Hace medio siglo, cuenta Carlos Scolari en la revista Babelia, Umberto Eco analizó cómo la cultura de masas dinamitaba las viejas categorías estéticas. ¿Cómo podría aplicarse hoy su análisis?, se pregunta.
En 1964, Umberto Eco, sigue diciendo, por entonces un curioso intelectual experto en la estética de santo Tomas de Aquino, pero muy interesado en ese new media llamado televisión, publicaba Apocalípticos e integrados, un volumen que se convertiría en un clásico de los estudios de comunicación. Después de revisar las teorías que veían en la cultura de masas el fin de la vida inteligente sobre la Tierra y el sometimiento definitivo de los consumidores a la lógica de las pantallas, Eco repasaba las teorías que reivindicaban esa misma masificación cultural en nombre de la democratización del consumo de contenidos antes reservados a ciertas clases sociales. Al final de su recorrido, Eco adoptaba una mirada crítica pero impregnada de optimismo. Más que un integrado, Eco se presentaba a los lectores como un antiapocalíptico dispuesto a meterse en el nuevo territorio y explorarlo a fondo sin quedar hipnotizado por sus supuestas bondades.
Podría decirse, añade, que cada nueva tecnología de la comunicación genera sus apocalípticos e integrados. No importa que se trate del telégrafo, la televisión o el smartphone: por cada nueva especie mediática que irrumpe en la ecología de la comunicación no tardan en brotar sus defensores y criticones. Cuando apareció el telégrafo en la primera mitad del siglo XIX, algunos soñaron un mundo sin guerras donde reinaría el diálogo; seguramente las empresas que transmitían mensajes a caballo de una costa a otra de Estados Unidos no vieron con nuevos ojos el new media que mandaba mensajes en código Morse en pocos segundos. Como escribió James Gleick, autor de The Information, “cuando la gente dice que Internet nos convertirá a todos en genios, eso ya fue dicho sobre el telégrafo. Por otro lado, cuando dicen que Internet nos volverá estúpidos, eso también se dijo del telégrafo”. La historia se repite, primero como apocalipsis, simultáneamente como redención.
Las nuevas tecnologías, continúa diciendo más adelante —¿qué es una nueva tecnología? ¿Un blog? ¿Twitter? ¿Periscope? Lo nuevo de hoy es lo viejo de pasado mañana— también despiertan los mismos temores y esperanzas. Las conversaciones sobre la web en los años noventa, la Wikipedia a principios del 2000, las redes sociales y los dispositivos móviles en estos últimos años siguen el mismo patrón: apenas aparece algo nuevo, los intelectuales no tardan en apuntarse a alguno de los dos bandos. Como en el fútbol o la política, lo más interesante es cuando algunos de ellos deciden cambiar de bando y enrolarse bajo otra bandera. Si, en su libro Life On The Screen (1997), Sherry Turkle (MIT) festejaba las primeras experiencias de vida en línea, casi dos décadas más tarde, en Alone Together (2012), despotricó contra las nuevas formas de comunicación a través de dispositivos móviles y redes sociales.
Pensadores, dice, como Nicholas Carr o Raffaele Simone viven el avance de las nuevas tecnologías, formatos textuales y actores mediáticos como una invasión bárbara. Para estos intelectuales se trata casi del fin de una civilización construida a golpes de celulosa impresa con caracteres móviles de plomo. Alessandro Baricco, en cambio, reivindica esta invasión en su libro Los bárbaros (2008). Como escribe Baricco, “los bárbaros llegan de todas partes. Y esto es algo que nos confunde un poco, porque no podemos aprehender la unidad del asunto, una imagen coherente de la invasión en su globalidad. (…) Vemos los saqueos, pero no conseguimos ver la invasión. Ni, en consecuencia, comprenderla”.
Los teléfonos móviles, añade, los libros de papel, las redes sociales, la política en Italia o el 11-M en España son algunos de los asuntos que abordó Umberto Eco, fallecido en febrero pasado, en sus artículos de prensa. La semana que viene la editorial Lumen publica una amplia recopilación de esos textos con el título De la estupidez a la locura. Cómo vivir en un mundo sin rumbo, traducido por Helena Lozano Miralles y María Pons Irazazábal. El volumen es un diagnóstico de la sociedad actual y un retrato del Eco más escéptico respecto a las nuevas tecnologías, es decir, del más apocalíptico. Estos fragmento son una muestra:
Inventos. "El anuncio apareció probablemente en Internet pero no sé dónde, porque a mí me llegó por correo electrónico. Se trata de una pseudopropuesta comercial que anuncia una novedad, el Builtin Orderly Organized Knowledge, cuyas siglas conforman el acrónimo BOOK, es decir, libro. Sin hilos, sin batería, sin circuitos eléctricos, sin interruptor ni botón, es compacto y portátil y puede utilizarse incluso estando sentado delante de la chimenea. Está compuesto por una secuencia de hojas numeradas (de papel reciclable), cada una de las cuales contiene miles de bits de información. Estas hojas se mantienen unidas en la secuencia correcta gracias a un elegante estuche llamado encuadernación".
Progreso. "Hay progresos tecnológicos más allá de los cuales no se puede ir. No se puede inventar una cuchara mecánica cuando la de hace dos mil años sigue funcionando tan bien. Se ha abandonado el Concorde, que hacía el trayecto París-Nueva York en tres horas. No estoy seguro de que hayan hecho bien, pero el progreso también puede significar dar dos pasos atrás, como volver a la energía eólica como alternativa al petróleo y cosas por el estilo. ¡Tendamos al futuro! ¡Atrás a todo vapor!"
Internet. "Existe una forma muy eficaz de aprovechar pedagógicamente los defectos de Internet. Planteen ustedes como ejercicio en clase, trabajo para casa o tesina universitaria el siguiente tema: “Encontrar sobre el argumento X una serie de elaboraciones completamente infundadas que estén a disposición en Internet, y explicar por qué son infundadas”. He aquí una investigación que requiere capacidad crítica y habilidad para comparar fuentes distintas, que ejercitaría a los estudiantes en el arte del discernimiento".
Comprender, de eso se trata, señala. Si en una época fue la televisión o los cómics, hoy los videojuegos, los dispositivos móviles y los youtubers parecen ser los catalizadores del debate contemporáneo entre apocalípticos e integrados. El fenómeno de Pokémon Go es un buen síntoma de esas discusiones. Los apocalípticos ni siquiera se tomaron el trabajo de salir a cazar su primer Pikachu: sin pensarlo un minuto, ridiculizaron a los jugadores y se mofaron de esa nueva forma de entretenimiento. Los integrados, por su parte, reivindicaron la vida al aire libre promovida por este videojuego sin ir mucho más allá. En el fondo, no resulta tan complicado buscar una posición superadora que, como dice Baricco, permita comprender algo de lo que está pasando. Sin caer en el apocalipticismo ni en la mirada festiva, podría decirse que Pokémon Go ha sido la primera experiencia global, masiva y colaborativa de uso de la realidad aumentada y la geolocalización. El inesperado éxito de este videojuego abre perspectivas hoy inimaginables no solo en el campo del entretenimiento. La realidad aumentada puede terminar transformando sectores tan distantes entre sí como la medicina, la educación, el turismo o la arquitectura. Si los jóvenes de la sociedad industrial se entrenaban con el Meccano, hoy se preparan para el trabajo colaborativo en red cazando pokémones o jugando en línea al Counter-Strike.
Lo mismo podría decirse de los youtubers, añade, otro fenómeno contemporáneo que levanta pasiones entre los apocalípticos y excita a los integrados expertos en marketing para adolescentes. Más allá de estas miradas contrapuestas, las cuales siempre terminan por neutralizarse entre sí, hay que decir que los youtubers han sabido construir espacios mediáticos de diversión, aprendizaje e intercambio para un público al cual los medios tradicionales solo le ofrecen dibujitos animados y comedias con risas enlatadas.
