No es frecuente. Sin embargo, en ocasiones un libro nos obliga a replantear muy a fondo formas de entender aspectos del pasado que parecían bien explicados en sus líneas generales. Este es el caso de una reciente contribución de María Elena Martínez, profesora de la University of Southern California, un estudio fundamental acerca de las consecuencias que la exportación de los estatutos de limpieza de sangre tuvo en la formación histórica de las sociedades coloniales en la América española. La autora cuenta divertida cómo, en su primer viaje para investigar en los archivos españoles, los historiadores del lugar le mostraron su extrañeza por el tema que quería estudiar. A su buen entender, la elección carecía por completo de sentido, puesto que aquel instrumento de depuración de un catolicismo histérico no había sido exportado a los dominios de la monarquía al otro lado del océano. Los venerables legajos del Archivo de Indias, sin embargo, demostraban lo contrario con generosidad. El libro que comentamos es el resultado de aquella empresa de restituir la dimensión real a una cuestión que sólo desde la ignorancia puede ser considerada como incidental.
Es cierto, no es frecuente que la lectura de un solo párrafo desencadene en mí tal cantidad de sensaciones contrapuestas, pero así ha sido. Me ha costado mucho esfuerzo escribir esta entrada sobre esa herencia maldita de Castilla, la "limpieza de sangre", que sus conquistadores, sacerdotes, misioneros y colonizadores llevaron desde la península a tierras americanas después de ensayarla y hacerla fructificar, desgraciadamente, en la España europea. Como descendiente de conversos que soy, esta entrada no puede ser entendida en sus justos términos sin una remisión obligada a dos anteriores mías publicadas en el blog bajo los títulos de "La Noche de los Cristales" y "Genética española", que pueden leerse en los enlaces reseñados. A ellas me remito.
El párrafo en cuestión corresponde a las primeras líneas del artículo titulado "Una herencia que nadie reclama", escrito por el profesor Josep M. Fradera, catedrático de Historia Contemporánea e investigador ICREA en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y que es una recensión crítica del libro "Genealogical fictions. Limpieza de sangre, religion, and gender in colonial Mexico" (Stanford University Press, Stanford, CA., 2010) de la profesora de la University of Southern California, María Elena Martínez. Lo publica en abierto Revista de Libros, en su número de febrero de este año, y pueden acceder al contenido del mismo en el enlace que he puesto más arriba.
En todo caso, como comentó el insigne historiador y filólogo español Américo Castro, el concepto de "limpieza de sangre" no fue un invento español, ni siquiera castellano o cristiano, sino judío, y por las razones de autodefensa que más adelante expone. Pero fueron esencialmente los castellanos quienes lo desarrollaron a lo largo de la edad media y lo condujeron a su plenitud en los siglos posteriores. Su paroxismo, sin embargo, llegaría en pleno siglo XX, bien es cierto que con otras connotaciones, de las manos del régimen nacional-socialista alemán. Dice Castro en su libro "España en su historia. Cristianos, moros y judíos" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1988): "No se encuentra en los cristianos medievales la inquietud por lo que después se llamaría limpieza de sangre. [.../...] Quienes realmente sentían el escrúpulo de la limpieza de sangre eran los judíos. [.../...] El judío minoritario vivió a la defensiva frente al cristiano dominador, que lo incitaba o forzaba a conversiones en las que se desvanecía la personalidad de su casta. De ahí su exclusivismo religioso, que el cristiano no sentía antes del siglo XV, si bien már tarde llegó a convertirse en una obsesión colectiva. [.../...] Para el cristiano medieval no fue problema de primera magnitud mantener incontaminadas su fe y su raza, sino vencer al moro y utilizar al judío." (págs. 519/520). "La limpieza de sangre fue réplica de una cristiandad judaizada al hermetismo racial del hebreo" (pág. 524).
Antes de dejarles con la interesantísima lectura del artículo del profesor Fradera, una última digresión muy personal que tiene que ver con la anécdota sobre la extrañeza de los historiadores españoles ante el interés de la profesora Martínez por investigar un tema que a ellos les resultaba tan ajeno. Cuando terminé mis estudios de licenciatura en Geografía e Historia en la UNED, me planteé realizar mi tesis doctoral sobre las repercusiones que las noticias sobre los sucesos que dieron origen a las primeras luchas por su independencia de las repúblicas hispanoamericanas habían tenido en las islas Canarias. No podía creerme en aquel entonces, y sigo sin creérmelo ahora, que en Canarias, escala obligada de los navíos españoles en su travesía del Atlántico, y cuya población había contribuido tan generosamente a la colonización de los nuevos territorios, no se recibieran y percibieran con un cierto grado de expectación y excitación tales sucesos y echara germen la idea de independencia del archipiélago, al menos en la parte más "ilustrada" de su población -me remito al respecto a lo que pensaban los diputados peninsulares de las Cortes de Cádiz (1810-1812) sobre tal proceso en mi entrada de abril del pasado año titulada "La independencia de América"-.
Para mi estupor y sorpresa, cuando le trasladé mi pretensión a un ilustre historiador y catedrático grancanario, pidiéndole que aceptara la dirección de la tesis, su respuesta fue que me olvidara del tema, que la burguesía ilustrada canaria, evidentemente la única capaz de haber acometido tal empresa, "nunca jamás" había sentido ni tenido tal pretensión y había sido "siempre fiel" a la corona española. Desgraciadamente para mí, no tuve los arrestos que tuvo la profesora María Elena Martínez para persistir en su empeño investigador. Y ahí se quedó el intento. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt