“Pachuchos” puede ser una comida para perros; “aguacero”, ni gota de agua; y “universo”, un poema de una línea, escribe en El País Álex Grijelmo (1956), escritor y periodista, doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. El genio del idioma español también se divierte, comienza diciendo. Ya sabemos que, por un lado, ese personaje misterioso dicta ciertas normas mágicas que millones de hablantes obedecen sin darse cuenta. Por ejemplo, ha decidido que nuestros vocablos patrimoniales no formen plurales como “árbols” o “relojs”. Pero, por otra parte, el gran encantador de la lámpara maravillosa del lenguaje también es capaz de inventar juegos de palabras y poseer para ello las mentes desavisadas de José Luis Coll, Les Luthiers o Luis Piedrahita, sin excluir cualquier otra cabeza invadida por el ingenio del genio.
En el Diccionario de Coll (1975) supimos que “pateo” es “negar a Dios con los pies”: con Les Luthiers aprendimos que se dice “monólogo” cuando habla uno, pero que si lo hacen dos se trata ya de un “biólogo”, y Luis Piedrahita ha imaginado el término perfecto para definir la enfermedad de aquellas personas que acumulan en casa decenas de botes de gel robados en los hoteles: el síndrome de Diógeles. (Hallazgos como éste menudean en su espectáculo Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas o en su último libro: Cambiando muy poco, algo pasa de estar bien escrito a estar mal escroto).
Sin embargo, el aprendizaje de algo tan juguetón como la lengua se convierte para muchos escolares en un empeño desalentador. Ciertas gramáticas que sufren los alumnos incluyen frases como éstas: “El complemento de régimen verbal es un sintagma preposicional que se forma mediante la preposición que exige el verbo y un sintagma nominal”. “El complemento predicativo es un sintagma adjetivo que complementa a los verbos predicativos y concuerda en género y número con el sintagma nominal”. Ningún niño puede amar la lengua así.
La gramática no tiene por qué ser un potro de tortura en el que se exija a los alumnos clasificar oxítonas, paroxítonas y proparoxítonas; clíticos, enclíticos y proclíticos; las parasintéticas, los deícticos, los transpositores y otros sintagmas diversos.
Si niños y niñas disfrutan con los juguetes, hagamos primero que jueguen con la lengua. Y dejemos para mucho más adelante los términos técnicos y precisos con los cuales se entienden los gramáticos entre sí (mucho tiempo después de haber sido niños, claro).
Fue sorprendente el ejemplo de los escolares asturianos que participaron en los homenajes a Les Luthiers con motivo del premio Princesa de Asturias que recibieron en Oviedo el pasado octubre. Sus profesores y la fundación que organiza los galardones los convocaron a jugar con las palabras, y consiguieron recrear más de 4.000 términos.
Así, “pachuchos” pasó a ser una comida para perros; el “leotardo” da nombre a un leopardo de reacción tardía; la “buhardilla” representa una mezcla de ardilla y búho; la “encuesta” refiere una subida muy pronunciada; “aguacero” no puede significar otra cosa que “ni gota de agua”; el “universo” es un poema de una sola línea, y se llama “solfatear” a lo que hace el perro de un músico cuando está buscando el sol.
Vale la pena que en el año nuevo los niños jueguen con el lenguaje y con la gramática como con un amigo y una amiga, tal vez con el apoyo del Diccionario de Coll, los vídeos de Les Luthiers o los libros de Piedrahita. Tal vez así digan orgullosos en el colegio que los Reyes Magos les han traído unos juegos estupendos: los juegos del idioma. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
1 comentario:
Muy bueno ...
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