miércoles, 1 de noviembre de 2023

De la ruina de ambos

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del analista de polìtica internacional Andrea Rizzi, va de la ruina de ambos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







He sido la ruina de ambos
ANDREA RIZZI - El País
28 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Hacia el final de El viejo y el mar, el pescador Santiago pronuncia la frase que titula esta columna. Ya solo queda la mitad del enorme pez que el viejo había logrado capturar y que trataba de llevar hasta la orilla amarrado a un flanco del bote. Los tiburones se lo van comiendo en la larga travesía de vuelta y el viejo comprende que solo llegará a tierra su gigantesco esqueleto. “Fui demasiado mar adentro”, dirá. La conciencia de una obcecación inútil que mató al noble pez y casi destroza al pescador parece inundarle, sobreponiéndose al orgullo de no haberse rendido en una faena en medio de extraordinaria adversidad.
El viejo y el mar tiene rasgos de cuento mitológico, de episodio bíblico, e igual que estos inspira multitud de interpretaciones. La obra maestra de Hemingway no tiene nada a que ver con el conflicto palestino-israelí, pero ese instante de conciencia de Santiago es exactamente el mensaje que debería hacer reflexionar a los líderes israelíes —y a todos los amigos de Israel— ahora mismo. Las decisiones que tomen en estos días pueden conducir demasiado mar adentro, producir —de distinta manera— la ruina de ambos bandos.
Es evidente que Israel ha sufrido un ataque bárbaro y que tiene derecho a replicar con la fuerza dentro de los márgenes del derecho internacional. A todas luces, está sobrepasando los criterios de proporcionalidad y es más que probable que jueces internacionales considerarían como criminal la respuesta. Pero a la hora de calibrar su reacción, además del marco legal, Israel debe contemplar el marco político. Esto requiere reflexionar sobre el contexto pasado y las perspectivas futuras.
Tiene razón el secretario general de la ONU en subrayar que los hechos actuales brotan de más de medio siglo de una ocupación abusiva y opresora. Ello, por supuesto, no justifica de ninguna manera la violencia de Hamás, que merece la condena más firme posible. Pero es parte importante de su explicación. La OLP renunció hace mucho a las armas, no es una creíble amenaza de seguridad y, sin embargo, Cisjordania no solo ha seguido ocupada con mínimas dosis de autogobierno, sino que la colonización israelí ha seguido imparable a lo largo de décadas. Es, este, un proceso inmoral además de ilegal que solo responde a una lógica de intereses egoístas, no a una de seguridad.
Occidente debería haber presionado hace mucho con las notables palancas de las que dispone para que esto no ocurriera. Sí, se aprobaron resoluciones en la ONU. Pero no se activaron los resortes esenciales de la influencia que podían conducir a un cambio. EE UU, aquel que más influencia tiene, podría haber condicionado su ayuda militar a Israel a que la colonización se parara. La UE, una potencia comercial, podría haber tomado medidas económicas de mayor calado que simples cuestiones de etiquetado de productos procedentes de los territorios ocupados. Ello podría y debería haberse hecho reafirmando siempre el compromiso inquebrantable con el derecho de Israel de existir en paz. Esto no es sinónimo de avalar abusos. Esta cuestión está en el mismo centro del contexto esencial para entender por qué estamos aquí y decidir qué hacer a partir de aquí.
La perspectiva nos dice que, de seguir en esta senda, de emprender una invasión de Gaza, los riesgos son enormes. En primer lugar, por supuesto, para la ya martirizada población gazatí. También para Israel, que podrá verse sumido en una lucha sangrienta y muy ardua de ganar en la Franja. Y además porque el riesgo de escalada se multiplicaría. Israel podría sufrir una lluvia de cohetes de Hezbolá desde el Líbano. EE UU ya ha sufrido ataques en la zona, y ha respondido. Pero hay más. Israel corre el riesgo de perder de forma mucho más profunda que en episodios anteriores el respaldo de la opinión pública occidental. La musulmana, por su parte, hará extraordinariamente complicado que pueda avanzarse en la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes que estaba en desarrollo. Es cierto que, en conflagraciones anteriores, la indiferencia siguió a la indignación y todo siguió igual. Pero esta vez hay elementos diferentes: la magnitud de los horrores; un mundo en pleno cambio, inestable, más proclive al conflicto.
Los amigos de Israel tienen que hacerle ver que la senda en la que navega, además de injusta para los palestinos, no conduce a prosperidad y seguridad, como Netanyahu y otros estuvieron vendiendo durante mucho tiempo, porque fomenta odio. Los amigos de Israel deben hacerle ver eso y actuar, presionar para un cambio con los elementos de los que disponen.
Hay situaciones en las que, colectiva o individualmente, caemos presa de obcecaciones. Por avidez de poder, por miedo, por egoísmo, por orgullo, o incluso por amor mal gestionado, perdemos el equilibrio, la brújula, y de forma pertinaz nos enroscamos en un error que no sabemos o queremos ver, precipitamos la ruina de nuestros vecinos, amigos, amores y de nosotros mismos.
Hay que despertar, con voz y actos, a quienes, en una obcecación irracional, contribuyen a la ruina de ambos, la de los palestinos en la opresión, la de los israelíes lastrados por la indignación internacional, un camino que pudre su alma democrática.
El viejo regresó a la orilla con tan solo el esqueleto del enorme pez, con las manos destrozadas, consumido. Hemingway narra que, de regreso a su cabaña, se quedó dormido. Que soñó con leones. Quizá sea una metáfora de la muerte. Quizá no. Tal vez mañana haya otra oportunidad para hacerlo bien.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Género, capitalismo, victimismo. [Publicada el 19/01/2018]










Confieso sin pudor que Slavoj Zizek, filósofo y crítico cultural esloveno, profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities de la Universidad de Londres e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Eslovenia, no es santo de mi especial devoción. Lo que no quiere decir que no lo lea con atención. Por ejemplo, su artículo Un gran despertar y sus peligros, publicado hace unos días en el diario El Mundo. 
El 7 de noviembre de 2017, comienza diciendo Zizek, Judith Butler ayudó a organizar una conferencia en Sao Paulo, Brasil. Aunque su título era Los Finales de la Democracia, y por lo tanto no tenía nada que ver con el tema transgénero, una multitud de derechas se congregó frente a la sede del evento para protestar y quemar una efigie de Butler mientras gritaban «Queimem a bruxa!» (»¡Quememos a la bruja!» en portugués). Este extraño incidente es el último de una larga serie que prueba que hoy en día la diferencia sexual está politizada de dos formas complementarias: la «fluidificación» transgénero de identidades de género y el rechazo neoconservador. La famosa descripción de las dinámicas capitalistas en El Manifiesto Comunista debería complementarse con el hecho de que el capitalismo global también hace que «los prejuicios y la cerrazón sexual sean cada vez más imposibles». También que en el terreno de las prácticas sexuales, «todo lo que es sólido se deshace en el aire, que todo lo que es santo es profanado»: ¿tiende el capitalismo a sustituir la heterosexualidad estándar y normativa con una proliferación de identidades y orientaciones inestables y cambiantes? 
El actual reconocimiento de las «minorías» y los «marginales» es la posición predominante de la mayoría; incluso los activistas de la alt-right que se quejan del terror de la corrección política liberal se presentan como protectores de una minoría amenazada. O pensemos en aquellos críticos del patriarcado que lo atacan, como si todavía fuera una posición hegemónica, desconocedores de lo que Marx y Engels escribieron hace más de 150 años, en el primer capítulo de El Manifiesto Comunista: «La burguesía, siempre que tiene el poder, ha acabado con toda relación feudal, patriarcal e idílica». Esto sigue siendo ignorado por los teóricos culturales de izquierdas que centran su crítica en la ideología y la práctica patriarcales. Así que, ¿que deberíamos hacer en relación a esta tensión? ¿Deberíamos limitarnos a apoyar la fluidificación transgénero de las identidades mientras seguimos criticando sus limitaciones? 
Hay una tercera forma de contrarrestar la forma tradicional de identidades de género que está prorrumpiendo hoy en día: las mujeres que están sacando a la luz de manera masiva la violencia sexual masculina. La cobertura mediática de este hecho no debería distraernos de lo que está sucediendo realmente: nada menos que un cambio de época, un gran despertar, un nuevo capítulo en la historia de la igualdad. Se cuestionan y se hacen temblar las relaciones entre los sexos tal y como han sido reguladas y organizadas durante miles de años. Y la parte que protesta ahora no es una minoría LGBT, sino una mayoría, las mujeres. 
Lo que se está descubriendo no es nada nuevo, es algo que nosotros (al menos vagamente) sabíamos y simplemente no fuimos capaces (voluntariamente) de denunciar abiertamente: cientos de formas de explotar a la mujer sexualmente. Ahora las mujeres están sacando a la luz el lado oscuro de nuestras afirmaciones de igualdad y respeto mutuo, lo que estamos descubriendo es, entre otras cosas, lo hipócrita y prejuiciosa que es nuestra crítica a la opresión de la mujer en los países musulmanes. Tenemos que afrontar nuestra propia realidad de opresión y explotación. Como en todo movimiento revolucionario, habrá numerosas injusticias, ironías, etc. (Por ejemplo, dudo que los actos de Louis CK, con todo lo deplorables y lascivos que son, se puedan poner al mismo nivel que la violencia sexual directa). Pero, una vez más, todo esto no debería distraernos; más bien deberíamos centrarnos en los problemas que nos esperan. 
Aunque algunos países ya están cerca de una nueva cultura sexual post-patriarcal (fijémonos en Islandia, donde dos tercios de los niños nacen fuera del matrimonio, y las mujeres ocupan más puestos en las instituciones públicas de poder que los hombres), una de las tareas clave es, en primer lugar, la necesidad de explorar qué ganamos y qué perdemos en esta revolución de nuestros procedimientos heredados de cortejo: habrá que establecer nuevas reglas para evitar una cultura estéril de miedo e incerteza. Algunas feministas inteligentes apuntaron hace tiempo que, si intentamos imaginar un cortejo políticamente correcto al 100%, nos acercamos asombrosamente a un contrato mercantil formal. El problema es que la sexualidad, el poder y la violencia están íntimamente mucho más interconectados de lo que cabría pensar, de manera que también algunos elementos de lo que se considera brutalidad pueden ser sexualizados, es decir, invertidos libidinosamente. Después de todo, el sadismo y el masoquismo son formas de actividad sexual. Los juegos sexualmente purificados de violencia y poder pueden acabar siendo asexualizados. 
La siguiente tarea es asegurarnos de que la actual explosión no se limite a la vida pública de los ricos y famosos sino que fluya y penetre en la vida diaria de millones de individuos ordinarios e invisibles. Y el último punto (pero no menos importante) es explorar cómo relacionar este despertar con las actuales luchas políticas y económicas, es decir, cómo evitar que la ideología liberal occidental (y la práctica) se apropie de él como otra forma de reafirmar que somos prioritarios. Hay que hacer un esfuerzo para que este despertar no se convierta en un caso más de legitimación política basada en el estado de víctima del sujeto. ¿No es la característica básica de la subjetividad de hoy en día la extraña combinación del sujeto libre que se experimenta a sí mismo como responsable último de su destino y el sujeto que basa la autoridad de su discurso en su estatus de víctima de circunstancias más allá de su control? 
Cada contacto con otro ser humano se vive como una potencial amenaza. Si el otro fuma, si me lanza una mirada avariciosa, ya me hiere. Esta lógica de la victimización está universalizada hoy en día. Y va más allá de los habituales casos de acoso sexual o racista. Recordemos la demanda a la industria financiera del pago por daños y perjuicios. También el acuerdo de la industria del tabaco en Estados Unidos, las reclamaciones financieras de las víctimas del holocausto y los trabajadores forzados en la Alemania nazi o la idea de que Estados Unidos debería pagar a los afroamericanos cientos de miles de millones de dólares por todo aquello de lo se les ha privado a raíz de su pasado de esclavitud. Ésta noción del sujeto como una víctima no responsable conlleva la perspectiva narcisista extrema, según la cual cualquier encuentro con el otro se percibe como una potencial amenaza al precario equilibrio imaginario del sujeto. Como tal, es el complemento inherente del sujeto liberal libre más que lo contrario: en la forma predominante de individualidad de hoy en día, la aserción egocéntrica del sujeto psicológico se solapa paradójicamente con la percepción de uno mismo como víctima de las circunstancias. 
En un hotel de Skopje donde me alojé recientemente, mi compañera preguntó si podíamos fumar en la habitación. La respuesta del recepcionista fue única: «Por supuesto que no, está prohibido por ley. Pero en la habitación tienen ceniceros, así que no hay problema». Nuestro asombro no acabó aquí. Cuando entramos en la habitación, allí estaba el cenicero de cristal encima de la mesa, con un dibujo en el fondo de un cigarrillo con una gran señal de prohibido encima. Así que no era el típico juego de algunos hoteles tolerantes donde te susurran discretamente que, aunque está oficialmente prohibido, puedes fumar disimuladamente junto a una ventana abierta o algo así. La contradicción (entre prohibición y permiso) estaba plenamente asumida y quedaba así anulada, tratada como inexistente, es decir, el mensaje era: «Está prohibido, y así es como lo tienes que hacer». Y, de vuelta al actual despertar, el peligro reside en que, de forma homóloga, la ideología de libertad personal se combinará fácilmente con la lógica del victimismo (con la libertad silenciosamente reducida a la libertad para sacar a la luz la propia condición de víctima), convirtiendo así en superflua una politización emancipadora radical del despertar, haciendo de la lucha de las mujeres una más en toda una serie de luchas: lucha contra el capitalismo global y las amenazas medioambientales, por una democracia diferente, contra el racismo, etc. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













martes, 31 de octubre de 2023

De la princesa Leonor y el espíritu de Holden Caulfield

 





La princesa Leonor y el espíritu de Holden Caulfield en el Congreso
SERGIO DEL MOLINO - El País
31 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Ha rondado estos días por España Matt Salinger, hijo y albacea literario de J. D. Salinger, para hacer lo que nunca hizo su padre: promocionar sus libros. Gracias a esa visita, algunos hemos vuelto a curiosear El guardián entre el centeno y hemos recordado —como si hiciera falta— que Holden Caulfield fue el primer adolescente. Hasta entonces, se pasaba de niño a hombre sin etapa intermedia: se acostaba uno de pantalones cortos y al día siguiente se ponía los largos. Salinger inventó la adolescencia moderna como una metamorfosis dolorosa en la que cualquier exceso, misantropía, desfase, fanatismo o brutalidad se disculpaban por el desarreglo hormonal. Desde entonces, la adolescencia no ha hecho más que estirarse, y ya hay muchos adolescentes que mueren a una edad avanzada.
Una adolescente genuina que cumplía los 18 y disponía de todas las coartadas biológicas para demoler el orden se echó este martes encima todo el peso institucional que la Constitución le ha puesto en los hombros. Siguiendo las sagradas enseñanzas de Salinger, bien podría haber hecho mutis por la Puerta de los Leones lanzando cortes de mangas y sacando la lengua, pero sucedió algo propio del mundo al revés: algunos diputados y ministros no acudieron, entregándose al espíritu adolescente, mientras la única adolescente presente interpretaba su papel con rigor adulto.
Comportarse con arreglo a las normas de la institución a la que se pertenece no implica sumisión, ni tan siquiera acuerdo con el orden establecido; tan solo cortesía hacia la Cámara en la que reside la soberanía nacional. Faltar al decoro parlamentario implica siempre faltar al respeto al pueblo allí representado. Se puede disentir de la Monarquía y trabajar por la república sin recurrir a las vías de Holden Caulfield, como se puede ser padrino en un bautizo sin dejar de ser ateo y anticlerical. Holden llamaba a eso hipocresía. El adulto lo llama, simplemente, saber estar.
O se hace el gamberro en la calle o se está en el Congreso. Si se elige lo segundo, qué menos que participar de los ritos. Luego se puede plantear la disolución de la Monarquía, enmendando la Constitución si hace falta. La democracia parlamentaria facilita la enemistad cordial y que el conflicto se exprese con complejidad, elocuencia y sin rabietas. Porque la diferencia entre el adulto y el adolescente no está en la ropa, sino en que el primero busca la convivencia en un mundo contradictorio, mientras el segundo solo quiere dar la nota. Ahí estamos, con una princesa que renuncia a su adolescencia y unos diputados que renuncian a su dignidad parlamentaria como si fuesen adolescentes.
Sergio del Molino es escritor.










De una princesa en el Parlamento

 





Una princesa en el Parlamento
FERNANDO VALLESPÍN - El País
29 OCT 2023 - harendt.blogspot.com


Después de haber observado la pompa y el boato aplicado durante los funerales de la reina Isabel II del Reino Unido y la coronación de su hijo Carlos III, la ceremonia de jura de la Constitución de Leonor de Borbón del próximo martes se nos antojará como una liturgia de mínimos. Ya lo fue la del entonces príncipe Felipe en 1986. Nuestra monarquía está infinitamente más cercana de la de los países escandinavos que de la británica. Por eso a veces es preciso recordar que la forma monárquica no es algo que en sí misma mancille las supuestas cualidades democráticas de un Estado. Recordemos que en los países escandinavos ha permitido su coexistencia con los más altos niveles de calidad democrática del mundo. Bien sintonizada a las instituciones, mientras siga sujeta a los principios de ejemplaridad y cumpla con sus funciones constitucionales, esa desviación del principio de igualdad democrática que se otorga a sus titulares por su nacimiento acaba siendo un dato menor, sobre todo porque carece de poder político efectivo.
Esto no es óbice, desde luego, para que quien quiera pueda ser un republicano recalcitrante, pero dudo que la mayoría de ellos vean en el principio monárquico un obstáculo a su libertad ciudadana. Saben que si hubiera una mayoría suficiente para reformar la Constitución en esta línea se acabaría produciendo el giro hacia una república. La monarquía parlamentaria, por eso es legítima en una democracia, es compatible con la soberanía popular, no un mero residuo del pasado, algo así como el coxis que nos recuerda al Antiguo Régimen. Lo que es indudable es que posee una potente fuerza simbólica, encarna la unidad del Estado. Y esta es la razón fundamental que explica la ausencia de los partidos independentistas de la ceremonia del día 31. La del PNV ya es más inexplicable, porque todo el mundo sabe que no hacen peros a los privilegios corporativos del Antiguo Régimen y durante años estuvieron coqueteando con un vínculo con la Corona como medio para ir a un esquema confederal. La razón ya sabemos que tiene que ver con Bildu. Lo que les inhibe a todos ellos no es la monarquía, es España o, en el caso de Podemos o Sumar (?), el pacto del 78.
Siguiendo con la dimensión simbólica, la gran novedad en esta ocasión es que el próximo titular de la Corona es una mujer joven, y esta no parece ser una cuestión baladí. Como se desprende de una encuesta de Metroscopia, este dato y su propio proceso de formación están empezando a tener efecto sobre la cohorte de edad (de 18 a 35 años) más reacia hasta ahora a aceptar la monarquía. En el año 2021 la aprobación de la princesa Leonor estaba por debajo del 50% y ahora se ha disparado hasta el 63%, y la reprobación baja al 21%. Algo tendrá que ver en ello el esfuerzo de su padre por disipar el indudable deterioro que produjeron sobre la institución los devaneos de su abuelo. Curiosamente, su rehabilitación ha pasado por su “rejuvenecimiento”.
Esta columna puede parecer una loa a la monarquía; en realidad lo es a la democracia. Empezamos en Escandinavia y a ella vuelvo. La grandeza de sus democracias no está en sus monarquías, sino en su profundo respeto al Estado de derecho y a los procedimientos, formalismos y prácticas que las sostienen, perfectamente compatibles con el pluralismo político y el disenso sobre este u otro aspecto del entramado institucional. Y que se han sabido modernizar políticamente sin caer en un adanismo divisivo y destructivo. No es mal recordatorio en estos tiempos de profundo deterioro democrático.

Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid











De la amnistía y su contrapartida

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, del catedrático de Literatura Jordi Gracia, va de la amnistía y su contrapartida. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Antes de que España infarte
JORDI GRACIA - El PaÍS
24 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

La excepcionalidad de una medida de gracia como la que negocian el PSOE y Sumar con los partidos independentistas ha extremado la suspicacia y hasta la alarma democrática de buena parte de la población: perdonar, exonerar, olvidar o cancelar las consecuencias penales que corresponden a altos cargos —y al más alto cargo, el expresident de la Generalitat— por los hechos de septiembre y octubre de 2017 resulta profundamente difícil de asumir para una gran parte de españoles y para muchos catalanes que padecieron una insumisión democrática perpetrada desde el poder autonómico y que los puso al borde del enfrentamiento personal, intrafamiliar y laboral. Fueron la temeridad y la incompetencia combinadas, no de España y Cataluña, sino de dos gobiernos —y sus respectivas terminales políticas y mediáticas— quienes condujeron al país a una extrema tensión. Cálculos temerarios, tacticismo imprudente y el desbordamiento pasional de la calle y los despachos acabaron llevando al independentismo a donde seguramente no querían llegar parte de sus propios líderes: fuera de la ley y sin obtener a cambio ningún resultado práctico ni simbólico favorable a su causa sino todo lo contrario.
La necesidad de los votos de Junts que hoy tiene Pedro Sánchez para obtener la investidura es la causa material e inmediata que ha activado la negociación sobre una amnistía tras los resultados del 23-J. El actual presidente en funciones busca legítimamente los instrumentos que permitan garantizar el voto afirmativo o la abstención de un independentismo que ha vivido la larga resaca de su propia temeridad con cifras decrecientes de respaldo y una desmovilización consecuencia directa de un error garrafal de método: la unilateralidad no es un procedimiento democrático. La evidencia de un Ejecutivo de otro talante en Madrid quedó cifrada en la decisión política de Sánchez de indultar a quienes habían incurrido flagrantemente en él y llevaban ya cuatro años presos, tras ser condenados varios de ellos a más de 10 años de cárcel por el Tribunal Supremo. Los indultos facilitaron así el regreso de uno de los dos partidos mayoritarios independentistas (ERC) al cauce democrático.
La coyuntura actual puede ser la ocasión para que Junts haga lo mismo. El objetivo práctico de la coalición de gobierno de los dos partidos de izquierda, PSOE y Sumar, incluye la voluntad de garantizar la consolidación de la estabilidad y la conciencia de mantener discrepancias y confrontaciones propias de democracias vivas y en perpetua transformación. La pregunta es si medidas como la amnistía parcial o condicionada, o cualquier otra fórmula, podrán cambiar de escala la calidad de nuestra democracia para que un choque político en ningún caso conduzca a nadie a la tentación de traspasar las fronteras tangibles e intangibles de la legalidad y el respeto al discrepante. Serán medios para un fin, en efecto, pero tanto el fin de un gobierno de coalición como el medio de una amnistía deben poder ser defendibles sin retorcer la Constitución y sin ofender a la inteligencia de la mayoría de la población. ¿Cabe argumentar racionalmente en favor de una medida que cancela los efectos penales de delitos cometidos hace seis años, o bien cualquier argumento imaginable en favor de la amnistía no será más que retórica florida para justificar lo injustificable?
El fondo de la cuestión tiene naturaleza esencialmente política y lo que pone en juego es la legitimidad de aprobar una ley en el Parlamento que libre a unos líderes políticos de pagar las consecuencias que otros líderes ya pagaron ante el Tribunal Supremo. La magnanimidad que voten los diputados al aprobar la ley debe estar contrabalanceada por el reconocimiento del dolor causado, el desamparo en que el Govern mantuvo a los no independentistas durante años y la conciencia de haber llevado al país a una situación extrema.
Estoy entre quienes creen que perdura en el corazón y las vísceras de muchos catalanes la memoria de la humillación institucional y la aberración política. La votación del 1 de octubre de 2017 fue el punto de infarto de España y una parte del corazón catalán se necrosó también. Más de la mitad de ciudadanos vivieron con consternación que una exigua mayoría en el Parlament echase a rodar las leyes de desconexión de los días 6 y 7 de septiembre con artimañas chapuceras y convocase sin ningún acuerdo previo con el Gobierno de España (pero tampoco con las fuerzas no independentistas catalanas) un referéndum que no fue sobre la independencia, sino a favor de la independencia, sin pactar la participación mínima, sin acordar la valoración de los resultados, sin atisbo de neutralidad institucional, sin que los no independentistas nos sintiésemos llamados a votar porque íbamos en realidad a una encerrona.
Pero vaya por delante también que creo que buena parte de la población catalana que más sintió el acoso de su propio Gobierno hoy puede entender una medida de gracia en un contexto nuevo y con una ventaja decisiva: arrancar del independentismo institucional —el de ERC y el de Junts— el compromiso democrático de preservar la legalidad sin perjuicio de que persigan el objetivo de ensanchar las bases que apoyan la independencia de Cataluña, hoy visiblemente mermadas. No cabe en ninguna cabeza, ni aquí ni en el resto de Europa, la imposición de la independencia a toque unilateral de silbato.
Este es el horizonte real en el que se mueve hoy el secesionismo. Si la propuesta de repensar una posible ley de claridad que delimite las condiciones acordadas de una votación no es descartable de plano, seguramente es más inmediata la necesidad de reconsiderar la anomalía democrática de que Cataluña esté regida por un Estatut que no votó: parte del origen del procés nace de que ni lo votado por la ciudadanía ni por el Parlament ni por el Congreso de los Diputados acabó siendo el Estatut real. Y nada impediría constitucionalmente que los catalanes votasen una reforma con capacidad para satisfacer a la mayoría de los catalanes, por mucho que sean previsibles sectores descontentos. El compromiso de afrontar esa reforma puede formar parte del punto de encuentro y también ser el punto de arranque que justifique una amnistía y abra la puerta a un futuro que impida las condiciones que llevaron a la pesadilla que culminó en el verano y el otoño de 2017. Las ventajas para el actual Gobierno son obvias, pero los efectos beneficiosos para la derecha lo son todavía más, al reducir de forma inequívoca la conflictividad asociada a la evidencia de que seguirá habiendo partidos y votantes independentistas en la Cataluña de las próximas décadas. Ese compromiso significaría, de hecho, la exclusión legal de cualquier tentación de unilateralidad.
Seis años después, un gobierno de izquierdas ha devuelto la confianza en la negociación como instrumento de funcionamiento político. ¿Entendería la mayoría de la población catalana y española la extinción de las consecuencias penales de hechos tan graves a cambio de armar el protocolo del futuro en dirección a un nuevo Estatut que sirva de referente común y pactado por todas las fuerzas políticas y, por tanto, con exclusión forzosa de cualquier variante unilateral o antidemocrática? La condición central es que las medidas de gracia sean entendidas por la mayoría como una forma de cerrar un ciclo político y social traumático y abrir una etapa en la que el independentismo muestre explícitamente su compromiso democrático con quienes no creen lo mismo que ellos. Sánchez necesita los siete votos de Junts, pero la sociedad española necesita visualizar el inicio de una ruta que descarte la repetición de una tensión como la vivida entonces y permita encauzar las aspiraciones, legítimas y constitucionales, de los independentistas. La desdramatización emocional, la desactivación del instinto de castigo y la racionalidad política tanto de las izquierdas españolas como del independentismo catalán pueden ser en realidad a la vez el medio y el fin para reducir drásticamente los riesgos de sacudir de nuevo los cimientos de una sociedad.


































[ARCHIVO DEL BLOG] Glosas sobre Europa: Releyendo a Habermas. [Publicada el 01/07/2013]










Desde que inicié la aventura de "Desde el trópico de Cáncer" hace ya siete años, tuve claro que mi pretensión no era tanto la de expresar mis opiniones propias -aunque eso resulte inevitable como consecuencia del papel que me atribuyo- como la de dejar constancia de la importancia que, como glosador, daba a lo glosado. En resumen, y como he repetido en ocasiones anteriores, que lo interesante no está ni por asomo en lo que yo comento, sino en los textos que me tomo el atrevimiento de comentar.
Hace unos días traje a colación en una de las entradas del blog al filósofo alemán Jürgen Habermas. Lo hice después de leer su más reciente libro: "La constitución de Europa. Un ensayo" (Trotta, Madrid, 2012), publicado originalmente en Alemania a finales del pasado año. 
Nacido en 1929, Jürgen Habermas fue ayudante de Th.W. Adorno, H.G. Gadamer y de K. Löwith, y es considerado el representante más sobresaliente de la llamada "segunda generación" de la Escuela de Frankfurt, y un referente indispensable para la filosofía y las ciencias sociales contemporáneas. Ha sido profesor en las universidades de Frankfurt, Princeton y Berkely, y fue premiado con el Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales el año 2003.
"La constitución de Europa. Un ensayo" no es un libro muy extenso, apenas un centenar de páginas, pero resulta muy interesante por su contenido, lo reciente de  su publicación y por las propuestas que formula en orden a la profundización de la unión de los pueblos y los Estados de Europa. Comprende tres apartados diferentes. El primero, lo dedica al concepto de dignidad humana y la utopía realista de los derechos humanos. El segundo se centra en la crisis de la Unión Europea a la luz de una constitucionalización del Derecho Internacional, con especial atención al proceso de constitucionalización de Europa. El tercero desarrolla la idea del proceso que llevaría de la comunidad internacional a la comunidad cosmopolita.
Más interesantes que esos apartados me han parecido a mí los tres que componen el anexo, titulados, respectivamente: Tras la bancarrota, El destino de la Unión Europea se decide en el euro, y ¿Un pacto a favor o en contra de Europa?.
Mi intención sería de la comentar a lo largo de entradas sucesivas en el blog algunas de esas propuestas que formula el profesor Habermas en su libro, y muy especialmente, en ese último apartado sobre un pacto a favor o en contra de Europa. No estoy muy seguro de conseguirlo, pero intentarlo lo intentaré.
Como primicia, reproduzco la primera de las respuestas de Habermas a la entrevista concedida al diario alemán Die Zeit, el 6 de noviembre de 2008, reflejada en el libro, y que no ha perdido ni un ápice de actualidad. Le pregunta el entrevistador que "qué es lo que más le preocupa del colapso del sistema financiero internacional y de la crisis mundial que amenaza todo el sistema". Y esta es la respuesta de Habermas: "Lo que más me preocupa es la injusticia social que clama al cielo y que consiste en que los costes socializados, derivados del fallo del sistema, afectan con mayor dureza a los grupos sociales más vulnerables. Una vez más, dice, los que tienen que pagar las consecuencias económicas reales del mal funcionamiento -previsible- del sistema financiero son los que no figuran, en ningún caso, entre los vencedores de la globalización.Y han pagado no en valores monetarios, como los accionistas, sino en la dura moneda de su existencia cotidiana. También a escala global se consuma ese destino severo con los países económicamente más débiles. Ahí reside el escándalo político. Buscar ahora chivos expiatorios me parece evidentemente una hipocresía. También los especuladores han actuado siempre dentro del marco legal ajustado a la lógica, socialmente aceptada, de la maximización del beneficio. La política se ridiculiza a sí misma cuando se pone a moralizar en lugar de apoyarse en el derecho coercitivo del legislador democrático. Ella, y no el capitalismo, es la responsable de que las cosas se orienten hacia el bien común." ¿Lo habrán leído nuestros dirigentes políticos europeos y nacionales? Tengo mis dudas... Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt