sábado, 15 de abril de 2023

De la necesidad de descansar

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la investigadora cultural Berta Ares, va de la necesidad de descansar. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









El séptimo día
BERTA ARES YÁÑEZ
09 ABR 2023 - El Paísharendt.blogspot.com

El tiempo recrea incesantemente las posibilidades de la vida, escribió la filósofa Jeanne Hersch, en un ensayo reunido en Tiempo y música. La vida se da en el tiempo y en nuestra efímera duración gozamos, creamos, amamos y sufrimos.
Vivimos en el tiempo, sí, pero en el mundo. Al nacer, somos arrojados a este espacio de aparición en el que otras vidas han sido y actuado antes, y otras serán y actuarán después.
Experimentar el tiempo e intervenir sobre el mundo son dos fenómenos ineludibles y trascendentes. Sabedores de ello, los redactores bíblicos, receptores de muchos siglos de experiencia humana, dedicaron el séptimo día al descanso del Creador. Con ello, rindieron homenaje a la creación misma de la idea de descanso.
Puesto que los humanos del primer relato del Génesis, en el que Dios descansa, están hechos a Su imagen y semejanza (no como en el segundo, en el que Eva sale de una costilla), el reposo bien puede tener como objeto la imitación divina, esto es, mirar atrás, como Él, a la intervención realizada sobre el mundo y valorar su bondad.
Esta pausa del séptimo día, de una séptima parte de nuestras vidas, no tiene nada que ver con “recargar las pilas” o “desconectar” para ser más eficientes, sino más bien dejar que el mundo descanse, salvaguardarlo de nuestra continua intervención. Pero también proteger a la humanidad de ser esclava del reloj y de sí misma; regalarle un día de meditación, alegría y santidad.
Este sentido bíblico del descanso está hoy en peligro de extinción. Vivimos al servicio de un capitalismo voraz que encuentra en la tecnología a un poderoso aliado, un caballo de Troya capaz de penetrar en los rincones más íntimos de nuestras vidas, de provocar nuestra permanente actuación y movilizar nuestro ímpetu productivo y consumista.
Del arte del descanso y del sabbat tratan dos libros sobre los que Ezra Klein conversa en su pódcast (The New York Times) con la crítica cultural Judith Shulevitz, autora de uno de ellos; el otro es del fallecido rabino A. J. Heschel. El periodista y la autora charlan sobre la dimensión moral del tiempo y extraen una lección, idealista, sí, pero nada desdeñable: si encontráramos la manera adecuada de experimentar el tiempo, viviríamos mejor y el mundo sería más justo. Un ejemplo sencillo: las prisas nos impiden ayudar al prójimo, incluso cuando es alguien querido. La velocidad reduce las posibilidades de que nos paremos a echar una mano. No es una cuestión de bondad, es que la aceleración estrecha el mapa cognitivo: no vemos lo que pasa alrededor. Llevar cascos e ir mirando el móvil, reduce el tiempo disponible a mínimos.
Es difícil bajar el ritmo, sustancialmente impulsado por el neoliberalismo y el mal uso que hacemos de la tecnología. Si en Tiempos modernos (1936) Charles Chaplin reflejaba las condiciones laborales provocadas por la industrialización y la producción en cadena, casi un siglo despué, nos vemos trabajando noches, festivos y a demanda inmediata sin previo aviso debido a los llamados teléfonos inteligentes.
El descanso puede protegernos de convertirnos en bestias, salvaguardarnos de la esclavitud, de nuestra capacidad de autodestrucción. Con razón se empieza a reivindicar la necesidad de dislocar la lógica del rendimiento; a defender el derecho a la improductividad, a la calma, a no hacer nada. Una idea tan antigua como el descanso hoy se antoja radical, contracultural y urgente. Requiere una estructura social que lo facilite y lo proteja. Una atmósfera general y colectiva de reposo, en el ámbito físico y en el digital. Por más que cada vez son más las personas preocupadas por desconectar sus vidas del armazón tecnológico, práctica que se conoce como sabbat digital, aún queda trecho.
El tiempo es imperecedero, escribe Hersch, y nadie puede sustraerse a él. Es uno y el mismo siempre, escribe Ramón Andrés (La bóveda y las voces). En él el ser humano vive su exigua duración, que anhela eterna. La ciencia logrará alargar las vidas y estas seguirán siendo efímeras. No podemos incidir sobre el tiempo, pero sí buscar la manera de vivirlo mejor, sin violentarnos tanto.
El tiempo no, pero el mundo sí es nuestro negociado. Según la mística de Luria (compréndase que sus metáforas pueden atesorar siglos de experiencia humana), la creación del mundo tiene lugar con un retraimiento y desaparición de Dios. Olga Tokarczuk lo narra de forma bonita en Los libros de Jacob. De la imagen se infiere que al retirarse y desaparecer, el Creador legó el mundo a la humanidad. Es una explicación respaldada por la etimología: “mundo” y “desaparecer” (divino) comparten raíz en hebreo. Desde entonces, el acontecer del mundo y la salvación humana están unidos, dependen el uno del otro.
Todo lo que creamos y amamos lo devora el curso del tiempo, es cierto, pero nada anula lo vivido, y a la vez, el tiempo recrea incesantemente las posibilidades de nuevas vidas. Está en nuestras manos que esta tierra las acoja.





























