domingo, 12 de mayo de 2024

Del papel de la sociedad civil en la regeneración democrática

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 12 de mayo. En el debate que ha abierto Sánchez sobre la mejora de la democracia, escribe en El País la politóloga Cristina Monge, hay que señalar la importancia de la acción colectiva, que nos construye como ciudadanía. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com













 

El papel de la sociedad civil en la regeneración democrática
CRISTINA MONGE
07 may 2024 - El País - harendt.blogspot.com

España está dividida entre quienes creen que Pedro Sánchez reflexionó cinco días y llegó a la conclusión de que hay que regenerar la democracia y quienes aseguran que todo fue un cuento. Para unos y otros el presidente está ahora obligado a concretar ese plan de regeneración democrática con una ambición a la altura del momento inédito vivido.
La crisis de la democracia y la identificación de medidas de regeneración forman parte de los temas preferidos de las ciencias sociales desde hace décadas. Conscientes de que la historia de la democracia es la historia de sus crisis, nos preguntamos cómo se caracteriza la que está viviendo nuestra generación e intentamos identificar cómo hacerle frente.
El anuncio del presidente Sánchez de impulsar un plan de regeneración democrática que signifique un punto y aparte en esta legislatura ha elevado esta discusión al debate público. ¿En qué debería sustanciarse ese plan? En primer lugar, conviene acotar el ámbito sobre el que se quiere actuar, porque por regeneración democrática pueden considerarse una amplia gama de aspectos, ninguno de los cuales debe ser entendido como un arma para destruir al contrario.
Entre los factores que desafían a los sistemas democráticos uno destaca por su trascendencia. Se trata de la pérdida de confianza de la ciudadanía en las instituciones y actores de intermediación como los medios de comunicación, los partidos políticos, o las organizaciones de la sociedad civil. Recuperar esta confianza debería ser el primer objetivo. Los principios de Gobierno Abierto que en 2009 identificó el presidente Barack Obama siguen siendo una buena guía para ello. Su hipótesis fue que la transparencia debía servir para promover la rendición de cuentas y permitir a la ciudadanía conocer qué hace su Gobierno; que la participación ciudadana mejoraría la efectividad y la calidad de las decisiones; y que la colaboración permitiría que las personas pudieran involucrarse en los asuntos públicos. En líneas similares se han pronunciado otros estudiosos, como Pierre Rosanvallon, con su idea de la democracia de apropiación, o Daniel Innerarity, cuando enfatiza y desarrolla la idea de una democracia compleja y de anticipación. Algunos de estos asuntos ya se abordan desde el Consejo de Transparencia o el Foro de Gobierno Abierto, si bien sería necesario elevar su nivel de importancia, medios y proyección en el conjunto del Estado de forma transversal a todas las administraciones públicas. Se podría comenzar incorporando con mayor diligencia las recomendaciones del Grupo de Estados contra la Corrupción —Greco—, tal como reclaman insistentemente expertos y organizaciones de la sociedad civil, o desarrollando la directiva de protección de alertadores, poniendo en marcha la Autoridad Independiente de Protección al Informante.
No obstante, si, como se desprende del debate suscitado en los últimos días, el proyecto de regeneración apunta más a combatir la crispación, o como reclamaba en estas páginas hace unas semanas el profesor Manuel Villoria, un plan de integridad democrática, el foco habrá de ponerse en el comportamiento de los líderes políticos y en el papel de los medios de comunicación. Ambos pueden convertirse en agentes de crispación en un momento en que el entorno digital facilita que se incrementen la tensión y la desinformación. Organizaciones de la sociedad civil, estudiosos del tema, constructores de rankings de calidad democrática e incluso el Foro Económico Mundial que se da cita anualmente en Davos identifican ahí uno de los mayores riesgos para la democracia y el desarrollo a escala global.
La regulación del comportamiento de los políticos es fácilmente abordable con la reforma de los reglamentos del Congreso y del Senado, el desarrollo de un código de buenas prácticas parlamentarias, el establecimiento de sanciones por incumplimiento del código ético, una revisión de las normas de conflictos de interés, la creación de una agencia anticorrupción o la incorporación en la ley de partidos de sanciones a quienes no cumplan con un sistema de control de integridad de sus representantes, entre otros asuntos.
Para los medios de comunicación existen experiencias de autorregulación, consejos donde se dilucidan los márgenes de actuación, observatorios que analizan qué ocurre exactamente y cómo hacerle frente, etcétera. Una pregunta se impone en este caso: ¿qué entendemos por medio de comunicación? De la respuesta dependerá su acceso a espacios informativos, como ruedas de prensa o instituciones, y por supuesto la consabida financiación institucional. Profesionales y estudiosos del sector llevan tiempo pensando sobre este aspecto.
Junto a estas amenazas, en buena medida consecuencia de cambios tecnológicos y sociales, emergen otras que son fallos de diseño institucional. La más clamorosa, la ausencia de mecanismos eficaces de rendición de cuentas por parte de jueces y fiscales. El derecho comparado ofrece alternativas para abrir un buen debate.
Una vez definido el alcance surge la gran duda. ¿Serán los principales partidos capaces de ponerse de acuerdo para conseguir la transversalidad deseable en un plan de estas características? Como recuerda la politóloga Julia Azari, vivimos tiempos de fuerte partidismo con partidos débiles, una mala combinación. El contexto de crispación que viven las élites impide la construcción de consensos si no existe un incentivo externo. Además, olvidamos que la lógica de los partidos es una lógica de competencia que responde a un juego de suma cero del que difícilmente se puede escapar en momentos de máxima tensión.
Por contra, en el espacio de la sociedad civil, aun con todas sus fricciones y tensiones —que las hay—, se puede operar en una lógica de construcción de consensos. Acuerdos que, de lograrse, son un claro incentivo para el encuentro entre partidos. Hace unas semanas, más de 900 organizaciones sociales de un amplísimo espectro ideológico lanzaron una iniciativa legislativa popular para iniciar un proceso de regularización de personas que, venidas de otros países, trabajan con y para nosotros. Consiguieron reunir más de 600.000 firmas en un proceso farragoso y tremendamente exigente en sus requisitos, y empujar así a todos los grupos políticos, salvo Vox, a admitirla a trámite. Un tiempo antes, las organizaciones de personas con discapacidad consiguieron el consenso —nuevamente, salvo Vox— para reformar el artículo 49 de la Constitución, eliminar el término “disminuidos” y ampliar los derechos de este colectivo. En otro plano, 2.500 mujeres suizas lograron que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminara que Suiza vulneró el artículo 8 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que consagra el derecho al respeto de la vida privada y familiar, al no tomar medidas ambiciosas contra el cambio climático.
Esa acción colectiva nos construye como ciudadanía, nos aleja de las políticas de chivos expiatorios que despejan culpas a terrenos ajenos, nos legitima —más— para ejercer la crítica cuando corresponda, y en definitiva, ayuda a construir mejor calidad democrática.
Desde ámbitos académicos, políticos y de la sociedad civil se han elaborado en las últimas décadas multitud de propuestas que podrían ponerse en marcha para mejorar la calidad de las democracias. Ojalá la pregunta del presidente, “¿merece la pena?”, signifique un impulso para todas ellas. La sociedad civil puede y debe aportar mucho en este debate, si bien deberá ser el Gobierno, que es el que posee la legitimidad democrática, quien habilite los espacios y procedimientos para que así sea. Quizá, así, haya merecido la pena. Cristina Monge es politóloga.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Los Intelectuales y la democracia. [Publicada el 20/05/2013]











Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras y en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero: "En el principio. Pido la paz y la palabra"
(1955)


De los "intelectuales" siempre se ha dicho que constituyen la voz y la conciencia crítica de la sociedad de su tiempo. Claro está que para compartir esa opinión primero deberíamos ponernos de acuerdo sobre que entendemos hoy por "intelectual", sobre cuál sería su función, y a quién podríamos calificar como tal.

En aras de dilucidarlo, Álvaro Delgado-Gal, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y director de Revista de Libros, publica en su blog un denso e irónico artículo, "¿Dónde están los intelectuales", en el que después de un exhaustivo excurso sobre la historia de los mismos en Europa (y España) desde el siglo XVII para acá, llega a la desoladora conclusión de que en el momento actual no solo no juegan papel alguno, sino que ni tan siquiera existen pensadores dignos de tal nombre. 
El también profesor, Andrés Ortega, director del Observatorio de las Ideas y fundador del "Intelligente Unit of Spain" escribe otro artículo en El País, "Transformar el sistema", en el que denuncia el cada vez más acechante peligro de que la democracia española degenere en un simulacro. Para evitarlo, dice, hay que renovar una política gripada, alejada de los ciudadanos e incapaz de generar los proyectos y pactos nacionales necesarios para una nueva transición que cambie la clase dominante por una clase dirigente. ¿Pero quién se hace con el santo y seña de esa función? ¿Es posible una revolución cultural, social y política sin líderes, programa ni objetivos como la que promueven movimientos como el 15-M? El interrogante es mío, no del profesor Ortega.
Otro filósofo, profesor de la Universidad Complutense y director de la Revista Claves de Razón Práctica, Fernando Savater, escribe uno titulado "Artículo 19". Es cierto que se refiere en el mismo a la inútil, estúpida y criminal guerra que sostienen algunos Estados contra la droga. Ello le lleva a la conclusión de que pensar que las decisiones políticas son prioritariamente racionales encuentra escaso apoyo argumental en buena parte de las medidas que adoptan los gobiernos. Lo cual, añado yo, es algo que podía extenderse muy bien a lo que en su lucha contra la crisis en Europa y España están haciendo los gobiernos estatales y la propia Unión Europea. 
Savater termina su artículo con una frase del también escritor filósofo y premio Nobel de Literatura, Bertrand Russell: "Si no podemos evitar los demás crímenes, al menos evitemos el del silencio", porque romper la imposición del silencio -dice el filósofo británico- es el comienzo de la lucha contra el resto de los crímenes. Ese evitar el silencio, denunciar las actuaciones criminales vengan de donde vengan o la irracionalidad de muchas de las actuaciones del poder es labor de los intelectuales. Y para eso es necesaria la palabra, porque la acción anti o contra, sin palabras que la expliquen, no nos lleva a ningún sitio. 
"En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios": Lo dice el Evangelio según San Juan (1, 1-2. Biblia de Jerusalén, Declée de Brower, Bilbao, 1998). Yo no llego tan lejos ni tan alto. A mí me gusta mucho más esa otra frase que dice que a los pueblos solo los mueven los poetas. 
Cuando todo aquello en lo que creíamos cede ante nuestros pies, nos queda la palabra. ¿No es eso a fin de cuentas lo que nos está diciendo Blas de Otero en los versos que encabezan esta entrada? No dejemos pues de usarla. Cada uno a su manera. En la medida de sus posibilidades.
Les animo a una lectura sosegada y crítica de los enlaces reseñados. Estoy seguro de que les resultarán provechosos. Y sean felices, por favor, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt












sábado, 11 de mayo de 2024

De bulos, despolitización y regeneración democrática

 









Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 11 de mayo. Expertos en Derecho, Ciencia Política y Periodismo, comenta en El País la escritora Natalia Junquera, analizan las causas del deterioro institucional y de la desconfianza ciudadana y proponen soluciones. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Lucha contra los bulos y despolitización: ideas para regenerar la democracia
NATALIA JUNQUERA
06 may 2024 - El País - harendt. blogspot.com

Diciembre de 2017: el PP propone “impulsar métodos para determinar la veracidad de informaciones”. Al PSOE no le gusta: “Se desliza hacia un simple recorte de libertades y hacia la censura”. Noviembre de 2020: el Procedimiento de Actuación contra la Desinformación, aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional y publicado en el BOE por orden del Ministerio de la Presidencia (en manos del PSOE), establece la posibilidad de que el Gobierno monitorice las redes a la búsqueda de noticias falsas para dar una “respuesta política”. Al PP no le gusta: “No solo atacan a la prensa crítica y señalan a periodistas, sino que crean un orwelliano Ministerio de la Verdad. Un ataque intolerable a la democracia”, declara Pablo Casado. Y abril de 2024: el presidente del Gobierno y secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, denuncia el daño que los “pseudomedios” o “máquina del fango” hacen al sistema y anuncia un plan de regeneración democrática que no concreta. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, responde: “Nos quieren censurar”.
El problema es viejo, ha inquietado en distintos momentos a diferentes partidos - también Vox presentó en 2020 una “proposición de ley de regulación parcial de la verificación de noticias falsas”- y es una de las patas de la regeneración democrática, ya que numerosos estudios, dentro y fuera de España, advierten de su impacto en la polarización, la crispación política y la desconfianza ciudadana en las instituciones. Pero al igual que ocurre con otras medidas de regeneración - la transparencia, la despolitización de la justicia...- , aparecen como una ola en los programas electorales, en los plenos, en las comisiones del Congreso, y se quedan siempre en la orilla, sin concretar, bien porque a una formación política no le interesa lo mismo en la oposición que en el poder - el PP prometía en 2011 cambiar el sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial, pero con la mayoría absoluta se le olvidó-, bien porque ante la proximidad de unos comicios - y el país se ha instalado en un clima de campaña permanente- cualquier pacto es visto como signo de debilidad, lo que fulmina los consensos necesarios para ponerlas en práctica. De hecho, Sánchez ha explicado en este diario que pospone ese plan de regeneración a después de las elecciones catalanas y europeas (9 de junio). Mientras, una docena de expertos de distintas disciplinas consultados por EL PAÍS aportan ideas para mejorar el ecosistema político. Estas son algunas de ellas.
1. Desinformación: alfabetización y control de la publicidad institucional
La Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso, que elige anualmente temas para orientar a los diputados sobre posibles desarrollos legislativos, dedicó un informe exhaustivo al asunto en diciembre del año pasado. España, con un medio digital por cada 16.000 habitantes (mayores de 14 años), es decir, más de 4.000, es el tercer país del mundo, solo por detrás de EEUU y Reino Unido, con mayor producción de artículos científicos sobre el tema. El eurobarómetro y el Digital News Report, que coordina la Universidad de Oxford, muestran que la población española se siente más expuesta a la desinformación que la de otros países del entorno. Paula Gori, secretaria general del Observatorio Europeo de Medios Digitales, destaca: “Las principales narrativas de desinformación desmentidas en 2023 ocurrieron durante las elecciones en nueve países europeos, entre ellos, España”. Ramón Salaverría, catedrático de Periodismo de la Universidad de Navarra que lidera el proyecto europeo sobre desinformación Iberifier, recuerda que, de acuerdo a todos esos sondeos, “es la clase política, por encima de los medios, la señalada como principal productora de contenidos falsos”.
El diagnóstico está claro. Las diferentes cepas del virus han sido identificadas: “sesgo cognitivo” (la predisposición a creer determinadas cosas); “curación algorítmica” (cuando las redes, plataformas y motores de búsqueda ofrecen contenidos filtrados para obtener mayor atención); “jajaganda” (camuflar la desinformación a través del humor; ridiculizar a instituciones públicas y políticos); “pseudomedios”, “posverdad”... Faltan las vacunas, las soluciones. No son fáciles, como coinciden los expertos consultados, pero la Unión Europea y varios proyectos de investigación en universidades españolas sugieren líneas de actuación.
