viernes, 19 de mayo de 2023

Del lado de la gente decente

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Jabois, va del lado de la gente decente. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










De un lado está la gente decente
MANUEL JABOIS
17 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Sobre la presencia de exetarras (a estas horas ya en retirada) en las listas de Bildu se han leído y escuchado escrupulosísimos análisis y muy pensadas reflexiones sobre leyes, ética y moral. Ha habido hemeroteca jugosa (no es la primera vez que en esas listas hay condenados por terrorismo y se ha recordado, porque se ha dicho a izquierda y derecha, que después de las armas, y dentro de la democracia, venía la política). No se ha dicho mucho que uno puede ser exetarra, pero no puede ser exasesino. Y tampoco he visto citado un párrafo esencial del monumental Borges que escribió su amigo Bioy Casares sobre la estrecha amistad de los dos (aquella declaración de amor portentosa al enterarse Bioy de la muerte de Borges en Ginebra: “Eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges”) y que resume de una manera muy ligera y divertida algo que se ha querido convertir en una compleja materia de debate.
Ocurrió cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y Bioy Casares, Borges y varios amigos más se reunieron en un restaurante de Buenos Aires con la intención de firmar un manifiesto a favor de los aliados. La implacable confianza de los intelectuales en los manifiestos ante conflictos bélicos, o de cualquier otra índole, es impresionante y se prolonga con euforia hasta estos días. A mí, que he firmado uno o dos, me ha parecido siempre una manera de firmar a favor de uno mismo; de decirle al mundo: mi firma importa. Pero en la guerra, por desgracia, importan más las bombas.
El caso es que llegados a la reunión, uno de esos amigos de Bioy y Borges, llamado Martínez Estrada, quiso hacer una salvedad, “o por lo menos un llamado a la reflexión”, según Bioy. Siempre que hay un pero a un manifiesto contra los nazis se trata indiscutiblemente de un pero nazi. Se preguntó Martínez Estrada si “no habíamos pensado que tal vez de un lado estaban la fuerza, la juventud, lo nuevo en toda su pureza, y del otro, la decadencia, la corrupción de un mundo viejo”. Bioy lo descartó mentalmente como firmante del manifiesto. Pero se levantó otro hombre, Petit de Murat, y dijo que el asunto era muy simple, mucho más simple de lo que se quería hacer ver: “De un lado está la gente decente, del otro los hijos de puta”. Entonces Martínez Estrada, sofocado, dijo: “Hombre, si eso es así, yo firmo con ustedes encantado”.
El gusto de este país por el debate lleva a menudo a intelectualizar soluciones sencillas. No, Bildu no es un partido nazi y sí, sus exetarras tienen derecho a presentarse a las elecciones. Luego usted, delante de la papeleta que contiene el nombre del asesino del padre o del hijo de sus vecinos, puede teorizar durante horas hasta llegar a alguna conclusión, pero si no es así, algún Petit de Murat habrá cerca de usted que le simplifique las cosas: a veces basta elegir entre la decencia o no. Normalmente, cuando las cosas se explican de un modo tan contundente, las conclusiones son más rápidas y dignas. Si quiere ser usted un indecente dígalo rápido, no firme el manifiesto si no quiere, pero no nos hable de la fuerza, la juventud y el mundo nuevo. Si quiere ser indecente no nos explique por qué, fue lo que dijo Petit de Murat. Y entonces, al no dejarle justificar su indecencia, Martínez Estrada se fue con los decentes. Que es mucho más fácil de explicar. Manuel Jabois es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Sus dos últimos libros son las novelas Malaherba (2019) y Miss Marte (2021). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.




































[ARCHIVO DEL BLOG] El relato del terror de ETA. [Publicada el 21/11/2017]











En el número de Revista de Libros del pasado mes de octubre, el escritor y periodista José Antonio Zarzalejos publicaba una reseña del libro Misivas del terror. Análisis ético-político de la extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial (Marcial Pons, Madrid, 2017), editado por Izaskun Sáez de la Fuente Aldama, reseña que recibía en ese mismo número de RdL la crítica del abogado y también escritor José María Ruiz Soroa. Pueden leer ambas, reseña y crítica, desde el enlace anterior.
Ha querido la casualidad que el pasado 8 de agosto, comienza escribiendo Zarzalejos, el mismo día en que visitaba los campos de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, cercanos a Cracovia, estuviese concluyendo la lectura de Misivas del terror, un conjunto de cuatro ensayos redactados por Galo Bilbao Alberdi, Xabier Etxeberria Mauleon, Jesús Prieto Mendaza e Izaskun Sáez de la Fuente Aldama, quien coordina la edición y firma tanto el prólogo como las conclusiones del trabajo. Traigo a colación la coincidencia entre la visita al horror nazi y la lectura de este libro porque mientras aquella me emocionó hasta el tuétano del alma, ésta se me ha asemejado a un relato de entomología, con muchos datos, con un lenguaje sofisticado y académico, a veces con expresiones crípticas y, sobre todo, con un distanciamiento de los hechos que se describen que crea algún desconcierto. Quizá la vivencia en directo de aquellos acontecimientos y la cercanía –por familiaridad o por amistad‒ con no pocos extorsionados eleve mi exigencia de tensión emocional de un modo incompatible con la asepsia investigadora universitaria. Podría ser.
No niego, en modo alguno, sino todo lo contrario, el mérito de una gran acumulación de datos sobre el denominado «impuesto revolucionario», forma coloquial y perversa de denominar el chantaje económico practicado durante al menos dos décadas y media por la organización terrorista ETA. Tampoco refuto la meritoria intención de los autores de este libro por tratar de divulgar una de las prácticas más ominosas del terrorismo etarra en los años de plomo –los ochenta y noventa del siglo pasado‒, ni de llevar al ánimo del lector la radical injusticia de semejante delito. De hecho, no tengo duda alguna de que los anexos de la obra son –con el mayor respeto a los ensayistas que la engrosan‒ los elementos más motivadores de la lectura y también más directos, fuente de un conocimiento que no necesita la explicación de intermediarios.
El Anexo I se refiere al cuestionario base para las entrevistas en profundidad con las escasas víctimas del chantaje que se han avenido anónimamente a contar su angustiosa experiencia. El Anexo II reproduce la carta de presentación del cuestionario en línea que sirvió para presentar el propósito del trabajo de investigación a los afectados e informa de cómo han estado coordinados por el Centro de Ética Aplicada de la Universidad bilbaína de Deusto. El Anexo III alcanza el mayor valor documental del libro al reproducir las cartas de extorsión, unos textos criminales redactados con una frialdad inhumana y determinados eufemismos que los hacen aún más crueles. La banda terrorista reclama con un lenguaje metálico, casi neutro en su vaciedad moral, cantidades varias a empresarios y profesionales para contribuir a su causa deslizando –la brutalidad criminal se muestra en función de la respuesta‒ unas pretendidas sutiles amenazas que irritan infinitamente por su cinismo.
«La documentación del caso Legasa» compone el Anexo IV. José Luis Legasa fue el primer empresario asesinado (2 de noviembre de 1978) por denunciar la extorsión. La carta del chantaje es una pieza para figurar en el peor muestrario de la vesania asesina de ETA y fue firmada por los terroristas tempranamente: el 19 de mayo de 1976. Y en un lugar tan próximo y tan bien identificado como la ciudad francesa de Bayona. En aquellos años, la «retaguardia» de los terroristas en territorio galo fue uno de los comportamientos internacionales más lamentables de los que ha mostrado el Gobierno de París que hasta 1989, con François Mitterrand y la tregua de Argel, no tomó decididamente cartas en el asunto. Del Anexo V doy fe: se trata de la carta de Juan Alcorta (1980) negándose públicamente a pagar el chantaje. Merece la pena su lectura y Misivas del terror la proporciona cuando el tiempo y los acontecimientos parecían que iban a sepultar uno de los episodios más épicos de la resistencia civil vasca a la dictadura del miedo que trató –y tantas veces consiguió imponer‒ la banda terrorista. Conocí a Alcorta y viví intensamente, aun siendo muy joven, la épica de su determinación.
Los anexos se cierran –el VI y el VII‒ con la transcripción del protocolo de seguridad frente a la extorsión que, a instancias de las autoridades y también por propia iniciativa, se adoptaron en muchas empresas vascas para establecer una pauta de conducta previsible ante la recepción de una misiva chantajista, y con cinco testimonios de gran valor tanto histórico como emotivo y que reconcilian al lector con la obra.
Misivas del terror quiere contribuir muy honradamente a la redacción del relato posterior al cese de la actividad terrorista de ETA. Pretende hacerlo con la mejor de las intenciones, pero desde una perspectiva académica que se distancia de las emociones para lograr un grado de objetividad y desplegar una metodología científica que termina por asfixiar la historia humana que está detrás de una serie de consideraciones que contextualizan la extorsión etarra. Descreo de esta forma de abordar el relato histórico de qué fue ETA y cómo se produjeron y en qué circunstancias sus centenares de crímenes. No he leído en los ya abundantes años de dedicación a vivir, escribir y sentir la cuestión terrorista vasca un texto más veraz y, al tiempo, más bendecido por el acierto de la historia que se enhebra, que la novela Patria de Fernando Aramburu. Su éxito reside en la tensión emotiva que mantiene una ficción tan extraordinariamente cercana a la realidad que bien podría afirmarse que se trata de un texto de carácter histórico. Los personajes son reconocibles y están ahí; las situaciones, por inverosímiles que parezcan, se producían y acaso aún se producen, el ambiente opresivo lo experimentamos quienes allí vivimos. Es real.
Les invito a leer Misivas del terror y, especialmente, las conclusiones finales que se deducen del trabajo de los cuatro ensayistas que firman el libro. Pero las obras que irán jalonando el relato posterior a ETA no están aún redactadas salvo algunas, muy pocas. Señalada ya la novela de Aramburu, parece necesario establecer deducciones de experiencias comparadas. En Euskadi se ha producido y sigue produciéndose una suerte de anestésico negacionismo. Muchos dicen ahora no saber lo que le ocurría al vecino y niegan haber afirmado –más por miedo que por convicción‒aquella miserable frase de «algo habrá hecho» cuando ETA perpetraba uno de sus crímenes. O irrumpen los géneros audiovisuales en la conformación de lo que fueron los años del sufrimiento terrorista y se inyectan sentimientos, emoción y pulsiones humanitarias a los análisis, o los restos del naufragio etarra podrían ser recogidos por sus feroces –sí, feroces‒ partidarios. Libros como los de Edurne Portela (El eco de los disparos) o de Francisco Llera (ETA y la espiral de silencio) apuntan certeramente hacia donde deberían dirigirse los esfuerzos cinematográficos y editoriales para engrosar el relato histórico del pasado terrorista, al que contribuirán, desde una perspectiva distinta pero, en todo caso, complementaria y subordinada, trabajos tan escrupulosos como los de estos cuatro ensayistas. Adelanto que pronto se editará una obra sobre la extorsión etarra a empresarios y profesionales preferentemente vascos y navarros que se fraguó con Misivas del terror pero que se bifurcó a última hora de esta obra precisamente por un disenso sobre su enfoque. A este respecto, me permito señalar cómo la labor de documentación es compatible con el alcance emocional: Vidas rotas. Historia de los hombres, mujeres y niños víctimas de ETA (de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey). Este libro ha hecho más por la sensibilización ante el terrorismo etarra que decenas de ensayos.
La extorsión en el País Vasco fue una forma de terrorismo subterráneo y enormemente devastador. Porque no sólo sumió en la angustia –y a veces también en la ruina‒ a sus víctimas, sino que ha terminado también por descapitalizar Euskadi, provocando, en combinación con la amenaza de los secuestros, las destrucciones y los asesinatos, una diáspora vasca que ha traído al país graves consecuencias de todo orden, tanto demográficas como laborales. La soledad, la extremada soledad de las víctimas (hasta el PNV ha comenzado una revisión muy pausada y lenta de sus responsabilidades políticas en la generación de un caldo de cultivo legitimador del terrorismo etarra), es un baldón para la sociedad vasca que sólo hará su particular catarsis si a un mundo de imágenes, de mensajes directos, de proscripción de la reflexión, se le ofrecen, además de análisis como este de Misivas del terror, una comunicación contemporánea que muestre la desnudez racional, ética y moral del terrorismo, su esterilidad, su radical injusticia, su enraizada mentira en la historia del País Vasco y, sobre todo, se le nieguen contextos explicativos, circunstancias atenuantes –cuando no eximentes‒, paliativos.
Hace falta recuperar el significado profundo de la banalidad del mal que acuñó la inmensa Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén. No hará falta recordar que la base de este libro inmortal fueron las crónicas periodísticas que la autora firmó desde la ciudad santa en The New Yorker, que la mandó como enviada especial en 1961 a cubrir el enjuiciamiento del criminal nazi Adolf Eichmann. Arendt, por una parte, la cinematografía y el esfuerzo memorial, por otro –del que forma parte Auschwitz-Birkenau‒, serían los referentes, salvando las distancias, del mejor relato de la intrínseca maldad del terrorismo de ETA cuyo horror reflejan esas Misivas del terror. La visión que proporciona este libro se completará el año que viene con otro de importantes autores, y ambos ofrecerán una perspectiva general de las prácticas, a más de terroristas también mafiosas, de la banda terrorista. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 18 de mayo de 2023

De certezas y esperanzas

 







Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la antropóloga Mar Padilla, va de certezas y esperanzas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Tibias esperanzas
MAR PADILLA
10 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Se acomoda la primavera con esa cara limpia que tiene, precedida de un aire suave que huele a incógnito, con esa cautivadora expresión que da saber que traes novedades. El negro invierno ya se fue, y ahora los días se alargan como si no quisieran irse más. En las terrazas hay risas nuevas y mandan las cervezas heladas, pequeñas reinonas de corona blanca con ejércitos de móviles a sus pies.
El tráfico aúlla. Se habla de planes de vacaciones y la mesa bulle de ideas. Entonces alguien mira hacia el sol y nombra la sequía. Se hace un silencio, de esos que dentro lleva la pregunta ¿qué va a ser de nosotros? Se va tirando, pero al futuro aún no nos atrevemos a mirarlo de cara, y ya tenemos edad para entender que los finales felices son solo una cosa de Hollywood, mentiras arriesgadas que han provocado un sinfín de malentendidos.
No somos tan jóvenes. Hemos aprendido otras cosas. Por ejemplo, que ya no hay mayúsculas en las que creer. La fe en el Capitalismo, el Comunismo o la Ciencia —en la Religión ni entramos, parece de otro mundo— se ha desvanecido. No hay grandes esperanzas. Queda el libro de Charles Dickens con ese mismo título, leído por millones, en todas partes, lleno de violencia y de golpes de generosidad, de sueños de juventud y de legados. Nadie confía ya en las magnas palabras, y solo nos quedan tibias esperanzas, como a contrapié, a ratos. Queda esa creencia cálida, —invisible pero tenaz—, de que nos tenemos los unos a los otros, que estamos juntos en el mismo bote, ahora casi en llamas.
Podemos divertirnos hasta morir —no es mala opción—, pero el hecho es este: el ser humano solo lleva 30.000 años en la Tierra y ya no está seguro de alcanzar un futuro vivible. Lo leemos en un viejo número de la revista Alternativas Económicas: a lo largo de la historia ha habido 26 civilizaciones que desaparecieron por su cabezonería en negar su inviabilidad. Y en el caso de nuestro turbocapitalismo —tan nuevo, de apenas unos cientos de años, y ya un zombi que avanza en piloto automático—, la regla es simple: no es posible un crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos. “La actividad humana desenfrenada trata al planeta como una gran despensa y, a la vez, como un gran vertedero. Y eso no puede ser. Mi hijo de seis años lo entiende”, reflexiona en el artículo Antonio Turiel, doctor en Física Teórica. ¿Qué hacemos, entonces? Habrá que buscar otros caminos.
Hope is everything —la esperanza lo es todo— leemos en el banco de un parque donde apoya las patas del perro de Ricky Gervais en la serie After Life. El desesperado protagonista de la serie se levanta cada día pensando para qué. Pero ahí está cada mañana. Eso lo han visto 120 millones de personas en el mundo. Entienden qué le pasa, y atienden lo que dice. Y lo que explica el protagonista, trasunto de Ricky Gervais —improbable narrador de este tiempo que nos ha tocado vivir, como antes lo fue Dickens en el suyo—, es que olvidemos definitivamente Hollywood, que lo que hay son finales de ceniza. Pero entre la gravedad que dan algunas situaciones hilarantes, entre el lamento y la pena, Gervais también dice: “Creía que no preocuparse era un superpoder. Me equivocaba. Preocuparse por las cosas, eso es lo que realmente importa. La bondad y hacer que los demás se sientan bien. Ese es el verdadero superpoder, y todos lo tenemos”.
El neoliberalismo ya no tiene quien lo pregone en serio. Lo que la naturaleza sabe también lo sabemos nosotros, y ya por poco no lo vamos a negar más: el vínculo, la diversidad y la cooperación lo es todo. Y hay que estar atentos a lo que decía Audre Lorde: no son nuestras diferencias las que nos dividen, sino la incapacidad de aceptar tales diferencias. Hay que dar un paso más. Reconocernos y remar juntos. Ese salto, de la vieja orilla baldía a la otra —territorio ignoto, pero lo imaginamos fresco y acogedor— se está produciendo ante nuestras narices. Es una cierta nueva idea de futuro.
Todo va muy rápido y quizás lo hemos olvidado, pero hemos conseguido hacer cambios más drásticos. ¿Se acuerdan, en su casa, aquella primavera de 2020? Nos miramos unos a otros y nos decidimos responsabilizarnos. Entendimos nuestro papel público. Con miedo, con algunas decisiones políticas de espanto que aún hay que pagar —nuestros más mayores en aquellas residencias—, con dudas, con convencimiento, con aciertos, conseguimos cambiar el modo de vivir. Hay que olvidarse de lo grandilocuente y sus mayúsculas. Dejarse de abstracciones, aterrizar en la tierra, mirarla y ponernos en marcha buscando otras formas de vivir. Y hay que hacerlo con cuidado, prestando atención. Como advierte Paula Farias, médico humanitaria y novelista: la esperanza hay que manejarla como quien maneja nitroglicerina. Mar Padilla es periodista y antropóloga. 




























[ARCHIVO DEL BLOG] "Hablaba y hablaba", de Max Aub. [Publicada el 11/10/2018]










La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 
Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 
Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 
Continúo hoy la serie de Retazos literarios con el relato titulado Hablaba y hablaba, de Max Aub (1903-1972), escritor español, exiliados en México durante más de tres décadas después de la guerra civil. Nacido en París, se afincó en Valencia en 1914 junto con su familia. Su padre, Friedrich Aub, era alemán, y su madre, Susana Mohrenwitz, francesa, de origen judío. Creció en un ambiente privilegiado y bilingüe alemán-francés, y recibió una educación agnóstica en lo religioso. Max aprendió el castellano en un tiempo muy corto, declarando, años después, que no podría escribir en otra lengua. Y en 1916 toda la familia adoptó la nacionalidad española. En 1928 ingresó en el Partido Socialista Obrero Español. Por entonces compaginaba la actividad comercial con la literaria y se inició en el teatro vanguardista con obras como El Desconfiado Prodigioso (1924), Espejo de Avaricia (1927) o Narciso (1928); a esa época pertenece asimismo la novela Luis Álvarez Petreña (1934).
Cuando comenzó la Guerra Civil se encontraba en Madrid y era ya un intelectual reconocido; dirigía en Valencia el grupo teatral universitario El Búho, a cargo hasta entonces de Luis Llana Moret. En diciembre de 1936 fue enviado como diplomático a la legación española en París, puesto desde el que gestionó el encargo y la compra del Guernica de Picasso para la Exposición Internacional de París del año siguiente. A su regreso a España, en agosto de 1937, ocupó el puesto de Secretario del Consejo Nacional del Teatro, y, desde el verano de 1938 hasta su salida del país, colaboró con André Malraux en la realización del filme Sierra de Teruel, adaptación de la novela L'espoir del escritor francés.
En enero de 1939 se exilió a Francia y se instaló en París, donde ultimó el rodaje de Sierra de Teruel y comenzó la redacción de Campo cerrado. En abril de 1940 lo internaron en el Campo de Roland Garros tras ser denunciado como comunista. El mes siguiente lo transfirieron al Campo de internamiento de Vernet, cuyas vivencias escribió en su relato Manuscrito cuervo. Historia de Jacobo, y en noviembre lo desterraron a Marsella. En 1941 fue detenido de nuevo y deportado a Argelia, donde compuso su estremecedor libro de poemas Diario de Djelfa (1945). El 18 de mayo de 1942 abandonó el campo de Djelfa y se dirigió a Casablanca, para embarcarse el 10 de septiembre en el Serpa Pinto rumbo hacia Veracruz, México, país en el que se naturalizó y habitó hasta su muerte. No pudo regresar a Europa hasta 1956 y a España no volvió hasta 1969, por primera vez después del exilio, en lo que fue un reencuentro agridulce del que dejó testimonio en su punzante dietario La Gallina Ciega (1971).​ Realizó un segundo, y último, viaje a España en 1971. Por edad perteneció a la Generación del 27, con cuyos miembros tenía una gran amistad. Les dejo con su relato.


HABLABA Y HABLABA
por 
Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba,
y hablaba, y hablaba, y hablaba. 
Y venga hablar. 
Yo soy una mujer de mi casa. 
Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. 
Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. 
Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. 
¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses.
Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. 
Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. 
Le metí la toalla en la boca para que se callara. 
No murió de eso, sino de no hablar: 
se le reventaron las palabras por dentro.

Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt