viernes, 6 de octubre de 2023

Del complejo de superioridad

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura para hoy, del periodista Íñigo Domínguez, va del complejo de superioridad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com








Contraindicaciones del complejo de superioridad
ÍÑIGO DOMÍNGUEZ - El País
01 OCT 2023 - harendt.blogsoot.com

A veces está bien guardar los periódicos. Tengo delante los del lunes 24 de julio, al día siguiente de las últimas elecciones. Estaba todo clarísimo. EL PAÍS decía que una investidura de Sánchez dependía de Junts. El Mundo: “Feijóo gana pero Puigdemont podrá hacer presidente a Sánchez”. Uno de sus articulistas admitía su pesar por el hecho de que el juicio mayoritario de los españoles “no coincida con el expresado individualmente en tantas columnas”. Ya, es increíble. A mí me pasa al revés con las mías, nunca sé si tengo razón. ABC: “Puigdemont o bloqueo”. También, un artículo honesto de su director: “Nos equivocamos”. La Vanguardia: “Junts tiene la llave para investir a Sánchez o forzar unas nuevas elecciones”. En fin, todo esto ya lo sabíamos la misma noche electoral. Entonces, ¿por qué han pasado dos meses y seguimos en el mismo sitio?
No conozco nadie que haya seguido los trámites ni los debates que no sea periodista (como mucho, como periodista, los conocidos te piden que les resumas lo que pasa, en plan favor). Se le ha concedido a Feijóo —para ser precisos, ha sido el Rey— una especie de escaparate de consolación, para que se le pase la rabieta a toda la derecha, medios de comunicación incluidos, que pese a verlo tan claro aquella noche, y cómo se habían equivocado, necesitaban tiempo para asumirlo y montar un nuevo mecano de argumentación donde todo vuelva a ser culpa de Sánchez. Si se repiten las elecciones, dado que el antisanchismo como campaña electoral fracasó, yo no sé qué nos espera.
El pánico existencial del PP es comprensible: se asoman a la perspectiva de no gobernar en la vida. Y además porque no quieren, como ha proclamado Feijóo. No soy capaz de imaginar los efectos en la cabeza de sus dirigentes y votantes ante un planteamiento existencial de este tipo (en el ala trumpista del PP, donde todo vale, llamarán a los loqueros en breve para que se lo lleven si esto no resulta). Supongo que la principal secuela es atribuirse el monopolio de la dignidad y pasear por el mundo con desdén, todo el día enfadados, con lo malo que es eso para la salud, y para la convivencia de todos. En fin, un complejo de superioridad de toda la vida, siendo minoría en el Congreso. Lo cierto es que desde que en España hay que pactar (2015, y ya han pasado ocho años), solo gobernarán los que sepan hacerlo, al margen de la altura de los principios desde los que miren a los demás por encima del hombro, como si el resto no tuvieran.
Decía Andreotti que el poder desgasta, pero desgasta mucho más no tenerlo. Creo que en Italia esto lo habrían resuelto rápido. Son muy prácticos, no se engañan sobre la realidad. Si acaso se engañan entre ellos, que es de lo que se trata ahora aquí, y en eso también son muy buenos. En cambio, en España el sentido práctico está mal visto, solo tienen prestigio los altos ideales, aunque te lleven a la tumba, o incluso mejor si lo hacen. Me es muy ajena esta épica del suicidio colectivo, tanto la del PP como la del independentismo catalán, y estar atrapado entre ellas es de lo más desesperanzador. Veremos quién se estrella mejor, con más altivez. No deja de ser gracioso que el idealismo de Feijóo solo tenga sentido como táctica electoral, si hay comicios, y se vería enseguida si funciona o no. Lo más fascinante es cómo en este escenario un partido como Bildu puede pasar por sensato. Después de estar locos tanto tiempo, ahora son los más prácticos. Simplemente esperan su momento.
































[ARCHIVO DEL BLOG] Libros que no he podido leer y seguramente nunca leeré. [Publicada el 20/10/2014]