Para Salaverría, “la mejor manera de luchar contra la desinformación es más y mejor información, por eso la transparencia de la publicidad institucional, saber cómo se financian los medios, es imprescindible”. Manuel Villoria, catedrático de Ciencia Política, afirma que “la opacidad en ese aspecto es brutal”. José Julio Fernández Rodríguez, catedrático de Derecho Constitucional, licenciado en Ciencias Políticas y en Periodismo y responsable del proyecto de la Universidad de Santiago de Compostela titulado La manipulación informativa como problema de seguridad y de calidad democrática, considera que la desinformación “se ha convertido en un riesgo para la democracia porque el control democrático se basa en un proceso de toma de decisiones informado, fundado en datos reales” y recuerda “el paquete de regulación europeo” del que España puede beneficiarse: “Hay un reglamento de segmentación de la publicidad política, medidas para aumentar la transparencia en los medios y un proyecto de libertad de información que aún no ha salido. De momento, saber qué tipo de subvenciones o ayudas reciben los pseudomedios ayudaría mucho”. En primer lugar, a identificarlos como tales.
Preguntado por si las herramientas actuales sirven para atajar el problema, el magistrado Joaquim Bosch, que ha llevado muchos casos de este tipo en los juzgados, afirma: “Sigue habiendo condenas por calumnias o injurias. Lo que ocurre es que hay mentiras muy dañiñas que no son necesariamente delitos y que ahora no tienen una respuesta adecuada porque la ley que regula el derecho de rectificación es de principios de los ochenta y ha quedado totalmente desfasada. Ahora un medio difunde un bulo, vas al juez, hay una condena a la rectificación, pero el bulo se ha difundido a tal velocidad que ese derecho apenas tiene ya efectos. La legislación debe ampliarse para que haya un mayor control, siendo el parámetro que la información se haya difundido con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio a la verdad. Posteriormente, una vez que un juez ya ha hecho esa condena, un órgano gubernativo podría imponer sanciones”.
Todos los estudios y expertos consultados coinciden, en todo caso, en que la herramienta más útil es lo que llaman “alfabetización digital”. “Podemos”, afirma Salaverría, “desarrollar tecnología para identificar contenidos desinformativos, como un radar, pero lo verdaderamente transformador es la educación, que la gente sepa, por ejemplo, que las grandes plataformas basan su negocio en la interacción y que los contenidos falsos y de odio la aumentan. Que te enseñen a distinguir y contrastar fuentes y medios”. El catedrático Fernández propone “talleres para niños” en la escuela, pero recuerda que “la educación es otro campo de crispación política y seguramente sería muy complicado que los partidos se pusieran de acuerdo”. La veterana periodista Rosa María Calaf lo explica con un símil: “Igual que se vigila la calidad de los alimentos que comemos, se debe vigilar la información que consumimos porque si comes un producto tóxico vas al hospital y si consumes información tóxica es el cuerpo social el afectado. Hay que educar a la ciudadanía para que tenga sentido crítico y a los políticos que divulgan bulos o financian los medios que los difunden para que tengan sentido ético”.
2. La Justicia: el Consejo General del Poder Judicial y la acusación popular
Para Bosch, miembro de la asociación Juezas y Jueces para la Democracia, la falta de renovación del Consejo del Poder Judicial, con su mandato caducado desde hace cinco años, y “los pronunciamientos que ha hecho siguiendo la estrategia del principal partido de la oposición” han provocado “un enorme descrédito y desconfianza ciudadana”. Propone dos alternativas para “regenerar la institución”: “Una es el sistema que propugna el Consejo de Europa, que no es un sistema donde los jueces eligen a los jueces, sino mitad y mitad: jueces y Parlamento. La otra es que sea un sistema de elección parlamentaria de verdad, no un intercambio de cromos, vetos e imposiciones entre los dos grandes partidos, como ahora. Y que se refuercen las incompatibilidades de forma que juristas muy cercanos a las fuerzas políticas no puedan estar en el Consejo”. Villoria propone “un sorteo” con unos requisitos claros, un “órgano técnico” para evaluar los méritos, criterios de paridad y diversidad y “hearings [examen a los candidatos] en el Congreso”.
Otro de los debates que ha resurgido estos días a propósito de la denuncia de Manos Limpias contra la esposa de Sánchez es la opción de limitar el papel de la acusación popular. Bosch admite que “los partidos políticos y algunas asociaciones afines pueden tener la tentación de usar los tribunales como campo de juego a todos los niveles, nacional, regional y municipal”, pero cree que el problema, en este caso, “se ha exagerado porque el que decide es el juez de instrucción”. Si se deja fuera a partidos y sindicatos, como recogía uno de los anteproyectos de reforma legislativa, añade, otras organizaciones afines podrían intrumentalizar la justicia. “Lo que debe cambiarse, y eso es más complicado, es el sistema de investigación penal para que los casos no se eternicen”.
Silvina Bacigalupo, presidenta de Transparencia Internacional en España, recuerda que la acusación popular está recogida en la Constitución y añade: “En otros países de la UE la acción penal está reservada al ministerio público. No obstante, en nuestro ordenamiento se podrían incorporar cautelas para evitar el uso espurio de la justicia”.
3. Colonización institucional y conflicto de intereses
La ley del Defensor del Pueblo, elegido por el Parlamento, dice que “es incompatible con todo cargo político o actividad de propaganda política” y “con la afiliación a un partido político”. A continuación añade que si el elegido se encuentra en esa situación, debe arreglarlo (darse de baja) en los diez días siguientes a su nombramiento. Y eso es lo que hacen. El actual es Ángel Gabilondo, exministro y excandidato del PSOE a la presidencia de la Comunidad de Madrid; entre 2012 y 2017 fue Soledad Becerril, exministra y exdiputada del PP y UCD; y antes de ella, ocupó el cargo el socialista Enrique Múgica. Bosch lo pone como “ejemplo sintomático de la colonización partidista de las instituciones”: “Las fuerzas políticas se han repartido los espacios que tenían que vigilarlas: El Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el de Cuentas... Esta es una de las mayores debilidades de nuestro sistema institucional y se podría regular para que ocupar un cargo de ese tipo fuera incompatible con haber sido diputado, ministro o miembro de la ejecutiva de un partido en los últimos 20 años”.
El presidente del CIS, José Félix Tezanos, formó parte de la ejecutiva del PSOE. Cuando el Gobierno de José María Aznar colocó en 2000 al frente del organismo a Ricardo Montoro, hermano del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, los socialistas reclamaron una reforma para ampliar el control parlamentario de la institución. Feijóo calificó de “obscenamente partidista” el nombramiento del exministro de Justicia Juan Carlos Campo como magistrado del Constitucional, pero en 2012, a propuesta del PP, ingresó en el alto tribunal Andrés Ollero, diputado del partido durante cinco legislaturas. Los ejemplos agotarían este reportaje.
Para Bacigalupo, “la calidad de la democracia depende también de la cultura política institucional de la sociedad”. “En los países en los que esa cultura es alta, no hay un debate público tan intenso sobre estas instituciones. Por ejemplo, en Alemania no existe una OfIcina de Conflicto de Intereses”, explica. En todo caso, cree habría que “revisar” los recursos con los que cuenta la española. Villoria critica que se trata “de una oficina sin medios ni competencias reales y dependiente de un Ministerio” y propone “disponer de una ley actualizada de conflicto de intereses y crear una verdadera agencia anticorrupción, similar a la italiana”. El Consejo de Transparencia le parece “un tigre sin dientes, porque no puede sancionar”, y apuesta por una normativa nacional de lobbies y la publicidad de las agendas del presidente, los ministros, los secretarios de Estado, los directores generales y sus consortes. “No digo que la esposa de Sánchez haya hecho algo malo, pero es lo que llamamos un conflicto de interés aparente”. Por último, plantea una reforma del Reglamento del Congreso. “Ahora, cualquier violación del código ético es gratis”, lamenta.
Bacigalupo coincide: “En nuestro estudio Integrity Watch España analizamos el cumplimoento de las declaraciones de los diputados y senadores y el resultado es francamente negativo. No llega a un 10% la publicación de las reuniones distintas a las institucionales en ninguna de las Cámaras, y la Oficina de Conflictos de Interés de las Cortes está concebida como un organismo de almacenamiento de datos estadísticos, sin facultades de sanción”. Natalia Junquera es escritora.


































[ARCHIVO DEL BLOG] Mitos. [Publicada el 11/05/2008]






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En el famoso libro del antropólogo Claude Levi-Strauss titulado "Mitológicas. Lo crudo y lo cocido" (Fondo de Cultura Económica, México, 1968), todo un clásico de la antropología y la etnografía, se analiza y desmenuza con absoluto rigor científico el mito de referencia de los "bororo", una tribu indígena del Brasil central, a la que el insigne investigador francés dedicó la mayor parte de su vida.
Con toda seguridad no es la pretensión del escritor Gustavo Martín Garzo la misma que la del profesor Levy-Strauss, aunque su artículo de hoy en El País, "Las enseñanzas de Sherezade", se inicie con una definición bastante académica del concepto de mito, sino que se centra en la contraposición paradójica entre el mundo del "mito" y el de las "historias inventadas" con la conclusión de que el mundo del mito -y con él, el de la "verdad" de "su historia"- da a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños...
Disfrútenlo, que es un bello texto. Un mito es una historia, comienza diciendo Martín Garzo, que, afectando a toda una comunidad, es juzgada por sus miembros como verdadera. Según esto, frente a las historias inventadas, con las que los hombres entretienen su tiempo y avivan su fantasía, existirían las historias verdaderas, que nos hablarían de lo que íntimamente son.
Por ejemplo, las historias que se refieren al origen de las cosas son míticas. La historia del paraíso lo es para el universo cristiano y judío porque en ella se habla de la causa por la que empezó el exilio del hombre en la tierra. Y, en el mundo griego, la historia de Prometeo o la de Demeter y Proserpina son míticas, ya que en ellas se habla, respectivamente, del descubrimiento del fuego y de los ciclos productivos asociados a las estaciones.
Las historias míticas abarcan un espectro muy amplio y pueden referirse desde a grandes dramas del espíritu humano, como la expulsión o el éxodo, hasta a asuntos menores como la creación del vino o el origen de las flores. El narciso surge de la metamorfosis de un joven y bello pastor que se enamora de su reflejo en el agua; el heliotropo, que siempre mira al sol, es la forma que toma la ninfa Clitia al languidecer de amor; el laurel oculta el cuerpo tembloroso de Dafne; y los lirios son gotas de leche vertidas por la diosa Hera cuando alimentaba al pequeño Hércules.
Las historias verdaderas se oponen a las historias inventa-das en que, mientras que aquellas dicen la verdad de lo que somos, éstas no serían sino fórmulas complacientes que nos ayudarían en la tarea de hacer más gratas nuestras horas de soledad.
En nuestro universo cristiano, la conmemoración del nacimiento de Jesús es una historia verdadera, mientras que el cuento de La Bella Durmiente es una inventada. La primera afecta a toda la comunidad de creyentes; la segunda, pertenece a ese ámbito de la intimidad que es el espacio de la crianza de los niños. Pero no siempre es fácil distinguir unas de otras. Nada diferencia, por ejemplo, la historia de la Anunciación de las historias de Rapónchigo o de Blancanieves. Una muchacha que recibe la llegada de un ángel, y que concibe un niño llamado a ser el rey de los hombres, ¿no es el comienzo de un cuento de hadas?
Pero el niño posee un pensamiento mágico en que realidad y ficción se compenetran y fecundan y no tiene claro los límites que separan los dos mundos. Un niño pequeño cree con naturalidad pasmosa la historia de Noé, pero también la de San Jorge y el Dragón o la de Peter Pan, que es ese malicioso personaje que vive anclado en la infancia; por lo que esa distinción entre lo real y lo ficticio siempre le será extremadamente difícil de llevar a cabo, y sólo la intervención del adulto podrá ayudarle en esa tarea.
Al hombre arcaico le pasaba algo parecido. Pensemos, por ejemplo, en las historias de aparecidos. Nuestros antepasados tenían que enfrentarse al enigma de la muerte y aquellas historias de familiares que regresaban de sus tumbas a intervenir en el mundo de los vivos, lejos de ser un mero entretenimiento, tenían el carácter de historias verdaderas que estaban en la base de la constitución misma de lo real. Walter Benjamin dijo que nuestro mundo es rico en información pero pobre en historias memorables, queriendo advertir, según creo, del empobrecimiento que había supuesto para el mundo del relato la pérdida de su sustrato mítico.
Curiosamente, la falta de referencias a esas historias verdaderas que constituyen la base del mito ha provocado un empobrecimiento tanto de la realidad como de la ficción. De lo que es sin duda un ejemplo ese mundo tan comentado de las leyendas urbanas, que en el mejor de los casos apenas sirven para otra cosa que para hacernos más grata la sobremesa. La ficción entendida como mero entretenimiento, como mundo paralelo que nos permite sortear el aburrimiento y el cansancio de lo real, termina por convertirse en un juego banal que apenas es capaz de provocarnos algún que otro estremecimiento. O dicho de otra forma, las ficciones nos pertenecen; las historias verdaderas no. Aún más, son ellas las que nos dicen lo que somos y lo que cabe esperar de nosotros. Es la misma diferencia que existe entre el mundo del secreto y el del misterio. El mundo del secreto pertenece al ámbito de la ficción, el del misterio al de la verdad. Somos dueños de nuestros secretos, pero es el misterio el que nos posee.
Pero el mito y el misterio han desaparecido de nuestras vidas, y el hombre contemporáneo ha dejado de creer que existan historias verdaderas. ¿Quiere decir esto que su vida se ha hecho más real? Más bien sucede lo contrario. Es la paradoja de los mitos, que a su manera son dadores de realidad. En los evangelios se nos dice que uno de los discípulos descubre al Jesús resucitado por la forma en que éste parte el pan en la mesa. Los restaurantes actuales entregan cartas de panes a sus clientes, pero es difícil que el pan llegue a tener para ellos la materialidad que tenía para los creyentes que escuchaban aquel relato. Incluso unas simples lentejas nunca serán las mismas para quien, tras crecer bajo el influjo misterioso de la Biblia, haya escuchado la historia de la traición de Jacob a Esaú. Es la paradoja del mundo del mito, y de sus historias verdaderas, que dan a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños.
El planteamiento de una obra como El Decamerón no es, en el fondo, distinto al de estos concursos en que un grupo de hombres y mujeres jóvenes se ven obligados a permanecer aislados frente a las cámaras de televisión. En El Decamerón era la peste la que les hacía huir, y entonces daban en contarse historias con las que trataban de distraerse de sus angustias, pero en las que también se preguntaban por el mundo del deseo, por el significado de la dicha y del dolor, y con las que trataban, en definitiva, de conjurar a la muerte. Lo que no sucede en absoluto en los programas aludidos, en los que asistimos a un cúmulo de despropósitos y tópicos que ratifican el radical descrédito de lo real que padece el mundo actual.
Sherezade visitaba al sultán cada noche y gracias al arte de sus relatos no sólo logró salvarse, sino salvar la vida de cuantas muchachas habrían tenido que sucederle en su lecho. El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder de la muerte, y a la necesidad de encontrar una manera de burlarla. Y es cierto que el mundo de la ficción no pertenece exactamente al mundo del mito, pero aspira a reflejar una parte de su verdad. Y así el mito vuelve a nosotros y, al hacerlo, la realidad se abre y nos entrega sus frutos más sabrosos. Bien mirado, ¿no es ésa la aspiración del narrador? Un puente entre la verdad y el mundo real, eso son todas las historias que merecen la pena. Y sean felices, por favor. O al menos, por intentarlo, que no quede... HArendt














viernes, 10 de mayo de 2024

De la autocensura por miedo al Islam

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 10 de mayo. Me autocensuré. Sí, lo confieso, dice en La Vanguardia el escritor John Carlin, pues de manera absolutamente deliberada suprimí parte de una entrevista que hice en el 2003 a un brillante escritor, el premio Nobel de Literatura V.S. Naipaul. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Vamos, ¡a comprar ‘Los versos satánicos’!
JOHN CARLIN 
05 may 2024 - La Vanguardia - harendt. blogspot.com

Me autocensuré. Sí, lo confieso, de manera absolutamente deliberada suprimí parte de una entrevista que hice en el 2003 a un brillante escritor, el premio Nobel de Literatura V.S. Naipaul.
Hablábamos del terrorismo yihadista cuando Naipaul me dijo que Arabia Saudí era “la raíz del mal”. Horas después su agente me llamó y me rogó que no publicara esas palabras; que temía las consecuencias para Naipaul. No las publiqué.
Este pequeño recuerdo me viene a la mente tras acabar de leer Cuchillo, el libro de Salman Rushdie sobre el intento de asesinato a manos de un fiel musulmán del que se salvó en agosto del 2022. En este caso, la raíz del mal fue Irán, cuyo ayatolá Jomeini ordenó a “todos los valientes musulmanes”, en su famosa fetua de 1989, matar a Rushdie.
Rushdie perdió un ojo, pero sigue con vida, a diferencia del traductor japonés de Los versos satánicos, el libro que tanto ofendió al ayatolá y a seguidores varios del Profeta. El traductor fue apuñalado a muerte por uno de los “valientes” en 1991.
Hago la conexión con Naipaul porque seguramente ni él ni su agente hubieran querido evitar la publicación de aquello si no hubiese sido por el precedente Rushdie. Pero cuando hicimos la entrevista ya habían pasado 14 años desde la fetua y ya teníamos todos muy interiorizada la idea de que el límite de la libertad de expresión en nuestros países occidentales lo define el islam.
Nuestros antepasados lucharon y dieron sus vidas durante siglos para que pudiésemos ser libres de decir lo que nos diera la santa gana y lo lograron, hasta lo de Rushdie. Opinamos sin temor a represalias sobre la santa Iglesia católica (retraten al Papa en caricatura, como un pedófilo satánico en una viñeta, si quieren) o sobre cualquier otra religión, sin excluir las ideológicas, salvo… salvo aquella cuyas dos ramas, la chií y la suní, las encabezan Irán y Arabia Saudí. La libertad de ex­presión es el derecho más sagrado de la democracia, pero hacemos una excepción cuando entra en juego el sagrado libro del Corán.
¿Han leído el Corán? Yo sí. ¿Les digo lo que realmente pienso de las 77.934 palabras que Dios recitó al Profeta a través del arcángel Gabriel? Mejor no, ¿no? Les podría decir cualquier burrada sobre cualquier otro texto sagrado como el Antiguo Testamento o los Evangelios o la Torá o El manifiesto comunista de Engels y Marx, pero con el Corán, cuidadito. A ver si vienen por mí o por mi familia o por mis compañeros en este diario.
Quedémonos con el comentario de que si aquello no es fake news, las fake news no existen. O con la observación de que el Dios del islam debe de tener la piel sorprendente fina si no permite, bajo pena de muerte, que ni Rushdie, ni yo, ni nadie se ría, aunque sea un poquito, de su todopoderosa y bondadosa figura.
Como intuirán, me quedo corto. Otra vez, autocensura. Pero me consuelo sabiendo que estoy lejos de ser el primero en sucumbir a semejante ejercicio de cobardía. Como también intuirán, todo esto me irrita mucho. O, mejor dicho, me enfurece un montón. Como periodista que llevo toda una vida siendo, a veces en países donde –efectivamente– te mataban por contar las cosas como eran, el derecho a la libertad de expresión es, justo detrás de “no matarás”, mi creencia más firme.
Me causa tristeza que no exista para la gente que habita países como Irán o Arabia Saudí. Como me la da que hace unos días el artista de rap iraní Toomaj Salehi fuese condenado a muerte por cantar que el régimen de su país “sofocaba” a la gente. Se refería a la feroz campaña de represión desatada en Irán contra los que se manifiestan a favor de la libertad de las mujeres. Su crimen, según la ley religiosa de aquel país: “Corromper la Tierra”.
Hace unos días también Manahel al Otaibi, una saudí de 29 años, fue condenada a 11 años de cárcel por no llevar la cabeza cubierta en público y por tuitear en contra de la autoridad legal que tienen el padre, hermano, marido o hijo de una mujer saudí sobre cuestiones esenciales de su vida, como el matrimonio o el divorcio. Bueno, al menos no la van a matar, castigo no inusual para usuarios de las redes sociales en aquella tierra bendita.
Dado a elegir entre Irán y Arabia Saudí, diría que hoy por hoy Irán es peor. Por lo de Rushdie (los diarios iraníes expresaron su limitada libertad de expresión celebrando el ataque que sufrió en el 2022 como “retribución divina”); por –para citar un ejemplo de miles– la condena de 26 años de cárcel a un futbolista profesional que se declaró a favor de los derechos de las mujeres; por los latigazos con los que los jueces castigan a las disidentes; por el apoyo militar de Irán a Hamas y a Rusia y al espectacularmente sanguinario régimen sirio, y quizá también por la campaña diplomática a la que han contribuido los “embajadores” Lionel Messi y Rafa Nadal a favor de los saudíes.
Esto último es broma. Perdón, Leo y Rafa: ni ustedes, mis una vez ídolos, me convencen. Pero, bueno, hay que reconocer que Arabia Saudí está haciendo al menos un intento de maquillar su imagen, un homenaje de la barbarie a la civilización. Irán ni disimula. Se posiciona claramente con los suyos, los asesinos de los que intentan dar voz a quienes no la tienen.
Como digo, esto me causa tristeza. Estamos hablando de muchos millones de oprimidos. Pero lo que me da rabia es que los guardianes del islam extiendan sus supersticiones represoras a las mentes y los corazones de gente como yo en los países libres. La fetua contra Rushdie la hemos asumido como una fetua contra todos. Como con los mafiosos que amenazan con matarte a ti y a tu familia si te opones a ellos, o que dejan a tu perro muerto en la puerta de tu casa, el mensaje que nos dan, y que nos llega, es: “Evita hablar del islam, no ofendas a los musulmanes, si no… ya saben­”.
¿Estamos indefensos? ¿No hay manera de responder a esta permanente agresión? Pues a mí me gusta la sugerencia de una escritora norteamericana, Lionel Shriver. Ya que Rushdie encarna la amenaza que sufrimos todos, dice, ¿por qué no lanzar una campaña para comprar Los versos satánicos hasta que llegue al número uno de los best-sellers en Amazon? Yo lo acabo de comprar ahora mismo. Aquí lo tengo, vía Amazon, en mi ordenador. Vamos. Apúntense. No nos pueden matar a todos. John Carlin es escritor.