El debate entre apocalípticos e integrados, dice más adelante, suele durar menos que un vídeo de El Rubius. Apenas aparece algo nuevo, las pasiones se olvidan rápidamente del viejo medio y se concentran en la nueva especie mediática. El viejo medio se naturaliza, deja de ser considerado una tecnología invasora y termina siendo aceptado con sus ventajas y complicaciones. Es como si apocalípticos e integrados se aburrieran rápidamente y buscaran un nuevo objeto donde descargar sus pasiones. Hoy nadie se inmola a favor o en contra del cómic o la televisión, dos medios sospechosos cuando Umberto Eco escribió Apocalípticos e integrados. En este contexto no debería sorprendernos que un día recordemos con nostalgia, y de manera desapasionada, ese caluroso verano de 2016 cuando nos pasamos las tardes cazando Pikachus sabiamente aconsejados por los vídeos de El Rubius.
Por esas mismas fechas Jorge Lozano firmaba en El País otro artículo en el que hablaba también sobre el libro de Eco. Se titula Cuando Supermán entro en la universidad y pueden lerlo en el enlace anterior. Estamos en 1964, dice al comienzo del mismo, el mismo año en que aparecen los Elementos de semiología, de Roland Barthes, o Understanding Media, el mejor libro de Marshall McLuhan, donde se profiere el acaso más repetido eslogan de este parusiaco autor: el medio es el mensaje. A John Cage le gustaba el modo en que salta de un parágrafo al sucesivo sin un nexo lógico. A ese modo de pensar lo tildó de cogitus interruptus Umberto Eco, que ese mismo año publicaría Apocalípticos e integrados, título que se debe al editor Valentino Bompiani, con quien trabajaba. Difícilmente se puede encontrar un título más citado y sorprendentemente más eficaz, hasta el punto de que hay quien ha querido encontrar en sus iniciales A. I. un acrónimo en inglés de inteligencia artificial.
Dos años antes, sigue diciendo, Umberto Eco había publicado Obra abierta, que se ocupaba de las vanguardias, y un año después formaba parte del Grupo 63 junto con Edoardo Sanguineti, Alberto Arbasino o Giorgio Manganelli. Ahora, en 1964, se ocuparía de los “parientes pobres” de la cultura, como Barthes y él mismo denominaban a los textos de la cultura de masas y a los que quería dotar de dignidad, en claro contraste, por ejemplo, con un apocalíptico Adorno, que, en Dialéctica de la Ilustración, sustituyó cultura de masas tal como aparecía en el borrador que había redactado con Horkheimer por industria cultural (Kulturindustrie), acentuando el oxímoron y caracterizándola por una nefanda homologación. Si para Adorno el kitsch atenta contra cualquier principio ilustrado —o es una expresión de la rebelión de las masas y de la oclocracia (gobierno de la muchedumbre) para Ortega—, Umberto Eco lo encara como “lo que imita el efecto de la imitación” y, contra las condenas al gusto masificado, da la impresión de que (¿integrado?) defiende a un supuesto consumidor medio.
Eugenio Montale, dice más adelante, futuro premio Nobel de Literatura, en agosto de 1964 en el Corriere della Sera, calificó de “rico” al libro de Eco, a quien le dedica el siguiente comentario: “(…) debo decir que Eco no es para nada un fanático integrado: sabe que quien se integra corre el riesgo de desintegrarse; y reconoce que los apocalípticos son muy conscientes de su extraña condición de quien protesta contra los medios aunque dentro de los medios”.
Otras reseñas locales señalaban con gran desconcierto (“Mandrake entra en la Universidad”. “También los tebeos tienen sangre azul”. “De Joyce a Rita Pavone”) cómo era posible que un intelectual del Grupo 63, académico reconocido, se ocupara ahora de Steve Canyon, Charlie Brown o Superman.
Cincuenta años después se celebró el medio siglo de esta afortunada obra en un congreso de semiótica. Allí su autor renegó de su propio libro y lamentó que dos años antes no se hubiera recordado Opera Aperta. Mientras de tantos libros encontramos cambios, rectificaciones, reediciones, Apocalípticos e integrados, que no quiso reeditar, no ha sufrido ninguna variación. Demasiadas cosas han cambiado. En este curso académico la Universidad Complutense de Madrid ofrece un máster posgrado titulado Política mediática. Así lo vería hoy Umberto Eco, que tanto se ocupó de la universidad y mass media: “El zoólogo analiza el comportamiento de las abejas, y puede traer una colmena a clase, pero no invita a una abeja a asistir a un seminario”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
2 comentarios:
Un verdadero análisis, muy reflexivo...
Eco era muy bueno.
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