En el número de Revista de Libros del pasado mes de octubre, el escritor y periodista José Antonio Zarzalejos publicaba una reseña del libro Misivas del terror. Análisis ético-político de la extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial (Marcial Pons, Madrid, 2017), editado por Izaskun Sáez de la Fuente Aldama, reseña que recibía en ese mismo número de RdL la crítica del abogado y también escritor José María Ruiz Soroa. Pueden leer ambas, reseña y crítica, desde el enlace anterior.
Ha querido la casualidad que el pasado 8 de agosto, comienza escribiendo Zarzalejos, el mismo día en que visitaba los campos de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, cercanos a Cracovia, estuviese concluyendo la lectura de Misivas del terror, un conjunto de cuatro ensayos redactados por Galo Bilbao Alberdi, Xabier Etxeberria Mauleon, Jesús Prieto Mendaza e Izaskun Sáez de la Fuente Aldama, quien coordina la edición y firma tanto el prólogo como las conclusiones del trabajo. Traigo a colación la coincidencia entre la visita al horror nazi y la lectura de este libro porque mientras aquella me emocionó hasta el tuétano del alma, ésta se me ha asemejado a un relato de entomología, con muchos datos, con un lenguaje sofisticado y académico, a veces con expresiones crípticas y, sobre todo, con un distanciamiento de los hechos que se describen que crea algún desconcierto. Quizá la vivencia en directo de aquellos acontecimientos y la cercanía –por familiaridad o por amistad‒ con no pocos extorsionados eleve mi exigencia de tensión emocional de un modo incompatible con la asepsia investigadora universitaria. Podría ser.
No niego, en modo alguno, sino todo lo contrario, el mérito de una gran acumulación de datos sobre el denominado «impuesto revolucionario», forma coloquial y perversa de denominar el chantaje económico practicado durante al menos dos décadas y media por la organización terrorista ETA. Tampoco refuto la meritoria intención de los autores de este libro por tratar de divulgar una de las prácticas más ominosas del terrorismo etarra en los años de plomo –los ochenta y noventa del siglo pasado‒, ni de llevar al ánimo del lector la radical injusticia de semejante delito. De hecho, no tengo duda alguna de que los anexos de la obra son –con el mayor respeto a los ensayistas que la engrosan‒ los elementos más motivadores de la lectura y también más directos, fuente de un conocimiento que no necesita la explicación de intermediarios.
El Anexo I se refiere al cuestionario base para las entrevistas en profundidad con las escasas víctimas del chantaje que se han avenido anónimamente a contar su angustiosa experiencia. El Anexo II reproduce la carta de presentación del cuestionario en línea que sirvió para presentar el propósito del trabajo de investigación a los afectados e informa de cómo han estado coordinados por el Centro de Ética Aplicada de la Universidad bilbaína de Deusto. El Anexo III alcanza el mayor valor documental del libro al reproducir las cartas de extorsión, unos textos criminales redactados con una frialdad inhumana y determinados eufemismos que los hacen aún más crueles. La banda terrorista reclama con un lenguaje metálico, casi neutro en su vaciedad moral, cantidades varias a empresarios y profesionales para contribuir a su causa deslizando –la brutalidad criminal se muestra en función de la respuesta‒ unas pretendidas sutiles amenazas que irritan infinitamente por su cinismo.
«La documentación del caso Legasa» compone el Anexo IV. José Luis Legasa fue el primer empresario asesinado (2 de noviembre de 1978) por denunciar la extorsión. La carta del chantaje es una pieza para figurar en el peor muestrario de la vesania asesina de ETA y fue firmada por los terroristas tempranamente: el 19 de mayo de 1976. Y en un lugar tan próximo y tan bien identificado como la ciudad francesa de Bayona. En aquellos años, la «retaguardia» de los terroristas en territorio galo fue uno de los comportamientos internacionales más lamentables de los que ha mostrado el Gobierno de París que hasta 1989, con François Mitterrand y la tregua de Argel, no tomó decididamente cartas en el asunto. Del Anexo V doy fe: se trata de la carta de Juan Alcorta (1980) negándose públicamente a pagar el chantaje. Merece la pena su lectura y Misivas del terror la proporciona cuando el tiempo y los acontecimientos parecían que iban a sepultar uno de los episodios más épicos de la resistencia civil vasca a la dictadura del miedo que trató –y tantas veces consiguió imponer‒ la banda terrorista. Conocí a Alcorta y viví intensamente, aun siendo muy joven, la épica de su determinación.
Los anexos se cierran –el VI y el VII‒ con la transcripción del protocolo de seguridad frente a la extorsión que, a instancias de las autoridades y también por propia iniciativa, se adoptaron en muchas empresas vascas para establecer una pauta de conducta previsible ante la recepción de una misiva chantajista, y con cinco testimonios de gran valor tanto histórico como emotivo y que reconcilian al lector con la obra.
Misivas del terror quiere contribuir muy honradamente a la redacción del relato posterior al cese de la actividad terrorista de ETA. Pretende hacerlo con la mejor de las intenciones, pero desde una perspectiva académica que se distancia de las emociones para lograr un grado de objetividad y desplegar una metodología científica que termina por asfixiar la historia humana que está detrás de una serie de consideraciones que contextualizan la extorsión etarra. Descreo de esta forma de abordar el relato histórico de qué fue ETA y cómo se produjeron y en qué circunstancias sus centenares de crímenes. No he leído en los ya abundantes años de dedicación a vivir, escribir y sentir la cuestión terrorista vasca un texto más veraz y, al tiempo, más bendecido por el acierto de la historia que se enhebra, que la novela Patria de Fernando Aramburu. Su éxito reside en la tensión emotiva que mantiene una ficción tan extraordinariamente cercana a la realidad que bien podría afirmarse que se trata de un texto de carácter histórico. Los personajes son reconocibles y están ahí; las situaciones, por inverosímiles que parezcan, se producían y acaso aún se producen, el ambiente opresivo lo experimentamos quienes allí vivimos. Es real.
Les invito a leer Misivas del terror y, especialmente, las conclusiones finales que se deducen del trabajo de los cuatro ensayistas que firman el libro. Pero las obras que irán jalonando el relato posterior a ETA no están aún redactadas salvo algunas, muy pocas. Señalada ya la novela de Aramburu, parece necesario establecer deducciones de experiencias comparadas. En Euskadi se ha producido y sigue produciéndose una suerte de anestésico negacionismo. Muchos dicen ahora no saber lo que le ocurría al vecino y niegan haber afirmado –más por miedo que por convicción‒aquella miserable frase de «algo habrá hecho» cuando ETA perpetraba uno de sus crímenes. O irrumpen los géneros audiovisuales en la conformación de lo que fueron los años del sufrimiento terrorista y se inyectan sentimientos, emoción y pulsiones humanitarias a los análisis, o los restos del naufragio etarra podrían ser recogidos por sus feroces –sí, feroces‒ partidarios. Libros como los de Edurne Portela (El eco de los disparos) o de Francisco Llera (ETA y la espiral de silencio) apuntan certeramente hacia donde deberían dirigirse los esfuerzos cinematográficos y editoriales para engrosar el relato histórico del pasado terrorista, al que contribuirán, desde una perspectiva distinta pero, en todo caso, complementaria y subordinada, trabajos tan escrupulosos como los de estos cuatro ensayistas. Adelanto que pronto se editará una obra sobre la extorsión etarra a empresarios y profesionales preferentemente vascos y navarros que se fraguó con Misivas del terror pero que se bifurcó a última hora de esta obra precisamente por un disenso sobre su enfoque. A este respecto, me permito señalar cómo la labor de documentación es compatible con el alcance emocional: Vidas rotas. Historia de los hombres, mujeres y niños víctimas de ETA (de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey). Este libro ha hecho más por la sensibilización ante el terrorismo etarra que decenas de ensayos.
La extorsión en el País Vasco fue una forma de terrorismo subterráneo y enormemente devastador. Porque no sólo sumió en la angustia –y a veces también en la ruina‒ a sus víctimas, sino que ha terminado también por descapitalizar Euskadi, provocando, en combinación con la amenaza de los secuestros, las destrucciones y los asesinatos, una diáspora vasca que ha traído al país graves consecuencias de todo orden, tanto demográficas como laborales. La soledad, la extremada soledad de las víctimas (hasta el PNV ha comenzado una revisión muy pausada y lenta de sus responsabilidades políticas en la generación de un caldo de cultivo legitimador del terrorismo etarra), es un baldón para la sociedad vasca que sólo hará su particular catarsis si a un mundo de imágenes, de mensajes directos, de proscripción de la reflexión, se le ofrecen, además de análisis como este de Misivas del terror, una comunicación contemporánea que muestre la desnudez racional, ética y moral del terrorismo, su esterilidad, su radical injusticia, su enraizada mentira en la historia del País Vasco y, sobre todo, se le nieguen contextos explicativos, circunstancias atenuantes –cuando no eximentes‒, paliativos.
Hace falta recuperar el significado profundo de la banalidad del mal que acuñó la inmensa Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén. No hará falta recordar que la base de este libro inmortal fueron las crónicas periodísticas que la autora firmó desde la ciudad santa en The New Yorker, que la mandó como enviada especial en 1961 a cubrir el enjuiciamiento del criminal nazi Adolf Eichmann. Arendt, por una parte, la cinematografía y el esfuerzo memorial, por otro –del que forma parte Auschwitz-Birkenau‒, serían los referentes, salvando las distancias, del mejor relato de la intrínseca maldad del terrorismo de ETA cuyo horror reflejan esas Misivas del terror. La visión que proporciona este libro se completará el año que viene con otro de importantes autores, y ambos ofrecerán una perspectiva general de las prácticas, a más de terroristas también mafiosas, de la banda terrorista. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
1 comentario:
Realmente curioso ...
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