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domingo, 30 de abril de 2017

[A vuelapluma] Desigualdad y pobreza no son lo mismo





El pasado 8 de diciembre escribía en el blog sobre las falsas percepciones y las falacias estadísticas en relación con un artículo de aquellas fechas publicado por el sociólogo Julio Carabaña. Hoy subo al blog una entrada de contenido similar sobre las diferencias entre desigualdad y pobreza que quizá aclaren un poco más la diferencia entre ambos conceptos. La pobreza severa baja en España pero la desigualdad no se corrige, pues la tasa de riesgo de pobreza repuntó en 2015 a pesar de que los ingresos medios de los hogares mejoraron un 2,4% hasta los 26.730 euros, señala el Instituto Nacional de Estadística en su más reciente Informe.

Es hora de introducir una renta mínima y de tomarse en serio políticas activas de empleo, pero no es posible ignorar las restricciones económicas existentes, y resulta imprescindible definir bien las prioridades, decía hace unos días en su artículo Desigualdad y pobreza, el sociólogo José María Maravall, ministro de Educación y Ciencia (1982-1988) en el gobierno socialista de Felipe González.

Hoy día todo el mundo deplora la desigualdad, señala. Desde el Papa hasta el Fondo Monetario Internacional. La socialdemocracia puede estar en crisis, pero la pasión igualitarista se ha extendido hasta ámbitos inesperados. Ello debería ser motivo de esperanza puesto que mucha gente vive en unas condiciones materiales de vida profundamente deterioradas. Pero, por ello, debemos evitar aquellos intentos en los que se es compasivo simplemente porque resulta popular, con abusos retóricos de palabras.

Resulta muchas veces difícil saber qué es lo que muchos deploran y cómo lo querrían remediar. Para empezar, unas veces se habla de “desigualdad”; otras, de “pobreza”. Por “pobreza” cabe entender la carencia de bienes y recursos necesarios para llevar una vida digna. Esta es una concepción de pobreza “absoluta”. Pero por lo general la “pobreza” se entiende en términos “relativos”: más pobre en relación a otros. La “pobreza” se convierte entonces en una manifestación extrema de la “desigualdad”. Esta diferencia no es trivial: alguien sería “pobre” en Noruega si su renta estuviese por debajo de la mitad de 64.279 euros. La renta mediana en 2016. Pero en muchas partes del mundo esa renta no impediría disponer de bienes y recursos necesarios para llevar una vida digna. Así, en unos países puede existir una considerable desigualdad, pero no pobreza; en otros, mucha igualdad y mucha pobreza. ¿Cuál de las dos alternativas es más grave? ¿Preocupa más la pobreza o la desigualdad? ¿Se sabe siempre de qué se habla?

La confusión es también considerable entre “desigualdad” y “discriminación”. La socialdemocracia tiene parte de culpa: desde la Segunda Guerra Mundial, la universalización de los distintos programas del Estado de Bienestar ha conducido a “no discriminar” entre beneficiarios, pero a costa de redistribuir menos, financiando también a los ricos. ¿Por qué razón igualitaria jubilados adinerados habrían de recibir pensiones no-contributivas? ¿Por qué razón los ricos debieran percibir una “renta mínima universal” en vez de depender esta de las condiciones económicas de las personas?

Existen sin duda argumentos poderosos a favor del “universalismo” de las políticas de bienestar. Pienso que ello sucede en particular con la sanidad y la educación públicas, que se convierten así en la sanidad y la educación de todos. Pero además ha existido una competición electoral por el voto de las clases medias ofreciéndoles beneficios sociales. Y el universalismo evita tensiones sociales y políticas, sin que las políticas sociales se conviertan en un juego de suma cero. En tiempos atribulados como los actuales, es necesario reconsiderar con mucho más cuidado desigualdad, pobreza y discriminación social, y cómo remediarlas.

¿En qué situación estamos? Con independencia de una abrumadora retórica, es cierto que los tiempos han cambiado mucho en la última década. Durante un largo período, la desigualdad de ingresos disponibles disminuyó en Europa. Si atendemos a los datos disponibles por la OCDE para los 17 principales países europeos (Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, Reino Unido y Suecia), desde fines de los 60 hasta 1980 el coeficiente de Gini de ingresos disponibles se situaba en un promedio de 0,234. Desde entonces fue incrementándose y, tras 2008, ese promedio ha aumentado hasta 0,295 (una subida de un 26,1%). Sin duda este incremento de la desigualdad de los ingresos disponibles (el coeficiente de Gini es un número entre 0 y 1 en donde 0 se corresponde con una igualdad perfecta: todos tienen los mismos ingresos, y donde el valor 1 se corresponde con una perfecta desigualdad: una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno, y por tanto, cuanto más elevado sea el coeficiente, mayor será la desigualdad) es social y políticamente relevante a todos aquellos que quieran promover una mayor igualdad les corresponde detectar sus causas y sus remedios. Pero para ello, tal vez lo primero sea mirar, tras ese dato agregado, qué diferencias existen entre los países europeos. Que el bosque no tape los árboles.

Mi primera conclusión es que no existe ninguna tendencia supranacional que condene a los gobiernos a seguir la misma ruta. En siete de los 17 países, la desigualdad se redujo: ello se produjo incluso en países donde se llevaron a cabo profundos ajustes, como Portugal, Finlandia o Islandia. España se mantuvo en la cola europea de la desigualdad. Su coeficiente de Gini alcanza hoy un 0,346. Un 17% superior al promedio europeo, más elevado que los de Grecia o Portugal. Recuérdese sin embargo que en los años ochenta, con una crisis económica también muy prolongada y profunda, con el gobierno del PSOE la proporción de la renta nacional correspondiente al 10% más pobre aumentó en un 17,9% mientras se redujo en un 5,4% la del 10% más rico. Las crisis económicas no generan un inevitable crecimiento de la desigualdad

Si examinamos con cuidado esta cuestión, observando lo que ha sucedido en los 17 países desde 1945 (con análisis de regresión de 1.086 países/años), los aumentos de la desigualdad han sido más probables con el desarrollo y no con las crisis; se han beneficiado más los ricos. El análisis conjunto de los efectos del desarrollo, del desempleo y del gasto social muestra que los dos primeros incrementaron la desigualdad, el último la redujo. Como sabemos que muchos programas sociales no benefician más al 50% más pobre, ¿qué programas han sido recortados y cuáles no durante la presente crisis en los países con mayor igualdad? Una política socialdemócrata tiene lecciones que aprender de allí donde las cosas se hicieron de forma más justa que en España. ¿Existe alguna reflexión sobre las políticas y los programas redistributivos de esos países en el debate político español, dominado por afanes de poder demasiado cargados de retórica?

Mi segunda conclusión es que resulta hoy día fundamental atender a la pobreza dentro de la desigualdad. Para examinar qué ha sucedido con la pobreza (entendida en términos “relativos”) podemos considerar la ratio de población que percibe menos de la mitad de la renta mediana del país. La pobreza es así, en efecto, una expresión extrema de la desigualdad. En los 17 países la pobreza aumentó en promedio pese a las políticas redistributivas de los Estados, pero de nuevo existieron relevantes diferencias. Así por ejemplo, en Austria, Finlandia o Noruega la pobreza es hoy más reducida que en 2008. Por el contrario, en España ha aumentado el doble que la desigualdad en general: según estimaciones de la OCDE, la pobreza alcanza a un 15,9% de la población total. Ante la necesidad y la pobreza ya es hora de introducir una renta mínima y de tomarse en serio políticas activas de empleo. Pero, aparte de proclamaciones retóricas, ¿qué importancia tienen estas cuestiones en el debate político?

Al formular políticas, concluye Maravall, no cabe estar ciegos ante las restricciones económicas existentes. Es obligado aumentar unos recursos públicos muy insuficientes, pero además resulta imprescindible definir bien las prioridades y las consecuentes políticas. Debemos olvidarnos de generalizaciones sobre “la política dominada por el mercado” o sobre gobiernos atados de manos por la “globalización”, porque sirven de excusa. Los gobiernos nacionales tienen unas responsabilidades y unos medios muy importantes. Holanda o Austria, por ejemplo, no están en otro mundo y son también miembros de la eurozona. No hay razón para la impotencia ante la desigualdad y la pobreza existentes en España.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3460
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 30 de septiembre de 2014

"Realpolitik"



El presidente de la C.A. de Cataluña firma la Ley de consultas catalana




Una de las razones de que los títulos de muchas entradas del blog vayan "entrecomillados" no es solo la falta de respuesta clara del autor, es decir, de mí, a lo que se plantea en el titulo; es que tampoco tiene clara cual debería ser la pregunta. Será por eso que decía Dante de que tanto como saber le agradaba dudar, o el más cercano en el tiempo, Voltaire, de que la verdad era una fruta que convenía cogerse muy madura.

Recurro a la Wikipedia para precisar el concepto del término "Realpolitik" (política de la realidad, en alemán) acuñado según se dice en ella por el canciller alemán Otto von Bismarck a finales del siglo XIX para encontrar un método de equilibrar las influencias de poder de los imperios europeos, que tuviera su base en intereses prácticos y acciones concretas sin atender a la filosofía o teoría política como elementos formadores de la misma (de la política). Más o menos lo mismo que ya había dicho Nicolás Maquiavelo a principios del siglo XVI en su obra "El Príncipe", cuya edición, comentada, en Temas de Hoy (Madrid, 1994) les recomiendo encarecidamente. 

Se ha dicho, pienso que con razón, que la lectura y comprensión del libro "El Federalista" (FCE, México, 1994), escrito a finales del siglo XVIII por los "ilustrados" norteamericanos Hamilton, Jay y Madison, equivale a todo un máster en Derecho Constitucional y Teoría Política. Creo que lo mismo, pero ahora referido a esa "política de la realidad" a la que aludía Bismarck de este movido comienzo del siglo XXI, podría aplicarse a dos libros que estoy releyendo al unísono en estos momentos: "Diplomacia" (Ediciones B, Barcelona, 2010), de Henry Kissinger, y "Querido Mr. Stalin" (Paidós, Barcelona, 2007), de Susan Butler.

El primero nos da una interpretación personal, pero no por ello menos fascinante, de la historia reciente del mundo, tanto por el retrato que el autor hace de los líderes mundiales de su época como secretario de Estado estadounidense: Nixon, Gorbachov, De Gaulle..., como por la explicación -no por subjetiva, falta de rigor- de los entresijos y acontecimientos más importantes de la política internacional del último tercio del siglo XX, de los cuales el autor fue coprotagonista indiscutible.

El libro de Susan Butler es la primera publicación rigurosa y exacta que se realiza (y se comenta por la recopiladora) de la correspondencia completa entre el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el líder soviético Josef V. Stalin, entre 1941, a raíz del ataque por sorpresa de Alemania a la Unión Soviética, y 1945, con el último mensaje del mandatario norteamericano a su homólogo soviético, unos minutos antes de su repentina muerte. Una recopilación de trescientos cuatro mensajes intercambiados entre ambos estadistas a lo largo de cuatro años, que reflejan la sintonía de los mismos en la resolución de los problemas comunes en la guerra contra Alemania y Japón, sin menoscabo de la apreciación personal que cada uno tenía del otro, que como dice el historiador Arthur M. Schlesinger, Jr., en el prólogo del libro implicaba que a pesar de la opinión de Roosevelt, en 1940, de que "la Unión Soviética es una dictadura tan absoluta como cualquier otra del mundo", Roosevelt y Churchill reconocieran sin paliativos lo que las democracias debían al Ejército Rojo en la derrota de Hitler, y que el "Día D" no hubiera sido posible si Stalin no hubiera retenido a la mayor parte del ejército nazi en el frente oriental de Alemania.

Retomo, o lo intento al menos, el hilo argumental de esta entrada, para volver la vista a la convulsa situación político-constitucional interna que estamos viviendo los españoles a causa del enfrentamiento político directo entre la mayoría del parlamento catalán y el gobierno de Cataluña con el gobierno y el resto del Estado español. Sentadas las bases jurídicas de ese enfrentamiento, y admitido que no cabe más recurso democrático para resolverlo que el acatamiento a la resolución que en su momento adopte el Tribunal Constitucional, ¿no estamos a tiempo de admitir la necesidad de una pequeña dosis de "realpolitik" por ambas partes que evite el fraccionamiento de la sociedad española y catalana en dos entidades irreductibles enfrentadas?

No quiero recurrir a los argumentos, muchas veces falaces y la mayor parte de las ocasiones idiotas, de los protagonistas del enfrentamiento. Prefiero atender con preferencia a las opiniones de los expertos y del mundo académico, aunque tampoco estas estén a priori a salvo de personalismos. Entre ellas, dos que se publican en el número de septiembre de Revista de Libros:  "La configuración del Estado español", de Gaspar Ariño Ortiz, catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad Autónoma de Madrid, comentando el libro Estado autonómico y reforma federal (Alianza, Madrid, 2014) del profesor Eliséo Aja, y "Como salvar a España de su pasado", por Julio Carabaña, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, reseñando el libro El dilema de España (Península, Barcelona, 2014) del profesor Luis Garicano. Son dos artículos muy interesantes, el primero de argumentos más estrictamente políticos, y el segundo económicos, pero sin obviar los elementos políticos y territoriales.

Pero a mí, de todo lo más reciente leído al respecto, lo que más me ha gustado por su brevedad, sencillez y claridad expositiva es lo que escribe en el diario El País de hoy el catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Montreal, Canadá, el profesor Jean Leclair, en un artículo titulado "De clavos y martillos en Escocia y Cataluña", en el que analizando las semejanzas y disimilitudes de los procesos soberanistas en Quebec, Escocia y Cataluña, llega a la conclusión -que comparto- de que adentrarse por la vía de los referéndums para resolver los problemas territoriales de los Estados es un error de incalculable consecuencias cuando aun están sin explorar y afirmar las posibilidades de las vías que ofrecen los estados federales.

En fín, como ven los amables lectores de Desde el trópico de Cáncer, planteo más dudas que respuestas. Respuestas que solo podremos encontrar desde el diálogo y no desde la confrontación. Así pues, señores políticos, ¿sería posible un poco más de "realpolitik", por favor? Al menos, inténtenlo.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




El presidente Rajoy anuncia el recurso del Gobierno ante el Tribunal Constitucional



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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

lunes, 24 de marzo de 2014

El aura de la universidad






Portada de "Errata. El examen de una vida"




Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.

El escritor Rafael Argullol declaraba hace unos días en El País, en un artículo titulado "La cultura enclaustrada", que el repliegue de la universidad sobre sí misma es una consecuencia del antiintelectualísmo rampante que impera en la misma que ha renunciado a la creatividad y el riesgo, para centrarse en la publicación de "Papers" que solo leen entre los integrantes del gremio respectivo. 

Detenerse en el análisis de las causas de esta situación sería muy complejo y escapa por completo a la intención de este comentario. No puede ser solo cuestión de dinero, aunque ello sea significativo. Un ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, para un total de 21500 estudiantes (la mitad de ellos de doctorado) tiene un presupuesto de 2208 millones anuales de euros. El conjunto de todas las universidades públicas españolas, para un total de 1561000 estudiantes, alcanzan un presupuesto global de 8730 millones de euros. Otro problema es el incestuoso sistema (incestuoso, sí, más que endogámico) de selección del profesorado en las universidades españolas. En Estados Unidos ninguna universidad contrata como profesor a un graduado o doctorado de la misma sin experiencia académica acreditada en otra universidad distinta. No está escrito en ningún sitio, pero es algo aceptado tácitamente por todas ellas.

Sobre las "claves del fracaso de la universidad y la ciencia en España y sus posibles vías de solución", hay un libro de título homónimo (Madriud, Gadir, 2013) escrito por la profesora de Historia Económica de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y ex directora general de universidades de la comunidad autónoma madrileña Clara Eugenia Núñez. La reseña del mismo, muy crítica con algunos de los planteamientos del libro sobre financiación pública o privada de las universidades, la promoción de la competencia entre ellas por atraerse alumnos o invertir en investigaciones al servicio de intereses privados, puede leerse en el artículo titulado "Crónica de un fracaso", publicado en Revista de Libros por el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña. Pueden leerla en este enlace.

Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.

Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos: que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia". 

Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada a causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos con su familia, obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford. Ha sido profesor en Princeton, en Innsbruck, en Cambridge, en Ginebra, en Oxford y en Harvard. En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Por mi parte hará quince años que leí por vez primera su magnífico "Errata: El examen de una vida" (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente y al que vuelvo a menudo en busca de inspiración. Llegué a él, como en tantas otras ocasiones, a través de un artículo en Revista de Libros, en este caso, el titulado "El pensamiento como vocación", del escritor Ángel García Galiano.

De mi emocionada lectura de "Errata" recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 

"Una universidad digna -dice en él- es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."

¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Espero que disfruten con estas lecturas que les propongo.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






George Steiner





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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri