Durante más de 150 años aproximadamente, desde el pronunciamiento de Riego en 1820 hasta el golpe de estado del 23-F en 1981, los españoles -permítaseme la metáfora- hemos vivido bajo el síndrome del perpetuo "ruido de sables" que salía de las salas de banderas de nuestros cuarteles. Hoy, el ejército español es, junto a la Corona, la institución política más y mejor valorada por el conjunto de la sociedad..
¿Tendremos que esperar otros 150 años para que los nietos de nuestros nietos puedan decir lo mismo de la justicia? Parece difícil; casi imposible, diría yo, la consecución de tal "aggiornamento" en el seno de la institución peor valorada, con mucho, de la democracia española. Por culpas ajenas, sin duda, pero también por méritos propios. Un cáncer [v. mi entrada: "El cáncer de la democracia española"] que quizá solo pueda enfrentarse con éxito a una cierta posibilidad de salvación extirpando de raíz todo cuanto tiene de enfermo y podrido.
Sonroja la complacencia mostrada por la cúpula judicial española sobre el funcionamiento de sí misma, si bien es cierto que cada vez son más la voces que desde dentro del propio poder judicial se alzan contra tal estado de cosas. Por citar solo tres ejemplos recientes, a los que remito: "La cara poco humana de la justicia", un reportaje de Pere Ríos en El País del 24 de febrero pasado; el artículo "Un juicio al tribunal supremo", del ex fiscal jefe de la Fiscalía Anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejo, también en El País del día anterior; o el blog "Reinventemos la Justicia", de la exjueza Manuela Carmena, cofundadora de Jueces para la Democracia.
Si comencé esta entrada de hoy con la metáfora del ya extinto "ruido de sables" que se oía en las salas de oficiales, permítaseme concluirla con una onomatopeya que es toda una aspiración: la del "frufrú" de las togas que, al escucharse en las salas de vistas de nuestros tribunales, nos hagan ponernos en pie, respetuosamente, porque ahora sí, estamos ante la personificación de la Justicia. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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