lunes, 20 de mayo de 2024

De la resistencia

 










Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 20 de mayo. El caballo Caramelo, comenta en El País la escritora Lídia Jorge, rodeado de agua durante las inundaciones de Brasil. refleja la enigmática atracción por la imagen de la resistencia. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Somos caballos sobre un tejado de zinc
LÍDIA JORGE
19 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante. Uno de esos terrenales instantes a los que se pide que duren. (Wislawa Szymborska)
1. Me acuerdo de António Guterres cuando era joven, delgado, trabajaba como asistente social y llevaba unos bigotes negros. Hoy ya no es así, pero entre tanto se ha convertido en un hombre cuyas palabras abarcan desde hace tiempo la Tierra entera. En tiempos recientes, el secretario general de la ONU se ha convertido incluso en la bisagra en torno a la que giran quienes defienden a Palestina como Estado de derecho y la coexistencia con su vecino Israel, legitimados ambos por las leyes internacionales. Aun sin poder efectivo, es, en cualquier caso, un pregonero de la paz sin ambigüedades. Además, y por mencionar lo más obvio, también es alguien que ha puesto en la agenda común la preocupación por el desarrollo de las nuevas formas de inteligencia. Con todo, no creo que la imagen que perdure de él en el futuro sea ninguna de estas, ni tampoco esa otra en la que aparecía sentado al final de la interminable mesa de Putin, al principio de la guerra de Ucrania. Creo que, para la historia, António Guterres estará asociado, sobre todo, a la fotografía acuática que apareció en la portada de la revista Time el 24 de junio de 2019.
2. En ella, António Guterres aparece vestido de traje, como si asistiera a una ceremonia, sumergido hasta las rodillas en el agua. Su rostro nos ofrece un gesto de desamparo y asombro, de anuncio y demostración. Como si su figura dijera: “Mirad lo que nos va a pasar”. El título que lo ilustraba, Our Sinking Planet, provenía del artículo que Justin Worland había escrito en las páginas del interior sobre el caos climático. Más poderosa que el Acuerdo de París, esta portada de Time se convirtió en la mejor advertencia sobre el cambio climático y los efectos del calentamiento global. Se convirtió en el icono de la idea de que los cambios que estamos viviendo tienen causas humanas y, como tales, pueden revertirse. O, como dice el ensayista Betâmio de Almeida, “la crisis ambiental es una imagen del hombre y de la tecnología en el espejo de la naturaleza”.
No es solo eso, sin embargo. Esta poderosa imagen sirve también para expresar la conciencia de que existen otros cambios, a largo plazo, que son la propia condición de la Tierra como ser del espacio sujeto a inestabilidad. Por mi parte, no puedo mirar esta fotografía y no imaginar que cualquier ser humano, incluso uno que tiene un auditorio tan amplio, no pasa de ser un pasajero fugaz sorprendido por el aumento del nivel del mar. Y que desde siempre se han producido cambios geológicos, eras sucesivas, glaciaciones, desplazamientos de continentes, rugidos repentinos de grandes masas sólidas y lentos cambios a lo largo de millones de años. Otra clase de tiempo que nos resulta ajeno.
3. Era todavía una niña cuando, por simple casualidad, me asaltó la sospecha de que esa otra clase de tiempo existía. En nuestra casa, en el Algarve, había dos piedras labradas en forma de espiral. Creíamos que se trataba de dos esculturas antiguas que habían sido retiradas de los muros que rodeaban los campos de cultivo. Pero un día, alguien que vino a visitarnos nos explicó que no eran dos piedras talladas, sino dos fósiles, dos caracoles gigantes, dos amonites, animales de otra era en la que ese mismo terreno donde se levantaba la casa era el fondo de un mar. Allí hubo peces y agua salada. Esos caracoles gigantes eran la prueba de esa otra configuración de la Tierra. Pensando en cosas así, ¿qué niño podría conciliar el sueño?
Con el paso del tiempo, acabaría sabiendo que ese tiempo se llamó Cretácico, el último período de la era mesozoica, que esos caracoles gigantes fueron coetáneos de los dinosaurios y que padecieron la misma forma de exterminio que ellos. Que la Tierra tenía entonces una configuración diferente, que América del Norte aún seguía unida a Europa, que la playa donde me bañaba en el mar aún no existía, era una franja de tierra unida a África. Que todo esto había ocurrido durante un período de tiempo tan vasto y tan antiguo que no era compatible con el pensamiento humano. En aquel entonces, para quienes sufrían el dolor de ambos tiempos, el del vasto tiempo paleontológico y el muy reciente tiempo de los hombres, personas inteligentes hablaban a escondidas de lo que escribía Teilhard de Chardin, y así yo dejaba de pensar en monstruos y lograba conciliar el sueño.
4. Hoy, lo que sucede en el alma de los niños ha de ser forzosamente diferente. Nacen con la imagen del Cretácico, entre sus juguetes hay desde figuras de dinosaurios hasta representaciones de extraterrestres que parecen dinosaurios. Sus figuritas más íntimas tienen escamas, alas de murciélago y escupen fuego. Saben, o al menos les hacen saber, que los humanos somos animales de transición a la espera de que un meteorito gigante, volando a una velocidad de 70.000 kilómetros por hora, forme un nuevo cráter en la Tierra. Conocen los secretos del cambio climático. Describen las costas de sus países cuando las aguas suban 10 metros y los pueblos queden sumergidos muy por encima de las últimas azoteas. Saben, desde el jardín de infancia, que la Tierra es un planeta perdido entre miles de galaxias cuyos nombres conocen, mientras repiten que el cosmos está en permanente expansión. Puedo estar equivocada, pero quiero pensar que, entre tales extremos, les vendría bien cierta forma suave de ayuda que les diga que vale la pena ser personas.
5. Vale la pena ser personas. Eso fue lo que pensé hace unos días cuando las tormentas azotaron Río Grande do Sul, en Brasil. Las lluvias, los vientos y las inundaciones dejaron más de 150 muertos, 124 desaparecidos, 75.000 personas que vieron sus casas destruidas y 530.000 que tuvieron que ser desalojadas. También allí parecía cumplirse el diluvio anunciado por Guterres. Las aguas se alzaron, engulleron, destruyeron y arrastraron. Y en medio de la devastación, apareció la imagen de un caballo sobre un tejado, intentando resistir.
Un caballo de pelaje dorado, larga cola, patas blancas como si llevara calcetines, una raya clara que unía los dos lados de la cara. Un tejado de zinc afilado a dos aguas del que era fácil que resbalara. No resbalaba, permanecía aferrado al zinc. La imagen comenzó a difundirse por el mundo y llamó la atención del artista argentino José Acuña, quien pintó a su vez el caballo en el tejado. Ahora, la imagen fantástica y la real circulan juntas y nos dan qué pensar.
Hay mil interpretaciones posibles sobre la atracción que, de repente, llega a ejercer a escala global la imagen de este resistente caballo. Como siempre, el efecto de la seducción nunca es susceptible de análisis; su condición es la incompletitud, pero aun así hay que intentarlo. Somos seres habilidosos, es probable que la atracción por la imagen del caballo en el tejado solo signifique que hemos encontrado una excusa para evitar la tragedia. En mi opinión, sin embargo, se trata simplemente de la enigmática atracción por la imagen de la resistencia. Aquel hermoso caballo que pudo haber resbalado y ser arrastrado por la inundación, resistía. Era un ser vivo entre el mundo de las cosas destruidas y el de las cosas salvadas. Representaba el instante que se detiene antes de la destrucción. Un estandarte escrito en forma de belleza entre todos los que murieron y todos los que se salvaron. Ese momento fluctuante en el que todo puede suceder. Y sucedió. Un equipo de rescate logró rescatarlo y salvarlo. Nuestro hermano de la creación, el caballo. Creo que la imagen de un caballo así merece que se la ofrezcamos a los niños. Lídia Jorge es escritora. 



























