martes, 14 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Contagioso



Detención  y muerte de George Floyd. Minneapolis, 25/5/2020


Si uno no se “pronuncia” a chillidos contra los abusos e injusticias, es susceptible de ser acusado de “connivente” con ellos, comenta en el A vuelapluma de este martes [El motor que mueve a los cerebros raquíticos. El País Semanal,5/7/2020] el escritor Javier Marías.

"Siempre he pensado que las protestas, huelgas y manifestaciones debían tener un objetivo práctico, y así fue durante mucho tiempo: se llevaban a cabo para conseguir “algo”, poco o mucho. Para torcer el brazo de los patronos, lograr abolir leyes injustas o abusivas, mejorar condiciones laborales. Hace ya años que se añadió otra finalidad “estética” o “simbólica”, abaratadora de las reivindicaciones y decepcionante: ya no se trataba de obtener nada (o no siempre), simplemente había que “dejar testimonio” del repudio a alguien o algo. Este último propósito ha sufrido una veloz degradación en este siglo.

Pocas imágenes tan repugnantes y atroces como las del policía de Minneapolis Derek Chauvin matando lentamente, con saña, al ciudadano George Floyd. No era la primera vez que eso ocurría, policías americanos bestias o demasiado nerviosos cargándose a inofensivos negros con frecuencia, pero también a blancos que tuvieron la mala idea de sacar un móvil en su presencia, o una pistolita de juguete o la cartera. Las inmediatas protestas, manifestaciones y marchas eran útiles y necesarias en Minneapolis y probablemente en todas las ciudades de su país, con un 13% de población de raza negra y seculares comportamientos racistas de individuos y organizaciones, sobre todo en los Estados secesionistas que condujeron a la Guerra Civil entre 1861 y 1865. De Nueva York a Los Ángeles, la indignación y el clamor tenían finalidad, podían influir en policías, jueces y políticos, aunque era imposible que hicieran mella en el más bruto y racista de los últimos, Donald Trump, que incomprensiblemente continúa al mando y al que se perdonan felonías muy castigadas no ya en otros dirigentes, sino en presentadores de televisión o actores.

Las manifestaciones podían tener sentido incluso en París y Londres, que desde hace décadas son multirraciales. Lo que resulta más pintoresco es que se hayan copiado y reproducido en Madrid, Barcelona, Berlín, Viena o ¡Berna, capital de Suiza! Que los madrileños, vieneses o berneses desplieguen su ira en sus respectivas calles les traerá sin cuidado a los policías americanos bestias y a Trump el Adoquín. Así, hay que preguntarse por el objetivo de esos coléricos, porque conseguir, no iban a conseguir nada. Hay que añadir que todo esto sucedía en plena pandemia y con las personas aún confinadas para evitar y evitarse contagios. Sin embargo, los mismos barceloneses, berlineses y berneses que llevaban tres meses renunciando a ver a sus madres o abuelas, o a sus amantes, no dudaron en mezclarse y compartir sudores —en poner en riesgo sus vidas y las de otros— con tal de exhibir su furia por lo acontecido a miles de kilómetros, y respecto a lo que nada podían lograr práctico, real y efectivo. Hay que mirar a qué puede deberse semejante reacción, meramente testimonial e inútil, hasta el punto de abandonar por ello todas protección y prudencia.

Sólo se me ocurre una explicación, bastante penosa; porque no creo que haya persona en el mundo a la que las imágenes de Chauvin y Floyd no hayan parecido repugnantes y atroces (quitando a los deficientes del Ku-Klux-Klan y criminales afines). Ante algo así no hay obligación de “pronunciarse” en principio, porque el horror y la condena se dan por supuestos. No obstante, en esta época aspaventosa, no basta con lo que uno piense o diga en privado. Si uno no se “pronuncia” a chillidos contra los abusos e injusticias, es susceptible de ser acusado de “connivente” con ellos. En virtud de lo cual han abundado los columnistas ¡españoles! que de pronto se han ofendido melodramática, curil y plañideramente con Lo que el viento se llevó… a los 81 años de su estreno. Bien, ya han alardeado de lo antirracistas que son, ya han cumplido con el precepto que toque cada semana. Pero ¿esas masas apretujadas? Obedecen al mismo espíritu de “meritorio”, me temo. Las redes sociales han creado en sus usuarios una ilusión de “fama”, aunque sólo sea fama entre sus grupúsculos de amistades. Si salta a la actualidad una causa justa y de lucimiento, muchos son incapaces de renunciar a alimentar su vanidad y su narcisismo, así sea a costa de la salud y el pellejo propios y de sus familias. ¿Cómo no voy a enseñar lo virtuoso, recto y empático que soy colgando fotos de mi rabia en Instagram o Facebook? Insisto: en Viena o Berna, que nada tienen que ver con Minneapolis ni con los Estados Unidos, y cuyas voces no van a ser escuchadas donde acaso valdrían de algo. La conclusión es un tópico a estas alturas, pero este episodio internacional enloquecido —la pandemia, la pandemia— lo hace innegable: el motor que mueve a los cerebros raquíticos del mundo no es ya el dinero ni el egoísmo ni el afán de poder —que también—, sino, por encima de todo, una desmedida vanidad de andar por casa y un narcisismo ensimismado, valga la redundancia. Lo peor es que día a día aumenta la cantidad de cerebros que se raquitizan, y que además, como el coronavirus, se trata de un mal contagioso".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] Standard & Poor's. Publicada el 28 de abril de 2010




Sede central de Standard & Poor's, Nueva York



La noticia de la tarde: "La agencia de calificaciones Standard & Poor's (S&P) ha rebajado un escalón la nota de la deuda española a largo plazo. La calificación ha pasado de AA+ a AA con perspectiva negativa, lo que deja abierta la posibilidad de nuevos recortes de rating a medio plazo. La noticia ha caído como una bomba en la Bolsa de Madrid, que cuando se conoció caía en torno al 1,5%. La sesión ha terminado con un descenso del 2,99%, que se suma a la caída del 4,19% de ayer".

Nada más conocerla he recordado un pasaje del artículo "El Ministerio Mendizabal", escrito por Mariano José de Larra (1809-1837) en los años 30 del siglo XIX. Decía Larra en él: "¿Cómo se quiere lograr este fin [interesar a la ciudadanía en la causa de los asuntos públicos] no viendo más termómetro del público bienestar que el alza o baja de los fondos en la Bolsa, en cuyo movimiento sólo se interesan veinte jugadores?".

Salvando las distancias, pienso que no se puede decir con mayor claridad. Las instituciones públicas nacionales, europeas e internacionales no pueden estar a merced de las opiniones de unos señores y entidades privadas que han demostrado que no merecen credibilidad. La Bolsa, como decía Larra hace 180 años no puede ser el termómetro de la vida pública. Y si funciona mal, habrá que arreglarla, o cambiar las reglas de su juego, pero lo que no puede consentir una sociedad madura y democrática es que los intereses privados de unos especuladores arruinen la economía y la solvencia de un Estado y la vida de sus ciudadanos. Y si los gobiernos no saben afrontar la situación, cámbieselos. HArendt




El escritor Mariano José de Larra


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 14 de julio






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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lunes, 13 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Andariegas



Representación de Lisístrata, de Aristófanes


Abrir la puerta, comenta en este primer A vuelapluma de la semana [Pies, para qué os quiero. El País Semanal, 5/7/2020] la escritora Irene Vallejo, y pasear por puro placer es un gesto de libertad que puede transformar la sociedad de pies a cabeza

"Nos dicen que los blindajes y los cerrojos vuelven más seguras nuestras casas, pero en esa seguridad acecha una peligrosa claustrofobia. Confinada durante la epidemia, has averiguado que puedes sentirte perdida en el lugar que mejor conoces. Que es posible el vértigo sin abismo. Que a veces los ojos se resisten a dormir en la cama acostumbrada. Que las paredes se estrechan y se retuercen, asfixiando la salida. Que de vez en cuando necesitas desalojarte. Un hogar debe tener la puerta abierta por dentro.

Recluida, piensas en las cerraduras de las vidas antiguas. Aquellos demócratas atenienses a quienes tanto lees y admiras creían que las mujeres libres debían vivir encerradas en el gineceo. Esas habitaciones propias se adueñaban de ellas, allí dedicaban sus trabajos y días a la crianza, a hilar y tejer. Cuando se les permitía cruzar el umbral, en casos excepcionales, no podían entretenerse por el camino, ni dar rodeos ni pasear. El único pasaporte válido hacia el exterior era una tarea importante o un funeral. Aquel enclaustramiento y la inmovilidad se traducían en pieles pálidas, músculos débiles, salud frágil. Al menos las esclavas eran libres de ir a buscar agua, acudir al mercado o al lavadero. Y las mujeres espartanas, gobernadas por un régimen autoritario, tenían derecho a salir de sus casas y hacer deporte: las querían en forma para engendrar los guerreros invencibles del mañana. Paradójicamente, hace 25 siglos una oligarquía militarista era más permisiva con ellas que la madre de todas las democracias. En la delirante Lisístrata, de Aristófanes, un grupo de conspiradoras amas de casa se citan en secreto con las rebeldes espartanas. Andan tramando la más temprana huelga europea de la que hay noticia, una huelga sexual para poner fin a la guerra. Al encontrarse, las mustias y apagadas jóvenes de Atenas contemplan boquiabiertas a sus torneadas cómplices. “Cómo reluce vuestra belleza, guapísimas. Qué buen color lucís, cómo rebosan vitalidad vuestros cuerpos. Podríais estrangular hasta un toro”, dice con gracia Lisístrata. Una de las extranjeras, la atlética Lampito, responde: “Seguro que sí, por los dioses, pues me entreno en el gimnasio y salto dándome en el culo con los talones”. Otra de las esmirriadas atenienses no puede resistirse y tercia: “¡Qué hermosura de tetas tienes!”.

Se hace camino al andar, y quizá por eso convertirnos en andariegas ha sido fruto de una larga conquista. En las epopeyas homéricas, los héroes se desplazaban con zancadas vigorosas —Aquiles es “el de los pies veloces”—, mientras que las mujeres y diosas se asemejaban a tímidas palomas. Un símil poético que subraya sutilmente los pasos cortos y temblorosos de estas aves. Hay un significado latente en la cadencia, la fuerza y la seguridad de nuestro andar: la osadía se expresa con movimientos elásticos, ágiles y afirmativos de los pies, mientras la sumisión toma forma de cepo. Las chinas de pies vendados se veían forzadas a caminar con docilidad y sufrimiento: no solo les menguaban los pies, también se los paraban. Las japonesas debían caminar con breves pisadas, a una humilde distancia del marido. Pero no es necesario mirar tan lejos: en nuestro mundo, los tacones de aguja que hoy calzamos por propia voluntad duelen e impiden correr. Paso a paso, nuestras extremidades han tenido que conquistar su propia libertad de expresión.

Así era en el pasado y así lo hemos vivido en el presente: salir de casa a trabajar, con el tiempo medido y las tareas tasadas, siempre fue un hecho tolerado y negociable. Incluso en momentos de prohibiciones, hemos encontrado pasadizos y atajos. En cambio, como explica Anna Maria Iglesia en La revolución de las flâneuses, lo revolucionario es que todos y cada una podamos salir sin pedir permiso, sin rumbo fijo ni control —con pájaros en la cabeza, pero no con pasos de paloma—, vistiendo calzado cómodo y dejando el móvil inmóvil en casa. Abrir la puerta y pasear por puro placer es un gesto de libertad que puede transformar la sociedad de pies a cabeza: el modo en que pisamos refleja cómo pensamos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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[PÍLDORAS LITERARIAS] Hoy, con Amor, eternidad, de Luis de Castresana





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la ficción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. Continúo hoy la serie de Píldoras literarias con el relato de Amor, eternidad, de Luis de Castresana, publicado en su libro Adios (Madrid, Prensa Española, 1969). 


Luis de Castresana (1925-1986) fue un periodista, escritor y pintor español. Cursó estudios en diversos centros docentes españoles y europeos. Formó parte del programa de niños conocidos como los "niños de la guerra", que el Gobierno de Aguirre en el País Vasco decidió evacuar hacia otros países como Francia, Bélgica o Rusia para librar a los niños de los horrores de la guerra civil (1936-1939). A partir de esta experiencia escribió su libro más famoso: El otro árbol de Guernica, que fue Premio Nacional de Literatura en 1967 y también fue llevada al cine. También fue Premio Fastenrath de la Real Academia Española con Catalina de Erauso, la monja alférez y finalista en el Premio Planeta con Retrato de una bruja en 1970.

Su obra trata fundamentalmente sobre problemas del existencialismo cristiano, los horrores de la Guerra Civil Española, su experiencia en el exilio y la tierra vasca. Su novela El otro árbol de Guernica fue llevada al cine por Pedro Lazaga en 1969. En la novela se narra parte de la peripecia personal del autor, a quien sus padres enviaron a Bélgica cuando estalló la guerra. Los protagonistas son un grupo de niños vascos en Bruselas, a donde llegan en busca de un refugio. Una camiseta del Athletic y un árbol en el patio del colegio se convierten en el lazo de unión de esos niños, aderezado con una dulce añoranza de su tierra. Les dejo con  su relato Amor, eternidad. 


Amor, eternidad
por
Luis de Castresana







Estaban apoyados en la barandilla mirando la ría. Una ligera neblina se enredaba en lo alto de las grúas, que se alzaban como extraños árboles metálicos en la otra orilla. Se habían encendido unas luces en el barco anclado junto a los muelles de Iribitarte.
Sonaba, en alguna parte, un acordeón. Hacía frío.
-¿Recuerdas? -preguntó él.
Y ella dijo, apenas sin mover los labios:
-Sí
Se miraron a los ojos sin sonreírse, sintiéndose muy juntos, muy el uno del otro, muy dos en uno. Continuaban inmóviles, comunicándose sin palabras y sin gestos, mirando las aguas sucias de la ría, en donde rielaba la luz de las bombillas de los muelles.
-¿Tienes frío, mi vida?
Y ella movió la cabeza diciendo que no, y cogió entre las suyas las manos de él y reclinó la cabeza sobre su hombro.
Se veían más de medio siglo atrás, allí, en aquel mismo lugar. Había sido una noche cálida, con una gran luna navegando sin prisas en el cielo alto y limpio y azul. Las estrellas brillaban como pequeñas velas y parpadeaban, hablándose en morse luminoso.
La villa estaba en fiestas y ardía en el jubilo de su «Semana Grande». Hasta el Campo de Volantín llegaba la música del quiosco del Arenal, diluida, grata, como si fuera un olor hecho sonido. Y allí, de súbito, él la había besado y le había pedido que fuera su esposa. Y ella había dicho que sí sin hablar, moviendo la cabeza y procurando no llorar. Pero lloró.
Habían anclado muchos barcos en la ría desde entonces y el cielo se había empurpurado miles de veces en el claro de los altos hornos. Lunas y lunas habían surcado el alto mar de las nubes. Tres hijos y una hija les habían nacido. Tenían nietos y esperaban el nacimiento del primer bisnieto.
Pero allí, en aquel momento, en aquel atardecer frío de finales de otoño, ellos vivían cincuenta y tantos años atrás.
Aún sentía él la boca de ella y sus mejillas, húmedas de lágrimas felices. La veía muy joven, con el vestido blanco y azul, y con el collar de cuentas blancas que brillaban como chispas.
-¿Me quieres?
-Sí -había dicho ella-. Más que a nada.
-¿De verdad, Rosita? ¿De verdad,cariño?
-Sí.
Todavía habían estado unos minutos más en el Campo de Volantín antes de regresar despacio al Arenal, caminando en silencio, por primera vez cogidos del brazo ante las miradas de todos. Los padres de ella estaban junto al quiosco, oyendo el concierto nocturno y esperando el momento en que se iniciaran los fuegos artificiales.
Y cuando estuvieron de nuevo ante ellos, serios, un poco tímidos, sin soltarse del brazo, ella había dicho simplemente:
-Nos vamos a casar.
Se sentaron todos juntos, oyendo la música, mirándose; y luego él les había acompañado hasta casa.
Nada más regresar del viaje de novios, al inaugurar su casa, él había hecho copiar sobre un pergamino, en hermosas letras como de códice miniado, las bíblicas palabras que Ruth dirigió a Noemí:
No me ruegues que te deje y me aparte de ti, porque donde quiera que tú fueres, iré yo; y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí tendré mi sepultura.
Enmarcaron el pergamino y lo colgaron en la alcoba matrimonial, bajo el crucifijo. Les había dado vergüenza ponerlo en el comedor y que lo vieran los parientes y amigos que iban a visitarles.
Hacía ya una eternidad de todo esto.
Permanecían ahora inmóviles apoyados en la barandilla, callados, y un gran trozo de vida se amansaba en el fondo de sus recuerdos. Se miraban quietamente, felices, como seres que han alcanzado la plenitud.
Vieron pasar un entierro y se miraron, en silencio, ojos adentro.
-Cuarenta y cinco años tendría ahora Carlitos -musitó ella, de pronto.
-Sí –asintió él.
Pensaron sin dolor en el hijo muerto, recordando el momento en que supieron que estaba muerto, el momento en que ella había dicho: «Está muerto, Pedro, está muerto». Y él no lo había creído, se había negado a creerlo. Y la vida había seguido, y habían venido otros hijos, y habían visto florecer su sangre y su amor en los hijos de sus hijos. Y todo había comenzado allí, en el Campo de Volantín, en una noche de verano de hacía mucho, mucho tiempo.
Se acurrucaron suavemente el uno junto al otro. Él tembló y ahogó un golpe de tos. Ella le subió el cuello del abrigo.
-Hace frío –dijo-. Otra vez se te ha olvidado ponerte la bufanda.
-Sí –dijo él.
Y de repente le asomaron lágrimas a los ojos.
-¿Por qué? –preguntó ella dulcemente.
Y él dijo:
-Tanto tiempo, tantas cosas… Si no llego a encontrarte, ¿qué hubiera sido de mí?
Ella suspiró; le apretó una mano y se quedó mirándola con expresión meditativa.
-Se va haciendo de noche, mi vida -dijo al cabo de un rato-. ¿Vamos?
-Sí -musitó él.
Y echaron a andar lentamente hacia el Arenal, como aquella noche.
FIN


El escritor Luis de Castresana


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 13 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















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