Comprender no es perdonar, dijo Hannah Arendt. Y su pensamiento comprometido, sagaz, respetado y discrepante se contempla en evolución desde sus primeros escritos de juventud hasta los de su madurez en un reciente libro que con el título Ensayos de comprensión acaba de publicar la editorial Página indómita (Madrid, 2018), reseñado por el profesor y exministro de Cultura César Antonio Molina.
Estos 41 ensayos de Hannah Arendt [de cuya muerte se cumplieron el pasado 4 de diciembre cuarenta y tres años], dice el profesor Molina, fueron escritos entre los años 1930 y 1954, es decir, prácticamente todos ya en el exilio, dado que la pensadora abandonó Alemania en el año 1933. Hasta ahora permanecieron inéditos en libro y estaban dispersos. Hay un eje central en todos estos textos, el mismo que en casi toda su obra: los acontecimientos políticos del siglo XX no tienen precedentes históricos y, por este motivo, entre otros, es necesario analizarlos y tratar de explicarlos y comprenderlos. Perdonarlos o justificarlos es ya otra cosa. Reflexiona en el mismo momento en que esos acontecimientos se están llevando a cabo, pero también la autora nos advierte que la derrota del fascismo y del comunismo solo era parcial y temporal y que la reaparición de los totalitarismos estaría amenazando a Europa. Tarde o temprano, tendría que actuar en defensa de su democracia recién restaurada. Un elemento eficaz sería la unión supranacional del continente.
Comprenderlo todo no era perdonarlo todo. ¿Cómo reconciliarnos con un mundo en el que tales maldades son posibles? El adoctrinamiento había destruido por completo la actividad de la comprensión. La monstruosidad de los crímenes hacía parecer ridículo cualquier castigo. Arendt nunca se vio como filósofa, tampoco como pensadora política. La filosofía era la acción de pensar, mientras que la política, la de actuar. Su obra parte y se crea en el espacio de tensión. La filosofía: objetiva, neutral, en nombre de todos. La política: partidista, no neutral. Desde Platón todos los filósofos (excepto Kant y poco más) fueron reticentes hacia esta última. Arendt se declaró ajena a esa hostilidad y trató de aunar ambos mundos. Su labor se basó en el pensar, conocer, analizar, comprender y escribir, esta última la tarea más compleja y comprometida.
Uno de los grandes males que aquí se analizan es el nacionalismo. Esta ideología fanática y sectaria provocó ideas terroríficamente interesantes, fantásticas y complicadas. Sus creyentes cayeron en la trampa de sus propias ilusiones. El nacionalismo creó una utopía y una voluntad de modificar la realidad. Todo esto lo llevó al poder. Solo como utopía, el pensamiento puede oponerse a la realidad distinta que él mismo creó. La gran crisis europea del siglo XX y en la que ya volvemos a estar avanzado en el XXI, proviene de las reiteradas crisis de la nación-Estado.
Arendt cita un panfleto clandestino de la resistencia holandesa donde se comentaba que los problemas centrales de la paz venidera serían los de cómo lograr la formación de unidades más amplias en el terreno político y económico, preservando al mismo tiempo la autonomía cultural. La paz solamente podría ser salvaguardada por una autoridad europea superior: Consejo Europeo, Federación o unos EE.UU. de Europa. Lo fundamental era crear un sentimiento de solidaridad europea. Y ese sentimiento tenía que basarse en principios democráticos que desterrasen los fantasmas totalitarios no del todo extirpados. Ahora comprobamos que, una vez más, tenía razón.
Arendt no echa la culpa a todos los alemanes, sino solo a aquellos que participaron amparados en la obediencia, una eximente a la larga. Tras la paz se vieron las dificultades que hubo para identificar a unos y a otros, a pesar de la diezmada población. La Nada de la que surgió el nazismo puede definirse, en términos menos místicos, como el vacío resultante del casi simultáneo colapso de las estructuras sociales y políticas europeas. Las mentiras y las falsas promesas llenaron ese vacío. La estructura de clases europea había estallado, también el Estado-nación había producido parados y desclasados que se lanzaron a crear ese nuevo orden europeo, sin saber ni siquiera lo que era. Todo quedó subordinado al Partido que, a su vez, se entregó a la policía: las SS y la Gestapo. A partir de entonces la única ley fue el terror. Arendt critica a Churchill porque los aliados evitaron la guerra ideológica dándoles ventajas a los nazis, cuyo legado racista pervive.
¿Desde cuándo es un crimen cumplir órdenes? ¿Desde cuándo es una virtud rebelarse? Este es otro de los asuntos capitales de este volumen. La conciencia de culpa desapareció del hombre-masa parado. La responsabilidad de todos desapareció por los crímenes cometidos contra sus semejantes. La aparente vergüenza por lo realizado nunca fue suficiente. Se demostró que la Humanidad era una gran carga para los seres humanos.
Pero la autora de «Los orígenes del totalitarismo» escribe también duras críticas contra el comunismo. Se escandaliza de la irresponsabilidad de tantos intelectuales europeos comprensivos con Stalin, otro igual asesino que Hitler. También critica a los intelectuales norteamericanos «más aislados de la realidad política que ninguna otra intelligentsia». Y si el fascismo no era una invención de Hitler o Mussolini, tampoco el comunismo lo fue de Stalin. Por cierto, la condena a Marx también es total. Los campos de concentración, el terror y los asesinatos en masa habían sido objetivos semejantes. La deconstrucción del individuo se había llevado a cabo de manera paralela en ambas ideologías, aunque una se había alzado victoriosa sobre la otra.
Este libro es de una actualidad premonitoria. Advierte a las democracias europeas (ella murió en 1975) que permanezcan alerta, que eviten los nacionalismos, que profundicen en una Europa federada y fuerte, que estén atentas a la URSS (hoy de nuevo Rusia), que hagan una gran labor pedagógica explicando lo que fueron los totalitarismos y los males que acarrearon. Y, además de todo esto, evitar el conformismo pues amenaza a la libertad en una sociedad de masas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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