[ARCHIVO DEL BLOG] USA, 2016: ¿Hombre, mujer, blanco, negro? [Publicada el 20/05/2015]












¿Saben ustedes en qué fecha se celebra cada año la Pascua cristiana? ¿Y las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América? Son fechas que nunca, o casi, nunca caen en el mismo día de un año para otro, y sin embargo se saben a ciencia cierta cuando se celebran... Estoy seguro que los amables e inteligentes lectores de Desde el trópico de Cáncer lo saben perfectamente, pero como los editores del blog me pagan a tanto por línea, vamos a explicitarlo, por un si acaso...

La Pascua cristiana (el Domingo de Resurrección) se celebra el primer domingo que sigue a la primera Luna llena después del Equinoccio de Primavera. Hay una excepción, pero no viene a cuento ahora; esa es la norma general. Las elecciones presidenciales en USA, sin excepciones, se celebran el primer martes que sigue al primer lunes de noviembre de cada año bisiesto. ¿Sencillo verdad? 

Por cierto, lo de cobrar por línea es broma. Lo que me faltaba ahora es que la SGAE y la AEAT me investigaran por el blog... Pero vamos con el asunto de hoy, circunscrito, como reza el título, a las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América previstas para el mes de noviembre del próximo año.

Incursos como estamos en el larguísimo proceso electoral de las primarias norteamericanas para la designación de candidatos a la presidencia de la república, recuerdo que corrió hace siete años un chiste por los mentideros políticos estadounidenses que decía que el reverendo Jesse Jackson, influyente líder negro del partido demócrata, y pastor protestante, había interpelado a Dios para sondearle sobre las posibilidades de que uno de los dos candidatos demócratas llegara a la presidencia. 

Al parecer, el reverendo Jackson le preguntó a Dios que si una mujer, Hillary Clinton, que en aquellos momentos luchaba por la nominación demócrata, frente al mulato Barack Obama, podría llegar a presidenta de la gran nación norteamericana. La respuesta de Dios, no excesivamente sibilina, fue: "Eso no lo verás tú". Fue entonces cuando de nuevo Jackson interpeló a Dios, preguntándole, por si las moscas, que si podría llegar a ser presidente un negro, encima mulato, es decir, Barack Obama. Y la respuesta de Dios fue lapidaria: "Eso no lo veré yo".

Como todos saben (a conejo ido, palos a la madriguera), Dios se equivocó a pesar de su omnisciencia, y no solo ganó un mulato la designación demócrata sino que también ganó la presidencia, ¡por dos veces! 

En este año y medio que quedan pueden pasar muchas cosas, pero un servidor de ustedes se apunta de nuevo a la opción Hillary, y no solo por llevarle la contraria a Dios, que sí, que también por eso, sino porque uno ha votado "demócrata" desde aquel lejano 1960 en que Kennedy ganó por los pelos a Nixon, y a estas alturas de la vida se me hace muy cansino cambiar de etiqueta.

Les invito a leer este entrañable artículo del profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo, titulado "El tío Tom ante la Casa Blanca", que aunque escrito hace ya bastantes años (el 26 de junio de 2008) con motivo de la disputa Obama-Clinton, no ha perdido un ápice de actualidad. Les dejo con él.

Puede un negro estadounidense blanquearse lo suficiente para dar el salto desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca?, comienza preguntándose Gil Calvo. Esa celebérrima novela (Uncle Tom's Cabin, publicada por Harriet Beecher Stowe en 1852), el libro más vendido del siglo XIX tras la Biblia, representó en su momento el principal manifiesto abolicionista de la esclavitud, a la que contribuyó a erradicar tras la victoria federal en la Guerra Civil. Pero un siglo después, bajo el influjo de la lucha emancipatoria emprendida por el movimiento de los derechos civiles, pasó a simbolizar la domesticación cultural de los afroamericanos, como antiguos esclavos que asumen con docilidad su segregación racial impuesta por la hegemonía de la dominación wasp (blanca, anglosajona y protestante). Una sumisión jerárquica que este mismo año podría pasar a la historia, si Barack Obama es elegido presidente de Estados Unidos.

¿Qué esperanzas cabe albergar acerca de la posible realización de lo que indudablemente sería una conquista histórica, no sólo para los afroamericanos y el conjunto de los estadounidenses sino para toda la humanidad, dada la posición preeminente que ocupan éstos a la cabeza de la sociedad mundial? No demasiadas, aunque haberlas, haylas. La balanza de posibilidades es difícil de calcular, pues los comicios de noviembre cerrarán una campaña que se juega a la vez en varios tableros múltiples, y en la que todo puede pasar. Si estuviéramos tan sólo ante una contienda electoral, a resolver en clave exclusivamente política, la balanza se inclinaría probablemente del lado demócrata por múltiples razones: fracaso absoluto de la Administración Bush en todas sus aventuras imperiales, aguda crisis financiera, hipotecaria y económica, agravamiento de las desigualdades sociales con fuerte empobrecimiento relativo de las clases medias, agotamiento del ciclo político republicano con descrédito de la revolución neoconservadora, mayoría de edad de una nueva generación post-baby-boomer inmersa desde su infancia en la revolución cybercultural...

