miércoles, 5 de julio de 2023

De la flecha del tiempo

 





Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Azahara Palomeque, va de la flecha del tiempo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
























La flecha rota del tiempo
AZAHARA PALOMEQUE
28 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Estamos recién mudados a Córdoba. Escribo de noche en una azotea aún caldeada por el sol acumulado en las losas y, al brillo del ordenador, se acercan mosquitos y alguna que otra polilla. No se oye nada, excepto el zumbido de los aires acondicionados de los vecinos y, si me levanto de la silla, puedo contemplar un paisaje sobrecogedor formado por tejados y campanarios. Es tan bella esta ciudad —murmuro—; aunque no abunde el agua y den ganas de arrancarse la piel a jirones por el calor, rezumo no sólo sudor sino felicidad porque, de alguna manera, siento que saldo una deuda con mis abuelos, oriundos de esta tierra, y además me alegra que mi nombre, por primera vez en años, no constituya una fuente de conflictos —como lo era en Estados Unidos—, sino una vereda hacia la pertenencia. Esta tarde, sin embargo, una llamada inesperada ha interrumpido mis ensoñaciones y oficios: se trataba de mis suegros, quienes no han parado de preguntar si esta mudanza era la definitiva, si nos encontrábamos por fin a gusto, implicando con ello lo que juzgan el capricho de las anteriores: en cuántos pisos, ciudades, países habré residido en los tres últimos lustros, entregada a la búsqueda frenética de trabajo o estudios, en buena medida de la mano de su hijo, ese sí, amor duradero. Mis suegros viven en las afueras de Nueva York y han pasado más de una semana herméticamente confinados debido a que los incendios de Canadá volvían el aire de la calle irrespirable; la amplia visibilidad que hoy me regala antiguos minaretes reconvertidos en torres cristianas a lo lejos se reducía en su caso a unos metros exiguos; tras ver sólo humo, inquirían: ¿entonces, os quedáis? Y hemos dicho que sí, aunando una mezcla de miedo y regocijo, como quien reza ojalá y callandito pide un deseo… hasta que estos lares se transformen en desierto.
Hay algo entre esa demanda ciega de estabilidad por parte de mis suegros y nuestra respuesta dubitativa que resbala casi de manera subliminal durante el segundo que transcurre de una palabra a otra; un pequeño tobogán de incertidumbre, el sorbo que se desliza por el conducto inapropiado y no ahoga pero atraganta, provoca tos. Por la boca que intenta hablar se entrecruzan las palabras del sociólogo Richard Sennett: “La flecha del tiempo se ha roto”, y siento cómo esta se desploma en pleno vuelo sobre las losas calientes de la azotea. Al partirse, ha revelado de qué está hecha, ya que el tiempo solo conforma su recubrimiento: lo de dentro es empleo, derechos, vida… o eso observo cuando la recojo del suelo para examinarla. Sennett explicaba hace décadas que la economía gig, esa que exige flexibilidad y movilidad en unos cuerpos jamás acomodados porque deben prepararse para el siguiente recorte o despido, se había encargado de destruir una visión a largo plazo que para el trabajador antaño se configuró como identidad. Rotar de puesto, reajustar el currículum como documento falaz que resume en unas pocas líneas las preocupaciones y esfuerzos de biografías enteras, hacer de lo volátil una casa a cuestas era la nueva normalidad que, como no podía ser de otra forma, cortocircuitaba las emociones y agujereaba los anhelos. Muchos añicos de la flecha proceden de estas circunstancias, pero hay otros pedazos que perpetúan asimismo la distancia generacional e interrumpen los relojes hasta tornarlos fósiles, objetos sólo servibles a la arqueología.
“La maldición de nuestra generación es que el tiempo ya nunca más estará de nuestro lado”, afirma el antropólogo e investigador del CSIC Emilio Santiago Muiño, una alerta que halla en el cambio climático su raíz y, como la humareda de Nueva York, cierra el telón ante nuestros ojos. Si es cierto que “el futuro ya no es fuente de ilusión sino de terror”, los caminos por recorrer se han anudado sobre sí mismos y es esa maraña sin continuación, percibida mayormente por los jóvenes, la que debe desmadejarse con el fin de que surja un horizonte. En plena campaña por el 23-J, la estrategia cortoplacista intrínseca a las lógicas electorales debería entonces despojarse de sus manillas oxidadas y apuntar al grave problema que nos ocupa, la imposibilidad de concebir un mapa más allá de la inmediatez y la angustia que eso acarrea. Mañana subirá unas décimas la temperatura del planeta y se anunciarán, otra vez, récords de catástrofes inasumibles si nos consideramos una especie responsable; mañana, o su espejismo, será brevísimo al carecer de planes para el día siguiente; mañana amanecerá fragmentado en los programas negacionistas de unas derechas capaces de dinamitar aún más cualquier atisbo de dirección certera, pues no sólo han interiorizado la rotura, sino que se han tejido con ella una bandera tan tupida que asfixia. El vicio de las fuerzas retrógradas consiste en querer detonar lo poco que nos queda cimentado: el Estado de bienestar, algunos derechos sociales; en ocasiones extremas, las instituciones, como atestigüé con el asalto al Capitolio. A ello se añade el juego sucio del tiempo vapuleado en astillas que, sin duda, les favorece: cómo vamos a pensar a largo plazo si, frente a una pantalla, tardamos de media 47 segundos en cambiar de tarea; si nuestro déficit de atención ha sido cuidadosamente diseñado como un cepo para conejos, trampa que distrae y merma las habilidades intelectuales. Cómo vamos a concebir un futuro si apenas logramos activar impulsos primarios, la ira virtual, el miedo, o el deseo articulado en consumo. La derecha aviva el incendio, pero a veces da la sensación de que la izquierda apenas aspira a cercar las llamas de un marco de sentido obsoleto.
El tiempo debe nutrirse de otear los confines, sólo así los cuerpos desafían las discontinuidades y pueden labrarse un proyecto. Es una metáfora que encuentra ecos científicos en la salud visual, pues los médicos advierten de que sufrimos cada vez más dolencias oculares, más fatiga y miopía, como consecuencia de mirar sólo lo cercano: el móvil y no el campo. Antiguamente, a falta de contaminación lumínica, desde una azotea como la mía se habrían podido atisbar las estrellas, lo cual añade otra dimensión histórica a nuestra humilde existencia, la que imprime la velocidad de la luz. Para que un país no se convierta en un cuarto lóbrego con vistas a un muro el recorrido de cada vida que lo habita debe ser vasto en dignidad, largo en libertades y garantías ecológicas extensibles también a otros territorios, escaso en amenazas. Que la vida era un asunto a elaborar por el camino ya lo contó Antonio Machado, pero para eso es preciso la superficie dúctil que aloje la huella en lugar de los abismos que pisamos con frecuencia (llámense precariedad, sequía o inundaciones). Para que la política contenga más que eslóganes vacíos, cuando no directamente arremetidas contra una vulnerabilidad social en procesos de aceleración, debe recoger la flecha y comprometerse a repararla. Únicamente así podré decirles a mis suegros sin titubeos: nos quedamos por fin en Córdoba, maravilla de sol y patios que me legaron mis ancestros, coordenadas que elijo consciente de un pacto con el futuro.
































martes, 4 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Con la herencia hemos topado. [Publicada el 17/03/2018]












Más de un liberal se transmuta en furibundo conservador cuando tropieza con el Impuesto de Sucesiones. Pero no tenemos derecho a conferir cualquier tipo de ventaja a nuestros hijos y no es cierto que el tributo incurra en doble imposición, escriben en El País los profesores Félix Ovejero, profesor titular de Economía, Ética y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona, y Jahel Queralt, profesor de Filosofía de Derecho en la Universidad Pompeu Fabra.
El postureo señorea la vida política, comienzan diciendo. Se trata de componer el gesto en la pantalla o ante el micrófono. Hasta hay especialistas. En el traje, en el sudor, en el ángulo de cámara, en la trayectoria de la mirada, en las metáforas. Y tropeles atentos a todo eso, en Twitter. Solo de vez en cuando la política recupera su dignidad y las propuestas se relacionan con principios. La discusión sobre el impuesto de sucesiones es uno de esos casos.
Empecemos con los principios. Para el socialismo democrático y el liberalismo progresista —el de Mill y Rawls— los impuestos se justifican, fundamentalmente, como instrumentos de justicia social. El de sucesiones especialmente, al menos si creemos que la justicia debe honrar el mérito y la igualdad de oportunidades. Nuestros liberales, rústicos o sofisticados, parecen coincidir en que lo que uno llega a ser ha de depender de lo que uno elige para sí mismo y del empeño que le pone. Los logros y los fracasos individuales deben poder imputarse al esfuerzo, las capacidades y la ambición de cada sujeto y no a factores ajenos a su voluntad. La tierra para el que la trabaja. No es muy complicado. Con tales apreciaciones, que nos permiten condenar las sociedades estamentales, se armó un lío interesante un 14 de julio en París.
Si se comparten tales consideraciones, parece inevitable estar de acuerdo en que las expectativas socioeconómicas de una persona no pueden venir determinadas por un hecho tan arbitrario, desde el punto de vista moral, como haber nacido en cuna de oro o de mimbre. Los linajes de tener o no tener, que decía Sancho. Por eso defendemos la igualdad de oportunidades, algo que, mal que bien, calibramos mediante la movilidad social, la probabilidad de formar parte de una determinada clase social en función de la clase de los progenitores.
Todo parece muy razonable hasta que topamos con el impuesto de sucesiones. Entonces las consideraciones anteriores se olvidan y más de un liberal se transmuta en un furibundo conservador. Aunque la discusión tiene muchos matices, aquí nos centraremos en tres de los argumentos que con más frecuencia se utilizan para descalificar el impuesto.
El primero apela al derecho, e incluso el deber, de los padres de otorgar prioridad al bienestar de su prole por encima de otras consideraciones. Una suerte de parcialidad justificada que les eximiría de tener que dar el mismo trato a sus hijos que a los de los vecinos. Desde este punto de vista, cuando el Estado grava la sucesión está, de algún modo, gravando el amor parental. El problema de este argumento es que el deseo de que la vida de nuestros hijos vaya lo mejor posible no nos da carta blanca para conferirles cualquier tipo de ventaja. Por eso condenamos el nepotismo y nos parece mal que Pujol procure por su crianza con el dinero de todos. La parcialidad parental puede lesionar otros bienes que también nos importan como, en este caso, la movilidad social. Toca ponderar. Un impuesto de sucesiones que no sea confiscatorio nos permite privilegiar a la prole perjudicando menos al prójimo.
Otro argumento recurrente sostiene que el impuesto de sucesiones se aplica sobre bienes que ya han sido gravados y que, por lo tanto, no deberían estar sujetos a una doble imposición. Es discutible. Para empezar, el argumento de la doble imposición se invoca de manera selectiva e incongruente ya que también descalifica otros impuestos como los que se aplican sobre el consumo en tanto que gravan bienes adquiridos con ingresos sujetos al impuesto sobre la renta. Pero es que, además, en el caso del impuesto de sucesiones ni siquiera es cierto que haya una doble imposición ya que lo relevante, en este sentido, son los obligados tributarios. El impuesto de sucesiones obliga al heredero o herederos que son sujetos distintos al que ha pagado los impuestos sobre la riqueza transferida. Lo que grava es la transacción y no el acervo sucesorio. De hecho, sostener que porque el Estado ha gravado una suma de dinero no debe gravar ninguna de las transacciones que se realicen con él equivale, en rigor, a defender el final de los sistemas fiscales.
El tercer argumento apela a la libertad de hacer lo que nos parezca con nuestras cosas. Si podemos patearnos nuestra fortuna en una juerga final también deberíamos poder legarla. El principal error de este argumento radica en que los impuestos, en general, no deben ser interpretados como restricciones a la libre disposición de la propiedad sino como reglas que especifican qué puede considerarse propiedad. Sin ir más lejos, el juerguista, cuando “hace lo que quiere”, no deja de pagar impuestos (al consumo). No hay una propiedad “natural” previa a unos impuestos “artificiales”. Separar el sistema de propiedad del sistema fiscal es un error porque la propiedad privada es una construcción legal definida, en parte, por los impuestos. No podemos hacer lo que queramos con “lo nuestro”. Por ejemplo, alojar nuestro cuchillo jamonero en tu tráquea. En ese sentido, los impuestos deben evaluarse dentro y a la vez de los derechos de propiedad que contribuyen a crear. Los herederos no pueden oponerse al impuesto de sucesiones con el argumento de que les priva de algo suyo ya que lo que hace el impuesto es, precisamente, definir lo que legalmente les corresponde.
Como se ve, estamos ante asuntos importantes, que afectan a principios en los que se sostiene la vida compartida. Desgraciadamente, la discusión académica consolidada no alcanza a un debate político en el que pocas veces se imponen los mejores argumentos. De los partidos conservadores poco cabe esperar. Tampoco de aquellos otros dispuestos a defender privilegios económicos (fiscales o laborales) en nombre de identidades nacionales. Por lo demás, la competencia política alienta la miopía de los votantes, el pan para hoy. La retórica de “te van a quitar lo que te has ganado con tu trabajo” resulta más eficaz que los matices sobre tipos impositivos o, incluso, que recordar que, en la redistribución ulterior, también se incluirá una parte de las grandes fortunas. Quizá sea por aquello que decía Maquiavelo de que uno olvida antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del desencanto

