domingo, 30 de abril de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy domingo, 30 de abril de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy, con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 29 de abril de 2017

[Especial] 29 de abril de 1483. Gran Canaria entra en la Historia



Placa de homenaje a la princesa grancanaria Abenohara
(Alcázar de Córdoba)



En diciembre de 1969 me faltaban apenas unas semanas para terminar mi servicio militar en el Batallón de Infantería del Ministerio del Ejército, hoy Cuartel General del Ejército de Tierra, que tenía su sede en el Palacio de Buenavista, en la madrileña plaza de Cibeles. Un batallón integrado en el histórico Regimiento "Inmemorial del Rey, Núm. 1", el regimiento de infantería más antiguo del mundo. Mi mujer y mi hija, de trece meses, se habían quedado en nuestra casa de Las Palmas.

Con motivo de las fiestas de la Inmaculada, la patrona de la infantería española, el batallón convocó un concurso de relatos literarios entre sus miembros. El 8 de diciembre, día de la Inmaculada, me dieron un diploma en el que me declaraban ganador del tercer premio por un relato titulado: "29 de abril de 1483: Gran Canaria entra en la Historia". No guardo copia del relato, aunque sí el diploma. Y nunca, hasta mucho después de tal fecha, me había parado a reflexionar si la concesión del premio pudo estar influenciada por el hecho, aparte de la mucha o poca valía literaria del texto, de que el teniente-coronel jefe del batallón era un laureado militar grancanario llamado Antonio Alemán Ramírez, que llegaría más tarde a teniente general del ejército. Me gustaría suponer que no.
   
Sobre mi pasión filial por la isla de Gran Canaria, la tierra en la que vivo desde 1967, y la fecha del 29 de abril de 1483 de la que hoy se cumplen 534 años, en que culmina la conquista y pacificación de Gran Canaria por los Reyes Católicos y queda incorporada la isla a la corona de Castilla, ya he escrito en otras muchas ocasiones. No voy a extenderme nada más que lo justo y necesario para saldar algunas cuentas pendientes con algunos buenos amigos, y otros no tanto, como los nacionalistas que pretendían cubrir los cuadros que adornan el Salón de Plenos del Parlamento de Canarias en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, a los que detesto sin atisbo alguno de cordialidad. 

Por estas mismas fechas de hace dos años estuve en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, la más antigua y señera de las sociedades civiles canarias, fundada en febrero de 1776 a instancia del obispo Cervera y bajo la protección del rey Carlos III, que tiene su sede en el histórico barrio de Vegueta, a unos pocos metros del lugar exacto donde el 24 de junio de 1478 se fundó el Real de Las Palmas, la actual ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

La razón de mi presencia no era otra que la de asistir al acto de presentación de la edición electrónica del libro "Crónicas de la conquista de Canarias", realizada por el historiador Carlos Álvarez con el patrocinio de la propia entidad. Lamentablemente el acto resultó un tanto deslucido por el escaso público asistente pues coincidía con la retransmisión de un partido de fútbol de la "Champions", pero así son las cosas de la cultura y tampoco merece la pena lamentarse. Lo disfrutamos los que estábamos allí y basta. 

¿Saben ustedes cuánto tiempo duró la conquista de Granada? ¿Y la del imperio azteca en México? ¿O la del inca en el Perú? Todas ellas se realizaron en un lapso de cincuenta años, entre 1482 y 1533. La guerra de Granada duró diez años, las de México y el Perú, dos años cada una. La conquista de la isla de Gran Canaria, el ensayo general con banda, música y vestuario de lo que sería la de América, les llevó a los reyes de Castilla, doña Isabel y don Fernando, cinco años de guerra sangrienta. ¡Cinco años para derrotar a una población indígena de apenas unas decenas de miles de personas que vivían en el neolítico en un territorio de 1500 kilómetros cuadrados! Los castellanos quedaron tan impresionados por el valor y nobleza de sus adversarios que dieron a la isla el apelativo de la "Gran Canaria" con el que pasaría a la historia. Una historia, la de su conquista, que se mueve entre dos fechas, la del 24 de junio de 1478 y la del 29 de abril de 1483. Hoy se cumplen 534 años de esta última. Y aunque casi todos los años por esas mismas fechas de abril y junio suelo escribir algo sobre dichas efemérides, y a ellas me remito, hoy voy a limitarme a transcribir lo que al respecto dice de aquellas jornadas el gran historiador canario Joseph de Viera y Clavijo (1731-1813), preclaro discìpulo de la Ilustración en las islas, en su magna obra "Noticias de la Historia de Canarias" (Cupsa, Madrid, 1978. Edición de Alejandro Cioranescu).


Dice Viera y Clavijo en la obra citada: "Restituidos nuestros conquistadores al Real de Las Palmas, -sobre la jornada del 29 de abril de 1483- dejando atalayas y espías que avisasen de cualquier movimiento, no apartaron el pensamiento de los preparativos para la campaña próxima. El deseo de concluir aquella grande obra de la entera reducción de Canaria devoraba sin cesar a Pedro de Vera, y no se pasó mucho tiempo sin que hiciese una revista e inspección general de todas sus fuerzas, tanto de Europa como de islas. Halló que tenía más de 1000 hombres de armas; proveyose de las municiones, víveres y forrajes precisos y salió el 8 de abril de 1483 en alcance del enemigo, con resoiución de morir con sus tropas, antes que volver al Real de Las Palmas, sin haber sometido todo el país. Nuestro general estaba ya muy práctico en ese género de guerra, por decirlo así, de sofistería o cavilación que se hace en terrenos quebrados y montuosos.

Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gárdal y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.

Pero entre tanto, como don Fernando Guanarteme [Nota del autor del blog: Tenesor Semidán, guanarteme (rey) de Gáldar, aliado de los castellanos. Su esposa, la guayarmina (princesa) Abenohara, estaba retenida en el alcázar de Córdoba, junto a los Reyes Católicos, como rehén.] conocía las intenciones sanguinarias del general y se condolía de la suerte que amenazaba a sus paisanos, pidió licencia para pasar a hablarles y, habiéndose acercado a ellos, no hizo otra cosa que mostrarles un semblante abatido y ahilado de muerte, en que se echaba de ver la angustia y el dolor. Los canarios por su parte levantaron también hasta el cielo la vocinglería y los sollozos, a cuyo espectáculo, esforzándose don Fernando a romper el silencio, les dijo anegado en lágrimas: "Hijos de mi corazón: yo os suplico tengáis piedad de vosotros. ¿Qué pensaréis adelantar con la terquedad? ¿Es posible que todavía tenéis arrojo para ser enemigos de los españoles? ¿Sacaréis alguna ventaja de que la nación y el nombre canario se acabe? ¿Qué más tendréis con que os gobierne ese joven que habéis aclamado como guanarteme, que obedeciendo al rey más poderoso del mundo? Abrid los ojos. Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, protegidos contra las demás potencias del mundo, ennoblecidos, doctrinados en las artes y ciencias, civilizados y cristianos, que valer más que todo."

No pudiendo resistirse a este tierno razonamiento la muchedumbre atribulada, retumbó al punto por los valles circunvecinos la algazara con que los bárbaros pedían rendirse a Pedro de Vera, aquel hombre tan terrible para la nación. Todos arrojaron al aire sus magados, dardos y tabonas e, hincados de rodillas, llamaron a don Fernando Guanarteme para ponerse entre sus manos. Pero así que observaron Bentejuí y el faycán de Telde [Nota del autor del blog: Sumo sacerdote de Telde, el otro guanartemato (reino indígena) de la isla de Gran Canaria, que ocupaba el este y sur de la isla, mientras que el de Gáldar, dominaba el norte, centro y oeste de la misma] tan extraordinaria revolución, se abrazaron fuertemente el uno al otro y se precipitaron desde la eminencia de Ansite, repitiendo la regular exclamación: ¡Atis Tirma! [Nota del autor del blog: Tirma era el nombre que los indígenas daban a la montaña sagrada  de su isla, Gran Canaria]. Se asegura que Bentejuí estaba para desposarse un día de aquellos con la joven guayarmina [Nota del autor del blog: Margarita Semidán], hija de don Fernando y heredera del guanartemato.

Luego que se fue serenando la conmoción, volvió este príncipe a nuestro campo, seguido de los suyos, y, trayendo del brazo a su hija Guayarmina y a su sobrina Masequera, las presentó al general dirigiéndole estas memorables palabras: "Unos isleños que nacieron independientes entregan su tierra a los señores Reyes Católicos y ponen sus personas y bienes bajo su poderosa protección, esperando vivir libres y protegidos." Pedro de Vera, el obispo, los oficiales, en fin, todo el ejército no creían lo mismo que miraban, pues es evidente que, a no haber sobrevenido en los ánimos aquella mutación prodigiosa, no se hallaban todavía los negocios en tan buen estado, y parecía preciso derramar mucha sangre antes de conseguir la última victoria.

En efecto, los canarios fueron recibidos con las más distinguidas demostraciones de placer; y, habiéndose abrazado recíprocamente ambas naciones, entonó el obispo el Te Deum, que prosiguió toda la tropa. Aconteció este suceso tan deseado como glorioso para nuestras armas, el 29 de abril de 1483, día de San Pedro de Verona por cuya circunstancia y la de llamarse Pedro el general se puso a toda la isla de la Gran Canaria bajo el patrocinio de aquel mártir.

Del campo de Ansite, tan feliz para Pedro de Vera, se volvió nuestro ejército, seguido de muchos canarios, al Real de Las Palmas, donde se ejecutó la entrada con todas las aclamaciones y las libertades de un triunfo. Y mientras los españoles se ocupaban en no sé qué vana admiración de sí mismos, subió Alonso Jáimez a la explanada del torreón y, tremolando el real estandarte que llevaba, dijo tres veces: "La Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros señores, rey y reina de Castilla y de Aragón." Al día siguiente se celebró en la iglesia de Santa Ana una fiesta  de acción de gracias, en que dijo la misa el reverendo obispo, concluyéndola con una exhortación que pareció muy elocuente a los cristianos, y de la cual sólo entendieron los nuevamente conquistados y convertidos que ellos eran el asunto".

Unas páginas antes, Viera y Clavijo  nos ha contado lo ocurrido casi cinco años atrás, en la jornada del 24 de junio de 1478, en la que las tropas castellanas al mando del capitán Juan Rejón, que habían desembarcado en el puerto natural de Las Isletas, en el extremo nordeste de la isla, llegan hasta la desembocadura del Guiniguada y establecen allí un fuerte al que dan el nombre del Real de Las Palmas. 

Este es su relato: "Libradas las referidas órdenes, se hicieron a la vela desde el Puerto de Santa María, a 28 de mayo de 1478, tres navíos bien pertrechados de municiones de guerra y boca, y surgieron en el de las Isletas de Canaria, a 24 de junio por la mañana. Aunque esta navegación fue de un mes, asegura Abreu Galindo que se hizo con próspero viento. Y habiendo desembarcado la tropa en aquel arenal, sin que hubiese quien la inquietase, fue la primera obra en la que se ocupó la de cortar algunos ramos de palma, con los cuales se formó una gran tienda, a cuya sombra erigieron un altar. Como era día de San Juan Bautista, celebró la misa el deán Bermúdez; y todos los soldados la oyeron devotamente, pidiendo a Dios con las armas en la mano les favoreciese en el exterminio de aquella pobre nación que iban a invadir. Después hizo marchar su gente el general Rejón hacia el territorio de Gando, con la mira de reedificar la torre que habían construido los Herrera y fortificarse en sus contornos; más habiendo llegado al barranco o río de Guiniguada, donde está la ciudad de Las Palmas, se presentó repentinamente al ejército una mujer anciana, vestida al uso del país, la que en buen castellano dijo a los nuestros que adónde iban; que el territorio de Gando quedaba todavía lejos y el camino era fragoso; que hallándose con avisos del desembarco, el guanarteme de Telde andaba acaudillando sus súbditos, y que aquel sitio de Guiniguada era un lugar más fuerte, inmediato al mar, bien provisto de agua y de leña, cubierto de palmas, álamos, dragos e higuerales y el más propio para trazar un campo, desde donde se podría recorrer toda la isla.

Como estas advertencias eran tales, que el general español no debía haber esperado a que una mujer canaria se las hiciese, al instante la tomaron por guía y fijaron el campo en el paraje que ella les señalaba. Pero apenas habían hecho alto las tropas y empezaban a levantar sus tiendas, se desapareció la canaria incógnita con admiración universal, Juan Rejón, que sin ser escrupuloso era devoto de Santa Ana, se persuadió o quiso persuadir a los otros que la madre de María Santísima, bajo la figura de aquella buena mujer, había descendido del cielo a dirigirle en el primer paso de su campaña; por tanto, dio orden para que se edificase allí una iglesia con la advocación de Santa Ana, cuyo patronato se ha conservado siempre.

La noticia de esta piadosa creencia (que también pudo ser estratagema política de Rejón para animar sus tropas) es de fray Juan Abreu Galindo; pero los demás escritores o la omiten o la reducen a circunstancias más regulares. Estos sólo dicen que habiendo sorprendido las espías españolas a cierto isleño anciano que pescaba en la ribera del mar, les dio aquel saludable consejo, sin añadir que el anciano se desapareciese ni que le tuviesen por ningún santo los cristianos que le cogieron.

Como quiera que fuese, no hay duda que se formó el campo español en las márgenes del Guiniguada; a una legua corta del puerto; que lo fortificaron con una gran muralla de piedra y troncos de palma; que se construyó un torreón y un largo almacén para las provisiones; que se intituló, desde luego, el "Real de Las Palmas", a causa de la gran copia que había de ellas, todas frondosas y eminentes, y que se edificó la pequeña iglesia de Santa Ana, ermita ahora de San Antonio Abad". Hasta aquí el relato de Viera y Clavijo sobre las dos fechas más significativas de la historia de Gran Canaria.

Durante muchos años, siglos incluso, la fecha del 29 de abril fue la del día grande de la isla de Gran Canaria: su Fiesta Mayor. La del 24 de junio, día de San Juan Bautista, sigue siendo, por fortuna, la Fiesta Mayor de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la capital de la isla. La otra, la que hoy rememoro, dejó de celebrarse cuando el nacionalismo identitario y excluyente alcanzó las cotas de poder suficiente como para hacer renegar a algunos políticos grancanarios incultos y obtusos, tanto de su origen como de su pasado y de su historia.

Por supuesto que esta, la historia de la conquista de Gran Canaria y del resto de las islas del archipiélago no fue la edulcorada aventura que las crónicas nos han contado, al menos no en su versión para niños, si es que aun se sigue enseñando en las escuelas. Fue brutal como todas las conquistas de la época. Y como es lógico para las costumbres de la época, la guayarmina grancanaria, Abenohara, no estaba en Córdoba durante los hechos citados como invitada de los Reyes Católicos, sino como su rehén. Formalmente, la conquista de la isla culmina con un pacto regio entre el Guanarteme y la Corona castellana. Que luego la historia posterior fuera por otros derroteros en nada desmerece la trascendencia de la gesta.

La sociedad indígena que los europeos encontraron en las islas tampoco era la idílica estampa roussoniana del "buen salvaje" que las crónicas de la época transmitieron, sobre todo con el propósito de enaltecer a los conquistadores y dejar constancia del valor y nobleza de aquellos a los que habían sometido. Eran pueblos primitivos que vivían en el neolítico, mayoritariamente en cuevas excavadas en las laderas de las montañas y que desconocían la escritura y el arte de la navegación. Pero su heroica resistencia asombró a los escribanos de la conquista y así lo dejaron reflejado en sus crónicas.

Soy y me siento tan grancanario, como canario, español y europeo. Mi mujer, mis hijas y mis nietos han nacido y viven en Gran Canaria. Ni puedo ni quiero renegar de ninguno de mis múltiples orígenes, porque soy heredero de todos ellos: de las harimagüadas, guerreros, pastores, guayarminas y guanartemes indígenas, tanto como de los soldados, caballeros, menestrales, agricultores, sacerdotes, religiosas, comerciantes y aventureros que llegaron a las islas de allende  los mares y que conformaron, todos ellos, el nuevo pueblo canario. No quiero ser políticamente correcto. Me importan un bledo los nacionalismos, y menos de un bledo los nacionalismos identitarios. Yo solo creo en un patriotismo constitucional basado en una sociedad de hombres libres que quieren vivir en común. Y eso es lo que quiero y anhelo para los pueblos canario, español y europeo.

Ahora más que nunca creo que somos un gran pueblo, canarios y españoles, que no nos merecemos la clase política gobernante que padecemos; que sí, de acuerdo, que están ahí porque les hemos votado nosotros, canarios y españoles, no neozelandeses ni marcianos, pero que también se mantiene en sus poltronas, pegados como con poxipol, gracia a un sistema electoral hecho a la medida de sus mediocres intereses de partido, cuando no meramente personales, en los que los generales de sus conciudadanos no cuentan para nada. Por mi parte no va a quedar el moverles las sillas en lo que pueda y sepa hasta que se las despegue.

Feliz día a todos los grancanarios. A pesar del gobierno. A pesar del mundo. A pesar de todo. Yo, mientras viva, seguiré celebrando que tal día como hoy de hace no-se-cuantos-años la isla de Gran Canaria entró por la puerta grande en la Historia Universal.

Les invito a disfrutar de esta hermosísima versión del himno oficial de Gran Canaria, "Sombra del Nublo", cantada al alimón por Los Sabandeños y el universal tenor grancanario Alfredo Kraus en 1993. Espero que la disfruten. 



"Lady Harimaguada", de Martín Chirino (Las Palmas de GC)


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 29 de abril de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy, con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.




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viernes, 28 de abril de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 28 de abril de 2017





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jueves, 27 de abril de 2017

[Humor en cápsulas para hoy jueves, 27 de abril de 2017





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miércoles, 26 de abril de 2017

[A vuelapluma] Corromper/Dimitir: en España, verbos impersonales e intransitivos





En gramática se denomina verbos intransitivos a aquellos que no exigen complemento, y verbos impersonales a aquellos que solo admiten su conjugación en la tercera personal del singular: él, ella... Seguro que van captando por donde van los tiros... Sí, por los verbos dimitir y corromper, que como ustedes saben no son impersonales ni intransitivos, pero que en España, a efectos teóricos y prácticos de su clase política,  sí lo son, tajantemente, sin la menor duda ni vacilación. 

Aquí no dimite ni Dios... Está pegado a la silla con poxipol... Son frases oídas una y otra vez que expresan con ironía la perspicacia de los españoles de a pie sobre la condición moral, mayoritaria, de su clase política. Pero aunque los individuos tengan responsabilidades morales exigibles, y de de vez en cuando, las asuman de grado o por fuerza, los partidos políticos no responden a ese criterio. Se escudan en el clásico "y tú, más" para eludir sus responsabilidades colectivas, y resulta claro que para combatir la corrupción es necesario que las organizaciones políticas tengan que rendir cuentas a controles externos ajenos a sus propias estructuras políticas. 

Peter Mair (1951-2011) famoso politólogo irlandés fallecido prematuramente, escribió al inicio de su libro Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental (Alianza, Madrid, 2015), que la era de las democracias de partido había pasado, pero que las democracias modernas eran impensable sin la existencia de los partidos, motivo por lo cual, al fallar estos -que es el caso, y no solo en España y Europa, sino en todas las democracias liberales- las democracias fallaban por su base y se resentían todas las estructuras de las mismas. Y hace unos días el profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pública de Navarra, Jorge Urdánoz, publicaba un artículo sobre este mismo asunto titulado El silencio de los partidos, que comenzaba aludiendo a la querencia irrefrenable de nuestro ministro de Justicia, Rafael Catalá, por la conocida cantinela según la cual “la responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas”. Una tonadilla, continuaba diciendo, que atrapa a las mil maravillas nuestra tortuosa relación con la corrupción y que resulta, por lo demás, particularmente pegadiza: tampoco sus críticos parecen poder quitársela de la cabeza. Muchas muestras de indignación e innumerables aspavientos, sí… pero razones, entre pocas y ninguna.

El problema, añadía más adelante, radica en que seguimos atrapados en una dicotomía —la que distingue entre responsabilidad penal y responsabilidad política, sin admitir otro matiz— que, lejos de iluminarnos, lo que logra es ofuscarnos. En un universo conceptual en el que solo alumbran esos dos soles, la responsabilidad política únicamente puede enfocarse desde un prisma moral, deontológico. Los políticos dimitirían por principios, como movidos por el rechazo ético que en su interior provocarían ciertos proyectos de ley o ciertos comportamientos. El impulso volitivo sería por tanto interno, autónomo, personal. Se dimitiría por coherencia, por integridad, por vergüenza o por cualquier otra categoría eminentemente moral. Es un espejismo.

Esa concepción, dice en él, se forja en el siglo XIX, cuando los protagonistas de la política eran individuos, esto es, parlamentarios de carne y hueso. Pero hace ya mucho que la política no la protagonizan las personas —susceptibles de principios, de moral y de integridad—, sino los partidos. Y a los partidos el sol de la moral no parece iluminarles ni mucho ni poco. Ellos responden a otro tipo de luz.

Para percibir esa luz hemos de mirar fuera, señala. En inglés “responsabilidad” se dice de dos maneras: “Responsability” y “accountability”. El primer vocablo equivale a nuestra “responsabilidad moral”, y se aplica por tanto a los individuos. El segundo no tiene en castellano un equivalente exacto… ese es nuestro problema, y por eso solo nos es dado entender la responsabilidad política como responsabilidad personal. Nos falta un término para la accountability.

¿Y quién es esa señora?, se pregunta. Pues es ese tipo de responsabilidad que, siendo política, no es sin embargo personal. “Accountability” suele traducirse como “rendición de cuentas”, un rodeo terminológico a mi juicio poco eficaz porque rechaza la subjetivación: no podemos decir que los partidos son “rindables de cuentas” o algo así. O podemos, claro, pero el resultado es espantoso.

Yo propongo “controlabilidad”, dice. Al contrario que la responsabilidad moral —interna, autónoma, personal— la controlabilidad sería externa, heterónoma e institucional. Los individuos tienen responsabilidad moral, esto es, responden ante sus principios (por definición, internos). Los partidos no pueden responder ante algo así, por lo que responden ante controles (externos). No son responsables, son controlables. O, más bien, resultarán responsables solo en la medida en que se sometan a ciertos controles. Y tanto la responsabilidad moral de los políticos como la controlabilidad de los partidos son responsabilidad política.

Así que, continúa diciendo, en cierto sentido, la tonadilla del ministro no anda del todo desafinada. Todo lo que no es responsabilidad penal es responsabilidad política y esta “se salda en las urnas”. De acuerdo, pero… ¿en qué urnas? Porque a lo mejor no se trata de cambiar de canción, sino de añadir versos al estribillo.

El problema aquí, afirma, es que en España solo existe un tipo de control externo y político para los partidos: las elecciones. Constituyen la única ocasión en que los partidos se someten a una evaluación política independiente de ellos mismos. Se trata de una insuficiencia democrática en la que radica el origen de muchos de nuestros males.

¿Queremos luchar contra la corrupción?, nos pregunta. Hay muchos frentes, pero el primero es el político, porque sin él los demás no se activarán. Necesitamos que la política responda más y mejor a la voluntad de la gente, esto es, que la política sea más responsable. Así que necesitamos más “urnas”, en efecto: primarias, censos de militantes con derecho a voto, congresos partidistas bianuales y controlados por el poder judicial, etcétera. Nuestra Ley de Partidos es un chiste. No incluye ni un solo control democrático entre elección y elección. No hay urnas entre las urnas.

¿Por qué en otros países, dice más adelante, los políticos dimiten más a menudo? No es porque sus políticos atesoren una integridad moral superior, o algo así. Es porque su sistema político incorpora más controles, muchos más. Su musiquilla política incluye esos estribillos por ley. Y la melodía resultante es otra. Política, sí, pero otra.

El caso del alemán Von Guttemberg —que dimitió de la vicepresidencia del país al descubrirse que había copiado su tesis doctoral—, comenta, se cita con fruición y envidia entre nosotros. Lo que no se cita es que su mayor inquisidora fue la ministra de Educación de su propio Gobierno. ¿Se imaginan, en España, a un ministro criticando a otro abiertamente? Aquí y ahora es política ficción, pero esa es la música a la que nos acostumbraríamos si la corrupción no fuera, como es entre nosotros, tan solo un arma para atizar al partido rival sino, además, una lacra a denunciar también en el compañero de partido contra el que compito por un puesto en la organización.

En España, afirma, están cambiando muchas cosas. Una de las que debería cambiar en primer lugar es el abrumador silencio que reina en el interior de los partidos. Un silencio que, si se piensa bien, es antipolítica pura. Si en Alemania es normal que un ministro critique a otro por copiar en la universidad… ¿qué no hubieran oído en aquel país los electores de centroderecha decir a sus representantes si hubiera aparecido algo así como un Bárcenas teutón?

Mirémonos al espejo. concluye diciendo. Aquí, casi sin excepción, en cada caso de corrupción los representados no oyen a sus representantes, sino solo a los de la oposición. El “y tú más” debería empezar a tornarse en “qué vergüenza que envilezcas nuestros principios con tu actitud”. Introducir controles es el primer paso para que esa música comience a cambiar. Y así, quizás, podremos empezar a olvidar de una vez la vieja tonadilla que tanto encandila al ministro, a su partido y a ese ensordecedor silencio ante la corrupción de los suyos que los caracteriza.



Esperanza Aguirre, expresidenta de la C.A. de Madrid 



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