domingo, 26 de enero de 2020

[PARLAMENTO] Diario de Sesiones. Enero, 2020 (IV)





Las Cortes Generales, conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado, representan al pueblo español. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

Desde los enlaces de más abajo pueden acceder a los Diarios de Sesiones respectivos del Congreso de los Diputados y del Senado, y en su caso, de las Cortes Generales, tanto en su versión de texto como en vídeo. 

I. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
Sin sesiones

II. SENADO
Sin sesiones


Desde los enlaces siguientes pueden acceder a las páginas electrónicas oficiales de las principales instituciones políticas nacionales, europeas y locales de Canarias. 

INSTITUCIONES NACIONALES

INSTITUCIONES EUROPEAS

INSTITUCIONES LOCALES CANARIAS
Parlamento de Canarias
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria


Por último, desde estos otros enlaces pueden acceder a las agendas previstas para la semana próxima tanto en el Congreso como en el Senado, al programa de RTVE Audiencia abierta, sobre las actividades oficiales del Rey, y al de Parlamento, sobre las de las Cortes Generales, y desde este otro, al blog  dedicado a la Conmemoración del 41º aniversario de la Constitución.





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es domingo, 26 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





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sábado, 25 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Simplismo de café





"Atrapada en la cafetería del tren, -comenta la escritora Clara Sanchis Mira en el A vuelapluma de hoy- remuevo un café en su vasito de plástico. Pido uno más grande para añadir agua, lo prefiero largo. No hay, dice la camarera sin levantar la vista del trapo. Pero yo veo vasos grandes en la repisa. Uno de esos está bien. Esos no son para café, dice. Con una sonrisa digo que no me importa. No da señales de haberme oído. Perdone, ¿me da uno de esos? No, no son para café. Ya, pero es que quisiera añadir un poco de agua y en este vasito no cabe. Silencio, dale que te pego con el trapo. Cuento que el café concentrado no me sienta bien, con cara de enferma. La camarera apenas levanta los ojos, sin duda atraviesa un mal momento. El que le he dado es el vaso para café. Lo sé, gracias. Y esos otros son para el ColaCao. Ahá. Ella vuelve al trapo y yo a la carga. Sonrío. No me importa que sean para el ColaCao, de verdad, no es problema, ¿me da uno? No. La camarera está atravesando un momento personal terrible. Tengo una idea, cóbreme el vaso de ColaCao. No puedo hacer eso, dice. ¿Por qué? Usted ha pedido café. Ya. Me da la espalda. Mire, no entiendo qué más le da lo que yo introduzca en el vaso, una vez sea de mi propiedad. Silencio. Ya está, digo, pago el café y el ColaCao, los contenidos y los continentes. Oigo un suspiro. En serio, cobre las dos cosas, pero deme ese vaso grande. Ese vaso no es para café.

Me estoy empezando a hundir en la miseria cuando otro usuario atrapado en la cafetería me socorre. No me puedo creer todo esto, ¿quiere hacer el favor de darle el vaso grande? La camarera ni le ve. El señor está más dolido que yo: es que no lo entiendo, es que qué más le da, es que así va el mundo, ¿no ha oído que además le sienta mal el café concentrado? Pero la camarera atraviesa quizás el peor momento de su ­vida y es una estatua de sal. O un robot de camuflaje. El señor y yo vamos en busca del supervisor porque así va el mundo. Ese vaso es de ColaCao, dice el supervisor, no de café. Para escapar de la tristeza ponemos una reclamación.

Mientras los días pasan, y espero la respuesta de Renfe, un analista explica en la radio por qué ganó el Brexit. La propa­ganda funcionó porque era de una sim­pleza absoluta. Igual que los relatos de Trump, Erdogan o Bolsonaro. Cuanto más compleja es la situación mundial, más éxito tiene el simplismo. Las ideas más fáciles de encajar, como juegos de piezas para bebés, arrasan. Cada bebida en su recipiente y florituras las justas, que yo con mi caos ya tengo bastante. Los matices nos revientan la cabeza".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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[ARCHIVO DEL BLOG] Honduras: ¿Cómo el camarote de los hermanos Marx? (Publicada el 6 de julio de 2009)




El presidente hondureño, Manuel Zelaya



No he querido hacer un juego de palabras y menos aún humor negro sobre la crisis política que vive Honduras. Pero la verdad es que la situación de "voy-vengo-entro-salgo" comienza a parecer una parodia de la famosa escena del camarote de los hermanos Marx. En estos momentos, a las 00.45 horas (hora canaria) del 6 de julio de 2009, el presidente depuesto por la Justicia, el Parlamento, la Iglesia, y el Ejército de su país, y buena parte de la opinión pública hondureña, viaja de vuelta a Tegucigalpa desde Washington, con la pretensión de ser repuesto en su cargo por las mismas fuerzas que le defenestraron hace justamente una semana... Y la prensa electrónica habla ya de al menos dos muertos en los enfrentamientos entre partidarios del ex presidente y los de las nuevas autoridades hondureñas. Y hablando de los hermanos "marx" (con minúscula), al final, parece que los paladines de la democracia en América, los presidentes de Cuba, Bolivia y Venezuela, no le acompañan en su viaje de vuelta, no se sabe muy bien a donde... En todo caso, hago votos porque ese viaje no sea al enfrentamiento civil entre hondureños.

En El País de ayer domingo, venían dos interesantes artículos sobre la crisis hondureña. Uno de Moisés Naím, director de la revista Foreing Policy titulado "Golpe en Honduras: Idiotas contra hipócritas" en el que denuncia la esperpéntica actuación de unos y otros (partidarios y adversarios del presidente Zelaya) y de su cohorte de "hooligans" respectivos en la escena internacional, a los que no duda en clasificar de hipócritas e idiotas a partes iguales.

El otro artículo es de la Defensora del lector del diario El País, Milagros Pérez Oliva, que en su crónica semanal, titulada "La batalla de las palabras en un golpe de Estado", analiza las críticas recibidas por el diario en el proceso de dar a conocer a los lectores la crisis hondureña, y de las dificultades que entraña trasladar al lector una información verídica, real y objetiva de los hechos sin caer en la "opinión" o el "subjetivismo" por parte del periodista y del periódico. Espero que les resulten interesantes. HArendt




Los presidentes de Venezuela, Cuba y Bolivia



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 25 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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viernes, 24 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Infancia eterna





"Pasé mi infancia y adolescencia intentando comprender ese gran misterio de la vida, -comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Laura Freixas-. A ese misterio, por ­entonces –años sesenta, ­setenta– se le llamaba “de dónde vienen los niños”. Un día mi padre, de­cidido a ­pasar el mal trago, se sentó con­migo y me lo explicó en diez minutos.

Lo entendí perfectamente, como habría entendido el funcionamiento de un destornillador o un abrelatas; sólo que no era eso lo que yo quería saber. Estaba muy bien, sí, conocer la mecánica del asunto, pero lo que yo quería entender era otra cosa. Algo tan complicado como ordenar el puzle desconcertante que componían Simplemente María, Playboy , el barrio chino, el mandato de virginidad para las chicas, el miedo a la violación, el consultorio de Elena Francis, La vie en rose, los cursillos prematrimoniales, las bodas de penalti, los guiños de los hombres cuando se les preguntaba cuántos hijos tenían y contestaban “dos... que yo sepa”... y así, hasta un millar de piezas. Lo que yo quería entender, en suma, era qué sentido tenía todo aquello. Y por cierto, si había alguien que yo no quería que me lo explicara, era mi padre. O mi madre. Entre otras cosas, porque tenía clarísimo –antes de saber formularlo con palabras– que la sexualidad es lo que nos hace personas adultas, autónomas, desgajadas de nuestra familia.

Y todo eso que yo necesitaba entender, ¿dónde aprenderlo? La escuela habría sido lo mejor: un entorno neutro, aséptico, con adultos ajenos a nosotras. Pero parece que no hay manera de que se implante en España, con normalidad, la educación afectiva y sexual. En vez de avanzar en ese campo, como habría sido de esperar, resulta que retrocedemos: ahora la derecha quiere dar a los padres el poder de impedir, mediante el pin parental , que sus hijas e hijos reciban esa enseñanza. Curiosamente, no se atreven a discutir sus contenidos –¿será que no quieren reconocer lo que de verdad piensan del tema? ¿será que sus ideas les avergüenzan?...– y prefieren rechazarlo sin explicaciones, esgrimiendo un supuesto derecho de los padres a elegir la educación de sus hijas e hijos. Como si estos no fueran personas con sus propios derechos: el derecho a saber, el derecho a entender una dimensión fundamental de su persona, el derecho a escoger cómo desarrollarla. En vez de eso algunos padres quieren, por lo visto, una inocente escuela Pin y Pon que mantenga a sus criaturas en una eterna infancia".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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[PENSAMIENTO] Idolatría



Dibujo de Sr. García para El País


No vivimos en un tiempo mejor o peor que otros, afirma el escritor Rafael Argullol. Cada época tiene sus ídolos. El problema viene cuando se está ciego ante ellos, porque entonces el ser humano es capaz de adorar a cualquiera. 

"La última vez que estuve en San Pedro del Vaticano, -comienza diciendo Argullol- hace un par de años, ya no intenté ver la Pietà de Miguel Ángel. La muralla humana era tan densa que preferí quedarme a un lado para observar a los espectadores de la escultura. Formaban un grupo en forma de embudo, cada vez más estrecho a medida que se acercaban al cristal que defiende la obra. Con pocas excepciones el ritual era siempre el mismo: los visitantes, que quizá habían esperado en la cola durante más de una hora, permanecían unos pocos segundos ante la obra e inmediatamente se giraban, móvil en mano, y se hacían un autorretrato, individual o colectivo, con la Pietà al fondo. Apenas habían mirado la escultura, pero parecían regresar satisfechos de su aventura.

No sé cuantas veces, después, contemplarían las imágenes que habían capturado. Tal vez en el avión, de regreso a casa. En muchos casos, ni siquiera en el avión, perdidas aquellas fotos en archivos interminables. En la misma basílica de San Pedro me hice una pregunta: si se interrogara, a esos fugaces contempladores, sobre el terrible dolor de una madre que tiene a su hijo muerto sobre las rodillas, ¿qué opinarían? A juzgar por sus actitudes, creo que una inmensa mayoría pensaría que quien hacía esta pregunta se había vuelto loco, porque no venía al caso hacer una pregunta de este tipo. De hecho, pocos, muy pocos, habían relacionado el dolor de una madre por su hijo muerto con el autorretrato que se acababan de hacer con una famosa, y turísticamente recomendada, obra de arte al fondo.

Habían mirado —a considerable velocidad—, pero no habían visto. De ser cierta esta hipótesis no sería un hecho aislado, desde luego, sino un ejemplo representativo de una actitud general no solo, claro, ante obras de arte cargadas de fetichismo, sino ante las imágenes de todo tipo que nos rodean: mirar sin ver. O, en la mejor de las opciones, para vernos solo a nosotros mismos, efímera, pero machaconamente, en la repetida ceremonia de un narcisismo atolondrado. Se ha dicho muchas veces que vivimos en una época en la que la cultura de la palabra ha sido sustituida por la cultura de la imagen. No estoy de acuerdo con esta afirmación: ambas han sido agredidas igualmente por el falseamiento idolátrico. Mirar sin ver tendría su correspondencia con el hablar sin decir.

Esta última cuestión fue rastreada por muchos escritores que se plantearon las raíces del paulatino totalitarismo que invadió la primera mitad del siglo XX. Ante este dilema, algunos se decidieron por el silencio, dejando de escribir; otros optaron por transformar la pluma en un bisturí que diseccionara los mecanismos de mentira que podían ocultar las palabras y los peligros colectivos de esta ocultación.

Las arenas movedizas sobre las que reinan las fake news no son un privilegio exclusivo de nuestro tiempo. A principios del siglo pasado, antes de que los totalitarismos se apoderaran de la escena, Karl Kraus escribió, en Viena, páginas inolvidables sobre el envenenamiento espiritual de una opinión pública sometida a un vaciamiento interior del significado de las palabras. Desde su ciudad de exilio, Río de Janeiro, cercano ya su “suicidio civilizatorio” tras comprobar hasta qué punto se habían desencadenado los demonios del totalitarismo, Stefan Zweig atribuyó el horror a la pérdida de verdad interna de las palabras. Hablar sin una aspiración de verdad era la negación del decir. El ser humano quedaba indefenso. El campo abonado para las adoraciones de los ídolos.