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Lucía Lijtmaer, va del desencanto. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










El desencanto
LUCÍA LIJTMAER
27 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Ya era veinteañera cuando vi El desencanto, la conocidísima película de Jaime Chávarri sobre los hijos y la viuda del poeta Leopoldo Panero. Me hipnotizó. Los jardines grises, la piedra caliza de una casa mentalmente en ruinas y la madre hierática eran fascinantes, pero lo que me atrapó del todo fue ese trío de muchachos fumando y haciendo la autopsia de su propia familia. Hay una secuencia en especial que veía una y otra vez: consistía únicamente en los tres hijos bajando las escaleras de la casa. Siempre pensé que esa escena mostraba cómo los hombres jóvenes de los setenta no se mueven ni caminan igual que los jóvenes de hoy. Esos andares de chicos delgados que intentan aparentar madurez mientras fuman un cigarrillo tras otro funcionaban como un imán de algo indefinible, especial y atrayente, algo seductor y poderoso.
No quise ver, durante años, que además de una espléndida película también se trataba de la historia de tres hijos que intentan hacerse daño a base de jugar a ver quién es más cruel con el otro, quién es el más adulto, quién heredará la tierra. Una película sobre una sucesión de berrinches y agresiones, sí, metáfora del tardofranquismo, pero sobre todo una película sobre cómo se despedazan tres hermanos.
Estamos en tiempos convulsos. Asistimos con pavor a cómo se alza la ultraderecha en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. En este último, la mayor amenaza interna, según el departamento de Seguridad Nacional, es el terrorismo cometido por hombres blancos de ultraderecha. Aun así, no existen las suficientes alertas públicas, no se toma como un verdadero peligro en los medios de comunicación, casi se podría decir que la ultraderecha no existe en el imaginario colectivo.
Yo y otros tantos hemos escrito y alertado de la constante confusión o acto de trilero sobre el que se están construyendo algunos discursos contra la izquierda: se habla hasta la saciedad de que los partidos han comprado una supuesta pacatería woke y se han centrado en el identitarismo. No hay datos que sustenten esta matraca a la que nos vemos sometidos día tras día en los medios. Mientras tanto, sí se instalan en España los mismos rasgos que en gran parte de Europa: miedo a la inmigración, aumento del nacionalismo antieuropeísta y crisis de representación política. Pero una cosa es poner en duda a todos aquellos que insisten en hacerle el juego a discursos de odio que desvían la atención de cuáles son los verdaderos problemas de la ciudadanía y otra muy distinta negar las responsabilidades de los partidos a la izquierda del PSOE para convencer a su electorado natural. Se ha hablado durante meses, años ya, de la estructura mediática ultraconservadora que dificulta enormemente evitar la intoxicación informativa. Tienen razón. Se apela a la queja de la imposibilidad de comunicar el trabajo bien hecho en instituciones en estos años. Habrá que hacer algo, pues.
Pero, ¿dónde está la asunción de la derrota? ¿Dónde ha quedado la integridad moral para reconocer que las campañas actuales no convencen, que la ciudadanía ha entrado también en hartazgo ante una generación que quería asaltar las instituciones y hoy parece cumplir su papel cómodamente en el banquillo de la oposición durante los próximos cuatro años? Conozco a muchas personas que se han quemado personal y políticamente en estos ocho años por la durísima tarea de hacer frente a congresos, parlamentos y asambleas cada vez más polarizados, para ellos va todo mi respeto y solidaridad.
De hecho, resulta trágico pensar que una gran parte de esa generación que decidió tomar un sentir común basado en consignas como “no nos representan” haya sido despedazada en medio de una lucha fratricida por un par de políticos que no han antepuesto la responsabilidad institucional y su deber para con la ciudadanía y están desangrando formaciones cada vez más debilitadas por esas peleas intestinas y de inmolación colectiva. Sus bases y sus votantes no lo merecen. Resulta increíblemente desmoralizador pensar que el lema “que se vayan todos” comienza a apelar para muchos ciudadanos también a formaciones de izquierdas. Se han confundido de rival: el enemigo está en la ultraderecha, no en los que comparten la mayor parte de tu programa electoral.
Por otra parte, ahora que tenemos gobiernos en coalición con Vox en los que se niega la violencia de género y se pretende derogar leyes como la de memoria histórica ¿quiénes serán los intelectuales invitados por esos ayuntamientos y comunidades autónomas? A mí se me ocurren unos cuantos, generadores de discurso de odio, y amplificadores de voces que, sí, traerán daños enormes, aún impensables, aún inimaginables para muchos. Para todos ellos, mi desprecio. Para los políticos de izquierda, ahora que aún estamos a tiempo: ocúpense de la amenaza del fascismo cuanto antes y no se confundan de rival. Nos va la vida en ello.
































lunes, 3 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Falacias de la economía y el derecho. [Publicada el 13/07/2014]









Una falacia típica de la ciencia estadística: Dos personas entran en un restaurante. Una de ellas pide dos platos de comida, dos frutas de postre, una botella de buen vino, otra de agua y un cafe. La segunda pide solamente un café. Pues bien la estadística nos dirá que cada una de esas dos personas ha pedido un plato de comida, media botella de vino, media de agua, una fruta de postre y un café.  Así funcionan algunas ciencias. Yo no entiendo gran cosa de economía, de denunciar falacias, un poco más... 
La tesis de Nussbaum, que comparto, es la de que la literatura -la buena literatura, claro- es un antídoto necesario contra el cientificismo superficial de tantos escritos de ciencias sociales (como el derecho o la economía) que inundan las librerías y las páginas de revistas y periódicos. Y para ello va a centrar su análisis en el comentario de una las obras maestras de la literatura universal: "Tiempos difíciles", de Charles Dickens (1812-1870). Obra que, por cierto, pueden descargar legal y gratuitamente desde este enlace, aunque también hará numerosas referencias a las obras de Walt Whitman y Adam Smith, y otras mucho más concretas a novelas como "Hijo nativo", de Richard Wright; o "Maurice", de E.M. Forster, así como a famosas y controvertidas sentencias de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América.
Una de las falacias que denuncia Martha C. Nussbaum en su libro citado es el de la medición de la riqueza nacional expresada en cifras brutas como son las del PIB (producto interior bruto nacional) o la RPC (renta nacional per cápita). Y lo hace en uno de los capítulos del mismo titulado "La lección de economía de Sissy Jupe" que toma de uno de los personajes de la obra de Dickens. 
La tosquedad de esas mediciones, dice Nussbaum, no habla de distribución de riquezas ni de ingresos, ni de la calidad de vida de una nación. Al centrarse solo en el aspecto monetario no dice como funcionan los seres humanos cuyas actividades económicas no están bien correlacionadas con el producto nacional bruto. No hablan de expectativas de vida, ni de hambre o mortandad infantil, ni de salud, educación o derechos fundamentales. Además, añade, ignoran las individualidades personales y utilizan una versión burda de las personas como contenedores de satisfacción, ignorando la maleabilidad de los deseos y satisfacciones, y que la gente infeliz acaba adaptándose a las circunstancias en que vive, pues las privaciones despojan a las personas de sus aspiraciones y del propio sentido de dignidad.
De lo que se trataría -añade citando al también economista y filósofo Amarthya Sen, es de preguntarse por el bienestar de la gente inquiriendo en que medida su forma de vida le permite funcionar en áreas diversas como la movilidad, la salud, la educación, la participación política o las relaciones sociales. Pero todo ello sin equiparar calidad a cantidad.
"Tiempos difíciles", dice la profesora Nussbaum, es un paradigma de esa situación. Brinda la información requerida para evaluar la calidad de vida y compromete al lector en la tarea de realizar su propia evaluación. "Tiempos difíciles", continúa diciendo, ofrece perspectivas para el mejoramiento de la vida humana. De nosotros depende, dice, que tales cosas sucedan o no. En todo caso, concluye, está claro que la imaginación literaria es parte esencial de la teoría y la práctica de la ciudadanía. Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt