sábado, 11 de noviembre de 2023

De Habermas y la Filosofía

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, del politólogo Fernando Vallespín va de Habermas y la Filosofía. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Jürgen Habermas: el gran pensador y su asalto a la cumbre de la filosofía
FERNANDO VALLESPÍN
05 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Habermas (Düsseldorf, Alemania, 1929) es de los pocos filósofos vivos que han tenido la capacidad de superar las modas intelectuales y hoy se mantiene tan presente en el espacio público como cuando apareció como joven teórico enragé en los movimientos estudiantiles de finales de los años sesenta. Con motivo de su 80 cumpleaños, el filósofo Ronald Dworkin dijo de él: “No solo es el filósofo vivo más famoso del mundo, sino que su propia fama es famosa”. O, diría yo, que su fama es muy superior al conocimiento de su compleja teoría. Su celebridad la debe más que nada a su incansable necesidad de pronunciarse sobre todo acontecimiento que en cada momento sacude a la opinión pública; es decir, más a su rol de intelectual que a su intricada filosofía. No me extrañaría que a sus 94 años nos sorprendiera con algún texto sobre la situación actual en Palestina, igual que hizo con la guerra de Ucrania y con todos los conflictos bélicos anteriores, con la relación entre filosofía y religión, con los debates sobre biotecnología, la defensa de la UE desde una perspectiva de integración federal o las cuestiones más propiamente alemanas sobre la reunificación o la gestión crítica del pasado nazi y el Holocausto. Y con tropecientos temas más.
En Alemania es un icono nacional tan sólido como la Puerta de Brandeburgo. Con motivo de su 90 cumpleaños en 2019 se organizó un auténtico homenaje colectivo a su figura, con un inusitado despliegue mediático. Es un país que ama a sus intelectuales, quizá porque ya van siendo una especie cada vez más escasa. Que dicho cumpleaños coincidiera con la presentación de un libro de 1.752 páginas donde pasa revista a toda la historia de la filosofía de los últimos 2.500 años, empezando por su preludio en la “era axial” (en palabras de Karl Jaspers), el momento en el que empiezan a consolidarse las primeras religiones evolucionadas, provocó una mezcla de admiración e incredulidad. Desde entonces ya ha publicado un nuevo libro —Ein neuer Strukturwandel der Öffentlichkeit und die deliberative Politik, de 2022 (La nueva transformación del espacio público y la democracia deliberativa; sin edición en español)— y al parecer tiene otro a punto. Más madera para alimentar un mito que nació cuando con tan solo 24 años publicara su artículo “Pensar con Heidegger contra Heidegger” en el Frankfurter Allgemeinen Zeitung, que tuvo un impacto espectacular. Nadie podía imaginarse entonces que ese atrevido y punzante chaval iba a ser el sucesor del viejo cascarrabias de la Selva Negra en el canon de los grandes filósofos alemanes, que devendría en el “Hegel de la República Federal”.
Habermas pasó su infancia en Gummersbach, cerca de Colonia, ciudad donde su padre dirigía la Cámara de Comercio e Industria y, por tanto, colaboró implícitamente con el régimen dominante, aunque era de convicciones liberales. Durante la guerra es alistado en las juventudes hitlerianas, si bien nunca llega a participar en la guerra. Esta y en general el totalitarismo nazi le dejará, sin embargo, una huella profunda que le inclina enseguida hacia un firme compromiso con la democracia y una enorme desconfianza hacia quienes se readaptaron sin purgar sus responsabilidades anteriores. Media vida estuvo asociado a la Escuela Crítica de Fráncfort, incorporándose a su Instituto de Investigación Social en 1955 a iniciativa de Adorno, aunque en realidad no duró en esa institución más de cuatro años. Enseguida tuvo desavenencias con su director, Max Horkheimer, quien lo consideraba demasiado izquierdista. Siempre se reconoció discípulo de Adorno, a quien admiraba profundamente, pero enseguida empezó a volar solo. Era demasiado libre e inquieto para adscribirse sin más a una escuela. De hecho, en su primer libro de impacto, Historia y crítica de la opinión pública (1962), ya comenzó a separarse de sus presuntos maestros al emprender una radical reinterpretación de la Ilustración. Lejos de darse por satisfecho con la crítica derrotista y sin salida de sus mayores, más inclinados a fijarse en las patologías de la modernidad, Habermas le dio un giro hacia una visión más optimista. La modernidad pasa a ser evaluada ahora como un “proyecto inacabado”, no como la culminación deformada de un proceso que pretendía emancipar al hombre y acabó deviniendo en su contrario: en una nueva forma de poder anónimo e inaprensible. Aun estando atento a sus distorsiones, Habermas se destapará enseguida como el gran defensor del proyecto ilustrado, incluso tras la espectacular aparición de la filosofía posestructuralista francesa.
Desde entonces su objetivo será acceder a criterios normativos a partir de los cuales poder fundamentar una teoría social crítica adaptada a las nuevas condiciones del “capitalismo tardío”, siendo bien consciente de que para ello no basta con apoyarse exclusivamente en la tradición de la filosofía y los análisis sociales neomarxistas; era preciso alimentarse también de las contribuciones de los diferentes ámbitos del saber especializado. Tuvo bien presente desde el principio que no es posible acceder a una nueva teoría de la racionalidad sin contar con la cooperación entre la filosofía y todas las ciencias sociales. Y ahí empieza una inquieta aventura marcada por una alquimia y flexibilidad intelectual que le permitió ir integrando en su teoría elementos de otras que pudieran servirle a estos fines. Emprende así una reapropiación crítica de la teoría y filosofía de la democracia liberal, reconstruyendo en particular los presupuestos institucionales y normativos necesarios que subyacen en la dimensión pública de la razón, tal y como fuera formulada inicialmente por Kant; formula una ética del discurso que elabora junto con K. O. Apel; y promueve una relectura de Weber, Parsons y Luhmann, así como del pragmatismo y del “giro lingüístico” que se emprendió en la filosofía contemporánea.
Todo ello mientras va asentándose académicamente. En 1964 accede a la cátedra de Filosofía Social que hasta entonces ocupaba Horkheimer, y en 1971 es nombrado director del Instituto Max Planck de “investigaciones para las condiciones de vida del mundo científico-técnico” hasta que en 1983 vuelve a su cátedra de Fráncfort, donde se jubila en 1993. Siempre le ha acompañado su fama de polemista, y no solo por las intervenciones periodísticas ya mencionadas, entre las que destacaría el “debate de los historiadores” sobre el pasado nazi alemán o el que tuvo con Sloterdijk sobre manipulación genética o todos los que han versado en torno al papel de la UE. De sus debates públicos es de enfatizar el que tuvo con el todavía cardenal Ratzinger sobre razón, religión y secularismo, uno de los temas sobre los que se volcó con entusiasmo tras el atentado del 11-S. Y entre los académicos, sus disputas sobre positivismo, la teoría de sistemas de Luhmann o la filosofía posmoderna, aunque nunca perdía la oportunidad de comer con Michel Foucault cuando iba a París. Discutir fue siempre su modo de vida —”discutir es más importante que comer”, le dijo a un discípulo que quiso interrumpir una discusión de su paper con el maestro para ir a almorzar—.
Su irreprimible impulso por hacerse presente en casi todos los debates públicos no es solo uno de los principales rasgos de su personalidad; es una extensión natural de sus premisas teóricas. No en vano es el gran artífice de la teoría de la democracia deliberativa, ese constante ejercicio de ilustración entre ciudadanos libres e iguales que disuelven sus diferencias con argumentos en un proceso de deliberación constante. Lo fundamental es que esta discusión esté orientada al entendimiento mutuo y tenga lugar bajo condiciones que aseguren una perfecta inclusión y simetría entre quienes deliberan. Al final, éste es el presupuesto, se acabaría imponiendo el mejor argumento. La comunicación política en nuestro espacio público está, salta a la vista, bien lejos de este ideal, algo que nuestro autor siempre venía denunciando. En estos momentos de posverdad, con la proliferación de fake news, epistemología tribal, emocionalización rampante y mil estrategias para condicionar la opinión, se habría producido ya un alejamiento total de dichos presupuestos normativos. Esto le condujo a escribir el que hasta ahora es su último libro, Ein neuer Strukturwandel der Öffentlichkeit... La razón pública, ese gran logro de la Ilustración, se ha disuelto detrás del ruido de las redes sociales y la manipulación.
Con todo, aporta al menos una plantilla normativa que nos permite evaluar la dimensión del desaguisado y puede ofrecernos un punto de apoyo a la crítica. Esta plantilla la fue tejiendo Habermas a lo largo de los años hasta que culminó en aquello por lo que pasará a la historia de la filosofía, su teoría de la acción comunicativa, apoyada sobre la centralidad del lenguaje como el medio natural de la comunicación y el entendimiento; pero que es también el de la ocultación, el engaño y los intereses del poder. Para acceder a una comunicación racional y eliminar las distorsiones señaladas basta con recurrir a un análisis de nuestras prácticas comunicativas habituales. En ellas elevamos continuamente pretensiones de validez sobre hechos, normas, vivencias, que tratamos de justificar o validar acudiendo a argumentos que sometemos a la interacción de otros; las sometemos a la práctica de la “intersubjetividad”. Eso y no otra cosa es lo que hace Habermas en sus intervenciones públicas o en su actividad académica, tratar de diluir sus pronunciamientos en un diálogo que siempre aspira al entendimiento recíproco.
En Una historia de la filosofía (Trotta, se publica este 6 de noviembre), el monumental libro cuyo primer volumen está ya disponible en castellano, la amplia galopada que emprende por toda la vida del espíritu no busca apabullarnos con su indudable erudición; el objetivo es dilucidar cuál pueda ser la tarea de la filosofía en unos momentos en los que la vis expansiva de la ciencia y la especialización continua amenazan con desviarnos de lo que debería ser su objetivo fundamental, orientarnos sobre el mundo en que vivimos, ilustrarnos sobre cómo enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo y ayudarnos a “hacer un uso autónomo de la razón” para poder decidir quiénes y cómo deseamos ser. Estas han sido siempre las preguntas que han marcado la extraordinaria vida intelectual de Habermas.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Unamuno y la teología de la eterna inquietud. [Publicada el 01/01/2018]










La sociedad española necesita un don Miguel de hoy que, así como el de ayer gritó “¡Maura no!” “¡Romanones tampoco¡”, proclame hoy “¡Rajoy no!” “¡Sánchez, Iglesias y Rivera tampoco!”, escribe en El País el periodista Jesús Mota Hervías. Vencido el año, comienza diciendo, uno de los diagnósticos razonables es que la sociedad española, abrasada por la corrupción, por la precariedad laboral causada por políticas corrosivas y la murga catalana (la descripción que mejor le cuadra es el neologismo planicordio, incordio planificado, que debemos a Stanislaw Lem) necesita con urgencia un Inquietador, un agitador de conciencias que remueva aquí y allá la percepción plana y deprimida de la realidad que nos aqueja. Vencido el año, es inevitable acordarse para este papel del Inquietador español por excelencia, don Miguel de Unamuno, muerto un 31 de diciembre de 1936 abrumado desde fuera por las ruinas de una guerra incivil y desde dentro por la zozobra permanente sobre la inmortalidad de su alma.
Contradictorio, arbitrario, soberbio (“Yo soy soberbio, cual Satán altivo / me quiero todo a mí”), tan egocéntrico que quiso salvar su Yo para toda la eternidad, insociable, alzado en armas (intelectuales) contra los jesuitas, el Gobierno, el Rey, los profesores de universidad (“unos haraganes”), las fuerzas vivas y muertas de Salamanca y los caciques, nunca estuvo a gusto con nada (salvo con su mujer, Concha Lizárraga) y manifestó su disgusto por todo. Pasó por destituciones y exilios, pidió la República, la rechazó ya constituida y se encaró agriamente con el fajismo franquista. Unamuno fue “una fuerza espiritual de las mayores que esta pobre España tiene”, dicho sea con palabras de Francisco Giner de los Ríos. Y que tendrá, habría que añadir.
Es probable que su contribución a la filosofía sea discutible, incluso prescindible. Su concepción de la intrahistoria (tan opuesta a la de Hegel) no tiene hoy vigencia y su idea de la vida como lucha interminable contra la negación se explica por su ego oceánico y una teología doliente. Nada de eso tiene importancia frente al huracán polémico de su verbo, de sus ensayos incendiarios y de su posición enhiesta contra esto, aquello y lo de más allá. El troquel que conformó a Unamuno desapareció de España con su muerte (“De Unamuno no hay cosecha”, sentenció Giner). El enfrentamiento con Millán-Astray y la camarilla de espectros rebeldes en el paraninfo de Salamanca no solo expone su valor irreductible frente a la miseria moral del golpe de Estado sino el reconocimiento de un trágico error (su apoyo inicial a los facciosos) pagado con remordimiento y quizá la muerte.
Si tuviésemos que definir tres coordenadas básicas de la política española actual con tres doloras de don Miguel, podrían ser éstas: 1) “Me importa poco que hablemos vascuence, castellano o lapón, lo que deseo es que nos entendamos, cosa que por desgracia no sucede. 2) “La retórica ha sido sustituida por la propaganda [el relato]. La retórica es el arte y la técnica de manejar colectivamente a los hombres sin profanarlos”, y 3) “No hay cosa más repugnante que explotar la ignorancia ajena”. Queda demostrado que duele la ausencia de don Miguel y su teología de la inquietud permanente. O de un don Miguel de hoy que, así como el de ayer gritó: “¡Maura no!”, “¡Romanones tampoco!”, proclame hoy: “¡Rajoy no!” “¡Sánchez, Iglesias y Rivera tampoco!”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 10 de noviembre de 2023

De la palabra terrorismo

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Martín Caparrós, va de la palabra terrorismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










La palabra terrorismo
MARTÍN CAPARRÓS
04 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Hay una palabra que se usa para sembrar terror: es, por supuesto, la palabra terrorismo. Su historia es larga y corta, muy compleja. Se podría hablar de mucho terrorismo avant la lettre —antes de que la palabra se inventara— pero esa invención sí fue francesa. En 1793 la Révolution y la Patrie parecían en peligro por los ataques exteriores e interiores; la guerra contra los prusianos no cedía; los enemigos internos conspiraban; su líder más popular, Jean-Paul Marat, era asesinado en su bañera por una señorita. Entonces la Asamblea y el “Comité de Salvación Pública” de Robespierre decidieron que era necesario “emplear el terror para salvar al pueblo”. Fueron meses de tanta ejecución, la guillotina a pleno, que los llamaron “la Terreur”, y los monárquicos fugitivos empezaron a hablar de “terrorismo” para condenar lo que hacía, en esos días, el Estado francés.
Con el tiempo, la palabra se fue bifurcando en dos corrientes principales: el terrorismo de Estado, el terrorismo contra el Estado. El primero siempre fue más poderoso y más mortal: los Estados tienen muchos más medios. El segundo terminó siendo el más nombrado, el más temido: los Estados tienen muchos más medios. Y así se emplea ahora la palabra: como una forma de descalificar, como una forma de producir terror. Decir que algo o alguien son terroristas no necesita más argumentación; es, en sí, la condena. Así que se usa como arma arrojadiza —como se usa, con la misma ligereza, “populismo”— y las armas no aceptan matices o debates.
Entonces el terrorista es, sobre todo, el enemigo más o menos armado del que controla los discursos. Los partisanos franceses que resistían a la ocupación alemana y sus crímenes horribles eran, para esos nazis, terroristas. Los maquis españoles que resistían a los asesinatos del régimen de Franco también lo eran. Los propios fundadores del Estado de Israel, organizados en milicias y poniendo bombas, fueron terroristas —y consiguieron crear un Estado y acusar a otros de serlo. A veces se diría que, en general, terrorista es un combatiente que perdió su guerra; los que las ganan son libertadores, héroes, padres de una patria. A menudo es muy difícil diferenciar entre un “terrorista” y un “combatiente de la libertad”; la definición depende mucho más de quién la emite que de quién la recibe.
Por eso creo que es más útil una descripción más ajustada: el terrorismo es el intento de sembrar el terror indiscriminado en una población. Ya sea un Estado que rapta, que tortura, que asesina; ya un Estado que bombardea poblaciones civiles; ya un grupo que produce ataques sin objetivo claro, al azar de bombas o cuchillos. Quiero decir: que un Estado que bombardea un cuartel o un grupo que mata a un general “enemigo” no es terrorista; es otra cosa —no necesariamente buena pero otra. El terrorismo consiste en esa tentativa de sembrar el terror más confuso, de convencer a los habitantes de un lugar de que cualquiera podría sufrir esa violencia —y que entonces les conviene ceder a las imposiciones de los que la producen.
Pero, aun cuando no hagan esto, aun cuando tengan objetivos precisos y enemigos, todos los que intentan algún cambio por medio de algún arma son llamados terroristas. Y no es lo mismo hacer saltar por los aires y matar a 193 pasajeros en Atocha o hacer saltar por los aires y matar a 21 clientes en un Corte Inglés que hacer saltar por los aires y matar a un almirante que debía reem­plazar a Franco, con perdón. La concepción es muy distinta, las consecuencias por supuesto lo son.
Pero es fácil saltarse esas consideraciones, pararse en el banquito de la moral y condenar todo tipo de violencia: son todas reprobables. Con lo cual el banquitero se queda tan orondo y Europa, por ejemplo, llevaría unas cuantas décadas limpia de judíos, homosexuales, inválidos, negros y cualquier otra raza inferior, bajo el control benevolente y meticuloso del Führer de turno.
Sí, es más fácil decir que son todos terroristas. Y ser terrorista es quedar fuera de normas y de leyes, volverse carne de cañón legalizada y tolerada. Los terroristas tienen, entre otros, el raro privilegio de ser “abatidos”. En los medios los policías o soldados no matan, balean, asesinan, eliminan, fusilan terroristas: los abaten. En francés, otra vez, matadero se dice abattoir. Nuestros medios, que cuidan tanto la famosa corrección política, no le hacen ningún asco a esa palabra que los convierte en animales. Pero qué nos importa: son terroristas. No hay nada más cómodo que etiquetar y descalificar. Eso acaba con cualquier discusión, cualquier matiz, todo intento de entender lo que vivimos —y lo que viviremos.

































[ARCHIVO DEL BLOG] Comida de pobres. [Publicada el 31/12/2019]








La historia suelen hacerla los desposeídos, esos que no cuentan hasta el día en que deciden contar, escribe el periodista Enric González en el A vuelapluma de hoy, 31 de diciembre, último día del año. 
"El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Codicet) -comienza diciendo González- efectúa un experimento interesante. Un politólogo y dos nutricionistas llevan 100 días alimentándose con un presupuesto mensual de 4.886 pesos. Esa cantidad, unos 70 euros al cambio, es la que según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos permite vivir en, digamos, una pobreza digna, sin caer en la indigencia. El experimento durará un semestre, pero harán falta relevos. Las dos nutricionistas se han dado de baja por recomendación médica: han perdido mucho peso y corren riesgo de anemia y osteoporosis. El politólogo sigue de momento, aunque se le hayan disparado los triglicéridos y haya perdido también seis kilos. Para los que siempre ven algo bueno en lo malo, una precisión: ese adelgazamiento es el paso previo a la pérdida de masa muscular y la obtención de nueva grasa, lo que conduce a la desnutrición obesa.
Los 4.886 pesos de la “canasta básica” corresponden a un cálculo que se hizo en 1988, preguntando a gente pobre de los suburbios bonaerenses cuál era su dieta. La suma ha ido actualizándose con la inflación, sin que a ningún especialista en estadísticas se le ocurriera catar la “canasta básica”. El experimento ha permitido comprobar dos cosas. La primera, que alimentarse de harinas, féculas y carne barata es, además de insalubre, desagradable, y requiere muchas horas de cocina. La segunda, que para vivir en una pobreza realmente digna harían falta al menos 7.000 pesos, por lo que en realidad más de la mitad de los argentinos, ciudadanos de uno de los países que más comida produce, viven en la pobreza indigna.
En España, de acuerdo con los baremos de la Unión Europea, una de cada cinco personas sufre “riesgo de exclusión”, es decir, está mal. Y cinco de cada cien ciudadanos sufren la llamada “privación material severa”, también conocida como hambre y frío.
No creo que eso nos quite el sueño. Aunque sepamos que no es así, actuamos como si ellos se lo hubieran buscado. Como si la pobreza fuera electiva. Como si ignoráramos (y no es el caso) que nuestra alimentación y nuestras comodidades dependen casi siempre del azar: dónde nacimos y quién nos educó. Los casos de heroica superación personal son muy pocos; la gran mayoría de las biografías son fruto del azar, de la inercia y de las condiciones sociales.
Seguiremos leyendo que la pobreza se resuelve creando riqueza. Qué más da que no sea cierto. La economía española creció más del 17% entre 2014 y 2018. En ese período, los porcentajes de pobreza se mantuvieron casi idénticos. Pero hablar de distribuir la riqueza, empezando por subir impuestos a quienes más tienen y siguiendo por discutir todo lo discutible en el sistema, se considera de mal gusto. Ni siquiera es progre: es rojo, antiguo y huele a rencor de clase.
La historia la escriben los poderosos. Y la transmitimos correveidiles como yo mismo. Sin embargo, suelen hacerla los desposeídos. Esos que no cuentan hasta el día en que deciden contar. Por eso casi nunca entendemos lo que pasa. Creemos que con nosotros, con nuestra democracia liberal, con nuestro libre comercio y con nuestra paguita culmina la evolución de la humanidad. Que se escondan los pobres, que se vayan los inmigrantes. Que nos dejen tranquilos". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











jueves, 9 de noviembre de 2023

De la izquierda y los pactos con el independentismo

 






Los pactos con el independentismo no son de izquierdas
DANIEL GASCÓN
09 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Los ciudadanos tienen derecho a manifestarse pacíficamente y el Estado debe actuar contra quienes lo hagan de forma violenta. Un representante público como Santiago Abascal no debe decir a la policía que no actúe. La sede de un partido no es el lugar adecuado para manifestar un desacuerdo con una medida política. No hay nada que celebrar en este clima de discordia. Por otro lado, resulta contradictorio que se pretendan amnistiar unos actos muy graves y que otros menos lesivos se presenten como un peligro para la democracia. Y asimilar a la extrema derecha toda disensión con los acuerdos encaminados a lograr la investidura, o fundir el rechazo de muchas personas a unas decisiones políticas con la actuación violenta de los ultras, es una estratagema cínica y cutre.
La derecha se opone a las cesiones al separatismo, pero lo raro es que no se critiquen también desde la izquierda. La amnistía contradice el principio de igualdad ante la ley. Si eres político o cercano a determinados partidos, puedes cometer sin castigo actos que se castigarían si no fueras político o si no tuvieras esa cercanía. La ley se vuelve caprichosa, personalista y voluble: deja de ser general, abstracta e impersonal. Se quiebra un principio general, y la fractura debería molestar particularmente a quien se preocupa por la igualdad. El Estado de derecho, patrimonio de los débiles porque limita la arbitrariedad del poder, se suspende.
Tampoco es fácil defender desde la izquierda la condonación de 15.000 millones de euros de deuda con el Estado a Cataluña, como propone el pacto entre el PSOE y ERC. Ha habido un cambio de criterio para favorecer a esta comunidad; también se anunció una quita del 20% en la deuda de todas las autonomías. La deuda de Cataluña —que responde a una ayuda para financiarse de manera más barata desde 2012— asciende a 86.000 millones, el 85% de ella con el Estado. “Una condonación homogénea de la deuda en manos del Estado concentraría la ayuda en Cataluña, que se llevaría uno de cada tres euros”, ha escrito Javier Jorrín. Ciudadanos de comunidades autónomas más pobres cargarán con esa deuda. La mala gestión de lo público, que debería importar a la izquierda, no se censura sino que se premia.
Vulnerar el principio de igualdad ante la ley y redistribuir el dinero de los pobres hacia los ricos no son políticas que se puedan defender desde la izquierda. Por eso muchos prefieren callar, esconderse tras falsos dilemas o simplemente mirar hacia otro lado. Daniel Gascón es escritor.












De los complejos de Feijóo

 






Los complejos de Feijóo
JORDI GRACIA
08 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El activismo insurreccional con ribetes predemocráticos que asedió las sedes del PSOE en España y en particular en la calle de Ferraz de Madrid no es hijo de un malestar social o de una tensión política alimentada por la negociación de una amnistía. Es al revés: la negociación de una ley de amnistía por parte del PSOE con Puigdemont es el pretexto último y óptimo para que la escenificación de una calle al borde del estallido social traslade el mensaje de que España está hundiéndose en una crisis institucional insoportable. Vox es el agitador callejero y sin complejos de unas movilizaciones que buscan contagiar la sensación de caos con un culpable directo, “el dictador” Sánchez, como rezaba una de las pancartas de la noche del martes de la ultraderecha. No es fácil saber si la llamada a impedir la “autodestrucción nacional” que pedía José María Aznar hace unos días, en su modo más peligrosamente nacionalpopulista, es esta que estamos viviendo. La condena de la violencia de Elías Bendodo en la mañana de hoy, miércoles, en La 1 ha ido seguida de nuevo de una peligrosísima pirueta en boca de un líder de la derecha conservadora. Según ha dicho Bendodo, Pedro Sánchez quiere amnistiar hoy incidentes violentos más graves de los que está sufriendo estos últimos días ante la sede de su partido. La permisividad o incluso la tácita justificación de la violencia contra un partido es una temeridad de consecuencias imprevisibles que Cataluña vivió ya en carne propia: el apreteu de Quim Torra dirigido a los CDR alentó una violencia insurreccional que cogió su propio rumbo y dejó de estar bajo control de nadie.
Sigue hoy Bendodo la estela que dejó la noche del martes el deplorable tuit de Alberto Núñez Feijóo a las 23.03 en X, cuando ya se habían difundido ampliamente las imágenes del vandalismo: responsabilizó a Sánchez del “malestar social” en lugar de repudiar expresamente y sin paliativos el activismo callejero y matonil frente a Ferraz. La prioridad democrática e institucional de un líder como Feijóo la noche del martes debió ser atajar la violencia ultra en la calle y condenarla categóricamente, sin contemplaciones y sin complejos. Su irresponsable seguidismo ante los ultras delata que Feijóo no ha entendido todavía que la ultraderecha arrastra a la derecha sistemáticamente fuera de los límites de la democracia y de la resignación con los resultados obtenidos. Sus declaraciones de hoy, miércoles, tampoco están a la altura de liderazgo político en el PP: condenar la violencia, pero volver a apuntar a Sánchez por negociar la amnistía —cuando en la calle crece la violencia neofranquista de guerrilla callejera— desvía el centro de la cuestión: la violencia ultra solo puede condenarse, sea el que sea el motivo que la suscite.
La estrategia de deslegitimación que el PP reanudó desde la moción de censura que hizo a Sánchez presidente y prosiguió durante la legislatura del Gobierno de coalición alcanza estos últimos días un nivel de peligrosidad que está fuera de cualquier estándar democrático en la Unión Europea: a nadie se le ocurre que Macron pudiera contemporizar con la violencia callejera y menos aún invocar como justificación la sospecha de que el PSOE fomentase las concentraciones ante la sede de Génova hace casi 20 años. La demonización personal y política del presidente en funciones ha sido el principal argumento político de la oposición conservadora. Núñez Feijóo renunció muy pronto al marchamo de moderado selectivo con el que accedió a la presidencia del PP y prefirió instalarse en las trincheras de la descalificación sistemática e integral del líder de un partido y presidente del Gobierno de España. La frustrante victoria electoral del 23-J ha conducido a una exasperación nerviosa en el PP, sin haber digerido todavía que tener más diputados no se traduce necesariamente en obtener una investidura. Su socio de gobierno en múltiples comunidades y ayuntamientos en España no obtuvo el resultado suficiente como para hacer a Feijóo presidente, pero el líder del PP ni corrije el tiro ni parece sacar las consecuencias de ese fracaso a escala nacional. No es la proximidad hacia la ultraderecha la que puede darle la posibilidad de gobernar, sino el rotundo alejamiento del reaccionarismo y la insubordinación democrática que exhiben los líderes de Vox.
O el PP entiende que su futuro pasa por contener a la ultraderecha y plantar cara a su toxicidad democráticamente letal o cada vez más irá escorándose hacia posiciones que gran parte de sus votantes no comparten, como no comparten el vandalismo contra el PSOE que a sus dirigentes no les parece tan grave. La agitación de la calle y la movilización masiva es inseparable de la democracia, pero alentar la permanente exageración verbal, tensar al máximo la retórica demonizadora y anunciar la demolición de España en cada telediario también condena al PP a ser corresponsable de lo que su ultraderecha busca: la desestabilización militante como escenario deseable. Esa pesadilla es la que Feijóo está obligado a disipar sin complejos por respeto hacia la mayoría de sus propios votantes. Jordi Gracia es catedrático de Literatura.