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lunes, 27 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] La perversión Da Vinci





En la historia del arte, más allá de la belleza, la pulsión del deseo y el refinamiento, se aloja también la inmundicia de algunas pasiones, comenta en el El Mundo, el poeta y periodista Antonio Lucas, responsable due la sección de cultura de ese periódico

Hay obras más o menos sublimes que sirvieron para desmochar el vientre de algún adversario. César Borgia tenía puñales muy finos diseñados por Leonardo da Vinci. La crueldad y la codicia son parte de la estética de algunos seres de tiniebla. Una obra de arte puede ser también el lujo de una venganza, el botín de los saqueos, el triunfo dorado de una humillación. El arte lo acepta todo. Pero lo que antes se resolvía junto a las ruinas de después de la batalla hoy sucede en la sala de subastas. Una cripta donde un puñado de muecas exquisitas delatan que en ese aquelarre -reservado el derecho de admisión- se amasa una estafa cuya cruda verdad sólo saben unos pocos.

Es la vieja ceremonia de convertir en mercancía salvaje un cuadro firmado por un pintor relevante. El aforo de las casas de pujas en los días de fiesta grande es un espectáculo: abogados con corbata de titanio, comisionados de fondos de buitre, contratistas gañanes, intermediarios con estela de mundanidad. Todos pajariteando para mantener el negocio de unos cuantos desaprensivos; luego migajearán el alpiste de la orgía.

Los casi 500 millones de euros pagados por el Salvator Mundi de Leonardo da Vinci es otra prueba de cómo el arte también es una malversación de la vanidad, un sótano turbio. Otra manera de convertir algo sublime en algo canalla, incluso violento. No hay pieza que justifique ese dinero. No hay pintura que soporte el remate del Da Vinci. Es falso que el arte valga lo que se quiera pagar. Eso es especulación y delata el estilo de un cierto mundo donde nada importa más allá del beneficio que genera, del balance de cuentas, del bulto del oro. La espectacular noticia de esa subasta enferma es una coartada: debajo del lerele de las cifras está el cieno de una cultura fúnebre que inventa un precio sideral por un cuadro que no vale lo que dicen, que no lo valdrá jamás. Ni ese ni ninguno. Existen algunas piezas sin precio (La joven de la perla, Las meninas, el Guernica), pero no sirven al mercado. Podrían arder sin que a un especulador, petrolero o traficante de los que baten el récord por Da Vinci se le arrugase el alma. Esas obras sublimes nunca serán suyas. Es decir, no tienen valor de cambio. No sirven para ocultar patrimonio. No existen. El mercado del arte está en manos de tías y tíos con hocico de tiburón, desaprensivos que degradan una obra real al estiércol de una mentira, de un monopoly propio. El Salvator Mundi es su nueva eyaculación.



Salvator Mundi, de Leonardo da Vinci


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt





Entrada núm. 4050
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)