La comparación entre los candidatos, esencial en un sistema presidencialista muy personalizado, y todavía más en una democracia mediática donde se compite por la imagen y la reputación, ofrece mayor equilibrio, aunque también podría favorecer al demócrata. El senador McCain es demasiado mayor, y su carácter conservador forjado en su historial militar, aunque afín al patriotismo castrense de los estadounidenses, resulta excesivamente continuista respecto al imperialismo de Bush, que ya ha sido aborrecido por la mayoría del electorado. En cambio, el senador Obama ha adquirido el carisma del joven héroe redentor destinado a conducir al pueblo a una futura tierra de promisión, de acuerdo con el espíritu de frontera que anima al progresismo estadounidense con su cultura del cambio innovador. Es verdad que también parece demasiado liviano, vaporoso e inexperto, como un cruce de Fred Astaire y el flautista de Hamelin en versión hip hop: yes, we can. Pero a cambio ha demostrado su predestinación para el éxito, al vencer contra pronóstico en inferioridad de condiciones a la todopoderosa pareja Clinton que partía de favorita en las primarias, reviviendo así la gesta bíblica de David contra Goliat. Y si pudo contra Bill y Hilary, bien podrá quizá contra Bush y McCain.

Pero si bien la balanza política y mediática parece inclinarse a favor de Obama, no sucede lo mismo con la balanza social. Estos comicios presidenciales no van a parecerse a los precedentes, pues no se van a ventilar como una mera competición electoral entre republicanos y demócratas. Por el contrario, todo indica que se van a entablar como una abierta guerra cultural entre los varones blancos dominantes que detentan la hegemonía y una coalición de minorías excluidas (afroamericanos, mujeres, hispanos, etcétera) que reclaman su turno de acceso al poder, bajo el liderazgo del primer candidato negro que aspira a la presidencia de Estados Unidos. Algo excepcional e insólito, pues ocurre por primera vez en la historia, imponiendo al modelo americano una suerte de estado de excepción. Y esto encierra una paradoja, pues es algo que sólo podría suceder en Estados Unidos, de acuerdo con la ideología del American dream, pero a la vez resulta muy difícil que ocurra allí, pues la estructura social estadounidense, caracterizada por la persistente segregación de los afroamericanos, lo hace imposible.

En efecto, el estadounidense es el único sistema político en el que todo ciudadano de cualquier origen social puede llegar a ser presidente, según reza el eslogan del sueño americano. Y esto es así porque desde un comienzo Estados Unidos es el paraíso de la emigración, dada su gran capacidad de acogida y asimilación de sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes de todos los puntos cardinales: primero escoceses e irlandeses, después germanos y escandinavos, luego polacos e italianos, más tarde turcos y árabes, y hoy por fin asiáticos e hispanos. Gentes heterogéneas de cualquier raza y religión que, atraídos por el imán de la Estatua de la Libertad (como el armenio protagonista del filme de Kazan América, América), comienzan trabajando en la base de la pirámide laboral para ir ascendiendo socialmente generación tras generación, hasta integrar-se en las amplias clases medias con lo que dejan libre un hueco vacío al pie de la escala social que pronto es rellenado por nuevas oleadas de inmigrantes foráneos.

Es el conocido melting pot, característico de una sociedad abierta donde todos pueden integrarse a través del mercado de trabajo con amplia igualdad de oportunidades, elevada movilidad social y altos niveles de exogamia (matrimonios mixtos): variable esta última que actúa como el mejor test de integración social en el american way of life. Pero no sin excepciones, pues hay dos grupos étnicos excluidos de este paraíso de la inmigración: son los nativos autóctonos, demográficamente irrelevantes a causa del genocidio que padecieron, y los afroamericanos descendientes de esclavos, que no llegaron como emigrantes libres sino como trabajadores forzosos. Y esa lacra histórica heredada de la esclavitud no ha sido superada todavía, perviviendo intacta en la memoria colectiva. De ahí la persistencia de una latente segregación racial que encierra a los afroamericanos en sus ghettos endogámicos, sin que haya podido ser corregida por unas políticas de integración escolar en gran medida fallidas a causa de la segregación residencial y matrimonial, como prueba la ausencia de exogamia.

