Hola, buenos días de nuevo a todos, y feliz lunes. La izquierda no habla de cómo recuperar a la clase media o arreglar el ascensor social en el que sus votantes siguen confiando, escribe en El País la politóloga Estefanía Molina, y eso es porque su visión bebe mucho de esa idea de que ya solo queda un Estado asistencial que dé cobijo en las crisis mediante la revalorización de las pensiones o la inyección de ciertas ayudas, tratando de limar la precariedad o la pobreza, sin ofrecer un proyecto ambicioso más allá. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com
El drama no es solo un sueldo escaso
ESTEFANÍA MOLINA
04 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com
Un amigo de 34 años quiere irse de Madrid porque sobrevive “con 1.500 euros al mes”. Se ha vuelto un sueldo que se queda muy corto para una persona sola en una gran ciudad, véase Barcelona, donde el alquiler medio se disparó recientemente a 1.200 euros mensuales. Sin embargo, su salario está por encima de lo común en España, y si vuelve al pueblo no encontrará trabajo de lo suyo. Es el estado de nuestro ascensor social: no solo ha reventado para una mayoría, sino que muchos chavales con estudios superiores tampoco lograrán ya nunca ser aquella clase media, hoy tan depauperada.
Sin embargo, nos deleitamos con relatos nostálgicos de superación. Muchos han alabado al ministro de Economía, Carlos Cuerpo, por su historia familiar: de un abuelo que trabajaba en la mina a todo un doctor en su disciplina, que entró un cuerpo de élite de funcionarios del Estado y cobra un merecido sueldo en la actualidad. Otros han defendido la dignidad de las mujeres que fregaron escaleras porque gracias a ellas sus hijos pudieron ir a la universidad. El drama, lo que nadie señala, es que esos casos de éxito no tienen por qué traducirse hoy en un nivel de vida mejor, debido a los bajos salarios en España y la pérdida de poder adquisitivo en la última década.
Asistimos al deslizamiento a la baja de la clase media en la cara de la juventud actual. Está claro que nunca será lo mismo tener estudios que no tenerlos o dedicarse a unos sectores de más valor añadido que a otros. El salario medio entre 25 y 34 años asciende hoy a 22.206 euros brutos al año, según el INE, lo que en muchos lugares da para emanciparse solo si uno tiene pareja, comparte piso, o recibe ayuda de sus padres, justo en esa edad en la que debería formar familia o emprender un proyecto personal. En conjunto, quienes tienen estudios superiores cobran de media 31.773 euros brutos al año. En definitiva, son sueldos superiores a los de la mayoría de ciudadanos, pero cabe preguntarse si son sueldazos, o incluso si resultan suficientes para la vida actual, pese a haber tenido más oportunidades que sus mayores.
Tanto es así, que hubo un estallido en las redes cuando un dirigente del Partido Popular afirmó que las rentas medias y bajas cobran “entre 30.000 y 60.000 euros al mes”. Muchos usuarios le dieron la razón. Que la mitad de los ciudadanos españoles tuviesen en 2021 una renta de 20.500 euros anuales o que 25.540,8 euros brutos fuera el salario medio en 2022 no quiere decir que formen la clase media. Por clase media uno solía entender la autonomía y la capacidad económica para desarrollar el proyecto personal elegido —en solitario o en familia— y darse algún pequeño capricho, o incluso ahorrar, algo a lo que hoy no puede llegar una mayoría. Que solo un 3% de ciudadanos ingresen en España más de 60.000 euros al año no quiere decir que sean ricos per se. De lo que esas cifras hablan, lamentablemente, es de una mayoría de profesionales que no los cobran, pese a tener brillantes currículos, estudios e idiomas.
Y la foto amaga con ir a peor. En una o dos generaciones, cada vez menos jóvenes disfrutarán de los paliativos del cojín familiar. Si un buen número de jóvenes logran aún atenuar su precariedad es gracias a las pensiones de sus abuelos, o las propiedades y el patrimonio que les legan sus padres. Pero pronto habrá muchos menos mileniales o centeniales propietarios, debido a su incapacidad para ahorrar o ser independientes con su propio sueldo. La vivienda será para los eventuales hijos de esas generaciones un flagrante separador de clase, si no lo es ya, porque muchos ya no tendrán nada a heredar, dependiendo de su renta anual, atrapados en un bucle de pobreza o desigualdad.
El caso es que el progresismo está sensibilizado con la precariedad, pero tampoco ofrece un horizonte mejor a largo plazo. Da la impresión de que se ha asumido la implosión del ascensor social de forma irreversible, conformándose ya solo con que la gente no caiga en la absoluta pobreza. El discurso actual de la izquierda gobernante pivota sobre cuestiones esenciales como el salario mínimo o el apoyo a las clases más vulnerables, pero raramente se habla de cómo recuperar a la clase media. Su visión bebe mucho del determinismo posterior al 15-M, de esa idea de que ya solo queda un Estado asistencial que dé cobijo en las crisis mediante la revalorización de las pensiones o la inyección de ciertas ayudas, tratando de limar la precariedad o la pobreza, sin ofrecer un proyecto ambicioso más allá. Y es que tener un trabajo no resulta hoy garantía de una vida suficiente, por mucho que celebremos los datos de crecimiento del empleo.
Tampoco es que la derecha tenga un programa más esperanzador. Si su buque insignia es Isabel Díaz Ayuso, solo se puede esperar un negacionismo de la pobreza que afirma que hablar de justicia social solo sirve a la confrontación, o bien, comulgar con el fomento de la desigualdad mediante regresivas bajadas de impuestos. Ese mismo PP que ahora alude a las clases medias tampoco impidió su hundimiento durante la crisis de austeridad. Si la alternativa es Vox, su palmarés pasa por llamar cobradores de “paguitas” a los ciudadanos que han caído en la vulnerabilidad o fomentar la desprotección del trabajador. Sin embargo, muchos ciudadanos aún compran la pulsión liberal en Europa porque prefieren entregar su vida a la ilusión de un futuro incierto que asumir la certeza de la precariedad estructural.
Aunque el problema podría ser mucho peor: que más jóvenes decidan emigrar, como está pasando ya. Un informe del BBVA cifra en 154.800 millones de euros el valor del capital humano perdido en España en 2022, debido a la emigración a otros países de personas en edad de trabajar, un 40% más que en 2019, el año anterior a la pandemia. Cada vez que uno de mis amigos me pregunta si vuelven a España desde Copenhague, Londres o Berlín le sugiero que no: cobran mejor allí donde están y concilian más. Aunque el drama siempre puede ser peor: que pese a recibir un sueldo “privilegiado” en España, uno tuviera que sobrevivir o la política no ofreciera alternativas al regreso de la clase media —si es que no está pasando ya—. Estefanía Molina es politóloga.
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