[ARCHIVO DEL BLOG] Patriotas, corruptos y desvergonzados. [Publicada el 18/10/2013]









¡Ah, la diosa Fortuna, siempre veleidosa!... Parece que hoy le ha jugado una mala pasada a la secretaria general del partido popular español, a toda la dirección presente, pasada y futura del mismo, y por supuesto, a ese gobierno que tan bien le cae al señor Botín; por algo será pienso yo. Pero mejor dejémoslo así para no incurrir en posible delito de injurias, como El País en su día por publicar los "papeles de Bárcenas". 
Desconfío, por decirlo suavemente, de todos aquellos que hablan de Dios o la Patria en primera persona y en mayúsculas, poniéndolos siempre por delante como justificación de sus acciones. Me dan miedo. Y me repelen. Desde luego mi antipatriotismo no llega a los límites de exacerbación que reflejaba el escritor y académico Javier Marías en un artículo, justamente de hace cinco años -19 de octubre de 2008, lo que ya es casualidad- en El País Semanal, titulado "Cómo se llamará esta afección". Me pareció excesivo; desgarrador en todo caso. Aunque comparto con él ese sentimiento de "patriotismo negativo" al que alude en su texto: aquel que nos hace avergonzarnos de muchos de nuestros compatriotas y de muchas de las cosas que se han hecho y dejado de hacer en nombre de la patria.
Leyéndolo he recordado un libro del también escritor e ilustre filósofo, Fernando Savater, que me impresionó sobremanera cuando lo leí por su atrevimiento y la dureza de sus planteamientos contra el propio concepto de nación. Se titulaba "Contra las patrias" (Tusquets, Barcelona, 1987), y no se si don Fernando seguirá sosteniendo lo que en el decía contra "todas" las patrias".
También ignoro si Javier Marías ha leído la biografía de Hannah Arendt, escrita por la periodista y escritora francesa Laure Adler: "Hannah Arendt". (Destino, Barcelona, 2006). Pero tengo la sospecha de que sí. Al menos si nos llevamos de la sorprendente coincidencia, casi literal, entre lo que escribe Marías sobre el "amor patrio" y lo que pone Laure Adler en boca de su biografiada, sobre ese mismo concepto de amor a la patria, o al pueblo...
Dice Marías: "Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo España" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Cataluña o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, además de inverosímiles, porque nadie está capacitado para "amar" así, en bloque, un país entero, menos aún una metáfora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen."
Y esto es lo que dice Hannah Arendt (pág. 426) en la biografía escrita por Laure Adler cuando la reprochan que no muestre su apoyo a Israel cueste lo que cueste: "Tiene usted toda la razón: no me anima ningún amor de esa clase, y eso por dos motivos: jamás en toda mi vida he amado a ningún pueblo, a ninguna colectividad; ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni nada de todo eso. Yo amo únicamente a mis amigos y la sola clase de amor que conozco y en la que creo es en el amor por las personas."
¿Plagio inocente e inadvertido? Es lo más posible. No me preocupa. Como Marías, yo también me pregunto como se llamará "esa afección que nos hace incapaces de enorgullecernos junto a la capacidad de avergonzarnos por lo ajeno vecino". En todo caso, como él, estoy seguro de que no somos los únicos españoles que la padecemos.
Mi paisano Nicolás Estévanez (1838-1914), militar, conspirador, republicano ferviente, político prestigioso, y sobre todo un gran poeta, escribió unos hermosísimos versos sobre el mito de la patria, que el gran don Miguel de Unamuno, censuró con sorna. Se titulan "La sombra del almendro", y ya los he traído en ocasiones anteriores al blog. Les dejo con ellos.

