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martes, 30 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Hay que mojarse. Publicada el 23 de marzo de 2010



El presidente estadounidense F.D. Roosevelt (1933-1945)


"La fe en América, la fe en nuestra tradición de responsabilidad personal, la fe en nuestras instituciones. la fe en nosotros mismos nos pide que reconozcamos los nuevos términos del viejo contrato social. Hemos de llevarlo a cabo, lo mismo que hemos llevado a cabo la aparente utopía que Jefferson imaginó para nosotros en 1776, y que Jefferson, Roosevelt y Wilson trataron de llevar a la práctica. Hemos de hacer eso para que no nos devore a todos una ola de miseria, engendrada por nuestro fracaso común. Pero el fracaso no es una costumbre americana, y con la fuerza que da una gran esperanza todos nosotros hemos de llevar nuestra carga común". 

Parece Obama, ¿verdad? Pero no, no son palabras del actual presidente de los Estados Unidos de América, aunque no desmerecen en absoluto de las pronunciadas por él con ocasión de la aprobación de la ley de reforma de la sanidad norteamericana, que reproduzco más adelante. Están pronunciadas con ocasión de una conferencia que en plena campaña electoral. el 23 de septiembre de 1932, diera el candidato demócrata Franklin Delano Roosevelt en el Commonwealth Club de San Francisco,cuatro meses antes de convertirse en el trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos (1933-1945), y las he tomado del libro "Lecturas de Historia de las ideas políticas" (Unión Editorial, Madrid, 1989), del profesor Fernando Prieto.

Roosevelt hizo "Historia", así, con mayúsculas, con un programa político que recibió el nombre de "New Deal", (en español y literalmente "Nuevo trato"), una política intervencionista puesta en marcha para luchar contra los efectos de la Gran Depresión en Estados Unidos. Este programa se desarrolló entre 1933 y 1938, con el objetivo de mantener a las capas más pobres de la población, de reformar los mercados financieros y de redinamizar una economía estadounidense herida desde el crack del 29 por el desempleo y las quiebras en cadena. Recibió el rechazo radical de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad norteamericana de su tiempo. Incluso del propio Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que boicoteó sin pudor alguno muchas de las medidas legislativas y ejecutivas del programa. Algo muy parecido a lo que los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad española, con el PP de Mariano Rajoy al frente, y buena parte de la judicatura y el gran empresariado español como acompañamiento, le están haciendo al presidente Zapatero y a sus propuestas, cualquier propuesta, para relanzar la maltrecha economía española.

Algo muy parecido a lo que le ocurrió a Roosevelt con el "New Deal" le ha pasado ahora al presidente Obama con su propuesta de reforma del sistema sanitario norteamericano, cuya ley votó favorablemente el domingo pasado la Cámara de Representantes, por sólo cinco votos de diferencia, y que hoy martes ha ratificado y promulgado solemnemente en la Casa Blanca.

Para las sociedades democráticas europeas, con sistema sanitarios de salud universales y generalizados para todos o casi todos los segmentos de la población toda esta cuestión parece un tanto surrealista. No lo es si partimos del punto de vista tradicional de la individualista sociedad norteamericana para la que la intervención del Estado, cualquier intervención, en la vida social, económica o política de la sociedad es nociva para la libertad individual de sus conciudadanos.

Los datos que siguen a continuación los he tomado y refundido de informaciones de prensa de estos días, especialmente de El País. 

Estados Unidos carece de un sistema de cobertura universal. Los empresarios garantizan la cobertura de la mayoría de los estadounidenses mientras que otra parte de la población elige aseguradoras privadas. Los términos de casi todos los planes incluyen el pago periódico de cuotas, pero a veces se exige el adelanto de cierta cantidad del coste del tratamiento, cuyo importe depende del tipo de plan concertado.

Sólo a partir de los 65 años, los ciudadanos pueden acceder al programa Medicare, gestionado por el Estado. De la misma manera, Medicaid se hace cargo de familias con sueldos modestos, niños, mujeres embarazadas y personas con discapacidades.

