Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, de la filóloga Lola Pons, va de mayúsculas y minúsculas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
Cosas grandes en letra pequeña
LOLA PONS RODRÍGUEZ
25 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com
Si en las ciudades romanas las placas de los arcos conmemorativos y las inscripciones están escritas en mayúsculas, no es por elección, sino por necesidad: la vieja escritura latina no conocía la minúscula. La creación de la minúscula es, en el ámbito de la escritura alfabética, un logro similar a la invención de la rueda. Una vez que, a finales del siglo III d.C., se creó la minúscula, nacía la jerarquía en el renglón; se fundaba el principio por el que se reservaba el texto en minúscula para lo común y la letra mayúscula para lo relevante. Las mayúsculas aprovechan un espacio tan convencional como el del renglón para dar mayor valor a unas determinadas palabras.
Desde su fundación en el siglo XVIII, los criterios ortográficos de la Real Academia Española han ido fijando el uso de mayúsculas para evitar la tendencia que tenemos a mayuscular cuanto creemos que es importante. Aunque muchas personas contraríen la norma, palabras como alcalde, concejal o rey van en minúscula en español según las disposiciones actuales, y está bien que sea así. Las reglas ortográficas son cambiantes entre lenguas: el español no mayuscula los idiomas (hablamos de árabe o de suajili) pero el inglés sí (Arabic, Swahili); el español pone en minúscula culturas y gentilicios (cultura persa, sevillano) que, en cambio, en la lengua inglesa van en mayúscula (Persian Culture, Sevillian).
Basándose en esa norma, en los años 70 del siglo pasado, en Estados Unidos se empezó a usar dentro de los colectivos de personas sordas la expresión Deaf Culture o Deaf Community para subrayar una reivindicación: la de que la sordera no es una discapacidad, la idea de que hay una cultura sorda, una manera de vivir de las personas sordas, que hay que respetar y no tratar de cambiar clínicamente. Hablamos de personas sordas, a menudo sordos congénitos, con nula o poca audición, que tienen la lengua de signos como lengua materna, sordos que no quieren oír y que llaman “audismo” al prejuicio de quienes piensan que no oír al nivel común es una discapacidad. Esta cultura sorda reivindica su identidad y su lengua: los signos, las manos que hablan.
Quienes no tenemos falta de audición no solemos estar familiarizados con esta idea, que es respetable pero distinta de las pretensiones de otro grupo de personas con sordera o hipoacusia, de nacimiento o adquirida por enfermedades, que quieren, a través de prótesis como implantes cocleares o audífonos, acceder a las lenguas habladas. Para esas personas, la lengua de signos es secundaria y es primaria la de su entorno, entendida a través de la lectura labial. Si para los primeros la meta es gestualista, para otros las aspiraciones son oralistas.
En inglés fueron más allá y empezaron a llamar sordos con mayúscula (Deaf) a unos y sordos con minúscula (deaf) a otros. Con mayúscula, Deaf se aplica al grupo de personas con falta de audición que se expresan con lengua de signos preferentemente. Esta doble categoría de letra encaja en las normas ortográficas del inglés, donde se mayusculan culturas y grupos humanos, pero en español funciona mal, porque en nuestra lengua no hablamos de los Salmantinos o de las Viudas. Entiendo el fetichismo que nos producen las mayúsculas, pero, con todo respeto, me pregunto si es conveniente aplicar esa jerarquía dentro de la comunidad sorda, si es beneficioso separar con la escritura sus diferencias. En lengua inglesa ya hace unos años que se plantea la necesidad de evitar la distinción s/S y lo que se debate ahora es cuál debe ser el término por defecto.
Los lectores se preguntarán por qué, en medio de tanta noticia política, elijo este tema hoy. Y quiero explicarme. Por visible y grande que sea la mayúscula, nada puede parar la necesidad de novedad de la voraz actualidad informativa y su tendencia a la fagocitación de lo recién ocurrido en busca de lo que va a ocurrir. Y hay dos cosas que la mayoría hemos olvidado y que han sucedido en este año 2023. La primera, afortunada, es que en julio se aprobó en España el reglamento que regula la utilización de la lengua de signos: sin duda, un logro para la comunidad sorda. La segunda, trágica, es que hace justo un mes se produjo el último tiroteo múltiple ocurrido en Estados Unidos, en Maine, con 18 muertos, 4 de ellos sordos.
Como las personas, las letras ocupan el espacio mensurable que les es asignado: los acontecimientos van en mayúsculas (“Matanza de Maine” se puede escribir así), igual que las disposiciones legales (“Reglamento de las condiciones de utilización de la lengua de signos española”). A la mitad del tamaño, en minúsculas, están los ciudadanos que viven estas circunstancias, trágicas o prometedoras, y a los que no salvan ni visibilizan las mayúsculas, sino la salud física y mental, el derecho, la educación y la democracia, que, curiosamente, van en minúscula.
LOLA PONS RODRÍGUEZ
25 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com
Si en las ciudades romanas las placas de los arcos conmemorativos y las inscripciones están escritas en mayúsculas, no es por elección, sino por necesidad: la vieja escritura latina no conocía la minúscula. La creación de la minúscula es, en el ámbito de la escritura alfabética, un logro similar a la invención de la rueda. Una vez que, a finales del siglo III d.C., se creó la minúscula, nacía la jerarquía en el renglón; se fundaba el principio por el que se reservaba el texto en minúscula para lo común y la letra mayúscula para lo relevante. Las mayúsculas aprovechan un espacio tan convencional como el del renglón para dar mayor valor a unas determinadas palabras.
Desde su fundación en el siglo XVIII, los criterios ortográficos de la Real Academia Española han ido fijando el uso de mayúsculas para evitar la tendencia que tenemos a mayuscular cuanto creemos que es importante. Aunque muchas personas contraríen la norma, palabras como alcalde, concejal o rey van en minúscula en español según las disposiciones actuales, y está bien que sea así. Las reglas ortográficas son cambiantes entre lenguas: el español no mayuscula los idiomas (hablamos de árabe o de suajili) pero el inglés sí (Arabic, Swahili); el español pone en minúscula culturas y gentilicios (cultura persa, sevillano) que, en cambio, en la lengua inglesa van en mayúscula (Persian Culture, Sevillian).
Basándose en esa norma, en los años 70 del siglo pasado, en Estados Unidos se empezó a usar dentro de los colectivos de personas sordas la expresión Deaf Culture o Deaf Community para subrayar una reivindicación: la de que la sordera no es una discapacidad, la idea de que hay una cultura sorda, una manera de vivir de las personas sordas, que hay que respetar y no tratar de cambiar clínicamente. Hablamos de personas sordas, a menudo sordos congénitos, con nula o poca audición, que tienen la lengua de signos como lengua materna, sordos que no quieren oír y que llaman “audismo” al prejuicio de quienes piensan que no oír al nivel común es una discapacidad. Esta cultura sorda reivindica su identidad y su lengua: los signos, las manos que hablan.
Quienes no tenemos falta de audición no solemos estar familiarizados con esta idea, que es respetable pero distinta de las pretensiones de otro grupo de personas con sordera o hipoacusia, de nacimiento o adquirida por enfermedades, que quieren, a través de prótesis como implantes cocleares o audífonos, acceder a las lenguas habladas. Para esas personas, la lengua de signos es secundaria y es primaria la de su entorno, entendida a través de la lectura labial. Si para los primeros la meta es gestualista, para otros las aspiraciones son oralistas.
En inglés fueron más allá y empezaron a llamar sordos con mayúscula (Deaf) a unos y sordos con minúscula (deaf) a otros. Con mayúscula, Deaf se aplica al grupo de personas con falta de audición que se expresan con lengua de signos preferentemente. Esta doble categoría de letra encaja en las normas ortográficas del inglés, donde se mayusculan culturas y grupos humanos, pero en español funciona mal, porque en nuestra lengua no hablamos de los Salmantinos o de las Viudas. Entiendo el fetichismo que nos producen las mayúsculas, pero, con todo respeto, me pregunto si es conveniente aplicar esa jerarquía dentro de la comunidad sorda, si es beneficioso separar con la escritura sus diferencias. En lengua inglesa ya hace unos años que se plantea la necesidad de evitar la distinción s/S y lo que se debate ahora es cuál debe ser el término por defecto.
Los lectores se preguntarán por qué, en medio de tanta noticia política, elijo este tema hoy. Y quiero explicarme. Por visible y grande que sea la mayúscula, nada puede parar la necesidad de novedad de la voraz actualidad informativa y su tendencia a la fagocitación de lo recién ocurrido en busca de lo que va a ocurrir. Y hay dos cosas que la mayoría hemos olvidado y que han sucedido en este año 2023. La primera, afortunada, es que en julio se aprobó en España el reglamento que regula la utilización de la lengua de signos: sin duda, un logro para la comunidad sorda. La segunda, trágica, es que hace justo un mes se produjo el último tiroteo múltiple ocurrido en Estados Unidos, en Maine, con 18 muertos, 4 de ellos sordos.
Como las personas, las letras ocupan el espacio mensurable que les es asignado: los acontecimientos van en mayúsculas (“Matanza de Maine” se puede escribir así), igual que las disposiciones legales (“Reglamento de las condiciones de utilización de la lengua de signos española”). A la mitad del tamaño, en minúsculas, están los ciudadanos que viven estas circunstancias, trágicas o prometedoras, y a los que no salvan ni visibilizan las mayúsculas, sino la salud física y mental, el derecho, la educación y la democracia, que, curiosamente, van en minúscula.