en el siglo VIII antes de nuestra era. A principios del siglo XX, investigaciones de antropólogos como Milman Parry revelaron que todavía quedaban bardos en los Balcanes que, aún siendo analfabetos, eran capaces de recitar de memoria largos cantos épicos. Utilizaban fórmulas similares a las que aparecen en los textos de Homero como trucos mnemotécnicos, por ejemplo reiterar las descripciones de los héroes: “Aquiles, el de los pies ligeros” o “Ulises, el de las mil tretas”.
Las traducciones actuales, comenta Altares, se basan fundamentalmente en manuscritos medievales, aunque existen numerosos papiros anteriores, algunos con casi 2.300 años de antigüedad. Como ha explicado el profesor Óscar Martínez, traductor de Homero (La Ilíada, en Alianza Editorial) y presidente de la delegación de Madrid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, el texto homérico se fijó en Atenas en torno al siglo VI antes de nuestra era, pero luego desapareció. Tuvo un papel importante en su transmisión la destruida Biblioteca de Alejandría, Roma y, finalmente, los monasterios medievales. Este helenista, autor de una estupenda historia de la Grecia antigua, Héroes que miran a los ojos de los hombres (EDAF), defiende una interesante teoría sobre el origen de la Odisea: fue, en cierta medida, una guía de viajes para un mundo nuevo, porque se originó en el mismo momento en que los griegos estaban expandiéndose por el Mediterráneo. “Gracias al viaje de Odiseo, los griegos aprendieron a negociar su lugar en el Mediterráneo y a encajar la imagen de este nuevo universo en su viejo mundo”, escribió en este diario.
Cuando terminan las vacaciones es un buen momento para recordar que la literatura y los viajes han caminado juntos desde Homero. Los libros nos han ayudado a encontrar nuestro lugar en el mundo y a volver a casa después de un viaje comprendiendo mejor lo que hemos visto, pero también aquello a lo que volvemos. Se atribuye asimismo a Homero el invento del concepto de nostalgia y es cierto que los viajes, y los regresos, siempre están llenos de ausencias, por el tiempo que pasa, por los amigos que no encontraremos al volver. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














El poema de cada día, Hoy, Quien dice que la ausencia, de Juan Boscán (1490-1542)

 






QUIEN DICE QUE LA AUSENCIA



Quien dice que la ausencia causa olvido

merece ser de todos olvidado.

El verdadero y firme enamorado

está, cuando está ausente, más perdido.


Aviva la memoria su sentido;

la soledad levanta su cuidado;

hallarse de su bien tan apartada

hace su desear más encendido.


No sanan las heridas en él dadas,

aunque cese el mirar que las causó,

si quedan en el alma confirmadas.


Que si uno está con muchas cuchilladas,

porque huya de quien lo acuchilló,

no por eso serán mejor curadas.



Juan Boscán (1490-1542)

Poeta español










De las viñetas de humor de hoy viernes, 1 de noviembre de 2024