Sería interesante ver cómo reaccionarían un Kraus o un Zweig ante los engranajes del poder en nuestro presente, con la generalizada instalación de un nihilismo que tiene por intercambiable lo falso y lo verdadero, y en el que la verdad o la falsedad dependen del número de seguidores en las redes sociales. Probablemente llegarían a la conclusión de que lo nuestro es consecuencia de lo suyo, y que la tecnología no ha causado, sino ampliado, una mutilación interna del lenguaje cuya razón de fondo es espiritual y cuyo riesgo más inquietante comporta la pérdida de la libertad.

Sin embargo, no es muy distinta la situación de la denominada cultura de la imagen, pues ésta, como la palabra, tiende a ser vaciada de su significado interior, de su complejidad, para ser transformada en un mero ídolo. A este respecto es interesante calibrar la progresiva victoria de la publicidad sobre el arte, si por éste entendemos una forma pensada para interrogar a la condición humana, y por aquélla otra ideada para vender productos a los seres humanos (diferencia quizá ya no aceptable para muchos, partidarios de la indiferenciación total).

Tengo la impresión de que, a estas alturas, la publicidad ha utilizado, y exprimido, todas las etapas de la historia del arte. Un van gogh ha servido para vender un detergente; un velázquez, para vender un coche; un botticelli, para vender una nevera. Estamos acostumbrados, y poco habría que decir si no fuera porque en nuestra retina se ha ido produciendo una igualación semejante a la que, en el campo de la palabra, lleva a la igualación entre lo verdadero y lo falso. Van Gogh, Velázquez o Botticelli dejan de interrogar a la naturaleza humana. Sus obras se vuelven irreconocibles, en el sentido literal del término, como irreconocible es la Pietà de San Pedro del Vaticano cuando la imagen de Miguel Ángel es avasallada por la idolatrización de espectadores completamente mermados para comprender lo que en ella se aloja.

Si esto ocurre con respecto a las artes visuales tradicionales qué no decir en relación a la cinematografía, vampirizada hasta extremos grotescos por la publicidad: exigencia continua de impacto, rentabilidad inmediata de los efectos técnicos, desaparición paulatina del autor o responsable intelectual. La consecuencia son centenares de películas, algunas de ellas de gran valor, imposibilitadas de distribución y exhibición porque el mercado está obturado por los productos que sí admiten, y hacen suyas, las leyes de la idolatría.

La consecuencia, asimismo —la consecuencia más agradable—, es la sorpresa, acompañada de respeto, con la que muchos jóvenes descubren la existencia de un cine antiidolátrico cuya calidad rompe el cerco de la mediocridad y el simulacro. La prueba de fuego es la visión de películas de Tarkovski, Bergman o Welles, increíblemente postergados, pese a su maestría reconocida, redescubiertos como una revelación por quienes se hartan de la trivialidad vertiginosa del cine hegemónico.

Algo no muy distinto, por cierto, de lo que ocurre cuando ciertos lectores jóvenes acceden, por fin, a los grandes maestros de la literatura, los vedados por los propagadores de la banalidad y por los que buscan confundir el hablar con el decir. La aventura de leer a Thomas Mann, Dostoievski o Proust se presenta, de pronto, como mucho más excitante que las toneladas de simpleza mental aconsejadas por medios de comunicación, redes sociales y no pocas editoriales.

Pese a todo, no creo que vivamos en un tiempo mejor o peor que otros. Una de las virtudes de la gran cultura, que ahora se desprecia por los ignorantes y por los aprendices de ignorantes, es que nos enseña a no ser nostálgicos ni a tener la mirada puesta en el pasado. Si en una balanza imaginaria depositáramos la inteligencia y la sensibilidad de cada generación, el peso sería el mismo. No sé si mucho o poco, pero el mismo. Cada época tiene sus ídolos y sus idolatrías. El problema es ser ciego ante ellos. Porque entonces los seres humanos somos capaces de adorar a cualquiera: a un gran demonio o a un pobre diablo".




La Pietá, de Miguel Ángel


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