viernes, 8 de marzo de 2024

De los buenos dictadores

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. La clave de las europeas de junio, escribe en La Vanguardia la economista Rocío Martínez-Sampere, no es que los mesías triunfen porque de pronto las poblaciones se han vuelto fascistas; es que ocupan el espacio que la democracia y su política va perdiendo por sus insuficiencias, por las carencias de sus dirigentes y porque no sabemos garantizar el progreso. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










¿Hay dictadores buenos?
ROCÍO MARTÍNEZ-SAMPERE
02/03/2024 - La Vanguardia - harendt.blogspot.com

Escribía hace unos días un genial Sergio Ramírez sobre el parecido entre la política de personajes como Maduro y Bukele y la tira cómica: un mundo de colores planos donde la realidad sobra y ellos, los líderes, son invencibles e infalibles. Con magnífica ironía y esa sabiduría triste que le da su condición de doble exiliado, primero del régimen de Somoza y ahora del de Ortega –de quien fue vicepresidente en la época sandinista–, Ramírez reproducía las tiras de SuperBigote: el cómic que regalaron en Venezuela la pasada Navidad junto a 12 millones de figuritas del superhéroe.
La esposa entra en Miraflores y le pregunta a su marido: “¿Qué estás haciendo, Nico?”. Y él, sin dejar de mover la mano que firma, responde: “Estoy aprobando proyectos para beneficio del pueblo”. Pero ante la amenaza del monstruo americano, Nico se convierte en un superhéroe con capa y traje ajustado –rojo por supuesto– y se lanza en raudo vuelo a enfrentarlo con sus puños de hierro. ¡Otra tarea cumplida para SuperBigote, en defensa de la patria y la revolución!
Si no fuera tan escalofriante, sería ridículo. Pero de Maduro ya no me extraña nada. Distinto es el caso de Bukele. Intenten criticarle y, créanme porque me ha pasado, le mirarán mal. “Ha acabado con la inseguridad”. “Sí, sí –digo yo– …pero, ¿a qué precio?”. “Al que sea”, me responden, por eso ha vuelto a ganar con el 85% de los votos.
El problema de Bukele no es solo este estilo cómico de superhéroe cool, con la gorra hacia atrás y los vídeos de las megacárceles junto al concurso de Miss Universo. Bukele ganó las elecciones del 2019 y una supermayoría legislativa en el 2021. Más tarde, destituyó a los magistrados del Constitucional que terminaban su periodo en el 2027 y los reemplazó por afines, que reinterpretaron la Constitución para hacerle decir lo que no dice en seis de sus artículos: que Bukele se podía reelegir. Podemos también hablar de las torturas y los derechos humanos ignorados en las megacárceles, el retroceso dramático de la libertad de prensa, el fracaso de la criptomoneda o la emigración incesante por la falta de oportunidades.
Pero la única verdad es que en un país donde la inseguridad volvía la vida insostenible –como está pasando en muchos países latinoamericanos–, la brutalidad contra presuntos delincuentes y los indicios de autoritarismo no solo son aceptados, sino que, incluso, se convierten en votos. Y este es el nudo gordiano: la propia democracia avalando la ruptura de sus reglas, como el Saturno de Goya.
Hay que dejar de imitar a charlatanes, apreciar el talento más que la fidelidad, creerse falible
Lo estamos viendo por doquier y así lo indican los índices, que muestran un retroceso democrático global. Los ciudadanos empiezan a creer que es más importante solucionar sus problemas que la herramienta o el sistema con que se solucionen. En su encuesta de valores para el 2023, el CEO mostraba que un 22,6% de los jóvenes catalanes de entre 16 y 24 años prefiere que le aseguren el bienestar, aunque no haya democracia (frente a un 6,5% que prefiere al revés).
Y esa es la clave de las europeas de junio. No es que los mesías triunfen porque de pronto las poblaciones se han vuelto fascistas; es que ocupan el espacio que la democracia y su política va perdiendo por sus insuficiencias, por las carencias de sus dirigentes y porque no sabemos garantizar el progreso. Está muy bien y es necesario advertir sobre el nuevo autoritarismo, porque más pronto que tarde acaba siempre mal. Pero será necesario mientras tanto hacer algo más: trabajar más, dejar de imitar a charlatanes, apreciar el talento más que la fidelidad, creerse falible. Junio está a la vuelta de la esquina, estamos tardando. Rocío Martínez-Sampere es economista.
























[ARCHIVO DEL BLOG] La divergencia del futuro. [Publicada el 13/11/2017]











Las explicaciones que Darwin dio en su día sobre los procesos de adaptación y selección natural son insuficientes para dar cuenta de la complejidad del mundo actual, donde el peso de las rupturas y discontinuidades es esencial, comentaba recientemente el escritor franco-canadiense Hervé Fischer (1941), profesor en la Sorbonne-Paris V y en la École nationale supérieure des Arts décoratifs, titular de la cátedra Daniel Langlois de tecnologías digitales y bellas artes de la Université Concordia de Montreal, y siempre beligerante contra los integrismos religiosos imperantes. Les dejo con su artículo 
Cuando observamos la infinita diversidad de formas de vida que abundan en la flora y en la fauna, descubrimos cuán extraños, surrealistas, oscuros, imaginativos e incluso contradictorios son los fenómenos que se dan en la naturaleza. No hay que sorprenderse mucho si, entre todos los animales, son los hombres los que son capaces de tener las ideas más audaces para poder disponer del medio ambiente e, incluso, para modificar la evolución de su propia especie. La ética constituye así la mayor divergencia que tenemos para modificar nuestro destino. En términos universales puede parecer un detalle marginal, aun cuando lo llevemos con orgullo, pues es algo que no parece manifestarse en ninguna otra especie, ni en la naturaleza en general. De esta no estudiamos más que su evolución astrofísica, geológica y biológica, desde luego fabulosa pero amoral. Pero esa voluntad ética que consigue transformar nuestra evolución es una decisión exclusivamente humana, “antinatural” diría Darwin, pues protegemos a los débiles y ayudamos a los moribundos frente a la dura ley del más poderoso que domina la evolución. Asumimos el riesgo que deriva de nuestra empatía y solidaridad y tomamos el juego de cartas de la naturaleza para distribuirlo nosotros mismos con el objetivo de obtener, probando todas las combinaciones posibles, un estatus sobrenatural. Seremos dioses es el título de un libro mío.
No se puede explicar el genio creativo de Velázquez o de Don Quijote con la teoría darwinista de la selección natural. Tampoco el de Van Gogh o el de Antonin Artaud: su audacia los terminó aislando como artistas malditos y los condujo al asilo psiquiátrico y a la miseria. Tampoco se podría explicar la invención de la relatividad por Einstein o la de la mecánica cuántica por Niels Bohr. Y menos aún la emergencia de las tecnologías digitales. Los conceptos de Darwin no consiguen dar cuenta de estas innovaciones, que tienen una importancia evolutiva mayor para nuestra especie.
Resulta evidente que existe en la naturaleza, incluyendo en la naturaleza humana, un instinto de creación que procede por ruptura y que asume el riesgo de hacerlo así. Y, a pesar de que no es fácil demostrar su existencia, la afirmamos porque sus efectos son indudables. Las mayores ideas que han aparecido en la historia humana, son las que producen divergencias.
El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, publicado en 1859, marcó una formidable ruptura —una divergencia— frente a las creencias que dominaban entonces Occidente, cuando el creacionismo bíblico constituía la teología oficial del cristianismo. Pero hecho este homenaje, conviene constatar también que esta teoría de la evolución por adaptación y selección natural, que sigue siendo fundamental para comprender la evolución de los reinos animales y vegetales, no permite explicar las rupturas que se producen en la evolución en general. La actual observación de la fauna y la flora nos obliga a reconocer que las adaptaciones por la selección natural solo son un proceso secundario de las especies. Lo que Darwin puso magistralmente en evidencia ya no consigue explicar las divergencias radicales de las que proceden hoy la multitud de fenómenos existentes. Observamos tales diferencias, tales incompatibilidades, tales contrastes, incluso tales contradicciones, entre los medios de vida, los géneros y las especies que es impensable atribuir semejantes procesos de evolución a la ley de Darwin. Sabemos que el stress del medio ambiente crea aceleraciones evolutivas estimulando las mutaciones. Pero no se trata de la transmisión a posteriori de caracteres adquiridos —decisivos en esta infinita diversificación de las especies—, ni de la novedad de las mutaciones posibles por saltos y diferencias creadoras. Son esas divergencias las que llaman la atención de los biólogos. Hay en la naturaleza, desde ahora en adelante, una fuerza de creación que nada tiene que ver con un dios. Está inscrita en el potencial de la naturaleza como motor de vida; esta voluntad-mundo explora y vuelve a combinar sin límites el alfabeto de la vida para crear otros escenarios biológicos.
No podría dar obviamente una prueba científica de lo que yo afirmo. Pero una diversidad tan grande, por su propia existencia, favorece la potencialidad de la divergencia de la naturaleza. La ley de la divergencia se toma hoy cada vez más en cuenta en la física; se impone también en biología y en las evoluciones sociales. El darwinismo estaba inscrito en el comportamiento lineal. Los procesos de divergencia se comportan en cambio como arabescos, como hemos constatado notablemente en las mutaciones virales y celulares que complican considerablemente las investigaciones de la medicina.
La evolución humana ha conocido numerosas repeticiones, adaptaciones y selecciones naturales. Se ha puesto en evidencia en el pasado que de la existencia de dos especies humanas, solo una ha sobrevivido. Pero sería muy difícil explicar el diferencial que ha crecido exponencialmente entre “nosotros” y las demás especies animales sólo por la selección natural y la transmisión de caracteres adquiridos. No cabe duda de que varias especies animales utilizan, como nosotros, herramientas a veces de manera asombrosa. El castor crea andamios sofisticados; las hormigas y las abejas, sociedades emprendedoras y trabajadoras; podríamos citar miles de ejemplos que contradicen la diferencia supuestamente radical entre el hombre y el animal, afirmada de manera errónea por tantos filósofos y antropólogos célebres, pero antropocentristas. En el caso concreto de la especie humana la divergencia es inevitable, permanente y espectacular. Y esta es desde ahora en adelante todo lo contrario de la ley darwiniana: el hombre que evoluciona en función de sus propios proyectos, sus saltos y rupturas, incluso sus locuras, crea su ecosistema y trasforma la tierra, hasta el punto de que los científicos hablan del Antropoceno para nombrar nuestra época.
El darwinismo no es falso; está científicamente demostrado, pero es insuficiente. Es un elemento parcial de explicación de la evolución. Frente a los actuales escenarios de la naturaleza, es necesario pasar de una ley de la adaptación a una ley de la divergencia, que no puede demostrarse desde la observación, pero que se impone a la vista del conjunto de las vías creativas y contradictoras que explora la naturaleza.
La divergencia no tiene que ver solo con las especies vivas. Se encuentra regularmente también en las leyes físicas de la naturaleza. Tomemos un ejemplo cotidiano: el paso del agua del estado líquido al estado gaseoso o sólido. Es fruto de variaciones de los lazos químicos entre las moléculas de agua, por discontinuidad, ruptura o divergencia.
La divergencia es una ley fundamental de la naturaleza mucho mas importante que la ley darwinista de la adaptación y selección natural. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 7 de marzo de 2024

De la policía del pasado

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Se ha constituido toda una organización dedicada a la depuración de lo que ha ocurrido, a la eliminación de todo aquello ofensivo, desagradable, o tan solo molesto, para las hipersensibilidades del presente, comenta en El País el escritor Antonio Muñoz Molina. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












La Policía del Pasado
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
02 MAR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Poco a poco el pasado se va volviendo inaceptable, a no ser que su crudeza, sus convulsiones sombrías, sean sometidas a una especie de pasteurización, a un proceso de corrección y limpieza parecido al de las fotos de Instagram. El pasado es confuso, difícil de comprender, más alarmante todavía para las personas que habitan el presente como provincianos que no han salido nunca de su tierra, ni tienen deseo de hacerlo, y viven convencidos de que como en ella no se vive en ninguna parte, aunque la información que posean sobre el mundo exterior sea muy escasa, y en general reducida a lugares comunes. Hay un orgullo, un narcisismo, un nacionalismo del presente, y la frontera que lo separa de toda la extensión y la riqueza del pasado es cada vez más cercana, y más hermética, fortalecida por la ignorancia y el desdén.
En todas las ventanas de los trenes antiguos, que eran abatibles —una de las muchas deficiencias del pasado— había impresa una advertencia: “Es peligroso asomarse al exterior”. Ahora se nos avisa por todas partes de que es peligroso asomarse al pasado. Por eso abundan tanto los pasados seguros, de un exotismo confortable, como esos parques temáticos que recrean el Londres de Jack el Destripador o la Edad Media de los caballeros y los torneos, o esas exposiciones “inmersivas” en las que uno puede pasearse por los campos de trigo deslumbrantes de sol de Vincent van Gogh sin el menor peligro de sufrir una insolación o perder el juicio. Mucho más seguro que leer libros rigurosos de historia es leer novelas históricas. La Historia tiende a parecerse al “cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, carente de sentido” que según el monólogo tenebroso de Macbeth es la vida humana. Con dignas excepciones, las novelas históricas de ahora, y las series lujosas inspiradas por ellas, proyectan sobre el pasado los valores más ortodoxos del presente, y lo pueblan de mujeres guerreras empoderadas en el siglo XVII, o en la Europa ocupada por los nazis, o de diversidades étnicas imposibles, aunque meritorias, de hombres blancos rapaces y machistas y nativos o nativas de una integridad admirable, respetuosos de las identidades no binarias ni heteronormativas, cuidadosos del medio ambiente. Son los pasados ideales y pedagógicos de las películas de animación de Disney. La misma compañía que en otras épocas cultivó sin el menor escrúpulo y con inmensos beneficios los terrores infantiles y los peores estereotipos racistas ahora se ha afiliado a la beatería multicultural.
El pasado es un museo cavernoso que cada vez recibe menos visitas, una gran biblioteca donde se acumulan millones de libros escritos en idiomas que casi nadie se toma ya la molestia de estudiar o transmitir. Borges habla en un cuento del caudillo de un ejército invasor que hace quemar entera una biblioteca, temiendo que en alguno de aquellos libros pueda haber una palabra ofensiva contra su dios. De manera más meticulosa, y también más eficiente, ahora se ha constituido en el mundo toda una organización policial dedicada a la depuración del pasado, a la búsqueda y en caso necesario eliminación de todo aquello que pueda ser ofensivo, desagradable, dañino, o tan solo molesto, para las hipersensibilidades del presente.
Es una policía múltiple y secreta, omnipresente y también invisible. En algunos casos, la tecnología le concede unos poderes que no habrían podido ni soñar los esbirros de la vieja escuela. Tengo pruebas: la Policía del Pasado —creo que las mayúsculas le dan la importancia que merece— se infiltró hace algún tiempo en mi Kindle y provocó modificaciones significativas en varias novelas de James Bond que tenía guardadas en él, y que había leído en parte por puro deleite, en parte para documentarme, mientras escribía una novela, sobre esa masculinidad caricaturesca de tan extremada que retrató Ian Fleming, y que probablemente ayudó a inventar: era la masculinidad del cine de espías de los años sesenta, y de los anuncios de tabaco, de coches y alcoholes destilados, que se imprimían a toda página y a todo color en los semanarios internacionales de entonces, en los que las mujeres aparecían como apéndices y adoradoras de aquellos hombres triunfales, caballeros andantes con trajes de Mad Men que lo mismo disparaban una pistola automática igual que encendían un mechero de platino.
Ian Fleming era uno de esos escritores brillantes y algo banales que saben retratar reveladoramente la superficie de su tiempo, igual que la retrata un anuncio o una tendencia de la moda. Pero además tiene el grado suficiente de calidad de estilo para sugerir la ambivalencia y la ironía de la literatura. Ironía y ambivalencia no son valores muy apreciados por la Policía del Pasado. Sin avisarme ni pedirme permiso, alguno de esos agentes se ha ocupado de borrar en mi Kindle muchos de los términos racistas o sexistas o colonialistas de las novelas que yo leí hace años, no sé si para proteger mi sensibilidad, ya muy estragada, o para evitar que se me contagien los rasgos deplorables del carácter de James Bond, mucho más interesante en las novelas que en las películas inspiradas por ellas. Pero resulta que en Bond no hay nada que no sea deplorable, y que al mismo tiempo no sea paródico, un recrearse en el estereotipo que es también su burla. Corregir su vocabulario es como borrar digitalmente los cigarros y el humo que envuelven siempre a Humphrey Bogart.
En toda policía política se mezclan la eficacia y la incompetencia, lo temible y lo irrisorio. En estos días la Policía del Pasado, usando una de sus múltiples tapaderas, en este caso el British Board of Film Classification, ha encontrado un delito donde otro cuerpo policial dotado de menos perspicacia o recursos solo habría visto jubilosa y azucarada inocencia, nada menos que en Mary Poppins, la institutriz voladora, la eternamente virginal Julie Andrews. Ya no se puede confiar en nada. En esa película de 1964, en apariencia tan risueña, con sus colores simples de cuento ilustrado, un personaje lunático, un almirante retirado que dispara cada tarde un cañón a la puerta de su casa, dice dos veces la palabra “Hotentotes”, una de ellas dirigiéndose a los niños que tienen las caras ennegrecidas de hollín. En la prosa administrativa que es la lengua universal de esta policía, la Oficina de Clasificación dice que la película “incluye un término derogatorio originalmente usado por europeos blancos hacia pueblos nómadas del sur de África” y, por lo tanto, tiene “el potencial de exponer a los niños a lenguajes o comportamientos discriminatorios que a ellos pueden parecerles perturbadores y que pueden repetir sin darse cuenta de su carácter ofensivo”. Hasta ahora, Mary Poppins la podía ver cualquiera desde los cuatro años. Ahora la edad adecuada se retrasa a los ocho, y se aconseja “parental guidance”.
No tengo la menor nostalgia de los modelos de masculinidad que prevalecían en mi adolescencia, ni la menor duda sobre la brutalidad de la explotación colonial en África, o sobre la aceptación generalizada y vergonzosa del racismo. Precisamente para ejercitarnos contra los prejuicios y contra los abusos que muchas veces nadie ve es para lo que necesitamos conocer sin maquillaje el pasado: y mirarlo con los ojos y los oídos abiertos, sin miedo a las palabras, cobrando conciencia de que nosotros ahora, en nuestro presente, también estamos ciegos a injusticias que se volverán evidentes con el paso del tiempo, y quizás mereceremos ser juzgados con la misma dureza que nosotros dedicamos a quienes vinieron antes: se nos pedirán cuentas por el estado en que habremos dejado el mundo, y por la crueldad con que habremos tratado a los seres humanos más vulnerables y a los animales. Antonio Muñoz Molina es escritor y académico de la RAE.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Nos escuchan y vigilan. [Publicada el 05/07/2019]












Nos escuchan. Lo sospechaba, pero esa fue la prueba definitiva. Mi móvil me escucha y luego va y se lo casca a quien pueda interesarle para venderme cosas, escribe en El País su columnista habitual la periodista Luz Sánchez-Mellado. Ayer estuve en el ginecólogo, comienza diciendo Sánchez-Mellado. Bueno, era ginecóloga, pero lo he escrito como lo pienso: así, en masculino, por esa inercia de siglos por la que seguimos diciendo que vamos al médico, o al notario, o al abogado aunque las mujeres sean mayoría en esos gremios. Al grano, que me disperso: fui a la ginecóloga, e iba, como siempre, en guardia. No solo porque allí ejerce un vecino obstetra que me atendió en un parto y del que huyo despavorida desde ese embarazosísimo episodio, sino porque, por mucho que una la adopte en la vida, no se acostumbra nunca a la postura del potro ginecológico. El caso es que hubo suerte y no me tocó el tocólogo, sino una colega más o menos de mi quinta con la que estuve departiendo de lo mío. Nada serio, gracias. Asuntos propios de personas de mi edad y mi sexo. Pues bien, al salir de la consulta, el móvil empezó a brasearme con anuncios de píldoras de soja, lubricantes vaginales, anticonceptivos de último minuto y, lo juro, páginas de citas para mayores de 50 años muy exigentes.
Lo sospechaba, pero esa fue la prueba definitiva. Mi móvil me escucha y luego va y se lo casca a quien pueda interesarle para venderme cosas. Me sentí tan invadida que lo pregoné en Twitter y fueron los tuiteros quienes me pusieron en mi sitio. Que no soy la única. Que a buenas horas, mi santa ira. Que eso lo saben hasta los párvulos. Que desactive el micro, la ubicación y el historial de búsquedas si quiero evitarlo. Lo intenté, palabra, pero no desactivé todo, porque si lo haces se te queda el móvil en nada. Sí, soy adicta, de acuerdo, pero por culpa de los camellos. Primero te dan la droga y luego te la cobran a precio de uranio. Intimidad por aplicaciones, el chantaje perfecto. Yo preocupada por si tenía que contarle mi vida de cintura para abajo a un vecino que me ha visto el útero y resulta que llevo al espía en la mano y todo Google sabe de qué ovario cojeo. ¿Merezco lo que me pase? Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 












miércoles, 6 de marzo de 2024

Del fracaso de las democracias

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. El profesor Geoff Mulgan, escribe en La Vanguardia el historiador Xavier Mas de Xaxàs, propone utilizar la tecnología para recuperar la confianza en las instituciones democráticas, porque cuando una familia de clase media sufre para llegar a fin de mes y, sobre todo, cuando tiene claro que sus hijos difícilmente tendrán una vida mejor, la confianza en el sistema se desmorona. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com














Hemos fracasado al reimaginar la democracia
XAVIER MAS DE XAXÀS
28 FEB 2024 - La Vanguardia  - harendt.blogspot.com

A nadie se le escapa que la democracia no pasa por un buen momento. La pérdida de confianza en las instituciones se aprecia desde hace años en Europa y Estados Unidos. Cada vez hay más líderes que hacen campaña sobre una base populista e, incluso, autoritaria. El auge de la extrema derecha es evidente en democracias tan estables como la neerlandesa, la sueca y la alemana. Donald Trump, además, puede volver a la Casa Blanca.
Las causas de esta decadencia democrática, como señala el profesor Geoff Mulgan, hay que buscarlas en el convencimiento de que, a partir de ahora, la vida será más dura para todos. Cuando una familia de clase media sufre para llegar a fin de mes y, sobre todo, cuando tiene claro que sus hijos difícilmente tendrán una vida mejor, la confianza en el sistema se desmorona.
Ahora, por primera vez, como apunta Geoff Mulgan, profesor de Inteligencia Colectiva, Políticas Públicas e Innovación Social en el University College de Londres, “una mayoría en muchos países presiente que la vida de sus hijos será peor que la suya”. La reacción más común en estos casos es aceptar los atajos a un mundo mejor que ofrecen los populismos.
Indonesia acaba de elegir a un presidente que, en el pasado, fue un ferviente antidemócrata. El mes que viene, Vladímir Putin tiene asegura la reelección en unas elecciones que son una pantomima. Esta primavera, Narendra Modi lo tiene todo a favor para ganar de nuevo la presidencia y acentuar su deriva nacionalista y autoritaria.
Este año, cerca de 4.000 millones de personas están llamadas a las urnas. Las elecciones más importantes son las europeas de junio y las estadounidenses de noviembre. “Creo que muchas de estas elecciones evidenciarán lo que no funciona de la democracia en lugar de mostrar el camino hacia delante”, afirma Mulgan. “Y creo que parte de la razón es que hemos fracasado al reimaginar la democracia”, añade.
“Hoy asistimos a un desequilibrio porque el I+D no se utiliza para resolver los problemas sociales”, dice. Existe una desconexión entre los científicos y la ciudadanía, y “aquí es donde entra en juego la innovación social, porque da a las personas una sensación de protagonism” que no abunda hoy en día y que es la esencia de la democracia. “Toda sociedad necesita una postura a favor de la innovación y del I+D, pero tendría que ser igual para los aspectos humanos y sociales como para los físicos”, concluye. Xavier Mas de Xaxàs es historiador.