Vaya por delante, y como declaración de principios, que no estoy en contra de la enseñanza de la religión en las escuelas públicas, siempre que sea a petición de los padres y nunca como materia obligatoria, ni para los alumnos el cursarla ni para los colegios el impartirla.
Cada vez que se suscita este asunto -que no tiene visos de resolverse por la intransigencia de unos y otros- recuerdo un artículo de hace unos años en El País de la escritora tunecina afincada en España, Nicole Muchnik, que me causó una impresión muy favorable. Se titulaba "La excepción religiosa española".
Se equivoca quien piense que por mi condición de no-creyente el fenómeno religioso me resulta ajeno; por el contrario, me interesa muchísimo y no para combatirlo, cuestión esa en la que no tengo el menor interés, sino porque me parece un fenómeno relevante en la historia del progreso humano y que debería conocerse y enseñarse en las escuelas, eso sí, desde la objetividad y la total ausencia de dogmatismo.
¿Permitirían la jerarquía católica española y las demás confesiones religiosas que el Estado fomentara la impartición de una asignatura que enseñara científicamente la historia del fenómeno religioso y de las religiones, como una más del currículo académico, por profesores no-confesionales, en las condiciones que exponía al comienzo de esta entrada? Lo dudo...
Sin la menor intención de molestar y mucho menos de ofender a los que piensen lo contrario, a mí, ninguna confesión religiosa -la católica entre ellas- me parece un peligro público. Respeto su derecho a existir, a organizarse como mejor crea, a adoctrinar a sus fieles, y a exponer libremente su "mensaje", si es que lo tiene... Pero es cierto, como dice Muchnik, que la iglesia católica española goza de privilegios inadmisibles e inentendibles en otros países europeos, salvo -acaso- la excepción italiana o polaca.
Y que no se me diga que el 90 por ciento de la población española es católica para justificarlos. Primero porque no es verdad, y segundo porque una cosa es haber sido bautizado en una confesión religiosa, y otra muy distinta compartir, aceptar, seguir y cumplir sus preceptos, y no digamos ya considerar que esos preceptos y directrices obligan al conjunto de la sociedad.
Sin acritud, y con cierta dosis de irónico escepticismo, diría que lo ideal para mi es que ser católico, evangelista, testigo de Jehová, musulmán, judío, ortodoxo, ateo, agnóstico, etc., etc., etc., resulte tan irrelevante a efectos sociales o morales para los ajenos a la respectiva fe, como ser del Real Madrid, el Barcelona o el Numancia Fútbol Club...
Mientras no sea así, seguiré siendo escéptico-no-beligerante con las iglesias, -con todas-, mientras no demuestren con sus actos que las personas somos para ellas más importantes que sus dioses... Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
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