Creo que fue Jorge Luis Borges el que dijo que si un libro nos desagrada (por las razones que sean) una vez comenzada su lectura, por muy interesante que nos hayan dicho o que pensemos que es, no merece la pena que prosigamos con él. Evidentemente, aunque con la subjetividad que palabras como belleza y placer encierran, para gustos se hicieron colores, como dice el refrán. 
Yo, por deformación profesional, soy más lector de ensayo o libros académicos que de literatura de ficción. En ningún caso, desdeño esta última. Un ejemplo: acabo de leer "Nos vemos allá arriba", la novela de Pierre Lemaitre, ganadora del último premio Goncourt, que me ha encantado. Y en estos últimos meses he disfrutado sobremanera con dos autores israelíes contemporáneos como Amos Oz y David Grossman y varias de sus novelas; más con el primero que con el segundo, lo confieso. Ahora, para variar, estoy releyendo la apasionante historia del cristianismo que escribiera el teólogo Hans Küng, titulada: "El cristianismo: Esencia e historia".     
En agosto de 2008 escribí una entrada en el blog, que titulé "Los clásicos", en la que traía a colación el famoso "canon occidental", establecido por el profesor, erudito y crítico literario vivo más famoso del mundo, el estadounidense Harold Bloom, sobre las obras literarias cuya lectura resulta imprescindible para el hombre moderno y culto de hoy. Ni que decir tiene que esa lista, como cualquier otra, resulta subjetiva, pero el peso de los clásicos está ahí, y en todo caso, merece la pena conocerla, aunque leerla resulte otra cuestión. Les invito a hacerlo en el enlace de más arriba.
Pero hoy no quiero hablarles por más tiempo de los libros que "deberíamos" haber leído, sino de aquellos otros que, a pesar de su fama, nos ha sido imposible leer. Un interesante artículo en el diario El País de ayer domingo, titulado "Diez libros que muy pocos han logrado terminar", construido a base de opiniones de escritores actuales sobre los libros que no han podido terminar de leer, por razones de todo tipo, en el que la lista resultante parece como mínimo, tan subjetiva o más, que la del canon de Bloom sobre las lecturas imprescindibles. 
De las del canon no voy a decir cuales no he leído porque no tengo necesidad ni ganas de exponerme al escarnio público; de la lista de esos diez libros que se comentan como que muy pocos han logrado terminar si me gustaría refutarla en algunos de los títulos en ella reflejados.
Estos son los títulos y sus autores: 1) "El arco iris de la gravedad", de Thoman Pynchon; 2) "Crimen y castigo", de Fiodor Dostoyievki; "Guerra y paz", de Leon Tolstoi; 4) "Orgullo y prejuicio", de Jane Austen; 5) "Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy", de Laurence Sterne; 6) "La divina comedia", de Dante Alighieri; 7) "Moby Dick", de Herman Melville; 8) "Paradiso", de José Lezama Lima; 9) "Don Quijote de La Mancha" de Miguel de Cervantes, y "Las aventuras del buen soldado Svejk", de Jaroslav Hasek; y 10) "La broma infinita", de David Forster Wallace. 
Discrepo educadamente de la inclusión en esa lista, aun admitiendo mi profunda subjetividad, de las obras de Dante, Melville y Cervantes. De las restantes, a pesar de conocerlas, no puedo decir nada salvo que yo tampoco las he leído. Pero, insisto, a pesar de su subjetivismo, no alcanzo a comprender como de esa lista han sido excluidos títulos como "Ulises" o "Finnegans Wake", de James Joyce, o "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust. El "Ulises" tardé diecisiete años en decidirme a leerla; cuando lo hice, la leí de un tirón, y me encantó. Por el contrario, su "Finnegans Wake", confieso que si no dejo su lectura hubiera acabado completamente loco de atar. Sobre la novela de Proust no me atrevo a decir nada más que la tengo pendiente de lectura desde hace infinito tiempo y que siempre encuentro alguna excusa, seguro que injustificable, para comenzarla.
Termino con una, de nuevo, confesión personal. No puedo con los autores rusos; ni con los clásicos ni con los modernos: es algo psicosomático. En parte por los nombres, que me resultan imposible de retener. Sí, supongo que es pueril, pero es real. Y en la literatura española no he podido, y he puesto voluntad, con "La regenta", de Leopoldo Alas. No me pregunten por qué, porque no sabría explicarlo. Como tampoco puedo con la novela realista: ni la española (Galdós), ni la francesa (Balzac) o la británica (Dickens). Me he leído los "Episodios Nacionales" de Galdós, pero no puedo con sus novelas:imposible. Sé que me estoy perdiendo lo mejor de la literatura española, pero es así. Sin embargo, leo con mucho placer su teatro y el de García Lorca o Buero Vallejo. 
En fin, les invito a que dejen en el blog si lo desean su lista de lecturas imposibles; "Desde el trópico de Cáncer" está siempre abierto a todos ustedes. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 5 de octubre de 2023

Del espíritu de Europa

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, de la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán, va del espíritu de Europa. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com








El espíritu de Europa
MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN - El País
01 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Ahora que hablamos de la nueva ampliación europea, comprobamos que nos falta la misma idea de Europa, pues somos más un bloque geopolítico que aquella “noción espiritual” de la que hablaba Kundera. Fue el escritor checo quien describió la apropiación occidental de la palabra “Europa”, expulsando a muchas naciones que, considerándose Occidente, “despertaron un buen día y constataron que se encontraban en el Este”. Al despojarles de su condición no solo se les expulsaba de su propio destino o historia, decía Kundera: perdían “la esencia misma de su identidad”. Desde entonces, la dialéctica imitación-rechazo define su relación con Occidente y la soberbia con que miramos el mundo, nombrándolo y actuando sobre él. Y se palpa también en las palabras de Libre, hermosa novela de Lea Ypi que narra la transición de la Albania comunista al autodenominado “mundo libre”, cuando miraban esperanzados a Europa como algo “que se imitaba más de lo que se entendía”.
Europa era “un túnel muy largo con una entrada iluminada por luces brillantes y señales destellantes, y con un interior tan oscuro que era imposible percibir lo que ocultaba”. Pronto comprobaron que quienes antes les incitaban a liberarse los recibían ahora como criminales o ilegales. Fue el momento del fin de la historia, de aquel mundo unipolar dominado por un Estados Unidos que fabricaba democracias por doquier. Y tal vez asistamos ahora a algo parecido, pues conocemos ya nuestro peso relativo en el mundo, la necesidad urgente de ampliar nuestro territorio. Cosas de la geopolítica. Wolfgang Streeck, al comenzar la guerra de Ucrania, escribió que, si algo nos enseña la historia, es que “cuanto más grandes se vuelven los imperios, más cuesta mantenerlos juntos, pues las fuerzas centrífugas crecen y el centro necesita movilizar cada vez más recursos para contenerlos”, una advertencia para que la incuestionable ampliación venga precedida del debate que merece, con una mirada que, esta vez, no prescinda de los hechos.
Porque la Europa real es la de la falta de eficacia de sus estructuras, como evidencian los desafíos húngaro y polaco a la legislación y principios comunitarios, mostrando las costuras de la última ampliación y la ausencia de organismos eficaces de control y sanción. ¿Modificaremos nuestra toma de decisiones, acabando con la parálisis de la unanimidad? ¿Abordaremos la necesidad de una mayor cesión de soberanía, ahora que vuelven los extremismos, para que la UE actúe sobre quienes incumplen sus normas? Al tiempo que creemos fabricar democracias, quizá convenga mirar el estado de las nuestras y preguntarnos si, además de la libre circulación de capitales, queremos de veras una Europa de la defensa, fiscalmente unificada y centrada en los derechos de todos sus ciudadanos: una Europa con capacidad de decisión. ¿Otorgaremos agencia política al Parlamento Europeo para que sea la base de la soberanía europea y no un espacio donde nacionalistas de todo cuño nos disputamos las migajas? Convendría resolverlo antes de ninguna ampliación, pero sobre todo, como decía Kundera, hemos de saber lo que somos y lo que queremos ser, y no solo para defender nuestros derechos, sino también los de ellos.

































[ARCHIVO DEL BLOG] Un peligro para la democracia. [Publicada el 12/11/2017]











Creíamos que las redes sociales iban a salvar la política. Que la libertad de información acabaría con los bulos y los prejuicios. Pero, en el mundo 'post-Trump', la realidad es distinta: Internet se ha convertido en una amenaza para la democracia, comenta Pablo Pardo, corresponsal de El Mundo en Estados Unidos, licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra y máster en Política y Economía Internacional por la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Maryland. 
¿Son las redes sociales, fundamentalmente Facebook y Google, empresas que se sitúan prácticamente en una categoría aparte de todas las demás del mundo? ¿El equivalente de las antenas del teléfono? ¿No tienen responsabilidad de lo que se diga cuando se emplea su infraestructura, al igual que una compañía telefónica no puede evitar que los criminales usen sus servicios, mientras paguen la factura cada mes? ¿Son una especie de plaza pública, de ágora ateniense, en la que cada cual puede ir y hablar? Hasta hace un par de años, muchos habrían suscrito esa idea. Ahora, no tanto. En realidad, quienes afirmaban esto no sabían -o no querían saber- el modelo de negocio de las redes sociales y de Google. Si son gratis no es porque, como se dice a menudo, los usuarios seamos el producto. Lo son porque los usuarios somos los trabajadores. Empleados que no cobran, y clientes. Porque Twitter, Facebook y Google venden publicidad al usuario-trabajador en función de lo que lee o escucha o ve ese cliente-empleado. Así es como, en tres meses, Google factura más en publicidad que todos los periódicos del mundo juntos. El 95% del incremento de la publicidad en dispositivos móviles se lo quedan Google y Facebook. Y, sin embargo, no son responsables. Es decir, son como una empresa telefónica en la que usted encontrara anuncios como música de fondo en función de lo que usted habla. O como un ágora ateniense en la que, dependiendo de a qué filósofo se acerque usted a escuchar, le llega un caballero a venderle boniatos, un escudo o un esclavo. Pero ni el filósofo ni el vendedor son responsables de nada. Es como si este periódico que ahora lee no tuviera que dar absolutamente ninguna explicación por sus anuncios. Al menos, mientras no se apruebe un proyecto de ley -presentado el 19 de octubre por los senadores demócratas Mark Warner y Amy Klobuchar y el republicano John McCain- que requeriría que todas las actividades online que tengan más de 50 millones de usuarios únicos informen públicamente de cualquier cliente que gane más de 500 dólares (431 euros) en anuncios en ellas. Claro que las posibilidades de que esa ley salga adelante son, a día de hoy, cero. La radio está regulada en EEUU desde la década de los años 20. Internet es el Salvaje Oeste. Un territorio sin ley. Facebook censura pezones tanto en su web como en Instagram, pero ha dejado durante días a vista de todos el vídeo de una adolescente ahorcándose. La propuesta de ley llegó 18 días después de que Google y Facebook afrontaran una nueva crisis de relaciones públicas tras la matanza desencadenada por Stephen Paddock, que asesinó a 58 personas en Las Vegas. Ambas empresas dieron prominencia en sus webs a páginas de ultraderecha (como Blog Alt Right y el foro 4chan) y al servicio de noticias del Kremlin Sputnik en las que se decía, entre otras cosas, que el asesino era "una persona que odia a Trump" y que, "según el FBI", había "jurado fidelidad al Daesh", es decir, al Estado Islámico.
Todo era mentira. Facebook y Google explicaron que lo que pasó tras la matanza de Las Vegas fue culpa de los algoritmos. Sus programas deciden ellos solos qué información va más arriba y qué información va más abajo. Cuando los empleados vieron esas locuras, las quitaron. Pero las dos empresas saben mejor que nadie que la clave en internet es la facilidad de acceso y la rapidez. Hace un año, el incidente habría sido sólo una nota a pie de página. Pero, ahora, llueve sobre mojado. Más bien, sobre un océano de sospechas. Google, Facebook y Twitter -más pequeña y en números rojos, pero más influyente entre la clase política y los medios de comunicación- están en el centro de una controversia que se puede resumir en lo siguiente: ¿fueron estas empresas los caballos de Troya que Vladimir Putin empleó para apoyar a Donald Trump en las elecciones en las que éste se hizo con la Casa Blanca, hace exactamente un año?
Cuando el 11 de noviembre de 2016 le hicieron esa pregunta al fundador, dueño, presidente, y consejero delegado de Facebook, Mark Zuckerberg, su respuesta fue que ésa era "una locura bastante grande". Sin embargo, la semana pasada, el máximo responsable del Departamento Legal de Facebook, Colin Stretch, admitió en el Senado de EEUU que 126 millones de estadounidenses -el 38% de la población total del país- habían recibido mensajes procedentes de Rusia a través de su red. Que nadie piense que esto no va con él, que se trata sólo de peleas entre Rusia y Estados Unidos. El jueves de la semana pasada, el senador demócrata por Nuevo México, Martin Heinrich, dijo disponer de información acerca de la interferencia rusa a través de redes sociales en la crisis de Cataluña. «Ahora mismo, con las elecciones catalanas acercándose, España tiene que ser muy consciente del impacto de las redes sociales», declaró Brett Bruen, ex responsable de Comunicación Estratégica del Consejo de Seguridad Nacional con Barack Obama, donde coordinó la iniciativa contra la propaganda rusa que EEUU lanzó en 2014. Bruen, que dirige la consultora Global Situation Room, cree que "España tiene que estar lista para un esfuerzo online procedente de Rusia que va a ser largo y sostenido, y que va a seguir mucho después de que se hayan celebrado las elecciones catalanas del 21 de diciembre".
La cuestión no sólo es si Rusia está o no detrás de estas campañas de desinformación. El asunto es si estas empresas, que están entre las más caras del mundo por su valor en bolsa (sólo Facebook y Google juntas valen casi tanto como toda la economía de España) son responsables o no. Ahí, las opiniones difieren. "Las redes sociales han sido usadas por fuerzas que pueden minar nuestra democracia. Pero han sido usadas de forma involuntaria y debido a su ingenuidad", declaró Stephen Balkam, fundador y máximo responsable del Instituto para la Seguridad de la Familia Online -FOSI, según sus siglas en inglés, busca hacer el mundo de internet más seguro para los menores- y también miembro de los consejos asesores de seguridad de Facebook y Twitter. Otros lo ven de manera diferente. "Las redes sociales y, en general, las empresas de internet, no pueden reconocer mucha responsabilidad en materia de información política. Porque, si lo hacen, entran en una carrera cuesta abajo ya que se les va a exigir responsabilidad por muchas cosas, desde violación de los derechos de propiedad intelectual hasta pornografía infantil", explica uno de los responsables de una organización involucrada al máximo en la controversia de la trama rusa de Donald Trump y que no puede dar su nombre por consejo de sus abogados. Otro asunto es que gran parte del modelo de negocio en internet se basa en no tener empleados y dejar que los algoritmos decidan. El problema es que, por muy sofisticado que sea un programa informático, éste siempre es consecuencia de las personas que lo han hecho y, también, reflejo de los contenidos de la propia Red que, a su vez, son realizados por miles de millones de individuos. Pero al final, siempre, están las personas. Es algo de lo que se dio cuenta Rob Speer, de la empresa de inteligencia artificial Luminoso, de Massachusetts, donde desarrolla el trabajo de director de Ciencia (por increíble que parezca, hay empresas que tienen ese cargo). Luminoso se especializa en ordenar y categorizar toda la cuasi infinita cantidad de información que hay en la web. Big Data a la máxima potencia. Y ahí es donde Speer descubrió, en algo tan inocente como la opinión de los clientes de los restaurantes, que el Big Data, dejado a sus anchas, es muy racista. Todo sucedió cuando Luminoso desarrolló un algoritmo que evaluaba los restaurantes en función de las opiniones que habían colgado los clientes en páginas web, como Google y Yelp. Hasta ahí, todo normal. Como mucho, una tarea técnica complicada. O eso suponía Speer. Entonces, empezó a ver, como relataba en el blog de la empresa el abril pasado, "algo raro y sorprendente": el algoritmo "ponía a todos los restaurantes mexicanos peores que a los demás". Speer se puso a mirar los datos y llegó a una conclusión sorprendente: "Era la presencia de la palabra 'mexicano' lo que hacía que el restaurante saliera peor en las críticas. No es que a la gente no le guste la comida mexicana, sino que los sistemas que toman inputs de toda la Red han captado a mucha gente asociando las palabras 'mexican' con 'ilegal'". Con esa tecnología, quien quiera crear trastornos en la web lo tiene fácil. Y ésa es la razón de que Facebook haya anunciado que planea contratar a 4.000 personas para supervisar contenidos sólo este año, y a otros 6.000 en 2018. La pregunta viene rápido: ¿será suficiente? Porque las informaciones periodísticas publicadas en EEUU en los últimos meses acusan a Rusia, a través de empresas que actuaban como tapadera, de manipular las redes hasta extremos que serían casi de risa si no se tratara de cosas tan serias. Hay ejemplos para llenar un tren. ¿La página de Facebook Texas Heart, que apoyaba a Trump? Rusa. ¿Una web en esa misma red social del movimiento negro Black Lives Matter que animaba a los afroamericanos a armarse? Rusa. ¿La manifestación anti Trump de Union Square, en Nueva York, de hace un año? Organizada desde San Petersburgo. Suma y sigue. Acaso la mayor paradoja sea que Silicon Valley es un bastión demócrata, que las redes sociales fueron las empresas que acudieron en ayuda de Barack Obama en sus primarias contra Hillary Clinton en 2008; que Google llenó el Gobierno de ese presidente con sus ex directivos. En la actualidad, esas mismas compañías son acusadas por los demócratas de haber puesto a Donald Trump en la Casa Blanca y de haber dado primacía a la cuenta de resultados sobre la ética.
Un estudio publicado la semana pasada en Estados Unidos afirmaba que sólo un 37% de sus ciudadanos se fía de la información que recibe a través de las redes sociales, aproximadamente la mitad de la cuota de confianza que reciben periódicos y revistas. Ahora, la responsabilidad de plataformas como Facebook, Twitter y Google pasa por ajustar su credibilidad y remarcar cuando una información proviene de una fuente de confianza. Una posibilidad es que, cuando se comparta un contenido en uno de estos sitios web, se informe -o se recuerde- el daño que la desinformación puede llegar a causar en quien la termina recibiendo. También podrían diseñar algoritmos que releguen el clickbait a la parte más baja del timeline. Son cambios difíciles porque afectan a su eficacia comercial, de modo que quizá precisen de un empuje legislativo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt