Vivimos tiempos melancólicos, de una izquierda que no concibe nada más allá de las ideas liberales de mayo del 68, la deconstrucción posmoderna de los ochenta y la política de identidades de fin de siglo, que por ahí llaman woke, comenta la escritora Ana Iris Simón [El fracaso del Nuevo Frente Popular. El País, 07/09/2024]. Cuando quieren inventar algo, como mucho copian de los años treinta el New Deal, añadiendo Green para pintarlo de verde eco, o el Frente Popular, poniéndole el prefijo Nuevo (NFP).
Suelen preferir conceptos históricamente fallidos, quizá por alguna adicción al fracaso, como aquel New Deal que no logró gran cosa antes de la guerra, o los frentes populares que en España, Chile o la misma Francia fueron aplastados por el fascismo. Aplastados pero épicos y trágicos; ya es mucho más que este NFP, que repite la historia como farsa. El Frente Popular de los años treinta tenía como enemigo interior al pistolerismo fascista y grupos como Action Française, que intentaban tomar el poder, además del enemigo externo nazi-alemán que amenazaba la integridad de Francia. Hoy, en el país galo quien se dedica al pistolerismo son las bandas criminales, quien abusa de la democracia es la tecnocracia de Macron y quien tiene Francia ocupada, para horror de De Gaulle, es el eje Bruselas-Washington.
La izquierda nostálgica, falta de victorias reales actuales, añora las viejas glorias del antifascismo y fantasea con que el Reagrupamiento Nacional de Le Pen es el neofascismo, en lugar de una derecha tibiamente nacionalpopulista. Sobredimensiona a un enemigo y, como contrapartida, infravalora al otro, Macron, que comparado con la diabolizada Le Pen le parece un socio con quien pactar, compartir estrategia electoral y aspirar a gobernar. El planteamiento traiciona a los frentes populares originales, que sabían que hasta el fascismo de verdad (no Le Pen) era un enemigo secundario respecto al capitalismo, e incluso que combatir al primero no hacía preferible al segundo, como comentaba Trotski.
Además de una traición, estamos ante una estrategia fallida de “alertas antifascistas” y ”cordones sanitarios” que fracasa en Italia, vence precariamente en España y pírricamente en Francia, donde se ha sometido a la izquierda a un proceso homeopático de sucesivas disoluciones. Antes de las elecciones, el NFP marginó a los sectores de izquierda más transformadores en lo económico y disidentes en política exterior, en aras de facilitar la convivencia interna con socioliberales, verdes y pequeña progresía. Durante las elecciones, propusieron un frente republicano en alianza con los de Macron, sustituyendo el más mínimo horizonte reformista por conservar contra el lepenismo algo llamado “la república”. “República” para Macron significa el poder del capitalismo financiero, protegido contra el capitalismo doméstico de pequeños terratenientes y burguesía nacional que representa Le Pen. La izquierda alucinada se imagina que esa “república” es, en realidad, la democracia de liberté, egalité, fraternité, que deben defender de la reencarnación de Pétain. Así, se someten a Macron en un acto que para el loco es heroico y para el cuerdo, suicida. Después de las elecciones, algunos progres como Glucksmann proponen un frente europeo que legitima que Los Republicanos (el PP de allí) acaben colocando a un primer ministro suyo, Michel Barnier. Y en el NFP pretenden zanjar su fracaso con la conclusión de que “al final, el capitalismo siempre prefiere a los fascistas”, cuando más bien la progresía ha preferido cargar contra gigantes y luego culpar al mago Frestón cuando los apalea el molino. Ana Iris Simón es escritora.