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jueves, 26 de marzo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Por qué dormía Europa? (Publicada el 22 de septiembre de 2009)






En el verano de 1940, cuando hacía justamente nueve meses que había estallado la guerra en Europa, un joven y brillante estudiante de la Universidad de Harvard leía su tesis de graduación en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Se titulaba "Appeasement in Munich", y analizaba en ella las razones que llevaron al gobierno británico a una suicida política de contemporización y apaciguamiento a toda costa con el cada vez más creciente belicismo de Hitler, y a firmar con él los vergonzantes acuerdos de Munich que darían rienda suelta al expansionismo nazi. Obtiene la calificación de "Sobresaliente Cum Laude" y un mes después se publica como libro con el título de "Por qué dormía Inglaterra", convirtiéndose en un auténtico "superventas" que gana el prestigioso Premio Pulitzer de ese mismo año. Veinte años más tarde, ese joven estudiante, John F. Kennedy, sería elegido presidente de los Estados Unidos de América.

"Por qué dormia Inglaterra" se publica en España por la editorial barcelonesa Plaza &.Janés en 1965, supongo que a raíz de la conmoción mundial que produce el asesinato del presidente Kennedy. Yo la leo ese mismo año en una edición de bolsillo que aún conservo y que, casualmente, ojeaba hace unos días. Ya he dejado constancia en este blog de mi juvenil apasionamiento por la figura de Kennedy. Su trágica muerte dio lugar a uno de los días que más imborrable impresión han dejado en mi vida, y que puedo relatar minuto a minuto con exactitud. Su lectura me emociono. Lo leí con fervor y apasionamiento y, en cierto modo, encaminó mi recién iniciada vida académica hacia la Historia y la Ciencia Política.

No tengo muy claro que tipo de asociación de ideas me ha llevado a recordar el libro citado, ¿quizá su título?, al leer el artículo que en el diario "El País" de ayer publicaba el profesor de Ciencias Políticas de la UNED, José Ignacio Torreblanca, titulado "Completar Europa". ¿Quizá el dramático llamamiento que formula en el mismo a enderezar el tortuoso momento que vive la Unión Europea y que la reelección de Durao Barroso como presidente de la Comisión no ayuda, precisamente, a despejar? Pudiera ser, aunque también pudiera haberlo provocado la apelación final del articulista a que los europeos, con Barroso a la cabeza, completemos de una vez por todas el mapa de la Unión y luchemos por consolidarla en el concierto mundial.

La verdad es que no me gustaría que ninguno de mis nietos obtuviera su grado académico dentro de veinte años con una tesis que se preguntara y explicara "¿Por qué dormía Europa?"... Precisamente, cuando más necesitábamos de ella. HArendt




John F. Kennedy



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 4 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Obama en Oriente Medio. (Publicada el 4 de junio de 2009)



Kennedy en Berlín, 11 de junio de 1963


Seguro que me paso de ingenuo, o de optimista, que viene a ser lo mismo pero sin el candor del primero, pero yo también pienso que Estados Unidos (o eso que llamamos Occidente) comenzó a ganarle la "guerra fría" a la URSS (o al comunismo real, si lo prefieren) el día de junio de 1963 en que el presidente Kennedy se plantó en Berlín y pronunció su famoso "Ich bin ein Berliner" en respuesta al desafío que suponía la creación del muro de separación de las dos Alemanias por parte del régimen de Pankow, dos años antes.

¿Ha intentado Obama con su gesto, su discurso de hoy en la Universidad de El Cairo sentar las bases de una nueva política de Estados Unidos (y Occidente, tras él) ante y para el mundo islámico? Para muchos analistas, sí. Y además, dicen, ha conseguido el mismo efecto que consiguió el de Kennedy en 1963. Tiempo habrá para analizarlo y para verlo. El periodista de El País, Javier Valenzuela, lo desmenuza en un artículo que puede verse ya en la edición electrónica de ese diario.

Yo acabo de leerlo hace unos instantes y en una especie de compulsión publicadora me apresuro a dejar constancia del hecho en el Blog. Pero la verdad es que han coincidido en ello otras consideraciones. Casualidad o no, supongo que sí, el hecho de que apenas unos minutos antes de encender el portátil y ponerme a ojear la prensa electrónica hubiera terminado de leer en el último número de Revista de Libros un artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadelfia (Estados Unidos), me ha animado a ponerme al teclado.

El artículo del profesor Aramberri se titula "El imperio deudor", y contra lo que pueda parecer en primera instancia, que también, no es un análisis estrictamente económico de las causas de la crisis financiera y económica global que estamos viviendo, sino algo más, bastante más, pues entra a saco en las razones políticas y de todo tipo que, a juicio de otros ilustres pensadores (como Paul KrugmanRobert KaganFareed Zakaria y Kenneth Pollack) nos han llevado hasta donde estamos.

Quisiera destacar una frase del artículo de Aramberri que me parece muy significativa y que dice así: "Estados Unidos no puede seguir imponiendo unilateralmente sus soluciones porque no tiene todos los medios necesarios y porque buena parte de la sociedad estadounidense preferiría que el mundo se acabase en los confines de los cincuenta Estados de la Unión." Claro está que poco antes, el autor ha dado una sonora cachetada a los socios europeos al explicar el concepto que éstos tienen de multilateralismo: "Se deja solos a los estadounidenses cuando piden ayuda e inmediatamente se les acusa de actuar por su cuenta, aunque sus decisiones sean también ventajosas para ellos. Si sale cara, yo gano; si sale cruz, tú pierdes".

Dice Javier Valenzuela en su crónica que alguien entre el público que asistía hoy a su conferencia en El Cairo le gritó a Obama "We love you too"... Me conformo con que se abra un resquicio de esperanza a una paz justa y duradera. Difícil está, pero que por intentarlo no quede. ¿Por cierto, saben ustedes quien puede ser el radiopredicador español del qué habla Javier Valenzuela en su artículo? Lo sospecho, pero tampoco voy a hacerle la propaganda gratis. HArendt



Obama en El Cairo, 4 de junio de 2009



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domingo, 24 de noviembre de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] 56 años de un magnicidio. Kennedy en el recuerdo



El presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy


A mis hijas, 
Myriam y Ruth.
Y a mis nietos, 
Gabriel, Guillermo y Saúl


El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos con una mayor profudidad y rigor, y lo subo al blog el día final de la semana en que la mayoría de nosotros goza de más sosiego para la lectura. Pero este Especial de hoy es especial por razones muy personales: son los recuerdos juveniles de un  hecho ocurrido cincuenta y seis años atrás que me marcaron profundamente. Espero que lo disfruten  Les dejo con él.

El pasado viernes, 22 de noviembre, se cumplieron 56 años de un magnicidio que conmocionó al mundo: el asesinato del presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy. Y fiel a mis tradiciones, subo un año más al blog el relato de como viví yo, a mis diecisiete años de edad, ese hecho. 

Cincuenta y seis años no son nada a escala cósmica; a escala humana es otro cantar. Resulta bastante probable que una persona pueda celebrar el aniversario de un hecho que vivió, conoció y le afectó para bien o para mal cincuenta o sesenta años antes, como es el caso que hoy nos ocupa. Que pueda conmemorar o recordar ese mismo hecho cien años después, resulta, por desgracia, bastante improbable.

Mi hija Ruth se reirá de mí con toda razón por traer por enésima vez esta historia al blog, historia que ella me recuerda, con cierto sarcasmo, que se sabe de memoria; como las del abuelo Cebolleta del TBO, me dice, sin rencor; o eso supongo yo... Me da igual, es "mi historia" y quiero contarla de nuevo porque sé que no podré hacerlo cuando se celebre el centenario del acontecimiento que marcó mi juventud, aunque espero que mis bisnietos y nietos, y con suerte mis hijas, me recuerden con cariño ese 22 de noviembre de 2063 en que se conmemore el centenario de uno de los más trascendentales acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX.

Exactamente a las 18:30 de la tarde (hora de Canarias) del 22 de noviembre de 2019, se cumplieron cincuenta y seis años del asesinato, aún no esclarecido a juicio de la historia, aunque sí lo esté a efectos judiciales, del presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, en la ciudad de Dallas (Texas).

Supongo que todos nosotros nos hemos preguntado en alguna ocasión por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros en cambio acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro. ¿Cuáles son esos recuerdos preferentes?: ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… 

Para mí, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió el 22 de noviembre de 1963. Era viernes, y en Madrid, donde yo vivía en aquel momento, las siete y media de la tarde. Yo tenía 17 años de edad y estaba volviendo a mi casa, en el barrio de Hispanidad, en el distrito de Chamartín, en el que vivíamos desde hacía ocho años.

Lo hacía andando para ahorrarme el billete de autobús desde el Hospital Militar de Maudes, en el barrio de Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa. Mi madre estaba internada en él a la espera de una operación de vesícula. Vuelvo a casa con Javier, mi mejor amigo durante muchos años, que me había acompañado a visitarla. Los dos estudiamos IPS (Instrucción Premilitar Superior) en el colegio “Infanta María Teresa”, un colegio de la Guardia Civil, muy cerca de nuestras respectivas casas. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos que apenas un mes más tarde, a causa de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés, y aprovechando las vacaciones de Navidad, íbamos a abandonar los estudios militares y el colegio para siempre. 

Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal me encuentro a mi hermano Alberto, once años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: "¡Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por la tele!". La verdad es que no le hago mucho caso -él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito- y le suelto un ”¡vete a la mierda, gilipollas!”, que me sale sin pensar. En casa solo está mi cuñada, Mari, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Texas, hace una hora. Me quedo abobado mirando la pantalla. Tengo la impresión de que el mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caído encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si "eso va a ser otra guerra mundial". No se que responderle porque a mi edad no se tienen respuestas para una pregunta así.

Entiendo su preocupación, dada la historia familiar. Ellos vivieron en Sevilla la proclamación de la república en 1931. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución obrera. Y en Barcelona en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil mi madre los pasó sola, en Barcelona, con mis hermanos, y con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La II Guerra Mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre fue destinado -o desterrado, según se vea-, al finalizar la guerra civil, aunque según mi madre los cinco años allí vividos fueron para ella los más felices de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá más tarde, y me cuelga el teléfono entre sollozos. 

Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como supongo lo hicieron gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle Príncipe de Vergara (en aquella época, del General Mola) está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioscos de prensa, esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase (entonces había colegio también los sábados). Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos, o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no muy lejos de nuestro barrio.

Somos viejos conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer libros en la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en un mapa imaginario. Y a ambos nos encanta el béisbol, que hemos aprendido a jugar con los hijos de los soldados estadounidenses destinados en Torrejón, que pueblan nuestro barrio.

La Embajada está fuertemente custodiada en el exterior por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestra tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. 

Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un infante de marina norteamericano, con uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso. Con su brazo derecho sujeta el fusil que se apoya en el suelo; el brazo izquierdo está doblado a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente... Mi amigo Javier y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Escribimos en el libro un escueto “Nuestro más sentido pésame” y ponemos nuestras firmas. 

Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un Wolkswagen amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartín. Nos contestan, más serenas ya, que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos comentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartín: por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen amablemente que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado, pero lo hemos intentado: las hormonas son las hormonas...

Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Washington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura, junto a la viuda de este, su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ojalá maten a ese cabrón! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición de la que creo nunca podré desprenderme. Al igual que me acompañará para siempre la imagen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Washington; y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…

Hace seis años, con motivo del cincuentenario del magnicidio, no me pareció que hubiera una excesiva proliferación informativa alrededor del mismo. En el diario El País aparecieron varios reportajes recordándolo, entre ellos los titulados: "Los que vieron morir a Kennedy", o "250 voces para llorar a Kennedy". Yo, por mi parte, y para no dejar en mal lugar a mi hija Ruth, traje de nuevo hasta el blog los enlaces a las entradas y vídeos que publiqué en años anteriores. Me repito, lo sé; no se enfaden conmigo, pero este es mi blog y mi recuerdo. Perdónenme por este ejercicio de nostalgia. 

También, desde esa entrada de 2013, pueden ustedes acceder a un recopilatorio bastante exhaustivo de todos los reportajes y noticias que El País ha venido publicando sobre el asesinato de Kennedy desde 1976 hasta hoy mismo. Y hace seis años añadí a la entrada todo aquello que se publicó sobre el cincuentenario que me pareció de interés, por ejemplo: "El Camelot de Kennedy sin conspiraciones"; o este otro: "Abraham Zapuder, piedra fundamental del periodismo ciudadano", sobre el hombre que grabó las únicas imágenes del atentado; o el titulado "Quién mató a Kennedy"; este otro de "Dallas, cincuenta años después"; el de "La America de J.F. Kennedy",  y el de "Jackie Kennedy y la invención de Camelot"

Y para el quinquagésimo tercer aniversario de su muerte subí al blog un hermoso vídeo en el que la cantante estadounidense Erykah Badu canta, en la ciudad de Dallas, en el lugar exacto en que fue asesinado el presidente, la canción "Window Seat". La canción estuvo vetada mucho tiempo en YouTube, que como los chicos del Facebook, en cuestión de desnudos, andan un poco por el Paleolítico Superior. Si se deciden a escucharla sabrán por qué. No insisto, pero quedan citados para este mismo día del 22 de noviembre de 2020. 

Por cierto, tal día como mañana de hace 44 años, se iniciaba una nueva etapa en la historia de España con la proclamación como rey de don Juan Carlos I. También es historia y por eso lo recuerdo...




Bosque de laurisilva. La Gomera, Islas Canarias



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jueves, 3 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Hoy comienza el siglo XXI (Publicada el 20/1/2009)



Barack H. Obama


Hoy, a media tarde hora canaria (mediodía en Washington), Barack Husein Obama tomará posesión de su cargo como 44 presidente de los Estados Unidos de América. Mañana, justamente a esa misma hora, hará cuarenta y ocho años que me encontraba yo sentado sobre la alfombra de la sala de estar de la casa de mis padres, en Madrid, esperando la retransmisión por Eurovisión de la toma de posesión de John Fitzgerald Kennedy como 35 presidente de los Estados Unidos de América.

Yo tenía en ese momento 14 años. Estudiaba el bachillerato en el Colegio "Infanta María Teresa", de Madrid; un colegio para huérfanos e hijos de guardias civiles, adscrito al Instituto "Ramiro de Máeztu". A mi manera, había participado activamente en la campaña que enfrentó a Kennedy y Nixon, gracias a las relaciones que el beísbol facilitaba entre los niños españoles y norteamericanos que vivían en el Distrito de Chamartín, donde residían buena parte de las familias de los soldados desplazados en la cercana base aérea de Torrejón de Ardoz. Y gracias también, a la revista LIFE en español, de la que mi padre era suscriptor, y que recibía directamente desde México, que me había dado pormenorizada cuenta de los detalles y vicisitudes de la enconada campaña electoral y su ajustado resultado final.

Kennedy era una especie de dios reencarnado para mí -creo que mi afición e interés por la política viene de esa fecha, momento en el cual, en mi ingenuidad, me veía como futuro senador de unos futuros Estados Unidos de Europa-, y gocé muchísimo con la retransmisión y el emocionante discurso que pronunció en su toma de posesión, que pueden ver aquí (en español), y que constituye una pieza histórica de la oratoria política contemporánea y de todos los tiempos, citada, copiada e imitada hasta el hastío. Su asesinato, y la impresión que causó en mi, que ya he relatado con detalle en este mismo blog, es el acontecimiento histórico que de forma más vívida permanece grabado en mi memoria.

Dice el periodista Francisco G. Basterra en El País del pasado día 17 ("72 horas para iniciar el siglo"), que hoy comienza el siglo XXI... Quizá sea pronto para aventurar tal conclusión, pero es, desde luego un día histórico; no sólo por lo que representa la llegada de un hombre de color, un negro, a la presidencia de los Estados Unidos, sino más bien, y sobre todo, por la enorme esperanza que su elección ha representado para buena parte de sus contemporáneos, norteamericanos y no norteamericanos, y que puede ser infundada o no, pero que es real. Su discurso de hoy, dentro de unas horas, en su toma de posesión, será leído, oído y mirado con lupa. Y es posible que sí, que en ese momento, comience por fin el siglo XXI. Espero verlo, pero por un "si acaso...", he dejado preparada la grabación del acto en el canal de CNN+... HArendt



John F. Kennedy


"72 horas para iniciar el siglo", por Francisco G. Basterra

Apelamos como seres humanos a otros seres humanos. Recordad vuestra humanidad y olvidad todo lo demás. Si podéis actuar de esta manera, el camino está abierto para una nueva sociedad. Si no es así, afrontáis el riesgo de la muerte universal. (Bertrand Russell)

Sólo 72 horas antes de que Obama se convierta en el 44º presidente de Estados Unidos, parece sugerente la idea de que el martes, en la escalinata del Capitolio en Washington, comenzará de verdad el siglo XXI. Hasta ahora habíamos considerado que el actual siglo se inició con la caída del muro de Berlín, como el siglo XIX concluía con la Gran Guerra. Tomo prestada la idea de E. J. Dionne Jr., columnista del Washington Post. La inmensa expectación global provocada por la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca, el calamitoso estado de la economía mundial y el ascenso de otros poderes globales que limitan la hegemonía norteamericana, darían así paso al siglo XXI. Que no será solamente, como parecía predestinado, el siglo americano. Todo apunta a que el mundo necesita, y confía, en un nuevo comienzo: político, económico, medioambiental, cultural. Por lo tanto, deberemos prestar mucha atención a las seis de la tarde del martes (hora española) a las palabras que pronuncie el nuevo presidente, cuando con la mano izquierda sobre la Biblia de Lincoln y la derecha levantada, preste juramento. "Yo, Barack Husein Obama, juro observar y hacer cumplir la Constitución de los Estados Unidos de América". La inmediatez electrónica: televisiones e Internet, otro símbolo de la nueva era, permitirán a la humanidad conectada vivir este comienzo al instante. Sí, Husein, un nombre musulmán de un no musulmán. Obama ha asegurado que, como es tradición, utilizará sus dos nombres, porque "el mundo está preparado para este mensaje". El nuevo presidente ha explicado que su toma de posesión es una magnífica oportunidad para recuperar la imagen de América en el mundo y, en particular, en el mundo musulmán. Probablemente uno de los grandes retos de su presidencia va a ser reinventar esa relación, hoy totalmente atascada. Como escribe el sociólogo Jean Ziegler en su reciente libro, La haine de l'Occident (Albin Michel), localizar las raíces del odio que el Sur manifiesta hacia Occidente, y reflexionar sobre los medios para extirparlo, se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para millones de seres en todo el mundo. Obama, en su audacia medida, rasgo clave de su no ideología, dejó por escrito en la revista Foreign Affairs, que "el combate contra los profetas del islam requerirá más que lecciones de democracia. Necesitamos profundizar nuestro conocimiento en las circunstancias y creencias que sostienen su extremismo". No sabemos si esta afirmación, políticamente incorrecta hasta ahora en EE UU, será o no traducida a los hechos por la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su equipo de asesores provenientes de la época de la presidencia de su marido. Casi todo el gabinete de Obama es políticamente predecible en economía y seguridad nacional. En lo que se refiere al dinero son los mismos que nos han llevado al actual desastre. ¿Es posible hacer nuevas políticas con viejos actores? De momento, el cambio es Obama. No hay un monumento en Washington que represente mejor la cualidad imperial de la ciudad que el Lincoln Memorial. La otra noche, impresiona más en las horas nocturnas, los Obama, con sus dos hijas, Malia y Sasha, acudieron a este lugar y bajo la monumental estatua de mármol del presidente que abolió la esclavitud, leyeron el famoso Discurso de Gettysburg, cincelado en las paredes, y que se estudia en las escuelas de todo el país. Contemplaron durante unos minutos el inmenso parque rectangular del Mall con el Capitolio al fondo. Una visita simbólica. Lincoln es uno de los presidentes, junto con Franklin Roosevelt y Jack Kennedy, que inspiran a Obama. También al joven de 27 años que está escribiendo el discurso del martes, el más importante de la vida de Barack. Marcará el tono de la nueva época y tiene como objetivo estimular, lograr la confianza de los estadounidenses para iniciar la recuperación moral y económica del país. Jon Favreau recibió hace un mes, en Chicago, el encargo del presidente electo para un discurso no más largo de 15 o 20 minutos, centrado en la idea de que Estados Unidos se fundó sobre ciertos ideales que es necesario recuperar. Hará frío el martes en Washington: se esperan 5 grados bajo cero. John Kennedy, a 7 bajo cero, se quitó el abrigo para pronunciar su discurso inaugural y demostrar su vigor juvenil frente al saliente Eisenhower. Precavido, debajo de la camisa llevaba una camiseta térmica. Temperaturas de 20 bajo cero obligaron en 1985 a Ronald Reagan a tomar posesión a cubierto en el interior del Capitolio. Peor fue en 1841, cuando William Harrison tras un discurso de dos horas bajo un frío intenso pilló una pulmonía que un mes después le llevó a la tumba. Este año la temperatura emocional provocada por la Obamanía, y no sólo en Washington, también en la descreída Europa, es muy superior a la temperatura ambiente. Obama es portador de la esperanza de todo el planeta.



Capitolio de los Estados Unidos de América, Washington, D.C.


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martes, 22 de noviembre de 2016

[Personal] El asesinato de Kennedy. Un recuerdo de juventud



John F. Kennedy (1917-1963)


A Myriam y Ruth

Cincuenta y tres años no son nada a escala cósmica; a escala humana es otro cantar. Resulta bastante probable que una persona pueda celebrar el aniversario de un hecho que vivió, conoció y le afectó para bien o para mal cincuenta años antes. Que pueda conmemorar o recordar ese mismo hecho cien años después, resulta, por desgracia, bastante improbable.

Mi hija Ruth se reirá de nuevo de mí, con toda razón, por traer por enésima vez esta historia al blog, historia que ella me recuerda con cierto sarcasmo que se sabe de memoria; como las del abuelo Cebolleta del TBO, me dice, sin rencor; o eso supongo yo... Me da igual, es "mi historia" y quiero contarla de nuevo porque sé que no podré hacerlo cuando se celebre el centenario del acontecimiento que marcó mi juventud, aunque espero que mis nietos y bisnietos, y con suerte mis hijas, me recuerden con cariño ese 22 de noviembre de 2063 en que se conmemore el centenario de uno de los más trascendentales acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX.

Exactamente a las 18:30 de la tarde (hora de Canarias) de hoy, 22 de noviembre de 2016, se cumplen cincuenta y tres años del asesinato, aún no esclarecido a juicio de la historia, aunque sí lo esté a efectos oficiales, del presidente de los Estados Unidos de América John F. Kennedy en la ciudad de Dallas (Texas).

Supongo que todos nosotros nos hemos preguntado en alguna ocasión por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros en cambio acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro. ¿Cuáles son esos recuerdos preferentes?: ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… 

Para mí, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió el 22 de noviembre de 1963. Era viernes, y en Madrid las siete y media de la tarde. Yo tenía en ese momento 17 años, 9 meses y 15 días y estaba volviendo a la casa de mis padres en el barrio de Hispanidad, en el distrito de Chamartín, en el que vivíamos desde hacía ocho años.

Lo hacía andando para ahorrarme el billete de autobús desde el Hospital Militar de Maudes, en el barrio de Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa. Mi madre estaba internada en él a la espera de una operación de vesícula. Vuelvo a mi barrio con Javier Fernández, mi mejor amigo en aquel entonces, que me había acompañado a visitarla. Los dos estudiamos IPS (Instrucción Premilitar Superior) en el colegio “Infanta María Teresa”, de la Guardia Civil, muy cerca de nuestras respectivas casas. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos que apenas un mes más tarde, y a causa de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés, aprovechando las vacaciones de Navidad, íbamos a abandonar los estudios militares y el colegio para siempre. 

Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal me encuentro a mi hermano Alberto, once años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: "¡Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por la tele!". La verdad es que no le hago mucho caso -él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito- y le suelto un ”¡vete a la mierda, gilipollas!”, que me sale sin pensar. En casa solo está mi cuñada Mari, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Texas, hace una hora. Me quedo abobado mirando la pantalla. Tengo la impresión de que el mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caído encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si "eso va a ser otra guerra mundial". No se que responderle porque a mi edad no se tienen respuestas para una pregunta así.

Entiendo su preocupación, dada la historia familiar. Ellos vivieron en Sevilla la proclamación de la república en 1931. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución obrera. Y en Barcelona en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil mi madre los pasó sola, en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre fue destinado -o desterrado, según se vea-, al finalizar la guerra civil, aunque según mi madre los cinco años allí vividos fueron para ella los más felices de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá más tarde, y me cuelga el teléfono entre sollozos. 

Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como supongo lo hicieron gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle Príncipe de Vergara (en aquella época del General Mola) está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioscos de prensa, esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos, o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no muy lejos de nuestras casas.

Somos viejos conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer libros en la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en un mapa imaginario. Y a ambos nos encanta el béisbol, que hemos aprendido a jugar con los hijos de los soldados estadounidenses destinados en Torrejón, que pueblan nuestro barrio.

La Embajada está fuertemente custodiada en el exterior por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestra tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. 

Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un infante de marina norteamericano, con uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso. Con su brazo derecho sujeta el fusil que se apoya en el suelo; el brazo izquierdo está doblado a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente... Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Escribimos en el libro un escueto “Nuestro más sentido pésame” y ponemos nuestras firmas. 

Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un Wolkswagen amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartín. Nos contestan, más serenas ya que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos comentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartín: por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen amablemente que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado, pero lo hemos intentado: las hormonas son las hormonas...

Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Washington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura, junto a la viuda de este, su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ojalá maten a ese cabrón! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición de la que creo nunca podré desprenderme. Al igual que me acompañará para siempre la imágen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Washington; y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…

Hace tres años, con motivo del cincuentenario del magnicidio, no me pareció que hubiera una excesiva proliferación informativa alrededor del mismo. En el diario El País aparecieron varios reportajes recordándolo, entre ellos los titulados: "Los que vieron morir a Kennedy", o "250 000 voces para llorar a Kennedy". Yo, por mi parte, y para no dejar en mal lugar a mi hija Ruth, traje de nuevo hasta el blog los enlaces a las entradas y vídeos que publiqué en años anteriores. Me repito, lo sé; no se enfaden conmigo, pero este es mi blog y mi recuerdo. Perdónenme por este ejercicio de nostalgia. 

En este otro enlace pueden ustedes acceder a un recopilatorio bastante exhaustivo de todos los reportajes y noticias que El País ha venido publicando sobre el asesinato de Kennedy desde 1976 hasta hoy mismo. Y hace dos años añadí a la entrada todo aquello que se publicó sobre el cincuentenario que me pareció de interés, por ejemplo: "El Camelot de Kennedy sin conspiraciones"; o este otro: "Abraham Zapuder, piedra fundamental del periodismo ciudadano", sobre el hombre que grabó las únicas imágenes del atentado; o el titulado "Quién mató a Kennedy"; este otro de "Dallas, cincuenta años después"; el de "La América de John F. Kennedy"; y el de "Jackie Kennedy y la invención de Camelot"

Para este quinquagésimo tercer aniversario de su muerte traigo hasta el blog un hermoso vídeo en el que la cantante estadounidense Erykah Badu canta, en la ciudad de Dallas, en el lugar exacto en que fue asesinado el presidente Kennedy, la canción "Window Seat". La canción estuvo vetada mucho tiempo en YouTube, que como los chicos del Facebook, en cuestión de desnudos, andan un poco por el Paleolítico Inferior. Si se deciden a escucharla sabrán por qué. No insisto, pero quedan citados para este misma hora del 22 de noviembre de 2017. 

Por cierto, tal día como de hace 41 años, se iniciaba una nueva etapa en la historia de España con la proclamación como rey de Juan Carlos I. También es historia y por eso lo recuerdo...







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 3046
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)