sábado, 1 de junio de 2024

De las vilezas de Occidente

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 1 de junio. La lista de actuaciones ilegales o reprobables de los países occidentales no deja de crecer, escribe en El País el analista de política internacional Andrea Rizzi, y la ola ultraderechista amenaza con empeorar un historial ya muy oscuro. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com













La bajeza de Occidente
ANDREA RIZZI
25 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La lista, dolorosamente larga, no deja de crecer. Es el cúmulo de actuaciones ilegales, indignantes, reprobables o de muy dudosa moralidad de Occidente. Washington, líder de ese espacio y principal potencia mundial, destaca en cuanto a responsabilidades, pero Europa no está ni mucho menos exenta de ellas. Observemos una selección de las últimas tres décadas.
El genocidio de Srebrenica, símbolo de la terrible inacción europea en las masacres de los Balcanes.
Guantánamo, Abu Ghraib, el programa de vigilancia masiva sin autorización judicial Viento Estelar y los vuelos de la vergüenza de la CIA, emblemas de la abdicación de EE UU al Estado de derecho y los derechos humanos, con cooperación de algunos países europeos que facilitaron tránsito y centros operativos a la agencia estadounidense.
La invasión de Irak, atropello del derecho internacional fundado en mentiras descaradas, capitaneada por EE UU, pero de nuevo con connivencias europeas, como las del Reino Unido, España y Portugal.
La Libia primero intervenida y luego abandonada al desastre.
La Siria directamente abandonada al desastre.
El egoísmo en la distribución de las vacunas en la pandemia: EE UU, sin exportarlas; los europeos, exportándolas, pero boicoteando la liberación de patentes.
La anuencia, durante décadas, a la ilegal e injustificada ocupación israelí de territorios palestinos con todos los abusos a ella vinculados. Y, en el caso de EE UU, el continuado suministro de munición a una respuesta bélica con toda probabilidad criminal, y sin duda alguna deshumana.
El rebote, cada vez más desacomplejado, de solicitantes de asilo. La infame separación de niños de sus familias practicada por la Administración de Trump. Las puertas abiertas a los refugiados de Ucrania, las cerradas a los sirios. La subcontratación a regímenes autoritarios de la tarea de freno de inmigrantes, a sabiendas de que los métodos son los esperables de parte de regímenes autoritarios de esa calaña, y quedándose a gusto con el mero hecho de haber reclamado que todo se haga con pulcritud.
Estos dos últimos apartados —la guerra en Gaza y la inmigración— son los que nos conciernen más ahora. En el primero sigue habiendo demasiados gobiernos occidentales que, por la vía de no hacer nada más que pronunciar inútiles críticas, de facto facilitan la continuación de la deshumana acción bélica que Netanyahu lleva adelante y seguirá llevando si nadie le frena, porque así le conviene a él y porque el coste es muy limitado. La orden de cese inmediato de la ofensiva de Israel sobre Rafah emitida por el Tribunal Internacional de Justicia —así como la petición del fiscal Tribunal Penal Internacional de una orden de arresto para Netanyahu y el ministro de Defensa israelí así como para tres líderes de Hamás— es a la vez un recordatorio de la altura de un sistema internacional basado en reglas así como de sus límites de eficacia y de la bajeza de los poderes occidentales que, con limitadas excepciones, no se plantan ante todo esto. Biden había señalado como línea roja para Israel en una operación sustancial en Rafah. De momento, no ha reaccionado. Tal vez ocurra lo mismo que con la línea roja que —en circunstancias diferentes— señaló Obama a El Asad sobre el uso de armas químicas: nada.
En el segundo apartado, el migratorio, tenemos ahora, entre otros movimientos, a 15 países de la UE que reclaman a Bruselas que se avance en esquemas que buscan consolidar la Europa fortaleza, aquella que rebota a todo el mundo sin preguntar, y que se ocupen países terceros, sin muchos miramientos. El marco conceptual de la ultraderecha ha ganado, desde hace años ya.
Los occidentales no estamos a la altura de los grandes valores que profesamos pero, a menudo, no practicamos: democracia, Estado de derecho, una concepción universalista de los derechos humanos, un orden mundial basado en reglas y una idea que sobresale del marco jurídico, la de la dignidad humana.
Los atropellos enumerados en este artículo tienen padres de distinto signo político. Es una Casa Blanca demócrata la que sigue alimentando a Netanyahu. Fue un Downing Street laborista el que se embarcó en el horror de Irak. Es la Dinamarca socialdemócrata la que encabeza la petición de avanzar a escala UE en la senda del modelo Ruanda de Sunak o el modelo de Albania de Meloni. Sería un error encapsular responsabilidades en un único bando.
Pero hay que ser ciego o tener mala fe para no ver hasta qué punto el auge de la ultraderecha amenaza con hundir hasta niveles desconocidos este historial de bajezas de Occidente. Hechos incontrovertibles muestran la amenaza democrática que han supuesto los liderazgos de Orbán, Kaczyinski o Trump. Meloni, con la que ahora el Partido Popular Europeo se abre a pactar, es más sutil. No es lo mismo que Orbán, que habla abiertamente de democracia iliberal, o Trump, que alentó un asalto al Parlamento. Pero sus maniobras para colonizar el espacio mediático, construir un relato cultural hegemónico y presionar a intelectuales, opositores o periodistas desprenden un pésimo hedor.
Con distintos matices, la galaxia de ultraderecha comparte un denominador inquietante, que es el del nacionalismo y la política identitaria. Es peligroso porque detrás del nacionalismo subyace siempre una idea latente con el potencial de cuajar en horrores: que el interés nacional superior acabe justificando cruzar ciertas líneas frente a los demás. Justificando discriminaciones, excepciones. Nosotros y nuestros intereses, primero; los demás, y los valores, después. La altura reside en el universalismo de democracia, derechos humanos, orden mundial basado en reglas. La bajeza merodea en la relativización. De ahí brotan las plantas más tóxicas.
Los regímenes autoritarios del mundo predican abiertamente esa relativización, de la idea según la que derechos humanos y democracia deben interpretarse según las circunstancias de cada país. Ese es el planteamiento explícito de China y Rusia. Si alguno de sus sostenedores se ha regocijado con este catálogo de críticas a Occidente, tiene pocos motivos para ello: en aquellos países la dignidad humana es pisoteada hasta el punto extremo de impedir la libre expresión de las ideas, entre otras cosas.
Los ultraderechistas de las democracias no son comparables a aquellos y tienen diferencias entre ellos, pero tienden a coquetear, deambular cerca de esa relativización, sea con la democracia iliberal de Orbán, el poco velado supremacismo, el fastidio por la rigidez de un derecho que insiste en considerarnos a todos iguales. Esa vieja idea tan molesta para algunos.
Occidente debe esforzarse de mantenerse leal a sus valores. Primero porque es justo. Después, porque le conviene en la gran competición con las potencias autoritarias. Ciertas bajezas solo espolean desprecio y resentimiento.
Mantener la altura no es fácil. La han perdido dirigentes de todo color político. Pero poca duda cabe de que nacionalismo y políticas identitarias son una masa oscura con una fuerza de atracción hacia abajo mucho más grande que el universalismo. Es la composición de esa masa para la UE del próximo quinquenio, la que está en juego en las elecciones europeas cuya campaña acaba de abrirse, por la vía del voto ciudadano y de los pactos posteriores. Andrea Rizzi es analista de política internacional.






























[ARCHIVO DEL BLOG] Dios al desnudo. [Publicada el 01/06/2008]









Polemizar sobre la existencia o no existencia de Dios con un creyente (o con un "no creyente) es absurdo. Es una cuestión irracional e irresoluble. La lista de los que lo han intentado es inabarcable. Y siempre, la piedra de toque, es el silencio de Dios ante el sufrimiento. No voy a insistir en ello. No soy creyente. Los mitos son bellos, pero no dejan de ser mitos. Allá cada cual que crea en lo que le parezca. La polémica puede resultar muy dolorosa, como en el caso de la filósofa francesa Simone Weil  y su famosa "Carta a un religioso".
¿Vivimos en un mundo creado por un dios todopoderoso, omnisciente y absolutamente bueno?, se pregunta el filósofo y profesor de la Universidad de Princeton Peter Singer en El País de hoy. Los cristianos así lo creen. No obstante, todos los días nos enfrentamos a un motivo poderoso para dudarlo: en el mundo hay mucho dolor y sufrimiento. Si Dios es omnisciente, sabe cuánto sufrimiento hay. Si es todopoderoso, podría haber creado un mundo sin tanto dolor, y lo habría hecho si fuera absolutamente bueno.
Los cristianos generalmente responden que Dios nos concedió el don del libre albedrío, y por lo tanto no es responsable del mal que hacemos. Pero esta respuesta no toma en cuenta el sufrimiento de quienes se ahogan en inundaciones, se queman vivos en incendios forestales provocados por un rayo o mueren de hambre o sed durante una sequía.
Los cristianos tratan de explicar este sufrimiento diciendo que todos los seres humanos son pecadores y merecen su suerte, por espantosa que sea. Pero los bebés y niños pequeños tienen las mismas probabilidades que los adultos de sufrir y morir en desastres naturales y parece imposible que lo merezcan.
Una vez más, algunos cristianos sostienen que todos hemos heredado el pecado original cometido por Eva, que desafió el decreto de Dios de no comer del árbol del conocimiento. Esta es una idea repelente por partida triple, ya que implica que el conocimiento es malo, que desobedecer la voluntad de Dios es el mayor de todos los pecados y que los niños heredan los pecados de sus antepasados y pueden ser justamente castigados por ellos.
Aun si aceptáramos todo esto, el problema sigue sin solución. Los animales también sufren a causa de las inundaciones, incendios y sequías y, puesto que no descienden de Adán y Eva, no pueden haber heredado el pecado original.
En tiempos pasados, cuando el pecado se tomaba más en serio que hoy en día, el sufrimiento de los animales planteaba un problema particularmente difícil a los pensadores cristianos. El filósofo francés del siglo XVII René Descartes lo resolvió mediante el drástico recurso de negar que los animales puedan sufrir. Sostenía que los animales eran simplemente mecanismos ingeniosos y que no se debían tomar sus chillidos y contorsiones como señal de dolor, de la misma manera que no se toma el ruido de un reloj despertador como señal de que tiene conciencia. Es poco probable que las personas que tienen un gato o un perro encuentren convincente ese argumento.
El mes pasado, en la Universidad de Biola, una escuela cristiana en el sur de California, debatí la existencia de Dios con el comentarista conservador Dinesh D'Souza. En los últimos meses, D'Souza ha insistido en discutir con ateos prominentes, pero a él también le costó trabajo encontrar una respuesta convincente al problema que he descrito.
Primero dijo que puesto que los seres humanos pueden vivir eternamente en el cielo, el sufrimiento de este mundo es menos importante que si nuestra vida en este mundo fuera la única que tuviéramos. Eso sigue sin explicar por qué un dios todopoderoso y absolutamente bueno lo permitiría. Por insignificante que sea este sufrimiento desde la perspectiva de la eternidad, el mundo estaría mejor sin él, o al menos sin la mayor parte de él. (Algunas personas afirman que necesitamos algo de sufrimiento para apreciar lo que es ser feliz. Tal vez, pero ciertamente no necesitamos tanto).
A continuación, D'Souza adujo que como Dios nos dio la vida, no estamos en condiciones de quejarnos si no es perfecta. Utilizó el ejemplo de un niño nacido sin una pierna. Dijo que si la vida en sí misma es un don, no se nos hace un daño si recibimos menos de lo que podríamos desear. En respuesta, señalé que nosotros condenamos a las madres que dañan a sus bebés mediante el uso de alcohol o cocaína durante el embarazo. No obstante, ya que le dan la vida a sus hijos, parece que según la opinión de D'Souza lo que hacen no tiene nada de malo.
Por último, D'Souza recurrió, como lo hacen muchos cristianos cuando se les presiona, a la afirmación de que no podemos esperar entender los motivos de Dios para crear el mundo tal como es. Es como si una hormiga tratara de entender nuestras decisiones, por lo insignificante que es nuestra inteligencia en comparación con la infinita sabiduría de Dios. (Ésta es la respuesta que se da de forma más poética en el Libro de Job). Pero una vez que abdicamos así de nuestra capacidad de raciocinio, bien podemos creer lo que sea.
Además, la afirmación de que nuestra inteligencia es insignificante en comparación con la de Dios presupone exactamente el punto que se está debatiendo: que existe un dios omnisciente, omnipotente y absolutamente bueno. Las evidencias que tenemos ante nuestros propios ojos indican que es más razonable creer que el mundo no fue creado por dios alguno. Si de cualquier forma insistimos en creer en la creación divina, nos vemos obligados a admitir que el dios que creó el mundo no puede ser todopoderoso y absolutamente bueno. O es malvado o no es muy hábil. Sean felices, por favor. O al menos inténtelo. A pesar de Dios. HArendt. 











viernes, 31 de mayo de 2024

De la necropolítica y la felicidad

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 31 de mayo. No se trata de acelerar las experiencias, cuantificar el placer o sumirnos en la hedonia al límite,  comenta en El País la escritora Azahara Palomeque, sino, según Horacio, de vivir intensamente hasta lo más simple. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Cómo ser feliz rodeada de necropolítica
AZAHARA PALOMEQUE
25 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

A veces, siento una alegría inmensa por el hecho de estar viva que se deposita en mirar la corriente de un río, saludar a un vecino, o comprobar que —a fuerza de riego constante— ha crecido la hiedra y ya es más alta que yo. A veces, si enfermo o noto un dolor fortuito, como buena hipocondríaca, pienso que me voy a morir de inmediato, pero se me pasa cuando imagino las amistades que me recordarían, quizá no tantas, pero suficientes para acompañarme, junto a los difuntos que ya me esperan del otro lado. A veces, me desgarra una rabia furibunda al comprobar cuántos matan impunemente, privando a alguien de la posibilidad de un río, una hiedra, y quebrando la red tupida de afectos que esa persona ha construido en comunidad, es decir, extendiendo la destrucción hacia otros teóricamente aún aquí. Me he detenido en esta reflexión tras leer a la filósofa Ana Carrasco-Conde (La muerte en común, 2024), que reivindica un deceso cargado de amor —por quien se ha marchado, pero también por aquello hilvanado conjuntamente—, cantos y rituales constitutivos de una subjetividad enlentecida y gregaria, y en un momento en que mis constantes vitales, mis pulsaciones y anhelos, se encuentran en las antípodas de la necropolítica actual.
Yo, migrante retornada de Estados Unidos, donde contemplaba paisajes arrasados por la epidemia de opiáceos, torrentes desgraciados de ansiedad en los que no podían hacer frente a las facturas médicas, y una violencia policial, racista, atroz, volví a casa sin más pretensiones que respirar entre las hebras del cariño y el sol, abrazando el carpe diem que Carrasco-Conde analiza: no se trataba de acelerar las experiencias, cuantificar el placer o sumirnos en la hedonia al límite, sino, según Horacio, de vivir intensamente hasta lo más simple: el olor del azahar, o el del café, cuyo vínculo con la poesía estableció Borges. Que transcurran los días sin que alguien se olvide de decirme que me quiere, tras haber sido discriminada antaño, o que a una cena de tres se sumen dos presencias inesperadamente fabulosas, después de haber conjugado el individualismo más atomizador, colma la existencia de una plenitud que asimismo retoza en el cuerpo táctil, vibrátil, el mismo que soy capaz de celebrar sin consumismo o adicciones inconfesables. Lo que ocurre tras la catábasis, a veces, es que aprendes a admirar la sencillez del páramo por contraste: no tiene círculos sucesivos soterrados, entra la luz, algún insecto revolotea. Sin embargo, esa postura es cada vez más minoritaria, porque una no puede plantar la primavera en una maceta y esperar que florezcan campos de cultivo.
Nuestras sociedades, especialmente las élites, han desarrollado un gusto pernicioso por la aniquilación. Los 7.291 ancianos abandonados a la parca en residencias conforman una cifra alegórica que representa tendencias globales destinadas a acabar con todo lo bello conocido, y la belleza se halla también en la supervivencia, y en los cuidados frente a la despedida. Erich Fromm explicaba la seducción que ejerce el fascismo en las multitudes a partir de impulsos sádicos que buscan ser satisfechos y actúan contra todo interés racional, pero, para que un individuo los experimente, la fuente de la crueldad debe permanecer próxima: unas políticas criminales, un atentado nunca reconocido como tal al efectuar recortes en el Estado del bienestar, una completa desconsideración ante el sufrimiento que genera un genocidio o un desahucio. El ojo humano que enfoca el pétalo y se deleita sabe que más allá, tal vez donde no alcanza la vista, “la muerte va al volante”, como argumenta Andreas Malm al referirse a la falta de medidas climáticas presentes en el capitalismo fósil, y en algún vericueto de su gozo se desliza una negación implicatoria atada a la culpa, parecida al pesticida utilizado para destruir el pulgón, la lombriz y la pureza del agua.
Cómo voy a reivindicar una vida cuajada de vínculos vecinales, piropos al suelo atravesado de huellas de todos los tamaños porque la gente camina y se topa con los demás en el sendero, y loas al aire que nos da de cantar en mitad de un mundo gobernado mayormente por sádicos que, en realidad, desgobiernan al capricho de magnates económicos, azuzados por acólitos que aplauden, abajo, sus intenciones luctuosas y trafican con las biografías de las siguientes generaciones es algo que me preocupa. Cómo no voy a dejar que nos roben la alegría, escatimando en cinismo e intentando por todos los medios expandirla, así las fuerzas sicarias sean superiores apuntala un propósito vital que me torna tan feliz como responsable. Si, de acuerdo con Carrasco-Conde, la ausencia de cantos (emparentados los fúnebres y las nanas) nos transforma en seres desencantados, yo me he empeñado en entonar una copla a los amaneceres rosáceos donde no se escucha un tiroteo ni el lamento por la caricia negada. Radica ahí la intensidad humilde, cotidiana, que merecemos y una resistencia contra quienes se empeñan en morirnos como único paradigma sociopolítico, moneda de cambio para lo que no se puede comprar. Azahara Palomeque es escritora y doctora en estudios culturales por la Universidad de Princeton. 




























[ARCHIVO DEL BLOG] Chapuceros. [Publicada el 15/07/2020]










Los errores gramaticales, faltas de ortografía o erratas ensucian los textos y les restan credibilidad, comenta en el A vuelapluma de este miércoles [Chapuceros. El Pais, 4/7/2020] el periodista de El País y Defensor del Lector de dicho diario, Carlos Yárnoz. En las redacciones -comienza diciendo Yárnoz- se escucha este comentario con preocupante asiduidad: “Es buen periodista, pero redacta mal”. A quienes dicen eso hay que recordarles la frase del fallecido filólogo Fernando Lázaro Carreter: “Si alguien falla ante un problema simple como es el de escribir o hablar sin faltas, fallará igualmente ante los problemas de su profesión o de su ciencia; las posibilidades de que sea un chapucero serán muchas”. El lector Javier Muñoz Álvarez me ha remitido a esas palabras para quejarse de las puñaladas que damos a la gramática quienes debemos dominarla como herramienta básica del oficio. Todos los días hay en el diario erratas, faltas de ortografía o errores gramaticales que ensucian textos y les restan credibilidad.
La portada del 26 de junio incluía en la principal noticia de la portada de su edición impresa la palabra “fenomeno” —sin acento—, que ya auguraba mayores problemas en su desarrollo en el interior. Contenía una decena de erratas. Algunas tan feas como esta discordancia: “No obstante, este libertad…”; o esta frase incomprensible: “…debe realizarse esa compensación, aunque abre los convenios establezcan fórmulas para hacerlo”; o esta coma fuera de lugar: “A las empresas les, exige…”
Once días antes, se publicó en la web una información sobre Eusko Alkartasuna con 32 errores, erratas y comas mal puestas o inexistentes donde debieran estar. En la versión impresa —más corta—, los fallos fueron ocho en cinco párrafos.
El pasado jueves por la mañana, en la principal noticia de portada en la web se leía textualmente: “Esto hace que si se toman estas cifras se desluzca lo sucedido. porque sucedido entre el primer y el último día del mes hay un retroceso en la afiliación de casi 100.000 empleos, provocado básicamente por el tradicional desplome del último día, que sucede en épocas de bonanza y de crisis”.
Ninguna sección se libra y los lectores escriben enfadados para decir que hemos puesto “ciudadanos aireados” en lugar de “airados” (José Sarabia, el pasado 19); “cultibo” en vez de “cultivo” (Miguel Fernández F., el día 20); “tierra incógnita” donde era “tierra ignota” (Mercedes Sánchez, el 31 de mayo); “bollante”, y no “boyante (Puri Rodríguez, el 3 de mayo); “correo posta” donde era “correo postal” (Fernando García González)…
La epidemia afecta a zonas que, como Opinión, han sido mimadas siempre en el periódico. El pasado 30, un análisis incluía esta frase: “¿Un par de meses encerrados casa?” El 29, en una columna apareció este inoportuno acento —”…imaginar la España qué queremos ser…”—, junto a esta frase incompleta: “…que estén mejor capacitadas para la exigente tarea definir el futuro y acelerar…” El 28, se publicó un análisis con el título de Pactos mefistotélicos, en lugar de “mefistofélicos”; I. Irigorri afeó que en otra columna del 25 de mayo figuraba en alguna edición “aboya” en lugar de “abolla”…
Hasta en Babelia aparecen errores intolerables en su suplemento cultural. En la entrevista al escritor Martín Kohan del pasado 27, apareció esta hache donde no debía: “Yo hecho todo de menos”.
Las fe de errores son otra fuente de problemas, de incumplimiento del Libro de estilo, que incluye esta entrada que intenta evitar las confusiones propiciadas por el uso de una coma tras un adverbio:: “Como. El uso de una coma antes del adverbio ‘como’ cambia el significado en muchas frases (…) Si se trata de subsanar un error, se incurre en otro en frases como la siguiente: “El presidente de la empresa es Mario Martínez y no Mariano Martín, como se publicó ayer”. Detrás de frases similares se adivina la intención de escribir ‘en contra de lo que se publicó ayer’, pero la coma cambia el sentido”.
Hay bastantes ejemplos de esa mala costumbre que confunde al lector, como ocurrió el pasado día 15 con esta fe de errores: “Olof Palme fue asesinado hace 34 años, en 1986, y no 36, como se publicó en el editorial del pasado sábado”. Con esa coma detrás de 36, más parece una fe de aciertos que una fe de errores.
Los lectores no perdonan tales fallos. Almudena Olmos y José Sarabia proponen un buzón para avisar de los errores. Puri Rodríguez se ofrece a “revisar cada edición antes de su entrada en máquinas”. Irene Ramiro dice que hay tantas faltas que “encontrarlas se ha convertido en un pasatiempo” para ella y su hermana. Javier Burgos añade: “Nunca creí que periódicos como EL PAÍS publicaran artículos repletos de faltas y errores”.
En su regreso como director, Javier Moreno dijo en su primer mensaje a la Redacción el pasado 18: “Tenemos unos lectores exigentes, fieles, y tenemos que darles más calidad”. Ellos no van a cambiar. Debemos hacerlo los periodistas". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












jueves, 30 de mayo de 2024

De la apisonadora

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 30 de mayo, Día de Canarias. La metáfora visual que resume con descaro cínico este tiempo, dice en El País el escritor y académico de la Lengua, Antonio Muñoz Molina, es ese anuncio de un nuevo modelo de iPad que la compañía Apple se ha apresurado a retirar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









En lucha contra la apisonadora
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
25 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Cada época encuentra sus metáforas: imágenes que resumen la realidad y el espíritu de un tiempo igual que una fórmula química contiene la composición de una materia. La metáfora visual que resume con descaro cínico este tiempo es ese anuncio de un nuevo modelo de iPad que la compañía Apple se ha apresurado a retirar nada más estrenado, con la rapidez culpable de quien quisiera borrar unas palabras recién dichas sin darse cuenta o un gesto incontrolado que revelan justo aquello que más quisiera ocultar. Los dueños de Apple, que en gran parte son los dueños del mundo, cultivaban en otras épocas más crédulas una fantasía publicitaria de creatividad desatada, de una especie de misticismo futurista que estaba entre la psicodelia pop de los últimos sesenta y los vapores corporativos de la new age, que parecían irradiar de la presencia de su líder, surgiendo como una visión religiosa o un holograma en aquellos escenarios lejanos como altares, o como cimas de esas montañas sobre las que desciende una cegadora divinidad, en este caso algún modelo nuevo y más bien superfluo de cualquiera de sus muchos productos. Las religiones establecidas tienen la ventaja de que ya no van a darnos ninguna sorpresa, y algunas hasta contienen principios éticos admirables, y bellos pasajes de poesía en sus textos sagrados. Las religiones de la política del siglo XX —el estalinismo, el nacionalismo, el fascismo— no tuvieron más patrimonio estético ni ético que los embustes y las exageraciones intoxicadoras de la propaganda; las religiones tecnológicas del XXI no han dado de sí por ahora más que unos cuantos anuncios y unas efigies de gurús vestidos de diseño que imitan en todo el hieratismo litúrgico de los antiguos profetas salvadores, así como su omnipotencia y su omnipresencia, en algún caso, como el de Steve Jobs, prolongada después de la muerte. Multitudes de sus fieles más devotos lo lloraron cuando murió, con el desconsuelo de que se fuera tan pronto, y el desconcierto de que no fuera inmortal; y cada vez que su sucesor en la tierra lanza un nuevo producto, alzándolo bajo un rayo de luz en un escenario en penumbra, como si mostrara el Grial, o el cáliz consagrado, esos mismos devotos repartidos por toda la anchura del mundo velan durante noches enteras para conseguirlo cuanto antes, con la misma mansa impaciencia que los peregrinos exhaustos ante la puerta cerrada de un santuario.
El cristianismo pasó en un par de siglos de las catacumbas de la clandestinidad a la alianza con los grandes poderes terrenales. En mucho menos tiempo, Apple ha pasado de la estética del hippismo y la revelación espiritual comprimida en la forma de un iPhone a la cruda amenaza de una apisonadora apocalíptica. Quien no haya visto todavía el anuncio suprimido debe apresurarse a buscarlo en YouTube. Es obsceno en su brutalidad, en su arrogancia despótica, en su descarada voluntad de destrucción y supremacía. Una canción de pop blando y acústico empieza a sonar en un disco de vinilo. “Soy todo lo que necesitas”, dice el estribillo en inglés. Sobre una ancha mesa metálica se acumulan todo tipo de objetos, como en aquellas “vanidades” del Barroco en las que los pintores reunían unos libros, una partitura, una copa de oro, un reloj, un cetro, una vela encendida, una calavera, para simbolizar lo transitorio de las vidas y las obras humanas. Quizás alguno de los talentos mercenarios del anuncio se inspiró en las acumulaciones de esos cuadros: en lo más alto una trompeta, y debajo una guitarra, metrónomo, un montón de cuadernos y libros, tarros y botes de pinturas, una máquina de escribir, una batería, una bola iluminada del mundo, una claqueta, una mesa de sonido, un maniquí de sastre, una de esas figuras articuladas de madera que se usan en las escuelas de dibujo, un piano sobre el que hay una partitura, una maqueta de arquitecto, una cámara de fotos, un busto clásico, una lámpara de estudio de brazo flexible, unas cabezas amarillas de goma con los ojos saltones. Mientras sigue sonando la canción tonta y risueña, una prensa apisonadora empieza a descender lentamente y va aplastando uno por uno todos esos instrumentos de saberes y oficios. Hay una delectación en los detalles: la trompeta aplastada que cruje, el metrónomo que se rompe, la madera y las cuerdas del piano trituradas, el muñeco de madera cayendo hacia atrás como una silueta humana aniquilada, los tarros de cristal que se rompen provocando una catarata de pinturas que lo mancha todo. Al final de todo, a la pelota amarilla se le salen los ojos bajo la presión de la apisonadora, que completa su tarea de aplastamiento sin dejar una fisura.
La religión triunfadora barre de los altares las estatuas de los antiguos dioses y funde el oro y la plata de sus objetos litúrgicos. En un barato éxtasis musical, entre nubes de polvo o de humo, la plancha se levanta y en su superficie no queda ni rastro de todas las cosas destruidas. Lo que aparece, inexplicable y misterioso, como los pergaminos o las láminas doradas de una nueva fe, a la vez inmaterial y tangible, ingrávido, viviente, es el nuevo iPad. En un cuento de Borges, los guerreros de una tribu invasora queman todos los libros de una civilización, por temor a que contengan injurias a su dios, “que era una espada de hierro”. A los señores de Apple no les basta con eliminar los libros impresos: como asépticos talibanes aspiran también a destruir los instrumentos musicales, las partituras, los altavoces; como iconoclastas de su integrismo tecnológico quieren borrar las imágenes y triturar las estatuas. El anuncio es la metáfora impúdica de un absolutismo que nos va privando día tras día de la biodiversidad de tantas cosas cotidianas condenadas a desaparecer en beneficio de un monopolio que se apodera de todo, el monoteísmo de un solo objeto que elimina todos los demás, una especie invasora que empobrece y acaba arrasando un ecosistema.
Estas palabras las escribo en un Mac. Al alcance de la mano tengo un smartphone, apagado para asegurarme el silencio mientras trabajo. Pero miro a mi alrededor y me gusta recrearme en la variedad de las cosas que me acompañan, las necesarias y las inútiles, las que duran mucho tiempo y no se estropean, las que alimentan mi memoria y las que me son tan familiares que cuando estoy usándolas no sé distinguir entre el trabajo y el puro deleite: botes con lápices, una goma de borrar y un estuche que hacen su servicio y guardan intacto el olor de la escuela, una caja de cartón que contuvo un juguete y en la que he guardado entradas de conciertos y de cine, posavasos de bares, tarjetas de restaurantes, un tarro de cristal con varios tornillos herrumbrosos del puente George Washington que recogí hace años a la orilla del río Hudson, fotos de mi mujer y de mis hijos en épocas diversas de la vida. Y también cuadernos y borradores y papeles sueltos en los cajones, como un humus fértil que tal vez dé fruto alguna vez, y un calendario en el que apunto a lápiz citas y fechas de entrega, y tinteros con tintas de varios colores, y una pluma de segunda mano con la que he escrito los borradores de dos novelas, y una estantería de libros y otra de cedés en las que puedo ver desplegada como la biografía de mis aficiones literarias y musicales, no mediadas por ningún algoritmo, sino por mi capricho soberano. No quiero renunciar a nada. La música en cedé o en vinilo suena mucho mejor que en streaming. Quiero que la tecnología me facilite ciertas cosas en la vida pero no quiero vivir sometido a ella, a las maquinaciones codiciosas de unos plutócratas disfrazados de gurús. No es nostalgia. Es resistencia y rebeldía contra la apisonadora. Antonio Muñoz Molina es escritor y miembro de la Real Academia de la Lengua.



















[ARCHIVO DEL BLOG] 30 de mayo: Día de Canarias. [Publicada el 29/05/2012]













La patria es una peña
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.
A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.
A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.
Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.
A mí no me entusiasman
ridículas utopías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.
Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.
A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.
La sangre de mis venas,
a mí no se me importa
que venga del Egipto
o de la razas célticas y godas.
Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas.
La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.
La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.
Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.
Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.

"La sombra de un almendro"
Nicolás Estévanez (1838-1914)




Canarias no es solo un archipiélago de 36567 km2 de superficie marítimo-terrestre y 2202048 habitantes situado a 95 km de África y 940 km de la península Ibérica; ni tampoco es solo una comunidad autónoma más dentro del reino de España. Canarias es ante todo y sobre todo un estado de ánimo, rodeado de agua por todas partes, con los pies en África, la mente en Europa y el corazón en América.
Quizá sea por eso que se dice que el espíritu de los isleños, de todos los isleños del mundo, tiene vocación universal. Quizá fue eso lo que quiso decirnos, en lenguaje poético, Nicolás Estévanez, militar, político y poeta grancanario, en los versos que me sirven de emotiva introducción a esta entrada con la que pretendo rendir homenaje a mi patria de adopción. 
Todos los pueblos antiguos consideraban que su "patria", etimológicamente la tierra de los padres, era el centro del mundo. Canarias no es ni ha sido nunca el centro del mundo, pero para el mundo clásico greco-romano, sus filósofos, sus historiadores y sus poetas, Canarias fue el lugar donde estaban el Paraíso, los Campos Elíseos, el Jardín de las Hespérides, la cumbre de la Atlántida, las islas Afortunadas. Y eso marca... Y perdónenme la reiteración de mayúsculas.
Canarias ocupa un lugar central en la historia de mi familia. Mis padres vivieron en la isla de El Hierro entre 1940 y 1945, y luego, durante unas semanas de ese último año en la ciudad de La Laguna, en la isla de Tenerife. De vuelta a la Península, donde yo nací unos meses después, Canarias fue, sobre todo para mi madre y mis hermanos mayores, esa Arcadia feliz a la que añoraban y de la que hablaban continuamente. Y yo, en cuanto llegué a la mayoría de edad, no lo dudé ni un momento: tenía que volver al Paraíso, a la Tierra Prometida, de la que no entendía muy bien porque habían salido mis padres. Y a mis veintiún años aterricé, literalmente, en tierra canaria. Y aquí me quedé y aquí sigo. Canarias son mi mujer y mis hijas; canarios mis tres nietos. Canario soy yo ya para siempre, no solo porque lo diga la ley, sino porque lo dice y lo sabe mi corazón.
Y ni mañana, 30 de mayo, que celebramos el Día de Canarias, ni hoy, y sin que sirva de precedente, voy a meterme con el gobierno; lo dejo para otro día. Pero hoy sí quiero desearles de nuevo que sean felices, por favor. Háganlo por ustedes, y por mí. Y feliz Día de Canarias a todos sus hijos de las islas y de la diáspora. Tamaragua, amigos. HArendt