lunes, 1 de septiembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY LUNES, 1 DE SEPTIEMBRE DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 1 de septiembre de 2025. Son los discursos xenófobos los que socavan esas tradiciones que decimos proteger, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Irene Vallejo. En la segunda, un archivo del blog de enero de 2018, el polémico escritor que se esconde bajo el seudónimo de Tsevan Rabtan, alababa el ejercicio de transparencia de la Guardia Civil tras la rueda de prensa de algunos de sus mandos sobre un mediático asesinato. El poema del día, en la tercera, se titula Lo exacto, es del poeta Juan Manuel Villalba, y comienza con estos versos: Hay un misterio en cada cosa,/pero tiene que estar en su momento preciso,/y cada objeto, insecto o persona/carece de sentido sin su marco de tiempo. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












DE LA FALSA PUREZA DEL PASADO

 







Son los discursos xenófobos los que socavan esas tradiciones que decimos proteger, comenta en El País [Seres errantes, 24/08/2025] la escritora Irene Vallejo. En la escuela fui la rara oficial, comienza diciendo Vallejo. Dentro de mi cabeza hervían ideas que yo creía fabulosas, pero aburrían a los demás. Era torpe en las conversaciones relajadas, nadie entendía mis chistes, tenía gustos estrafalarios y parecía condenada a no encajar. Por ser extraña, pagué el peaje del acoso escolar. Nacida en la misma ciudad de mis compañeros, compartíamos idioma, costumbres, inmadurez y series de televisión. No había choque de civilizaciones, la rareza era vocacional: de mayor quería ser ciudadana excéntrica. Aquellos años vienen a mi cabeza cuando oigo decir, quizá a las mismas voces de mi infancia asediada, que los extranjeros ponen en peligro nuestro ser y tradiciones. Por lo visto, alguien olvidó entregarme el manual de coros y usanzas de nuestra asediada aldea gala. Nunca me sentí parte de una uniformidad, sino de una comunidad. Sin duda los distintos necesitan voluntad de entenderse, pero, como aprendí en la niñez, la igualdad obligatoria asfixia. Para los raros locales, esas personas que nunca cumplimos los requisitos, lo diferente es aquello que nos hace sentir en casa. La extrañeza puede ser un hogar. Dicen que la inmigración nos hunde en la mezcla y el desorden. A la vez, abrazamos una homogeneidad sin precedentes y con marchamo occidental. Aquí y allá las mismas marcas venden idénticos productos y fabrican en serie nuestra ropa. Los escaparates son iguales en las millas de oro de las capitales, escuchamos canciones con millones de descargas, imitamos a celebridades mundiales estereotipadas y un cóctel explosivo de propaganda y algoritmos nos configura según sus moldes. Se diría que el caos de la pluralidad no es nuestro problema más alarmante.

Alimentamos una falsa imagen de la pureza del pasado. Desde que partimos de nuestro primer hogar en África, somos seres errantes, en su doble sentido, criaturas que vagabundean y se equivocan. En la Roma imperial, tres cuartos de la población eran descendientes de esa inmigración forzosa llamada esclavitud. El historiador Suetonio menciona que ya Julio César encargaba espectáculos en distintas lenguas para la Urbe. Según las fuentes, los senadores se burlaban del latín con tonalidad bética del emperador Adriano —ya habían inventado el estigma del acento—. El campeón de los nostálgicos de la identidad perdida, Juvenal, hervía de indignación viendo Italia ocupada por esas gentes insufribles cuya patria habían invadido las legiones romanas: “No soporto una ciudad llena de griegos; Siria desembocó en el Tíber y trajo consigo su lengua y sus costumbres”. Menciona a moros, sármatas y tracios, se enfurece por la prosperidad de ciertos extranjeros.

En la que fue, posiblemente, la mayor oleada de emigración ilegal en la historia, los colonos europeos de época moderna abandonaron su terruño para instalarse en otros continentes sin la cortesía de pedir permiso a los habitantes autóctonos. Por otro lado, cuando italianos, irlandeses, polacos y alemanes llegaron a la tierra de las oportunidades, los estadounidenses catalogaron a aquellos judíos y católicos como amenazas para la nación, imposibles de asimilar. En 1914 el conocido sociólogo Edward Ross opinó que admitir a europeos “atrasados” supondría “un deterioro de inteligencia, un suicidio racial”. Su colega Edwin Grant reclamaba “deportaciones sistemáticas que limpien eugenésicamente América de la escoria del melting pot”. Hoy, sus descendientes —según decían, imposibles de integrar— ocupan cargos en parlamentos, tribunales, universidades y grandes empresas, incluso la presidencia del país. En realidad, cualquier tiempo pasado fue impuro y desordenado.

El investigador Hein de Haas documenta en su ensayo Los mitos de la inmigración nuestra tendencia a idealizar sociedades anteriores como si hubieran sido homogéneas y sin conflicto. Tras estudiar durante décadas los patrones mundiales de migración, de Haas concluye que son muy predecibles a largo plazo y que las políticas estrictas o permisivas, a las cuales dedicamos debates tan acalorados, apenas influyen. Si una economía florece y la demanda de mano de obra no se cubre, vendrán extranjeros, ya sea legal o ilegalmente. Contra el tópico, no son los más pobres quienes emigran: desplazarse a lugares lejanos es caro y exige planificación, endeudarse, vender tierras. En su inmensa mayoría emprenden la odisea porque familiares y paisanos que les precedieron encuentran para ellos un posible empleo, declarado o sumergido. Para las tareas más exigentes no hay bastantes trabajadores locales capaces y dispuestos: todos los intentos de enrolar a desempleados autóctonos han fracasado sin excepción. Las sociólogas Helma Lutz y Ewa Palenga, que estudian el incremento de cuidadoras extranjeras para niños y ancianos, definen la situación como “el secreto a voces”. Tenemos deseos ambivalentes: buscamos personas con la determinación y la motivación para dedicarse a esas labores, y que —no es tanto pedir— fuera de sus jornadas extenuantes tengan la delicadeza de desvanecerse en el aire. El endurecimiento de las leyes y deportaciones es un vacío ritual cíclico para fingir firmeza al timón. Acosar al inmigrante provoca inmensos sufrimientos sin cambiar nada, y solo aspira a poner en escena un espejismo de mano dura.

Pero nuestros antepasados fueron trashumantes y en cada hogar anida la memoria de quien partió a lo desconocido, incluso sin papeles ni permisos: abuelos, tías, hijos. Aún palpitan la piel y la angustia de nuestros familiares empujados a otros horizontes: la lucha por subsistir, la lejanía de los seres más queridos, las barreras del idioma, las leyes hostiles, el rechazo racista, la solitaria indefensión y el fantasma del fracaso. Los psiquiatras llaman “síndrome de Ulises” a los trastornos debidos a esa ansiedad prolongada. Debe su nombre al héroe griego que zarpó en su juventud y tardó 20 años en regresar. Lejos de Ítaca, afrontó todos los peligros imaginables, perdió el rumbo, se hundió, sufrió humillaciones y a menudo pareció que su destino era perderlo todo una y otra vez. Homero cuenta que Atenea, diosa de la inteligencia, estuvo siempre de su parte y acudía a infundirle esperanza en los momentos de desconsuelo. En nuestra memoria cultural, también la Biblia es rotunda. Dice el Éxodo: “No explotarás ni oprimirás al extranjero, porque también vosotros fuisteis extranjeros en Egipto”. Insiste el Levítico: “Si un extranjero se establece entre vosotros, será como un compatriota más y lo amarás como a ti mismo”. Jesús evoca en el Evangelio de Mateo: “Tuve hambre y me disteis de comer, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Son los discursos xenófobos los que socavan esas tradiciones que decimos proteger.

Nos habitan identidades múltiples. La diversidad nunca fue una amenaza real para mantenernos unidos; lo son la desigualdad, el empleo precario y el empobrecimiento de las redes de colaboración. Hoy demasiada gente sufre ansiedad económica y dificultades para encontrar trabajo estable y vivienda asequible debido a políticas que desamparan, y ciertos líderes necesitan un culpable sobre el que volcar los miedos. Cierto, la convivencia es difícil, tensa, conflictiva. No solo por diferencias culturales, la fricción brota también entre compatriotas en competición. Siempre ocurrirán más explosiones donde hay más intemperie. La inmigración ha sido, desde siempre, un asunto emocional: alivia pensar que nuestros problemas más graves provienen de fuera, que podemos deportar las complejidades. Como suele decir una persona muy querida, el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio. Por eso importa tanto qué historia nos contamos sobre nosotros mismos. Las naciones son, también, narraciones. Irene Vallejo es filóloga y escritora, Premio Nacional de Ensayo de 2020 por El infinito en un junco (Siruela).













ARCHIVO DEL BLOG. PARANOIAS CONSTRUCTIVAS SOBRE LA JUSTICIA. PUBLICADO EL 16/01/2018

 







Hace unos días, comenta en El Mundo el inclasificable y polémico escritor español que se esconde bajo el seudónimo de Tsevan Rabtan, este periódico alababa el "ejercicio de transparencia" de la Guardia Civil tras la rueda de prensa de algunos de sus mandos sobre la muerte de Diana Quer y la detención de Enrique Abuín. En ese editorial, se reflexionaba sobre quejas por diferentes tipos de limitaciones legales que habrían lastrado la investigación.

Cierto es que resulta preferible que la información proceda directamente de fuentes confiables, dice Rabtan, con nombres y apellidos, y no de rumores aderezados con referencias a "fuentes de la investigación" o fórmulas similares, tantas veces simple cortina para la mala praxis, pero también lo es que esa rueda de prensa fue un error. Asistimos, en boca de autoridades que gozan de la confianza de la ciudadanía, a un desglose minucioso de los detalles de un asunto judicializado y en fase de investigación, al dibujo de un personaje siniestro al que se mencionaba permanentemente por su apodo, con una intensidad acusatoria tal que habrá contaminado a cualquier ciudadano que tenga que hacer de jurado. El mensaje final casi consistía en una sentencia condenatoria.

Los medios no criticarán ese humanamente comprensible ejercicio de vanagloria y tampoco insistirán demasiado en los excesos y embustes publicados. Tampoco los españoles que hozaban en las historias de la familia Quer van a perder el tiempo limpiándose los hocicos, ocupados como están ahora en indignarse por las atrocidades cometidas por el detenido y clamando por un castigo ejemplar. Pero tampoco parece que el debate abierto sobre esas supuestas carencias de nuestro sistema sea muy fructífero. El archivo inicial del juez en el caso Quer no fue motivado por los plazos máximos de instrucción introducidos en 2015, sino porque no existían ni indicios, solo sospechas. Los procesos penales en España duran demasiado, provocando un sufrimiento real a miles de personas. Pero lo cierto es que la reforma, aunque necesaria, terminó incluyendo tantas puertas traseras (declaración de complejidad, prórrogas, fijación de plazos máximos, inexistencia de consecuencias automáticas en caso de exceso, etc.) que, en la práctica, seguimos igual. Normal: el problema secular, estructural y presupuestario de la justicia española no se resuelve cambiando un artículo de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

En cuanto al complejo y capital asunto de la futura legislación europea (y, por tanto, nacional) sobre conservación de datos obtenidos por el uso de las telecomunicaciones, hay que hacer algo de memoria. Los delitos violentos han ido disminuyendo y España se encuentra entre los países con mejores estadísticas en esta materia. Los seres humanos de hoy, sin embargo, y pese a todo el avance cultural y civilizatorio, compartimos instintos con los de hace milenios, y nuestra primera reacción es la venganza. La ley nació para canalizarla, pero pronto descubrimos su cara oculta: no era neutro investigar de una u otra forma, o imponer uno u otro castigo. Aprendimos que, al ceder la venganza al Estado, le regalábamos un instrumento poderosísimo de opresión.

Jared Diamond parió el concepto "paranoia constructiva" para referirse a una reacción preventiva aparentemente exagerada: el viajero que llega a las tierras altas de Nueva Guinea se ríe del nativo que, cuando duerme al raso, no lo hace bajo un árbol, porque a veces las ramas se tronchan, caen y te rompen la crisma. Un asesino múltiple es un problema minúsculo comparado con un Estado totalitario. Lo es incluso cuando tratamos con delincuencia organizada o grupos terroristas. Recordemos la Alemania nazi o la mayor parte de los regímenes comunistas. Recordemos los excesos durante el macartismo en un país en el que regían sobre el papel todo tipo de garantías y balances. Sí, puede que parezcamos paranoicos cuando nos asustamos porque las autoridades estatales accedan, en palabras del Tribunal de Justicia de la UE, a datos que "(...) permiten ... saber con qué persona se ha comunicado un abonado o un usuario registrado y de qué modo, así como determinar el momento de la comunicación y el lugar desde la que ésta se ha producido... y... la frecuencia de las comunicaciones... con determinadas personas durante un período concreto (...) [lo que puede] permitir extraer conclusiones muy precisas sobre la vida privada de las personas..., como los hábitos de la vida cotidiana, los lugares de residencia permanentes o temporales, los desplazamientos diarios u otros, las actividades realizadas, sus relaciones sociales y los medios sociales que frecuentan". Al fin y al cabo, las directivas de la UE son normas que proceden de instituciones democráticas, los datos sólo se ceden si lo autoriza un juez y los que los van a utilizar son los que luchan contra los malos, como la Guardia Civil.

Pero esa paranoia es una paranoia constructiva. Es la que instituyó el derecho al secreto de las comunicaciones, a la libertad de expresión, a la inviolabilidad del domicilio, al habeas corpus. El Tribunal de Justicia de la UE, en las sentencias de 2014 y 2016 sobre la cuestión, lo explica: para garantizar que el acceso de las autoridades a estos datos se limite a lo estrictamente necesario, no basta con exigir que la conservación y acceso lo sean para luchar en abstracto contra la delincuencia, sino que hay que fijar requisitos materiales y procedimentales que lo limiten a los que planean, van a cometer o han cometido un delito grave. Solo se exceptuó, en la sentencia de 2016, los casos de terrorismo, por razón de seguridad nacional. Más aún, el control ha de ser previo, basarse en una solicitud motivada en el marco de procedimientos penales y contar con garantías para los afectados, a fin de que ejerciten su derecho a la tutela judicial efectiva.

Aunque exista un único populismo, se puede afirmar que hay diferentes discursos populistas. Hay discursos populistas de izquierda y de derecha. La agravación de las penas y la concesión a las fuerzas de seguridad -que siempre quieren más- de instrumentos invasivos para la persecución de la delincuencia, son ejemplos de un populismo de derechas -con la excepción de la violencia contra las mujeres, que es transversal-, aunque cínicamente hayan sido los regímenes totalitarios de izquierdas los que hayan transitado de forma más "científica" ese camino infame. Así sucede también con la banalización de las penas en España (mucho más intensas y aflictivas de lo que la mayoría de la gente cree), algo que es evidente en la visceral discusión pública sobre la prisión permanente revisable. Lo cierto es que esta pena, que puede que sea constitucional y ajustada a la legislación europea, conforme resulta de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, se introdujo en nuestra legislación, que ya contemplaba penas de hasta 40 años de prisión, sin un acuerdo adecuado y precipitadamente. Ya en el siglo XIX los tratadistas españoles desconfiaban de la cadena perpetua, a la que algunos consideraban incluso peor que la pena de muerte, por la desesperación para el reo de una pena sin fin. Aunque estos peros se salvan por la posibilidad de su revisión, los plazos mínimos de cumplimiento son tan largos, que es comprensible que muchos crean que esta es una justificación formal para una pena exclusivamente retributiva. Más aún, se da un cierto doble lenguaje, ya que se supone que la pena es constitucional porque se prevé la rehabilitación del reo, pero a la vez se defiende que se necesita porque hay reos irrecuperables. Por todo esto, y porque tenemos que buscar respuestas inteligentes, si de lo que hablamos es del miedo a la reincidencia, utilizando los recursos tecnológicos, cada vez más sofisticados, es por lo que el debate grosero sobre esta cuestión al calor de la indignación popular y del rédito político que puede obtenerse es siempre inadecuado.

Mi consejo es sencillo: sigamos siendo paranoicos. Dormir bajo las ramas del Estado puede ser peligroso y los antiguos nos han enseñado cuántas veces esas ramas terminan aplastando nuestra libertad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






















EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, LO EXACTO, DE JUAN MANUEL VILLABA

 







LO EXACTO


Hay un misterio en cada cosa,

pero tiene que estar en su momento preciso,

y cada objeto, insecto o persona

carece de sentido sin su marco de tiempo.

Si la cosa y el tiempo no coinciden

serán como un licor derramado en un jardín:

el proyecto de un sueño derrochado en el césped.

En un verano insólito

del cruel mediterráneo,

nos encontramos ella, el tiempo y yo.

El miedo endémico y antiguo

al incómodo frío de las olas

me sujetaba inmóvil a la orilla;

pujaba entre dos mundos poderosos.

Decidí la crueldad del mar,

es más sincero, más enorme, más homicida.

Entré. Nada podía contenerme.

Salí del mapa erróneo de los atlas

y dejé que las olas me mordieran;

no hice caso de nada razonable.

Cuando emergí ya estaba lloviznando.

Lloviendo. El mar, la lluvia, ella y yo,

en su momento exacto, nada más perfecto.

No dije nada a nadie, ni importan los testigos.

Cuando llegué hasta ella, en tierra firme,

apuré sin permiso todo lo que quedaba

de la copa de vino de su boca.



JUAN MANUEL VILLALBA (1964)

poeta español













DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY LUNES, 1 DE SEPTIEMBRE