A pesar de ello, los costes de sanidad para el individuo están subiendo de modo dramático. Las cuotas para los sistemas basados en el pago parcial del empresario han crecido cuatro veces más deprisa que los sueldos de los empleados, de manera que su coste se ha duplicado con respecto a hace nueve años. En 2007, el país gastó 1,5 billones de euros en sanidad. Esta cantidad equivale a un 16,2% del PIB, lo cual constituye casi el doble de la media de otros países de la OCDE.

46 millones de habitantes no están asegurados, y otros 25 millones reciben una cobertura insuficiente para sus necesidades. Cuando alguien sin seguro alguno se pone enfermo está obligado a pagar los costes médicos de su propio bolsillo. La mitad de todas las bancarrotas privadas en EE UU se deben en parte a los gastos médicos. Su explosión obligó al Gobierno a inyectar cada vez más dinero en Medicare y Medicaid, y los gastos en ambos programas subieron de un 4% del PIB en 2007 a un 19% en 2008, convirtiendo así los costes de sanidad en el factor más decisivo para el crecimiento vertiginoso del déficit presupuestario norteamericano.

¿Qué ha querido cambiar el presidente Obama? El presidente formuló tres principios que cualquier borrador debía cumplir para poder contar con su apoyo: la reducción de los costes, la garantía de que todos los estadounidenses podrán escoger su propio plan de sanidad, incluido un plan público, y la calidad y la accesibilidad del sistema. Desde las distintas comisiones en el Senado y en la Cámara de Representantes salieron varias propuestas. La primera se decantaba por un sistema de seguro obligatorio en el cual el Estado apoyaría con subvenciones a las personas necesitadas, con que la sanidad pública sólo estaría abierta a los que no tienen cobertura a través de un empleador. Otras dos rechazaban la opción pública y prefieren una solución mixta de aseguradoras privadas y cooperativas médicas sin ánimo de lucro.

La reforma sanitaria, con un coste de 938.000 millones de dólares (700.000 millones de euros) en 10 años, se centra en ayudar económicamente a las familias que no pueden pagar las primas de los seguros y en frenar los abusos de las aseguradoras. Éstas son las 10 claves del proyecto:

1.  La ley obliga a todos los ciudadanos estadounidenses y residentes legales a disponer de un seguro médico a partir de 2014 o pagar una multa si no lo hacen. Para ayudar a las personas de rentas más bajas, el Estado subvencionará a todas aquellas familias con ingresos anuales inferiores a 88.200 dólares o individuos con ingresos hasta 29.300 dólares anuales.

2.  La Oficina de Presupuesto del Congreso calcula que 32 millones de personas sin seguro contarán con asistencia sanitaria en los próximos años.

3.  Entre 15 y 20 millones de personas, en su mayor parte inmigrantes irregulares quedarán fuera del sistema. El Gobierno puede eximir también de la obligación del seguro a ciertos colectivos por razones religiosas o étnicas, como los indios americanos. Se calcula también que un grupo significativo quede sin cobertura por vivir en la marginalidad.

4.  ¿Ventajas para los posedores actuales de pólizas de cobertura sanitaria?: Mejorará las condiciones de sus actuales pólizas con las aseguradoras privadas. Entre otras cosas, las compañías no podrán rechazar a un cliente por sus condiciones médicas preexistentes o expulsarlo al contraer una enfermedad de larga duración. Esto permitirá, por ejemplo, asegurar a miles de enfermos de sida o de mujeres que tuvieron una cesárea en el parto.

5.  La idea original de Barack Obama era la de incluir en la reforma la opción de un seguro público (para un 5% de la población, aproximadamente), pero eso fue rechazado durante el debate en el Congreso. Un seguro exclusivamente público al estilo europeo es de difícil implantación en un país de las dimensiones de éste y no cuenta en estos momentos con suficiente apoyo popular por razones de carácter cultural, histórico y político.

6.  Con esta reforma el Gobierno asume el papel de intermediario entre el público y las compañías privadas y se responsabiliza de que la cobertura sea adecuada y lo más universal posible.

7. Algunas medidas aprobadas por la nueva ley entrarán en vigor inmediatamente. Pero las más relevantes, como las subvenciones a los no asegurados o la obligación de las aseguradoras a aceptar a todos los enfermos, empezarán a aplicarse en 2014. Técnicamente, es imposible que el sistema asuma de repente 32 millones de nuevos usuarios.

8. Entre las medidas que entrarán en vigor ahora mismo hay algunas muy importantes, como la prohibición a que las aseguradas rechacen por condiciones médicas preexistentes a los menores de 19 años, la autorización a que los hijos puedan permanecer en el seguro de sus padres hasta los 26 años o las ayudas a los jubilados para pagar las medicinas.

9. La mayor parte de los trabajadores norteamericanos son asegurados por la empresa en la que trabajan. Hasta ahora, cuando perdían el trabajo, perdían también el seguro. Con esta ley, los desempleados recibirán ayuda para comprar un seguro en una bolsa que se creará para ese fin.

10. A partir de ahora todas las empresas están obligadas a ofrecer seguro a sus trabajadores. Habrá ayudas para las pequeñas empresas que no puedan afrontar este gasto por peligro de quiebra.

En El País de hoy martes, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía y profesor en la Universidad de Princeton. escribe un interesante artículo titulado titulado "El fracaso del miedo", que me parece sintetiza muy bien la sensación del "por qué" cabe considerar que estamos ante un hecho histórico, casi sin precedentes en la vida norteamericana, y que marcará -sin duda para bien- la presidencia de Obama. Es la diferencia entre hacer "política" y "politiquear". Lo pueden leer en el enlace de más arriba. HArendt





El presidente estadounidense B.H. Obama (2009-2017)



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sábado, 5 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] El valor de la libertad (Publicada el 21/1/2009)



Alegoría de la Libertad, Parque del Retiro, Madrid


Los europeos en general y la mayoría de los españoles en particular solemos mofarnos de ellos, comentar que son infantiles, pueriles, prepotentes, matones e incultos... Pero que gran lección nos están dando... Sí, me refiero al pueblo norteamericano. La mayor, la más antigua democracia del mundo, con solo 232 años de existencia... Y cuando la "política" parecía desaparecida de la faz de la tierra, la elección de un hombre, Barack Hussein Obama, como presidente de esa gran nación, nos la devuelve en toda su grandeza al primer plano del acontecer cotidiano de la humanidad... ¡Increíble!

Oí anoche el discurso de toma de posesión de Obama, pero no tengo buen oído, y dicho sea de paso, la traducción simultánea de las cadenas de televisión que lo retransmitían en directo dejaba mucho que desear. Pueden verlo y oirlo en e el enlace anterior. No voy a glosarlo. Ni tengo capacidad para ello, ni creo que mi opinión al respecto tenga mayor interés. Leo en la prensa española opiniones y comentarios de relevantes personalidades que sí lo hacen. Lo comparan con los discursos de Franklin D. Roosevelt, de John F. Kennedy, de Ronald Reagan, e incluso con el memorable de Abraham Lincoln, no en su toma de posesión, sino en el de la inauguración del cementerio en honor de los soldados muertos en el batalla de Gettysburg (19 de noviembre de 1863) aún en plena guerra civil. O con el más próximo de Winston Churchill, apelando al coraje del pueblo británico para enfrentarse a la barbarie nazi, y pronunciado ante la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940.

Pero a mí me ha traido a la memoria otro histórico discurso pronunciado mucho antes, en Atenas, en una fecha indeterminada del año 430 a.C. Me refiero a la famosísima Oración Fúnebrede Pericles, que también pueden leer más abajo, ante la asamblea ateniense, en homenaje a los soldados muertos durante el primer año de la guerra entre Atenas y Esparta, y que el historiador ateniense Tucídides, contemporáneo de los hechos, dejó reflejada en su "Historia de la Guerra del Peloponeso".

Tómense unos minutos y hagan el esfuerzo de leer ambos discursos (los de Obama y el de Pericles). Y luego los de Lincoln y Churchill. Compárenlos. Admírenlos. Y reconozcan luego conmigo que todos ellos tienen un mismo sujeto, aunque su nombre se pronuncie con acentos distintos: la libertad, y sobre todo, el valor intrínseco de la libertad. HArendt



La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, París


“Ciudadanos:

La mayoría de los que aquí han hablado anteriormente elogian al que añadió a la costumbre el que se pronunciara públicamente este discurso, como algo hermoso en honor de los enterrados a consecuencia de las guerras. Aunque lo que a mí me parecería suficiente es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, también de hecho se patentizara su fama como ahora mismo ven en torno a este túmulo que públicamente se les ha preparado; y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exactitud en momentos en los que difícilmente está segura incluso la apreciación de la verdad. Pues el oyente que ha conocido los hechos y es benévolo, pensará quizá que la exposición se queda corta respecto a lo que él quiere y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia, que se está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia naturaleza. Pues los elogios pronunciados sobre los demás se toleran sólo hasta el punto en que cada cual también cree ser capaz de realizar algo de las cosas que oyó; y a lo que por encima de ellos sobrepasa, sintiendo ya envidia, no le dan crédito. Mas, puesto que a los antiguos les pareció que ello estaba bien, es preciso que también yo, siguiendo la ley, intente satisfacer lo más posible el deseo y la expectación de cada uno de vosotros.

Comenzaré por los antepasados, lo primero; pues es justo y al mismo tiempo conveniente que en estos momentos se les conceda a ellos esta honra de su recuerdo. Pues habitaron siempre este país en la sucesión de las generaciones hasta hoy, y libre nos lo entregaron gracias a su valor. Dignos son de elogio aquéllos, y mucho más lo son nuestros propios padres, pues adquiriendo no sin esfuerzo, además de lo que recibieron, cuanto imperio tenemos, nos lo dejaron a nosotros, los de hoy en día. Y nosotros, los mismos que aún vivimos y estamos en plena edad madura, en su mayor parte lo hemos engrandecido, y hemos convertido nuestra ciudad en la más autárquica, tanto en lo referente a la guerra como a la paz. De estas cosas pasaré por alto los hechos de guerra con los que se adquirió cada cosa, o si nosotros mismos o nuestros padres rechazamos al enemigo, bárbaro o griego, que valerosamente atacaba, por no querer extenderme ante quienes ya lo conocen. En cambio, tras haber expuesto primero desde qué modo de ser llegamos a ellos, y con qué régimen político y a partir de qué caracteres personales se hizo grande, pasaré también, luego al elogio de los muertos, considerando que en el momento presente no sería inoportuno que esto se dijera, y es conveniente que lo oiga toda esta asamblea de ciudadanos y extranjeros.

Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.

Y también nos hemos procurado frecuentes descansos para nuestro espíritu, sirviéndonos de certámenes y sacrificios celebrados a lo largo del año, y de decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las penas. Y a causa de su grandeza entran en nuestra ciudad toda clase de productos desde toda la tierra, y nos acontece que disfrutamos los bienes que aquí se producen para deleite propio, no menos que los bienes de los demás hombres.

Y también sobresalimos en los preparativos de las cosas de la guerra por lo siguiente: mantenemos nuestra ciudad abierta y nunca se da el que impidamos a nadie (expulsando a los extranjeros) que pregunte o contemple algo —al menos que se trate de algo que de no estar oculto pudiera un enemigo sacar provecho al verlo—, porque confiamos no más en los preparativos y estratagemas que en nuestro propio buen ánimo a la hora de actuar. Y respecto a la educación, éstos, cuando todavía son niños, practican con un esforzado entrenamiento el valor propio de adultos, mientras que nosotros vivimos plácidamente y no por ello nos enfrentamos menos a parejos peligros. Aquí está la prueba: los lacedemonios nunca vienen a nuestro territorio por sí solos, sino en compañía de todos sus aliados; en cambio nosotros, cuando atacamos el territorio de los vecinos, vencemos con facilidad en tierra extranjera la mayoría de las veces, y eso que son gentes que se defienden por sus propiedades. Y contra todas nuestras fuerzas reunidas ningún enemigo se enfrentó todavía, a causa tanto de la preparación de nuestra flota como de que enviamos a algunos de nosotros mismos a puntos diversos por tierra. Y si ellos se enfrentan en algún sitio con una parte de los nuestros, si vencen se jactan de haber rechazado unos pocos a todos los nuestros, y si son vencidos, haberlo sido por la totalidad. Así pues, si con una cierta indolencia más que con el continuo entrenarse en penalidades, y no con leyes más que con costumbres de valor queremos correr los riesgos, ocurre que no sufrimos de antemano con los dolores venideros, y aparecemos llegando a lo mismo y con no menos arrojo que quienes siempre están ejercitándose. Por todo ello la ciudad es digna de admiración y aun por otros motivos.

Pues amamos la belleza con economía y amamos la sabiduría sin blandicie, y usamos la riqueza más como ocasión de obrar que como jactancia de palabra. Y el reconocer que se es pobre no es vergüenza para nadie, sino que el no huirlo de hecho, eso sí que es más vergonzoso. Arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. Pues también poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica demora. Podrían ser considerados justamente los de mejor ánimo aquellos que conocen exactamente lo agradable y lo terrible y no por ello se apartan de los peligros. Y en lo que concierne a la virtud nos distinguimos de la mayoría, pues nos procuramos a los amigos, no recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor es un amigo más seguro para mantener la amistad que le debe aquel a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio más débil, ya que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad.

Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad de las actuales que acude a una prueba mayor que su fama, y la única que no provoca en el enemigo que la ataca indignación por lo que sufre, ni reproches en los súbditos, en la idea de que no son gobernados por gentes dignas. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos contribuido a fundar recuerdos imperecederos para bien o para mal. Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciudad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa.

Esta es la razón por la que me he extendido en lo referente a la ciudad enseñándoles que no disputamos por lo mismo nosotros y quienes no poseen nada de todo esto, y dejando en claro al mismo tiempo con pruebas ejemplares el público elogio sobre quienes ahora hablo. Y de él ya está dicha la parte más importante. Pues las virtudes que en la ciudad he elogiado no son otras que aquellas con que las han adornado estos hombres y otros semejantes, y no son muchos los griegos cuya fama, como la de éstos, sea pareja a lo que hicieron. Y me parece que pone de manifiesto la valía de un hombre, el desenlace que éstos ahora han tenido, al principio sólo mediante indicios, pero luego confirmándola al final. Pues es justo que a quienes son inferiores en otros aspectos se les valore en primer lugar su valentía en defensa de la patria, ya que borrando con lo bueno lo malo reportaron mayor beneficio a la comunidad que lo que la perjudicaron como simples particulares. Y de ellos ninguno flojeó por anteponer el disfrute continuado de la riqueza, ni demoró el peligro por la esperanza de que escapando algún día de su pobreza podría enriquecerse. Por el contrario, consideraron más deseable que todo esto el castigo de los enemigos, y estimando además que éste era el más bello de los riesgos decidieron con él vengar a los enemigos, optando por los peligros, confiando a la esperanza lo incierto de su éxito, estimando digno tener confianza en sí mismos de hecho ante lo que ya tenían ante su vista. Y en ese momento consideraron en más el defenderse y sufrir, que ceder y salvarse; evitaron una fama vergonzosa, y aguantaron el peligro de la acción al precio de sus vidas, y en breve instante de su Fortuna, en el esplendor mismo de su fama más que de su miedo, fenecieron.

Y así éstos, tales resultaron, de modo en verdad digno a su ciudad. Y preciso es que el resto pidan tener una decisión más firme y no se den por satisfechos de tenerla más cobarde ante los enemigos, viendo su utilidad no sólo de palabra, cosa que cualquiera podría tratar in extenso ante ustedes, que la conocéis igual de bien, mencionando cuántos beneficios hay en vengarse de los enemigos; antes por el contrario, contemplando de hecho cada día el poderío de la ciudad y enamorándose de él, y cuando les parezca que es inmenso, piensen que todo ello lo adquirieron unos hombres osados y que conocían su deber, y que actuaron con pundonor en el momento de la acción; y que si fracasaban al intentar algo no se creían con derecho a privar a la ciudad de su innata audacia, por lo que le brindaron su más bello tributo: dieron, en efecto, su vida por la comunidad, cosechando en particular una alabanza imperecedera y la más célebre tumba: no sólo el lugar en que yacen, sino aquella otra en la que por siempre les sobrevive su gloria en cualquier ocasión que se presente, de dicho o de hecho. Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. Imiten ahora a ellos, y considerando que su libertad es su felicidad y su valor su libertad, no se angustien en exceso sobre los peligros de la guerra. Pues no sería justo que escatimaran menos sus vidas los desafortunados (ya que no tienen esperanzas de ventura), sino aquellos otros para quienes hay el peligro de sufrir en su vida un cambio a peor, en cuyo caso sobre todo serían mayores las diferencias si en algo fracasaran. Pues, al menos para un hombre que tenga dignidad, es más doloroso sufrir un daño por propia cobardía que, estando en pleno vigor y lleno de esperanza común, la muerte que llega sin sentirse.

Por esto precisamente no compadezco a ustedes, los padres de estos de ahora que aquí están presentes, sino que más bien voy a consolarles. Pues ellos saben que han sido educados en las más diversas experiencias. Y la felicidad es haber alcanzado, como éstos, la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como ustedes y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. Y que es difícil convencerles de ello lo sé, pues tendrán múltiples ocasiones de acordarse de ellos en momentos de alegría para otros, como los que antaño también eran su orgullo. Pues la pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Preciso es tener confianza en la esperanza de nuevos hijos, los que aún están en edad, pues los nuevos que nazcan ayudarán en el plano familiar a acordarse menos de los que ya no viven, y será útil para la ciudad por dos motivos: por no quedar despoblada y por una cuestión de seguridad. Pues no es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás. Y a su vez, cuantos han pasado ya la madurez, consideren su mayor ganancia la época de su vida en que fueron felices, y que ésta presente será breve, y alíviense con la gloria de ellos. Porque las ansias de honores es lo único que no envejece, y en la etapa de la vida menos útil no es el acumular riquezas, como dicen algunos, lo que más agrada, sino el recibir honores.

Por otra parte, para los hijos o hermanos de éstos que aquí están presentes veo una dura prueba (pues a quien ha muerto todo el mundo suele elogiar) y a duras penas podrían ser considerados, en un exceso de virtud por su parte, no digo iguales sino ligeramente inferiores. Pues para los vivos queda la envidia ante sus adversarios, en cambio lo que no está ante nosotros es honrado con una benevolencia que no tiene rivalidad. Y si debo tener un recuerdo de la virtud de las mujeres que ahora quedarán viudas, lo expresaré todo con una breve indicación. Para ustedes será una gran fama el no ser inferiores a vuestra natural condición, y que entre los hombres se hable lo menos posible de ustedes, sea en tono de elogio o de crítica.

He pronunciado también yo en este discurso, según la costumbre, cuanto era conveniente, y los ahora enterrados han recibido ya de hecho en parte sus honras; a su vez la ciudad va a criar a expensas públicas a sus hijos hasta la juventud, ofreciendo una útil corona a éstos y a los supervivientes de estos combates. Pues es entre quienes disponen de premios mayores a la virtud donde se dan ciudadanos más nobles. Y ahora, después de haber concluido los lamentos fúnebres, cada cual en honor de los suyos, márchense”. (Discurso de Pericles a la asamblea ateniense, en el 430 a.C.).




Busto de Pericles. Museo Británico, Londres


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jueves, 3 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Hoy comienza el siglo XXI (Publicada el 20/1/2009)



Barack H. Obama


Hoy, a media tarde hora canaria (mediodía en Washington), Barack Husein Obama tomará posesión de su cargo como 44 presidente de los Estados Unidos de América. Mañana, justamente a esa misma hora, hará cuarenta y ocho años que me encontraba yo sentado sobre la alfombra de la sala de estar de la casa de mis padres, en Madrid, esperando la retransmisión por Eurovisión de la toma de posesión de John Fitzgerald Kennedy como 35 presidente de los Estados Unidos de América.

Yo tenía en ese momento 14 años. Estudiaba el bachillerato en el Colegio "Infanta María Teresa", de Madrid; un colegio para huérfanos e hijos de guardias civiles, adscrito al Instituto "Ramiro de Máeztu". A mi manera, había participado activamente en la campaña que enfrentó a Kennedy y Nixon, gracias a las relaciones que el beísbol facilitaba entre los niños españoles y norteamericanos que vivían en el Distrito de Chamartín, donde residían buena parte de las familias de los soldados desplazados en la cercana base aérea de Torrejón de Ardoz. Y gracias también, a la revista LIFE en español, de la que mi padre era suscriptor, y que recibía directamente desde México, que me había dado pormenorizada cuenta de los detalles y vicisitudes de la enconada campaña electoral y su ajustado resultado final.

Kennedy era una especie de dios reencarnado para mí -creo que mi afición e interés por la política viene de esa fecha, momento en el cual, en mi ingenuidad, me veía como futuro senador de unos futuros Estados Unidos de Europa-, y gocé muchísimo con la retransmisión y el emocionante discurso que pronunció en su toma de posesión, que pueden ver aquí (en español), y que constituye una pieza histórica de la oratoria política contemporánea y de todos los tiempos, citada, copiada e imitada hasta el hastío. Su asesinato, y la impresión que causó en mi, que ya he relatado con detalle en este mismo blog, es el acontecimiento histórico que de forma más vívida permanece grabado en mi memoria.

Dice el periodista Francisco G. Basterra en El País del pasado día 17 ("72 horas para iniciar el siglo"), que hoy comienza el siglo XXI... Quizá sea pronto para aventurar tal conclusión, pero es, desde luego un día histórico; no sólo por lo que representa la llegada de un hombre de color, un negro, a la presidencia de los Estados Unidos, sino más bien, y sobre todo, por la enorme esperanza que su elección ha representado para buena parte de sus contemporáneos, norteamericanos y no norteamericanos, y que puede ser infundada o no, pero que es real. Su discurso de hoy, dentro de unas horas, en su toma de posesión, será leído, oído y mirado con lupa. Y es posible que sí, que en ese momento, comience por fin el siglo XXI. Espero verlo, pero por un "si acaso...", he dejado preparada la grabación del acto en el canal de CNN+... HArendt



John F. Kennedy


"72 horas para iniciar el siglo", por Francisco G. Basterra

Apelamos como seres humanos a otros seres humanos. Recordad vuestra humanidad y olvidad todo lo demás. Si podéis actuar de esta manera, el camino está abierto para una nueva sociedad. Si no es así, afrontáis el riesgo de la muerte universal. (Bertrand Russell)

Sólo 72 horas antes de que Obama se convierta en el 44º presidente de Estados Unidos, parece sugerente la idea de que el martes, en la escalinata del Capitolio en Washington, comenzará de verdad el siglo XXI. Hasta ahora habíamos considerado que el actual siglo se inició con la caída del muro de Berlín, como el siglo XIX concluía con la Gran Guerra. Tomo prestada la idea de E. J. Dionne Jr., columnista del Washington Post. La inmensa expectación global provocada por la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca, el calamitoso estado de la economía mundial y el ascenso de otros poderes globales que limitan la hegemonía norteamericana, darían así paso al siglo XXI. Que no será solamente, como parecía predestinado, el siglo americano. Todo apunta a que el mundo necesita, y confía, en un nuevo comienzo: político, económico, medioambiental, cultural. Por lo tanto, deberemos prestar mucha atención a las seis de la tarde del martes (hora española) a las palabras que pronuncie el nuevo presidente, cuando con la mano izquierda sobre la Biblia de Lincoln y la derecha levantada, preste juramento. "Yo, Barack Husein Obama, juro observar y hacer cumplir la Constitución de los Estados Unidos de América". La inmediatez electrónica: televisiones e Internet, otro símbolo de la nueva era, permitirán a la humanidad conectada vivir este comienzo al instante. Sí, Husein, un nombre musulmán de un no musulmán. Obama ha asegurado que, como es tradición, utilizará sus dos nombres, porque "el mundo está preparado para este mensaje". El nuevo presidente ha explicado que su toma de posesión es una magnífica oportunidad para recuperar la imagen de América en el mundo y, en particular, en el mundo musulmán. Probablemente uno de los grandes retos de su presidencia va a ser reinventar esa relación, hoy totalmente atascada. Como escribe el sociólogo Jean Ziegler en su reciente libro, La haine de l'Occident (Albin Michel), localizar las raíces del odio que el Sur manifiesta hacia Occidente, y reflexionar sobre los medios para extirparlo, se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para millones de seres en todo el mundo. Obama, en su audacia medida, rasgo clave de su no ideología, dejó por escrito en la revista Foreign Affairs, que "el combate contra los profetas del islam requerirá más que lecciones de democracia. Necesitamos profundizar nuestro conocimiento en las circunstancias y creencias que sostienen su extremismo". No sabemos si esta afirmación, políticamente incorrecta hasta ahora en EE UU, será o no traducida a los hechos por la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su equipo de asesores provenientes de la época de la presidencia de su marido. Casi todo el gabinete de Obama es políticamente predecible en economía y seguridad nacional. En lo que se refiere al dinero son los mismos que nos han llevado al actual desastre. ¿Es posible hacer nuevas políticas con viejos actores? De momento, el cambio es Obama. No hay un monumento en Washington que represente mejor la cualidad imperial de la ciudad que el Lincoln Memorial. La otra noche, impresiona más en las horas nocturnas, los Obama, con sus dos hijas, Malia y Sasha, acudieron a este lugar y bajo la monumental estatua de mármol del presidente que abolió la esclavitud, leyeron el famoso Discurso de Gettysburg, cincelado en las paredes, y que se estudia en las escuelas de todo el país. Contemplaron durante unos minutos el inmenso parque rectangular del Mall con el Capitolio al fondo. Una visita simbólica. Lincoln es uno de los presidentes, junto con Franklin Roosevelt y Jack Kennedy, que inspiran a Obama. También al joven de 27 años que está escribiendo el discurso del martes, el más importante de la vida de Barack. Marcará el tono de la nueva época y tiene como objetivo estimular, lograr la confianza de los estadounidenses para iniciar la recuperación moral y económica del país. Jon Favreau recibió hace un mes, en Chicago, el encargo del presidente electo para un discurso no más largo de 15 o 20 minutos, centrado en la idea de que Estados Unidos se fundó sobre ciertos ideales que es necesario recuperar. Hará frío el martes en Washington: se esperan 5 grados bajo cero. John Kennedy, a 7 bajo cero, se quitó el abrigo para pronunciar su discurso inaugural y demostrar su vigor juvenil frente al saliente Eisenhower. Precavido, debajo de la camisa llevaba una camiseta térmica. Temperaturas de 20 bajo cero obligaron en 1985 a Ronald Reagan a tomar posesión a cubierto en el interior del Capitolio. Peor fue en 1841, cuando William Harrison tras un discurso de dos horas bajo un frío intenso pilló una pulmonía que un mes después le llevó a la tumba. Este año la temperatura emocional provocada por la Obamanía, y no sólo en Washington, también en la descreída Europa, es muy superior a la temperatura ambiente. Obama es portador de la esperanza de todo el planeta.



Capitolio de los Estados Unidos de América, Washington, D.C.


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