miércoles, 19 de febrero de 2025

El poema de cada día. Hoy, Hablando con Ofelia, de Diego Doncel

 






HABLANDO CON OFELIA



Ofelia, me conoces tanto como yo a ti.


Floto muerto en la misma agua que tú flotas.


Junto a nosotros, las sombras de la noche

se mueven veloces como la paleta de un

sepulturero.


También yo fui devorado por la espera de un amor

imposible.


También yo tuve que aprender a vivir con promesas

vacías que ni siquiera el tiempo mitigó.


En la orilla, cerca de edificios tapiados del color de la

metadona,

la hierba está podrida por el influjo de la muerte.

Los pájaros ensucian los parques

con la música de los móviles del más allá.

Desde lo profundo de los extrarradios,

muy drogada, la niebla viene

de ver cómo se cuelgan los suicidas.


Finalmente supiste que el mundo era un lugar extraño

para las almas dóciles, oíste la furia de la melancolía

crecer dentro de ti, abrasándote la carne como la bala

de un asesinato, haciéndote explotar las venas,

violenta y roja, como un acto terrorista.


Somos pasto de leyes equívocas.


Somos lo que han creado nuestras heridas y nuestra

tragedia.


Corriente abajo, donde se refleja

el óxido del alumbrado público

y las sombras de las estaciones abandonadas, no van

nuestros cuerpos

sino nuestros sueños perdidos.


El viento mueve ya las lápidas en las que estarán grabados

nuestros nombres que después el invierno sepultará.


Amamos y fuimos traicionados por el amor.


Buscamos y estamos solos con los restos de nosotros

mismos.


Intentamos interpretar y acabamos poseídos por la

locura.


Las cosas tienen la dimensión de la ausencia,

la fatalidad del engaño.


Nunca tuvimos consuelo.


Somos aquello que no pudo vivir, que nunca pudo amar,

que se derrumbó por dentro y nadie lo pudo sostener.


Somos frágiles: nuestros sueños se perdieron

como se pierden las grandes pasiones, calladamente.


Ahora ya sabemos que el amor es un sentimiento

peligroso.


Sin embargo, te cojo la mano fría, te susurro al oído

las palabras que él no te dijo, los pequeños secretos,

las pasiones más íntimas.

Te acaricio la cara antes de que te vayas para siempre,

dejo en el agua el rastro de ceniza de mis dedos para que

puedas volver.




Diego Doncel (1964)

poeta español




















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