miércoles, 31 de enero de 2024

De la democracia pisoteada

 






Hola, buenos días de nuevo a todos, y feliz miércoles. La idea de que son los ciudadanos quienes tienen que gobernarse y controlar a los poderosos, dice en El País el escritor José Andrés Rojo, choca con unos votantes que se rinden ante el mensaje trascendente de Trump. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com






La democracia pisoteada
JOSÉ ANDRÉS ROJO
25 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Trump volvió a ganar en New Hampshire en las primarias republicanas, y cada vez parece más claro que en noviembre peleará (previsiblemente) con Biden por la Casa Blanca. Sus ademanes siguen siendo ordinarios, mantiene intacta su prepotencia, y no parece que sus peores maneras vayan a ser penalizadas en las urnas. A sus votantes no les importan sus mentiras ni las cuatro causas penales que pueden conducirlo a la cárcel, tampoco les hace mella que cuestionara abiertamente los resultados de las últimas elecciones ni que alentara el asalto al Capitolio cuando era presidente en funciones. Ha despreciado muchos usos de la democracia, ha pisoteado las instituciones y la separación de poderes, y solo le interesa una cosa: tener más votos.
Por eso se comprenden tan bien las inquietudes que le transmitió el historiador Timothy Snyder a Andrea Rizzi en una entrevista publicada hace poco en este periódico. “Creo que, en los últimos 30 años, la gente se convenció de que la democracia era un mecanismo”, le dijo. “Y no es realmente un mecanismo. Es más un compromiso existencial cotidiano. No es algo que esté a nuestro alrededor. Es algo que tenemos que hacer”. Lo que pueda ocurrir es también cosa de todos, y si las cosas se están torciendo el responsable no es solo ese poderoso magnate que no duda en recurrir a las peores artimañas para seducir a sus votantes.
Cuando los habitantes de las 13 colonias se movilizaban en la década de los setenta del siglo XVIII para independizarse de la lejana tutela de Gran Bretaña, la atmósfera que entonces se respiraba en sus calles estaba cargada de ideas, de argumentos, de debates. Miraban con curiosidad e interés a la Grecia clásica, donde había nacido la democracia, y recogían de los ilustrados el afán por servirse de la razón para resolver sus asuntos públicos. En Los orígenes ideológicos de la revolución norteamericana, Bernard Bailyn cuenta que, en lo que todos estaban de acuerdo, era en “la incapacidad de la especie, de la humanidad en general, para dominar las tentaciones inspiradas por el poder”. ¿Qué mundo nuevo era el que querían crear? Uno en el que “se desconfiara de la autoridad y se la mantuviese en constante observación; donde la posición social de los hombres derivase de sus obras y de sus cualidades personales, y no de diferencias conferidas por su nacimiento; y donde el empleo del poder sobre las vidas de los hombres fuese celosamente guardado y severamente restringido”.
Tener la facultad de elegir a los propios gobernantes, pero al mismo tiempo controlar el poder. El plan de la democracia era que los propios ciudadanos pudieran gobernarse (elecciones, separación de poderes, respeto a las minorías, etcétera), no que viniera alguien desde fuera con una verdad trascendente para que los ciudadanos simplemente le dieran el amén con su voto. A la manera de Trump con su inmaculada verdad de una América grande de nuevo: la nación (ay, ¡la nación!). Lo escribió José María Ridao en La democracia intrascendente: “Somos nosotros quienes decidimos acerca de la verdad, nosotros quienes a partir de esa verdad fundamos un orden, y, conscientes de no disponer de una instancia exterior en la que justificar una conducta o de la que reclamar una sanción, nosotros quienes debemos responder de las consecuencias de esa verdad y de los límites, o los excesos, de ese orden”. José Andrés Rojo es escritor.







































[ARCHIVO DEL BLOG] Roberto Bolaño y su 2666. [Publicada el 20/03/2009]











Hace varios días que llevaba preparando un comentario sobre la concesión, el pasado 12 de marzo, por parte del Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos del premio a la mejor novela de ficción del año 2008 a "2666", del escritor chileno Roberto Bolaño. Aprovecho que hoy lo comenta en su blog de El País, "El rincón del distraído", el también escritor e historiador José Andrés Rojo en un artículo titulado "Con curiosidad y elegancia" para ponerlo de una vez. También hacía mención a dicha noticia la corresponsal de ese mismo periódico en Estados Unidos, Bárbara Celis, en otro interesante artículo publicado el día 14, titulado "2666, número mágico en Estados Unidos". Y el reportaje de Lola Galán, también en El País del domingo, 22 de marzo, titulado "El enigma universal de Roberto Bolaño". Todas ellas pueden leerlas más abajo.
La primera vez que leí algo sobre "2666" (2), publicada en España por Anagrama en 2004, y sobre su malogrado autor el escritor chileno Roberto Bolaño (3) fue en un artículo de Revista de Libros (4) titulado "Sed de mal", publicado en abril de 2005 por el también escritor Eduardo Lago. Quedé impresionado por la peripecia personal del autor y por la tremenda originalidad que se desprendía sobre el contenido de su novela. La compré en aquellos días pero confieso que no la había leído, salvo sus primeras páginas. Lo haré ahora, con expectación y, seguro, que con deleite. Si quieren leerla ustedes pueden bajársela de Internet en Bibliotheka.org . Disfrútenla. 

"2666, número mágico en EE UU", por Bárbara Celis
(El País, 14/03/09)
Los críticos eligen la obra de Bolaño como mejor novela del año pasado. La conquista estadounidense de 2666, el libro póstumo del chileno afincado en España Roberto Bolaño, editado en Estados Unidos hace apenas cuatro meses, fue coronada el jueves con el premio a la mejor novela de ficción de 2008 por el Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos.
La decisión de esta prestigiosa organización, formada por unos 900 especialistas literarios de las mejores publicaciones, no sólo es la confirmación del intenso fenómeno de la bolañomanía, iniciado en 2007 con la publicación y éxito comercial de Los detectives salvajes en Estados Unidos. El premio a 2666 es también particularmente simbólico para la literatura hispanoamericana puesto que desde que, hace una década se abrió a la traducción, nunca había conseguido una obra escrita en español el premio a la mejor novela de ficción. Jorge Luis Borges se había alzado con el premio de ensayo en 1999 por una recopilación de ensayos y Mario Vargas Llosa en 1997 por el compendio periodístico Contra viento y marea. Pero la ficción había sido terreno monopolizado por los escritores de lengua inglesa, desde John Updike a E. L Doctorow, con contadas excepciones como el premio al alemán W. G. Sebald por su novela Austerlitz en 2001.
Parece claro que algo está cambiando entre los lectores y los especialistas de Estados Unidos, un país que el año pasado también reconoció a Junot Díaz con el mismo galardón que ahora se ha llevado Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) y además, con un premio Pulitzer por su libro La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Aunque Díaz escribe en inglés, es un autor de origen dominicano. Nunca los estadounidenses de origen hispano como los autores que escriben en español habían recibido tanta atención en Estados Unidos, como en los pasados dos años. Es muy posible que el fenómeno Bolaño haya contribuido al reconocimiento de un tipo de literatura que en Estados Unidos entra con cuentagotas, puesto que sólo un 3% de los libros que se publican son traducciones y entre ellos, sólo una ínfima parte procede de autores hispanos.
Para Jonathan Galassi, editor jefe de la editorial Farrar Straus & Giroux, que ha publicado los últimos dos libros de Bolaño en Estados Unidos, la obra de este autor "ha sido acogida con entusiasmo" en su país "porque es considerada la de una nueva voz internacional imprescindible". Y lo cierto es que las críticas de 2666 no podrían haber sido mejores y tampoco las ventas han ido mal, ya que el libro ha ocupado durante semanas los primeros puestos de la lista de The New York Times. Según declaró tras anunciarse el premio Marcela Valdés, miembro del Círculo Nacional de Críticos Literarios estadounidenses, 2666 es una novela que muestra "una visión sexy y apocalíptica de la historia y puede situarse junto a Moby Dick (Herman Melville) y Meridiano de sangre (Cormac McCarthy) en su examen mordaz y caleidoscópico del mal". Con su éxito estadounidense, Bolaño se consagra, sin duda, como el autor más celebrado de la literatura hispanoamericana, aunque lamentablemente su prematura muerte a los 50 años le haya impedido descubrirlo.
Entre los premios que entregó el jueves el Círculo Nacional de Críticos en Nueva York destaca también la decisión de compartirlo entre dos autores en la categoría de poesía, algo que nunca había ocurrido en la historia de estos galardones, que carecen de dotación económica pero figuran entre los más respetados del gremio. Uno de ellos fue para el estadounidense de origen mexicano Juan Felipe Herrera por Half of the world in light y otro para el norteamericano August Kleinzahler por Sleeping it off in Rapid City.

"Sed de mal", por Eduardo Lago
(Revista de Libros nº 100 · abril 2005)
«Durante un tiempo, la Crítica acompaña a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto, luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompasándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez y sobre esa huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la Soledad. Acercarse a ella, navegar a su estela es señal inequívoca de muerte segura, pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres». En esta meditación de tono sublime y mayúsculas alegorizantes acerca del destino de la obra literaria falta el Autor, pero sobre todo se echa de menos al coro de personajes que, junto a críticos, lectores y escritores, pueblan habitualmente el universo de Bolaño, una corte de los milagros compuesta por putas, jorobados, proxenetas, asesinos, cojos, tuertos, violadores, ladrones, detectives, alcohólicos, torturadores, enfermos, suicidas, soñadores, locos, drogadictos, presidiarios, políticos corruptos, narcotraficantes... En la versión bolañesca de la Biblioteca de Babel, el mundo del hampa es inseparable del de las letras, y en los intersticios entre uno y otro se llevan a cabo transacciones en las que también hay cabida –pero menos– para el común de los mortales. Independientemente de su signo e inclinaciones, esta caterva de personajes se ve arrastrada por pasiones torrenciales, que a la postre los catapulta a los más hondos abismos del mal, la soledad o la locura. El párrafo tiene una línea adicional que reza: «Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia». El contexto indica que la intención es paródica, pero el hecho de que Bolaño muriera a los cincuenta años, en plena eclosión de su genio creativo, dejando inconclusa una novela de más de mil cien páginas, le confiere un aire ominosamente profético a su semijocosa meditación sobre el destino de la literatura. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia. En más de una ocasión Bolaño afirmó que hubiera preferido ser detective de homicidios antes que escritor.También dijo que no había nada más cercano a la prostitución que el ejercicio de la literatura. Estos tres oficios (la investigación policial, la prostitución y la escritura) son los que con mayor frecuencia desempeñan sus personajes: México, Distrito Federal, 31 de diciembre de 1975. Un poeta adolescente, una puta y dos escritores (los detectives salvajes) huyen a bordo de un Impala a gran velocidad, perseguidos por un Camaro ocupado por dos matones, un policía corrupto y el chulo de la prostituta. Habla el poeta en ciernes: «–El asclepiadeo mayor es un verso de dieciséis sílabas por la inserción entre dos cola eólicos de una dipodia dactílica cateléptica in syllabam. Empezamos a salir del DF. Íbamos a más de ciento veinte por hora. –¿Qué es una epanalepsis? –Ni idea –oí que decían mis amigos. El coche pasó por avenidas oscuras, barrios sin luz...» El cuarteto se dirige hacia el Estado de Sonora, en busca de una poeta de mítica memoria, desaparecida en el desierto allá por los años veinte. El tema de la búsqueda protagonizada por profesionales de la literatura (críticos o creadores) que tratan de dar con la pista de un escritor perdido en quien se cifra el enigma del mundo y de la existencia aparece con variaciones en Estrella distante (1996), Nocturno de Chile (2000) y, de manera apabullante, en Los detectives salvajes (1998) y 2666 (2004), ejes mayores de la producción narrativa de Roberto Bolaño.
EL FACTOR BORGES. Nacido en Chile, de donde hubo de exiliarse y adonde regresó fugazmente en un par de ocasiones, la mayor parte de la vida adulta de Bolaño transcurrió entre México y España. Los tres países desempeñaron un papel determinante en su formación como escritor, aunque cuando muy cerca del final de su vida le preguntaron si se consideraba chileno, mexicano o español, se declaró inequívocamente latinoamericano. Política e intelectualmente, Bolaño pertenecía a una generación que se formó en los ideales de «la libertad y la revolución». Fiel toda su vida al sueño bolivariano de una Latinoamérica sin desgajar, en su obra hay una honda conciencia de la dolorosa y conflictiva historia que afectó de modo trágico a su país y a todo el subcontinente. Bolaño se sabía heredero del «gran teatro de Lezama, Bioy, Rulfo, Cortázar, García Márquez,Vargas Llosa, Sábato, [Benet,] Puig,Arenas» y, aunque no lo cite aquí, sobre todo de Borges, «a quien nunca hay que dejar de releer». Siendo esto verdad, su obra se sitúa en los umbrales de un nuevo paradigma, en el que no está solo, pero del que sin duda es el gran adelantado. Fue un catalán, Enrique Vila-Matas, quien afirmó certeramente que con Los detectives salvajes Bolaño daba «un carpetazo histórico y genial a Rayuela». Seguramente es más que eso: Bolaño (entendido como punta de iceberg de un nutrido grupo de narradores algo o mucho más jóvenes que él, y que incluye nombres como Alan Pauls, Rodrigo Fresán, Fernando Iwasaki, Leonardo Valencia, Jorge Volpi, Andrés Neuman, Jaime Bayly, Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro, Ignacio Padilla, Alberto Fuguet, Pedro Lemebel) le da la puntilla al alto modernismo latinoamericano. Rayuela es una de las «biblias» que cayeron. Bolaño respeta a Donoso, pero tiene poco que ver con él; admira rendidamente a Rulfo, pero la desmesura de su prosa está en las antípodas de la contención del mexicano, rayana en el silencio. Su deuda con Borges es incalculable, pero es difícil imaginar nada más lejano de las alambicadas ficciones intelectuales del argentino. Bolaño es mitad farsa sangrienta y mitad agonía existencial: en las páginas de sus libros hay salpicaduras de sangre, pus, vómitos y semen. Los detectives que pueblan sus narraciones se parecen poco a los de Honorio Bustos Domecq. Los crímenes que investigan son de una brutalidad muy alejada de la asepsia geométrica descrita en «La muerte y la brújula». Bolaño representa la punta de lanza de una nueva estética, que se aleja a marchas forzadas de voces magistrales que con el paso del tiempo han llegado a cansar. No es aconsejable tomárselo demasiado en serio: Bolaño se ríe hasta de su sombra.Y, sin embargo, cuando se apaga el eco de las carcajadas, se deja oír un gélido aleteo que nos pone los pelos de punta. Cuando en Estrella distante se descubre que el protagonista, un crítico literario de reconocido prestigio, era responsable de la tortura y desaparición de numerosos escritores, un personaje dice: «Nadie merece morir por escribir mal», alarde de humor negro de cuño bolañesco que llevó a un reseñista a preguntarse si el autor no estaría jugando con la idea de una crítica literaria llevada a las últimas consecuencias. ¿O es al revés? Quizá lo mejor que se puede hacer con la crítica literaria es tomársela a chacota. Bolaño pone el párrafo sobre el destino de la literatura con que se abrió este comentario en boca de un conocido crítico literario barcelonés temido por su ferocidad e instinto sanguinario, un tal Iñaki Echavarne. Cuando Arturo Belano, trasunto del autor en la página, tiene noticia de que le han encargado a Echavarne la crítica de su última novela, se adueña de él un terror incontrolable. La cuestión se zanja con Belano y Echavarne frente a frente, a orillas del Mediterráneo, resueltos a zanjar sus diferencias en un duelo a espada. Todo esto sucede en el capítulo 23 de Los detectives salvajes, con la Feria del Libro de Madrid como trasfondo. Otorgándoles, como en el caso de Echavarne, nombres que apenas disfrazan su identidad real, Bolaño hace hablar a importantes miembros de la comunidad literaria. Al final de cada intervención, hay una coda acerca del punto posible de llegada de lo que se inicia impulsado por la vis cómica. Si ensamblamos las ocho codas se urde un poema-resumen que arroja luz sobre las estrategias textuales del autor: Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia. Todo lo que empieza como comedia acaba indefectiblemente como comedia. Todo lo que empieza como comedia acaba como ejercicio criptográfico. Todo lo que empieza como comedia acaba como película de terror. Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no? Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio. Todo lo que empieza como comedia acaba como responso en el vacío. Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos.
LOS FOCOS DE LA ELIPSE. Escribir: asomarse al abismo. Para Bolaño, «la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos, es la que osa adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que mantiene los ojos abiertos pase lo que pase». Escribir: adentrarse en el infierno; la literatura es «un oficio peligroso». Peligroso porque descifrar el enigma de la existencia implica enfrentarse en términos absolutos al Mal y a la Muerte. Escribir: ejercicio de la inteligencia; equilibrio inestable que se sustenta sobre una pavorosa lucidez. ¿Ingredientes? «Humor y curiosidad, los dos elementos más importantes de la inteligencia». Retrato robot del escritor: a) Curiosidad: alguien con una «disposición intelectual que en todo giro del destino ve un problema de ajedrez o una trama policíaca a clarificar». b) Humor. Aquí, una lluvia de sinónimos: «Querencia por la risa y la broma y la chanza y la chacota y la chunga y el ludibrio y el pitorreo y la chuscada y la chirigota y el choteo y la pulla y el remedo y la ingeniosidad y la burla y la cuchufleta». Algunos de los guías que allanaron el camino. Jonathan Swift: «Me devolvió la alegría como sólo pueden hacerlo las obras maestras de la literatura que al mismo tiempo son obras maestras del humor negro». Franz Kafka: «Su literatura es la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo XX ». Poe: «La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra. Piensen y reflexionen.Aún están a tiempo.A ser posible de rodillas». Borges, Marcel Schwob, Chéjov,Alfonso Reyes. Melville, «nuestro guía en el desfiladero», cartógrafo sublime de «los territorios del mal, allí donde el hombre se debate consigo mismo y acaba generalmente derrotado».Al otro lado del desfiladero, Huckleberry Finn: «Twain siempre estuvo listo para morir. Sólo así se entiende su humor». Rimbaud, Baudelaire. Lautréamont (seguido de los surrealistas). James Joyce (que aparece llevando de la mano a Jim Morrison en el título uno de sus primeros libros). Lezama (que al alimón con Joyce le dio su nombre al detective salvaje Ulises Lima). Sor Juana y Ercilla en el alba transatlántica de la lengua común. Dashiell Hammett, sentado a la mesa con Chester Himes, Graham Greene y otros cuantos sospechosos. Malcolm Lowry, oscuro y genial, leyendo borracho los aforismos de Lichtenberg. Leopoldo María Panero colgando en los tendederos del manicomio de Mondragón el Testamento geométrico de Rafael Dieste. Nicanor Parra y Alejandra Pizarnik. César Vallejo, indigente y moribundo, hipnotizado por Monsieur Pain, un discípulo de Mesmer, que trata de rescatar al poeta del abrazo de la Muerte. Lección de los grandes a no olvidar jamás: literatura = honestidad radical. En vida, Bolaño denunció la impostura de nombres consagrados, denostó las falsedades de la fama, la mendacidad del mercado, las insidias del poder («Al poder no le interesa la literatura, al poder sólo le interesa el poder»), la engañifa de los premios, los trampantojos del marketing. Escritor de verdad sólo lo es el que se hunde en el abismo, donde no hay posibilidades de vender. «Vender es venderse», le hizo decir Max Aub a Jusep Torres Campalans. Remacha Bolaño: «La ruptura no vende. Una literatura que se sumerja con los ojos abiertos no vende». Otrosí: «La literatura nada tiene que ver con premios sino más bien con una extraña lluvia de sangre, sudor, semen y lágrimas». Así las cosas, escribir es «algo razonable y visionario, un ejercicio de inteligencia, de aventura y de tolerancia. Si la literatura no es esto más placer, ¿qué demonios es?». Escribir: adentrarse en lo desconocido; Bolaño es parte de un contingente de narradores de España y América Latina que tienen conciencia de haber desembarcado «en un territorio a explorar donde están los huesos de Cervantes y Valle-Inclán».
PUNTOS DE FUGA. La obra narrativa de Roberto Bolaño constituye una unidad de límites nítidamente demarcados. Cómodo en cualquier distancia, el chileno escribió una decena de libros entre colecciones de relatos y novelas cortas, así como un par de obras narrativas de gran extensión. En realidad no hay gran diferencia entre unas y otras. Las obras mayores se pueden considerar agregados de unidades de menor envergadura. Son muchas las líneas de fuerza que dan cohesión al territorio general de su ficción. De manera paulatina, Bolaño fue delegando funciones en Arturo Belano, su doble ficcional, espejo refractario de sus obsesiones. Con frecuencia, el autor se apoya en él para abrir vías de comunicación entre distintos segmentos del todo narrativo que es su obra. Estrella distante completa un tema apenas bosquejado en el último capítulo de La literatura nazi enAmérica. Publicadas ambas en 1996, la primera narra la siniestra peripecia de un piloto militar pinochetista cuya historia le contó a Bolaño su alter ego ficcional.Tres años después, en Amuleto, vemos a Belano en compañía de Auxilio Lacouture, poeta uruguaya emigrada a México. Belano y Lacouture proceden de Los detectives salvajes, y Amuleto hubiera podido perfectamente estar integrado en aquella novela. Las ramificaciones que unen a los distintos textos de Bolaño se abren indistintamente al pasado o el futuro. «Fotos», uno de los relatos de Putas asesinas (2001), es una rama que le brotó tardíamente al árbol de Los detectives salvajes. Por el contrario, «Prefiguración de Lalo Cura», cuento incluido en esta misma colección, abre su espacio narrativo a uno de los personajes de 2666. Son muchos los motivos dispersos por la obra de Bolaño que prefiguran temas tratados con mayor profundidad en su novela póstuma. Así, en Estrella distante, el protagonista organiza una exposición de fotografías donde pueden verse en detalle los rostros de mujeres torturadas o asesinadas durante el régimen de Pinochet. El tema del asesinato de mujeres inocentes es el eje alrededor del cual se articulan los cinco segmentos de 2666.Aunque su nombre no se menciona en ningún momento, Arturo Belano, según dejó aclarado el propio autor, es el narrador de la novela. En la colección de artículos titulada Entre paréntesis (excelentemente editada por Ignacio Echevarría, amigo y albacea literario del autor, y sobre quien recayó la responsabilidad de fijar el texto de 2666), Bolaño se demora en una intrigante afirmación de William Burroughs, según la cual el lenguaje es un virus llegado del espacio exterior. El comentario aparece en un pasaje dedicado a Philip K. Dick, autor de relatos de ciencia ficción por el que Bolaño siente una viva admiración y a quien tilda de paranoico y esquizofrénico, «una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y la rabia». Son varias las cosas que le interesan del norteamericano, entre ellas la idea de que la realidad (y, por lo tanto, la historia) son alterables. Dick, puntualiza, fue «si no el primero, el mejor en hablar sobre la percepción de la velocidad, de la entropía, del universo». También se ocupó con lucidez de «las paradojas del espacio y del tiempo». Hay zonas de los textos de Bolaño donde la realidad se abre a otras dimensiones que remiten a lectores y personajes a espacios intermedios, físicos o mentales. Nada más iniciarse la tercera parte de Los detectives salvajes, el aspirante a poeta que impartía clases de retórica a bordo del Impala, anota en su diario: «Lo que escribo hoy en realidad lo escribo mañana, que para mí será hoy y ayer, y también de alguna manera mañana: un día invisible». Como en el tiempo, también en el espacio puede haber intersticios de difícil ubicación. El esquivo Von Archimboldi vive «en una casa que ni desde la calle ni desde el interior se sabía muy bien en qué piso estaba, si en el tercero o en el cuarto, tal vez en el tercero y medio». Estas dislocaciones le dan un giro al tema de la búsqueda del escritor, conectando la indagación acerca de la esencia del mal con el misterio de la creación literaria y con la idea de la Muerte. En Estrella distante se busca a un crítico y poeta que además es piloto y torturador. En esta novela hay una imagen indeleble: el aviador escribe poemas en un cielo impoluto con el chorro que desprende su reactor. En Los detectivessalvajes, el objeto de la búsqueda es la poeta Cesárea Tinajero, desaparecida tras la estela de la Revolución Mexicana. A punto de dar con su pista, Belano y Lima son conducidos a la habitación donde muchos años antes vivió la escritora.Al abrir la puerta ven «como si la realidad en el interior de aquel cuarto estuviera torcida, o peor aún como si alguien hubiera ladeado la realidad imperceptiblemente». En el último texto de Bolaño, el autor ausente es un ex soldado reclutado a la fuerza en los ejércitos de Hitler. El proceso de alteración de la realidad que se urde en torno a su búsqueda cristaliza en imágenes de complejidad creciente: «La realidad pareció rajarse como una escenografía de papel, y al caer dejó ver lo que había detrás: un paisaje humeante, como si alguien, tal vez un ángel, estuviera haciendo cientos de barbacoas para una multitud de seres invisibles». Algunos elementos apenas perceptibles en el texto de Los detectives salvajes cobran pleno sentido en el de su planeta análogo, 2666. Durante la redacción de la primera de estas dos novelas, Bolaño vislumbró en un rincón de su imaginación el embrión de un autor en cuyos escritos es posible que se cifre el enigma del mal, aunque entonces no sospechaba la importancia que habría de adquirir más adelante. En su estado larvario no se trata de un autor alemán, sino francés, y no se llama Benno von Archimboldi, sino J.M.G. Arcimboldi, aunque ya había publicado una novela con el mismo título que una de las que escribirá su futuro avatar: La rosa ilimitada. Un puñado de datos aislados permite arrojar, por otra parte, una tenue luz sobre la enigmática cifra que da título a la novela póstuma de Bolaño. Belano y Lima descubren que antes de perderse en el desierto, Cesárea Tinajero solía hablar con insistencia de ciertos acontecimientos que acaecerían «allá por el año 2600. Dos mil seiscientos y pico». Una novela después, en Amuleto, Belano y la protagonista columbran una avenida que «se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato». No deja de ser significativo que sea precisamente Auxilio Lacouture quien siente en Los detectives salvajes «como si el tiempo se fracturara y corriera en varias direcciones a la vez, un tiempo puro, ni verbal ni compuesto de gestos o acciones». En Bolaño, la literatura es un viaje incesante hacia la muerte, pero no discurre en línea recta. 2666 Las cinco partes que integran 2666 conforman una unidad dentro de la unidad mayor que constituye el conjunto de la obra de Bolaño. Proclive a las metástasis textuales,en esta novela el autor riza el rizo de los desdoblamientos narrativos. 2666 es una novela total, en el sentido que Bolaño empleó el término para referirse a Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, que caracterizó como «novela que se sumerge en el caos (que es la materia misma de la novela ideal) y que trata de ordenarlo y de hacerlo legible». Primera entrega. Salida a escena de los críticos. Europa, finales del siglo XX. Un grupo de académicos trata de dar con el paradero de un mítico escritor alemán que responde al improbable nombre de Benno von Archimboldi. Despliegues narrativos en zigzag en torno a un centro oculto hacia el que se imantan las vidas de los protagonistas, la ciudad de Santa Teresa, en el desierto de Sonora, donde «el cielo al atardecer parecía una flor carnívora». Una vez allí, los archimboldianos se entregan de manera incesante a la actividad de soñar. La novela se sitúa así en uno de los espacios intermedios esenciales de la poética de Bolaño, el sueño, territorio separado de la muerte por una frontera porosa. Los personajes de 2666 se adentran en este locus intermedio a fin de comunicarse entre sí y enviar mensajes cifrados capaces de atravesar los límites de las distintas partes de la novela. Puede que la clave de los crímenes del desierto de Sonora se encuentre en el útero de Lotte Reiter, la hermana de Archimboldi. Separada de éste desde la niñez, Lotte sueña de manera recurrente con un cementerio en donde está la tumba de un gigante. Una vidente de quien se espera que arroje alguna pista que permita resolver los terribles asesinatos de mujeres que están perpetrándose en el desierto regresa de uno de sus trances diciendo: «Había sueños en donde todo encajaba y había sueños en donde nada encajada y el mundo era un ataúd lleno de chirridos». Los críticos tienen la certeza de que el autor que buscan está allí mismo, junto a ellos, pero no lo ven porque están despiertos. La segunda novela sigue uno de los cabos sueltos de la entrega anterior: la historia de Amalfitano (un exiliado chileno de cincuenta años, profesor y traductor de Archimboldo al español) y su hija Rosa. La historia se ramifica en intrigas que nos trasladan, entre otros lugares, a Barcelona y a Mondragón, localidad en cuyo manicomio está internado un poeta fácilmente identificable para el lector español. Plano-secuencia del cementerio de Mondragón, lugar propicio al sueño y al sexo.Transposición metafórica al espacio de la muerte: Amalfitano da clases en la universidad de Santa Teresa, lugar que semeja «un cementerio que de improviso se hubiera puesto vanamente a reflexionar». Nuevas metástasis textuales: el Testamento Geométrico de Rafael Dieste, colgado de las cuerdas de un tendedero, improbable ready-made que se convierte en testigo de la acción; los diagramas jocoso-epistemológicos de Amalfitano; mapas de narradores, críticos y filósofos. Erudición en clave entre irónica y festiva. El segmento termina con Amalfitano refugiado dentro de un sueño, hablando con los lectores, hasta que una frase procedente del mundo real obliga al traductor de Archimboldo a despertarse, muy a su pesar. Tercer movimiento. Harlem, Nueva York. Un hombre llamado Destino lucha por alejar de sí las telarañas de la muerte, que tratan de envolverlo. Estamos, al menos de momento, dentro de una novela negra, protagonizada por un periodista negro. Pastiche de un estilo que pudiera ser de Richard Price. Ecos de una frase de Bolaño a propósito de la autobiografía de James Ellroy: «El crimen parece ser el símbolo del siglo XX ». Óscar Fate, periodista deportivo, tiene que viajar a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo. Una vez allí, el viento del desierto, «un viento onírico», le susurra una historia escalofriante.Alguien está asesinando a cientos de mujeres en el desierto de Sonora. «Nadie presta atención a esos asesinatos pero en ellos se esconde el secreto del mundo», le comunica una voz a Fate. Conversaciones sobre la Muerte y el Mal. 2666 se orienta hacia su destino final. En el presidio de Santa Teresa, Fate oye la voz de alguien que canta, alguien que dice: «Soy un gigante perdido en medio de un bosque quemado». Pudiera ser la voz de Archimboldi, pero Fate no tiene una idea muy clara de quién es y además no está seguro de no estar soñando. En la cuarta parte, la novela aluniza en el desierto de Sonora. Santa Teresa es el Yoknapatawpha de Bolaño, su versión de Comala. La persistencia de la visión rulfiana va más allá de lo aparente. Cuando un personaje protesta porque los mexicanos «hablan y se comportan como si todo esto fuera Pedro Páramo», otro puntualiza: «Es que tal vez lo sea». Sólo que la capa mítica es tan delgada que apenas cubre la realidad. Comala –recordémoslo– era el infierno. Santa Teresa, transposición textual de Ciudad Juárez, también lo es. «El infierno», dejó dicho Bolaño, «es como Ciudad Juárez, nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra interpretación de la realidad y de nuestros deseos». Bolaño ha elegido como motivo central de su novela un misterio del que los medios de comunicación llevan ocupándose doce años, sin que hasta la fecha haya un atisbo de explicación: los asesinatos de mujeres perpetrados en Ciudad Juárez y sus alrededores. (Durante el tiempo de preparación de este artículo me he tropezado, sin buscarlas, con noticias relacionadas con ellos en La Jornada, El País y The New York Times.) La crónica de los crímenes (más de trescientos en la realidad, en torno a un centenar en la novela) se lee como una letanía escalofriante, que Bolaño recita con una precisión pavorosa, usando fórmulas homéricas de repetición. Los cuerpos de las víctimas, violadas, brutalmente mutiladas, aparecen abandonados en barrancos, vertederos, descampados. Nada de esto es invención del escritor, que se limita a dejar que los asesinatos salpiquen las páginas como gotas de lluvia en el desierto. Los policías y detectives que acuden a la escena del crimen, y que creían haberlo visto todo, a veces lloran o vomitan, o se ríen con nerviosismo, o no pueden dormir, o se vuelven locos o, a fin de sobrevivir, se acostumbran y se olvidan. La narración puntualiza que la mayoría de las víctimas son muchachas pobres y explotadas, que trabajan en maquiladoras. Un detective le recuerda a otro que «las que estaban muriendo eran obreras, no putas. Obreras, obreras, dijo». Lo que mueve a su compañero a pedir perdón. Entonces, «como tocado por un rayo vio un aspecto de la situación que hasta ese momento había pasado por alto». Otro tanto le sucede al lector. El virus del lenguaje de que hablaba Burroughs, portador de una enfermedad que llega del espacio exterior, empieza a proliferar, infectando las páginas. Enfermas, «las palabras están en todas partes, incluso en el silencio». Iluminado por una «luna llena de cicatrices», en el desierto, territorio del Mal, a veces los personajes «piensan sin pensar, o con imágenes temblorosas». Bolaño es incapaz de sustraerse a la fascinación que ejercen «la grandeza y soledad del desierto de Sonora». En un momento de particular intensidad, el cielo se puebla de luces hermosísimas que viajan de uno a otro confín del horizonte. Desde un coche, los personajes perciben «colores vivos en el oeste, colores como mariposas gigantescas». El lenguaje de Bolaño hace justicia a la bellísima extrañeza del momento con imágenes irrepetibles. Mientras la luz del día se alejaba hacia el poniente, «la noche avanzaba como un cojo por el este». Extraña belleza del desierto, que no se sabe bien si es real o irreal: «La frontera entre Sonora y Arizona es un grupo de islas fantasmales o encantadas. Las ciudades y los pueblos son barcos. El desierto es un mar interminable». Duda que no es necesario despejar ya que, de todos los espacios intermedios creados por Bolaño, el más logrado es el del lenguaje mismo: «A veces la realidad, la misma realidad pequeñita que servía de anclaje a la realidad, parecía perder los contornos, como si el paso del tiempo ejerciera un efecto de porosidad de las cosas, y desdibujara e hiciera más leve lo que de por sí, por su propia naturaleza, era leve y satisfactorio y real». El lenguaje de Bolaño es visionario, pero está muy lejos del realismo mágico (en algún momento tenía que caer la palabreja) al que, ahora sí, se le da un carpetazo definitivo y genial. En el presidio de Santa Teresa los prisioneros «se mueven como comandos perdidos en una isla tóxica de otro planeta». Parecen seres «perdidos en un sueño». Bolaño evoca con extraordinaria precisión la topografía de la muerte, anclándola primero en la realidad, para, de repente, dar un quiebro que nos catapulta a la extrañeza. Uno de los crímenes se comete cerca de Casas Negras, en un lugar llamado El Moridero.Antes se llamaba El Obelisco, porque, precisa el narrador, una vez hubo allí «un obelisco dibujado por un niño que recién aprende a dibujar, un bebé monstruoso que vive en las afueras de Santa Teresa y que se paseaba por el desierto comiendo alacranes y lagartos y que nunca dormía». Hay páginas dañinas. La descripción de una castración colectiva en la lavandería del presidio de Santa Teresa es de un horror y crueldad literalmente insoportables. Personalmente, creo que hubiera preferido no haberla leído. La escena, destilada, persiste mucho tiempo en la memoria del lector. Pero lo más asombroso es cómo el escritor, tras haber hecho frente, con los ojos abiertos de par en par, a un horror que no admite adjetivaciones, internaliza el dolor que siente. La conciencia del mal que es capaz de anidar en el ser humano cristaliza en una metáfora de una espontaneidad e intimidad escalofriantes. No olvidemos que Bolaño, aquejado de una afección hepática incurable, escribe a las puertas mismas de la muerte. He aquí cómo se describe al perpetrador del mal: «¿Quién es ese tipo», pregunta uno de los testigos presenciales. «Es Ayala», le responde otro, «el hígado negro de la frontera». Es como si alguien le dictara lo que escribe, alguien que no es divino ni humano, una entidad vaporosa, el viento del desierto, los truenos de una tormenta, gritos soñados en la noche, la profunda soledad del ser. Las criaturas de Bolaño van y vienen por las crujías de la cárcel, del idioma, de la realidad, del mal. Su prosa vuela a altura inigualable, pletórica, contundente, brutal, de una belleza cósmica, salvaje y doliente. Parece imposible, pero el milagro continúa. La quinta parte nos catapulta a otras coordenadas.Tras dos páginas de un surrealismo deslumbrante, la narración se muerde la cola, dando comienzo a la historia de Hans Reiter, futuro escritor que, como el protagonista de Estrelladistante, un día cambiará de nombre. Estamos en Alemania, a principios de la segunda década del siglo XX. Hay un punto de fuga que remite directamente al mal. Dada la historia de su país, a Bolaño le interesa la conexión con los nazis. (Significativamente, una de sus primeras novelas, Historia de la literatura nazi enAmérica, es un catálogo de autores imaginarios, categoría en la que entra también Archimboldi, aunque éste se redime del estigma). La novela se adentra por el bosque de la imaginación centroeuropea, lográndose una prosa mimética de remota filiación kafkiana, junto con otros ecos, probablemente oblicuos, de los grandes autores de la tradición austrogermánica (Walser, Musil, Bernhard, Döblin, Mann). La historia sigue ramificándose. Se revive el topos del manuscrito encontrado, y en un espejeo infinito, desfilan numerosos escritores, en cuyos libros nos adentramos. Por las páginas de esta sección avanzan las SS, cabalga Parsifal. Se nos describen los desastres de la guerra. Asistimos al exterminio de un contingente de prisioneros judíos. En un pueblo de Polonia, unos niños alcohólicos juegan al fútbol, en un paisaje digno de Swift. En el castillo de Drácula presenciamos la crucifixión de un general del Eje. Como en Nocturno de Chile, como en Estrella distante, la prosa es elíptica, de una extraña frialdad. Las frases de Bolaño alcanzan un estado máximo de depuración («el movimiento, que es la máscara de muchas cosas, incluida la serenidad», «la noción del tiempo de los enfermos, qué tesoro escondido en una cueva del desierto»). No se altera sólo la realidad: también la historia.Así se llega por otro camino, tal vez más eficaz, al blanco de la verdad. ¿Es otra la misión de la novela?
EL TRIUNFO DE LA MUERTE. 2666 es la culminación de la firme trayectoria de Bolaño. Con esta novela, el sentido de su obra se proyecta a un nivel más elevado. 2666 es su logro mayor y se da, de manera especial, en el plano del lenguaje. No olvidemos que Bolaño era poeta. Esa marca le lleva aquí a fraguar un lenguaje feliz, de vacaciones, alucinado, capaz de establecer las más insólitas correspondencias. La crítica ha sido prácticamente unánime a la hora de valorar 2666. Estamos ante una novela excepcional. Su carácter inconcluso deja algunas cosas sin resolver, pero también le añade misterio y profundidad a la obra. Hay fallos, por supuesto. ¿Está justificada la extensión? ¿Funcionan todas sus ramificaciones? ¿Hay pasajes gratuitos, páginas que sobran, secciones sin pulir? ¿Es 2666 una criatura monstruosa? Hay momentos en que la novela decae, pero a la hora de hacer balance, los fallos que hay importan poco. De Bolaño se puede decir lo que dijo Cortázar de Lezama Lima, cuando Paradiso era una obra maestra desconocida: que daba igual que se saltara a la torera lo que se supone que son los preceptos elementales de la escritura.Al final, todo funciona. O lo que dijo el propio Bolaño de Philip K. Dick: «Es bueno incluso cuando es malo». Con 2666, más vale dejar en suspenso la idea que podamos tener acerca de qué es literatura y, sencillamente, dejarse llevar. La lectura de 2666 es una experiencia total, una fiesta continua que nos depara sorpresas casi a cada paso. No importa que esta obra tenga 1.119 páginas. No pesan. Cuando nos queremos dar cuenta, hemos leído seiscientas como si hubiéramos leído sesenta. 2666 le devuelve al lector la alegría elemental, la pasión de la lectura. En Monsieur Pain, la trama (que el propio Bolaño tildó de indescifrable) gira en torno a un moribundo, nada menos que César Vallejo. En Nocturno de Chile, la inminencia de la muerte del protagonista es una percepción ilusoria. En Los detectives salvajes asistimos a una escalofriante evocación de los días finales de Reinaldo Arenas (a quien no se nombra). Enfermo de sida en Nueva York, el escritor cubano le dicta a un amigo el texto lacerado de Antes queanochezca. Lo consigue terminar, tras lo cual se suicida. Leída retrospectivamente, parece que Bolaño describe antes de tiempo la crónica de su propia carrera contra la muerte, entregado a la escritura de 2666: «No tengo mucho tiempo, me estoy muriendo», dice uno de los escritores apócrifos hacia el final de la novela, y el lector siente que un sudor frío le recorre la espalda. Ante un paisaje dominado por la muerte, comprendemos sin aliento que, ahora sí, y en directo, estamos asistiendo a la carrera desenfrenada del autor contra el tiempo. Como una de las sombras que aletea sobre las páginas de la novela (Musil, que tampoco logró acabar su obra maestra), Bolaño no llegó, pero hay mucho de grandeza en su derrota. Una de las razones por la que, a estas alturas, los defectos importan poco, es que la inteligencia, la humanidad, la arrolladora simpatía que exuda la personalidad de Bolaño, ya nos han seducido y resulta sencillamente imposible no estar con él. Uno se imagina a la misma Muerte, confundida entre los lectores, alentándolo. El poso que nos deja la lectura es de una honda nostalgia de un todo perdido, difícilmente nombrable, de haber dado un largo paseo por la soledad y el caos. Bajo la superficie de estas páginas late una profunda humanidad, una visión compasiva de la existencia. Una nota más, sobre la lengua. Aunque su obra se inscribe de lleno en la tradición literaria de América Latina, el lenguaje de Bolaño trasciende las marcas de identidad regional, mostrando un cuño de signo claramente transatlántico, panhispánico. Dotado de un oído excepcional, que capta y registra con gracia irrepetible los más nimios matices del habla coloquial, Bolaño cultiva una prosa polimorfa y perversa, capaz de mimetizarse de española, chilena, mexicana, uruguaya o argentina y, si se tercia, de todas a la vez. No se sabe bien cómo este hombre ha podido llegar tan lejos. Ha abierto un camino para que pasen los demás.Eso es lo que los jóvenes escritores, sobre todo de América Latina, han visto en él. Esa es su grandeza y autenticidad. Roberto Bolaño es lo mejor que le ha sucedido a la prosa en lengua castellana desde hace décadas. La fuerza arrolladora de su estilo tiene algo de monstruoso, en el sentido que le daban los clásicos del Siglo de Oro al término. Bolaño marca un hito en la historia de la literatura en nuestra lengua. Con él la novela en español entra en un nuevo paradigma.

"El enigma universal de Roberto Bolaño", por Lola Galán
(El País, 20/03/09)
Nuevas obras explotan el éxito planetario del autor chileno, muerto en 2003. A Roberto Bolaño no le cambió el éxito. No le llegó a tiempo. Cuando murió, a los 50 años, víctima de una cirrosis hepática, el 15 de julio de 2003, tenía una decena de obras de culto, que le permitían, todo lo más, vivir con holgura de la literatura. Ahora, seis años después de su muerte, su nombre de escritor está en boca de todos. Se reeditan sus libros, se le dedican ensayos y artículos, se adaptan sus novelas para el teatro, se estudian como guiones de posibles filmes. Es el éxito con mayúsculas. Un vendaval que lo ha trastocado todo, aunque a su principal responsable no puede ya afectarle.
o que saboreó antes de morir, apreciado por la crítica, consagrado, incluso, como el mejor escritor latinoamericano de su generación, fue una celebridad a escala humana, por decirlo así. Su novela Los detectives salvajes, tejida con los mimbres de su experiencia juvenil en México, había sido la clave de ese ascenso, a partir de 1998, que se tradujo en dos premios importantes, el Herralde y el Rómulo Gallegos. Eso le proporcionó muchos más lectores y una cuenta bancaria saneada, después de una década de penuria económica, y mil oficios de sudaca que diría él.
El éxito con mayúsculas, su inscripción en una liga superior de autores, en la que sólo caben nombres como el de Gabriel García Márquez o Jorge Luis Borges, entre los latinoamericanos, le llegaría con una obra póstuma, 2666. O, mejor dicho, con su edición norteamericana, que llegó a las librerías el año pasado. Una obra monumental, la más ambiciosa y compleja, según los críticos, que le ha abierto las puertas de la celebridad.
Su traductora, Natasha Wimmer, tardó años en verterla al inglés. Preguntada por la dificultad del lenguaje de Bolaño, crecido en México, Wimmer, respondía al magazine del New York Times: Vivió veintitantos años en España, y se aprecia muy bien la influencia del español castellano, al menos tanto como la del español de México.
Novela del año para la revista Time, ponderada por la archifamosa Oprah Winfrey, 2666 ha sido elegida mejor libro de ficción por el prestigioso Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos.
Juan Villoro escribe en el prefacio de un libro de entrevistas sobre el autor, publicado en Chile: Como tantos grandes, Roberto Bolaño corre el albur de convertirse en mito pop. De lo que no hay duda es de que es un fenómeno literario generador de millones de dólares. Una mina de oro susceptible de ser explotada. Porque si el éxito no pudo cambiar a Bolaño, ha cambiado al menos el mundo que rodeó al escritor, nacido el 28 de abril de 1953 en Santiago de Chile, y afincado en España a partir de 1977.
Su legado literario, en manos de su viuda, Carolina López, ha pasado a ser gestionado por el todopoderoso Andrew Wylie, el agente más famoso, y más temido, del panorama literario mundial. Wylie está inventariando el archivo del escritor, en busca de nuevas joyas. De momento, se ha anunciado ya la publicación de un libro, El Tercer Reich, y se habla de otras dos nuevas, Diorama y Los sinsabores del verdadero policía o Asesinos de Sonora.
Su albacea oficioso, el crítico Ignacio Echevarría, amigo íntimo de Bolaño, cree, sin embargo, que las obras en papel, el material que está siendo examinado ahora por la viuda del escritor y por Wylie, es una parte arqueológica de su obra. Nada de lo nuevo que se publique va a sumar al escritor que es ya, dice. Obviamente, no opina lo mismo su viuda, que vive todavía en Blanes, con los dos hijos de la pareja, Lautaro, de 18 años, y Alexandra, de 8. López declina, amablemente, hablar con este periódico. En un correo electrónico explica que necesita preservar la intimidad de sus hijos. No quiere entrar en cuestiones personales. ¿A quién puede importarle que antes de morir Bolaño la pareja estuviera prácticamente separada? Y, sin embargo, interesa. La revista chilena Quépasa dedicó recientemente un reportaje a la compañera final del escritor, la catalana Carmen Pérez de Vega.
La vida y la obra de Bolaño apasionan a un público cada vez más amplio, a medida que su obra escala en la lista de superventas. Y sus novelas son fuente de nueva inspiración. El Teatro Lliure presentó el año pasado una versión dramatizada de 2666. Y se habla de una posible adaptación al cine. 2666, un relato dividido en cinco partes, donde se mezcla el humor con la fantasía desbordante, y el inventario pormenorizado de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, contiene todos los ingredientes necesarios para interesar al séptimo arte. Si Los detectives salvajes cambió el paradigma del escritor latinoamericano, según Echevarría, 2666, la novela del mal, ha provocado una verdadera deflagración en la sociedad lectora estadounidense.
Jorge Herralde, director y fundador de Anagrama, la editorial que ha publicado sistemáticamente la obra de Bolaño a partir de 1996, se explica el éxito del autor por un conjunto de factores. Susan Sontag descubrió Estrella distante, editada por New Direction, en 2004, y no cesó de alabarla. Sontag era una entusiasta de la literatura y una propiciadora de grandes triunfos, dice el editor. Ahí empezó la onda Bolaño, que con Los detectives... dio un salto enorme, porque fue designada novela del año, y con 2666 llegó al máximo, a la apoteosis, editada por Farrar, Straus & Giroux. La fuerza, la profundidad de Bolaño, su prosa adictiva, y su mordaz examen del mal, según la crítica estadounidense, han hecho el resto. La fascinación de Bolaño por la relación entre crimen y arte, su interés por la investigación detectivesca, su curiosidad de forense ante el horror y el mal, ha llevado a los críticos a compararle con Cormac McCarthy.
Pero si ese era el Bolaño escritor, el Bolaño real, nieto de gallego, era, en cambio, una persona tímida, que creía en la bondad del buen escritor. Apasionado lector, devorador de cine y de programas de televisión siempre mejor la tele que un best seller, solía decir, cultivador de un cierto talante rebelde. En más de una entrevista, Bolaño recomendaba a sus lectores jóvenes que robaran los libros, sin más.
Sobre sus años en México, adonde la familia se trasladó desde Chile, cuando él apenas tenía 15 años, creó casi una leyenda. Los elementos más vívidos de aquella etapa, han quedado atrapados en Los detectives salvajes, una novela por la que deambula el autor, convertido en Arturo Belano, y su amigo Mario Santiago, transmutado en Ulises Lima. Bolaño reconoció siempre una deuda profunda con México, donde sintió la llamada de la escritura, y se hizo poeta.
Bruno Montané Krebs lo conoció en ese país, en 1974, y se hicieron amigos. Montané aparece en Detectives, convertido en Felipe Müller. En la obra de Roberto no habrá más de un 30% de material real, el resto es pura invención. Conviene tenerlo en cuenta, dice el poeta chileno, afincado en Barcelona. A Roberto lo frecuenté en Barcelona. Cuando se trasladó a Blanes [a comienzos de los años ochenta], ya nos veíamos menos. Pero hablábamos mucho por teléfono. Roberto era excelente conversador por teléfono, sobre todo cuando llamaba él.
Herralde y Echevarría le recuerdan como un tipo con gran sentido del humor, muy divertido. Trabajaba en un estudio bastante modesto, en Blanes, en la Costa Brava. En horario nocturno. Con un paquete de cigarrillos a mano e ingiriendo litros de infusiones con miel, porque no podía beber otra cosa. A Bolaño le inspiraba la música, pero nada de autores clásicos. Solía escuchar rock duro a través de los auriculares.
Roberto Bolaño pertenecía a una generación que creció esperanzada con la revolución cubana y como chileno, vio un horizonte de cambio en el Gobierno de Salvador Allende. En 1973 atravesó América, de México a Santiago, en autobús y en autoestop, mochila al hombro, para contribuir con su granito de arena a aquella revolución pacífica. Pero en Santiago le pilló el golpe de Pinochet y fue detenido. Un encuentro con dos viejos compañeros de estudios convertidos en policías le permitió ser liberado ocho días después. Y regresar a México en avión. Allí reemprendió su carrera y fundó el infrarrealismo. Un experimento de rebeldía literaria, inspirado en el dadaísmo, radicalmente contrario a los grandes escritores institucionales, a los santones del régimen. Detestábamos a Octavio Paz, declaraba Bolaño en una entrevista a la televisión chilena, en 1999, pero es un gran poeta, y un ensayista de los más lúcidos.
Aquella etapa le sirvió a Bolaño para construir su propio mito. La mayor parte de lo que cuenta es verdad, aunque no está claro cuánto tiempo estuvo detenido en Chile, corrobora Montané. Después de todo, Bolaño adoraba a Borges, un maestro de la recreación inventada. Había leído dos veces toda su obra, y casi todos los libros publicados sobre él. Pero distinguía los trucos y las trampas en su personalidad. Adoraba el malditismo de poetas adolescentes como Rimbaud y Lautreamont, pero tenía claro que eran vidas extremas que no quería para su hijo.
De la fauna literaria no tenía buena opinión. La escritura es un oficio poblado de canallas y de tontos, que no se dan cuenta de lo efímero que es, declara en la misma entrevista de la televisión chilena, realizada en su primer viaje a la patria, tras 25 años de ausencia.
Fue una ocasión perfecta para opinar de todo, especialmente de literatura, y de autores chilenos. Bolaño, que admiraba a Nicanor Parra, fue bastante duro con sus compatriotas. Se despachó a gusto contra algunos de los más destacados. Ya lo había hecho con los autores del famoso boom y, sobre todo, con la larga secuela de los que transitaron esos caminos trillados con enorme fortuna. Sus declaraciones despreciativas no fueron pasadas por alto. Es curioso que salvo Jorge Edwards y, mucho más tarde, Vargas Llosa, ninguno de los autores del boom haya dicho una palabra de Bolaño, comenta Herralde.
Enrique Vila-Matas, que frecuentó al chileno a partir de 1995, dice que se dio cuenta de la grandeza de Bolaño, cuando leí Estrella distante y Los detectives salvajes. Junto a Jorge Edwards, presenté este último libro en Barcelona, en 1999, y allí ya expuse por escrito mi percepción de estar ante un genio de la literatura. Por eso no oculta su extrañeza ante otro fenómeno ligado al autor chileno. Siempre me ha llamado la atención el poco interés que ha despertado Bolaño entre una gran parte de los escritores españoles. Es una indiferencia que hay que encuadrarla dentro de esa falta de interés que sienten normalmente los escritores españoles hacia sus propios colegas, y más aún si son latinoamericanos.
Puede ser. Tampoco Roberto Bolaño se anduvo con muchas diplomacias. Criticó a muchos autores consagrados sin importarle lo más mínimo hacerse enemigos. ¿Qué pensaría ahora de esta consagración global? ¿Cómo juzgaría las nuevas obras que tiene en cartera su agente norteamericano? Seguramente con satisfacción, pensando al fin y al cabo en la seguridad económica de sus hijos. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











martes, 30 de enero de 2024

Del porno y las bibliotecas

 







Hola, buenos días de nuevo a todos, y feliz martes. Hay millones de estudiantes que dan el mismo crédito a un artículo de ‘Nature’ que a un comentario de Forocoches, comenta en El País el escritor Sergio del Molino, pero ellos no saben nada de jerarquías del conocimiento ni de la verdad ni de la realidad y se pasan más de ocho horas diarias mirando pantallas fuera del horario de clase. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com







Menos porno y más bibliotecas
SERGIO DEL MOLINO
24 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La paternidad exige al menos dos conversaciones serias: una sobre los Reyes Magos y otra sobre sexo. Ni los padres ni los hijos queremos tenerlas, y la vida sería más elegante si las eludiésemos y los padres nos muriésemos y a los hijos les salieran canas sin haber pasado por ese trámite de yo sé que tú sabes, pero tengo que actuar como si no supieses que yo sé lo que tú sabes. La de los Reyes sigue un guion con pocas variaciones desde hace más de un siglo. La del sexo, en cambio, ha evolucionado mucho desde lo de las abejitas y las florecitas. Ahora, según me dicen los padres que han pasado el trago (yo aún soy virgen), lo que se lleva es hablar de porno, sobre todo con los chicos que traen la hormona agitada y revuelta.
El porno preocupa, como preocupan los pederastas y las violencias y acosos de las redes sociales. Son terrores que quitan el sueño a cualquier padre cuando le regala el primer móvil a su prole y casi siempre están justificados, pero me da la impresión de que ocupan un espacio avasallador en el debate. Tanto, que evitan la discusión sobre otros terrores que tienen que ver con la enseñanza, eso que solo da titulares cuando los alumnos suspenden las pruebas de PISA. A mí me asustan más estos.
Cuando tengo pesadillas sobre mi hijo e internet nunca van de depredadores sexuales o de que le aparece un vídeo de orgías al buscar uno sobre Minecraft. A mí me escalofría que no sepa usar la información. La tragedia del alumnado —esa que el Gobierno pretende parchear con profesores de refuerzo para Matemáticas y comprensión lectora— es que se educa en un mundo sin libros ni fuentes fiables. Hay millones de estudiantes que dan el mismo crédito a un artículo de Nature que a un comentario de Forocoches. No saben nada de jerarquías del conocimiento ni de la verdad ni de la realidad. Los jóvenes están prevenidos contra acosadores y pederastas, y reciben abundantes sermones sobre la irrealidad violenta del porno, pero a nadie le preocupa que naveguen sin criterio, a merced de bulos y delirios. No digo que dejemos de lado las charlas sobre los Reyes Magos y sobre el sexo, pero es hora de añadir otra conversación incómoda al repertorio paternal del tenemos-que-hablar. Ya que la escuela ha renunciado a impartir conocimiento, por lo menos, que enseñe a los alumnos el camino a la biblioteca, donde no todas las opiniones valen lo mismo. Sergio del Molino es escritor.