LA SOMBRA DEL ALMENDRO

La patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.

A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.

A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.

Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.

A mi no me entusiasman
ridículas uotpías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.

Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.

A mi no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.

La sangre de mis venas,
a mi no se me importa
que venga del Egipto
o de las razas céltica y godas.

Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ella
hasta que el mar inunde aquellas costas.

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.

La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.

Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.

Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora...

Sean felices, por favor, y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt











viernes, 14 de abril de 2023

De los psicópatas con poder

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Bernat Castany, va de los psicópatas con poder.  Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Psicópatas al poder
BERNAT CASTANY PRADO
09 ABR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Se dice que, en los primeros tiempos del Tercer Reich, algunos cómicos y detractores, en lugar de gritar Heil Hitler!, “salve a Hitler”, farfullaban Heilt Hitler!, esto es, “curad a Hitler”. También es célebre el ataque de risa que padecieron Hermann Göring y Joaquim von Ribbentrop, mientras aseguraban, en los juicios de Núremberg, que habían actuado “de buena fe”, cuando las grabaciones de las conversaciones telefónicas que mantuvieron en aquella época evidenciaban lo contrario. De perdidos, me río. Pues no estaría mal averiguar cuáles de nuestros políticos y de aquellos que los votan, o votamos, necesitan ser curados o se ríen de nosotros en nuestra cara.
Hablamos mucho en estos días del test de Turing, que establece el punto en el que puede hablarse de inteligencia artificial (como diría Jorge Luis Borges: “Tú que me lees, ¿estás seguro de que esto no está escrito con ChatGPT?”). Mucho más deberíamos hablar del test de Hare, que evalúa el grado de psicopatía de las personas, y que, más allá del ámbito de la psicología, puede ser utilizado para realizar un retrato moral, no solo de los individuos, sino también de las sociedades.
El test de Hare está compuesto por 20 preguntas a las que se les da un valor de dos, uno o cero en función del mayor o menor grado de adecuación. Y la línea de corte es 30 (como para entrar en la carrera de ingeniería social). Esto es una demostración. ¡Intenten hacerlo en sus casas!
1. ¿Posee locuacidad y encanto superficial? Esto es, ¿echa mano en sus apariciones públicas de toda la panoplia de falacias, sesgos cognitivos, relatos y mitologías políticas, sin importarle tanto el contenido de lo que dice como el efecto, valorado siempre en número de votos?
2. ¿Miente con asiduidad? ¿Hace como esos tramposos que siempre tienen razón en los detalles, aunque nunca la tengan en el conjunto, de modo que cuando criticas el conjunto te remiten a un detalle, y cuando criticas el detalle, no puedes hacer más que darle la razón?
3. ¿Es manipulador? ¿Siendo su estrategia preferida la de sembrar la discordia, con el objetivo de que nos mordamos los unos a los otros, como aquellos perros que apaleaban después de haberlos metido juntos en un saco?
4. ¿Se siente superior a los demás? ¿Esto es, tiene un sentido exagerado de su propia valía, que le confiere, en su opinión, el privilegio de no tener que respetar las mismas normas o leyes que el común de los mortales?
5. ¿Carece de sentido de la culpa? Ni en su pecho late El corazón delator de Edgar Allan Poe, ni tiene los problemas de insomnio de un Raskólnikov. (Redúzcase medio punto de psicopatía por cada fracción de alprazolam que necesite para dormir.)
6. ¿Sus afectos son superficiales? ¿Muestra una cierta frialdad o superficialidad emocional en sus relaciones con la sociedad, con la que no pueden relacionarse más que mediante el entusiasmo o la ira? ¿Hace, como los niños, zumo de canario con lo que más ama?
7. ¿Carece de empatía? ¿El sufrimiento de las demás personas —sean o no votantes— no es una variable esencial en sus argumentos o decisiones? Como mucho, posee la empatía fría, o intelectual, que le permite meterse en la piel del otro para manipularlo, como un parásito, pero no la empatía caliente o emocional, que representaría un freno moral para sus acciones.
8. ¿Se niega a responder por sus propias acciones? ¿Ya sea por su narcisismo, que le lleva a sentir que las leyes no se hicieron para él, ya sea por su falta de empatía, que lo libera de todo lazo social, no se siente obligado a responder, ni moral ni legalmente, por sus acciones?
9. ¿Sus relaciones suelen ser breves? Especialmente consigo mismo, pues pasa sin problemas de ser un joven trotskista a ser un adalid del neoliberalismo o un nostálgico de los buenos tiempos pasados? (Si sucede lo contrario, pellízquese el brazo para comprobar si está soñando.)
10. ¿Tiende hacia la promiscuidad? ¿Intentando, por ejemplo, ser y no ser a la vez de ultraderecha, o seguir siendo de izquierdas mientras comulga con el credo neoliberal o nacionalista?
11. ¿Su estilo de vida es parasitario? ¿Ya sea porque ha hecho del mero mantenimiento en el poder su modus vivendi, ya sea porque la manipulación de los miedos y las esperanzas de los votantes es una de las formas más básicas del parasitismo humano?
12. ¿Tiene metas poco realistas? ¿Le cuesta aceptar el carácter imperfecto, cambiante y mezclado de la sociedad real, que promete depurar, simplificar y fijar, haciendo caso omiso a los obstáculos o resistencias que le opone, coriácea, la realidad?
13. ¿Su carácter es impulsivo? ¿Promete soluciones finales e inmediatas, considerando todo pacto o concesión como una traición, infligiéndonos de este modo, tras esperanzas desaforadas, depresiones excesivas?
14. ¿Es irresponsable a la hora de actuar? ¿Pues, debido a su falta de empatía, no realiza una valoración moral de las consecuencias que puedan derivarse de sus palabras o acciones? (Réstense mil puntos de psicopatía por cada ocasión en las que haya reconocido un error.)
15. ¿Tiene reacciones poco meditadas? ¿Presenta una baja tolerancia a la frustración, la crítica o el rechazo, lo cual puede llevarle a tener explosiones de ira, que se traducen en improperios, decisiones precipitadas e incapacidad para el diálogo y la alianza (especialmente cuando se acercan unas elecciones)?
16. ¿Necesita ser estimulado por su tendencia al aburrimiento? ¿En el fondo es un nihilista que se siente vacío, y busca el poder, o el dinero, para llenar una falla narcisista que es más profunda que la de San Andrés, y más inflamable que las de Valencia?
(Como no somos jueces, podemos dejar a un lado los últimos cuatro ítems, que se preguntan por la precocidad, diversidad y orígenes de su historial delictivo, en caso de que lo hubiere o hubiese.)
Mi intención no es, claro está, sugerir que todos los políticos respondan a estos rasgos. Primero, porque la demonización de la política es la primera de las estrategias del psicópata político. Segundo, porque todos somos políticos, en tanto que ciudadanos que participan, por activa o por pasiva, del poder. De modo que todos deberíamos plantearnos, cuando votamos o dialogamos, en qué punto intermedio nos situamos entre Albert Camus y Adolf Hitler, o entre Hannah Arendt y Margaret Thatcher. Tercero, porque el bien y el mal son transversales, estoy convencido de que los políticos de extrema derecha, nacionalistas y de izquierda antidemocrática, que haberla hayla, presentan de forma orgánica muchos de estos rasgos. Y cuarto, porque creo que, más allá de los individuos, nuestra misma sociedad tardocapitalista pretende naturalizar muchos de estos rasgos a través de propaganda ideológica, contenidos audiovisuales, violencia burocrática y mucha precariedad.
No hay soluciones mágicas, pero qué menos que preguntarse honestamente qué puntuación sacarían en el test de Hare, no solo aquellos que tenemos pensado votar, sino también nosotros mismos, como individuos, y como sociedad. Heilt!