¿Podrá Barack Obama romper este muro endogámico cruzando la barrera de la segregación racial? Es posible que lo consiga, pues en su persona coinciden dos características extraordinarias que no se dan en los demás afroamericanos. Ante todo, él sí es fruto de la exogamia, pues procede de un matrimonio mixto entre mujer blanca y varón negro. Y además, no es descendiente de esclavos, pues su padre fue un africano (keniano) que emigró libremente a Estados Unidos. De ahí que esté en las mejores condiciones para cumplir por fin el sueño americano, superando la última frontera racial heredada de la esclavitud para unir a todos los estadounidenses de cualquier color en una sola comunidad cívica, tal como él mismo reclamó en su discurso de ruptura con el racista reverendo Wright. Pero para eso habrá de lograr que la mayoría de sus conciudadanos tanto negros como blancos le conduzcan en volandas desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt














domingo, 19 de mayo de 2024

De la nostalgia que fue...

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 19 de mayo. Los mismos que decían que el movimiento 15-M fue una “vacuna democrática” que garantizaba que en España nunca existiría la extrema derecha, comenta en El País la escritora Ana Iris Simón, ahora insinúan que algunos discursos y sentires de entonces podrían contener trazas reaccionarias. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Nostalgia del 15-M
ANA IRIS SIMÓN
18 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Esta semana ha sido el aniversario del 15-M y ha pasado sin pena ni gloria entre quienes se reclamaban sus herederos. Creerán que se ha quedado viejo y ya no moviliza. Habrán encontrado nuevos mitos en el 8-M, la revuelta climática o los aplausos en los balcones, que han envejecido peor que las manifestaciones de 2011 y emocionan a menos de los que cabían en la Puerta del Sol.
Tal vez el olvido del 15-M tenga que ver con que sus autoproclamados representantes cambiaron las lonas por la moqueta. ¿Cómo seguir hablando de “la primera generación que vive peor que sus padres” cuando uno se embolsa un salario que roza o sobrepasa las seis cifras anuales? Aunque bien es cierto que algunos de ellos simplemente igualaron el nivel de vida de su linaje.
Estuvieron en las plazas momentáneamente junto a aquellos que de verdad no tenían futuro entonces ni lo tendrían en lo venidero: ni trabajo estable, ni acceso a vivienda, ni la posibilidad de formar una familia. Coincidieron en el espacio físico y luego se fueron al lugar que, por clase, les correspondía. Se dejaron de “democracia real” y “momento populista” para ocupar un lucrativo espacio en el régimen del 78 como sucursal del PSOE y en el esquema general del capitalismo como agencia eco-trans-racializada. El mejor predictor de dónde va a acabar alguien es de dónde viene, y algunos supuestos heraldos del 15-M no dejaban de ser una caterva de pijos con educación privada, buenos barrios, una red de contactos importantes e incluso apellidos históricos de la progresía. Su sitio no era la tienda de campaña, sino aquel en el que han acabado: algún ministerio desde el que poder preocuparse por el género no binario en las escuelas y descolonizar los museos.
La mayoría de los que compartieron plaza y protestas con ellos tenían un pasado peor que pronosticaba un futuro peor: barrios pobres y periferias, padres sin formación ni contactos, la necesidad de trabajar mientras estudiaban. Pero también tenía un legado que hacer valer: la dignidad de la clase obrera, la protección de unas familias que en lo peor de la crisis salvaron a los suyos sin grandes apellidos pero con gran generosidad, el saberse de un lugar (madrileños, catalanes, españoles) incompatible con la tutela de “hombres de negro” desde Bruselas y la incendiaria memoria reciente, la certeza de que las cosas se estaban poniendo cada vez más negras para ellos.
Lo escribía Juan Carlos Monedero, uno de los pocos que se ha acordado del 15-M en este aniversario: “Desde entonces están peor las guerras, el clima, la vivienda, el empleo y la importancia de España”. Pero muchos de sus excompañeros tildarán estas palabras de peligrosa melancolía. Los mismos que decían que el 15-M fue una “vacuna democrática” que garantizaba que en España nunca existiría la extrema derecha, ahora insinúan que algunos discursos y sentires de entonces podrían contener trazas reaccionarias. Han conquistado su calma en la vida burguesa y ahora les asustan los que siguen indignados, escépticos o con cualquier sentimiento distinto a felicidad bobalicona, resiliencia o, como mucho, terrores climáticos como los de Astérix y Obélix.
Por eso tildan de reaccionario a quien afirme o piense lo mismo que entonces: que “mandan los mercados y no los hemos votado”, que “PSOE y PP la misma mierda es” y que los (ya no tan) jóvenes “somos la primera generación que vive peor que sus padres”. Porque la progresía del buen pasado individual no quiere reconocerle al pueblo ningún buen pasado colectivo. Ana Iris Simón es escritora.
 























[ARCHIVO DEL BLOG] Machirula. [Publicada el 11/05/2019]










¿Qué más se puede decir sobre las relaciones de pareja? Menos mal que somos un matrimonio que se esfuerza en dinamitar las relaciones de poder que nos denigran a las unas y a los otros, escribe la novelista española Marta Sanz.
Hoy he vuelto a casa con un humor de perros, comienza diciendo. Llegaba de viaje en un tren lleno de seres comedores de ganchitos que escuchaban, sin auriculares, sus “dispositivos” móviles. Volvía de dar un curso en no sé dónde, había dormido en una cama que no era la mía y sentía un clavo en la cabeza. Al llegar a Madrid comprobé que mi tarjeta de transporte estaba vacía e intenté recargarla en una máquina del metro. Repetí la operación varias veces quizá por culpa de mi inutilidad, aunque puede que las máquinas nos boicoteen. Sobre todo, cuando captan agotamiento o prisa. Un niño me dio una patada sin querer, pero no pidió perdón, los vagones iban de bote en bote, al salir del metro llovía a cantaros. Una furgoneta municipal, circulando a 70 por una estrecha calle, me salpicó y me empapó los pantalones. Al subir los tres pisos que llevan a mi casa, mi marido, sexagenario parado que reinventa su vida, estaba esperándome con una sonrisa que no supe apreciar. Había hecho la colada y la compra, revisado las facturas, tenía puesta la mesa. Había preparado el aperitivo y una ensalada de pulpo con patatas, cebolla, tomate y pimiento verde. “¿Le habrás echado pimienta de Jamaica, no?”, le interrogué con desconfianza. A mi marido la sonrisa comenzó a desdibujársele, pero se mordió la lengua. A mí se me iba poniendo la misma mala leche que al extraterrestre del chiste que se coloca un tricornio en la cabeza nada más bajar de su nave para echar un vistazo.
El malestar de mi marido y mi airada prepotencia —¿mi feminismo liberal?—, la insatisfacción de ambos, son fruto de nuestras respectivas educaciones machistas. Pero la tensión fue aliviándose poco a poco. Seguramente, la laxitud llegó porque somos una pareja de cierta edad que, con el paso del tiempo, ha aprendido que la expresión “llevar los pantalones” es fea; que ingresar el sueldo en una casa no le da a nadie patente de corso; que trabajo doméstico y cuidados son imprescindibles para que los viejos y nuevos modelos de familia funcionen; que el cuarto propio de las mujeres se relaciona con la posibilidad de disponer de un espacio personal, independencia y sueldo, pero también con ciertas formas amables de convivencia deseada y gregarismo humano; que hay trabajos que deberían pagarse y no se pagan, y que no todo lo que se paga es valioso; que los hombres no deberían sentirse capitidisminuidos si no pueden arrastrar el bisonte dentro de la cueva, ni las mujeres deberían golpearse los pechos con los puños si clavan la lanza en el corazón del jabalí que alguien les asará gratuitamente. Menos mal que somos un matrimonio de mediana edad que sabe esto y se esfuerza en dinamitar las relaciones de poder que nos denigran a las unas y a los otros, porque, si no, aquel día aciago quizá le habría soltado una leche a mi marido por no recibirme con una copita de coñac y las zapatillas en la boca. Yo no me habría dado cuenta de haber sido abducida por un macho prototípico del capitalismo salvaje, y él habría llorado y, sisando dinero de la compra semanal, habría pedido consejo a una pitonisa para resolver sus errores. Pese a que convendría evitar la asunción de modelos “viriles” y competitivos, hay que insistir en que, por regla general y estadística, por costumbre y costra histórica, somos nosotras las que solemos experimentar culpa. Las que nos mordemos la lengua, las pobras y las hostiadas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














sábado, 18 de mayo de 2024

De los toros como militancia

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 18 de mayo. En un momento en que solo se permiten las efusiones identitarias si coinciden con los límites de nuestra autonomía, comenta en El País el escritor Ignacio Peyró, el toreo parece vivirse como más placer da hoy: como una militancia contra otro. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Los toros: pijos de Barcelona vs. pijos de Madrid
IGNACIO PEYRÓ
17 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

