La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial.
Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos.
Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación?
Continúo hoy la serie de Retazos literarios con el relato titulado Hablaba y hablaba, de Max Aub (1903-1972), escritor español, exiliados en México durante más de tres décadas después de la guerra civil. Nacido en París, se afincó en Valencia en 1914 junto con su familia. Su padre, Friedrich Aub, era alemán, y su madre, Susana Mohrenwitz, francesa, de origen judío. Creció en un ambiente privilegiado y bilingüe alemán-francés, y recibió una educación agnóstica en lo religioso. Max aprendió el castellano en un tiempo muy corto, declarando, años después, que no podría escribir en otra lengua. Y en 1916 toda la familia adoptó la nacionalidad española. En 1928 ingresó en el Partido Socialista Obrero Español. Por entonces compaginaba la actividad comercial con la literaria y se inició en el teatro vanguardista con obras como El Desconfiado Prodigioso (1924), Espejo de Avaricia (1927) o Narciso (1928); a esa época pertenece asimismo la novela Luis Álvarez Petreña (1934).
Cuando comenzó la Guerra Civil se encontraba en Madrid y era ya un intelectual reconocido; dirigía en Valencia el grupo teatral universitario El Búho, a cargo hasta entonces de Luis Llana Moret. En diciembre de 1936 fue enviado como diplomático a la legación española en París, puesto desde el que gestionó el encargo y la compra del Guernica de Picasso para la Exposición Internacional de París del año siguiente. A su regreso a España, en agosto de 1937, ocupó el puesto de Secretario del Consejo Nacional del Teatro, y, desde el verano de 1938 hasta su salida del país, colaboró con André Malraux en la realización del filme Sierra de Teruel, adaptación de la novela L'espoir del escritor francés.
En enero de 1939 se exilió a Francia y se instaló en París, donde ultimó el rodaje de Sierra de Teruel y comenzó la redacción de Campo cerrado. En abril de 1940 lo internaron en el Campo de Roland Garros tras ser denunciado como comunista. El mes siguiente lo transfirieron al Campo de internamiento de Vernet, cuyas vivencias escribió en su relato Manuscrito cuervo. Historia de Jacobo, y en noviembre lo desterraron a Marsella. En 1941 fue detenido de nuevo y deportado a Argelia, donde compuso su estremecedor libro de poemas Diario de Djelfa (1945). El 18 de mayo de 1942 abandonó el campo de Djelfa y se dirigió a Casablanca, para embarcarse el 10 de septiembre en el Serpa Pinto rumbo hacia Veracruz, México, país en el que se naturalizó y habitó hasta su muerte. No pudo regresar a Europa hasta 1956 y a España no volvió hasta 1969, por primera vez después del exilio, en lo que fue un reencuentro agridulce del que dejó testimonio en su punzante dietario La Gallina Ciega (1971). Realizó un segundo, y último, viaje a España en 1971. Por edad perteneció a la Generación del 27, con cuyos miembros tenía una gran amistad. Les dejo con su relato.
En enero de 1939 se exilió a Francia y se instaló en París, donde ultimó el rodaje de Sierra de Teruel y comenzó la redacción de Campo cerrado. En abril de 1940 lo internaron en el Campo de Roland Garros tras ser denunciado como comunista. El mes siguiente lo transfirieron al Campo de internamiento de Vernet, cuyas vivencias escribió en su relato Manuscrito cuervo. Historia de Jacobo, y en noviembre lo desterraron a Marsella. En 1941 fue detenido de nuevo y deportado a Argelia, donde compuso su estremecedor libro de poemas Diario de Djelfa (1945). El 18 de mayo de 1942 abandonó el campo de Djelfa y se dirigió a Casablanca, para embarcarse el 10 de septiembre en el Serpa Pinto rumbo hacia Veracruz, México, país en el que se naturalizó y habitó hasta su muerte. No pudo regresar a Europa hasta 1956 y a España no volvió hasta 1969, por primera vez después del exilio, en lo que fue un reencuentro agridulce del que dejó testimonio en su punzante dietario La Gallina Ciega (1971). Realizó un segundo, y último, viaje a España en 1971. Por edad perteneció a la Generación del 27, con cuyos miembros tenía una gran amistad. Les dejo con su relato.
HABLABA Y HABLABA
por
Max Aub
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba,
y hablaba, y hablaba, y hablaba.
Y venga hablar.
Yo soy una mujer de mi casa.
Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar.
Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar.
Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba.
¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses.
Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo.
Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá.
Le metí la toalla en la boca para que se callara.
No murió de eso, sino de no hablar:
se le reventaron las palabras por dentro.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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