España es país de conversos. Prohombres del Movimiento amanecieron un día siendo demócratas de toda la vida. Maoístas de pelo duro predican hoy el evangelio liberal. Algunos progresistas han pasado de agitar las pancartas en las plazas a mecer el Cardhu junto a la piscina: otros, rebautizados por Vox, intentan salvar a Occidente de tipos como los que ellos mismos eran hasta ayer por la mañana. Y mientras conocidos sátiros descubren su sensibilidad de aliados, un obispo cuelga los hábitos por una escritora de novela erótica. En fin, todos somos conversos de algo y yo mismo he empezado a comprar tofu. Lo decía Baroja: el mundo es ansí. Y España, más de bandazos que de matices.
Solo una cosa permanece inamovible en el ruedo ibérico: los taurinos no se hacen antitaurinos, y al revés. Acostumbrados a la polarización inducida, con los toros tenemos un caso de controversia real, quizá porque uno puede ser moderadamente atlético o moderadamente borrachín, pero no moderadamente taurino o antitaurino. Es uno de los hondos dilemas morales —cebolla sí, cebolla no; Ayuso sí, Ayuso no— con que los españoles vienen al mundo. Y quizá por ser hondo, no estamos dispuestos a ahondar más. Nos basta con situarnos. Me situaré yo también: nacido con El Cossío en casa, con los años generé un puritanismo contra esa “horda del sur envanecida y boba” que, según Foxá, poblaba los tendidos. Sin embargo, hay razones del corazón por las que he vuelto. Entre mis primeros recuerdos está la cogida del Yiyo: ¿cómo ser antitaurino sin pensar que estoy traicionando algo muy hondo? La relación, con todo, es problemática.
Quizá por eso sí merece la pena ahondar, siquiera sea por cabalgar —¡lidiar!— nuestras contradicciones. Uno puede amar la belleza del toreo, pero no sin contar los pinchazos que hay por cada chicuelina bien pintada. Uno puede ponderar su huella en la cultura, pero a sabiendas de que hay mucho bombero torero por cada verso de Lorca. Uno puede recurrir a Picasso, pero que no se sorprenda si otro recurre a Jovellanos. Y uno puede pensar que acabar con los toros sería acabar con España, pero si España puede sobrevivir sin curas —y yo diría que eso está por ver—, quizá también pueda sobrevivir sin toros. Por lo demás, con su estética ocurre como con el dodecafonismo: muchos prefieren una colonoscopia. Como fuere, sorprende, por parte taurina, el escamoteo del argumento fundacional: la continuidad de la tauromaquia proviene de una deliberación social implícita por la cual, reyes de la creación, nuestro arrobo merece el sacrificio ritualizado de un toro. Y lo hacemos porque los dolores ajenos son fáciles de soportar.
Estaría bien discutir de toros, siquiera para que cada uno se haga el chequeo: en un marco opinativo predecible, la duda es una de las formas de la libertad. Y en un momento en que debemos pronunciarnos sobre todo, nada para afirmar una soberanía de la conciencia como defender el derecho a pensárselo. Pero, como suele ocurrir entre nosotros, cuando hablamos de toros, en realidad estamos hablando de otra cosa. Estas semanas, la discusión taurina es solo otro afloramiento de la verdadera batalla por la hegemonía cultural en España: pijos de Barcelona frente a pijos de Madrid. Pijos de izquierdas vs. pijos de derechas. La mirada al país desde un fachaleco o desde una camisa de Toni Miró.
Un momento de esta lucha ha sido la eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia, a raíz de la cual tanta gente ha sabido que había un Premio Nacional de Tauromaquia. ¿Estamos ante una izquierda utópica que aprende posibilismo? ¿Es una reivindicación ante el electorado propio? A saber, pero también es una expresión de impotencia: se quitan los premios porque no se puede quitar la tauromaquia. No hay voluntad, ni valor, ni competencias. Y sí hay sendas cucharadas del paternalismo y la suficiencia moral de la neoizquierda: en poco tiempo han pasado de querer unir a los hijos del agro a condenar a la reeducación a la paletería.
No debieran tener prisa los antitaurinos: en los libros de Chaves Nogales, los niños jugaban a hacer recortes; ahora juegan a regatearse entre sí. Pero al polarizar puede ocurrir que los otros te polaricen a ti también. No sorprendería que, “como el toro se crece en el castigo”, la fiesta conozca un revivir: debajo del fachaleco también hay un corazón y todo el mundo quiere una raíz. El toreo ya no se transmitirá con la naturalidad de antes, pero a cambio puede vivirse como más placer da hoy: como una militancia contra otro. Y, en un momento en que solo se permiten las efusiones identitarias si coinciden con los límites de nuestra autonomía, ofrecen un asidero de sentimentalidad española de la que mucha gente, lamento decirlo, anda anémica.
A la derecha también hay que darle la puntilla. Ni ellos toman en serio la ecuación transgresión/toros, pero lo chocante es que reivindiquen la transgresión como si la bondad de una causa tuviera algo que ver con ella. Las derechas serias alentaban nuevos clasicismos: ahora, en vergonzante signo de los tiempos, se conforman con ser “el nuevo punk”. Sobre toros nunca nos entenderemos, pero de la polvareda del debate sí podemos aprender una lección superior: en un país de contornos morales tan rígidos, no hay ninguna causa que no gane con un poco de nuestro escepticismo. Ignacio Peyró es escritor.


































[ARCHIVO DEL BLOG] Ensoñaciones. [Publicada el 18/05/2008]










Dice el escritor Manuel Vicent en El País de hoy, en su artículo Estafa, que muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días". Con sinceridad, yo tampoco. Puedo entender y me parece normal que vote por la derecha la buena clase dirigente de la industria o el comercio que vive en el barrio de Salamanca de Madrid. ¿Pero el obrero industrial o el empleado o administrativo residente en Delicias o el Puente de Vallecas? ¿O el estudiante universitario de familia humilde o clase media media de la complutense? No lo entiendo, pero esa es la realidad. Y debería tener una explicación racional. ¿La qué aduce Vicent? Pues no lo se... He citado a Madrid sin intención dolosa alguna. Podemos hacerlo con Italia... ¿Cómo puede ser que un mafioso declarado y confeso como Silvio Berlusconi, un Jesús Gil en guapo y con más dinero, obtenga de nuevo la mayoría absoluta en Italia? ¿A qué tipo de ensoñación somete la derecha a sus votantes para conseguir una obnubilación tan radical de sus mentes?  A la clase obrera, comienza diciendo Vicent, hoy le basta con cerrar los ojos para soñar con el paraíso en la tierra. Al instante, en mitad de la frente comienzan a cimbrearse las palmeras de una playa de los mares del sur, la misma que aparece en un calendario editado por cualquier fábrica de embutidos. Muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días. Los autobuses, el metro y los cinco carriles de las autopistas vierten en el corazón de todas las urbes de Occidente un aluvión humano indefenso. A esa hora, recién salido del sueño, el cerebro se halla muy blando todavía y da entrada franca a todos los mensajes con los que es bombardeado de forma inmisericorde. Sobre la multitud de cabezas desamparadas en los andenes del suburbano resplandecen los paneles publicitarios. La marca de una crema se desliza por la piel de un cuerpo desnudo de belleza inaccesible que, no obstante, parece estar al alcance de la mano. Desde los vertederos industriales de las afueras se elevan sobre la extensión de coches atascados unas vallas con un rostro femenino en actitud de entrega cuyos labios entreabiertos ofrecen al automovilista la vaga promesa de huir con él un día al salir del trabajo. En la parada del autobús una chica de piernas largas o un joven de mandíbula cuadrada con los pectorales muy marcados se quedan siempre en tierra, pero desde el diorama acompañan al viajero con una mirada seductora hasta la primera curva y le mandan un mensaje a través de la ventanilla: si hoy trabajas muy duro, todo cambiará mañana. Esfumado el valor de la solidaridad, mucha gente, que se mata para salir adelante con una agonía tenaz, vota a la derecha porque espera ser como ella y su cerebro crea un horizonte de felicidad no muy distinto de las ofertas excitantes que emanan de los paneles publicitarios. En ellos cada promesa es un reto, una meta. Donde antes había ideas ahora sólo hay marcas. Donde antes había sentimientos ahora sólo hay sensaciones. La izquierda ha quedado en una difusa conciencia de rebelión colectiva frente a esa estafa. Sean felices a pesar de todo. HArendt